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sábado, 30 de septiembre de 2023

Mirando de frente a la paradoja de Epicuro

Fuentes: Rebelión 

El examen de la imagen nos permite el acceso al reconocimiento simultáneo de una especie de “mapa” o “callejero”, a vista de pájaro, de las distintas opciones de conclusiones que brinda el análisis de la susodicha paradoja de Epicuro.

Esa suerte de “instantánea”, le permitirán al lector hacerse una idea global de la cuestión, por lo que su examen previo resultará muy recomendable para los lectores.

De la mencionada paradoja, nos ocupábamos en su día, en sus respectivos momentos, cuando publicamos una serie de trabajos, en los que, aunque no lo reconociéramos explícitamente, así vino, efectivamente, a suceder.

Descripción verbal: Paradoja de Epicuro. “Dios, dice, desea eliminar los males y no puede; o Él es capaz, y no está dispuesto; o Él no está dispuesto ni es capaz, o Él está dispuesto y es capaz”.

Esta paradoja también se conoce como el problema del mal, o el problema de la existencia del mal.

Fue así, en el caso, por ejemplo, de nuestro previo trabajo: Francisco Báez Baquet. La tragedia ‘divina’ de la heterotrofia, la depredación y la pirámide alimentaria «MUNDO OBRERO», 7/09/2021, https://www.mundoobrero.es/pl.php?id=11851 y: «REBELIÓN»,21/09/2021, 

https://rebelion.org/la-tragedia-divina-de-la eterotrofia-la-depredacion-y-la-piramide-alimentaria/

Sin embargo, en ello no ha existido siempre un reconocimiento explícito, y en virtud de tal omisión, a día de hoy todavía subsisten reflexiones que cabe seguir presentándolas aquí como si fuesen novedosas, y que a primera vista parecieran no tener nada que ver, aunque realmente eso no sea así: el canibalismo entre animales irracionales (caso de la hembra de la Mantis religiosa), o el de la antropofagia, entre los seres humanos, animales racionales, por extraño que ello nos pueda parecer.

En todos esos casos, en efecto, se trata de una extensión del concepto de heterotrofia, abarcando en ello a territorios conceptuales que resultan aparentemente poco o nada conexos.

Diremos, asimismo, respecto de la violencia machista, que es, y ha sido, una auténtica lacra comportamental, que afecta a las más diversas naciones, y que probablemente arrastra, para toda la Humanidad, desde la más añeja Prehistoria.

Otros trabajos nuestros, previamente ya publicados, guardan relación, igualmente, con el contenido de la paradoja epicúrea. Se trata de nuestros artículos:

Francisco Báez Baquet. os monstruos de Dios. Rebelión», 23/04/2021. https://rebelion.org/los-monstruos-de-dios/

Francisco Báez Baquet. El alma de los perros. Edición digital de «MUNDO OBRERO», 25/09/2021. https://www.mundoobrero.es/pl.php?id=11898

Respecto del contenido de este último trabajo, tenemos que confesar que inadvertidamente en su momento no tuvimos en cuenta el hecho de que no todas las razas perrunas evidencian la misma predisposición juguetona de la que hacían gala los protagonistas de nuestro susodicho relato, pues, concretamente, las llamadas, con razón, razas agresivas, no resultan aptas para ello.

La calificación como tales, implica, para sus respectivos dueños, obligaciones legales, concretas y específicas.

Las llamadas razas agresivas, son razas clasificadas como formadas por perros potencialmente peligrosos, con arreglo a la vigente legislación española:

– Pit Bull Terrier
– Staffordshire Bull Terrier
– American Staffordshire Terrier
– American Staffordshire Terrier
– Rottweiler
– Dogo Argentino
– Fila Brasileiro
– Tosa Inu
– Akita Inu
– Dobermann
– Bull mactiff
– Dogo de Burdeos
– Mastín napolitano
– Presa canario
– Dogo del Tibet
– Presa mallorquín, o “ca de bou”
– Bull terrier
– American Bully
– Akita Americano
– Bandogg-American, Bandogg Mastiff

La agresividad de todas estas razas, difícilmente resulta compatible con la actitud habitualmente juguetona y festiva, a la que aludíamos antes, y de la que hacían gala los protagonistas de nuestra descripción incluida en el susodicho trabajo nuestro, sobre “el alma de los perros”.

