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miércoles, 10 de enero de 2024

La noche mágica de la infancia

Creo que la noche del día cinco de enero es la gran noche de los niños y de las niñas en nuestra cultura. Es emocionante ver cómo toda la sociedad se alía para mantener esta gigantesca ilusión. Los telediarios presentan imágenes de los tres Reyes Magos, los ayuntamientos organizan cabalgatas en las que sus Majestades reparten regalos y caramelos, las familias piden a los niños que escriban la carta a los Reyes y, antes de irse a la cama la noche del día cinco, ayudan a mantener viva la historia: colocar los zapatos al lado de la ventana, dejar agua para los camellos, depositar en lugar visible comida y bebía para los infatigables Reyes, advertir a los pequeños de que si al llegar los encuentran despiertos pasarán de largo…

Creo que esta conjura de la sociedad para mantener la creencia en estos personajes es admirable. La explicación ante tantas incongruencias ¿cómo es que los Reyes estén a la vez en todas las ciudades y pueblos de España?, ¿cómo pueden llegar en una sola noche a todas las casas del país?, ¿cómo pueden estar a la vez en la televisión y en las cabalgatas?… Se solucionan con una explicación contundente:

– Porque son magos…

En la mañana del día seis de enero, se produce el estallido de alegría al ver los regalos al grito de:

· Han venido, han venido…

¿Cómo es la mirada de los niños ante los paquetes envueltos en papeles de colores? ¿Cómo le quitan el envoltorio a los regalos para ver lo que contienen? ¿Cómo pasan de un regalo a otro sin apenas detenerse en la exploración de las reglas de juego?

· Lo que pedí, me han traído lo que pedí…

Frecuentemente los Reyes dejan una carta dirigida a los niños. Una carta que firman los tres Reyes o uno solo si el niño tiene una especial identificación con uno de ellos, como suele suceder.

– El mío es Baltasar, el mío es Melchor…

También existe la tradición de que los Reyes traigan carbón a los niños y a las niñas que se han portado mal. Casi siempre como un pequeño complemento. No conozco ningún caso en el que a un niño solo le hayan traído carbón.

Aprovecho estas líneas para llamar la atención sobre el tsunami de regalos que reciben algunos niños. Son tantos que casi no les da tiempo a jugar con ellos. Regalan los padres, los abuelos, los tíos, los primos…

También es importante elegir los regalos con algunos criterios educativos. Juguetes que sean estimulantes, que puedan compartirse, que no se adjudiquen de forma sexista…

La credulidad de los niños y de las niñas es asombrosa. Mi querida amiga Montse Chinchilla me ha contado, al respecto, que su padres tenían en Priego de Córdoba una tienda a la que muchas familias solicitaban los regalos para sus hijos e hijas. Días antes de la fecha llegaba a Priego un gran camión con todas los regalos solicitados. La familia preparaba los lotes según los pedidos realizados por las familias. Ella y sus hermanos ayudaban a sus padres en esas tareas de reparto. Pues bien, a pesar de las evidencias de quién traía los regalos, ella escribía su carta a los Reyes y aseguraba que su ilusión era plena y su creencia en los Reyes era incontestable. Ni las evidencias más palmarias resultaban eficaces para romper la ficción.

¿Cómo es posible?, nos preguntamos. Pues es posible porque la ilusión es más poderosa que la realidad. Por muy grande que fuera el camión que traía los regalos, más grande era la fe de Montse en la maravillosa llegada de los Reyes. Por muy clara que fuera la relación entre aquellos encargos que recibían sus padres y los regalos que recibían los niños y las niñas del pueblo, era más grande el peso de la ilusión.

Prueba de esta fe irreductible es que la pérdida de esta creencia no suele ser el fruto de la lógica sino la manifestación de un amigo, que dice que los Reyes son los padres o que los padres son los Reyes. Con frecuencia, a pesar de este descubrimiento, el niño se resiste a romper la fantasía y arremete contra el amigo soplón:

· Mi amigo dice que los Reyes no existen, que son los padres quienes nos traen los regalos. ¡Qué tonto es mi amigo!

