El filósofo coreano, que en su último ensayo afirma que la conversión de la producción y el rendimiento en valores absolutos está desritualizando cada vez más a la sociedad, cree que la violencia que el ser humano ejerce contra la naturaleza se está volviendo contra él con más fuerza
CÉSAR RENDUELES
17 MAY 2020
Byung Chul Han
El filósofo alemán vivo más leído en todo el mundo es coreano. Byung-Chul Han (Seúl, 1959), profesor en la Universidad de las Artes de Berlín, se dio a conocer en todo el mundo hace 10 años con La sociedad del cansancio. Desde entonces ha publicado más de una decena de ensayos formalmente similares —muy breves y con una escritura clara y directa— en los que desarrolla una peculiar crítica comunitarista de distintos aspectos del capitalismo contemporáneo. Su último trabajo es La desaparición de los rituales (Herder, 2020). Esta entrevista se hizo por correo electrónico.
PREGUNTA. En su libro define los rituales como acciones simbólicas que generan una comunidad sin necesidad de comunicación. En cambio, según plantea, en las sociedades actuales abundaría más bien la comunicación sin comunidad. ¿Cómo imagina esa “comunidad-sin-comunicación” perdida? Los ejemplos que usted pone pertenecen al pasado o a pequeños pueblos campesinos e insiste en que el causante de esa destrucción comunitaria es el neoliberalismo. ¿Ha habido otras épocas del capitalismo más abiertas a los rituales? ¿Es incompatible la modernidad y la comunidad o la incompatibilidad se da exclusivamente entre capitalismo y comunidad?
RESPUESTA. La desaparición de los rituales señala sobre todo que, en la actualidad, la comunidad está desapareciendo. La hipercomunicación consecuencia de la digitalización, nos permite estar cada vez más interconectados, pero la interconexión no trae consigo más vinculación ni más cercanía. Las redes sociales también acaban con la dimensión social al poner el ego en el centro. A pesar de la hipercomunicación digital, en nuestra sociedad la soledad y el aislamiento aumentan. Hoy se nos invita continuamente a comunicar nuestras opiniones, necesidades, deseos o preferencias, incluso a que contemos nuestra vida. Cada uno se produce y se representa a sí mismo. Todo el mundo practica el culto, la adoración del yo. Por eso digo que los rituales producen una comunidad sin comunicación. En cambio, hoy prevalece la comunicación sin comunidad. Cada vez celebramos menos fiestas comunitarias. Cada uno se celebra solo a sí mismo. Deberíamos liberarnos de la idea de que el origen de todo placer es un deseo satisfecho. Solo la sociedad de consumo se orienta a la satisfacción de deseos. Las fiestas no tienen que ver con el deseo individual. En el juego colectivo uno no procura satisfacer su propio deseo. Antes bien, se entrega a la pasión por las reglas. No estoy diciendo que tengamos que volver al pasado. Al contrario. Sostengo que tenemos que inventar nuevas formas de acción y juego colectivo que se realicen más allá del ego, el deseo y el consumo, y creen comunidad. Mi libro va encaminado a la sociedad que viene. Hemos olvidado que la comunidad es fuente de felicidad. La libertad también la definimos desde un punto de vista individual. Freiheit, la palabra alemana para “libertad”, significa en origen “estar con amigos”. “Libertad” y “amigo” tienen una etimología común. La libertad es la manifestación de una relación plena. Por tanto, también deberíamos redefinir la libertad a partir de la comunidad.
P. Su descripción de nuestro mundo como crecientemente alejado de los rituales se opone a quienes ven el capitalismo como una sociedad hiperritualizada. Desde ese punto de vista, que usted critica, el consumo tendría una fuerte dimensión ritual e incluso religiosa: los supermercados o los estadios serían nuestros templos. ¿Por qué le parece incorrecto interpretar las prácticas capitalistas o burocráticas como formas secularizadas de rituales religiosos?
