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sábado, 20 de julio de 2024

Arena en los ojos’, una investigación necesaria sobre el colonialismo español en Marruecos y el Sáhara Occidental. El libro de Laura Casielles es para quienes creen que la colonización española en el norte de África fue “menos mala” o que “colonias-colonias” no hubo. Pero también es para quienes ya saben que esto no es cierto.

Laura Casielles 'Arena en los ojos'
Cuerpos de soldados españoles en el monte Arruit de Marruecos durante el desastre de Anual, julio de 1921.
Hay libros muy buenos. Y luego están los libros muy buenos y necesarios. Laura Casielles acaba de publicar en Libros del K.O. uno de ellos: Arena en los ojos. Atentos al subtítulo: Memoria y silencio de la colonización española de Marruecos y el Sáhara Occidental.

La autora ya había empezado a reflexionar sobre estos temas en otros trabajos, como el libro de poesía Las señales que hacemos en los mapas (Libros de la Herida, 2019) y la docuweb Provincia 53. Arena en los ojos va más allá: se trata de un ambicioso y cuidadoso ensayo que recoge 15 años de investigación, lecturas y viajes (Larache, Sidi Ifni, El Aaiún...) en torno a esta historia de la que sabemos poco: la de las colonias españolas en estas dos partes de África (fenómenos distintos, pero interconectados). Casielles practica una poética de la “cebolla viva”: atenta a las muchísimas capas implicadas, salta del siglo XIX al XX y al XXI, de contorsión en contorsión. Con un estilo riguroso, claro y poético, y hasta con retranca, el poso que deja es de maravilla (por lo tremendo de su esfuerzo y su logro) y de desconcierto (¿cómo es que no estamos hablando de todo esto?).

La clave puede resumirse: la historia colonial de España en estos territorios, a lo largo del último siglo y medio, a medida que fue ocurriendo, fue ocultándose o tergiversándose. Y aquí estamos, año 2024: ni hemos reconocido los daños ni los hemos reparado. Y seguimos desconociéndonos: no entender la colonialidad de España en Marruecos y el Sáhara Occidental es no entender ni la Guerra Civil ni la dictadura ni la transición. Ni hoy.

Porque a cualquiera que le interese el mundo, la construcción de las identidades nacionales, este país o el presente, el tema le ha de sonar. Pero lo cierto es que casi nadie nos lo ha contado con un mínimo de profundidad: ni en la escuela, ni en la universidad, ni en los medios, ni en el congreso. Por eso a muchos se nos mezcla todo: que si el Tratado de Wad-Ras, que si militares africanistas, que si Cabo Juby, que si (¡salto al 2022!) masacre en la valla de Melilla, que si nueva Ley de Memoria Histórica (¡impulsada por un gobierno progresista!) que sigue con el borrado, que si Pedro Sánchez alineándose con Marruecos y abandonando otra vez a los saharauis... ¿Hay alguna manera de entender este gran lío como parte de una misma lógica? Sí y no. Arena en los ojos es un ensayo brillante que junta lo que debe juntarse y separa lo que debe separarse. Y se atreve a hurgar en lo turbio, lo incómodo, lo que rompe las dicotomías (derechas-izquierdas, malos-buenos). A dar algunas respuestas y seguir preguntando.

Casielles va multiplicando los interrogantes: “¿Qué pintaban las “tropas moras” en el golpe de Estado de Franco?”, “¿Por qué Marruecos no reivindica como héroe a Abdelkrim?”, “¿Por qué no hubo mestizaje entre la población local y los colonos?”