Por lo que respecta al contenido de nuestro trabajo titulado “Los monstruos de Dios”, resulta fácil identificar, haciendo uso del “mapa” descriptivo de la paradoja de Epicuro, que fue objeto de cita en el presente texto, señalando el punto exacto del susodicho “mapa”, en el que queda representada la correspondiente salida de conclusión, de la epicúrea paradoja.

Se trata, en todos los casos, de seres vivos, incluidos los racionales, sin perspectiva alguna de supervivencia, en unas condiciones mínimas de viabilidad vital, en un plazo más o menos breve.

Es el caso, como ya dijimos en su momento, en uno de nuestros trabajos ya publicados, de los llamados gemelos siameses, con participación unificada de vitales órganos.

El problema de coherencia lógica y de coexistencia respecto de un supuesto Dios, infinitamente bondadoso e infinitamente omnisciente y poderoso, se exacerba en el caso de la toma en consideración de los casos de los llamados asesinos en serie.

Entre las motivaciones de un asesino en serie, frecuentemente se encontrará el propósito de encubrir una violación previa, ya sea de una mujer, ya sea la de un niño, cuando se trata de un caso de pederastia.

Una siniestra aritmética, nos remite a los casos, de verdaderos records, habidos en diversos entornos sociales y geográficos, como han sido los casos de:

-Harold Shipman, apodado “Doctor Muerte”, con 218 víctimas confirmadas.

-Luis Alfredo Garavito, apodado “La Bestia”, con 193 víctimas confirmadas.

-Gilles de Rais, apodado “Barba Azul”, con 140 víctimas confirmadas.

-Thug Behram, apodado “El estrangulador mayor”, con 125 víctimas confirmadas, y con931 de ellas, estimadas como probables.

-Pedro Alonso López, apodado “El monstruo de los Andes”, con 110 víctimas confirmadas.

-Niels Högel, apodado “El enfermero de la muerte”, con 85 víctimas confirmadas.

-Mijail Popkov, apodado “El hombre lobo de Siberia”, con 78 víctimas confirmadas.

-Daniel Camargo, apodado “El sádico del charquito”, con 72 víctimas confirmadas.

-Pedro Rodrigues Filho, apodado “Pedrinho Matador”, con 71 víctimas confirmadas.

-Diogo Alves, apodado “El asesino del acueducto”, con 70 víctimas confirmadas.

-Yang Xinhai, apodado “El monstruo asesino”, con 67 víctimas confirmadas.

-Abul Djabar, apodado “El asesino del turbante”, con 65 víctimas confirmadas, y más de300, estimadas como altamente probables, etc.

Sin embargo, quienes ostentan tales elevadas cifras de asesinatos, no resultan ser representativos del fenómeno, por la sencilla razón de que son muchos más los casos en los que tales cantidades de víctimas resultan ser mucho menores, como ocurrió en el caso de los nueve asesinados de Puerto Hurraco, en el que, además, ello se corresponde a una media de 4’5 cadáveres, al ser dos los ejecutores.

A propósito de los asesinos en serie, no se trata de saber meramente, de si hay, o no, responsabilidad moral, o si se trata de simple locura, sino de evaluar también, si, allí donde existe, la imposición de la pena de muerte, como castigo, ha de servir para algo, y de tener, en consecuencia, alguna suerte de justificación o de lógica, en la aplicación de la misma, añadiendo un muerto más, a los previos ya habidos.

De un verdugo, cabe decir, que se trata de un asesino en serie, de promoción voluntaria, de permanencia en el cargo, que al menos parcialmente también depende de su propia voluntad, que viene a incrementar el número de los sicarios existentes, que percibe sus emolumentos, por realizar cotidianamente su siniestra tarea, y cobrando por ello, a cargo del Estado.

