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miércoles, 26 de julio de 2017

Octubre rojo un siglo después

Higinio Polo

Un siglo después de su triunfo, la revolución bolchevique sigue suscitando furiosos ataques de la derecha política y de sus terminales ideológicos en la prensa y en las televisiones, en la investigación universitaria dirigida y subvencionada, y en los centros de elaboración ideológica liberal, que, sin embargo, apenas se interrogan sobre el infierno capitalista del que surgió la revolución: el barro y la muerte en las trincheras de la Primera Guerra Mundial y la oprobiosa autocracia zarista que ahogaba al pueblo ruso y lo condenaba a la miseria y la explotación. Para los beneficiarios del capitalismo realmente existente y para los vendedores de mentiras, el socialismo soviético se resume en error y represión, en furia y crueldad, mientras que el horror causado por el capitalismo, en las dos guerras mundiales y en la esclavitud colonial, en las guerras imperiales y matanzas lanzadas desde entonces en cuatro continentes, en Vietnam y en Corea, en Indonesia y en Afganistán, en Yugoslavia y en Ucrania, en Brasil y en Argentina, en Angola y en Libia, en Siria y en Iraq, por citar sólo algunos ejemplos de la infamia, ese horror, se diluye en lejanas causas y décadas perdidas de las que, como por ensalmo, el capitalismo no es responsable.

Los marineros y milicianos que se lanzaron al asalto del Palacio de Invierno, que vemos en las imágenes recreadas de Eisenstein, no son un accidente de la historia; los obreros que se atrevieron a derribar el trono imperial, a convertir las iglesias en almacenes útiles, y a dispersar las sombras de la explotación, no eran una ráfaga transitoria de años convulsos, sino el rumor de siglos de protestas y de gritos de honestidad y trabajo proletario. En 1917, los bolcheviques supieron expresar el ansia de justicia de los rusos, la ambición de una vida digna que dejase atrás las argollas de la miseria y la opresión bajo los zares; supieron traducir el deseo de los trabajadores de terminar con la explotación en las fábricas. y de los campesinos de romper la soga que les ataba a una nobleza parasitaria y casi medieval. La exigencia de paz, en el matadero de la gran guerra, los gritos reclamando pan, los campesinos exigiendo la tierra, y los trabajadores las fábricas, resumen la decisión de Lenin y los bolcheviques protagonizando la revolución que cambió el mundo. Porque fue la aspiración a la igualdad y la justicia la que creó el poder soviético, la que levantó el socialismo en condiciones difícilmente imaginables hoy: suele olvidarse, pero la revolución bolchevique tuvo que construir el socialismo en un país que perdió, en un lapso de treinta años, a casi cuarenta millones de personas, víctimas de la guerra civil impuesta tras la revolución por veinte países capitalistas, y por las dos guerras mundiales desatadas por las rivalidades de esas mismas potencias. Sólo en la guerra de Hitler, la Unión Soviética vio morir a veintisiete millones de trabajadores y soldados.

Tras 1017, la revolución bolchevique se extendió por el mundo, y su voz llegó a los campesinos malayos y a los obreros de los frigoríficos argentinos, a los labradores chinos y a los trabajadores alemanes; desde entonces, las ideas y propuestas del socialismo y del comunismo han seguido galopando por el planeta, iluminando revoluciones, en China o en Vietnam, en Cuba o en Nicaragua, cambiando el mundo, aunque esa voz haya sufrido duras derrotas, como la matanza en Indonesia, los campos de la muerte de Oriente Medio, o la desaparición de la propia URSS y el retroceso social en Europa y América durante las dos últimas décadas. Pero, ni en Moscú ni en Madrid, la revolución bolchevique no se ha olvidado, y la historia no ha terminado.

Hoy, de forma abrumadora, los rusos siguen viendo a Lenin como un dirigente excepcional, que desempeñó un papel histórico trascendental, y siguen juzgándolo de manera positiva: apenas un 14 % de la población aceptaría retirar sus estatuas de las ciudades rusas, y una abrumadora mayoría lamenta la desaparición de la Unión Soviética. La popularidad de Lenin crece, y, según el centro Levada, en la última década ha aumentado de forma notable el número de ciudadanos rusos que consideran positiva su aportación al país y al mundo. Las estrellas rojas siguen coronando las torres del Kremlin moscovita, y la presencia de Lenin, aunque no se traduzca todavía en cambios políticos y sociales, no va a desaparecer, pese a los interesados augurios de la derecha.