Circulan desde hace tiempo varias cartas para que los padres desvelen a sus hijos el misterio de los Reyes. Vienen a decir que ante el trabajo inabarcable que tienen que hacer sus Majestades, han decidido nombrar a unos pajes que hagan ese trabajo. Y ningún paje mejor para los niños que sus padres. Recuerdo que, cuando se la leímos a nuestra hija, respondió con un enfado tremendo. Como diciendo:

· ¿Por qué me habéis roto esta bonita ilusión?

Está claro que esa ficción, tarde o temprano, desaparece. Nadie llega a la juventud creyendo en los Reyes. En algunos casos se produce una gran decepción. Creo que, mientras dura, es tan hermosa y tan gratificante que merece la pena mantenerla como una tradición en la que toda la sociedad coopera como si se tratase de una inmensa obra de teatro.

Al otro lado de la realidad se encuentran los niños y las niñas que no escribirán una carta a los Reyes ni recibirán el más pequeño regalo ni de sus padres ni de nadie. Niños y niñas que mirarán con envidia a los afortunados que no saben que lo son. Pienso que estos niños y niñas poco afortunados deben ser la preocupación de la sociedad.

La valoración de lo que se recibe depende más de la actitud de las personas que de la materialidad de los regalos. Alguna vez he contado la historia de una familia que tenía dos hijos. Uno patológicamente pesimista. Otro, patológicamente optimista. Conscientes de que la educación es la mejor estrategia para la superación de los problemas psicológicos, decidieron hacerles unos regalos adecuados a sus problemáticas formas de ser. Los padres estaban preocupados por estas tendencias tan extremas. Se acercaba la fecha de Reyes y decidieron hacer regalos estratégicamente educativos. Pensaron regalarle al pesimista algo estimulante: un moto potente, aunque fuera muy cara.

El padre dice que moto ya tienen varios amigos, así que deberían pensar en otro regalo diferente que no tuviera nadie, aunque fuera necesario pedir un crédito al banco. Después de darle muchas vueltas pensaron en comprarle un pequeño yate para que saliera a navegar con sus amigos. Los dos regalos podrían corregir su tremenda propensión al pesimismo.

¿Qué le regalaremos a su hermano que le rebaje un poco el desmedido optimismo?, se preguntaron. Pensaron en un lápiz y enseguida cayeron en la cuenta de que con un lápiz se volvería loco de alegría. Tendría que ser algo peor, algo desagradable. Barajaron la posibilidad de regalarle un rollo de papel higiénico y también les pareció demasiado. Debería ser algo más repugnante. Y no vieron otra cosa peor que una plasta de una vaca.

Así lo hicieron. La moto y el yate para el pesimista. La plasta de la vaca para el optimista. Habían hecho buenas elecciones para el fin que perseguían.

Llegó la noche del día cinco, la noche de Reyes. Les hicieron los regalos que habían acordado. Por la mañana del día de Reyes llegaron a la casa unos tíos que conocían la estrategia de los padres. Preguntaron cómo habían reaccionado los chicos:

· Pasad. Hablad con ellos, les dijeron.

Encontraron al pesimista llorando, muy abatido. Le preguntaron por el motivo del llanto. El chico dijo que le habían regalado una moto y que, con la mala suerte que tenía, saldría un día sin casco, tendría un accidente y acabaría herido o muerto por culpa del regalo.

Por ese camino no iban a ningún sitio.

· ¿Y qué más te han traído los Reyes?
El chico contestó apesadumbrado
– Un yate.
– ¿Un yate? Estarás feliz. Podrás salir con tus amigos a navegar.
· No. No estoy feliz. Todo lo contrario. Porque yo tengo mala suerte. No sé nadar. Saldré a navegar un día que haya tormenta. Habrá un accidente. Seguro que me voy a ahogar por culpa de este maldito regalo.
· Mientras se producía este diálogo de los tíos con el sobrino pesimista, el optimista pasó por la sala con su caja dando saltos de alegría.
· Vamos a ver, le dijo su tía, ¿por qué estás tan contento? ¿Qué te han regalado los Reyes?
· A mí me han traído un caballo, pero no lo he encontrado todavía, contestó exultante.

Lo cual muestra que una cosa es lo que nos pasa y otra muy diferente cómo vivimos aquello que nos pasa. Una cosa es lo que nos regala la vida y otra la actitud con la que recibimos esos regalos.

