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jueves, 8 de diciembre de 2022

Batalla de Stalingrado, octogésimo aniversario de la salvación del mundo

El conflicto bélico que Alemania desató en la Unión Soviética fue una guerra de exterminio contra los pueblos eslavos, gitanos y judíos, que para los nazis eran de raza inferior y ocupaban el espacio vital que les pertenecía a ellos, que se creían de raza superior.

La traición al pueblo checoslovaco por parte de Occidente se dio mediante el Pacto de Münich. Checoslovaquia tenía garantizada su existencia por el Pacto de Asistencia Mutua, que firmó con Francia, y por el Tratado Checo-Soviético; además, el 28 de abril de 1938, Gran Bretaña se comprometió a luchar junto a Francia si tuviera una guerra contra Alemania. Pese a ello, Chamberlain, Primer Ministro inglés, voló a entrevistarse con Hitler para lograr un acuerdo anglo-alemán. Le explicó al rey de Inglaterra que se proponía plantear a Hitler que Alemania e Inglaterra fueran “los pilares de la paz en Europa y los baluartes contra el comunismo”.

En la reunión, Hitler le exigió a Chamberlain que aquellas partes de los Sudetes checos, donde vivían más del 50% de alemanes pasaran a formar parte de Alemania. Chamberlain aceptó el traslado de los Sudetes checos al Tercer Reich. Lord Halifax, secretario de Asuntos Exteriores de Gran Bretaña, fue el encargado de entregar este acuerdo a Jan Masaryk, Embajador de Checoslovaquia en Londres.

Se dio el siguiente diálogo, Lord Halifax: “Ni el Primer Ministro inglés ni yo le queremos dar consejo alguno con respecto al memorándum. Pero piénselo bien antes de responder negativamente. El Primer Ministro está persuadido de que Hitler sólo quiere los Sudetes, si lo consigue no reclamará nada más”; Masaryk: “¿Y usted cree eso?”; Lord Halifax: “Yo no he dicho que el Primer Ministro esté convencido de eso”; Masaryk: “Si ni usted ni el Primer Ministro quieren darnos ningún consejo sobre el memorándum, entonces, ¿cuál es el papel del Primer Ministro?”; Lord Halifax: “El de correo y nada más”; Masaryk: “Debo entender que el Primer Ministro se ha convertido en recadero del asesino y salteador, Hitler”; Lord Halifax, un poco turbado: “Pues, si le parece, sí”.

Alemania propuso la realización de una conferencia de cuatro potencias: Inglaterra, Francia, Alemania e Italia. No fue tomada en cuenta Checoslovaquia, que en ese corrillo perdió la quinta parte de su territorio, la cuarta parte de su población y la mitad de su industria pesada. A su delegación, que esperaba fuera del lugar de la reunión, se le comunicó verbalmente el destino nefasto de su país. Sus delegados reclamaron indignados por aquella resolución monstruosa, criminal y absurda. Les contestaron: “¡Es inútil discutir! Está decidido”.

En Münich se dieron los primeros pasos para una alianza entre Inglaterra y Alemania. La finalidad la denuncia Sir John Wheeler Bennet, historiador británico especializado en el estudio sobre Alemania: “Existía la oculta esperanza de que la agresión alemana, si se la lograba encauzar hacia el Este, consumiría sus fuerzas en las estepas rusas, en una lucha que agotaría a ambas partes beligerantes”.

Tras la entrega de Checoslovaquia a Alemania, Hitler exigió la reposición del Corredor Polaco, la devolución del puerto Dánzig y que Polonia le cediese facultades extraterritoriales para construir autopistas y líneas férreas por el territorio polaco. Luego anuló el pacto de no agresión firmado con Polonia, comenzó a reclamar las colonias que le fueron arrebatadas por Francia e Inglaterra después de la Primera Guerra Mundial y renunció al convenio naval anglo-alemán. El 1 de septiembre de 1939, fecha oficial del inició de la Segunda Guerra Mundial, Alemania invadió Polonia. Dos días después, Inglaterra y Francia le declararon la guerra a Alemania.

El 14 de mayo de 1940, los tanques alemanes rompieron las líneas defensivas francesas en la región de Sedan y se precipitaron en dirección a occidente. El 18 de mayo, el 9° ejército francés fue derrotado. El 20 de mayo, las divisiones motorizadas alemanas comandadas por von Kleist llegaron a las costas de la Mancha. El 27 de mayo, comenzó la retirada de las fuerzas inglesas de Dunquerke, operación que fue exitosa gracias a que la Wehrmacht, Fuerzas Armadas de Alemania, detuvieron inesperadamente su marcha, lo que facilitó la evacuación de las tropas británicas.

