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martes, 3 de julio de 2018

Karl Marx (1818-1883). En el bicentenario de su nacimiento (XX) De nuevo sobre la dialéctica

Salvador López Arnal (editor)
Rebelión


La conferencia “La noción de ciencia en Marx y su trabajo científico” fue impartida en la Fundación Miró de Barcelona el 9 de noviembre de 1978. Fue corregida su transcripción por el propio Sacristán y publicada por vez primera en mientras tanto 1980; 2: 61-96 (posteriormente reimpresa en Sobre Marx y marxismo. Panfletos y materiales I, Icaria, Barcelona, 1983 pp.317-367). Se trata de uno de los ensayos filológicos y filosóficos marxianos más brillantes del autor de El orden y el tiempo. Aquí nos centramos en una parte del interesante coloquio que siguió a la conferencia (resumo las preguntas), en sus reflexiones sobre la noción de dialéctica y asuntos cercanos de metodología.

Se le pregunto ya de entrada sobre la supuesta metodología marxiana, “sobre la ausencia de una exposición sistemática de las características de ese método”, así como sobre la presencia creciente de la idea de globalidad en la obra de Marx y de ese supuesto método dialéctico en sus análisis económicos e históricos. Su respuesta

Era difícil responder. Se debería desmenuzar “un poco la cosa”. Por de pronto, él tenía la impresión de que lo mejor que había dicho Marx sobre cuestiones de método lo habçia publicado.

Quiero decir, me parece mucho mejor y más claro, por ejemplo, la página y media o las dos páginas del epílogo a la segunda edición del libro primero, a la que me he referido antes, que las casi cinco páginas largas en la Nueva MEGA del punto 3 de la “Introducción” inédita del 57. A mí me parece que cuando quiere profundizar más es cuando es más estéril en cuestiones de método.

En cambio, cuando brevemente y con espontaneidad contaba lo que había hecho le salíatextos bastante claros como fue el caso del epílogo deEl Capital. En cambio, sus desarrollos en borrador le parecían larguísimos forcejeos en los que iba obstaculizado por dos cosas: “una, por ser demasiado filósofo, por saberse muy bien a Hegel y por llevar en la cabeza el esquema este del método dialéctico, que es un equívoco en mi opinión, y luego, en el otro caso, por defecto”. Quería decir lo siguiente.

A mí me parece, argumentarlo sería muy largo y casi habría que argumentar a contrario, que la expresión “método dialéctico” es una expresión impropia, a menos que “método” se convierta en una palabra amplísima. Pero por método, ¿qué entendemos normalmente? Por método normalmente entendemos un conjunto de operaciones seriado, repetible, ordenadas y repetidas. Cuando decimos “método de los mínimos cuadrados” o, aunque no sea teórico, “método de las cámaras de plomo para la obtención de ácido sulfúrico”o estamos refiriéndonos a un sucesión de operaciones muy bien definidas que todo profesional en la materia puede repetir exactamente igual. O el método de multiplicar o de dividir o de sacar raíces cuadradas.

Cuando se hablaba del “método dialéctico” no se estaba hablando de eso. Por ejemplo

el método dialéctico se basaría en un uso de la negación. Bueno, pero absolutamente todo marxista de los que recogen este léxico hegeliano tal cual, a través de Marx, desde Gramsci hasta Althusser, todos ellos nos cuentan, empezando por Engels, que ahí negación quiere decir una cosa muy especial, no es una negación cualquiera. Es, como dice Althusser, surdeterminé, o como dice Gramsci, me parece que dice a veces cualificada o determinada, no lo sé... pero más o menos le ponen un calificativo a negación. ¿Qué negación es esa que no es simplemente el valor negativo? ¿Qué negar es ese que no es simplemente la verdad de una proposición que cuando es afirmada sea falsa o la falsedad de la proposición negada? ¿Qué negación es esa? Es una negación que no puedo yo utilizar como los demás. No es una negación truco aprendible, por así decirlo. Entonces método ahí no está usado en el sentido de conjunto ordenado de operaciones repetible por cualquiera. Está usado en otro sentido. Entonces no es método en el mismo sentido en que decimos método normal.