El Adarve

martes, 17 de noviembre de 2015

La magia del orden en nueve pasos. La japonesa Marie Kondo se ha convertido en un fenómeno súper ventas gracias a su libro sobre cómo organizar el hogar.

Ordeno, luego existo. Este parece ser el lema de la japonesa Marie Kondo, que aborda la organización como una forma de terapia en su súper ventas La magia del orden. “La verdadera vida comienza después de poner tu casa en orden”, asegura.

La gurú de la organización ha conseguido vender millones de ejemplares de sus libros en todo el mundo con aseveraciones como estas: “Cuando experimentes lo que es tener una casa realmente ordenada, sentirás cómo se ilumina todo tu mundo”; “ordenas tu casa, pero también ordenas tus asuntos y tu pasado. El resultado es que puedes ver con claridad lo que necesitas y lo que no”. Lo tiene clarísimo, quizá porque cuando otras niñas jugaban a la comba ella pasaba las horas embelesada con revistas de decoración.

Sin embargo, al otro lado de la barrera las preguntas se acumulan: ¿No habíamos quedado en que el desorden estimula la creatividad? ¿Es el orden una prioridad para los seres humanos, como parece indicar el aluvión de artículos y manuales en el mercado? Y, sobre todo, ¿no es el orden total, el de casa y el de la vida, una utopía inalcanzable?

“Las habilidades que construyes cuando aprendes a ordenar tu casa pueden influir en el resto de tu vida de muchas formas positivas”, responde Kondo a Verne por email. “Nuestras vidas son muy complicadas, y a menudo tiran de nosotros al mismo tiempo en diferentes direcciones, como un calcetín en dos pies. Por eso, para la mayoría de la gente es más sencillo pasar a otra cosa nueva que simplemente centrarse en hacer una única cosa de la forma correcta. El resultado es una falta de organización”.

En lo que se refiere a la creatividad que presuntamente surge del caos, (pensemos en la famosa y amontonada mesa de Einstein, por ejemplo), la autora recomienda mantener un espacio en casa o en la oficina donde guardar cosas que inspiran y ayudan a obtener resultados. “Pero estos objetos deben mantenerse en esta zona especial, donde se encuentran fácilmente. Y si inspiran felicidad, deben estar a la vista en casa”.

Casada y sin hijos (lo cual ayuda a mantener las cosas en su sitio) Kondo se ha convertido en una autora de culto en Estados Unidos, con grupos de Facebook donde los fans comparten trucos y fotos de cajones impecables y utilizan su nombre como un verbo sinónimo de ordenar, tipo “voy a Kondear mis camisetas”. Su manifiesto se apoya en muchas bolsas de basura donde depositar los objetos a descartar y trucos como los que exponemos a continuación:

1. Primero, desecha
Todo se reduce a dos tareas: eliminar cosas y decidir dónde guardarlas. “Son solo dos tareas, pero la eliminación debe ir primero. Asegúrate de concluir la primera tarea antes de empezar con la siguiente”, escribe Kondo. ¿Y cuál es el criterio para decidir qué desechar? La pregunta que viene a continuación.

2. ¿Produce felicidad?
Esta es la piedra angular de la filosofía de Kondo: descartar todo lo que no produzca alegría. “Creo que deberíamos rodearnos únicamente de aquello que nos trae felicidad. Para algunas personas serán un montón de cosas. Para otras, solo un puñado”, dice la autora. “La clave es trabajar para identificar aquello que verdaderamente produce dicha, y para la mayoría de la gente no es fácil. Pero es la mejor manera de asegurarnos de que vivimos con aquello que nos satisface. Y en la cantidad justa”.

3. Ordena por categoría y no por ubicaciones
En lugar de ir ordenando habitación por habitación, Kondo recomienda centrarse en una categoría. Por ejemplo, ropa (que a su vez tiene subcategorías como deportiva o zapatos), libros o papeles. En este caso, el orden sí altera el producto. Empieza con la ropa, continúa con los libros, papeles y objetos varios, y termina con los de valor sentimental. “Si reduces tus posesiones en este orden, tu trabajo fluirá con una facilidad sorprendente”, asegura. “Al empezar con las cosas fáciles y dejar las más difíciles para el final podrás afinar poco a poco tus habilidades para tomar decisiones, y así acabará por parecerte sencillo”.

