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lunes, 27 de octubre de 2014

Los Nobel a Modiano y Tirole, el triunfo de Piketty y el prestigio de una hornada de autores devuelve a la cultura francesa el esplendor perdido. Sus letras enamoran otra vez. ¡Vive la France!

"Repli sur soi". Hace años que los franceses se autodiagnostican una enfermedad a la que designan con esta expresión, omnipresente en los medios, que podría traducirse como "ensimismamiento", "autoaislamiento" o, literalmente, "repliegue sobre uno mismo". Refleja los achaques de una cultura que, hasta hace poco menos de un siglo, seguía siendo dominante en el planeta. Hoy, en cambio, se vería afectada por su narcisismo y autosatisfacción, aminorada por un agravado déficit de influencia, condenada por la profunda crisis institucional que vive la quinta potencia mundial.

Los ideólogos de este declive cultural se multiplican desde hace década y media. Dicen que la literatura francesa dejó de contar allá por el nouveau roman. Que las traducciones del francés no suponen ni un 1% del mercado anglosajón, mientras que cuatro de cada 10 libros publicados en Francia tienen origen extranjero... seguir leyendo aquí en El País.
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martes, 23 de septiembre de 2014

La democracia del siglo XXI. Con reglas de juego correctas podríamos restaurar un crecimiento rápido y compartido

La recepción en Estados Unidos, y en otras economías avanzadas, del reciente libro de Thomas Piketty (El Capital en el Siglo XXI) da testimonio de la cada vez mayor preocupación sobre la creciente desigualdad. El libro de Piketty refuerza aún más la colección ya abrumadora de pruebas sobre la vertiginosa subida de la proporción de ingresos y riqueza en la parte más alta de la distribución del ingreso y la riqueza.

El libro de Piketty, además, ofrece una perspectiva diferente sobre los 30 o más años posteriores a la Gran Depresión y a la Segunda Guerra Mundial: ve a este período como una anomalía histórica, tal vez causada por la inusual cohesión social que los eventos catastróficos pueden estimular. En dicha época de rápido crecimiento económico, la prosperidad fue ampliamente compartida, y todos los grupos avanzaron; sin embargo, aquellos grupos en la parte inferior vieron mayores ganancias porcentuales.

Piketty también arroja nueva luz sobre las “reformas” que promocionaron Ronald Reagan y Margaret Thatcher en la década de los ochenta como potenciadoras del crecimiento del cual todos se beneficiarían. De manera posterior a dichas reformas sobrevino un crecimiento más lento y una mayor inestabilidad a nivel mundial, y además, el crecimiento que sí aconteció benefició en su gran mayoría a aquellos en la parte superior de la distribución.

Pero el trabajo de Piketty va más allá: plantea problemas fundamentales tanto sobre la teoría económica como sobre el futuro del capitalismo. Piketty documenta un gran incremento en el ratio riqueza/producción. En la teoría estándar, tales incrementos estarían asociados con una caída en el rendimiento del capital y un aumento en los salarios. Sin embargo, hoy en día el rendimiento del capital no parece haber disminuido, a pesar de que los salarios sí disminuyeron. (En Estados Unidos, por ejemplo, los salarios medios han disminuido alrededor de un 7% en las últimas cuatro décadas).

La explicación más obvia es que el incremento en la riqueza medida no corresponde a un incremento en el capital productivo —y los datos parecen ser consistentes con esta interpretación—. Gran parte del incremento en la riqueza provino de un incremento en el valor de los inmuebles. Antes de la crisis financiera de 2008, se pudo evidenciar en muchos países la presencia de una burbuja inmobiliaria; incluso hasta ahora, puede no se haya “corregido” dicha situación de manera completa. El aumento en el valor también puede representar la competencia entre los ricos por bienes que denotan una “posición” —una casa en la playa o un apartamento en la Quinta Avenida de la ciudad de Nueva York—.

A veces, un aumento en la riqueza financiera medida corresponde a casi nada más que un simple desplazamiento desde la riqueza “no medida” hacia esa riqueza medida —y estos desplazamientos pueden, en los hechos, reflejar un deterioro en el desempeño de la economía en general—. Si aumenta el poder monopólico o las empresas (como, por ejemplo, los bancos) desarrollan mejores métodos para la explotación de los consumidores comunes, ello se mostrará como mayores ganancias y, cuando dichas ganancias se capitalizan, se mostrarán como un aumento en la riqueza financiera.

No obstante, cuando lo anteriormente detallado sucede, el bienestar social y la eficiencia económica por supuesto que caen, incluso de manera simultánea a un aumento oficial en la riqueza medida. Nosotros simplemente no tomamos en cuenta la disminución correspondiente al valor del capital humano —es decir, no tomamos en cuenta la disminución de la riqueza de los trabajadores—.

Por otra parte, si los bancos tienen éxito en el uso de su influencia política para socializar las pérdidas y retener más y más del total de sus ganancias mal habidas, la riqueza medida en el sector financiero aumenta. No medimos la disminución correspondiente a la riqueza de quienes pagan impuestos. Del mismo modo, si las corporaciones convencen a los gobiernos para que estos paguen más de lo debido por sus productos (tal como las grandes compañías farmacéuticas pudieron lograrlo), o si las corporaciones obtienen acceso a recursos públicos a precios por debajo de los precios del mercado (tal como las empresas mineras pudieron lograrlo), aumenta la riqueza financiera medida, a pesar de que existe una disminución en la riqueza de los ciudadanos comunes.

