John F. Kennedy, durante su visita a Bogotá en diciembre de 1961, en el evento en que se puso el primer ladrillo de lo que hoy es Ciudad Kennedy.
Santiago Vanegas Role,En una calle estrecha del sur de Bogotá hay una pequeña casita azul de una sola planta.
Sería una casa como cualquier otra si no fuera por una placa que se levanta a un costado de su fachada que la identifica como “la primera casa de las veintidosmil que se construirán por el gobierno de Colombia dentro del programa de la Alianza para el Progreso con la asistencia del presidente de los Estados Unidos de América John F. Kennedy”, de cuyo asesinato se cumplen este miércoles 60 años.
Fue el mismo Kennedy en una visita de 1961 quien puso la primera piedra de esa urbanización.
62 años después, la localidad de Kennedy aloja según los datos más recientes a 1.230.000 personas, un poco más que la población entera de un país pequeño como Guyana.
A poco más de 7.000 kilómetros de allí, en el punto en el que desemboca el río de la Plata, había otro barrio llamado Kennedy, en Punta del Este, Uruguay, uno de los balnearios más exclusivos de toda América Latina.
Se trataba hasta hace poco de un asentamiento pobre e informal ubicado al lado del lujoso club de Golf Cantegril.
Además del nombre, estos dos barrios en los extremos de Suramérica tienen en común que nacieron a inicios de los años 60 con el impulso de la Alianza para el Progreso, un ambicioso programa de influencia de Estados Unidos que echó a andar el entonces presidente Kennedy en América Latina en el contexto de la Guerra Fría.
En estos lugares, la figura de Kennedy sigue tan viva que algunos habitantes del barrio Kennedy de Punta del Este alegan que esas tierras habían sido un regalo del propio Kennedy.
Y en las salas de las algunas casas bogotanas, hay fotos del expresidente estadounidense.
No son los únicos casos por el estilo. En Río de Janeiro, Villa Kennedy es un barrio en el oeste de la ciudad en el que residen unas 140.000 personas. También fue un ambicioso proyecto de infraestructura construido con el impulso de Estados Unidos e inaugurado menos de dos meses después del asesinato de John F. Kennedy.
En su origen contó con 5.000 viviendas.
“En Brasil, renovación urbana era erradicar las favelas, un proceso que implica la construcción de complejos habitacionales de gran escala”, explica Leandro Benmergui, profesor de historia latinoamericana de Purchase College.
La Alianza para el Progreso también impulsó la construcción de la Unidad Kennedy, en la colonia Jardín Balbuena de Ciudad de México, la urbanización Ciudad Alianza en la ciudad venezolana de Guacara, el barrio Kennedy en Caracas, la Población Kennedy en Puerto Montt, al sur de Chile, entre otros proyectos inmobiliarios en América Latina.
Una familia de una favela en Río de Janeiro en 1963.
La Alianza para el Progreso
En su discurso inaugural como presidente, John F. Kennedy dijo: “A nuestras repúblicas hermanas al sur de nuestra frontera, ofrecemos un compromiso especial: convertir nuestras buenas palabras en buenas obras, en una nueva Alianza para el Progreso, para ayudar a los hombres libres y a los gobiernos libres a deshacerse de las cadenas de la pobreza”.
En los poco menos de tres años que estuvo en el poder, Kennedy le dio un vuelco a las relaciones de Estados Unidos con los países de América Latina.
“Kennedy llega con una idea de hacer una nueva política de la vecindad. Lo que hace es aproximarse a Latinoamérica como un compañero”, explica Leandro Benmergui.
Muy cerca de donde quedaba el barrio Kennedy de Punta del Este se firmó en 1961 la famosa Carta de Punta del Este, que selló esa alianza. Se trataba de un ambicioso programa para promover el desarrollo económico de los países latinoamericanos.
En el marco de la Alianza para el Progreso, se dieron varias visitas de Kennedy a países de América Latina, junto a su icónica esposa Jacqueline, quien hablaba español.
John F. Kennedy, Alberto Lleras Camargo y Jacqueline Kennedy en Bogotá, en 1961
Alberto Lleras Camargo, entonces presidente de Colombia, junto a John F. y Jacqueline Kennedy en su visita a Bogotá. Fue la segunda vez que un presidente estadounidense visitó el país.