Este equívoco pesaba eternamente, enopinión de Sacristán, en Marx y, sobre todo, en los hegelianos. Estaban intentando poner a punto un método que no era propiamente un método sino una filosofía. Lo que querían era conseguir un conocimiento global, sistemático, en un sentido que tenía cierto parentesco con la teoría de sistemas contemporánea. Estaban llamando método a algo que era “un estilo mental que busca un determinado objetivo, con los métodos de cualquiera, con los trucos aprendibles por cualquiera”. Este equívoco era la causa -por exceso- de que no existiera un texto metodológico marxiano, sistemático y largo, que fuera “bueno, mientras que, en cambio, hay trocitos buenos cuando no pretende hacer un desarrollo largo”.

Había también una causa por defecto en su opinión: la falta de instrumentos, de métodos en sentido estricto, de técnicas, de trucos aprendibles.

Hay pocas cosas más angustiosas que ir pasando página tras página de cálculos torpes, equivocados, en los Grundrisse o en las Teorías, o en otros manuscritos de Marx, en los que se le ve intentando hacerse la mano para dominar con cálculos, con técnicas, con métodos, en sentido trivial, un problema. Hay una desproporción tal entre la amplitud, y ya que soy muy crítico en otras cosas déjame decir aquí palabras positivas, entre la genialidad de la visión y los instrumentos de que dispone, que aquí se produce me parece a mi una causa por defecto de su escasa clarificación metodológica.

No era una contestación muy global pero le parecía que había dicho algo que “creo poder decir con seguridad sobre tu cuestión”.

Sobre otra cosa creía poder opinar con cierta convicción, sobre si la razón de que no llegara a terminar nada fue el ir globalizando más cada vez. No estaba muy seguro. A élle parecía que cada vez Marx fue globalizando menos.

Quiero decir, que el camino intelectual de Marx es una reducción temática; que él, de joven, cuando intenta editar con el editor Leske, todavía piensa que puede escribir acerca del mundo entero y de algo más si cabe, mientras que poco a poco va reduciendo porque va descubriendo las dimensiones de los temas. Es decir, parece claro que hacia 1874, 1875, había renunciado definitivamente a escribir nada que no fuera intentar aclararse sobre su problema económico. A mí me parece que ha ido reduciendo la globalidad.

No en su ideal de conocimiento, que seguramente seguía siendo el mismo, pero sí en su trabajo real, en su práctica científica cotidiana. También creía que le había inhibido globalmente para todo, “igual para terminar los manuscritos económicos que para cualquier otra cosa”, una cierta percepción de que debíaa volver a empezar sobre la base de datos americanos y rusos.

Otro asistente destaca un error en los temas de las diferentes conferencias del ciclo. Sostiene que no se puede criticar a Marx como economista o como sociólogo porque lo que había hecho había sido “aplicar el método hegeliano invertido a la economía, a la sociología o a cualquier otra ciencia social”. Si acaso, se le podía criticar por la aplicación del método dialéctico a esos ámbitos. La pregunta formulada a Sacristán; qué opinaba de lo que había dicho. Citaba finalmente a Lukács como otro ejemplo de aplicación del método en Historia y consciencia de clase.

Sacristán empezó señalando que le acababa de dar su opinión.

Es un disparate lo que acabas de decir [...] La idea de alguien que tiene un método y lo aplica esto es la negación de cualquier actividad científica y Marx ha sido un gran científico. Un método no es un aparato con el que él lo aplica. A mí me parece que, en cambio, en tu primera fase, sí que hay una cosa vital para la comprensión de Marx, no para la comprensión de la filosofía de la ciencia o de la economía de Marx, para la comprensión global de Marx.

Efectivamente, Marx como científico era siempre redundante, nunca quedaba cogido en una ciencia. La motivación de su trabajo intelectual había sido manifiestamente una motivación filosófica y política, no una motivación científica. Una comprensión plena de Marx era necesariamente una comprensión global. Eso no quitaba que desde luego, una comprensión global que entendiera, que no fuera un disparate de pura palabrería, tenía por fuerza que entrar en cada detalle. No se podía aspirar es a comprender el todo sin conocer nunca ninguna de las partes.

