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miércoles, 29 de julio de 2020

El cientificismo genera pseudociencia y negacionismo científico

Por N. Gabriel Martin | 08/07/2020 |
Conocimiento Libre

Fuentes: The Philosofical Salon
Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández

El cientificismo, la creencia en que la ciencia es la única fuente válida de conocimiento y que puede responder todas las preguntas legítimas, es lo que genera pseudociencia y el negacionismo científico. Si se aborda la ciencia como si no solo nos informara, sino que también dictara cómo debemos vivir nuestra vida y cómo debemos gestionar la sociedad, entonces es más fácil difundir la negación infundada de afirmaciones científicas que desafiar la afirmación ilegítima de la autoridad sobre decisiones tomadas en nombre de la ciencia.

Cuando los gobiernos afirman, como durante la pandemia de la COVID-19, estar acordando una “política basada en la evidencia”, trazando una línea directa de la ciencia a los cambios políticos y sociales internos más perturbadores y molestos que se recuerden, no es de extrañar que el descontento público cargue contra la misma ciencia. De hecho, la misma cosmovisión que hace que afirmar “estar siguiendo la ciencia” sea una necesidad política, ha hecho también que atacar a la ciencia sea el único modo concebible de disidencia.

Al fomentar una cultura política en la que colocar la responsabilidad de una decisión política sobre “la ciencia” es una forma viable de defenderla, el cientificismo ha hecho que desafiar a la ciencia sea la única forma de desafiar las decisiones políticas. Pero, en ambos casos, se está desviando un debate que debería ser sobre política. Las decisiones políticas no pueden simplemente seguir a la ciencia, porque las decisiones políticas, como cualquier otra decisión si vamos al caso, están motivadas por interpretaciones y valores específicos. No están simplemente dictadas por los hechos. Como Jana Bacevic escribía recientemente en un artículo de opinión en The Guardian: “Lo que los políticos deciden priorizar en estos momentos es una cuestión de juicio político. ¿Es la vida de los ancianos y los enfermos? ¿Es la economía? ¿O son los índices de aprobación política? Si nuestra capacidad para debatir y discutir sobre valores no estuviera degradada, podríamos exigir a los responsables políticos que defendieran sus decisiones cuando priorizan ciertos valores sobre otros, en lugar de refugiarse en la afirmación de que los hechos científicos determinan las decisiones que adoptan, cuando apenas es así en absoluto.

Para quienes están descontentos con estas políticas, es más fácil negar la evidencia científica, aunque esta sea sólida y la negación sea espuria, que desafiar la legitimidad de permitir que dicha evidencia dicte nuestras decisiones. Poner en duda alguna afirmación científica en particular no requiere de un gran salto; después de todo, estamos acostumbrados a que las teorías científicas se reviertan, por lo que no es sorprendente que lo que parece demostrarse como verdadero resulte falso. En el extremo opuesto es mucho más difícil atacar toda una visión del mundo que niega la importancia de las preguntas que no pueden resolverse con datos empíricos.

Esto se debe a que estamos inmersos en un cientificismo que nos ha obligado a abandonar el debate público sobre las preguntas que carecen de respuestas fácticas. Tales preguntas, que incluyen cualquier consulta sobre cómo actuar, qué hace que una vida sea buena o cómo debe constituirse la sociedad, pueden, en el mejor de los casos, ser temas para la introspección privada. No tienen espacio en el discurso público porque no pueden resolverse. En consecuencia, cuando se trata de cualquiera de estas cuestiones de valor y significado, el único papel legítimo para la política es el enfoque liberal: dejar la decisión a cada individuo e interferir lo menos posible en ella. Incluso expresar una opinión sobre las decisiones de otra persona es excesivo, es el comportamiento de los entrometidos, no de las personas que se preocupan por sus propios asuntos. Es mejor permanecer agnóstico en asuntos que no pueden resolverse científicamente y dejar que otros hagan lo que quieran. El error aquí es pensar que solo porque las preguntas sobre qué hacer o cómo vivir no pueden resolverse carecemos de bases para evaluar o criticar las alternativas.