Abordemos la cuestión de los atentados terroristas, en los que, en simultaneidad, se inmolan elevadas cifras de vidas humanas, sin más criterio que la identificación como enemigos o adversarios ideológicos, a determinados grupos de seres humanos, y a veces, ni siquiera eso, es decir, sin ni siquiera ningún criterio de selección, a la hora de decidir a aquellos a los que se les provoca su muerte instantánea e inmediata.

Con ser, todo lo antedicho, de indudable oportunidad de ser aquí citado, no obstante, es la guerra, como actividad humana detestable, la que sin duda ha de merecer más nuestro repudio, no sólo en calidad de los distintos pueblos, que, a lo largo de la Historia, y desde tiempo inmemorial, la han practicado, sino que también a título individual, y como ejecutores directos.

Con ese preciso enfoque, indudablemente son los creadores de la bomba atómica, y sus lanzadores sobre importantes poblaciones, quienes, hasta el presente, sin duda ostentan la cifra más alta de mortalidad deliberadamente provocada, y estimada entre 105 000 y 120 000 personas, que murieron, y otras 130 000, que, además, resultaron muy gravemente heridas.

La cuantificación no es la única herramienta que haya de permitirnos apreciar el respectivo grado de crueldad.

En el caso de los llamados “empalados”, el “empalamiento” fue una práctica llevada a cabo por el príncipe Vlad III de Valaquia, en la Rumanía del siglo XV, y conocido como “Vlad el empalador”, y que consistía en un método de ejecución, donde la víctima es atravesada por una estaca puntiaguda, sea por un costado, por el recto, por la vagina, por la boca, o por cualquier otra parte del cuerpo.

El Código de Hammurabi, de alrededor del año 1780 a. C., ya prescribía el empalamiento, como castigo.

El Imperio Neoasirio (932-612 a. C.), practicaba el empalamiento de los enemigos vencidos.

Su único merecimiento en ello, era haber sido derrotados en el combate.

La máxima crueldad se aplicaba, cuando, deliberadamente, en la trayectoria de la puntiaguda estaca del empalamiento, se evitaba interesar ningún órgano vital central (corazón, cerebro), para así poder prolongar la agonía del reo, y su consiguiente sufrimiento.

No bastaba con empalar. Había, además, que prolongar al máximo ese intensísimo dolor.

Por todo ello, yo me pregunto: ¿Es todo eso compatible con la simultánea existencia de un Dios omnisciente, omnipotente, e infinitamente bondadoso?…

Permítasenos poder ahorrarnos aquí, por todo lo dicho, nuestra más que previsible respuesta.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

jueves, 6 de abril de 2023

La presidencia incomprendida de Jimmy Carter

El hombre no era como piensas. Era duro. Era muy intimidante. Jimmy Carter fue probablemente el hombre más inteligente, trabajador y decente que haya ocupado el Despacho Oval en el siglo XX.

Cuando lo entrevisté con regularidad hace unos años, rondaba los 90 años y, sin embargo, seguía levantándose al amanecer para ponerse a trabajar temprano. Una vez lo vi dirigir un acto a las 7 a. m. en el Centro Carter, donde estuvo 40 minutos caminando de un lado al otro del estrado, explicando los detalles de su programa para erradicar la enfermedad de la lombriz de Guinea. Era incansable. Ese mismo día me concedió a mí, su biógrafo, 50 minutos exactos para hablar sobre sus años en la Casa Blanca. Aquellos brillantes ojos azules se clavaron en mí con una intensidad alarmante. Pero era evidente que a él le interesaba más la lombriz de Guinea.

Carter sigue siendo el presidente más incomprendido del último siglo. Era un liberal sureño que sabía que el racismo era el pecado original de Estados Unidos. Fue progresista en la cuestión racial; en su primer discurso como gobernador de Georgia, en 1971, declaró que “los tiempos de la discriminación han terminado”, para gran incomodidad de muchos estadounidenses, incluidos muchos de sus paisanos del sur. Y, sin embargo, creció descalzo en la tierra roja de Archery, una pequeña aldea del sur de Georgia, por lo que estaba impregnado de una cultura que había experimentado la derrota y la ocupación. Eso lo convirtió en un pragmático.