R. Rechazo la tesis de que el capitalismo es una religión. Los centros comerciales son todo lo contrario de un templo. En los centros comerciales, y en el capitalismo en general, domina una atención particular. Todo gira en torno al ego. Según Malebranche, la atención es la oración natural del alma. En los templos encontramos una forma totalmente diferente de atención. Se presta atención a cosas que no se pueden alcanzar con el ego. Los rituales me alejan de mi ego. El consumo refuerza la obsesión con él. No soy creyente, pero me gusta asistir a las celebraciones religiosas, católicas por supuesto. Cuando me dejo embriagar por los cánticos, la música del órgano y el aroma del incienso me olvido de mí mismo, de mi ego, y experimento una hermosa sensación de comunidad. En mi libro cito un apunte de Peter Handke: “Con ayuda de la misa, los curas aprenden a tratar bien las cosas: la manera delicada de sostener el cáliz y las hostias, la limpieza sosegada de los vasos, la manera como pasan las páginas del libro; y el resultado de ese hermoso modo de tratar las cosas: una alegría que da alas al corazón”. Hoy en día damos un uso muy diferente a las cosas. Las agotamos, las consumimos y las destruimos. En los rituales las tratamos de una manera totalmente distinta, con cuidado, como si fuesen amigas. Las cosas ritualizadas también pueden crear comunidad.
Los rituales poseen un factor de repetición, pero es una repetición animada y vivificadora. No tiene nada que ver con la repetición burocrática-automática. Hoy en día vamos constantemente a la caza de nuevos estímulos, emociones y experiencias, y olvidamos el arte de la repetición. Lo nuevo se trivializa rápidamente y se convierte en rutina. Es una mercancía que se consume y vuelve a inflamar el deseo de algo nuevo. Para escapar de la rutina, del vacío, consumimos aún más estímulos nuevos, nuevas emociones y experiencias. La sensación de vacío es precisamente la que activa la comunicación y el consumo. La “vida intensa” que actúa como reclamo del neoliberalismo no es sino consumo intenso. Existen formas de repetición que crean auténtica intensidad. Me encanta Bach. He tocado más de 10.000 veces las arias de las Variaciones Goldberg, y cada vez experimento una felicidad. Personalmente, no necesito nada nuevo. Me encantan las repeticiones, los rituales de la repetición.
P. Una tesis muy sugerente de su libro es que los rituales permiten que los valores de una comunidad se asimilen corporalmente. Me parece una idea cercana a aquello que decía Pascal: “Si no crees, arrodíllate, actúa como si creyeras y la creencia llegará por sí sola”. Usted plantea que, en cambio, vivimos en una sociedad de las pasiones marcada por el culto narcisista a la autenticidad, donde lo único que cuenta es la sinceridad de nuestras emociones.
R. Los rituales anclan la comunidad en el cuerpo. Sentimos físicamente la comunidad. Precisamente en la crisis del coronavirus, en la que todo se desarrolla por medios digitales, echamos mucho de menos la cercanía física. Todos estamos más o menos conectados digitalmente, pero falta la cercanía física, la comunidad palpable físicamente. El cuerpo que entrenamos solos en el gimnasio no tiene esa dimensión de comunidad. También en la sexualidad, en la que lo único que importa es el rendimiento, el cuerpo es, en cierto modo, algo solitario. En los rituales, el cuerpo es un escenario en el que se inscriben los secretos, las divinidades y los sueños. El neoliberalismo produce una cultura de la autenticidad que pone el ego en el centro. La cultura de la autenticidad va de la mano con la desconfianza hacia las formas de interacción ritualizadas. Solo las emociones espontáneas, es decir, los estados subjetivos, son auténticas. El comportamiento formalizado se rechaza como falto de autenticidad o como externo. Un ejemplo es la cortesía. En mi libro hago un alegato en contra de la cultura de la autenticidad, que conduce al embrutecimiento de la sociedad, y a favor de las formas bellas.
P. ¿Cree que los partidarios de la nueva derecha radical podrían sentirse identificados con su reivindicación de los rituales y la comunidad? ¿Qué diferencia su propio comunitarismo del de la ultraderecha emergente?
R. La comunidad no se define necesariamente por la exclusión del otro. También puede ser muy hospitalaria. La comunidad a la que se acoplan las derechas está vacía de contenido. Por eso encuentra su sentido en la negación del otro, del extranjero. Está dominada por el miedo y el resentimiento.
P. En el prefacio dice muy explícitamente que este no es un libro nostálgico, pero a menudo hace comparaciones con el pasado muy desfavorables para nuestro presente. En el capítulo dedicado a la guerra, por ejemplo, defiende los antiguos valores guerreros frente a la guerra automatizada moderna, que sería una matanza sin reglas. ¿No está idealizando la guerra antigua? Al fin y al cabo, a lo largo de la historia encontramos una amplia serie de genocidios. La matanza indiscriminada no es exactamente un invento capitalista.