Por cierto: ¿Eres de los que utilizan en casa la ropa que no les gusta, o se ha quedado vieja para la calle, como las mallas desgastadas? Error. “No me parece bien conservar ropa que no nos gusta para andar por casa. El tiempo que pasamos en casa es una parte preciosa de la vida. Su valor no debe cambiar porque nadie nos ve”.

4. Hazlo de una vez
“Algunos creen que esto es un proceso que nunca termina, y que hay que hacerlo todos los días”, dice Kondo. Su método es extremo: la purga debe hacerse de una vez, de un tirón, para “cambiar la mentalidad drásticamente”. No hay una pila de objetos dudosos; nada queda para después. Justo lo contrario de lo que suelen recomendar otros expertos, que abogan por adquirir el hábito de hacer un poco cada vez. “Si organizas un poco cada día, nunca acabarás”, dice Kondo.

5. Trata a las cosas como si fueran personas (o casi)
“Nunca jamás hagas una pelota con tus calcetines”, escribe en su libro. “Sufren una buena paliza en su trabajo diario. El tiempo que pasan en tu cajón es su única oportunidad de descansar”. En el universo Kondiano, las cosas están vivas, o casi. Un planteamiento que dejará estupefacto a muchos lectores, y que ella justifica así: “No creo que deba haber ninguna competición en nuestro corazón entre cosas y personas. Si valoramos los objetos que nos importan, y los tratamos bien, no solo durarán más y nos darán más placer; también podemos aprender incluso a ser más amables y generosos con las personas”.

6. Rechaza los productos de almacenaje, y usa cajas de zapatos vacías
A diferencia de otros gurús de la organización, que recomienzan hacerse con un ejército de productos de almacenaje, Kondo cree que estos no son más que una trampa, ya que resuelven el problema solo de forma superficial. No necesitas comprar separadores ni nada por el estilo. “Puedes solucionar tus problemas de almacenamiento con cosas que ya tienes en casa. El objeto más común que yo uso son cajas de zapatos vacías”.

7. Ropa de temporada
La costumbre de empaquetar la ropa de temporada, asegura Kondo, está obsoleta, ya que con el aire acondicionado en verano y la calefacción central en invierno los hogares y oficinas están menos expuestos al clima exterior. “Ya es hora de abandonar esta costumbre y tener toda nuestra ropa lista para usarla todo el año sin importar la estación”.

8. No dejes que te vea tu familia
“Recomiendo de manera especial a mis clientes que eviten ser vistos por sus padres y familiares. A los padres les angustia mucho ver lo que desechan sus hijos. El volumen de las cosas puede hacer que los padres se pregunten ansiosamente si sus hijos podrán sobrevivir con lo que les queda”, escribe Kondo. ¿Y qué decir de ese trasvase de ropa entre madres e hijas? Su respuesta es un tajante no.

9. Qué hacer cuando no puedes desechar algo
Por ejemplo, las tacitas de té de la abuela, que has ido cargando de mudanza en mudanza sin atreverte a usarlas nunca de horrendas que son. Ese vestido que te encantaba pero que ahora, después de haber sido mamá, te queda regular. “Cuando te topes con algo de lo que no puedes desprenderte piensa con cuidado sobre su verdadero propósito en tu vida. Te sorprenderá cuántas cosas que posees ya cumplieron su función. Al reconocer su contribución y dejarlas ir con gratitud, serás capaz de poner en verdadero orden las cosas que posees y toda tu vida”.

http://verne.elpais.com/verne/2015/11/10/articulo/1447151617_649753.html?rel=cx_articulo#cxrecs_s