Para conmemorar el centenario, el Partido Comunista ruso organizará una gran manifestación en Moscú, el 7 de noviembre, así como otros actos en la gran mayoría de las ciudades del país, y el gobierno de Putin también ha publicado un calendario de actividades para destacarlo, intentando atraer hacia el partido del poder las movilizaciones populares de celebración de la revolución de octubre, hasta el punto de que el comité gubernamental encargado de organizarlas está lleno de anticomunistas: el poder actual no puede obviar la importancia de la revolución bolchevique, ni tampoco las aportaciones de la Unión Soviética, como no puede ignorar el prestigio creciente de Lenin y del socialismo entre la población, por lo que se ve obligado a nadar entre dos aguas.

No será sólo en Rusia. En los cinco continentes habitados, se sucederán las celebraciones entre los trabajadores, acompañadas por la monótona y reiterada condena de los centros del poder capitalista, que busca arrojar a la hoguera el persistente susurro de décadas de la revolución bolchevique y del socialismo. De Bolivia a China, de Cuba a Alemania, de Venezuela a Vietnam, de Sudáfrica a Australia, ese centenario recorre durante este año conferencias y congresos, seminarios y libros, ondea en las banderas rojas de las manifestaciones y en las huelgas que siguen reclamando el fin de la explotación y un mundo mejor; se interroga por los excesos y errores cometidos, trabaja en los laboratorios que alumbran el progreso humano, y brilla en los ojos de las mujeres del mundo que contemplan la desventura y la marginación de la mitad del cielo sin renunciar a nada; se manifiesta en el esfuerzo de los campesinos por salvar la vida y el planeta, se escucha en el ruido de las cadenas de montaje y centellea en el parpadeo de las pantallas de ordenador, y se revela en la noche maltratada de los pobres, en las gargantas de los esclavos, en las lágrimas de los apátridas y en el sufrimiento de los inmigrantes perseguidos por el odio.

Un siglo después, el capitalismo se empeña en desacreditar la idea de una sociedad justa e igualitaria, y destruye paulatinamente las conquistas obreras; reduce salarios, convierte la seguridad en el trabajo en la precariedad de empleos temporales o de trabajadores autónomos, y mantiene legiones de operarios con empleos-basura, mientras sus terminales ideológicas y sus medios de comunicación siguen intentando demoler la razón socialista, destruir el recuerdo de la dignidad obrera y de las luchas por la emancipación social; al tiempo que los empresarios arrojan el socialismo y la revolución bolchevique a las tinieblas como un prescindible vestigio del pasado, y presentan a sindicatos y partidos obreros como herramientas inútiles superadas por la historia, atreviéndose a postularse a sí mismos como los creadores de la modernidad y del progreso, aunque tengan las manos sucias de la explotación y la mentira.

Sin embargo, la huella de la revolución bolchevique está ahí, y se encuentra en los territorios cotidianos conquistados por las mujeres y en las leyes que aseguraron los derechos de los trabajadores (en la reducción de las horas de trabajo diarias y en el derecho a vacaciones pagadas, en la asistencia sanitaria gratuita y en los permisos de maternidad, en el derecho a tener pensiones y en la jubilación a una edad antes impensable), como se encuentra en la derrota del monstruo nazi y en el proceso que dio inicio de la emancipación de las colonias que los países capitalistas oprimieron, y en los espacios de libertad contemporánea que se salvaron por el esfuerzo soviético de ser enterrados en la cal viva del nazismo.

Cien años después, el impulso de la revolución bolchevique no ha desaparecido, aunque los partidos comunistas vivan años de debilidad, que no les afecta sólo a ellos, sino a toda la izquierda. Ese agotamiento debe terminar con el abandono de cualquier esperanza de reforma capitalista y con la adopción de un programa radical que luche por el socialismo en todos los continentes, porque el capitalismo ahoga a millones de trabajadores, ensucia el mundo, aplasta a la humanidad, vende nuestro futuro, pero alberga también en su seno a quienes tienen el fermento de la revuelta, con la seguridad de que el comunismo y la revolución bolchevique son la juventud del mundo de la que nos habló Alberti, y la fraternidad que le dio a Neruda el verso tierno del comunismo chileno: un siglo después del octubre rojo, son los trabajadores que se manifestaron en la gigantesca huelga general de la India en 2016, son las manos que acarician a los niños en medio de las catástrofes con las que nos hace convivir el capitalismo, y las que se aferran a las alambradas de los campos de refugiados.

domingo, 9 de julio de 2017

_- Aproximaciones a El siglo soviético, de Moshe Lewin Samir Amin y Octubre de 1917