Lo que hemos estado observando —estancamiento de los salarios e incremento en la desigualdad, incluso a medida que la riqueza aumenta— no refleja el funcionamiento de una economía de mercado que se considera como normal, sino que refleja lo que yo denomino como “capitalismo sucedáneo” (en inglés ersatz capitalism). El problema puede que no sea cómo los mercados deberían funcionar o cómo dichos mercados funcionan en los hechos, pero puede que el problema se ubique en nuestro sistema político, el mismo no ha logrado garantizar que los mercados sean competitivos; y además, dicho sistema político ha diseñado reglas que sustentan mercados distorsionados en los que las corporaciones y los ricos pueden (y por desgracia sí lo hacen) explotar a todos los demás.

Los mercados, por supuesto, no existen en un espacio vacío. Tienen que haber reglas del juego, y éstas son establecidas a través de procesos políticos. Los altos niveles de desigualdad económica en países como Estados Unidos y, cada vez más en países que han seguido el modelo económico de dicho país, conducen a la desigualdad política. En un sistema como el que se describe, las oportunidades para el progreso económico se tornan, a su vez, en desiguales, y consecuentemente refuerzan los bajos niveles de movilidad social.

Por lo tanto, el pronóstico de Piketty sobre niveles aún más altos de desigualdad no refleja las inexorables leyes de la economía. Simples cambios —incluyendo la aplicación de niveles más altos de impuestos a las ganancias de capital y las herencias, un mayor gasto para ampliar el acceso a la educación, la aplicación rigurosa de las leyes antimonopolio, reformas a la gobernanza corporativa que contengan los salarios de los ejecutivos, y regulaciones financieras que frenen la capacidad de los bancos para explotar al resto de la sociedad— reducirían la desigualdad y aumentarían la igualdad de oportunidades de manera muy notable.

Si logramos tener las reglas de juego correctas, podríamos incluso ser capaces de restaurar el crecimiento económico rápido y compartido que caracterizaba a las sociedades de clase media de la mitad del siglo XX. La principal interrogante a la que nos enfrentamos hoy en día realmente no es un cuestionamiento sobre el capital en el siglo XXI. Es una pregunta sobre la democracia en el siglo XXI.

Joseph E. Stiglitz, premio Nobel de Economía, es profesor universitario en la Universidad de Columbia. Su libro más reciente, en coautoría con Bruce Greenwald, es Creating a Learning Society: A New Approach to Growth, Development, and Social Progress.
Fuente: El País.
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miércoles, 3 de septiembre de 2014

Capitalismo, desigualdad y democracia. Necesitamos un contrato social como el acordado tras la Segunda Guerra Mundial. Podemos hacerlo de nuevo.

“La sociedad será feliz si la libertad y la propiedad están garantizadas […] En la democracia, incluso en la más perfecta, la igualdad entre sus miembros es una quimera […] El populacho es demasiado estúpido, demasiado miserable y está demasiado ocupado como para ilustrarse”. Diderot (1713​-1784)


El capitalismo ha vuelto a entrar en línea de colisión con la democracia. Las señales de peligro se acumulan: bajo crecimiento, tendencias deflacionistas, endeudamiento, desempleo, bajos salarios, pobreza. El malestar social va en aumento. Respondiendo a este estado de cosas, la vida política de las democracias comienza a adquirir tintes populistas, xenófobos y autoritarios. Las elecciones europeas han encendido las alarmas.

No es la primera vez que ocurre. Ya sucedió hace cien años, en el periodo de entreguerras. En aquella ocasión, el mal funcionamiento de la economía propició experimentos políticos como el nazismo, el fascismo y las dictaduras. La democracia descarriló en Europa continental. A la vez, quebraron los fundamentos éticos del capitalismo y la civilización europea entró en una profunda crisis moral.

¿Qué tienen en común en estas dos etapas que pueda explicar esta colisión entre capitalismo y democracia? La desigualdad de renta y riqueza. Veamos por qué.

La evolución de la desigualdad en los últimos cien años presenta tres etapas claramente diferenciadas:
La primera, entre 1914 y 1944. Medida en porcentaje de renta y riqueza que acumulaba el 10% más rico de las sociedades, la desigualdad alcanzó sus mayores cotas durante este periodo. Es la llamada golded age, la “edad dorada” de la acumulación de la riqueza. El capitalismo entró en colisión con la democracia.

La segunda, entre el final de la II Guerra Mundial y mediados de los años setenta del siglo pasado. Las economías de mercado vivieron un valle de relativa igualdad durante esos 30 años. Fue el momento en que el capitalismo inclusivo se reconcilió con la democracia.

La tercera, entre los años ochenta del siglo pasado y el inicio de este siglo. La desigualdad ha vuelto con todo su fuerza. Una nueva golded age. El capitalismo ha dejado de ser inclusivo y ha entrado de nuevo en línea de colisión con la democracia.

Como vemos, cuando la desigualdad se agudiza, la economía de mercado choca con la democracia.
El motivo es que la democracia tiene una lógica política profundamente igualitaria: una persona, un voto. La desigualdad económica quiebra esa lógica. Hace que en la vida política el voto de los muy ricos sea más influyente que el de los demás. Como dijo en 1932 el escritor norteamericano Scott Fitzgerald, “los muy ricos son diferentes de ti y de mí. Su riqueza les hace cínicos y pensar que son mejores que nosotros”.

La desigualdad tiene una gran importancia. Pero ¿cuáles son sus causas? ¿La origina el capitalismo o las instituciones y las políticas públicas?

El reciente y exitoso libro El capital en el siglo XXI, del economista francés Thomas Piketty, ha dado una respuesta contundente: es el capitalismo. La causa es sencilla: la tasa de beneficio del capital es sistemáticamente mayor que la tasa de crecimiento de la economía, que es lo que beneficia a la mayoría de la gente. El capitalismo tendría una tendencia innata a la desigualdad.