Te fuiste hace tiempo ya
tú que no conozco más
tú a quien un día me di más

tú que ayer me has sofocado de amor y de felicidad
hoy me ahogas de nostalgia
tú que no me dices más las cosas que preciso oír
tú que hasta hoy aún no te olvidé
tú de quien me engaño yo diciendo que todo pasó
la realidad es que en mi quedaste tú

tú en quien no encuentro más los besos que ya no te doy
fui tanto para ti y hoy ya nada soy

lunes, 11 de noviembre de 2013

Magos contra la farsa

El Asombroso Randi fue uno de los grandes ilusionistas del siglo XX. Pero su gran hazaña consistió en desenmascarar los trucos de Uri Geller, destruyendo su aura sobrenatural
A los 84 años, lidera un movimiento de prestidigitadores contra mentalistas y curanderos

Esta escena transcurre hacia 1943, en una parroquia de Toronto (Canadá). El sacerdote pasa una cesta, y muchos feligreses depositan en ella sobres con sus nombres escritos en el exterior que contienen las súplicas que quieren dirigir a Dios. El cura extrae uno, lo sostiene en alto sin abrirlo, lee el nombre del remitente y exclama: “Esto es lo que Mary quiere saber. Y Dios me dice que su hermana, que está enferma de cáncer, se va a curar y que va a vivir mucho tiempo”. Después, el orador abre el sobre, lee su contenido y lo pasa abierto para que lo compruebe un público asombrado. De forma metódica, este religioso va averiguando el contenido de cada sobre antes de abrirlo. Nadie duda de su clarividencia. Salvo un chico de 15 años que ha cazado la trampa.

El muchacho es un aprendiz de mago llamado James Randi que años antes había contemplado algo mucho más exótico en un viejo teatro de variedades: el famoso mago Harry Blackstone había hecho levitar a una princesa sobre el escenario. Tras el espectáculo, el niño fue al encuentro de Blackstone en el camerino y el mago le enseñó unos cuantos trucos de manos. La experiencia le marcó. Y unos pocos años después tendría su primer encontronazo con el charlatán de la parroquia de Toronto.

“Randi se dio cuenta del truco”, explica el director de documentales Justin Weinstein desde su oficina en Nueva York. “Cuando el charlatán escoge el primer sobre, con el nombre de Mary, pregunta por un tal David entre el público, que en realidad es su compinche”. Por supuesto, el predicador sabe de antemano la pregunta de su colaborador. Aprovecha la ocasión para abrir el sobre de Mary haciendo creer que es el de David y memoriza su contenido. Coge otro sobre y dice: “Este lo ha escrito Mary”, cuando en realidad pertenece a la siguiente. Y sigue la cadena hasta desvelar los contenidos de todos los sobres.

El joven Randi subió al púlpito y mostró la técnica. “Los que estaban allí se negaron a escuchar. Estaban indignados”, detalla Weinstein. “Uno de ellos fue a buscar a un policía, el cual cogió al muchacho por las orejas y lo llevó a la comisaría. Fue el primer acto en el que Randi descubría a un embaucador, pero sin éxito”. El Asombroso Randi sería el nombre artístico que catapultaría al joven aprendiz hasta convertirse en el primer escapista tras Harry Houdini. En 1956 aguantó dentro de un ataúd metálico sellado y sumergido durante 104 minutos, nueve más que el récord de Houdini. En un programa presentado por el actor Peter Lawford, desafió a los espectadores al surgir del interior de una caja fuerte de un banco llevando en su cuerpo relojes, pulseras y pendientes de un grupo de asistentes. El público había visto previamente que la caja estaba vacía, antes de que se depositara en ella los objetos en otra caja más pequeña y bajo llave. En 1976, colgado de un cable, boca abajo sobre las cataratas del Niágara, se libró de su traje de fuerza y sus cadenas en poco más de dos minutos.

Todas sus hazañas como ilusionista, sin embargo, pasaron a un segundo plano. Randi ha cumplido 84 años, pero ese encuentro cuando era un muchacho con un charlatán de parroquia le condicionó de por vida, dice Weinstein, que está finalizando An honest liar (Un mentiroso honesto), un documental sobre este hombre de baja estatura y barba blanca que parece salido de un cuento medieval. “Randi es alguien con una misión”, según Weinstein. Un mago con fama mundial por haber expuesto de forma infatigable y a la luz pública muchos de los subterfugios que usan todo un ejército de videntes, psíquicos y curanderos milagrosos. La Fundación MacArthur distinguiría a Randi en 1986 con un premio de 272.000 dólares por su trabajo educativo y su energía a la hora de exponer los fraudes.

