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domingo, 7 de abril de 2024

ÁNGEL VIÑAS. Una vida entregada a desmontar los mitos del franquismo.

El historiador Angel Viñas, el pasado viernes,  en la redacción de EL PAÍS.
El historiador Angel Viñas, el pasado viernes, en la redacción de EL PAÍS.
En ‘La forja de un historiador’, Ángel Viñas repasa, a los 83 años, sus grandes líneas de investigación. Diplomático español en la dictadura, fue de los primeros en bucear en los archivos extranjeros. 

“En un momento, el locutor informó de que los tanques subían por Atocha para aplastar una huelga. No era cierto. La falsedad me produjo tal impresión que no la he olvidado”, escribe Ángel Viñas en su último libro, La forja de un historiador (Crítica), donde, a sus 83 años, recoge sus grandes aportaciones a la historia contemporánea y cómo llegó hasta ellas. Era un niño aquel día que, mirando por la ventana,  descubrió las mentiras adultas, con público y objetivo, pero recuerda el impacto del hallazgo porque sobre él terminó construyendo una carrera profesional. "Quedaba inaugurada la etapa de querer comprobarlo todo por sí mismo, lo que en el futuro lo llevaría a bucear en los archivos alemanes, soviéticos, británicos, italianos, españoles... para desmontar el relato franquista sobre la Guerra Civil y la dictadura.

Su padre, tendero, quería que fuese inspector de Hacienda. “Entonces los impuestos se decidían por un método de ‘estimación objetiva’ que era de todo menos objetivo y que terminaba con mi madre llorando en la tienda, así que mi padre pensó que metiéndome ahí podría ablandar a mis futuros compañeros para que no fueran tan duros con los pequeños comerciantes”. Viñas obedeció, más o menos. Sacó la oposición de técnico comercial del Estado, pero una estancia en Alemania activó la conversión del economista a historiador. Tras trabajar en el FMI en Washington, a principios de 1971 llegó a Bonn como agregado comercial. Enrique Fuentes Quintana, director del Instituto de Estudios Fiscales, le propuso que aprovechara para investigar las relaciones económicas entre Alemania y España durante la Guerra Civil. “Cuando empecé a ver los archivos pensé: ‘¡Esto es lo mío!’. Me fascinó. En ese momento, ante los alemanes, yo era un diplomático de Franco, así que me dieron acceso total. Además, entonces seguía viva gente del servicio de seguridad, militares, de las SS… Algunos me decían que no recordaban nada, pero otros sí”.

Franco y Hitler en Hendaya, en 1940.
 
Franco y Hitler en Hendaya, en 1940.

Primera línea de investigación: la ayuda de Hitler a Franco

“En el Berlin Document Center encontré el expediente personal de un miembro del partido nazi, Johannes E. F. Bernhardt, que, con otro camarada, llevó a Hitler la petición de ayuda de Franco en julio de 1936. Le escribí a Argentina, donde vivía entonces, me dijo que iba a venir a Alemania y nos encontramos en julio de 1972. Entonces yo era bastante pipiolo como investigador, y él exageró un poco su papel. Pero para mí quedó claro que las tesis expuestas hasta ese momento sobre un acuerdo previo entre el Tercer Reich y los conspiradores contra la República pertenecían al reino de las leyendas. A Hitler no le interesaba España. Lo que ocurrió es que tras la ocupación de Renania, en marzo de 1936, estaba en un periodo de euforia, de acumulación de poder, y viendo papeles y más papeles, llegué a la conclusión de que en ese momento buscaba reforzar su posición frente a Francia. Ahí es cuando aparece la petición de Franco. Hitler ve la oportunidad, ayudando a Franco, de tener su apoyo en una eventual confrontación con Francia, que ya quería entonces. Con los años, fui haciendo más sofisticado ese planteamiento, con la aproximación de Mussolini a Hitler, cómo se organiza la ayuda, quiénes participan…”

El hispanista Paul Preston, autor, entre otras obras de referencia, de la biografía de Franco y el libro El holocausto español, cuenta que descubrió al historiador español gracias a esa primera investigación: “Mi maestro, el gran Herbert Southworth, me escribió para anunciar la publicación de un libro innovador, La Alemania nazi y el 18 de julio (1974) de un profesor de económicas, Ángel Viñas. Al leerlo, coincidí totalmente: se trataba de un libro que cambiaba radicalmente la comprensión de la dimensión internacional de la Guerra Civil española y publiqué una reseña elogiosa del libro en la revista literaria del Times”.