Antes de leerlo, tenía la esperanza de solucionar dos grandes dudas que me martilleaban desde hace años. Primera: ¿qué hacía mi iaio haciendo la mili en Tetuán? (Tienen que imaginar a un alcarreño de a pie más, muy humilde, muy joven.) Dos años en los que, según me contó, no hizo “na’ más que estarme allí”, esperar (¿El desierto de los tártaros?)... y aprender a contar hasta diez en árabe. Segunda: el dictador Franco quiso imponer una ideología ultracatólica, manchada de sueños imperiales, reminiscentes de la “reconquista” (tamizada por el fascismo): ¿qué pintaban las “tropas moras” en su golpe de Estado? ¿Y su amistad con tantos países musulmanes? ¿No se supone que eran sus herejísimos enemigos? Casielles empieza a ahondar en estos interrogantes y los va multiplicando.

Les dejo algunos: ¿cuál fue el papel del discurso de la “hermandad” hispano-marroquí en las diferentes empresas colonizadoras —las conservadoras, las ¿progresistas?—? ¿Por qué Marruecos no reivindica como héroe a Abdelkrim? ¿Cómo es que la última conquista colonial de España se consumó... durante la Segunda República? ¿Cómo es que Franco fue uno de los militares que aconsejó a la Segunda República reprimir la revolución de Asturias... recurriendo a la rabia de esos mismos soldados rifeños a los que España había combatido —y traumatizado— en la Guerra del Rif? ¿Por qué todavía hoy hay rifeños que sienten nostalgia del protectorado español y de su “lengua madrastra”, el castellano? ¿Cómo es que aún hay marroquíes, ex-soldados pobrísimos que combatieron contra la Segunda República y a los que Franco les prometió todo y no les dio nada, que cobran una pensión mensual... de seis euros? ¿Cómo es que algunos incluso recibieron —¡y mantienen!— Medallas por el Sufrimiento de la Patria (Casielles: “¿la patria de quién?”)? ¿Y qué hay del sultanato, y las élites locales? ¿Y Francia? ¿Puede una mujer nómada ser adoctrinada por la Sección Femenina franquista y luego darle la vuelta a sus argumentos y aprovecharse de ellos? ¿Por qué no hubo mestizaje entre la población local y los colonos? ¿Y Tánger? ¿Y los fosfatos en el Sáhara Occidental? ¿Cómo es que, mientras la mayor parte de África en los años sesenta empezaba a descolonizarse, España hizo como que sus colonias eran... nada más que provincias, “tan españolas como Cuenca o Albacete”? ¿Cómo se vive siendo saharaui no habiendo visto su mar?

Necesitamos otros marcos teóricos: el postcolonial anglosajón o francés no nos encaja. Y necesitamos, como hace Casielles, conversar. Su viaje (literal y de conocimiento) lo hace en compañía: se apoya en otros historiadores (María Rosa de Maradiaga, Carlos Cañete, Miguel Cardina, de quien toma el concepto de las “memorias cruzadas”), otros escritores (Manuel Chaves Nogales, Bahia Mahmud Awad, Mohamed El Morabet), amigas, testigos: gente que cuenta y que pregunta más.

Este es un libro para quienes creen que la colonización española en esta parte del mundo fue “menos mala” o que “colonias-colonias” no hubo. Pero también es un libro para quienes ya saben que esto no es cierto. Porque sí, no es cierto, pero queda mucha tela que cortar. Léanlo para los detalles, el estupor.

Arena en los ojos comienza con una alegoría literal, de esas que de vez en cuando caen del cielo: hace unos meses, allá por marzo, la calima “invadió” Madrid (y los telediarios). No se veía nada, la arena del Sáhara se colaba hasta en las rendijas de las puertas, formaba pequeñas dunas. Habla Casielles: ¿será que esa arena del sur habrá viajado, Magreb arriba, hasta nuestras casas para obligarnos a mirar, a no olvidar?
Portada de 'Arena en los ojos', de Laura Casielles.

Arena en los ojos

Laura Casielles
Libros del K. O., 2024
408 páginas. 23,90 euros

lunes, 2 de enero de 2017

Suicidios a lo bonzo en Marruecos contra las humillaciones del Estado. Al menos 15 marroquíes se han prendido fuego solo este año en protesta por el trato de la Administración.

