domingo, 21 de febrero de 2010
Un libro de Tzvetan Todorov
La vida en común (Editorial Taurus, 2008, traducción de Héctor Subirats). En este libro criticaba las tendencias antisociales e individualistas de nuestra época y defendía la necesaria sociabilidad humana. Me interesó especialmente su planteamiento del reconocimiento como una de las exigencias básicas de la existencia humana. Pero sobre todo me conmovió su humanidad, en el sentido más pleno de la palabra. Como de la frialdad del estructuralismo podía emerger una perspectiva tan cálida respecto a lo humano. En este sentido me encantó este fragmento: “Entre el realismo resignado y el idealismo represivo permanece abierta la vía de las virtudes cotidianas, punto demasiado alejado de nuestras posibilidades, puesto que estas consisten, esencialmente, en preocupación por el otro y por los otros, de los cuales de todas tenemos la necesidad más grande; la moral no nos obliga a combatir nuestra naturaleza, contrariamente a lo que enseñan tanto Kant como el cristianismo. Preocuparse por los otros no significa en absoluto privarse de uno mismo, al contrario; ver esto con claridad puede favorecer tanto el bien común como la felicidad del individuo.”
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