_- Salvador López Arnal

Ante a los intentos del general Kornilov de aplastar la revolución en agosto las mujeres se sumaron a la defensa de Petrogrado construyendo barricadas y organizando la asistencia médica. En octubre las mujeres del Partido Bolchevique participaron en la asistencia médica y en las comunicaciones fundamentales entre las localidades, varias mujeres se responsabilizaron de coordinar el levantamiento en diferentes zonas de Petrogrado y algunas fueron miembros de la Guardia Roja. McDermid y Hillyer describen la participación de otra mujer bolchevique en octubre: “La conductora de tranvía A.E. Rodionova había escondido 42 rifles y otras armas en su estación de tranvía cuando el gobierno provisional trató de desarmar a los trabajadores después de los días de julio. En octubre ella se encargó de asegurar que dos tranvías con ametralladoras dejaran la estación para la toma del Palacio de Invierno. Tenía que asegurarse de que el servicio de tranvía funcionara durante la noche del 25 al 26 de octubre para asistir a la toma de poder y para comprobar los puestos de la Guardia Roja en toda la ciudad”.

Megan Trudell (2017)

Samir Amin [1] no se corta ni un pelo y va directo al núcleo del asunto: “la Humanidad entera debe mucho a la Unión Soviética surgida de esta revolución, pues fue el Ejército Rojo, y solo él, el que derrotó a las hordas nazis”. No sólo eso: “El modelo de la Unión Soviética, el de un estado plurinacional basado en el apoyo aportad por los menos necesitados a los más necesitados, sigue a día de hoy sin haber sido igualado”. Más aún: “El apoyo de la URSS a las luchas de liberación nacional de los pueblos de Asia y de África obligó en su momento a las potencias imperialistas a retroceder y a aceptar una mundialización policéntrica, menos desequilibrada, más respetuosa con la soberanía de las naciones y con sus culturas”.

Algunas de sus reflexiones más importantes [1]:

1. El imperialismo como fase superior del capitalismo.
“Lenin y Bujari, yendo más lejos que los análisis del Hobson y Hilderfing relativos al capitalismo de los monopolios y al imperialismo, sacaron la principal conclusión política: la guerra imperialista de 1914-1918 (prevista solo por ellos, o casi) hacía necesaria y posible una revolución guiada por el proleriado. Bujarin lo dejó escrito en 11915 (El imperialismo y la acumulación del capital) y Lenin en 1916 (El imperialismo fase superior del capitalismo)” (p. 9)
La posición de Amin:

“Con el beneficio que me de la perspectiva temporal, señalaré aquí los límites de sus análisis. Lenin y Bujarin consideran el imperialismo como una etapa nueva (superior), asociada a la transición al capitalismo de los monopolios. Yo he cuestionado esa tesis y he considerado que el capitalismo histórico ha sido siempre imperialista, en el sentido de que desde su origen en el siglo XVI ha sido el generador de una polarización entre sus centros y sus periferias, polarización que se fue intensificando durante el transcurso de su despliegue mundializado ulterior... Lenin y Bujarin pensaban que la revolución, iniciada en Rusia (el “eslabón débil”) tenía que proseguir en los centros (en Alemania en particular). Su esperanza se fundamentaba en una estimación a la baja de los efectos de la polarización imperialista, aniquilando la perspectiva revolucionaria en los centros”.

2. La Guerra Fría y la coexistencia pacífica.
 “Después de las guerras de intervención “calientes”, la guerra fría será permanente desde 1920 a 1990. El Occidente imperialista, como los nazis, n siquiera tolera la existencia de la Unión Soviética. Por su parte, Lenin primero y después Stalin tratan por todos los medios de hacerles comprender que no tienen intención de “exportar” su revolución; buscan la coexistencia pacífica por todos los medios diplomáticos a su disposición.

Durante el período de entreguerras Stalin había buscado desesperadamente la alianza de las democracias occidentales contra el nazismo. Las potencias occidentales no respondieron a la invitación; todo lo contrario, buscaron empujar la Alemania hitleriana a hacer la guerra a la Unión Soviética… Más tarde, con la entrada en al guerra de Estados Unidos, Stalin renovará sus tentativas de fundar la posguerra sobre una alianza duradera con Washington y Londres. Nunca renunciará a ello. Pero también en esta ocasión la política de coexistencia y de paz buscada por la Unión Soviética estará condenada al fracaso por culta de la decisión unilateral de Washington y Londres de poner fin a la alianza de guerra tomando la iniciativa d ella guerra fría al día siguiente de Postdam, dado que Estados Unidos dispone del monopolio de las armas nucleares”.