Su leyenda empezó con un cheque de 10.000 dólares que llevaba en el bolsillo de la camisa destinado a cualquiera que demostrase, en un entorno controlado y científico, que posee genuinos poderes paranormales. La Fundación Randi ofrece hoy un millón de dólares a cualquier psíquico que lo consiga. Randi suele bromear cuando se le pregunta si teme perder semejante fortuna. “Nunca mi dinero ha estado en lugar más seguro”.

A mediados de los setenta, mostró ante las cámaras cómo doblar las cucharas a la manera de Uri Geller, la superestrella psíquica del momento. También asesoró a su amigo el presentador Johnny Carson para que preparara unos experimentos antes de que Geller pasara por su show. El mentalista israelí fracasó ante millones de telespectadores, aduciendo que en el aire había malas vibraciones. Randi escribiría a principios de los ochenta un libro demoledor, La magia de Uri Geller, en el que exponía todos sus trucos. Aunque Geller le denunció tres veces, fracasó en su intento de arruinarle.

En 1986 se haría famoso al tender una trampa al telepredicador Peter Popoff. Los espectáculos de este charlatán resultaban extravagantes: adivinaba entre la gente congregada los nombres de los enfermos. Se acercaba a ellos, descubriendo peculiaridades sobre sus vidas y dolencias, hasta que los tocaba. Invocando el poder divino, Popoff los sanaba entre gritos de ¡aleluya! Ganaba más de cuatro millones de dólares al mes, hasta que Randi mostró el truco. El evangelista usaba un dispositivo inalámbrico en su oído; su mujer le transmitía los nombres, direcciones y enfermedades de las personas a las que iba a curar. Todo quedó grabado en una película. Popoff se declararía en bancarrota poco después. Sin embargo, el predicador ha vuelto y en su web comercializa botellitas de agua milagrosa. Y posee una fortuna de decenas de millones de dólares, de acuerdo con una noticia del canal estadounidense ABC.

Esta resurrección no le sorprende a Randi, un hombre afable, siempre dispuesto a hablar con cualquiera que apueste por el escepticismo. Para alguien desesperado, asegura, el charlatán que invoca a Dios ofrece una solución. Randi ha tachado a las autoridades estadounidenses de irresponsables por no haber hecho nada ante los hechos. Popoff no es el único que ha resucitado. En Estados Unidos y muchas otras partes del mundo –incluida España–, la legión de curanderos y seudomédicos no para de crecer. “Existe un peligro financiero”, asegura Randi, atendiendo la llamada de El País Semanal desde su oficina en Florida (Estados Unidos). “Algunas personas han enviado todo su dinero a estos predicadores que prometen sanar enfermedades de forma sobrenatural”. Las donaciones suelen llegar por correo, con la esperanza de que la curación tendrá lugar también a distancia. “Mucha gente es tan ingenua que se lo cree y envía todo su dinero”. Hay muchos historiales de familias completamente arruinadas, nos dice.

Junto a los sanadores espirituales, que curan milagrosamente el cáncer, surgen aquellos que hablan con los muertos, nos dice Randi; una moda transformada de las sesiones de espiritismo del siglo XIX. Todos desean lo mismo, vaciarle la cartera a los ingenuos. “A la gente poco educada se les quita su seguridad. Se les inculca una falsa filosofía para vivir. Si la aceptan, aceptarán cualquier cosa que se les diga”. Quienes envían dinero por correo esperando un milagro lo volverán a hacer con los colegas de los charlatanes, ya avisados sobre los nuevos yacimientos de crédulos. La estafa no se detiene en el estafado. Es como una epidemia, una mancha de tinta que se extiende.

Las víctimas de videntes, farsantes y mentalistas suelen tener una educación pobre, explica Randi. Siempre hay excepciones, como la escritora de novelas románticas Jude Deveraux, con más de 50 millones de ejemplares vendidos y 37 referencias en la listas de best sellers de The New York Times. En 2011, el detective Charles Stacks encontró a la escritora en la habitación de un hotel en un estado lamentable, sin dinero; “a días de suicidarme”, describiría Deveraux a la cadena ABC News. Había caído en las garras de Rose Marks, jerarca de un clan de videntes neoyorquinos.