R. Solo quería señalar que la cultura humana se está desritualizando cada vez más, que la conversión de la producción y el rendimiento en valores absolutos está acabando con los rituales. Por ejemplo, la pornografía aniquila los rituales de seducción. En las órdenes de caballería europeas el objetivo principal no era matar al adversario. El honor y el valor también eran importantes. En la guerra con drones, en cambio, lo fundamental es matar al enemigo, que es tratado como un criminal. Después de la misión, a los pilotos de los drones se les hace entrega solemne de una “tarjeta de puntuación” que certifica cuántas personas han matado. También cuando se trata de matar, lo que más cuenta es el rendimiento. En mi opinión, esto es perverso y obsceno. No pretendía decir que las guerras del pasado fuesen mejores que las actuales. Por el contrario, lo que quería señalar es que hoy en día todo se ha convertido en una cuestión de rendimiento y producción. No solo en la guerra, sino también en el amor y la sexualidad.
P. En su ensayo relaciona el auge del big data con un giro en nuestra concepción del conocimiento, que cada vez más entendemos como algo producido maquinalmente. Llega a hablar de un “giro dataísta” análogo al “giro antropológico” de la Ilustración. ¿Es el dataísmo la conclusión de un camino irreversible que ya estaba anticipado en los orígenes de la modernidad?
R. El dataísmo es una forma pornográfica de conocimiento que anula el pensamiento. No existe un pensamiento basado en los datos. Lo único que se basa en los datos es el cálculo. El pensamiento es erótico. Heidegger lo compara con el eros. El batir de alas del dios Eros lo acariciaba cada vez que daba un paso significativo en el pensamiento y se atrevía a aventurarse en un terreno inexplorado. La transparencia también es pornográfica. Peter Handke dice en una de sus anotaciones: “¿Quién dice que el mundo ya está descubierto?”. El mundo es más profundo de lo que pensamos.
P. La pandemia de la covid-19 está teniendo un impacto enorme no solo en términos sanitarios o económicos, sino también en nuestra subjetividad compartida. En apenas unos días, la noción de “biopolítica” se ha vuelto muy intuitiva. ¿En qué medida cree que la comunicación-sin-comunidad que usted diagnostica en nuestras sociedades está afectando a la manera en que estamos viviendo la epidemia?
R. La crisis del coronavirus ha acabado totalmente con los rituales. Ni siquiera está permitido darse la mano. La distancia social destruye cualquier proximidad física. La pandemia ha dado lugar a una sociedad de la cuarentena en la que se pierde toda experiencia comunitaria. Como estamos interconectados digitalmente, seguimos comunicándonos, pero sin ninguna experiencia comunitaria que nos haga felices. El virus aísla a las personas. Agrava la soledad y el aislamiento que, de todos modos, dominan nuestra sociedad. Los coreanos llaman corona blues a la depresión consecuencia de la pandemia. El virus consuma la desaparición de los rituales. No me cuesta imaginar que, después de la pandemia, los redescubramos.
P. ¿Cree que la pandemia constituye un hito histórico similar a la crisis de 2008, que se traducirá en transformaciones políticas de calado? ¿Qué tipo de cambios sociales cree que vamos a experimentar a raíz del coronavirus?
R. A consecuencia de la pandemia nos dirigimos a un régimen de vigilancia biopolítica. El virus ha dejado al descubierto un punto muy vulnerable del capitalismo. A lo mejor se impone la idea de que la biopolítica digital, que convierte al individuo y a su cuerpo en objeto de vigilancia, basta para hacer al capitalismo invulnerable al virus. Sin embargo, el régimen de vigilancia biopolítico significa el fin del liberalismo. En ese caso, el liberalismo no habrá sido más que un breve episodio. Pero yo no creo que la vigilancia biopolítica vaya a derrotar al virus. El patógeno será más fuerte. Según el paleontólogo Andrew Knoll, el ser humano es solamente la guinda de la evolución. El verdadero pastel se compone de bacterias y virus que amenazan con atravesar cualquier superficie frágil, e incluso reconquistarla, en cualquier momento. La pandemia es la consecuencia de la intervención brutal del ser humano en un delicado ecosistema. Los efectos del cambio climático serán más devastadores que la pandemia. La violencia que el ser humano ejerce contra la naturaleza se está volviendo contra él con más fuerza. En eso consiste la dialéctica del Antropoceno: en la llamada Era del Ser Humano, el ser humano está más amenazado que nunca.