Todo el mundo reconoce la aportación de Piketty al establecer de forma concluyente el hecho de la desigualdad. Es una contribución para el Nobel. Pero no todos están de acuerdo con el diagnóstico de las causas. Para algunos son otras: por un lado, el aumento desproporcionado de las retribuciones de los financieros y altos directivos; por otro, el mal funcionamiento de las instituciones y de las políticas públicas, especialmente los impuestos. La polémica durará. En todo caso, si la desigualdad importa, ¿qué hacer para reducirla?

El análisis de Piketty tiene en este punto algo de fatalista. Propone un impuesto global y progresivo sobre la riqueza, una solución poco viable. Y lleva el debate sobre el capitalismo a los términos maniqueos de hace cien años. Por un lado, sus defensores a ultranza; por otro, los que sostienen que la única solución es su desaparición.

En circunstancias similares, en los años de la primera gran desigualdad, John Maynard Keynes se preguntó si lo que fallaba era “el motor o la dinamo”. Pensaba que “con una gestión acertada, el capitalismo puede ser más eficaz para alcanzar metas económicas que cualquier otro sistema conocido. Pero en sí mismo tiene graves inconvenientes en muchos sentidos”. Uno de ellos es el desajuste recurrente entre ingresos y gastos privados que lleva a la economía a recesiones profundas, desempleo masivo y desigualdad. Para salir de esas situaciones, Keynes recomendó a los Gobiernos cebar la “dinamo” mediante la gestión de la demanda efectiva.

A esta innovación económica keynesiana se vino a sumar la que es probablemente la mayor innovación social del siglo XX: un nuevo contrato social entre ricos y pobres en el seno de las democracias. En EE UU se le llamó new deal. En Europa, “Estado de bienestar”. La mezcla de esas dos innovaciones creó el pegamento que durante los años centrales del siglo pasado reconcilió capitalismo inclusivo y democracia. Fueron los mejores años de nuestras vidas. Algunos dicen ahora que fue un sueño. Pero no veo razones para este fatalismo.

Hoy, el reto vuelve a ser reconciliar capitalismo con democracia. Se necesita un nuevo pegamento, un nuevo contrato social. Para ello habrá que hacer, al menos, tres cosas: volver a meter el genio financiero en la botella, como se hizo en 1933 con la ley Glass-Steagall (Ley "Banking Act"); restaurar la capacidad recaudatoria y equitativa de los sistemas fiscales; y definir las prioridades del gasto público para construir una sociedad de oportunidades para los más débiles.

La batalla durará décadas. El resultado es incierto. Pero si se pudo conseguir en el pasado, ¿por qué no se puede lograr de nuevo?
Fuente: El País 20 JUL 2014 - 
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lunes, 16 de junio de 2014

La negación de la desigualdad

Hace algún tiempo publiqué un artículo titulado Los ricos, la derecha y los hechos en el que describía los esfuerzos por negar, obedeciendo a motivos políticos, lo evidente: el fuerte aumento de la desigualdad en Estados Unidos, sobre todo en lo más alto de la escala de ingresos. Probablemente no les sorprenderá oír que he descubierto un montón de malas prácticas estadísticas en las altas esferas.

Tampoco les sorprenderá saber que casi nada ha cambiado. Los sospechosos de rigor no solo siguen negando la evidencia, sino que insisten en desplegar los mismos argumentos desprestigiados: la desigualdad no está aumentado realmente; bueno, vale, sí está aumentando, pero da igual porque tenemos mucha movilidad social; en cualquier caso, es buena, y cualquiera que insinúe que es un problema es un marxista.

Lo que quizá les sorprenda es en qué año publiqué el artículo: 1992.

Lo cual me lleva a la última escaramuza intelectual, provocada por un artículo de Chris Giles, redactor jefe de economía de The Financial Times, arremetiendo contra la credibilidad del libro éxito de ventas de Thomas Piketty, titulado El capital en el siglo XXI. Giles afirma que el trabajo de Piketty comete “una serie de errores que distorsionan sus descubrimientos”, y que, de hecho, no hay pruebas claras de que la concentración de la riqueza esté aumentando. Y como casi todos los que hemos seguido estas controversias durante años, me dije: “Ya estamos otra vez”.

Como era de esperar, Giles no ha salido bien parado del debate subsiguiente. Los supuestos errores eran en realidad la clase de ajustes de datos normal en cualquier investigación basada en diferentes fuentes. Y la afirmación crucial de que no hay ninguna tendencia clara a una mayor concentración de la riqueza descansaba en una falacia conocida, una comparación de peras con manzanas de la cual los expertos han advertido hace tiempo, y que yo identifiqué en el mencionado artículo de 1992.

Con todo, la negación de la desigualdad persiste, prácticamente por las mismas razones por las que persiste la negación del cambio climático: hay grupos poderosos muy interesados en negar los hechos, o cuando menos en crear una sombra de duda. De hecho, pueden estar seguros de que la afirmación de que “todos los números de Piketty están equivocados” se repetirá hasta el infinito aunque se derrumbe rápidamente al ser sometida a escrutinio.

