Estoy enseñando a mi hija Carla a jugar al ajedrez. En un mundo lleno de ajetreo, de prisas y de estímulos efímeros, creo que es bueno dedicar tiempos a pensar, a ejercitar la mente. Un poquito tarde para lo que yo hubiera deseado. Pero nunca es tarde para aprender.
Todo el mundo sabe que el ajedrez es un juego entre dos contrincantes en el que cada uno dispone al inicio de 16 piezas móviles (un rey, una reina, dos alfiles, dos caballos, dos torres y ocho peones) que se colocan sobre un tablero de 64 casillas o escaques. En su versión de competición está considerado un deporte, aunque tiene una dimensión social, educativa, terapéutica y lúdica.
En más de una ocasión he visto presentar en Congresos o Jornadas educativas alguna comunicación relacionada con el juego del ajedrez. La primera vez me sorprendió poderosamente que el expositor propusiese la articulación de todo el curriculum en torno a este juego tan peculiar. Había en él importantes y claras vinculaciones a la historia, a la literatura, a las matemáticas, a la geometría, a la geografía, a los idiomas, a las ciencias, al arte, a la psicomotricidad, a la música… En las sucesivas ocasiones he ido prestando más atención y he llegado a la conclusión de que se trata de una actividad con enormes potencialidades educativas.
En los cuatro años que fui Director de un Colegio en Madrid hicimos un ambicioso programa de actividades que llamábamos paralelas, no complementarias o extraescolares, como se suele decir. Porque las considerábamos de igual importancia que las curriculares. Eran más de cincuenta: musicales, literarias, deportivas, manuales, icónicas, de mesa… Entre estas últimas destacaba el ajedrez. Algunos exalumnos me han contado la importancia que tuvo este programa de actividades para el desarrollo de sus capacidades y de sus futuras aficiones.
El ajedrez no es un juego de azar, sino racional y de estrategia. No depende de la suerte sino de la habilidad, del control y de la capacidad de anticipación. Y se puede practicar desde los 3 hasta los 103 años.
Los musulmanes lo traen a España en el siglo VIII. Y se convierte inmediatamente en un instrumento para la convivencia entre musulmanes, judíos y cristianos. España añadió la figura de la reina., que es la pieza de más valor.
Este deporte, tal como se conoce actualmente, nació en Europa en el siglo XV, aunque tiene precursores en épocas anteriores y lugares diferentes. No es el momento de relatar su historia, que está llena de interesantes y sugerentes peculiaridades.
Hay torneos, hay partidas múltiples, hay partidas entre una persona y un ordenador, hay partidas sobre tablero gigante en el suelo… El mejor ajedrecista desde 2005 es un ordenador, pero no podemos olvidar que esa máquina la ha creado un ser humano.
El ajedrez no es un juego aburrido, como algunos piensan. Los niños hiperactivos se divierten mucho con él. Y se receta como terapia para niños con TDH.
No es un juego complicado. Para disfrutar del ajedrez no hace falta una inteligencia especial. Una cosa es correr y otra ser un campeón de maratón. Una cosa es jugar al ajedrez y otra ser un ganador de competiciones.
En numerosas ocasiones he oído hablar de las enriquecedoras virtualidades del juego del ajedrez. Enumeraré algunas, entre las muchas que se le atribuyen.
– Aumenta la capacidad de concentración. Es imposible practicar este juego sin un ambiente de silencio y ausencia de distractores. Es necesaria la máxima concentración en las posiciones de las piezas propias, de las del contrincante, en las estrategias que se han desarrollado y en las que hay que anticipar para defenderse o atacar… En unos tiempos en los que la atención está tan dispersa se trata de un ejercicio extraordinariamente útil para desarrollar la concentración.
Desarrolla el pensamiento matemático. Los cálculos de posiciones obligan al jugador a elaborar estrategias numéricas y movimientos precisos y calculados.
– Enseña a administrar el tiempo. El manejo del tiempo es muy importante en el ajedrez. El reloj que acompaña muchas partidas es una permanente llamada de atención a la importancia del paso inexorable del tiempo.
Enseña a ganar y a perder. El ajedrez nos permite aprender a ganar con elegancia y a perder con humildad. En la vida no siempre se gana y no siempre se pierde. Se puede aprovechar la derrota para aprender dónde se han producido los fallos y en qué han consistido los aciertos del adversario.
Desarrolla el pensamiento autocrítico. En ajedrez no influye el árbitro, ni el terreno embarrado ni el mal tiempo, ni la suerte. Se pierde por fallos propios, que se pueden analizar para aprender. El que más aprende es el que pierde.
– Ayuda a controlar el primer impulso. Nada más importante que la tranquilidad en este juego. La precipitación podría causar situaciones irreversibles que lleven a la derrota. Es necesario el control ante la necesidad de un análisis sereno.
– El ajedrez une a las personas de diferentes edades, culturas, razas y países. Es decir, genera empatía. Es emocionante ver cómo se enfrentan a ambos lados del tablero personas tan diferentes a las que unen unos propósitos y unas reglas.
– Permite desarrollar el pensamiento flexible,el pensamiento lateral. Durante la partida nos preguntamos muchas veces: ¿Y si…? Durante una partida, una sola jugada nos obliga a cambiar rápidamente
– Ejercita la memoria: ya sea la memoria a corto plazo, para recordar los movimientos que se han realizado durante la partida, o a largo plazo, para no olvidar otras partidas jugadas.
– Desarrolla el razonamiento lógico matemático: está demostrado que el razonamiento y el proceso de análisis utilizado en el juego del ajedrez es muy similar al que se usa en las matemáticas y, por tanto, su práctica puede ser beneficiosa para mejorar las aptitudes matemáticas de los alumnos.
– Mejora la capacidad de resolución de problemas y toma de decisiones: durante la partida el jugador de ajedrez se enfrenta a distintos problemas que debe resolver, analizando todas las soluciones posibles y eligiendo la más adecuada, incluso muchas veces bajo la presión del límite de tiempo para tomarlas.
– Incrementa la autoestima y el afán de superación: cada partida es un nuevo reto para el jugador, que intentará mejorar su habilidad para jugar cada vez mejor; asimismo, cada vez que gana una partida el ajedrecista aumenta su autoestima y valora su pericia en el juego. En el caso de perder contribuye a potenciar la autocrítica. En definitiva, que el alumno sepa asumir el fracaso y no se hunda, todo lo contrario, intente mejorar cada día.
– Ayuda a ejercitar la mente. Por eso se usa para prevenir enfermedades como el Alzheimer. En el Instituto Albert Einstein de Nueva York se han hecho estudios sobre esta cuestión, con resultados contundentes.
– Invita a seguir aprendiendo. Porque existen infinidad de estrategias que se pueden incorporar al acervo de las que ya se conocen.
¿Es el ajedrez un juego de hombres? Solo hay una mujer entre los 100 primeros del mundo. Uno de cada catorce jugadores es una mujer. Pero eso depende de un estereotipo. El interés es similar hasta los 14 años. Pero luego, las niñas se retiran. Se ha considerado un jugo masculino, pero solo es fruto, a mi juicio, de un estereotipo social.
Este artículo es una invitación a que las familias y las escuelas se interesen, promuevan y cultiven este juego, que es el mejor gimnasio de la mente. Y a que cada uno de nosotros hagamos ejercicio con frecuencia y fruición.
Permitidme cerrar con una ingeniosa idea que he leído no sé donde. Y no hace mucho, por cierto. El mejor ajedrecista de la historia fue Moisés, porque hizo tablas con Dios en el monte Sinaí.
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martes, 20 de abril de 2021
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