Científicos, intelectuales y periodistas se quejan del negacionismo, pero no tienen soluciones que ofrecer, aparte de instarnos a luchar más para no dejarnos atrapar por un océano de desinformación. Esto se debe a que se niegan a comprometerse con las raíces del problema, que no puede abordarse redoblando la negación de que no hay fuentes legítimas de comprensión aparte de la ciencia. Una vez que el cientificismo ha vaciado el discurso público de cualquier forma de presentar y estar en desacuerdo sobre valores y formas de vida, ¿qué otra cosa sino el descontento con las políticas que afirman que “seguir solo a la ciencia” se dirigirá contra la misma ciencia? En un reciente artículo de opinión publicado en Nature, Timothy Caulfield se quejaba de que: «Aquellos que impulsan ideas no probadas utilizan el lenguaje de la ciencia real -un fenómeno que yo llamo ‘explotación científica’- para legitimar sus productos. Es, por desgracia, demasiado eficaz. La homeopatía y las terapias energéticas, afirman sus defensores, dependen de la física cuántica”. Sin embargo, lo que él llama “explotación científica” es prácticamente inevitable una vez que el cientificismo ha eliminado cualquier otra base sobre la cual determinadas afirmaciones puedan tomarse en serio.

La homeopatía es un objetivo fácil, pero Caulfield fustiga también remedios naturopáticos que son menos inverosímiles. Las personas buscan soluciones que no están médicamente comprobadas no solo para contrariar a los expertos, sino porque la salud es importante y la ciencia médica con frecuencia no puede ayudar. La solución a la pseudociencia médica no es que los científicos insistan más en la verdad de la ciencia y la ilegitimidad de cualquier idea fuera de ella; la solución radica, más bien, en admitir las limitaciones del conocimiento científico y, por lo tanto, la legitimidad de adoptar decisiones en función de otros criterios, incluso de los que no son científicos. Si la ciencia médica no insistiera en la ilegitimidad de cualquier otra base sobre la que tomar decisiones en temas de salud, podría no ser necesario hacer espurias afirmaciones pseudocientíficas sobre remedios alternativos. Sería posible aceptarlos por lo que son: no comprobados, aunque apoyados en evidencias anecdóticas o en la sabiduría popular.

Nuestro discurso político también está limitado por el cientificismo de forma que perjudica la comprensión pública de la ciencia. Las decisiones políticas nunca se “basan meramente en evidencias”; más bien se utilizan las evidencias para decirnos cómo lograr fines políticos y minimizar las amenazas políticas. Son los valores que tenemos los que determinan qué fines debemos perseguir y, por lo tanto, qué decisiones debemos tomar sobre la base de las evidencias que tenemos. Los objetivos políticos siempre son discutibles, y las decisiones políticas difíciles que deben adoptarse son aquellas que sacrifican algunos valores por el bien de otros. La pandemia amenaza gran parte de lo que nos es querido -personas vulnerables, salud pública, economía, libertad- y las respuestas ante la misma han tenido que sacrificar algo por el bien de todos. Sería mejor si esas decisiones pudieran defenderse en términos de los valores por los que están motivadas en lugar de pretender estar simplemente “siguiendo la ciencia”, sobre todo porque entonces podrían desafiarse desde el punto de vista de los valores que descuidan, en lugar de negar la ciencia en la que afirman basarse. También disminuiría la tentación de los políticos de ofuscar la ciencia, por ejemplo, cuando se toman decisiones sobre cómo contar las muertes para minimizar las estadísticas.

En una crisis de salud, o en cualquier otra situación que ponga en peligro la vida de las personas, parece realmente no haber alternativa. Parece, además, que debemos seguir a la ciencia porque eso solo puede significar una cosa: hacer cuanto sea necesario para evitar la pérdida de vidas. Sugerir lo contrario resultaría insensible. Sin embargo, esta elección solo parece sencilla porque los únicos valores que podemos discutir seriamente son el valor de la vida humana o el valor de la economía. Este es el mínimo necesario para evitar un nihilismo total. Y, sin embargo, es incoherente pretender que una vida humana tiene sentido sin afirmar que las cualidades y propiedades que conforman la vida también son valiosas. Admitir que la vida humana tiene valor requiere que pensemos más profundamente sobre cuál es ese valor y qué más cosas tienen también valor.