Durante 17 años, la escritora le transfirió 20 millones de dólares. Marks aseguraba a sus clientes que el dinero era una fuente de corrupción diabólica. Convenció a Deveraux para que vendiera sus propiedades. Logró aislarla de su familia y amigos. Su hijo había muerto en un accidente de motocicleta en 2005, con ocho años, y la vidente aseguraba que el alma del pequeño se encontraba “entre la tierra y el cielo”. Los informes policiales sugieren que la novelista recibía amenazas para que el dinero siguiera fluyendo. Las víctimas del clan de Marks eran en su mayoría mujeres inteligentes y con recursos que habían tenido un suceso desgraciado en sus vidas. Ahora se enfrentan a un juicio por estafa.

“La industria de la seudociencia es tremendamente rentable, pero no podemos saber las cifras”, dice Randi. Los charlatanes que han fundado alguna secta acogiéndose a alguna creencia religiosa son los más opacos. “Ellos no informan sobre lo que ganan. En este país no pagan impuestos si escogen algún título religioso de algún credo, se les da el privilegio de no pagar”. En España, la opción de darse de alta como astrólogo o similar está tipificada en el registro de actividades económicas de Hacienda. Pese a ello, resulta imposible obtener una cifra global de ganancias.

Los videntes pueden registrarse y pagar impuestos. Si la astrología y la adivinación son legales, ¿hasta qué punto la ley protege a quien ha sido estafado? “Cuando el usuario de esos servicios posee un nivel de entendimiento medio-alto, se entiende que no puede haber engaño porque ha sido el propio engañado quien se ha dejado engañar”, dice Luis Javier Capote, profesor del departamento de disciplinas jurídicas de la Universidad de La Laguna (Tenerife). “Si la persona está afectada desde el punto de vista mental o tiene una cultura muy baja, sí hay casos de condenas”. La solución no pasa por la prohibición de este tipo de prácticas sin fundamento científico, comenta este experto por correo electrónico.

Desde hace décadas, James Randi intenta convencer a las grandes estrellas de la magia norteamericana para que se sumen a su causa. El gran Harry Houdini se convirtió progresivamente en un investigador de fenómenos paranormales, descubriendo las argucias de los espiritistas en la segunda década del siglo XX. “Admito que al principio me inspiré en lo que hizo”, dice Randi. “Houdini, como yo, no tuvo educación superior, ni fue a la universidad. En cierto modo era ingenuo. Pero nunca creyó a los farsantes, porque conocía sus trucos. Él me mostró el camino”.

La línea que separa al mago del psíquico a veces es muy estrecha. Geller no se dedica ya a doblar cucharas. Pero vive en una mansión a las afueras de Londres. Usa sus poderes para encontrar oro y petróleo. Y hace poco compró una pequeña isla en la costa escocesa, como él mismo afirma en su web, al intrigarle unas imágenes que mostraban un ovni sobre ella. Ha comentado en programas de televisión que el hecho de que los magos logren reproducir sus hazañas no significa que él no posea poderes sobrenaturales, como hacer germinar las semillas entre sus dedos o mover con la mente una brújula. “Geller empezó como un mago que realizaba números en salas de fiesta en Israel, y descubrió que ganaba mucho más cuando se presentaba como alguien dotado”, explica Ricardo Campo, colaborador del departamento de filosofía de la Universidad de La Laguna y autor del libro Ovnis, vaya timo (Laetoli).

Los magos coquetean con el misterio. La tentación para pasarse a ese otro lado es grande. El ilusionismo es el arte de engañar al cerebro haciéndonos creer lo imposible. Y los magos del gran espectáculo, como Criss Angel y David Copperfield, lo consiguen: levitan entre dos edificios, hacen desaparecer la estatua de la Libertad, atraviesan paredes y caminan sobre el agua. ¿Cómo reaccionan estas estrellas ante la petición de descubrir a los farsantes o magos reconvertidos en místicos con poderes mentales?