3. LA NEP, la Nueva Política Económica.
“Pero Lenin aprende rápidamente la lección que le impone la historia. La revolución, hecha en nombre del socialismo (y del comunismo) es en realidad otra cosa: es gran parte una revolución campesina. ¿Qué hacer entonces? ¿Cómo vincular al campesinado a la construcción del socialismo? ¿Haciendo concesiones al mercado y respetando la nueva propiedad campesina adquirida; progresando, pues, lentamente hacia el socialismo? Esta será la estrategia que pondrá en marcha la Nueva Política Económica. Sí, pero… porque Lenin y Stalin comprenden también que las potencias imperialistas no aceptarán nunca ni la Revolución ni la neuva NEP. Pues la Rusia soviética, por lejos que esté del poder construir el socialismo, se ha liberado ya del yugo que el imperialismo pretende imponer a todas las periferias del sistema mundial que está bajo su dominio; la Rusia soviética se desconecta”.

4. La doctrina Zdanov.
“Al año siguiente <1948>, Zdanov (de hecho, Stalin), con su famoso informe, que está en el origen de la creación del Komintern (forma atenuada dell renacimiento de la tercera Internacional), dividía también él el mundo en dos esferas: la esfera socialista (la URSS y la Europa del Este) y la esfera capitalista (el resto del mundo). El informe ignoraba las contradicciones que, en el seno de la esfera capitalista, oponen a los centros imperialistas y a las naciones de las periferias implicadas en la lucha por su liberación. La doctrina Zdanov tenía un objetivo prioritario: imponer la coexistencia pacífica y de este modo calmar los ardores agresivos de Estados Unidos y de sus aliados subalternos europeos y japoneses. En contrapartida, la Unión Soviética aceptaría adoptar un perfil bajo, absteniéndose de ingerirse en los asuntos coloniales que las potencias imperialistas consideraban como sus asuntos internos. Los movimientos de liberación, incluida la revolución china, no fueron apoyados con entusiasmo en aquella época, y se impusieron por sí mismos. Pero su victoria (en particular, evidentemente, la de China) introducía cambios en las relaciones de fuerza internacionales. Moscú solo tomó la auténtica medida de estos cambios después de Bandung, lo que le permitió, mediante su apoyo a los países en conflicto con el imperialismo, romper su aislamiento y convertirse en un actor principal en los asuntos mundiales”.

5. La colectivización.
“Son comprensibles por tanto los zigzagueos de Lenin, Bujarin y Stalin frente al doble desafío de la cuestión agraria y la agresividad de las potencias occidentales… Finalmente, a partir de 1930/1933 (y no sin que ello tenga relación con el ascenso del fascismo), Stalin impone la opción de la industrialización y del armamento acelerados.

La colectivización es el precio a pagar. Pero tampoco en este caso hemos de precipitarnos a emitir un juicio: todos los socialistas de la época (y los capitalistas todavía más) comparten los análisis de Kautsky en este punto y están convencidos de que el porvenir pertenece a la gran explotación agrícola (aludo aquí a las tesis de Kautsky en La cuestión agraria, primera edición de 1899). La idea de que la explotación familiar modernizada es más eficaz que la gran explotación tendrá que esperar mucho tiempo antes de sr aceptada. Los agrónomos (en particular los de la escuela francesa) comprendieron antes que los economistas que la división extrema del trabajo del modelo industrial no era conveniente en el caso de la agricultura; el agricultor se enfrenta a las exigencias de unas tareas políticas difíciles de prever…”

6. Abandono de la democracia.
“La ruptura de la alianza obrera y campesina que implicó la opción de colectivización en las formas concretas que adoptó está en el origen del abandono de la democracia y de la deriva autocrática”

7. China y Mao.
“La diferencia es importante; impone una perspectiva larga de mantenimiento de la alianza obrera y campesina. Esto permitirá a China no cometer el error fatal de la colectivización forzosa, e inventar otra vía que hará conciliable la propiedad del Estado sobre la totalidad del suelo agrícola con el acceso legal de los campesinos al uso de la tierra y con la explotación familiar renovada. Mao da una respuesta nueva a la cuestión agraria, basada en la pequeña explotación familiar renovada sin pequeña propiedad, reduciendo la presión migratoria hacia las ciudades, y haciendo compatible el objetivo estratégico de la soberanía alimentaria con la construcción de un sistema industrial nacional completo y moderno… La fórmula es ciertamente la única respuesta posible a la cuestión agraria para todos los países del Sur contemporáneo, aunque las condiciones políticas que hacían posible su puesta en práctica solo se dieron en China y en Vietnam”.

Podemos dejarlo en este punto. Continuamos en la próxima entrega.

(1) Tomo pie en Samir Amin, Octubre 1917, Vilassar de D’Alt, El Viejo Topo, 2017 (traducción de Josep Sarret) y en Samir Amin, Rusia en la larga duración, Vilassar de D’Alt, El Viejo Topo, 2017.