Otro asistente preguntó si las dudas metodológicas de Marx se podían interpretar como un intento de buscar una nueva noción de ciencia por su parte, una ciencia que no fuera únicamente una ciencia descriptiva sino también una ciencia transformadora

En su opinión, no se podía interpretar así. Marx sabía perfectamente que la ciencia no era transformadora en cuanto a conocimiento, sino en cuanto a fuerza productiva.

Claro que Marx quiere transformar el mundo, pero como científico a quien pone la ciencia al servicio de algo le llama canalla, literalmente. No, esos son los marxistas de cierta clase. Los que hace esa confusión; Marx, no. Marx sabe que la ciencia como conocimiento transforma sólo al sujeto. Así, indirectamente, puede transformar al mundo. Marx sabe, además, que él no es sólo un científico. Él es la cabeza de un movimiento revolucionario. Esto es lo que no hay que confundir. Pero, como científico, sabe muy bien que 2 y 2 son 4 aunque eso sirva a la burguesía. Eso lo sabe perfectamente. Son sólo los malos ideólogos pseudomarxistas los que no lo saben.

De todos modos, añadía, lo que sí era un hecho, lo que sí estaba absolutamente justificado era aplicar constantemente la crítica a la ciencia existente. Quería decir: uno, ante la ciencia normal, no podía tener una actitud de pura pasividad, tenía que tener una actitud crítica. Ante cada producto de esa ciencia. Un producto científico no era nunca primariamente ciencia. Era primariamente un bien de uso y también un valor de cambio: “es un libro, es una publicación en una revista; es decir, lo que llamamos ciencia en sentido institucional y sociológico es un trozo de vida social que puede estar cargado de ideología, de política”. La ciencia en el otro sentido, la ciencia en el sentido en el que imperan sólo los valores lógicos era un contenido de ese producto cultural al que llamamos ciencia en sentido sociológico.

Se le preguntó de nuevo sobre el “método dialéctico” y la concepción de algunos economistas marxistas que ven la dialéctica como un procedimiento formalizable. Existían elementos para saber qué actitud tendrían hoy, Marx y Engels, ante la lógica formal.

No lo sabía. Marx fue un entusiasta de la matematización de la teoría económica. El juicio de Maurice Godelier “sobre que el pensamiento de Marx desemboca naturalmente, por lo menos el pensamiento de lo que Marx llamaba economía pura, en la matematización, no hay duda”.

La pregunta sobre la lógica era muy anacrónica verdad. Si se reformulaba históricamente, él opinaba que quizá Marx no hubiera sido capaz de darse cuenta de que las publicaciones de Boole eran una cosa importante.

Lo dudo porque ahí habría pesado, me parece, bastante, por el lado malo, Hegel. Ya he dicho antes que, en mi opinión, el peso fundamental de Hegel sobre Marx es positivo, es lo que le convierte en un científico, pero tiene sus resabios, como también he indicado. Y uno de ellos se refiere a dar como cosa obvia, trivial, sin ningún interés la lógica formal. Lo que repercute en escaso cultivo. Por ejemplo, hay cuestiones que Marx trata largamente como delicados problemas de pensamiento económico que son pura y simplemente cuestiones de lógica elemental. Toda la discusión, ahora no sé si los economistas se van a indignar y me van a atribuir la soberbia de filósofo, pero, en mi opinión, todos las largas discusiones críticas sobre que todos confunden, por lo menos Smith exotérico, el que no es esotérico, confunde capital variable con capital circulante, el constante con el fijo, etc. y eso páginas y páginas de texto en mi opinión innecesariamente profundo, yo creo que es una elementalísima cuestión de discusión de lo que los lógicos ya medievales llamaban fundamentum divisionis. Se podía liquidar en un párrafo que dijera: mis predecesores cambian el fundamento de su división cuando hablan de capital constante, porque unas veces usan como principio de la división algo referente a la circulación y otras veces usan algo referente a la organización. Por tanto, cambian de principio de división. Punto. Basta. Con sólo con que no hubiera despreciado tanto la lógica formal tradicional le bastaba un párrafo para esto y, sin embargo, son páginas.