La pandemia de la COVID-19 ha expuesto las grietas existentes en la relación entre la ciencia, la política y la opinión pública que atraviesan directamente la crisis del cambio climático, mucho más grave, si bien paulatinamente más inminente. El negacionismo climático parece haber disminuido en los últimos años, pero es probable que se deba a que ya no es necesario: la apatía climática y el fascismo climático -ideologías que surgen de la creencia de que el cambio climático es real y está aumentando, pero que es demasiado tarde para hacer algo al respecto- están comenzando a ocupar su lugar en la lucha contra la reducción de las emisiones de carbono.

Esto no debería sorprendernos, ya que el problema nunca fue la negación de la evidencia científica; fue el fracaso de nuestra sociedad para lidiar con la pobreza de sus valores, los mismos valores que sacrifican el florecimiento humano y ecológico en aras a la propia conveniencia y el beneficio material. El cientificismo comparte la responsabilidad de este fracaso en la medida en que nos ha enseñado que la salud, el equilibrio, la bondad, el trabajo significativo y la conexión social (todo lo que necesitamos para presentar alternativas al egoísmo y la codicia) no son objetivos que valga la pena tomar en serio simplemente porque no pueden medirse de forma rigurosa.

Si los científicos y los defensores de la ciencia están dispuestos a abordar la propagación de la pseudociencia y el negacionismo de la ciencia que dificultan la comprensión pública de la pandemia del coronavirus, el cambio climático y cuestiones similares, deben involucrarse con las raíces del problema: la negativa del científico a tomar en serio cualquier pregunta que no pueda resolverse mediante un estudio empírico. Mientras la ciencia vaya acompañada del cientificismo, y mientras la política venga“dictada por” la ciencia, el descontento con las políticas reales se desviará de su objetivo legítimo (las políticas mismas) hacia un objetivo ilegítimo (la ciencia). Las crisis requieren de serias discusiones políticas sobre lo que importa, pero la extendida cosmovisión científica generalizada ha hecho que esas discusiones sean imposibles porque lo que importa no puede demostrarse empíricamente. Así es como el cientificismo empobrece el debate público y erosiona la confianza en la ciencia y en sus expertos.

N. Gabriel Martin es profesor visitante en la Universidad de Brighton. Sus investigaciones se centran en la epistemología y la fenomenología del desacuerdo irreconciliable. Su blog es thevimblog.com y puede contactar con él en ngmartin.com

Fuente: https://thephilosophicalsalon.com/how-scientism-spawns-pseudoscience-and-science-denialism/

Esta traducción puede reproducirse libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y a Rebelión.org como fuente de la misma.

jueves, 31 de mayo de 2018

La homeopatía se venderá en farmacias como medicamento aunque Sanidad reconoce que no cura. El ministerio regulará esta pseudoterapia, pero la presión de las autonomías obliga a Dolors Montserrat a difundir su ineficacia: “No hay evidencia terapéutica”.

La homeopatía se venderá en farmacias como medicamento aunque Sanidad reconoce que no cura El ministerio regulará esta pseudoterapia, pero la presión de las autonomías obliga a Dolors Montserrat a difundir su ineficacia: “No hay evidencia terapéutica”

La reunión de la ministra de Sanidad con las autonomías no frenó la orden, pero la presión de buena parte de las consejeras y consejeros consiguió que Montserrat reconociera lo evidente a la salida del Consejo Interterritorial: "Queremos decirles bien claro a los pacientes que no hay evidencia terapéutica". Montserrat aseguró además que pondrán en marcha campañas informativas e informaciones en la web del Ministerio para que los ciudadanos tengan claro este aspecto.

El Ministerio de Sanidad dará un plazo de tres meses a los productos homeopáticos para que pasen al menos un control de calidad y seguridad o no podrán ser vendidos. La orden ministerial, que podría firmarse esta semana, permitirá que la homeopatía se pueda vender en farmacias como medicamento aunque Sanidad reconoce que no cura y aunque en el propio producto se asegure que no cura.