¿Quién quiso la Guerra Civil?

“Era”, prosigue Viñas, “la pregunta del millón porque la conspiración del 18 de julio no fue como nos la habían contado. El golpe de Estado de 1936 se dio con falsos pretextos de sovietización o golpe comunista en España y con la ayuda fascista, pero de Mussolini, no de Hitler.

 El Duce necesitaba a los monárquicos españoles que desde el primer momento conspiraron contra la República, y estos, a su vez, el apoyo del dictador. Evidentemente, la parte activa fueron los primeros, ya que Mussolini no puso a España en su punto de mira hasta que consiguió su principal objetivo: la conquista de Abisinia. En cuanto lo logró, prestó atención a las demandas monárquicas. No tardó más de dos semanas en instrumentarlas tras los contratos del 1 de julio de 1936 [para suministrar aviones y armas a los insurgentes españoles]. Por eso no se puede escribir la historia de la Guerra Civil sin documentación de archivos extranjeros”.

El oro de Moscú y los papeles de Negrín

“Este tema me acompañó por lo menos 30 años”, recuerda Viñas, quien celebra haber “desmontado la mitología franquista y contribuido a la rehabilitación de Juan Negrín”, al que el PSOE de Indalecio Prieto expulsó en 1946 acusándolo de ser un títere de la URSS y haber enviado el oro de la República a Moscú y al que el partido devolvió, simbólicamente, el carné en octubre de 2009, cinco décadas después de su muerte. “La dictadura se pasó su vida denunciando el ‘robo’ del oro”, recuerda Viñas, “pero en los archivos departamentales del Banco de España encontré un yacimiento de diamantes. Desde el primer momento de la sublevación, el gobierno republicano había empezado a vender oro al Banco de Francia. Pero no me dejaban ver el expediente Negrín. En una cena con el gobernador del Banco de España se lo afeé. Después de echarme una bronca, por fin, lo sacaron de una caja fuerte y me dejaron examinarlo. Y ahí se ve que el oro se vende. Posteriormente, pagándome los viajes y la investigación de mi bolsillo, consulté los archivos soviéticos. Tuve suerte porque en Nueva York había conocido al ministro de Exteriores ruso, Lavrov, y me dio la autorización para verlos. Después, con los papeles de Negrín en la mano, demostré que la idea fue suya, que convenció a Largo Caballero y con este al resto del gobierno; que, además, había tratado de vender oro en Londres... También, que era preciso romper el cerco que a la República había impuesto, con malas artes, pero contundente eficacia, la banca internacional. La derrota de la República hubiera sido mucho más rápida de no haber tomado decisiones dramáticas, pero indispensables para no rendir las armas”.
El archivo de Juan Negrín guarda también fotografías personales, como esta realizada en su casa de Londres en 1945.
El archivo de Juan Negrín guarda también fotografías personales, como esta realizada en su casa de Londres en 1945.
El archivo de Juan Negrín guarda también fotografías personales, como esta realizada en su casa de Londres en 1945. ARCHIVO J.N.L

A principios de los noventa, le ofrecieron ir a Nueva York, a Naciones Unidas, o a Buenos Aires, y el Viñas diplomático eligió la primera ciudad para satisfacer al Viñas historiador porque allí vivía el hijo de Juan Negrín y confiaba en convencerlo para que le dejara ver sus papeles. Una vez instalado, comprobó que tras el fallecimiento de su esposa, este se había mudado a Niza. Aún así, fue a verle e insistió, sin éxito. Cuando Juan Negrín hijo murió, los documentos pasaron a manos de Carmen Negrín, en París. La nieta del último jefe de Gobierno de la II República permitió a este periódico acceder al archivo secreto en 2008 y por supuesto también a Viñas antes de digitalizar todos los documentos y depositarlos en la Fundación Juan Negrín de Canarias y en el Centro Documental de la Memoria Histórica de Salamanca. “En raras ocasiones he sentido tanta emoción al buscar documentos”, recuerda. Entre ellos, encontró “la copia de un acuerdo, firmada por el secretario del Consejo de Ministros de la República el 6 de octubre de 1936, en el que se autorizaba al presidente, Francisco Largo Caballero, y al ministro de Hacienda, Juan Negrín, a que tomasen todas las medidas que consideraran oportunas para poner a salvo el resto de la reserva metálica del Banco de España. Tuve en mis manos la prueba clara y terminante de que Negrín no había obrado a su antojo al decidir trasladar el oro desde Cartagena a Moscú. Esta era una afirmación que la dictadura había aireado como prueba de la vesania del gran contrincante de Franco durante la Guerra Civil”.