Dicho sea de paso, no estoy acusando a Giles de ser un sicario de la plutocracia, a pesar de que haya algunos autoproclamados expertos que se ajusten a esa definición. Y no hay nadie cuyo trabajo esté más allá de toda crítica. Pero cuando se trata de asuntos con carga política, los detractores del consenso tienen que ser conscientes de sí mismos; tienen que preguntarse si de verdad buscan la honestidad intelectual o si lo que están haciendo en realidad es actuar como duendes de la preocupación, desacreditadores profesionales de los credos liberales. (Por extraño que parezca, en la derecha no hay duendes que desacrediten los credos conservadores. Es curioso cómo funciona la cosa).
Fuente Paul Krugman, El País.
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martes, 27 de mayo de 2014

La desigualdad pone en peligro el sueño americano. Derecha e izquierda buscan fórmulas para abordar el debate sobre la creciente desigualdad

 La desigualdad creciente de ingresos y de riqueza ocupa el centro del debate en EE UU. El presidente Barack Obama ha hecho de la igualdad de oportunidades el eje de su discurso económico. El populismo antielitista define el discurso en una izquierda que se prepara para el pos-obamismo. Los conservadores ya no evitan hablar de la disparidad de ingresos y la brecha entre clases sociales. Y en Roma el papa Francisco, con sus reflexiones sobre los excesos del capitalismo desbocado, se ha convertido en un aliado involuntario de Obama y un acicate para que la derecha revise sus mensajes más ásperos.

El libro del año —y quizá de la década— es un volumen de más de 600 páginas de un economista francés,  Thomas Piketty, hasta ahora desconocido para el gran público, pero que en unas semanas se ha elevado en EE UU a la condición de superestrella con un tratado que demuestra con profusión de datos —muy al gusto norteamericano— el aumento de la desigualdad hasta unos niveles que se acercan a los del siglo XIX. La comparación con el siglo XIX no se sustenta sólo en la disparidad de ingresos —mientras los salarios reales de la clase trabajadora norteamericana apenas ha aumentado desde los años setenta, los salarios de 1% con más ingresos han subido un 165%, según datos citados por el Nobel Paul Krugman—, sino en la disparidad del patrimonio. Regresa el espectro de la sociedad de rentistas, marcada por la herencia: la idea de que los hijos y nietos de los ricos de Potomac seguirán siendo la clase dominante durante generaciones.

La desigualdad  alcanzó su marea más baja en Estados Unidos entre 1950 y 1980: el 10% superior en la jerarquía de ingresos se llevaban entre el 30% y el 35% de los ingresos nacionales de EE UU, aproximadamente el mismo nivel que Francia hoy”, escribe Piketty en su libro, Capital en el siglo XXI. “Desde 1980, sin embargo, la desigualdad de ingresos ha estallado en EE UU. La parte del 10% superior ha aumentado del 30%-35% de los ingresos nacionales en los años setenta al 45%-50% en la década del año 2000”. El incremento del 1% con más ingresos todavía es más acusado...

“La clase media está desapareciendo. Se siente insegura”, dice Roger Hickey, codirector de la Campaña por el Futuro de América, un grupo adscrito al ala izquierda del Partido Demócrata. “No encuentran empleo, los salarios no suben, los conservadores desmantelan sus beneficios. La gente siente la desigualdad. A los americanos no les desagradan los ricos. Aspiran a ser ricos. Pero les preocupa el declive de aquella gran clase media que se construyó tras la Segunda Guerra Mundial. Supieron lo que era la seguridad, la oportunidad, la posibilidad de enviar a los hijos a la universidad. Ahora todo esto está amenazado”. (Fuente de los gráficos: El capital en el siglo XXI, Thomas Piketty./ El País.)
Leer más en El País.
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jueves, 15 de mayo de 2014

La riqueza oculta de los millonarios alimenta la desigualdad. BBC Mundo

Naciones Unidas, el Fondo Monetario Internacional (FMI), la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE) y diversas estimaciones privadas reconocen que la desigualdad ha aumentado significativamente, pero se quedan asombrosamente cortos en su cálculo.

En 2006 la ONU halló que el 1% más rico del planeta poseía un 39,9% de la riqueza global, mucho más que lo que le tocaba al 95% de la población mundial.

En 2011, desde el sector privado, el "Global Wealth Report" (Estudio Global de la Riqueza) del Credit Suisse Research Institute halló que el 10% más rico tenía el 84% de la riqueza mientras que la mitad más pobre solo un 1%.

En los últimos años ha habido una explosión de estudios dedicados al tema, la mayoría con el nombre de "Global Wealth Report" que da un total de 236 millones de entradas cuando se lo busca en Google.

El tema está tan en el candelero que un libro de 650 páginas poblado de estadísticas sobre la desigualdad en los últimos tres siglos, "Capital in the 21st Century", del francés Thomas Piketty, se convirtió en un best seller en Estados Unidos.

Sin embargo, según James S. Henry, ex economista jefe de la consultora McKinsey y profesor del Centro para la Inversión Internacional Sostenible de la Universidad de Columbia, tanto los cálculos de Piketty como los de organismos mundiales y privados subestiman la verdadera desigualdad mundial.

"Hay unos US$21 millones de millones ocultos en paraísos fiscales. Esta riqueza está en manos de una pequeña élite y no forma parte de las mediciones. El error de Piketty y de otras mediciones es que no valoran este factor que tiene un fuerte impacto en la desigualdad", indicó Herny a BBC Mundo.

Midiendo la desigualdad
Las mediciones sobre ingresos se establecen fundamentalmente a partir de las declaraciones impositivas, es decir, la riqueza registrada por el fisco.

En base a estas declaraciones se puede construir el coeficiente Gini que mide la desigualdad.

Este coeficiente va de 0 (igualdad total) a 1 (desigualdad absoluta).

En países con una estructura social más igualitaria como los escandinavos, el coeficiente es de 0,25. En países más desiguales, como algunas naciones africanas, alcanza el 0,6.

El estudio de Henry sobre la riqueza oculta ("The Price off shore revisited") muestra las limitaciones de esta comparación cuando solo se toman en cuenta los datos visibles.