Muchas consejerías autonómicas habían protestado antes de la reunión con la ministra porque consideraban que no se podía aceptar la inclusión de los productos homeopáticos como medicamentos ni su venta en farmacias. La Comunitat Valenciana, País Vasco, Extremadura, Madrid, Castilla-La Mancha, Baleares, Andalucía, Asturias y Cantabria dejaron claro que les parecía inaceptable la denominación dado que no han probado su eficacia contra ninguna enfermedad. Incluso los consejeros partidarios de la aprobación de la orden en los términos planteados por Sanidad reconocían que "la homeopatía no es válida". Las autonomías críticas señalaban dos alternativas: conseguir revertir la directiva europea a largo plazo o establecer un marco normativo que trajera a España la exigencia europea en su versión más rigurosa para proteger a los pacientes de estos productos.

La consellera valenciana, Carmen Montón, cargó contra la orden ministerial porque la homeopatía "no cura, no tiene evidencia científica detrás" y, como había avanzado en EL PAÍS, propuso eliminar del mercado todo aquel que no esté debidamente autorizado y registrado, a través de un plan de retirada. También denunció la condonación de tasas que, en su opinión, se realiza a los laboratorios homeopáticos, que se ahorran 1,2 millones de euros al año en tasas que no han estado pagando.

Este asunto, el de las tasas, fue abordado por la ministra en su comparecencia, al asegurar que los productos homeopáticos deberán pagar las establecidas por la Agencia Española del Medicamento (AEMPS), sin hacer referencia a las que se deben de ejercicios anteriores, mientras se vendían estando en el limbo legal. "No se va a hacer ninguna excepción", aseguró Montserrat, que no ofreció una estimación del número de productos homeopáticos que se encuentran actualmente en el mercado, aunque el borrador que Ana Mato quiso aprobar en 2013 calculaba que serían 14.000 los comercializados.

La directora de la AEMPS, Belén Crespo, añadió que se controlará el pago de las correspondientes tasas por familias de productos homeopáticos y no por cada una de las distintas diluciones. Es decir, que los laboratorios homeopáticos se ahorrarán bastante dinero con este planteamiento, ya que no tienen que pagar tasas por cada preparado que saque al mercado sino tan solo por cada grupo de preparados homeopáticos. Esto supondrá que se sigue eligiendo la vía más favorable para el negocio de la homeopatía, que supone más de 60 millones anuales, el mismo camino elegido en 2013, que terminó aparcándose ante la contestación social. En 2008, con el PSOE en el Gobierno, se intentó ordenar este asunto con una iniciativa que obligaba a la industria a pagar tasas por cada producto, lo que provocó una campaña en contra del sector homeopático.

Este aspecto es uno de los que más indignan a los activistas en favor de una medicina basada en la evidencia, como la presidenta de la Asociación para Proteger al Enfermo de Terapias Pseudocientíficas, Elena Campos: “Es bochornoso que se les condonen las deudas y que nadie del Gobierno ni de la AEMPS pida disculpas por todos estos años de comercio irregular de los mismos”. Para Campos es “indignante” que desoyendo a varias comunidades autónomas, a sociedades científicas e incluso a la Organización Médica Colegial pretendan además “engañar a los usuarios” manteniendo en el mercado “productos de ineficacia demostrada como si fueran medicamentos al uso”. Y añade: “Hubiera sido el momento de exigir a Europa la derogación de esta disposición; ello hubiera demostrado que a Sanidad realmente le importa la salud y dignidad de sus ciudadanos, usuarios y pacientes”.

Tras defenderla ante las autonomías, Montserrat deberá explicar su orden sobre homeopatía en el Congreso, donde desde Unidos Podemos y Ciudadanos se le ha pedido su comparecencia y se le han planteado una serie de preguntas, respectivamente. La titular de Sanidad tendrá que exponer ante los diputados las razones por las que ha escogido la vía más favorable y barata para la homeopatía, a pesar de que incluso ella misma reconoce que se trata de una pseudociencia que carece de validez científica.

https://elpais.com/elpais/2018/04/25/ciencia/1524649738_998492.html

lunes, 19 de febrero de 2018

¿Por qué no cambiamos de opinión aunque nos demuestren que estamos equivocados? Los datos contrastados convencen menos que los mensajes emocionales. Diversos estudios revelan las limitaciones de la razón.