Más. La última palabra de Juan Negrín

La cláusula secreta del pacto con EE.UU.

.“En un expediente muy delgadito, dentro de un voluminoso legajo lleno de operaciones comerciales que no parecían interesantes”, Viñas encontró una cláusula secreta del “convenio defensivo entre los Gobiernos de España y de los Estados Unidos”. Decía: “En caso de evidente agresión comunista que amenace la seguridad de Occidente, podrían las fuerzas estadounidenses hacer uso de las zonas e instalaciones situadas en territorio español como bases de acción contra objetivos militares, en la forma que fuera necesario para la defensa de Occidente...”. Viñas pidió una valoración de esa cláusula a Juan José Rovira y Sánchez-Herrero, diplomático clave en la ejecución de los acuerdos con EEUU, quien le dijo: “Creo que es totalmente inadmisible y que viola de lleno la soberanía española”. Para Viñas, “la historia de España hubiera cambiado de no haber habido esos pactos con Estados Unidos, el país que más ha influido en la España de la dictadura y que más contribuyó a la estabilidad y la normalización exterior de la política española”.

Los sobornos británicos

“En 2013,” cuenta Viñas, “los británicos desclasificaron unos documentos que eran oro puro. Fui corriendo a Londres. Se conocía, en líneas generales, por la tesis de Dennis Smyth, que habían pagado sobornos a generales españoles para evitar la entrada de Franco en la segunda Guerra Mundial, pero la operación, que se hizo con la ayuda de Juan March [banquero mallorquín], iba mucho más allá. Entre los receptores figuraron ‘héroes de la Cruzada’ como Aranda, Galarza, Kindelán u Orgaz, que también jugaba con los nazis, y el propio hermano de Franco, Nicolás. Los objetivos de esos millones de libras en dinero negro fueron cambiando con el paso del tiempo, pero respondían a la lógica de la política británica hacia nuestro país entre 1931 y 1975, esto es, una aplicación fría de los principios que orientan sus relaciones con otras naciones y por la cual el Reino Unido no tiene ni enemigos ni amigos permanentes, solo intereses permanentes”. En su reseña del libro sobre este asunto, Operación Sobornos (2016), el historiador Santos Juliá, fallecido en 2019, destaca: “Los documentos ahora desvelados por Viñas confirman que se trató de una de las más brillantes operaciones encubiertas que llevó a cabo Reino Unido y la principal operación oculta de índole estratégica que los británicos montaron en España”.

Preston está a punto de cumplir “medio siglo de amistad con Viñas”. Con motivo de la efeméride y de la publicación de La forja de un historiador destaca su “contribución a la historiografía y su estatus como figura de la primera importancia”: “El conjunto de sus obras tuvo un efecto monumental revindicando la reputación de Juan Negrín, cambiando para siempre la visión de los historiadores serios de los factores internacionales que decidieron el resultado del conflicto. Luego, sus obras sobre Franco y su corrupción han cambiado la visión del legado del Caudillo”. Además de una veintena de libros, Viñas ha impartido, recuerda el hispanista, “un montón de conferencias amenas y, como profesor nato, se ha dedicado de manera generosa a ayudar a los jóvenes profesionales”. Durante la entrevista con EL PAÍS, Viñas comenta que tiene previsto entregar los papeles atesorados durante toda su vida a los archivos públicos. A sus 83 años le brillan los ojos cuando habla de su siguiente libro: “He encontrado un documento increíble, fundamental, que cambia todo lo que sabe...” La historia, repite a menudo, “nunca es definitiva...”.

jueves, 24 de octubre de 2019

¿Qué leer de Santos Juliá? Cinco ensayos esenciales del historiador que indagó durante más de cuatro décadas el pasado reciente

Santos Juliá pasó 42 años haciendo historia política y social de la España contemporánea. Entre el ramillete de temas que le obsesionaron como historiador figuran: la violencia política (coordinó el libro Víctimas de la Guerra Civil, que documentó 120.000 muertos civiles durante el conflicto); el papel de los intelectuales; el eterno problema de España; y, sobre todo, Manuel Azaña (fue el editor de sus Obras Completas en siete volúmenes publicados por el Centro de Estudios Políticos y Constitucionales y Taurus en 2008). Aquí, un recorrido apresurado por cinco ensayos esenciales.