Era verdad que siempre se era injusto cuando se criticaba a Marx el haber usado tantas páginas para una cosa simple. Había que tener en cuenta que en la mayoría de los casos lo que nosotros leemos eran borradores que Marx no había editado.

Lo más sensato y apreciable de las muchas contribuciones de Althusser es, en mi opinión, su manera de subrayar que una cosa es un texto editado por un autor y otra cosa es un borrador que se le ha quedado en el cajón, y que, en el mejor de los casos, según nos ha legado su hija, una de sus hijas -ahora no recuerdo cual, supongo que la mayor- eran papeles con los que Engels “ya haría algo”, que es una frase realmente no muy valoradora de los propios borradores verdad. Entonces es injusto criticar estos textos de Marx porque no son textos editados por un autor. Son unos papeles que él tenía y de los que al final, moribundo, dijo a su hija pues dile al General que haga algo con esto, que es todo lo que dice. Pero, en fin, salvada esta injusticia, yo creo que muchos largos desarrollos de Marx se podían reducir a pocas líneas con solo que hubiera admitido usar un truco aprendible en vez de la dialéctica de Hegel.

Un asistente le preguntó: ¡y por qué no lo hizo? Respuesta: “Por la convicción ideológica de tener con la visión de Hegel la clave de la comprensión del mundo. Lo cual es…!

El mismo asistente: Estábamos en la cuestión de antes. No se estaba queriendo hacer economía; lo que estaba queriendo hacer era aplicar su método. La respuesta: “Esto es, perdona que te diga, es una frase sin sentido. Porque aplicar método empieza por no tener sentido si no hay ni siquiera método”.

El mismo asistente: Sí, había método. Respuesta:

No hay una serie de operaciones ahí. Nadie puede saber cómo tiene que negar en la dialéctica hegeliana. Tú haz el siguiente ejercicio para darte cuenta de que el llamado “método dialéctico” no es un método. Tú coge y lee una página de Hegel y antes de pasar intenta adivinar lo que va a deducir en la página siguiente. Y antes contrata un psiquiatra, porque no vas a acertar nunca a menos que ya lo hayas leído, a menos que ya lo hayas leído no vas a acertar nunca. En cambio, si tú estás siguiendo una argumentación metódica de cualquier modesta ciencia, cuando pasas páginas sabes de qué más o menos por dónde va a ir.

El llamado método dialéctico no era un método, era algo mucho más importante que un método, era nada menos que una visión del mundo, no un método. Una visión del mundo no se aplicaba. “Una visión del mundo se realiza, se concreta. Para eso hay que trabajar, hay que trabajar de verdad. Es decir, no hay que decir el método se aplica. No, hay que trabajar”.

Mismo asistente: Era lo que hacía Marx, intentar aplicar el método. Por eso jamás Marx lo explicaba. Respuesta: “Pero hombre no te das cuenta que al decir eso incluso dices más de un absurdo, varios. Por ejemplo, anulas. Claro. Por ejemplo, dices el siguiente absurdo de anular la aportación de contenido de Marx. Es ridículo. Si economistas no marxistas y de calidad consideran que ahí no sólo hay un método sino contenido material importante de conocimiento, ¿cómo vas reducir sólo a método? No tiene sentido”.

Sigue el diálogo: La aportación venía como consecuencia de la aplicación del método. Qué diferencia a Marx de otros economistas le preguntaba a Sacristán. A ver qué les diferencia, le respondió. La respuesta: la aplicación del método (sentía volver al principio). La nueva respuesta de Sacristán: “Pero vamos a ver. Todo científico utiliza métodos, absolutamente todo científico”. El interlocutor: “¿Y cuál utiliza Marx?”