La primera impresión es la que cuenta. Cuando nuestro cerebro recibe por primera vez información sobre un asunto —“ese de ahí es Juan, es un vago”— deja grabada una silueta que provoca que todo lo que sepamos desde entonces en ese ámbito tenga que encajar en ella. Los humanos vivimos en un relato, necesitamos que las piezas encajen, y por eso nos costará tanto asumir en el futuro que Juan es un currante. “Es como una mancha”, explica la psicóloga Dolores Albarracín, “es mucho más fácil ponerla que eliminarla después”. Si esa mancha forma parte de nuestra visión del mundo, nuestra escala de valores será casi imposible limpiarla, porque sería como replantear nuestra identidad. Por eso nos cuesta horrores cambiar de opinión: los hechos deben encajar en la silueta o ni siquiera los tendremos en cuenta.

Cada vez más estudios muestran las limitaciones de la razón humana. En ocasiones se ignoran los hechos porque no se adaptan a lo que pensamos. La verdad no siempre importa. Hace justo un año, se realizó una prueba muy sencillita. ¿En cuál de estas fotos ve usted a más gente? En la foto A, de la toma de posesión de Donald Trump, se veía a mucha menos gente que en la foto B, de la inauguración de Barack Obama, llena hasta la bandera. El 15% de los votantes de Trump dijo que había más gente en la foto A, un error manifiesto. ¿Tienen un problema de visión, alguna carencia cognitiva, para llevarle la contraria a un hecho tan evidente? Es más sencillo: a veces, cuando discutimos sobre hechos, en realidad no estamos discutiendo sobre los hechos. Ese 15% sabe que dar la respuesta B es reconocer que Trump es un mentiroso y, por tanto, admitir que han votado a un mentiroso. Es decir, si se trata de un enamorado del presidente de EE UU, estamos pidiendo que ponga en tela de juicio su propia identidad.

“Lo más probable es que las personas lleguen a las conclusiones a las que quieren llegar”, dejó escrito la psicóloga social Ziva Kunda al desarrollar la teoría del pensamiento motivado. La idea es sencilla: para defender nuestra visión del mundo, nuestro relato, vamos razonando inconscientemente, descartando unos datos y recogiendo otros, en la dirección que nos conviene hasta llegar a la conclusión que nos interesaba inicialmente. Visto así, parece una flaqueza, un fallo de diseño en el raciocinio. Pero tendría una explicación muy plausible: es un escudo protector contra la manipulación, pues es lógico pensar que las cosas tienen que encajar con lo que ya sabemos del mundo. Si de pronto vemos una piedra elevarse hacia el cielo no dudamos de la existencia de la gravedad; pensamos que hay trampa en la piedra.

Pero hay situaciones preocupantes en las que si los ciudadanos no hacen caso de los hechos pueden poner en riesgo bienes mayores. La salud es uno de los ámbitos más peligrosos, como sucede con el pequeño colectivo que se niega a vacunar a sus hijos. ¿Cómo se puede tomar una decisión así, que pone en riesgo la salud de las criaturas propias y las del resto? “Es una opción irracional que puede ser corregida aportando toda la información necesaria”, dicen médicos, divulgadores y autoridades. Datos históricos, detalles sobre enfermedades, estadísticas consistentes…, pero no, eso no funciona. Es más, como han mostrado algunos estudios, esta forma de abordar el problema no solo no convence, sino que puede provocar un efecto bumerán, reforzando todavía más las creencias de los antivacunas. Es un efecto que el investigador Brendan Nyhan ha registrado en distintos escenarios, desde la política a la salud, y en el caso de las vacunas particularmente. Mostrar folletos con información sobre inmunización no doblega a los recelosos y a algunos los convence más todavía.