Historias de las dos Españas (Taurus, 2004).

Premiado con el Nacional de Historia, el ensayo ahondaba en uno de los temas que más ha apasionado al historiador: el papel de los intelectuales y el sempiterno debate alrededor de la idea —y el problema— de España. Es con el desastre del 98 cuando se agudiza esa conciencia problemática de España, que va dividiendo a los intelectuales: liberales ilustrados frente a católicos tradicionales, nuevos frente a viejos. "Los intelectuales representaron la historia como la escisión entre dos Españas, una escisión que finalmente se cerró con la generación de Sánchez Ferlosio, Alfonso Carlos Comín o Carlos Barral y otros muchos más, cuando se presentan como hijos de vencedores y vencidos, cerrando ese relato, eliminando la escisión entre vencedores y vencidos".

Vida y tiempo de Manuel Azaña

Vida y tiempo de Manuel Azaña 1880-1940 (Taurus, 2008). En 2008 el historiador volvió a uno de sus personajes esenciales. Fue la evidencia de que era un perfeccionista. En 1990 había publicado la biografía del presidente de la República que, de alguna manera, fue la catapulta hacia la reivindicación histórica de un hombre denostado y ninguneado durante la larga dictadura. Juliá creía que aquel texto resultaba desequilibrado: "Manca de la guerra y del destierro, coja de juventud e hinchada sobremanera de la República". También fue su despedida de Azaña: "No puedo decir que sea la obra definitiva. Azaña tiene muchas caras, pero, por lo que a mí respecta, es el último".

Camarada Javier Pradera

Camarada Pradera (Galaxia Gutenberg, 2012). Una obra trabajada con el rigor del historiador y el calor del amigo. “Javier, y muchos como él arriesgaron mucho", recordaba Juliá en la presentación del libro en noviembre de 2012, "Javier puso en juego su carrera a los 19 años, cuando decidió entrar en el PCE al mismo tiempo que preparaba las oposiciones para acceder al cuerpo jurídico del Ejército del Aire”. La gran pregunta que le empujó a poner en pie este libro sobre Javier Pradera, editor, columnista y fundador del diario EL PAÍS y de la revista Claves de Razón Práctica, fue averiguar por qué los hijos de los vencedores de la Guerra Civil se aferraron a la causa de los vencidos y la hicieron suya.

Nosotros los abajo firmantes

Nosotros, los abajo firmantes. Una historia de España a través de manifiestos y protestas (Galaxia Gutenberg, 2014). A partir de 446 escritos (manifiestos, cartas, artículos, declaraciones…) que representan una voz colectiva y que aspiran a influir sobre las acciones de Gobierno, Juliá reconstruye las convulsiones del pasado reciente español, desde el desastre político de 1898 al desastre económico de 2008. También analiza la evolución de la figura del intelectual —un concepto que él encuentra por vez primera en una carta de Unamuno de 1896, en la que pide clemencia para un anarquista— a lo largo de un siglo. "Del intelectual-profeta se pasa al observador comprometido con valores universales. Con la Red se multiplican los manifiestos. Puede provocar una banalización y ruido, pero es un elemento movilizador como nunca ha habido, como vimos con la defensa de la sanidad pública en Madrid. Aumenta la conciencia crítica, muy importante para la consolidación de la democracia del futuro. El intelectual ya no tiene púlpito pero sí un lugar en el escenario”, escribió Juliá. La obra recibió el Premio Internacional de Ensayo Caballero Bonald en 2015.