"La mitad de los US$21 millones de millones en depósitos en paraísos fiscales está en manos de las 91.000 personas más ricas del mundo, un 0,001% de la población mundial, que controla una tercera parte de toda la riqueza mundial. Esto nos permite calcular también que unas 8,4 millones de personas, es decir, un 0,14% de la población tiene el 51 % de la riqueza mundial", indicó Henry a BBC Mundo.

Los países con más desigualdad
El informe de Henry, basado en datos oficiales de cada país, de los Bancos Centrales mundiales (el Bank of International Settlements), el FMI y el Banco Mundial, analiza 139 países, la mayoría de ingresos medios-bajos.

Entre los 10 con mayor fuga de capitales en valores del 2010 se encuentran China, Rusia, México, Arabia Saudita, Malasia, Emiratos Arabes Unidos, Kuwait, Venezuela, Qatar y Nigeria.

El impacto concreto que tienen sobre el cálculo de la desigualdad es claramente visible en un estudio específico sobre Argentina, "Fuga de Capitales III (2002-2012)", que halló un aumento del coeficiente Gini de 0,42 a 0,48 puntos una vez que se contabilizaban los fondos fugados a paraísos fiscales.

Uno de los coautores de la investigación, el economista Jorge Gaggero, explicó a la BBC el impacto económico-social de este proceso.

"Si aceptamos que el stock fugado alcanza los US$400 mil millones de dólares, equivalente a 15 veces el nivel de reservas del Banco Central, el coeficiente de desigualdad salta de 0,42 a 0,48. Muchos piensan que en realidad la suma es aún mayor si se toman en cuenta las manipulaciones contables de empresas multinacionales y otros factores. Pero aún si nos limitamos a la cifra más 'conservadora', vemos que el salto que da la medición de la desigualdad neutraliza todos los avances logrados en una mejor distribución del ingreso por el crecimiento económico y las fuertes políticas sociales del período 2003-2010", indicó a BBC Mundo Gaggero.

El investigador, que es miembro fundador del capítulo de la ONG Justicia Fiscal en América Latina, señaló que en la región se visualiza un salto comparable en el coeficiente Gini de desigualdad cuando se toma en cuenta esta riqueza oculta.

"Aún sin contar la fuga de capitales América Latina es la región con el más alto nivel de inequidad del mundo. Contabilizando además esta fuga, la región confirma con creces ese triste privilegio", señala Gaggero.

La paradoja "americana"
Un ejemplo de este proceso en países ricos es la llamada "paradoja americana", analizada por Sam Pizzigati, del Institute for Policy Studies de Washington.

"Esta paradoja es la profunda desconexión que hay entre los datos que tenemos sobre la desigualdad de ingresos y desigualdad de riqueza. La de ingresos nos dice que ha habido un enorme crecimiento de la desigualdad entre los más ricos y el resto. Pero cuando analizamos la desigualdad de riqueza, vemos que la diferencia es ínfima", señaló a BBC Mundo Pizzigati.

Los datos más exhaustivos sobre ingresos salariales en Estados Unidos provienen de los estudios de Thomas Piketty y Emmanuel Saez que muestran que los del 1% más rico se duplicaron entre 1980 y 2010 mientras que los del 0,1% se triplicaron y cuadruplicaron.

Pero si uno mide la desigualdad de riqueza (el patrimonio de una persona, incluyendo depósitos, acciones, inmuebles, etc), se ve que en 1983 el 1% más rico tenía un 33,8% mientras que en 2009 tenía un 35,6%: el incremento de la desigualdad a este nivel es marginal.

"La explicación más lógica de esta diferencia es la riqueza oculta en paraísos fiscales. Si no, habría que pensar que esta gente se gasta US$5.000 en cenas cada noche del año. No se puede consumir esa enorme diferencia de dinero. Está en algún lugar", explica Pizzigati.
Fuente, BBC
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miércoles, 7 de mayo de 2014

El pánico a Piketty. El nuevo libro del economista francés Thomas Piketty, El capital en el siglo XXI, es un prodigio de rigor y honestidad.

Los conservadores parecen incapaces de elaborar un contraataque a las tesis del economista

Otros libros de economía han sido éxitos de ventas, pero, a diferencia de la mayoría de ellos, la contribución de Piketty contiene una erudición auténtica que puede hacer cambiar la retórica. Y los conservadores están aterrorizados. Por eso, James Pethokoukis, del Instituto Estadounidense de la Empresa, advierte en National Review de que el trabajo de Piketty debe ser rebatido, porque, de lo contrario, “se propagará entre la intelectualidad y remodelará el paisaje político-económico en el que se librarán todas las futuras batallas de las ideas políticas”.

Pues bueno, les deseo buena suerte. Por ahora, lo realmente sorprendente del debate es que la derecha parece incapaz de organizar ninguna clase de contraataque significativo a las tesis de Piketty. En vez de eso, la reacción ha consistido exclusivamente en descalificar; concretamente, en alegar que Piketty es un marxista, y, por tanto, alguien que considera que la desigualdad de ingresos y de riqueza es un asunto importante.

En breve volveré sobre la cuestión de la descalificación. Antes veamos por qué El capital está teniendo tanta repercusión.

Piketty no es ni mucho menos el primer economista en señalar que estamos sufriendo un pronunciado aumento de la desigualdad, y ni siquiera en recalcar el contraste entre el lento crecimiento de los ingresos de la mayoría de la población y el espectacular ascenso de las rentas de las clases altas. Es cierto que Piketty y sus compañeros han añadido una buena dosis de profundidad histórica a nuestros conocimientos, y demostrado que, efectivamente, vivimos una nueva edad dorada. Pero eso hace ya tiempo que lo sabíamos.