Divulgadores, fact-checkers (verificadores de datos), periodistas y políticos asumen, en general, que la gente se equivoca porque les faltan datos. Es un enfoque simplista, llamado de déficit de información, que se empeña en obviar los mecanismos conocidos de una psicología humana que, como explica Nyhan, no va a cambiar. Hay que conocer esas fisuras del cerebro humano y aprovecharlas para colarnos y ser verdaderamente persuasivos. Pero llegados a este punto, es importante preguntarse, qué es convencer ¿Lograr que una familia antivacunas reconozca que está equivocada o conseguir que ponga una, dos o todas las vacunas necesarias a sus hijos?

Esta reflexión tenía en mente el pediatra Roi Piñeiro cuando lanzaron en el Hospital General de Villalba, un municipio de la sierra de Madrid, una consulta pionera que usaría enfoques distintos para convencer a los inconvencibles. “Se trata de conocer los motivos y rebatirlos, pero no desde la lógica sino desde los sentimientos. Mucha empatía y dejarlos hablar”, explica Piñeiro; “porque es muy difícil convencer con datos científicos, suelen ser unos expertos, pero escogiendo los que les interesa”. Piñeiro, jefe asociado del servicio de Pediatría, usó intuitivamente trucos que han mostrado su eficacia en distintos experimentos psicológicos. Ponerse de su parte, dedicarles tiempo, dejar que se expliquen, conectar emocionalmente y abordar los mitos solo cuando hay confianza. “Piensas que si te enfadas y los abroncas entenderán que es grave, pero en realidad pierdes a esa familia, no vuelven”, cuenta el pediatra. Al lanzar esta consulta abierta, recibió a 20 familias recelosas en sesiones individuales de media hora; al final, el 90% aceptó poner alguna vacuna a sus hijos y el 45% accedió a ponérselas todas.

Un experimento realizado el año pasado, sobre racismo y política, obtuvo resultados inquietantes. A un grupo de ciudadanos se les contó algunas de las mentiras habituales de Marine Le Pen sobre los inmigrantes. A otro, esto mismo, pero contrastado con los datos reales. Al tercer grupo se les contó únicamente la información veraz, sin las falsedades de Le Pen. Los “hechos alternativos” de la política francesa lograron mejorar sus opciones de voto por igual (un 7%) en el primer grupo y el segundo, mostrando que el desmentido fue inútil. Lo que es más sorprendente: sus opciones también crecieron (4,6%) entre quienes solo leyeron información real sobre inmigración. Por eso a este tipo de políticos populistas les da igual que les desmientan: han colocado el mensaje, que se hable de lo que les interesa, fijando el marco de la conversación pública: la inmigración como problema. Los investigadores consideran que no basta con el trabajo periodístico con los datos, sino que “para ser efectivo, los hechos deben integrarse en una narrativa con argumentación persuasiva” y “presentados por un político carismático”.

Esta es la paradoja de los verificadores (o fact-checkers), esos periodistas que se dedican a comprobar y desmentir las afirmaciones de los políticos: que solo funcionen con quienes no hace falta. Los primeros trabajos de Nyhan indicaban poca utilidad y que a veces eran contraproducentes, pero en un estudio reciente mostró que gracias al fact-checking se podía conseguir que algunos seguidores de Trump admitieran que sus afirmaciones eran falsas. Eso sí, no movían un milímetro su intención de voto hacia el candidato republicano. “Tienden a ignorar la información disidente. Este escenario fomenta la aparición de una caja de resonancia en torno a narrativas y creencias compartidas. En este punto, la verificación de hechos puede ser percibida como otra tesis de los rivales y por tanto ignorada”, explica Walter Quattrociocchi, especialista en cómo se disemina la desinformación.