Transición

Santos Julia Transición (Galaxia Gutenberg, 2017). Desde 1937, cuando surge el término transición, de la mano de Manuel Azaña y otros intelectuales franceses, hasta la convulsión independentista del otoño de 2017 en Cataluña, Santos Juliá armó este libro que recibió el premio Francisco Umbral y el Premio del Gremio de Libreros de Madrid al mejor ensayo de 2018. En los últimos años, tras el cuestionamiento político de aquel periodo, Juliá se había erigido en una de las voces más críticas contra algunas falsas creencias atribuidas a la Transición, como la gestación del bipartidismo. “Es otro invento. Nadie tuvo mayoría. En el Congreso que sale de las primeras elecciones se encuentran gentes que venían de la Administración del Estado y del PCE. Fraga le veía la cara a Pasionaria. En aquel semicírculo se sentaba gente que se había matado. ¿Qué pueden hacer 350 personas que vienen unos de la oposición y otros del régimen, que son tradiciones excluyentes? Ponerse de acuerdo. Y la posibilidad de que gente que se ha estado matando se pueda volver a hablar, y que tiene una protohistoria anterior a la muerte de Franco, es insólita, no había ocurrido jamás en nuestra historia”, explicó el autor en un encuentro en 2014.

https://elpais.com/cultura/2019/10/23/television/1571842508_816166.html

martes, 19 de febrero de 2019

PALABRAS PARA TEJERSE.

Maruja Torres PALABRAS PARA TEJERSE.

Nos recordaba Santos Juliá en este periódico, hace un par de domingos, a Larra: por desgracia, hoy tan oportuno como en su época, cuando en su opúsculo magistral Dios nos asista, don Mariano (el bueno) José se refería a las fuerzas políticas alternativamente imperantes en la España de entonces: “Tejedores: tejer y destejer. Nadie vende su tela y nadie hace tela nueva” Andaba yo estos días con la indignación crecida y la confianza bajo mínimos, y leer a Juliá, que citaba también a Juan Valera, colocó delante de mi un espejo nada deformante de la realidad, tan exacto que ponía los pelos de punta. Venían estas jornadas mía de desánimo –compartidas por mis amigos de las redes sociales- de la caverna jurídica que ha alumbrado la condena a Garzón- digan lo que digan los equidistantes arrepentidos de de su radicalismo de antaño-; del reciente parto gubernamental de esa criatura innoble llamada reforma laboral, difícilmente no interpretable como un castigo a una clase social entera, la de los trabajadores; venían del renovado sadismo de las agencias de calificación, de la codicia de los mercados, del dolor que provoca la insoportable tragedia griega. Venían de las vejaciones aplicadas al cuerpo médico de la sanidad pública, de la mofa que suponen esos pacientes de pago operados en instalaciones pagadas por todos, de las escabechinas perpetradas en colegios públicos, del morro de las escuelas concertadas que se han pedido bacalao y pescado para Cuaresma. Venían de todo lo que ustedes saben y de más.

VENÍAN DE ESTE PASMO NUESTRO PARA REACCIONAR. Cuando miro a Grecia y la veo en la calle, puedo afirmar que no es eso lo que quiero para mi país. No quiero que la ira desemboque en vandalismo, pero puedo comprenderla porque el vandalismo y la violencia de guante blanco que Gobiernos y banqueros ejercen sobre los ciudadanos resultan tan insultantes, tan devastadores, tan desproporcionados y sin respuesta por parte de ninguna entidad civilizada que lo único que le quede a la gente es salir a la calle y protestar. Y la protesta, cuando sale de tan adentro, nunca puede medirse.

No así los pasos que se han ido dando para saturnizar las relaciones entre los poderosos y su mano de obra. No basta con que les salga barata; necesitan tenerla arrodillada. Lo repito siempre, que la lucha de clases sigue en pie, pero desde hace años –desde que cayó el Muro- en su versión repulsiva; la clase de más arriba contra todas las demás.

Pues habría seguido yo así, con el pecho de plomo, de no haber sido porque en una de las noches del fin de semana previo al artículo de Santos Juliá, durante un feliz insomnio, me encontré en Radio Barcelona con la última entrevista que Rosa Badía realizó, en su programa Tot és comedia, a la catedrática de Ética y Filosofía Política Adela Cortina. Les recomiendo que busquen el post, en www.cadenaser.com, escribiendo el nombre de la entrevistada. Vale la pena por el contenido, por supuesto, y vale la pena por el tono.