Este hecho tiene una explicación política, eliminada Francia, Hitler esperaba ponerse de acuerdo con Gran Bretaña para lograr la división de las esferas de influencia en el mundo y la creación de un frente común contra su principal enemigo, la Unión Soviética. Muchos sostienen que para esta negociación, Rudolf Hess, el segundo hombre fuerte de Alemania, voló a Gran Bretaña y se lanzó en paracaídas.

La mañana del 14 de junio, las tropas nazis entraron en París y desfilaron por los Campos Elíseos. El 21 de junio de 1940, en en el bosque francés de Compiègne, en el mismo vagón en el que 22 años atrás Alemania se habían rendido a Francia, bajo los acordes de “Deutschland Uber Alles” y el saludo nazi hecho por Hitler, Francia se rindió a Alemania. El Mariscal Petain formó un gobierno títere, pero el pueblo francés se alineó con la “Francia Libre”, cuya cabeza era el General Charles De Gaulle, o con el Partido Comunista Francés. Desde la clandestinidad, ambas fuerzas jugaron un importante papel en la lucha contra la ocupación alemana.

El 18 de diciembre de 1940, Hitler ordenó desarrollar el Plan Barbarrosa, que contemplaba la destrucción de la URSS en tres o cuatro meses; la orden de ponerlo en ejecución la dio luego de apoderarse de Europa continental, cuando trabajaban para la Wehrmacht cerca de 6.500 centros industriales europeos y en las fábricas alemanas laboraban 3’100.000 obreros especialistas extranjeros. Alemania era la más poderosa potencia imperialista del planeta y lo acompañaron en esta aventura muchos estados europeos y numerosos voluntarios del resto del mundo.

El domingo 22 de junio de 1941, Alemania dio inicio al Plan Barbarossa. Un ejército jamás visto por su experiencia y poderío, se lanzó al ataque en un frente de más de 3.500 kilómetros de extensión, desde el mar Ártico, en el norte, hasta el mar Negro, en el sur. Era un total de 190 divisiones, cinco millones y medio de soldados, 4.000 tanques, 4.980 aviones y 192 buques de la armada alemana.

El conflicto bélico que Alemania desató en la Unión Soviética fue una guerra de exterminio contra los pueblos eslavos, gitanos y judíos, que para los nazis eran de raza inferior y ocupaban el espacio vital que les pertenecía a ellos, que se creían de raza superior; por eso, el elevado número de civiles muertos y los crímenes horripilantes que hubo en los territorios ocupados de la URSS, algo que no sucedió en el resto de Europa.

Los nazis inculcaron en el pueblo alemán, y en particular en sus fuerzas armadas, la doctrina de que ellos descendían de arios, cuya raza madre, herrenrasse, fue corrompida y debilitada por la mezcla con razas inferiores; que ellos estaban destinados a convertirse en la raza de seres superiores, que debían conquistar por la fuerza Europa Oriental, Rusia y Asia Central. Hitler se creía predestinado a eliminar el comunismo, ideología que consideraba idónea para los débiles de espíritu.

Si a este mejunje doctrinario se añade el soporte del gran capital financiero mundial, que encontró en Hitler suficientes atributos de dureza y violencia, necesarios para derrotar la efervescencia revolucionaria del pueblo alemán, se comprende que él era no sólo el demagogo que engatusó a un país de grandes tradiciones libertarias y formidables pensadores, que instauró una dictadura personal y llevó a los habitantes de Alemania a la guerra, como a una manada de ciegos, sino que se trata de un fenómeno político todavía latente, que muestra su vitalidad en el mundo actual, repleto de conflictos sociales.

Lo dicho permite comprender porque el que muchos millones de soviéticos murieran de inanición en este conflicto, no fue un problema para Alemania nazi, que creyó innecesario alimentar a los prisioneros de guerra y a la población civil de la URSS. Hasta el final de la guerra, los Einsatzkommandos de Himmler exterminaron a más de tres millones de prisioneros de guerra soviéticos, a los que trataron de untermensch, en alemán subhombre o subhumano. La Masacre de Oradour-sur-Glane o la destrucción del pueblo de Lídice, se dieron por miles en la URSS, donde los Einsatzkommandos asesinaron a comunistas, rusos, judíos, gitanos, intelectuales, homosexuales, niños, mujeres y ancianos, a los que llamaron enemigos de Alemania. Erich Lahousen, oficial de los servicios secretos de la Wehrmacht, en su testimonio en Nuremberg dijo: “El General Reinecke nos explicó que la guerra entre Alemania y la URSS no se parecía a ninguna otra. El soldado del Ejército Ruso no era un combatiente en el sentido ordinario del término, sino un enemigo ideológico. Un enemigo a muerte del nacionalsocialismo, que los rusos debían ser tratados de un modo distinto a los prisioneros de guerra occidentales”.

