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domingo, 10 de febrero de 2019

Reencuentro, euforia y tragedia de los trillizos desconocidos. Un documental relata la increíble historia de tres hermanos separados al nacer que descubrieron haber sido víctimas de un experimento liderado por un científico.

Su amigo no paraba de sacudir el periódico, arriba y abajo. David seguía sin creérselo. “¡Eres tú!”, le insistía aquel. El artículo no ofrecía muchos datos, pero la foto bastaba. Salían dos tipos abrazados, risueños y absolutamente idénticos. No solo entre ellos: también eran iguales que David. “Era imposible”, recuerda este por teléfono. ¿De dónde habían salido esos tales Robert y Eddy? ¿Y por qué se parecían tanto a él? Finalmente, David logró el número de la madre de Eddy y llamó. Poco después, ya estaba en la carretera. Había vivido 19 años sin saber nada de sus dos hermanos trillizos. Ni tan siquiera que existían.

Los otros dos, como muestra el documental Tres idénticos desconocidos, se habían llevado la sorpresa poco antes. Quiso el destino o la casualidad que, en 1980, Robert Shafran acudiera a la Universidad de Sullivan, en Nueva York. La pisaba por primera vez, pero recibió una acogida calurosa. Le sonreían, le saludaban, le preguntaban qué tal las vacaciones. Aunque lo más raro es que le llamaran “Eddy”. El misterio acabó desvelado y Robert se sentó, básicamente, frente al espejo. “Sus ojos eran mis ojos”, rememora sobre el encuentro. Compartían demasiado para dos desconocidos: rostro, fecha y lugar de nacimiento —el 12 de julio de 1961, en un hospital de Long Island—, o el hecho de ser adoptados. Llegaron el entusiasmo, las entrevistas. Y David. “De alucinante, pasó a increíble”, afirma en el filme el redactor de un diario local.

“Me dedico a seleccionar ideas para una productora. Te acabas volviendo duro, piensas a menudo: ‘Esto ya lo he visto’. Pero cuando me la contaron supe que esta era la mejor historia que había escuchado”, asegura el director del documental, Tim Wardle. Al principio, sospechó que su colaborador exagerara. Ahora, tras un lustro y una película, que se estrena hoy en España, cree que quizás se quedaba corto. “Decidí contarlo desde la perspectiva de los trillizos, y que el espectador fuera conociendo la información al mismo ritmo al que ellos la descubrieron”, explica Wardle. Porque el reencuentro fue solo el inicio de un relato lleno de locura, felicidad y drama, donde se mezclan rabia, experimentos con ecos nazis, debates éticos e informes censurados. Por absurdo que resulte, “es 100% real”. Palabra de Shafran. Y de cientos de documentos.

“Parece un relato de Disney”, suelta un periodista en el documental. “Es mucho más oscuro”, le corrige una de las implicadas. En efecto, en la primera mitad del filme, al igual que en la vida de los trillizos, reina la euforia: se volvieron estrellas, se mudaron juntos y hasta abrieron un restaurante, Triplets. Salían en la televisión moviéndose a la vez, completando uno las frases del otro y subrayando que amaban los Marlboro, la lucha libre o las mismas mujeres. Protagonizaron incluso un cameo en Buscando a Susan desesperadamente, junto a Madonna. Hasta que las diferencias también emergieron. Y, con ellas, las sombras.

UN RELATO, DOS PELÍCULAS
La historia de Tres idénticos desconocidos ha atraído a cine, literatura y periodismo, desde que Lawrence Wright (que aparece en el documental) abrió la veda en 1995, en The New Yorker. Tras su filme, Tim Wardle ahora es también productor ejecutivo de una versión de ficción que se rodará en Hollywood, con “un gran guionista”, según él, y el consentimiento de los trillizos. “En un documental, queda lo que dices. En este caso, nuestro control se limita a escoger a las personas apropiadas. Pero no sabemos quién la protagonizará o cómo será contada”, explica David Kellman.

En EE UU, la historia es conocida. En el resto del mundo, Wardle recomienda acercarse a ella desde la ignorancia. Basta saber que la agencia de adopción, Louise Wise Services, separó adrede a los chicos y lo omitió también a sus nuevos padres. Peter B. Neubauer, un científico ya fallecido, llevaba desde las sombras las riendas del proyecto, en busca de una respuesta al eterno dilema sobre la influencia del ADN y la educación en el desarrollo humano.

Por todo ello, el documental se encontró con mucha resistencia. “No confiaban, eran hostiles”, rememora Wardle. “Desde luego, no nos lanzamos a ello. Hacía tiempo que tampoco hablábamos entre nosotros. Y no sabíamos qué querían hacer”, explica David Kellman. Durante cuatro años, no se filmó ni un minuto de metraje. Solo llamadas, vuelos de la producción (británica) a EE UU y encuentros. “No queríamos que explotaran la historia o la trataran con sensacionalismo. Ya bastante tiene de alegría y tragedia. Necesitábamos fiarnos”, dice Shafran.

Para Wardle, fue una de las grandes dificultades. “Me preguntaba por qué nadie había filmado esta historia. Y descubrí que sí lo habían intentado, hasta tres veces. En los noventa, llegaron a terminarla. Pero, de golpe, fueron obligados a retirarla”, relata sobre el otro problema. Para algunos, era mejor el olvido. Tres idénticos desconocidos sufrió en su piel la desaparición repentina de algún financiador, a la vez que Wardle tuvo que insistir: “Los inversores me preguntaban cómo terminaría el filme. Ni yo lo sabía”.

Lo cierto es que el relato aún no ha acabado. La película se estrenó en Sundance en 2018, cayó a un paso de los Oscar y el domingo opta a los Bafta. Pero, mientras, los trillizos han podido al fin acceder a material secreto sobre su infancia. Y el caso sigue abierto. Las mellizas Michele Mordkoff y Allison Kanter se han conocido a raíz de la película. “Hemos sido contactados por otra pareja. Y creemos que hay al menos 23 afectados”, cuenta Wardle. Tal vez algunos ya se estén buscando.