APARTE DE LA PLACIDEZ profesional que siempre me produce comprobar el buen pulso periodístico de Rosa y su deliberado alejamiento de los alaridos propios de esa época, encontrar la voz de esa catedrática –más o menos de mi generación: qué gran madurez, la suya – supuso una especie de relativización importante, de esas que tan poco le gustan al Papa. Es decir, pese a referirse a temas tan amplios como la perdida de valores generalizada, la desconfianza de los ciudadanos en su clase política y económica, y el individualismo feroz en que vivimos, pese a ello, digo, el foco de Cortina se centra en mejorar la sociedad. Y sus reflexiones, aunque realistas, conducen al pensamiento de que, por mucho que nos cueste y por difícil que resulte, podemos hacerlo. Podemos aspirar a cambiarnos y a cambiar la sociedad.

Después de todo, si hay empresas que le encargan –a ella y al instituto que preside- una “auditoría moral”, ¿por qué no puedo creer que podemos contribuir a la creación de un mundo más ético?

Civilización contra barbarie. No es nuevo. Palabra para tejerse y resistir para que no nos destejan.

www.marujatorres.com

lunes, 31 de octubre de 2016

Con violencia despiadada. Los clérigos de las religiones monoteístas han recurrido al terror y la desolación para mantener a raya a sus fieles o a los creyentes de otras confesiones. Es lo que hoy hacen los matarifes del Estado Islámico.

Como ya advirtió Max Weber, con aquella fuerza sintética que siempre caracterizó su escritura: “Toda organización de la salvación en una institución universalista de la gracia se sentirá responsable de las almas de todos los hombres, o al menos de todos los que le han sido confiados, y por ello se sentirá obligada a combatir, incluso con violencia despiadada, toda amenaza de desviación en la fe”. Nada sobra, nada falta: la organización de salvación en instituciones universalistas, esto es, la clerecía, si puede, recurrirá a la violencia despiadada: tal es la ley que atraviesa todas las historias de las religiones de salvación hasta que un poder civil, que no construye su legitimidad en la lectura de ningún libro sagrado, es capaz de reducir la religión al ámbito y al espacio que le son propios: la comunidad de creyentes y el templo.

Pero tanto la religión cristiana, como la musulmana y la judía han erigido sus templos —catedrales, mezquitas, sinagogas— en el centro del espacio público para que sus sacerdotes, imames y rabinos dominen desde esas imponentes construcciones la vida de los fieles, sus creencias y su moral, y para mantener a raya a los fieles de otras iglesias o los creyentes de otras religiones. No existe ninguna clerecía administradora de una religión de salvación que no haya pretendido que su voz, desde el púlpito, el minbar o el amud, se extendiera sobre todo el espacio circundante hasta llegar a someterlo a su mandato. Así es como los clérigos creen cumplir su misión como responsables de la salvación universal, aunque para lograrlo tengan que mezclar, según las ocasiones, la persuasión con el terror. Nada importa que, en sus orígenes, la religión de salvación haya germinado en comunidades de fraternidad y amor, como sin duda lo fue entre los primeros cristianos; cuando llegan los clérigos y se constituyen en poder, la fraternidad se transforma en odio y por amor se es capaz de llevar al matadero al hermano en la fe si sucumbe a la tentación de desviarse de la sagrada doctrina.

Por eso es vana, para alguien que no crea en una determinada religión, la pretensión de establecer cuál es su verdadero contenido o cuál el significado único de su libro sagrado: no hay ni puede haber un islamismo verdadero, de la misma manera que nunca hubo un cristianismo ni un judaísmo verdaderos, siempre idénticos a sí mismos durante todo el tiempo y en cualquier circunstancia. Más aún, los clérigos de las religiones asociadas a una concreta moral pública y de las que se derivan determinadas prácticas políticas, como ocurre con las tres monoteístas, suelen contemplar cómo surgen de sus mismas entrañas voces que se alzan contra la interpretación de la palabra divina sobre la que ellos construyen su poder; son los herejes, perseguidos y condenados a la hoguera por desviarse de la verdadera fe establecida por los dueños de los textos sagrados. Antes que a un infiel, que por definición no cree en la palabra revelada, a quien mata un creyente es al hereje, que le disputa el control de esa palabra.