No, la auténtica novedad de El capital es la manera en que echa por tierra el más preciado de los mitos conservadores: el empeño en que vivimos en una meritocracia en la que las grandes fortunas se ganan y son merecidas.

Durante el último par de décadas, la respuesta conservadora a los intentos por hacer del espectacular aumento de las rentas de las clases altas una cuestión política ha comprendido dos líneas defensivas: en primer lugar, negar que a los ricos realmente les vaya tan bien y al resto tan mal como les va, y si esta negación falla, afirmar que el incremento de las rentas de las clases altas es la justa recompensa por los servicios prestados. No les llamen el 1% o los ricos; llámenles “creadores de empleo”.

Pero ¿Cómo se puede defender esto si los ricos obtienen gran parte de sus rentas no de su trabajo, sino de los activos que poseen? ¿Y qué pasa si las grandes riquezas proceden cada vez más de la herencia, y no de la iniciativa empresarial?

Piketty muestra que estas preguntas no son improductivas. Las sociedades occidentales anteriores a la Primera Guerra Mundial efectivamente estaban dominadas por una oligarquía cuya riqueza era heredada, y su libro argumenta de forma convincente que estamos en plena vuelta hacia ese estado de cosas.

Por tanto, ¿Qué tiene que hacer un conservador ante el temor a que este diagnóstico pueda ser utilizado para justificar una mayor presión fiscal sobre los ricos? Podría intentar rebatir a Piketty con argumentos reales; pero hasta ahora no he visto ningún indicio de ello. Antes bien, como decía, todo ha consistido en descalificar.

Supongo que esto no debería resultar sorprendente. He participado en debates sobre la desigualdad durante más de dos décadas y todavía no he visto que los “expertos” conservadores se las arreglen para cuestionar los números sin tropezar con los cordones de sus propios zapatos intelectuales. Porque se diría que, básicamente, los hechos no están de su parte. Al mismo tiempo, acusar de ser un extremista de izquierdas a cualquiera que ponga en duda cualquier aspecto del dogma del libre mercado ha sido un procedimiento habitual de la derecha ya desde que William F. Buckley y otros como él intentaran impedir que se enseñase la teoría económica keynesiana, no demostrando que fuera errónea, sino acusándola de “colectivista”.

Con todo, ha sido impresionante ver a los conservadores, uno tras otro, acusar a Piketty de marxista. Incluso Pethokoukis, que es más refinado que los demás, dice de El capital que es una obra de “marxismo blando”, lo cual solo tiene sentido si la simple mención de la desigualdad de riqueza te convierte en un marxista. (Y a lo mejor así es como lo ven ellos. Hace poco, el exsenador Rick Santorum calificó el término “clase media” de “jerga marxista”, porque, ya saben, en Estados Unidos no tenemos clases sociales)...
Fuente: Paul Krugman, más en El País.
Más en la BBC.
Thomas Piketty. Página Web oficial de Piketty. En ella vienen apuntes de sus clases en ÉCOLE DES HAUTES ÉTUDES EN SCIENCES SOCIALES y las tesis doctorales y trabajos que ha dirigido, así como sus artículos, además, se pueden descargar.

He descargado una denominada Ensayo en Economía de la Educación, (1)  defendida el 8 de junio de 2011, de 337 págs., por Mathieu Valdenaire, muy recomendable para los que nos interesa la educación y la economía. También se puede descargar un trabajo de fin de Master, del mismo autor, donde se pregunta. ¿Las escuelas privadas son más eficaces que las escuelas públicas?  Les écoles privées sont-elles plus efficaces que les écoles publiques? Estimations à partir du panel primaire 1997 » 2003-4 de 67 págs. 
Introducción a su libro ya célebre  El capital en el siglo XXI, en español.

(1) Entre 1900 et 2009, la part de la richesse nationale consacrée chaque année à l’éducation en France est passée de 1% à 6%. En un peu plus d’un siècle, la dépense publique annuelle consacrée à l’éducation a ainsi été multiplié par 90 (en euros constants). Sur la même période, le produit intérieur brut se trouvait multiplié par 15. Les sommes consacrées à l’éducation ont donc crû à un rythme exceptionnellement élevé au cours du 20ème siècle, la progression étant six fois plus rapide que celle de la richesse produite annuellement. L’analyse des séries statistiques révèle que l’essentiel de cet effort d’investissement a été réalisé du début des années 1950 au début des années 1970, où il s’interrompt brutalement. Ce spectaculaire investissement dans l’éducation va de pair avec les réformes radicales du système scolaire qui jalonnent la période.

Traducción:
Entre 1900 y 2009, la proporción de la riqueza nacional dedicada cada año a la educación en Francia aumentó del 1% al 6%. En poco más de un siglo, el gasto público anual dedicado a la educación se ha multiplicado así por 90 (en euros constantes). En el mismo período, el producto interno bruto se multiplicó por 15. Las sumas dedicadas a la educación, por tanto, crecieron a un ritmo excepcionalmente alto durante el siglo XX, siendo el crecimiento seis veces más rápido que el de la riqueza producida anualmente. El análisis de la serie estadística revela que la mayor parte de este esfuerzo de inversión se realizó desde principios de la década de 1950 hasta principios de la de 1970, cuando se detuvo abruptamente. Esta espectacular inversión en educación fue de la mano de las reformas radicales del sistema escolar que marcaron la época.

lunes, 21 de abril de 2014

Los futuros posibles se pueden elegir. 1.700 ‘lobistas’ financieros luchan en la UE para convencernos de que solo hay una salida

En los mejores libros de Historia sobre el siglo XX se encuentra siempre la misma constatación: las cosas no tuvieron por qué ser como fueron. Siempre hubo datos para elegir entre varios caminos. Hace ya tiempo que muchos grandes economistas escriben sobre lo mismo: cuanto mejores investigaciones publican, más creen que, en palabras del francés Thomas Piketty (43 años), “hay varios futuros posibles, según el tipo de políticas e instituciones que elijamos”.