“La respuesta es mixta, mitad y mitad”, dice Randi, con cierta comprensión no exenta de crítica. En privado, y en los templos sagrados de la magia como El Castillo Mágico, un exclusivo club de magos en Hollywood, o el legendario Círculo Mágico de Londres, se observa su causa con simpatía. Pero la mayoría se sienten incómodos si tienen que dar un paso al frente. No desean convertirse en detectives de lo paranormal. Las estrellas como Angel o Copperfield no prestan mucha atención. “Piensan que no es de su incumbencia el interferir con la actuación de otros”, dice Randi. “Pero no se dan cuenta de que son criminales que se aprovechan de la gente para robarles y quitarles su seguridad por medios falsos”.

Pese a las reticencias, Randi ha cosechado la complicidad de algunas estrellas como la pareja formada por Penn y Teller –quizá el dúo de magos más famoso en la actualidad–. Penn es un tipo más bien grande, mientras que Teller es un hombre bajo que apenas habla. Forman una pareja inigualable, realizando trucos revolucionarios en los que se parte el torso de una mujer, las monedas en un recipiente con agua se transforman en peces de colores o aparecen 100.000 moscas volando en un plató. Y también se han dedicado a desentrañar los trucos de los psíquicos, denunciando a farsantes de todo tipo, desde los que dicen hablar con los muertos hasta los curanderos. “Randi fue el que nos hizo”, confiesa la pareja en la película de Justin Weinstein. “Nos miraba como si fuéramos especímenes”. Él fue quien les sugirió que debían formar equipo.

La respuesta de los magos españoles es parecida, mezcla de indiferencia e interés. Cada vez que Randi ha venido a España para impartir sus conferencias ha encontrado buena acogida. Entre los miembros de la organización Círculo Escéptico se encuentran ilusionistas como David Blanco, en cuyas actuaciones realiza efectos de mentalismo en los que adivina mensajes que el público escribe en trozos de papel… “Siempre advierto a la audiencia de que lo que van a ver no son fenómenos paranormales. No puedo mandarles a casa haciéndoles creer que tengo poderes”. Blanco admira la cruzada de Randi contra los farsantes. Incluso llamó a uno de sus números Las honestas mentiras de David Blanco. En ocasiones, la reacción del público le sugiere que la fuerza para creer en lo sobrenatural es irresistible en muchas personas, sobre todo por no ejercitar el pensamiento escéptico. Se corre el peligro de abandonarse delante de un televisor creyendo a pies juntillas todo lo que allí se dice. Incluso hay gente dentro de la magia que cree. “No estamos acostumbrados a pensar por nosotros mismos”, asegura este ilusionista.

¿Por qué es más fácil creer en lo mágico? Para D. J. Grothe, presidente de la Fundación Randi, las seudociencias tratan de calmar nuestras ansiedades simulando responder a las cuestiones que preocupan a todo el mundo, como la muerte, el dinero, las relaciones humanas y la salud. “La gente cree básicamente en los ovnis porque les hacen sentir que están menos solos en el universo, en los sanadores divinos porque les dan esperanza de curación, o en los psíquicos que hablan con los muertos porque echan profundamente de menos a sus seres queridos que han perdido”.

La ciencia, en cambio, ha logrado explicar las posesiones demoniacas como ataques epilépticos, las abducciones alienígenas como alteraciones del sueño, o la creencia en fantasmas como el deseo de vivir tras la muerte. Para el periodista Mauricio-José Schwarz, que lleva 30 años combatiendo la seudociencia, se trata de entrenar los mecanismos del pensamiento y la deducción. “Nadie compra un coche usado a ciegas. Necesitamos abrir el capó, probar el coche. Hemos de tratar las afirmaciones paranormales como coches usados”.

Aquellos que están convencidos de que hay personas con poderes tendrían que preguntarse por qué ninguno de ellos se ha presentado a las pruebas para ganar el millón de dólares ofertada por la Fundación Randi. “Cada semana nos topamos con algún candidato, pero no están suficientemente preparados para engañarnos. Rellenan el formulario para obtener el premio, pero luego no oímos nada de ellos. Tratan de ver si tenemos alguna flaqueza, pero no la tenemos”, asegura Randi. Alguno intenta llegar un paso más allá. Pero al final todos los psíquicos se esfuman y desaparecen… casi de manera sobrenatural.

Fuente: El País.