“Cuando se trata del bulo de un medicamento retirado o algo así, la gente te cree y lo agradece. Pero si les toca la patata, dejan de discernir entre opinión y datos. Si ya han elegido bando es más complicado sacarles del error”, resume Clara Jiménez, del equipo de Maldito Bulo (MB), un proyecto periodístico creado para combatir la desinformación. Jiménez cuenta que esas disonancias fueron notables durante el 1 de octubre en Cataluña: cada desmentido se negaba por el bando puesto en evidencia, cómo no, dudando de la objetividad de MB. Durante la campaña electoral catalana, surgió el bulo de las tarjetas censales que podrían ser usadas, según algunos independentistas, para provocar un pucherazo. Cuando lo desmentía MB, muchos cargaban contra el mensajero. Pero cuando lo desmintió Josep Costa, candidato de JxC, algunos se lo discutían, pero muchos de sus seguidores optaron por fiarse de él. “Si es tu propio círculo el que te desmiente es mucho más fácil”, explica Jiménez, que forma parte del equipo que asesora contra la desinformación a la Comisión Europea. Además, los portales de verificación de datos tienen otro problema añadido: muy pocos de sus lectores (un 13%) son consumidores de fake news, según otro estudio reciente: no estarían llegando al público que los necesita.

La gente de MB ha puesto en práctica un sistema que encaja muy bien con las recomendaciones de psicólogos expertos: el bulo es como una mancha difícil de quitar, y conviene usar mensajes sencillos y directos, información gráfica o visual, y no repetir la falsedad sino centrarse en la explicación. El mejor quitamanchas es el porqué: cuando a los miembros de un jurado se les dice “no tengan en cuenta esta prueba”, no sirve de nada. Pero serán capaces de borrar esa información si les explican que hubo una motivación sospechosa al intentar incluir la prueba viciada.

El cambio climático es otro experimento natural oportuno para analizar el fenómeno. Los especialistas han probado de todo para convencer a los escépticos y no hay una varita mágica. Pero el papa Francisco nos da una clave: tras escribir una encíclica ecologista, en EE UU creció 10 puntos el porcentaje de convencidos de que el calentamiento será dañino y 13 puntos el bloque de católicos que creen que el cambio climático es real. Líder carismático y que habla desde dentro del círculo identitario. En este ámbito, hablar de catástrofes y amenazas puede ser contraproducente. Sin embargo, funcionan contenidos emocionales que hablan a la gente de cómo encaja el problema en su vida (la salud), o mensajes que indiquen que combatir el calentamiento traerá avances científicos y económicos, y que mejorará la cohesión y los valores de la comunidad.

Muchas de estas estratagemas están destinadas a escuchar al sujeto para aprovechar sus debilidades: a un empresario negacionista del cambio climático no le convencerás hablándole de la crecida de los mares, sino de oportunidades de negocios verdes. Por eso, un equipo de la Universidad de Queensland (Australia) ha acuñado el concepto de persuasión jiu jitsu, en referencia a ese arte marcial que usa contra el rival su propia fuerza. Por ejemplo, dejar que explique cómo funcionaría exactamente paso a paso su idea, para que vea sus flaquezas saliendo de su propia boca.

“Cuando se trata de temas científicos, la gente habla usando evidencias, cuando sus actitudes están motivadas por otra cosa. El divulgador tiene que resistir la tentación natural de debatir las ideas articuladas por el sujeto y en su lugar centrarse en su motivación oculta en la sombra”, explican. “Identifique la motivación subyacente, y luego adapte el mensaje para que se alinee con esa motivación”, sugieren. Por ejemplo, decirle a un votante de Trump que salvar el planeta es la única forma de mantener el estilo de vida americano.

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https://elpais.com/elpais/2018/01/26/ciencia/1516965692_948158.html

Ver también. "ciegos, que viendo, no ven" José Saramago, Ensayo sobre la ceguera. 1995.

jueves, 27 de octubre de 2016

El físico y comunicador científico Richard Feynman propuso otro criterio para distinguir ciencia de seudociencia, al que puede recurrir cualquier profano en ciencia tentado por una terminología sofisticada que le suena a científica...

"No es perfecta. Puede utilizarse mal. Es sólo una herramienta. Pero sin duda es la mejor herramienta que tenemos, se autocorrige, progresa y se puede aplicar a todo. Tiene dos reglas. Primero: no hay verdades sagradas; toda presunción debe ser examinada críticamente; los argumentos de autoridad no tienen valor. Segundo: lo que sea inconsistente con los hechos debe ser desechado o revisado. Debemos comprender el cosmos como es, y no confundir lo que es con lo que quisiéramos que fuera. Lo obvio es a veces falso, lo inesperado es a veces cierto".
Carl Sagan en Cosmos (1980), a propósito de la ciencia. 