La construcción de viviendas, sobre todo para familias pobres en las ciudades, hacía parte del proyecto.
Los nuevos barrios obreros eran la imagen viva del progreso como se lo imaginaba Estados Unidos: industrializado y urbano.
“Estados Unidos está promoviendo una idea de lo que tiene que ser el ciudadano urbano, que es propietario, que tiene iniciativa, que dedica una parte de su salario al ahorro para pagar su hipoteca, que va a vivir en un espacio higiénico y sanitario, y al otro día va a convertirse en un trabajador productivo”, plantea Benmergui.
“Todo lo contrario a lo que era la idea del pobre en la favela: criminal, borracho, promiscuo, miserable, que todavía no tiene la cultura urbana”, agrega.
La Alianza para el Progreso también le apuntaba a expandir la educación, establecer gobiernos democráticos e incluso hacer reformas agrarias.
Pero “sabemos que Estados Unidos no hace nada en América Latina por caridad”, dice Leandro Benmergui.
Estos programas, para el gobierno estadounidense, eran una forma de contener el comunismo.
En plena Guerra Fría, tanto Estados Unidos como las élites locales veían la influencia soviética en el continente como una amenaza latente, que se había concretado además con la revolución cubana entre 1953 y 1959.
A la conferencia del Consejo Interamericano Económico y Social de 1961, en la que se redactó la Carta de Punta del Este, astistió el propio Che Guevara. Kennedy no, pero sí una delegación suya.
Fue una ocasión como pocas que reflejó la tensión ideológica en la que se movía América Latina en medio de un mundo bipolar.
Che Guevara.
Ernesto “el Che” Guevara, entonces ministro de Industria de Cuba, durante la conferencia del Consejo Interamericano Económico y Social de 1961, en Punta del Este, Uruguay.
“Alentados por la esperanza que dimana de las revoluciones ocurridas en nuestras jóvenes naciones, muchos hombres bregan ahora por la libertad en tierras de vieja tradición. Ha llegado el momento de imprimir un nuevo sentido a esta vocación revolucionaria”, dice la carta de 1961.
¿Pero qué tenía que ver la construcción de nuevos barrios con atajar el comunismo?
A Estados Unidos le preocupaban los pobres urbanos en la medida en que se creía que “un habitante que no es responsable, consumidor, propietario y que sabe convivir puede ser una persona manipulable o inmadura políticamente. Y que eso podía dar lugar al populismo o al comunismo”, según Benmergui.
El profesor Benmergui cuenta que, cuando el gobernador del estado brasilero de Guanabara, Carlos Lacerda —que es quien termina construyendo Villa Kennedy—, habla con Kennedy para pedirle fondos para el proyecto le dice muy estratégicamente: “el peligro del comunismo está en las favelas”.
Ricardo López-Pedreros, profesor de Historia de la Western Washington University, explica que la Alianza para el Progreso fue un proyecto de desarrollo que "buscaba la expansión de unas clases medias”.
“Según la teoría de la modernización, que es la inspiración de este programa, la división de la sociedad en una masa empobrecida y una oligarquía creaba las condiciones para que surgiera el comunismo”, agrega. “Y una clase media podría mermar esa posibilidad y facilitar lo que se llamaba la armonía social”.
La construcción de barrios como Ciudad Kennedy en Bogotá venía de la mano con una expectativa de que allí floreciera una sociedad más democrática. “Toda la discusión política del momento estaba mediada por el discurso de que una sociedad de clase media es más democrática que una sociedad de dos clases”, dice López-Pedreros.
También, Benmergui ha encontrado que uno de los objetivos de Estados Unidos con la Alianza para el Progreso era “ayudar a los políticos brasileños que podían llegar a ser presidentes para sacarse de encima a João Goulart —el entonces presidente—, quien para Estados Unidos era un comunista”.
João Goulart y John F. Kennedy
Un progreso autoconstruido
En el surgimiento de estos barrios, Estados Unidos defiende mucho la idea de autoconstrucción.
“La idea no es solamente que el Estado subvencione y guíe, sino que eso promueva en las poblaciones pobres un estímulo para su propia transformación, algo muy propio del imaginario de modernización y desarrollista”, dice Leandro Benmergui.