Traducción de News Clips.
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jueves, 11 de junio de 2020
jueves, 17 de octubre de 2019
_- El acoso a Peter Handke
_- Rafael Poch de Feliu
Blog personal
El Nobel de literatura se interpone en el camino de los apologistas de la guerra humanitaria de la OTAN
Los premios Nobel de literatura -no hablemos ya de los de la Paz- siempre fueron asunto polémico y politizado. Hace unos años el galardón literario se le concedió a Patrick Modiano, autor de una sola novela que se repite, una y otra vez, en toda su extensa obra. En 2010 se le concedió a Mario Vargas Llosa, un gran escritor que, curiosamente se ha ido haciendo mediocre (y hasta plagiador, véase el artículo de Enrique Serbeto sobre La fiesta del chivo) conforme se hacía más reaccionario. En 2016, llegó la broma de considerar un gran literato a Bob Dylan… Políticamente es bastante corriente premiar a los escritores críticos con los gobiernos de países adversarios, lo que hace particularmente notable que autores no disidentes de esos países accedan al título, como fue el caso de Mo Yan en 2012. Considerando todo esto, es doblemente destacado que el Nobel de literatura haya recaído este año en el poeta y dramaturgo austríaco Peter Handke.
Peter Handke
No solo tiene Handke méritos más que sobrados para tal premio, sino que desde los años noventa figuraba en el índice de los apestados, circunstancia que había convencido a todo el mundo, y en primer lugar al propio autor, de que nunca sería premiado. El motivo es que Handke criticó, con toda la razón, el informe mediático occidental contra Serbia que preparó las guerras de Bosnia (1992-1995) y Kosovo (1999). Sin aquello nunca habríamos llegado a comprender que las bombas de Javier Solana explicadas por el infame Jamie Shea, eran necesarias y humanitarias, que la agresión de la OTAN violadora del derecho internacional iba destinada a prevenir el genocidio. Por eso, su publicación, en enero de 1999, del texto Gerechtigkeit für Serbien (“Justicia para Serbia”) lleno de buen sentido, fue el escándalo literario del año en el mundo germanoparlante. Algo parecido le sucedió a Régis Debray en Francia, con su “Carta de un viajero al Presidente de la República” (1999). Ovejas negras que desentonaban en el rebaño. Notas que desafinaban en la disciplinada y gregaria orquesta.
Parecido pero de diferente calidad. Porque los Nouveaux Chiens de garde que sufrió Debray en Francia eran los habituales payasos mediáticos de la derecha parisina, Alain Finkielkraut, André Glucksmann, Bernard-Henri Lévy y similares, mientras que los apologistas de la guerra en Alemania que denigraron a Handke eran gente de mayor categoría, Jürgen Habermas, habitualmente descrito como “el principal filósofo alemán vivo”, Hans Magnus Enzensberger o Peter Schneider. Habermas vio en el ataque de la OTAN a Serbia un “salto en el camino del derecho internacional clásico de los estados hacia el derecho cosmopolita de una sociedad civil mundial”. En ausencia de instituciones responsables de mantener el orden global, la OTAN debía actuar como “instrumento de un derecho superior”.
El texto de Handke se basaba en un viaje que el autor hizo con amigos en noviembre y diciembre de 1995 a través de Serbia. Su propósito era contar la verdad sobre Serbia y el conflicto. “Cuando los criminales de la OTAN bombardean el país, mi lugar está en Serbia”, decía en un contexto dominado por las acusaciones unilaterales y las tergiversaciones mediáticas más groseras. Handke volvió a Yugoslavia en 1999, cuando caían las bombas de la llamada guerra de Kosovo, y publicó sus notas “Unter Tränen fragend” (Preguntando entre lágrimas). Católico practicante, anunció que dejaba la “Iglesia actual” en protesta porque en su mensaje de Pascua, el papa no condenó “el arrollador asalto de la OTAN contra un país pequeño”. Mas tarde visitó a Slobodan Milošević en La Haya y escribió sobre él nuevos textos incorrectos.