Si disponen de poder para hacerlo o lo creen en peligro, derraman la sangre del infiel o del hereje
De ahí que pueda predicarse de todas las religiones monoteístas, contempladas a lo largo de siglos, aquello que Carl Schmitt decía de la católica, que era una complexio oppositorum: paz de Dios junto a guerra santa; o también: guerra santa y tregua de Dios. Lo mismo puede decirse de la judía y de la musulmana, las tres monoteístas, las tres basadas en un libro sagrado que contiene verdades reveladas, las tres —y este es el punto que aquí interesa— regidas por una clerecía, formada exclusivamente de hombres que por elección divina se encuentran investidos de autoridad para interpretar la palabra. Son ellos, los clérigos, quienes transmiten en cada momento y por medio de rituales que solo ellos pueden celebrar, y en los que solo ellos toman la palabra, el verdadero y único sentido de la fe revelada. En las tres religiones, los libros sagrados son mudos hasta que alguien, con el poder derivado de su consagración como clérigo, interpreta lo que allí quedó escrito.

Las tres con largos tramos de sus respectivas historias en los que no solo era posible sino voluntad misma de Dios, Alá o Jehová morir o matar en defensa de la fe, una voluntad que se transforma en violencia despiadada sobre las cosas y las personas cuando los clérigos sienten amenazado el poder de vida y muerte que detentan sobre la sociedad. En la larga y sangrienta historia de las religiones, no es posible encontrar ninguna dotada de ritos que celebrar, de libro sagrado en que creer y de clérigos a quienes obedecer, que no haya servido como instrumento de muerte y desolación cuando el dios de los creyentes alcanza la categoría de único dios en el mundo, cuando del libro sagrado se derivan leyes que rigen la conducta de los miembros de toda la sociedad y cuando los clérigos reclaman para sí y conquistan el poder de erigir sus templos sobre las ruinas de los antepasados, de destruir estatuas que el paso del tiempo ha convertido en símbolos perdurables de otros cultos y otras creencias, o de enviar a disidentes y heterodoxos a la muerte, después de conducirlos en procesión por las vías públicas: los herejes o las pobres brujas que la santa Inquisición llevaba a la hoguera tras someterlos a refinadas torturas; esos desventurados cristianos degollados hoy como corderos ante la mirada del mundo. Antes que derramar su sangre como mártires de la fe, los clérigos de las religiones de salvación, si pueden, si disponen de poder para hacerlo, o creen que ese poder corre peligro, derramarán la sangre del infiel o del hereje. Siempre lo han hecho, siempre lo van a hacer.

Los yihadistas ejecutan igual el sacrificio de vidas humanas y la destrucción de estatuas milenarias
Nosotros guardamos en la memoria alguna reciente experiencia de toda esta desgracia. En aquel estremecedor y admirable panfleto que será por siempre Los grandes cementerios bajo la luna, el católico Georges Bernanos, procedente de la derecha nacionalista francesa y testigo horrorizado en 1936 de las matanzas en Mallorca, en las que tomaba parte uno de sus hijos bajo el mando del impostor conde Rossi, dejó escrito que “el Terror habría agotado desde hace mucho tiempo su fuerza si la complicidad más o menos reconocida, o incluso consciente, de los sacerdotes y de los fieles no hubiera conseguido finalmente darle un carácter religioso”. Fue primero el terror implantado por militares y fascistas; luego llegaron los clérigos: la religión católica vino a sacralizar la práctica derivada de una política de muerte. No fue que los rebeldes, por creyentes, mataran; fue que los asesinos, para proseguir su acción hasta el exterminio, la revestían de aura sagrada y la tomaban como prenda de salvación: la alta clerecía había predicado una guerra santa, una cruzada contra infieles e invasores que, con la religión, destrozaban la patria; su destino no podía ser otro que la muerte.

La palabra yihad podrá significar, para los eruditos en la interpretación de textos sagrados, lo que quiera que sea: esfuerzo, ayuda, lucha de liberación. Da igual. Es una auténtica yihad vivida como guerra santa —si fueran cristianos: una cruzada— lo que hoy repiten, celebrando ese horrible ritual ideado para transmitirse a todos los confines del mundo por las redes globales, los matarifes del Estado Islámico bajo la atenta mirada de un clérigo, todo vestido de negro, que observa a corta distancia y con idéntica impasibilidad el sacrificio de vidas humanas y la destrucción de estatuas milenarias.

Santos Juliá es historiador.

http://elpais.com/elpais/2015/02/07/opinion/1423332423_139484.html