Después de que el vendedor tunecino Mohamed Bouazizi se suicidó en diciembre de 2010 prendiéndose fuego y desencadenara con su muerte la primavera árabe, en Marruecos se han registrado más de 30 casos de personas que se han quemado a lo bonzo. La mayoría de estos suicidas se quitaron la vida en un espacio público, en señal de protesta ante una supuesta injusticia infringida por la Administración. No hay cifras oficiales sobre el fenómeno, pero el sitio digital Le Desk ha contabilizado que en total, al menos 15 personas se han quemado a lo bonzo este año en Marruecos.

Tan solo en los cuatro primeros meses de este año Le Desk enumeraba nueve casos de suicidios con fuego, con lo que se superaba en dos los registrados en 2011, el año de la primavera árabe. Y desde abril hasta ahora este diario ha contado más de seis casos, de los cuales al menos cuatro terminaron en muerte. Sus datos indican que se han producido hasta 29 inmolaciones desde 2011 hasta abril de 2016. Y asumía que la cifra quedaba muy por debajo de la realidad, ya que solo estudiaba los hechos reflejados en la prensa electrónica, donde casi nunca se publican las tragedias que acontecen en los lugares más aislados.

El presidente de la Asociación Marroquí de Derechos Humanos (AMDH), Ahmed El Haij, sostiene que la mayoría de ellos se suicidaron para protestar contra la humillación de la hogra, término que en el árabe dialectal marroquí designa las vejaciones que inflige la Administración hacia el ciudadano corriente. Los gritos contra la hogra se extendieron por todo el país en noviembre a raíz de la muerte del vendedor de pescado Mouhcine Fikri, quien murió triturado en un camión de la basura en Alhucemas cuando intentaba impedir que se destruyera la media tonelada de pez espada que le habían confiscado.

Pero antes de aquella muerte ya se produjo otro caso sonado. El 9 de abril un funcionario de Kenitra, a 40 kilómetros de Rabat, le confiscó el puesto de pequeños dulces para niños a la vendedora ambulante Mi Fatiha (Madre Fatiha) y le arrebató también el pañuelo de la cabeza. Los dulces costaban dos céntimos de euro y el valor de su mercancía no superaba los tres euros. Fatiha se prendió fuego delante de la oficina del funcionario que le quitó el puesto y el pañuelo. Desde el edificio municipal alguien grabó de forma impasible la agonía de la vendedora que gritaba y se revolvía en el suelo. Dos días después, Fatiha moría en un hospital de Casablanca diciéndole a su hija: “Me han humillado”. Su muerte provocó manifestaciones en Kenitra y la destitución de un funcionario.

El 3 de junio un imam fue atendido con heridas de tercer grado después de quemarse en Sidi Kacem tras ser despedido de su puesto por las autoridades religiosas. Pocas semanas después, una nueva tragedia conmocionaba al país. Jadiya Essouid, una marroquí de 17 años, había sido asaltada por ocho hombres en Nzalet el Adam, un pueblo pequeño al norte de Marrakech. La violaron y grabaron la escena en vídeo. Ella los denunció, pero durante el juicio uno de los violadores la amenazó con difundir el vídeo si no retiraba la denuncia. Sus agresores salieron en libertad condicional y Jadiya se quemó en plena calle el 29 de julio. Murió dos días después. La autopsia reveló que estaba embarazada.

El goteo trágico continuó. El 4 de septiembre dos jóvenes se prendieron fuego delante del domicilio del ministro de la Función Pública, Mohamed Moubdii, en Fkih Bensaleh. El 15 de septiembre, una mujer de 56 años sucumbió a sus heridas después de una semana hospitalizada, tras quemarse ante el tribunal de primera instancia de Larache. El 2 de noviembre, un hombre de 50 años, padre de cuatro hijos y sin empleo, se suicidó con fuego ante la prefectura de El Aaiún. Dos días después, otro hombre intentó también quitarse así la vida en una gasolinera de la misma ciudad. El 14 de noviembre, se prendió fuego un parado de 25 años en Berkane y murió dos días después. El 29 de noviembre falleció un empleado del Instituto Especializado de Cine y Audiovisual, en Rabat, de unos 60 años, quien se quemó en el edificio del instituto en protesta por su despido.