El periodista gonzo Hunter S. Thompson dijo una vez que Carter era el “hombre más maquiavélico” que había conocido jamás. Thompson se refería a que era implacable y ambicioso, a su empeño en ganar para llegar al poder: primero, a la gobernación de Georgia; después, a la presidencia. Aquella época, tras Watergate y la guerra de Vietnam, marcada por la desilusión con el excepcionalismo estadounidense, fue la oportunidad perfecta para un hombre que en gran medida basó su campaña en la religiosidad del cristiano renacido y la integridad personal. “Nunca les mentiré”, dijo en varias ocasiones durante la campaña, a lo que su abogado de toda la vida, Charlie Kirbo, respondió bromeando que iba a “perder el voto de los mentirosos”. Inopinadamente, Carter ganó y llegó a la Casa Blanca en 1976.

Decidió utilizar el poder con rectitud, ignorar la política y hacer lo correcto. Fue, de hecho, un admirador del teólogo protestante favorito de la clase dirigente, Reinhold Niebuhr, que escribió: “Es el triste deber de la política establecer la justicia en un mundo pecaminoso”. Carter, bautista del sur niebuhriano, era una iglesia unipersonal, una auténtica rara avis. Él “pensaba que la política era pecaminosa”, dijo su vicepresidente, Walter Mondale. “Lo peor que podías decirle a Carter, si querías que hiciera alguna cosa, era que políticamente era lo mejor”. Carter rechazó constantemente los astutos consejos de su esposa, Rosalynn, y de otros, de posponer para su segundo mandato las iniciativas que tuvieran un costo político, como los tratados del canal de Panamá.

Su presidencia se recuerda, de forma un tanto simplista, como un fracaso, pero fue más trascendental de lo que recuerda la mayoría. Llevó adelante los acuerdos de paz entre Egipto e Israel en Camp David, el acuerdo SALT II sobre control de armas, la normalización de las relaciones diplomáticas y comerciales con China y la reforma migratoria. Hizo del principio de los derechos humanos la piedra angular de la política exterior de Estados Unidos, y sembró las semillas para el desenlace de la Guerra Fría en Europa del este y Rusia.

Liberalizó el sector de las aerolíneas, lo que allanó el camino a que un gran número de estadounidenses de clase media volaran por primera vez; y desreguló el gas natural, lo que sentó las bases de nuestra actual independencia energética. Trabajó para imponer en los autos los cinturones de seguridad o las bolsas de aire, que salvarían la vida de 9000 estadounidenses cada año. Inauguró la inversión nacional en investigación sobre energía solar y fue uno de los primeros presidentes estadounidenses que nos advirtió sobre los peligros del cambio climático. Impulsó la Ley de Conservación de Tierras de Alaska, mediante la cual se protegió el triple de los espacios naturales de Estados Unidos. Su liberalización de la industria de la cerveza casera abrió la puerta a la pujante industria de la cerveza artesanal estadounidense. Nombró a más afroestadounidenses, hispanos y mujeres para la magistratura federal, y aumentó considerablemente su número.

Sin embargo, algunas de sus decisiones polémicas, dentro y fuera del país, fueron igual de trascendentes. Sacó a Egipto del campo de batalla en beneficio de Israel, pero siempre insistió en que Israel también estaba obligado a suspender la construcción de nuevos asentamientos en Cisjordania y a permitir a los palestinos cierto grado de autogobierno. A lo largo de las décadas, sostuvo que los asentamientos se habían convertido en un obstáculo para la solución de dos Estados y la resolución pacífica del conflicto. No se arredró al advertirle a todo el mundo que Israel estaba tomando un rumbo equivocado hacia el apartheid. Lamentablemente, algunos críticos llegaron a la imprudente conclusión de que era antiisraelí, o algo peor.