Por su comprensión hacia Milosevic, Handke fue comparado con Ezra Pound por sus loas a Mussolini, y con Louis-Ferdinand Céline, ese enorme escritor que fue fan de Hitler, poniendo el signo de igualdad entre actitudes, situaciones y personajes tan diferentes. Como escribió hace unos años el historiador Kurt Gritsch en la revista Hintergrund, “apenas se intentó entender la motivación de Handke, al revés: se cuestionó su credibilidad e integridad”. Es una manera moderada de decirlo.
Lo que hubo fue un linchamiento, algo particularmente asqueroso cuando los pateadores de la víctima hablan alemán, lo que inevitablemente se asocia con perros de presa y un fondo de reflectores y alambre de espino. Se le tachó de “negacionista”, de “tonto útil”, etc., y todo para justificar una enormidad: la primera participación alemana en una guerra desde Hitler. Esa circunstancia no concurría en Francia.
A Habermas en 2001 le dieron el premio de la paz de los libreros alemanes. A Handke se le nominó en 2006 para el premio Heinrich Heine pero el consejo municipal de Düsseldorf protestó recordando la “actitud proserbia del autor” y el entonces presidente de la región de Renania del Norte-Westfalia, Jürgen Rüttgers, declaró indigno de tal premio “a quien ha relativizado el holocausto”.
Este tipo de acusaciones y reproches deshonestos se han mantenido hasta hoy y han resurgido con motivo de la concesión del Nobel de literatura. “Nadie ha convertido en tanta pequeñez las masacres, la guerra y el sufrimiento en los Balcanes tan expresivamente como Peter Handke, para las víctimas, la decisión de Estocolmo tiene un mensaje demoledor”, señalaba hace unos días el Frankfurter Allgemeine Zeitung. “Alemania estaba en guerra con Milosevic por muy buenas razones humanitarias, ¿no honramos ahora a los apologistas del dictador?”, se pregunta en el Tagespiegel el embajador y lobbysta del complejo militar-industrial alemán Wolfgang Ischinger.
Los mismos que en su día contaminaron el informe yugoslavo, sobre el que hoy disponemos de cuadros mucho más completos y realistas, continúan manipulando y tergiversando. Por una vez el Nobel de literatura se les ha atravesado en el camino.
(Publicado en Ctxt)
Fuente: https://rafaelpoch.com/2019/10/16/el-acoso-a-peter-handke/#more-347
El Nobel de literatura se interpone en el camino de los apologistas de la guerra humanitaria de la OTAN
Los premios Nobel de literatura -no hablemos ya de los de la Paz- siempre fueron asunto polémico y politizado. Hace unos años el galardón literario se le concedió a Patrick Modiano, autor de una sola novela que se repite, una y otra vez, en toda su extensa obra. En 2010 se le concedió a Mario Vargas Llosa, un gran escritor que, curiosamente se ha ido haciendo mediocre (y hasta plagiador, véase el artículo de Enrique Serbeto sobre La fiesta del chivo) conforme se hacía más reaccionario. En 2016, llegó la broma de considerar un gran literato a Bob Dylan… Políticamente es bastante corriente premiar a los escritores críticos con los gobiernos de países adversarios, lo que hace particularmente notable que autores no disidentes de esos países accedan al título, como fue el caso de Mo Yan en 2012. Considerando todo esto, es doblemente destacado que el Nobel de literatura haya recaído este año en el poeta y dramaturgo austríaco Peter Handke.
Peter Handke
No solo tiene Handke méritos más que sobrados para tal premio, sino que desde los años noventa figuraba en el índice de los apestados, circunstancia que había convencido a todo el mundo, y en primer lugar al propio autor, de que nunca sería premiado. El motivo es que Handke criticó, con toda la razón, el informe mediático occidental contra Serbia que preparó las guerras de Bosnia (1992-1995) y Kosovo (1999). Sin aquello nunca habríamos llegado a comprender que las bombas de Javier Solana explicadas por el infame Jamie Shea, eran necesarias y humanitarias, que la agresión de la OTAN violadora del derecho internacional iba destinada a prevenir el genocidio. Por eso, su publicación, en enero de 1999, del texto Gerechtigkeit für Serbien (“Justicia para Serbia”) lleno de buen sentido, fue el escándalo literario del año en el mundo germanoparlante. Algo parecido le sucedió a Régis Debray en Francia, con su “Carta de un viajero al Presidente de la República” (1999). Ovejas negras que desentonaban en el rebaño. Notas que desafinaban en la disciplinada y gregaria orquesta.