Piketty, cuyo libro El capital en el siglo XXI está considerado ya una de las mayores aportaciones a la comprensión del capitalismo, explicaba el pasado domingo en Negocios, entrevistado por Alicia González, que la Unión Europea representa un tercio del PIB mundial, y Estados Unidos, otro tanto. Si se propusieran de verdad batallar contra los paraísos fiscales e imponer sanciones sobre los países que no cooperen, lograrían regular las ingenierías financieras y controlar tanto el brutal fraude fiscal que padecemos como la increíble acumulación de riqueza privada que sigue produciéndose.

Thomas Piketty ha firmado, junto con otros colegas franceses, un Manifiesto por la Unión Política del Euro que parte de otro texto lanzado a fines de 2013 por el llamado Grupo de Glienicker, un puñado de economistas y juristas alemanes. Los dos aseguran que es imprescindible regular el capitalismo financiero mundializado.

No son manifiestos teóricos. El de Piketty contiene propuestas concretas. Una de ellas, fundamental. Y factible. “No se trata de poner en común la totalidad de nuestros impuestos y nuestros gastos públicos. Con demasiada frecuencia, la Europa actual se muestra estúpidamente intrusiva en cuestiones secundarias (el IVA de las peluquerías) y patéticamente impotente en temas importantes (como los paraísos fiscales o la regulación financiera) [...] Nuestra primera propuesta es que los países de la zona euro establezcan un impuesto común sobre los beneficios de las sociedades. Cada país puede seguir fijando su impuesto sobre sociedades sobre esa base común, con un índice mínimo del orden del 20% y retener un impuesto adicional federal del orden del 10%. Con eso, el presupuesto de la zona euro pasará del 0,5% al 1% del PIB”.

Con ese 1% del PIB, la zona euro podría impulsar el relanzamiento y la inversión, especialmente en medio ambiente, infraestructuras y formación. “Europa debe aportar justicia fiscal y voluntad política a la globalización”, escriben.

No es casualidad el momento elegido por estos economistas y juristas europeos para dar una sacudida a los ciudadanos. Se pueden hacer muchas cosas en Europa para salir de esta situación. Existen los datos y los distintos caminos. Pero se trata de una pelea. Hay decenas de economistas y juristas extremadamente prestigiosos que nos aseguran que no existe determinismo económico que nos lleve inevitablemente en una dirección y no en otra. Pero parece que tienen más éxito quienes quieren convencernos de que se hace lo único que se puede hacer.

El Corporate Europe Observatory (CEO), un grupo de estudios afincado en Bruselas, hizo público esta semana un informe titulado El poder de fuego del lobby financiero. Sus datos son reveladores: la industria financiera mantiene en la capital europea a 1.700 lobistas (siete veces más que cualquier otro grupo de presión, incluidos sindicatos y otros grupos de la sociedad civil). Gastan 120 millones de euros al año para contactar con quienes se supone que tienen que decidir, asesorar y escribir sobre asuntos tales como regulación financiera, agencias de valoración crediticia, reglas contables...

¿Importan las elecciones europeas del próximo mayo? Mucho. Importa lo que vayan a hacer nuestros eurodiputados y lo que nosotros les exijamos. Deberíamos saber si conocen el Manifiesto de Piketty y si lo suscriben...
Fuente: SOLEDAD GALLEGO-DÍAZ 20 ABR 2014. El País.
Thomas PikettyPágina Web oficial de Piketty