Sacristán, que entendió mal la última consideración, respondió:

Igual que utiliza Marx. En cambio, lo que le caracteriza no es los métodos, que esos son los mismo para todo el mundo. Lo que le caracteriza es la inserción de su trabajo en un punto de vista dialéctico que engloba mucho más campo y busca además una explicación añadida a la explicación de método. [Con] la utilización de métodos corrientemente en ciencia tú consigues: localizar los hechos de un campo de investigación y enlazarlos entre sí. Eso lo ha conseguido Ricardo, por ejemplo, y Marx coge esos hechos, más otros que él investiga, y los podría explicar como Ricardo. Hace la explicación que les da Ricardo, ahora estoy simplificando mucho, pero luego le añade otra explicación más, le añade una exposición más. Esa exposición más no es nada que uno pueda repetir mecánicamente como se puede repetir en principio un método. Eso es algo mucho más inspirado, mucho más artístico, mucho más filosófico, por así decirlo, es una visión del mundo social.

No era simplemente ciencia, era más que ciencia, con los riesgos de todo lo que es más que ciencia. !Como la religión es más que ciencia, todo eso es más que ciencia”. La ciencia era una cosa en realidad muy modesta, “sólo que es de una modestia muy peculiar que hace que los que estamos a favor de ella suframos mucho el disparate”.

Conviene seguir con esta categoría tan marxiana, tan hegeliana, tan filosófica.

jueves, 11 de julio de 2013

Una observación sobre el juego de Yanis Varoufakis y el concepto de racionalidad económica

Una observación sobre el juego de Yanis Varoufakis y el concepto de racionalidad económica

Salvador López Arnal Para Alberto Montero Soler, que lo hubiera dicho mejor y con más punta crítica Esta observación se refiere a una variante del dilema del prisionero que da sustento básico, como es sabido, a la teoría de juegos [1].

En el capitulo 2.VII –“Los dos gremlins: los mercados liberal y monetario”- de su libro sobre el minotauro global-capitalista, Yanis Varoufakis [YV] señala que los CEO, los directores ejecutivos de las empresas capitalistas, están cautivos de la paradoja de la profecía. La formula así: si todos predecimos buenos tiempos, llegarán buenos tiempos y nuestras optimistas predicciones se verán confirmadas. Por el contrario, si profetizamos malos tiempos, llegarán malos tiempos, validando de este modo nuestro pesimismo inicial. La profecía, “por tanto” escribe YV, se cumple a sí misma (o por sí misma). De ahí infiere YV: los magnates de las corporaciones no pueden basar sus decisiones ni en análisis científicos de los mercados ni en líneas de pensamiento racional.

El autor nos remite a un cuadro [2] donde se resume un sencillo juego que capta el dilema. El objetivo de esta nota es discutir el ejemplo y sus corolarios. El cuadro lleva por título “Cuando la razón cede ante la expectativa”. Fielmente reconstruido, este es mi propósito al menos, tan sólo con alguna variante nominal, diría así:

Nelson Nandela [NM], Angela Davis [AD] y Santiago Alba Rico [SAR], no son estos los nombres elegidos por YV, son invitados a jugar un sencillo juego. A pesar de tener diez mil tareas pendientes de mucho mayor interés, aceptan. La cortesía es la cortesía.

Están sentados en habitaciones diferentes, aislados unos de otros (pero no secuestrados como lo estuvo el presidente Evo Morales). A cada uno/una se le entrega 100 euros, una regla, un resultado y una opción.

La opción: quedarse los 100 euros o ponerlos en un fondo común (Dada la cosmovisión de nuestros participantes no haría falta continuar: los pondrían en un fondo común destinado a fines humanitarios críticos y transformadores. Sea como fuere, prosigamos cautamente con la narración).

La regla: deben contribuir con los 100 euros, en su totalidad, no valen cantidades intermedias, o con nada, es decir, pueden no contribuir (No valen términos medios: o todo o nada. Introducir esas posibilidades añadiría mayor realismo antropológico a la situación pero complicaría el experimento mental y los experimentos mentales, como quería el mismísimo Einstein, están para simplificar situaciones).