Por eso mismo, la vivienda no es algo que el Estado va a regalar. La vivienda es algo que la gente va a esforzarse para conseguir y por construir con sus propias manos. El Estado va a crear condiciones para que la pueda comprar, como instituciones de crédito que ofrezcan hipotecas a plazos largos y a intereses bajos.
“Estados Unidos nunca va a dar el 100%, va a dar una parte y va a dar ayuda técnica, sobre todo a través de USAID y el BID”, señala Benmergui.
Entonces, la población que va a poder irse de las favelas a Villa Kennedy es solo aquella que tiene las condiciones para poder pagar la casa a crédito.
En el caso de Punta del Este, la semilla que sembró el Barrio Kennedy fue la donación por parte de Estados Unidos de apenas unos cables para constuir instalaciones eléctricas y una bomba de agua.
“En Latinoamérica no existe la idea de public housing (vivienda pública). Todos los barrios Kennedy son barrios de bajo costo, lo que se conoce como low income housing o low cost housing”, dice Benmergui.
Consecuencias contradictorias
Vista de la Bahía de Guanabanara en 1960
Los planes de Kennedy no se cumplieron como él lo hubiera querido.
En Río, por ejemplo, cuenta Benmergui que “en el año 1967, Estados Unidos mandó una misión para evaluar Villa Kennedy y la misión concluyó que era económicamente irracional la política de erradicación de favelas y construcción de complejos”.
El nuevo barrio se enfrentó a un sinnúmero de problemas que iban desde la falta de transporte público y de un sistema de recolección de residuos hasta la inseguridad.
“En la medida que el Estado prometió, ese mismo Estado después no pudo cumplir. Por cuestiones políticas, por negligencia, por cuestiones más estructurales, los estados se empobrecieron, hubo inflación, gobiernos autoritarios que no necesitaban responder a sus ciudadanos”, dice Benmergui.
Ricardo López-Pedreros dice, sin embargo, que “los estadounidenses no pierden la esperanza de que América Latina puede evitar el comunismo”.
Entonces, por lo que optan es por la apuesta de “pongamos a la gente a trabajar, les damos algunos materiales y que ellos lo hagan. Cambia el modelo porque ya no había tanta plata”, agrega López-Pedreros.
Los expertos coinciden en que, a pesar que los resultados del proyecto no son los que esperaban los planificadores, para las personas que participaron en los programas la Alianza para el Progreso lo que pasó en ese momento fue muy importante, tuvo un gran impacto en sus vidas.
Por ejemplo, gracias a esos programas de desarrollo, hubo mucha gente que tuvo acceso a sus casas, y hubo toda una generación que pudo ir a la universidad o crear pequeños negocios.
Un grupo de niñas juega baloncesto en Ciudad Kennedy, Bogotá, a mediados de los 60.
Incluso, cuenta López-Pedreros que en Bogotá entre quienes se beneficiaron por los programas de la Alianza para el Progreso surgieron movimientos de izquierda que se empezaron a radicalizar, una abierta contradicción con lo que pretendía Estados Unidos.
“La Alianza para el Progreso logró de manera no intencionada la politización parcial de la sociedad”, concluye López-Pedreros.
Además, las comunidades que llegaron a los nuevos barrios crearon una identidad de clase, que los diferenciaba tanto de los de arriba como de los de abajo.
A pesar de que a los ojos del resto de Río de Janeiro Villa Kennedy no sea muy diferente a las favelas, los vecinos sí reclaman una identidad diferente, una identidad propietaria, plantea Benmergui.
Por otro lado, “erradicar las favelas de la zona sur permite gentrificar la zona de la Laguna Rodrigo de Freitas, que hoy en día es una zona muy cara de la ciudad”, agrega. “Eso es la que la dictadura militar va a hacer luego con esteroides y autoritariamente”
Algo similar es lo que está pasando, 60 años después, en el barrio Kennedy de Punta del Este, en Uruguay.
Después de varios intentos y un álgido debate entre políticos y la comunidad que duró años, las autoridades uruguayas iniciaron en abril de 2022 el proceso para realojar definitivamente a las 350 familias que vivían en el barrio.
En total, el proyecto costará US$35 millones y estará listo en 2024. El realojo liberará una zona de unas 40 hectáreas altamente codiciada por agentes inmobiliarios, que las mismas autoridades locales han reconocido que se venderá por millones de dólares.