El Mariscal Eduard von Manstein ordenó: “El sistema judío-bolchevique debe ser exterminado… El soldado alemán se presenta como portador de un concepto racial y debe apreciar la necesidad del más duro castigo para la judería… En las ciudades enemigas, gran parte de la población tendrá que pasar hambre. No se debe dar nada, por un desviado humanitarismo, ni a la población civil ni a los prisioneros de guerra”.

La guerra de Alemania contra la URSS era esperada, pero las fechas notificadas por los servicios secretos soviéticos sobre su inicio no coincidían, algunas eran reales y otras erróneas. Sólo se tenía la certeza de que no se debía provocar a Alemania, porque la Wehrmacht tenía el mayor poder destructivo conocido hasta entonces.

En los primeros meses de guerra, las fuerzas armadas de Alemania lograron acercarse a Moscú y Leningrado, dos de sus principales metas; nada parecía capaz de detener a este monstruo apocalíptico; sin embargo, el primer fracaso del Plan Barbarrosa se dio cuando la Wehrmacht fue derrotada en las puertas de Moscú y no pudo desfilar el 7 de Noviembre de 1941 por la Plaza Roja, tal cual había sido planificado, sino que lo hizo el Ejército Soviético. Después, los soldados se dirigieron al frente y ganaron la Batalla de Moscú; cosechaban el ejemplo del Mayor Klochkov, que se arrojó debajo de un tanque alemán con granadas en las manos exclamando: “Aunque Rusia es inmensa, no hay a donde retroceder, ¡detrás está Moscú!”

Sobre esta batalla el General Douglas MacArthur escribe: “En mi vida he participado en varias guerras, he observado otras y he estudiado detalladamente las campañas de los más relevantes jefes militares del pasado. Pero en ninguna parte había visto una resistencia a la que siguiera una contraofensiva que hiciera retroceder al adversario hacía su propio territorio. La envergadura y brillantez de este esfuerzo lo convierten en el logro militar más relevante de la historia”.

La siguiente y más importante victoria soviética fue en Stalingrado, donde se dio la más sangrienta y encarnizada batalla que se conoce, la suma total de las pérdidas por ambas partes supera con creces los dos millones de soldados muertos; se prolongó desde el 17 de julio de 1942 hasta el 2 de febrero de 1943, cuando, luego de largos y feroces combates, el Ejército Rojo derrotó al poderoso Sexto Ejército Alemán, fuerza élite de la Wehrmacht, comandada por el Mariscal Paulus.

En el momento en que el General Vasili Chuikov llegó a hacerse cargo de la comandancia del 62.º Ejército Soviético, que en Stalingrado enfrentó al Ejército Alemán, el Mariscal Yeriómenko le preguntó: “¿Camarada, cuál es el objetivo de su misión?” Su respuesta fue: “Defender la ciudad o morir en el intento”. Yeriómenko tuvo la certeza de que Chuikov había entendido perfectamente lo que se le exigía. Chuikov escribió: “Por todas las leyes de las ciencias militares, los alemanes debieron ganar la batalla de Stalingrado y, sin embargo, la perdieron. Es que nosotros creíamos en la victoria. Esta fe nos permitió vencer y evitó que fuésemos derrotados”.

Es que comprendía cabalmente que en Stalingrado se sellaba el destino del orbe, que si Alemania lograba derrotar a la URSS en esta batalla, se apoderaría del Cáucaso y de los recursos energéticos soviéticos, sin los cuales colapsaría todo el Frente Oriental; que después de tomar Stalingrado se le facilitaría a Alemania culminar con éxito el Plan Barbarossa y la toma posterior de Afganistán, Irán, Irak, Egipto y la India, donde las tropas alemanas se unirían con las japonesas; también, que España, Portugal y Turquía se sumarían a las naciones del Eje, con lo que los anglosajones serían eliminados de Europa continental, Asia y África; finalmente, que con la victoria en Stalingrado, Alemania y sus aliados lograría el dominio total del mundo.

Chuikov comenzó con menos de 20.000 hombres y 60 tanques, pese a ello fortificó las defensas en los lugares donde era posible contener al enemigo, especialmente, en la colina de Mamáev Kurgán, donde cayó abatido Rubén Ruiz Ibárruri, hijo único Dolores Ibárruri, la Pasionaria, dirigente comunista de España; además, estimuló la formación y el uso de francotiradores, uno de ellos, Vasili Záitsev. Seguía la doctrina del conde Súvorov: “Sorprender al contrincante significa vencerlo”. Por eso, luchaba en las condiciones que los alemanes detestaban, ello le permitía derrotarlos.