El resultado-premio: si se llega a 300 euros en el fondo, la suma se multiplica por 10 (o por 1.000 si se quiere hacerla más tentadora) y la cantidad resultante, que no suma como escribe YV, se divide en partes iguales que se entregan a cada uno de los participantes. Por el contrario, si el fondo no contiene esa cantidad (contendrá por tanto 200, 100 o 0 euros), lo alcanzado se evaporará en el aire, como señalaron los jóvenes Marx y Engels, y cada participante saldrá del juego con el dinero con el que se ha quedado (con 0 euros si ha participado en el fondo, y esta opción no ha sido general, o con 100 euros si ha sido un listillo-idiota insolidario).

En nuestro caso, dada nuestra “elección antropológica”, no habría ninguna duda: NM, AD y SAR saldría cada uno con 1.000 euros o con 100 mil, dependiendo del multiplicador, e irían a entregarlos a causas imprescindibles. Como no todo el mundo, desgraciadamente, es como NM, AD y SAR podemos continuar.

YV señala que la mejor de las situaciones, es decir, la más razonable, es el caso apuntado anteriormente: todos ponen el dinero entregado en el fondo común. Pero la pregunta, tal como él la formula, es la siguiente: ¿contribuirán realmente todos al fondo?

Pensemos no en NM, en AD o en SAR sino en Obama, Mas, Rajoy o Frau Merkel, o, si se quiere, en un individuo indeterminado “representativo”, esta “pieza antropológica” que suele ser el modelo antropológico de las teorías usuales sobre la racionalidad económica: un maximizador de beneficios personales de talante neoliberal y encefalograma poliético plano. Un individuo así podría razonar así: “si creo, es decir, si confío en que los otros dos aportarán cada uno los 100 euros, entonces tiene todo el sentido del mundo (YV dixit), es decir, sería razonable, que yo también contribuyera. Pero si creo que uno de ellos no lo va a hacer (YV formula este paso con impreción: “si uno de ellos no lo hace”) entonces no debería entregar mis 100 euros. ¿Por qué? “Porque 100 euros son más que nada”. ¡Y a correr que es viernes!

Para YV, para que nuestro primer individuo indeterminado decida aportar sus 100 euros tiene que pensar lo siguiente:

1. Que el segundo piense que él y el tercero contribuirán al fondo.
2. Que el tercero pronosticará (mejor: pensará) que el segundo y él mismo contribuirán al fondo.
Si son todos optimistas, si el optimismo prevalece, bingo; si triunfa el pesimismo, desastre y pérdidas o ganancias mínimas (Esto último exige una precisión marginal: si triunfa el pesimismo parcial, uno o dos saldrían con 100 euros y el otro o los otros sin nada. Si triunfa el pesimismo general, todos saldrían con 100 euros).

La mejor estrategia estaría en función, en opinión de YV, de la estimación de cada uno sobre el optimismo de sus otros dos compañeros de juego. Lo formula así: optimismo. ¿Esa es la palabra?

YV no señala en parte alguna que los tres participantes sean desconocidos entre sí o que no sepan nada unos de otros. Añadamos esa premisa. Una vez añadida: ¿se infiere de la situación lo que YV parece inferir?

Este juego, en opinión del autor del minotauro global, ofrece un ejemplo de lo que los filósofos denominan –él lo es de hecho- como regresión infinita. No está claro en mi opinión que la casilla clasificatoria sea precisamente esta. No acabo de ver que estemos ante algún regressus al infinitum y más allá. Sea como fuere añade, en su opinión, “una situación donde es imposible resolver qué hacer de manera racional”. Incluso, añade YV, si los tres participantes fuesen hiperracionales (¿y eso qué puede significar?, ¿absoluta ausencia de sentimientos, de valores éticos?) y respetaran la inteligencia de los otros participantes al máximo (respetar aquí tal vez sea equivalente a confiar), no sabrían que hacer. Nuestra racionalidad, digámoslo así, se ha topado con un muro. YV, en tono de tragedia existencial filosófico-literaria, escribe: “Esta es la materia del verdadero drama humano representado en un escenario donde la paradoja de la profecía hace imposible toda predicción negativa”.