En este listado no se incluye el caso del marroquí que se prendió fuego el 7 de diciembre delante de la embajada de Marruecos en Madrid para protestar por su situación en España ni otros intentos frustrados que apenas se destacaron en la prensa en árabe.

La politóloga Mounia Chaïbi-Bennani y directora de la obra colectiva “Resistencia y protestas en las sociedades musulmanas”, explica que las víctimas suelen ser personas aisladas sin recursos sociales para organizar una protesta o manifestación. “Este aumento de inmolaciones puede estar influido por el suicidio de Bouazizi, en Túnez, que desató la primavera árabe. Pero no basta una inmolación con fuego para provocar una revolución. Detrás de la muerte y esas revueltas siempre hay muchos otros elementos”.

Chaïbi-Bennani cree que aunque las manifestaciones que se produjeron en Marruecos a raíz de la primavera árabe si bien no consiguieron cambiar el régimen político, sí lograron tejer una red de protestas que está latente en la sociedad y que puede ser efectiva en cualquier momento. “Eso se puso de manifiesto en las protestas de Alhucema, a raíz de la muerte del vendedor ambulante de pescado”, añade Chaïbi Bennani.“El régimen marroquí ha conseguido debilitar a los partidos políticos, pero no ha debilitado los movimientos que se mueven al margen de la política institucional”.

Solo cuando la injusticia es muy flagrante, como en el caso de la joven violada o la vendedora a la que le quitaron el puesto y el pañuelo, la gente sale a la calle y la Administración toma medidas. Mientras tanto, estos suicidios se siguen tratando, por la prensa y la Administración, como sucesos aislados y no como un problema social.

EL REY TAMBIÉN DENUNCIÓ LOS ABUSOS DE AUTORIDAD
FRANCISCO PEREGIL

La hogra, el sentimiento de indefensión ante las injusticias de las autoridades, se vuelve a veces tan evidente en Marruecos que el propio rey Mohamed VI denunció en su discurso de apertura del Parlamento el 14 de octubre la negligencia y el abuso de autoridad de algunos funcionarios que no terminan de entender cuál es su deber. El rey aludió a los ciudadanos que recurren a él en medio de cualquier acto oficial en la calle para hacerle llegar sus quejas o peticiones. De hecho, en junio un marroquí fue condenado a un año de cárcel por arrojarse sobre el descapotable en marcha del monarca en un barrio de Rabat.

“¿Pero es que los ciudadanos me pedirían intervenir si la Administración cumpliera con su deber?”, preguntaba el rey en su discurso. “Ellos recurren a mí porque se encuentran frente a puertas cerradas o porque la Administración actúa con negligencia o incluso para quejarse de una injusticia que han sufrido”.

http://internacional.elpais.com/internacional/2016/12/20/actualidad/1482193796_926096.html

miércoles, 6 de noviembre de 2013

El pesado cargamento de las "mujeres mula" en Melilla

Todos los días, miles de mujeres deben llevar pesados cargamentos de mercancías para sobrevivir en el enclave español de Melilla.
Ellas son conocidas como las mujeres mulas. Todos los días llevan sobre sus espaldas pesadas cargas entre la frontera de España y Marruecos en el norte de África.