Después de tres meses de sangrientos combates, los alemanes habían capturado el 90% de la ciudad y dividido a las fuerzas soviéticas en tres bolsas estrechas. Gracias a la moral combativa de los defensores de Stalingrado, los alemanes lograron avanzar apenas medio kilómetro en doce días de la ofensiva de octubre del 1942. El 11 de noviembre, y por última ocasión, los alemanes atacaron en Stalingrado, intentaron llegar al río Volga en un frente de cinco kilómetros; el ataque fracasó porque los rusos defendieron cada metro, cada piedra de Stalingrado.

El General alemán Wilhelm Dörr escribió sobre la Batalla de Stalingrado: “El territorio conquistado se medía en metros, había que realizar feroces acciones para tomar una casa o un taller… Estábamos frente a frente con los rusos, lo que impedía utilizar la aviación. Los rusos eran mejores que nosotros en el combate casa por casa, sus defensas eran muy fuertes”. El General Chuikov fue el que ideó esa forma de lucha, en la que el espacio de separación de sus tropas de las alemanas jamás excedía el radio de acción de un lanzador de granadas.

El 19 de noviembre de 1942 comenzó la operación Urano, ofensiva soviética que había sido preparada con el mayor de los secretos, por lo que fue inesperada para los alemanes, que nunca se percataron del contraataque soviético. Al cuarto día, el 23 de noviembre, 330.000 soldados alemanes fueron cercados en un anillo de entre 40 a 60 kilómetros de amplitud, el mayor cerco que conoce la historia. El ultimátum enviado por el Mariscal Rokosovsky al General Paulus fue rechazado.

El 30 de enero, Hitler ascendió al rango de Mariscal de Campo al General Paulus. En realidad, el acenso era una orden de suicidio, pues en la historia de las guerras no hay un sólo caso en que un mariscal de campo haya caído prisionero. Pero Paulus no tenía la intención de dispararse por ese cabo bohemio, como informó a varios generales, y prohibió hacerlo a los demás oficiales, que debían seguir la suerte de sus soldados.

El 2 de febrero de 1943, luego de arduos combates en los que fracasaron todos los intentos por romper el cerco, cesó la resistencia alemana en Stalingrado. El Ejército Soviético capturó un mariscal de campo, 24 generales, 25.000 oficiales y 91.000 soldados. Paulus fue hecho prisionero y en 1944 se unió al Comité Nacional por una Alemania Libre. En 1946 fue testigo en los Juicios de Núremberg. Antes de partir hacía Dresde, donde fue jefe del Instituto de Investigación Histórica Militar de la República Democrática Alemana, declaró: “Llegué como enemigo de Rusia, me voy como un buen amigo de ustedes”. Murió en Dresde el 1 de febrero de 1957.

En la batalla de Stalingrado, la Wehrmacht perdió cerca de un millón de hombres, el 11% del total de todas las pérdidas alemanas durante la Segunda Guerra Mundial, el 25% de todas las fuerzas que en esa época operaban en el Frente Oriental. Fue la peor derrota sufrida por el Ejército Alemán durante toda su historia y algo que nadie en el mundo esperaba. En Memorias de un Soldado, el General Heinz Guderian escribe: “Después de la catástrofe de Stalingrado, a finales de enero de 1943, la situación se hizo bastante amenazadora, aún sin la intervención de las potencias occidentales”.

La Batalla de Stalingrado fue el punto de inflexión de la Segunda Guerra Mundial y resultó una auténtica catástrofe militar para los alemanes, cuyas tropas no pararon de retroceder hasta rendirse ante el Mariscal Zhúkov en Berlín, dos años y cuatro meses después. La victoria de Stalingrado marcó el inicio de la derrota de Alemania, sentó las bases para la expulsión masiva de los invasores del territorio soviético, desbarató los planes alemanes, resquebrajó su sistema de alianzas y llenó de esperanzas a todos los pueblos de los países que luchaban contra el fascismo. La casi totalidad del material militar que se empleó en Stalingrado fue fabricado en las fábricas que los técnicos de la URSS habían trasladado desde las zonas centrales de Rusia hasta el otro lado de los Urales, con los alemanes pisándoles los talones.

La Segunda Guerra Mundial dejó cambios profundos en la estructura social del mundo y en la consciencia colectiva del género humano. La victoria aliada es la más grande epopeya de los pueblos del planeta por conquistar su derecho a la vida, contra el fascismo, que es por naturaleza propia su negación. Esta lucha no ha concluido mientras subsistan en el seno de nuestras sociedades el anticomunismo, el racismo, el chovinismo, la intolerancia y el militarismo, banderas bajo las cuales se ocultan los más bárbaros enemigos de la especie humana.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

https://rebelion.org/batalla-de-stalingrado-aniversario-80-de-la-salvacion-del-mundo/