Parecido pero de diferente calidad. Porque los Nouveaux Chiens de garde que sufrió Debray en Francia eran los habituales payasos mediáticos de la derecha parisina, Alain Finkielkraut, André Glucksmann, Bernard-Henri Lévy y similares, mientras que los apologistas de la guerra en Alemania que denigraron a Handke eran gente de mayor categoría, Jürgen Habermas, habitualmente descrito como “el principal filósofo alemán vivo”, Hans Magnus Enzensberger o Peter Schneider. Habermas vio en el ataque de la OTAN a Serbia un “salto en el camino del derecho internacional clásico de los estados hacia el derecho cosmopolita de una sociedad civil mundial”. En ausencia de instituciones responsables de mantener el orden global, la OTAN debía actuar como “instrumento de un derecho superior”.
El texto de Handke se basaba en un viaje que el autor hizo con amigos en noviembre y diciembre de 1995 a través de Serbia. Su propósito era contar la verdad sobre Serbia y el conflicto. “Cuando los criminales de la OTAN bombardean el país, mi lugar está en Serbia”, decía en un contexto dominado por las acusaciones unilaterales y las tergiversaciones mediáticas más groseras. Handke volvió a Yugoslavia en 1999, cuando caían las bombas de la llamada guerra de Kosovo, y publicó sus notas “Unter Tränen fragend” (Preguntando entre lágrimas). Católico practicante, anunció que dejaba la “Iglesia actual” en protesta porque en su mensaje de Pascua, el papa no condenó “el arrollador asalto de la OTAN contra un país pequeño”. Mas tarde visitó a Slobodan Milošević en La Haya y escribió sobre él nuevos textos incorrectos.
Por su comprensión hacia Milosevic, Handke fue comparado con Ezra Pound por sus loas a Mussolini, y con Louis-Ferdinand Céline, ese enorme escritor que fue fan de Hitler, poniendo el signo de igualdad entre actitudes, situaciones y personajes tan diferentes. Como escribió hace unos años el historiador Kurt Gritsch en la revista Hintergrund, “apenas se intentó entender la motivación de Handke, al revés: se cuestionó su credibilidad e integridad”. Es una manera moderada de decirlo.
Lo que hubo fue un linchamiento, algo particularmente asqueroso cuando los pateadores de la víctima hablan alemán, lo que inevitablemente se asocia con perros de presa y un fondo de reflectores y alambre de espino. Se le tachó de “negacionista”, de “tonto útil”, etc., y todo para justificar una enormidad: la primera participación alemana en una guerra desde Hitler. Esa circunstancia no concurría en Francia.
A Habermas en 2001 le dieron el premio de la paz de los libreros alemanes. A Handke se le nominó en 2006 para el premio Heinrich Heine pero el consejo municipal de Düsseldorf protestó recordando la “actitud proserbia del autor” y el entonces presidente de la región de Renania del Norte-Westfalia, Jürgen Rüttgers, declaró indigno de tal premio “a quien ha relativizado el holocausto”.
Este tipo de acusaciones y reproches deshonestos se han mantenido hasta hoy y han resurgido con motivo de la concesión del Nobel de literatura. “Nadie ha convertido en tanta pequeñez las masacres, la guerra y el sufrimiento en los Balcanes tan expresivamente como Peter Handke, para las víctimas, la decisión de Estocolmo tiene un mensaje demoledor”, señalaba hace unos días el Frankfurter Allgemeine Zeitung. “Alemania estaba en guerra con Milosevic por muy buenas razones humanitarias, ¿no honramos ahora a los apologistas del dictador?”, se pregunta en el Tagespiegel el embajador y lobbysta del complejo militar-industrial alemán Wolfgang Ischinger.
Los mismos que en su día contaminaron el informe yugoslavo, sobre el que hoy disponemos de cuadros mucho más completos y realistas, continúan manipulando y tergiversando. Por una vez el Nobel de literatura se les ha atravesado en el camino.
(Publicado en Ctxt)
Fuente: https://rafaelpoch.com/2019/10/16/el-acoso-a-peter-handke/#more-347
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