Melilla es un importante punto de entrada de mercancía y si las mujeres pueden llevarlas sin ningún tipo de ayuda, entonces no pagan impuestos.
Muy temprano una polvareda rodea la valla de seis metros que separa a Melilla de Marruecos debido a la frenética actividad de quienes preparan las mercancías para cruzar la frontera.
Hay miles de personas y el ruido es ensordecedor, una cacofonía de motores y gritos. En esas bolsas enormes llevan ropa de segunda mano, telas, artículos para el hogar y de higiene personal, todo destinado al mercado marroquí y mucho más allá.
Mujeres mula en Melilla, norte de África Este pesado trabajo es el único sustento que tienen estas mujeres cabezas de hogar para sobrevivir.
Los paquetes están por todos lados, envueltos en tela de saco y atados con cintas y cuerdas. Bajo ellos, ocultas por una carga que las dobla en tamaño, las mujeres "cargadoras".
Esta actividad comercial tiene lugar a diario en el barrio Chino, un cruce fronterizo sólo para peatones. Mientras una mujer pueda físicamente acarrear la carga, se clasifica como equipaje personal, así que Marruecos lo deja entrar sin impuestos.
Las mujeres tienen el derecho a visitar Melilla porque viven en la provincia marroquí de Nador, pero no pueden residir en el territorio español.
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De Nador a Melilla
Latifa se forma en una de las ruidosas filas que forman cientos de mujeres. Pone en el suelo su carga, 60 kilogramos de ropa usada. Por transportarlos va a recibir US$4.
Lleva en este trabajo 24 años, pero no es algo que disfrute.
"Tengo una familia que alimentar", explica. "Tengo cuatro hijos y no tengo marido para que me ayude, me divorcié de él porque me pegaba".
En cuanto la fila se mueve hacia adelante, ella desaparece en el mar de las mercaderías.
Son muchas las cargadoras divorciadas, madres solteras que tienen que hacerse cargo de su familia como Latifa.
(Mapa de Melilla, enclave de España en Marruecos)
Para mujeres como ella, la vida es difícil en la tradicional sociedad marroquí. Muchas veces, el de cargadoras es el único trabajo que consiguen. Algunas hacen hasta tres o cuatro viajes al día, desde el barrio Chino a Marruecos, con hasta 80 kilos a sus espaldas.

Con la vida a cuestas
Lo que ganan depende de lo que puedan cargar. Además, muchas se quejan de que tienen que sobornar a los guardias marroquíes.
En Melilla hay un debate público acerca de si se debería seguir permitiendo que esta actividad comercial continúe tal como está.
"Estas son mujeres que arriesgan su vida, nos han tocado muertes a consecuencia de la dureza física del trabajo. Se hace en condiciones de semiesclavitud", dice Emilio Guerra, del partido Unión Progreso y Democracia.
"Lo que nos gustaría es que trabajen bajo condiciones que no sean tan precarias", agrega.
Guerra considera que Melilla debe cambiar su modelo económico y ser menos dependiente del comercio, en lo que no está de acuerdo Jose María López, asesor en negocios del gobierno local.
"Hay consecuencias muy positivas en la actividad comercial. Para algunas porteadoras es la única posibilidad de ganarse la vida. Por supuesto que es un trabajo muy duro, pero algunas ganan más de la media de los trabajadores marroquíes", afirma.

España en el norte de África
Ceuta y Melilla, zonas de Europa en el norte de África, forman parte de España desde hace 500 años. Madrid dice que los enclaves urbanos son parte integral del país. Estos limitan con Marruecos, que a través de sus líderes afirma que es una posesión de origen colonial y reclama soberanía sobre ellos.
Los enclaves están protegidos con mallas, con el propósito de detener la inmigración ilegal. Pero Ceuta y Melilla continúan siendo un escalón para llegar a España.
El turismo es un importante generador de recursos con las mercancías libres de impuestos que atraen a miles de visitantes. Y los beneficios que da el comercio a otros miles de marroquíes y sus familias –los que venden la mercancía en sus tiendas o las exportan a países más al sur– son enormes.
López estima que este comercio informal supone más de US$400 millones para Melilla, a lo que se refiere como ingreso "atípico". Otros lo llaman "contrabando" que creen que mueve hasta el doble.