¿Concluye bien nuestro sabio economista-filósofo? Creo que no:

1. Si hay conocimiento entre participantes, las estrategias pueden ser fáciles. Si yo juego con Jordi Torrent y Alberto Montero Soler, no tengo ninguna duda racional: apuesto por el fondo común. Es más que razonable y altamente probable que ellos hagan lo mismo.
2. Si hay desconocimiento general, lo razonable es apostar por el fondo. ¿Por qué? Primero, pero no más sustantivo, por un argumento de sabor pascaliano: la ganancia apuesta-fondo es mucho mayor que la ganancia apuesta-mío-todo-es-mío. En segundo lugar, porque si no acertamos, si no cantamos bingo, si los demás han leído compulsivamente a Friedman y son seguidores de Mario Draghi, enseñamos a los otros o al otro a qué hubieran podido ganar más si hubieran confiado en los demás y hubieran obrado con una perspectiva más amplia, no cegada por el individualismo más ruin.
3. Por dignidad, si se quiere, que es un nudo que tiene que ver con la racionalidad globalmente considerada que no es precisamente la del minotauro global: no debemos apostar por opciones pesimistas (¡dejemos el pesimismo para tiempos mejores!), aun a riesgo de perder determinados premios, porque con ello abonamos senderos de perdición, pesimismo y embrutecimiento humanos que venden como normal y racional lo que no es sino disparate, anormalidad e irracionalidad global y complejamente considerada.
En definitiva: racional es también hacernos mejores y hacer mejores a los demás. ¿Por qué? Porque en el fondo, y en la superficie, todos ganamos con ello. No forzosamente (aunque también en ocasiones) en términos crematísticos. Pero es que el economicismo estrecho, estrechísimo, no es equivalente al materialismo (en el buen sentido del concepto, que lo tiene) ni siquiera es tampoco un humanismo almado… ni siquiera desalmado. Es un acto de barbarie que separa lo que no es separable: racionalidad y pulsión poliética.

Notas:
[1] En comunicación personal de 3 de julio de 2013, Alberto Montero Soler señalaba: “[…] el dilema del prisionero da sustento básico a la teoría de juegos y se articula en torno al comportamiento del homo economicus que es la piedra de toque de toda la economía neoclásica: un individuo racional, con información perfecta (el problema se presenta, como en el juego, cuando carece de información plena), maximizador y egoísta. En definitiva, un "prenda", que decían en mi barrio. Ese agente, que altivamente estos economistas denominan como "el agente representativo", es ajeno a cualquier consideración moral y solidaria y, además, es un ser atómico y anómico, que ve la sociedad como la suma simple de seres como él mismo y tiene incapacidad para entender la existencia de fines superiores a los propios… YV utiliza un razonamiento para explicar un comportamiento que él sabe perfectamente que no se explica empíricamente con ese entramado teórico tan aparentemente sofisticado. El comportamiento de los inversores financieros está sobradamente demostrado que no es racional sino que, por el contrario, es profundamente irracional y que, además, no es individualista sino que es gregario. Académicamente lo llamamos "comportamiento de rebaño" y se caracteriza, grosso modo, por la existencia de algunos actores a los que el "rebaño" considera líderes y que, al moverse, arrastran a todas las ovejas detrás, aún sabiendo ellas que lo que aislada e individualmente puede ser un comportamiento racional y correcto, cuando lo acomete toda la manada se convierte en algo profundamente irracional. Cuando determinados actores importantes deciden vender porque creen que el precio del activo va a bajar no ocurre que el resto de agentes no tiene en cuenta esa decisión sino que, precisamente, y de forma que es irracional venden provocando, efectivamente, la caída del precio. La profecía se cumple no porque aisladamente hayan llegado a la misma conclusión partiendo del recelo hacia el resto; sino porque gregariamente actúan sin atender a criterios de racionalidad.”
[2] Yanis Varoufakis, El minotauro global. Estados Unidos, Europa y el futuro de la economía mundial. Capitán Swing, Madrid, 2012 (traducción de Carlos Valdés y Celia Recarey), p. 76.
Salvador López Arnal Para Alberto Montero Soler, que lo hubiera dicho mejor y con más punta crítica