miércoles, 4 de abril de 2012

¿Se han hecho los ricos más ricos? Análisis estatal entre 1980-2008

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Un economista indignado en el Congreso.
Alberto Garzón Espinosa
Tercera Información
En Estados Unidos el movimiento de los indignados, conocido como The Occupy Wall Street, ha utilizado el lema “we are the 99%” para manifestar su visión de lo que es la sociedad moderna. Lo que ese lema expresa es que hay un sector minoritario de la población, el del 1%, que tiene el poder político y es capaz de determinar las políticas que llevan a cabo los gobiernos. Pero aún va más lejos, puesto que lo que aseguran es que esas políticas responden a unos intereses, los de ese 1%, que son antagónicos de los intereses del resto de la población, esto es, el 99%.
Esta es una versión moderna y algo difusa de algo bastante clásico: la lucha de clases. En este blog hemos hablado mucho de ello (y queda recogido de forma ordenada en este nuevo libro, cuyo objetivo central es explicar precisamente esta cuestión), señalando que para analizar adecuadamente la dinámica del sistema económico capitalista hay que atender a la posición de cada individuo en la actividad productiva, es decir, hay que asignarle una clase social. Esto no quiere decir que las clases sociales en la práctica se limiten a dos, capitalistas y trabajadores, o que debamos mantener una posición maniquea de buenos contra malos. No es una tarea sencilla. Ni siquiera significa que el control político sea mantenido completamente por el 1% y que las víctimas del proceso de la crisis seamos el 99% restante. La enseñanza principal es poner el acento en los intereses contrapuestos y por lo tanto negar el clásico recurso al “esto lo arreglamos entre todos”.
Pero todo esto sería literatura si no lo acompañáramos del rigor de los datos. Y en Estados Unidos unos investigadores de la universidad de Berkeley (Enmanuel Saez, Facundo Alvaredo, Tony Atkinson, y Thomas Piketty) comenzaron hace unos años a recoger y sistematizar datos de distribución personal de la renta. Esta distribución personal es una de las formas por las cuales puede medirse la desigualdad entre individuos y hogares en lo que se refiere a renta y riqueza. Sus trabajos se centraron en un comienzo en Estados Unidos, pero con el tiempo han logrado abrir un instituto llamado “The World Top Income Database” que incluye datos de prácticamente todos los países desarrollados. Incluido España.
En esta web hemos analizado muchas veces algunos de esos datos, llegando siempre a la misma conclusión: la desigualdad personal se ha disparado desde 1980 en todo el mundo desarrollado. En otros artículos, de hecho, hemos visto cómo también lo ha hecho la distribución de la riqueza y la distribución funcional (que mide el reparto entre capitalistas y trabajadores). Pero ahora traigo algunos datos más para el caso de España que vienen a confirmar dicha tesis.
En el año 2008 el ingreso medio del 90% más pobre era de 13.741 euros anuales. Piénsese que aquí está el 90% de la población y que es una media, lo que significa que es un conjunto muy heterogéneo (habrá sueldos mucho más altos y sueldos mucho más bajos). El 10% más rico ingresaba, sin embargo, una media de 61.500 euros anuales. A su vez el 5% más rico ingresaba 83.856 euros anuales, mientras que el 0’01% (los súper-ricos) ingresaban 2.381.284 de euros de media anual. Todos estos datos confirman que hay una gran desigualdad, pero no nos sorprenden ni nos dicen nada de la evolución de dicha desigualdad.
Para averiguar la evolución necesitamos comparar estos datos de 2008 con los datos de 1980, por ejemplo, que es el primer año para el que existe base de datos. La variación de ingresos nos mostrará cuánto cobran más en 2008 que en 1980 los diferentes grupos sociales. Eso es lo que muestra el siguiente gráfico:
El 90% más pobre de la población ingresa en 2008 un 60% más que lo que ingresaba en 1980 (aunque recuerdo la heterogeneidad que existe dentro de este inmenso grupo). Lo interesante es comprobar cómo según miramos a los grupos más ricos vemos más enriquecimiento en términos de ingresos. Es decir, desde 1980 a 2008 los que más se han beneficiado del proceso económico han sido los más ricos. En especial los más ricos dentro de los ricos, que en el caso de los súper-ricos han visto incrementarse sus ingresos medios anuales un 275%.
Con unos cuantos cálculos obtenemos otra forma de analizar este fenómeno. En 1980 los súper-ricos ingresaban 74 veces más al año que el 90% de la población, mientras que en 2008 ingresan 173 veces más. En el siguiente gráfico lo podemos ver mejor.
Todo lo anterior nos revela cómo es cierta la afirmación de que la dinámica de crecimiento económico ha beneficiado especialmente a los más ricos. Y demuestra por ello que el crecimiento económico no es neutral y que la distribución de sus ganancias depende de la posición que cada uno tiene en la actividad productiva, es decir, de la clase social. Aunque aquí hay que señalar que estos datos no hacen referencia a la clase social en sentido marxista sino en sentido de renta, que es parecido pero no igual.
Si nos metemos más en harina tenemos que preguntarnos por qué ha pasado esto. Y analizando los datos podemos sacar algunas conclusiones interesantes. Mi hipótesis de partida sería la siguiente: dado que los más ricos tienen ingresos que fundamentalmente dependen de otras fuentes como las financieras (propiedad de acciones, fondos de inversión, especulación, etc.) mientras que los más pobres tienen ingresos casi debidos en su totalidad a las rentas del trabajo, es de esperar que en épocas de auge financiero los más ricos se beneficien más. Es decir, ante un panorama de rentas del trabajo (salarios) estancados o ligeramente en ascenso, el mayor auge de las rentas del capital incrementa automáticamente la desigualdad.
Dado que en las últimas décadas y como consecuencia de procesos políticos vinculados con el surgimiento del neoliberalismo (desregulación financiera, privatizaciones, globalización financiera, etc.) los procesos financieros han dominado la esfera productiva, a la vez que los mecanismos de redistribución se han deteriorado (menor peso de los servicios públicos y mayor efecto de los paraísos fiscales) es normal que la desigualdad se haya disparado.
En otra anotación examinaremos los datos con algo de estadística y econometría para demostrar que, en efecto, los ingresos de los más pobres son más estables mientras que los ingresos de los más ricos son más volátiles. Además, los ingresos de los más ricos caen antes de que caiga la economía mientras que los ingresos de los más pobres caen después. Eso es así porque al tener los ingresos de los ricos un componente vinculado a la propiedad de las empresas y sus beneficios son también una forma de indicador de la salud del crecimiento económico futuro. Los ingresos de los súper-ricos serían, por decirlo así, una especie de proxy de la tasa de ganancia marxista, la cual opera como sismógrafo de la salud del capitalismo.
Notas:
Si os ha interesado os recuerdo algunos post relacionados
Datos para confirmar la lucha de clases en España (datos de distribución personal de la renta y riqueza en nuestro país)
Evolución de los salarios en España entre 1978-2010 (datos de distribución funcional y evolución salarial en nuestro país)
Respuesta a gente de Politikon.es sobre distribución funcional (con explicación metodológica del uso de los datos)
Relación técnica entre Distribución funcional y Costes laborales unitarios + explicación técnica de productividad (competitividad)
Fuente: http://www.agarzon.net/?p=1746
Thomas PikettyPágina Web oficial de Piketty