De vuelta al barrio Chino, el ambiente se torna medio histérico, las puertas de la frontera cierran a mediodía, así que empieza a crecer la presión para ir a Marruecos y volver para la próxima consigna.

"Está un poco tranquilo hoy", comenta Arturo Ortega, guardia civil (policía militarizada) encargado de mantener el orden y evitar las avalanchas humanas.
"Si vinieras todos los días, empezarías a pensar que esto es normal, pero no lo es".
No muy lejos, Hasna se apoya en una barrera, sin carga en sus espaldas. Frente a ella, un grupo de hombres jóvenes están cargados hasta el tope.

"Están ocupando nuestro lugar", se queja. Tradicionalmente quienes cargaban eran mujeres, ahora tienen la competencia de jóvenes desempleados, y Hasna tiene problemas para atravesar la multitud y tomar su paquete.
Tiene un hijo y un marido enfermo, está embarazada de seis meses, pero toma su carga sin miramientos. Nada la detiene.
"Si hago un viaje hoy, me van a pagar 5 ó 6 euros (US$6,8 o US$8,2)", dice. "Si pudiera encontrar otro trabajo, limpiando casas o cocinando, no haría esto. Pero de momento, no tengo otra opción".
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"Lo odio, pero lo necesito. "Portadora en Melilla María es una de las "mujeres mula". Ella tiene cáncer de seno y una pierna lastimada.
También mirando a los hombres está María, que llama la atención porque tiene que apoyarse en una muleta.
No es usual en las cargadoras, pero María habla algo de español y explica que se lesionó la pierna al caerse mientras hacía fila. También tiene cáncer de mama.
Llevaba toda la mañana en el barrio Chino, pero cuando vio el caos y del desorden se dio cuenta de que no se sentía en condiciones de trabajar. Regresará a su casa sin haber hecho nada de dinero.
Ella vive justo al otro lado de la frontera con Melilla, en Beni Enzar. Su casa tiene dos habitaciones y las comparte con sus tres hijas. No tiene agua corriente, pero el vecino le permite recoger agua de su grifo.
María estuvo casada y trabajó como camarera, pero hace cuatro años su vida comenzó a desmoronarse. Después de que le diagnosticaran el cáncer, su marido la dejó. Ya estaba embarazada de su hija menor.
"El médico dijo que iba a perder al bebé con el tratamiento, pero nació viva, así que la llamé Malak, que significa ángel".
Mientras habla, sus dos hijas mayores escuchan. Ninguna va a la escuela, se quedan en casa cuidando de su hermana mientras su madre va al barrio Chino. Se preocupan por ella.
"Esta no es la primera vez que se lesiona la pierna. El doctor le dijo que ella no debe cargar nada pesado", dice Ikram, una de las hijas de María. "Ella solo trabaja en eso para que nosotras podamos comer".
A María la atormenta la idea de que sus hijas también acaben como cargadoras. "Sería mejor para ellas que se casaran, este trabajo es peligroso y no hay dignidad en él. Lo odio, pero lo necesito".
Y luego Sanaa, de 13 años, pone una pequeña patineta en la mesa. María sonríe. Eso la ayudará a llevar con más facilidad la carga de mañana.

Ceuta y Melilla,
Zonas de Europa en el norte de África, forman parte de España desde hace 500 años. Madrid dice que los enclaves urbanos son parte integral del país. Estos limitan con Marruecos, que a través de sus líderes afirma que es una posesión de origen colonial y reclama soberanía sobre ellos.
Los enclaves están protegidos con mallas, con el propósito de detener la inmigración ilegal. Pero Ceuta y Melilla continúan siendo un escalón para llegar a España.
El turismo es un importante generador de recursos con las mercancías libres de impuestos que atraen a miles de visitantes. Fuente: BBC.
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