Tras la revolución iraní, Carter hizo bien al resistirse durante muchos meses a las presiones de Henry Kissinger, David Rockefeller y su propio consejero de Seguridad Nacional, Zbigniew Brzezinski, para que le concediera asilo político al sah depuesto. Carter temía que eso pudiera encender las pasiones iraníes y poner en peligro nuestra embajada en Teherán. Tenía razón. Solo unos días después de que accediera a regañadientes, y el sah ingresara en un hospital de Nueva York, la embajada estadounidense fue tomada. La crisis de los rehenes, que duró 444 días, hirió gravemente su presidencia.

Pero Carter se negó a ordenar represalias militares contra el régimen rebelde de Teherán. Eso habría sido lo más fácil desde el punto de vista político, pero también era consciente de que pondría en peligro la vida de los rehenes. Insistió en que la diplomacia funcionaría. Sin embargo, ahora tenemos pruebas fehacientes de que Bill Casey, director de campaña de Ronald Reagan, hizo un viaje secreto en el verano de 1980 a Madrid, donde pudo haberse reunido con el representante del ayatolá Ruhollah Jomeini, y prolongar así la crisis de los rehenes. Si esto es cierto, con esa injerencia en las negociaciones sobre los rehenes se pretendió negarle al gobierno de Carter una buena noticia de cara a las elecciones —la liberación de los rehenes en la recta final de la campaña—, y fue una maniobra política sucia y una injusticia para los rehenes estadounidenses.

La presidencia de Carter estuvo prácticamente impoluta en lo que a escándalos se refiere. Carter se pasaba 12 horas o más en el Despacho Oval leyendo 200 páginas de memorandos al día. Estaba empeñado en hacer lo correcto, y cuanto antes.

Pero esa rectitud tendría consecuencias políticas. En 1976, aunque ganó los votos electorales del sur, y el voto popular de electores negros, judíos y sindicalistas, en 1980, el único gran margen que conservaba Carter era el de los votantes negros. Incluso los evangélicos lo abandonaron, porque insistía en retirar la exención fiscal a las academias religiosas exclusivamente blancas.

La mayoría lo rechazó por ser un presidente demasiado adelantado a su época: demasiado yanqui georgiano para el nuevo sur, y demasiado populista y atípico para el norte. Si las elecciones de 1976 ofrecían la esperanza de sanar la división racial, su derrota marcó la vuelta de Estados Unidos a una etapa conservadora de partidismo áspero. Era una trágica historia que le resultaba familiar a cualquier sureño.

Perder la reelección lo sumió durante un tiempo en una depresión. Pero, después, una noche de enero de 1982, su esposa se sobresaltó al verlo sentado en la cama, despierto. Le preguntó si se estaba sintiendo mal. “Ya sé lo que podemos hacer”, respondió. “Podemos desarrollar un lugar para ayudar a las personas que quieran dirimir sus disputas”. Ese fue el comienzo del Centro Carter, una institución dedicada a la resolución de conflictos, a las iniciativas en materia de salud pública y la supervisión de las elecciones en todo el mundo.

Si bien antes pensaba que Carter era el único presidente que había utilizado la Casa Blanca como trampolín para lograr cosas más grandes, ahora entiendo que, en realidad, los últimos 43 años han sido una extensión de lo que él consideraba su presidencia inacabada. Dentro o fuera de la Casa Blanca, Carter dedicó su vida a resolver problemas como un ingeniero, prestando atención a las minucias de un mundo complicado. Una vez me dijo que esperaba vivir más que la última lombriz de Guinea. El año pasado solo hubo 13 casos de enfermedad de la lombriz de Guinea en humanos. Puede que lo haya conseguido.

Kai Bird es biógrafo, ganador del Pulitzer, director del Leon Levy Center for Biography y autor de The Outlier: The Unfinished Presidency of Jimmy Carter.

https://www.nytimes.com/es/2023/02/23/espanol/opinion/jimmy-carter-presidente.html