Richard Feynman propuso un método sencillo para distinguir entre ciencia y pseudociencia

¿Cómo podemos saber si una afirmación es científica? Se trata de una pregunta de suma importancia, puesto que estamos rodeados de proposiciones que tienen visos de ser creíbles, utilizan el lenguaje de la ciencia y a menudo lo hacen así precisamente para tratar de refutar algún consenso científico. Como hemos visto en el caso de la cruzada anti-vacunas, ser víctima de los argumentos pseudocientíficos puede tener efectos terribles. De modo que es pertinente preguntarse sobre cómo la gente corriente, los padres corrientes y los ciudadanos corrientes pueden evaluar este tipo de argumentos.

El problema de la demarcación, o qué es y qué no es ciencia, ha ocupado a los filósofos durante cierto tiempo, y la respuesta más famosa procede del filósofo de la ciencia Karl Popper, que propuso su teoría de la “falsabilidad” en 1963. Según Popper, una idea es científica si es posible imaginarse un enunciado de la misma que pueda demostrarse falso. Aunque la definición estricta de ciencia de Popper ha tenido cierto uso durante años, también ha sido objeto de críticas, tanto porque una parte de la ciencia aceptada ya fue refutada en su día (la teoría de la gravedad de Newton, la teoría atómica de Bohr), como porque una parte de la ciencia teórica actual no puede falsarse (por ejemplo, la teoría de cuerdas). Sea como fuere, para los legos en la materia el problema sigue sin resolverse. Si una teoría científica escapa a nuestra comprensión es improbable que podamos vislumbrar el modo de refutarla.

El físico y comunicador científico Richard Feynman propuso otro criterio, al que puede recurrir cualquier profano en ciencia tentado por una terminología sofisticada que le suena a científica. Simon Oxenham, en Big Think pone como ejemplo al médico y comunicador Deepak Chopra, alguien que puede calificarse de “infame por abusar del lenguaje científico para hacer parecer como profundas afirmaciones sin sentido” (lo que Daniel Dennett llama “deepities”). A modo de lenitivo para hacer frente a este tipo de proposiciones confusas, Oxenham nos remite a una conferencia que Feynman pronunció en 1966 en un encuentro de la National Science Teachers Association. En vez de sugerir que los no expertos se enfrenten derechamente a afirmaciones formuladas con ropaje científico, Feynman les recomienda traducirlas primero al lenguaje corriente con el fin de asegurarse de que lo que la proposición asevera sea un concepto lógico y no simplemente una colección de términos especializados.

El ejemplo que utiliza Feynman procede de la fuente más rudimentaria, un “manual de ciencia de primer curso” que “empieza a enseñar ciencia de un modo desafortunado”: muestra al alumno la imagen de un “un perro de juguete al que se le da cuerda”, después una imagen de un perro de verdad y después una motocicleta. Para cada caso se le pregunta al estudiante: “¿qué hace que se mueva?”. Feynman cuenta que la repuesta que da “el manual del profesor (…) ‘es la energía la que hace que se muevan’”. Sólo uno pocos estudiantes habrán intuido un concepto tan abstracto como éste, a menos que hayan aprendido la palabra previamente, que de hecho es lo único que la lección les enseña. Feynman nos muestra que la respuesta bien podría haber sido: ‘lo mueve Dios’ o ‘un espíritu provoca su movimiento’ o ‘la movilidad es lo que hace que se mueva’.

Bien al contrario, afirma, una buena lección de ciencia “debe partir de la reflexión acerca de qué habría respondido un ser humano corriente”. El empleo del concepto de energía en el lenguaje corriente permite al estudiante explicarlo, y Feynman sostiene que esto constituye una prueba para determinar “si has enseñado una idea o si has enseñado una definición. Puedes probarlo del siguiente modo”:

Sin utilizar la nueva palabra que acabas de aprender, trata de reformular con tus propias palabras lo que has aprendido. Sin utilizar la palabra “energía”, cuéntame qué sabes acerca del movimiento de un perro.

La insistencia de Feynman en el leguaje corriente recuerda a la afirmación que suele atribuirse a Einstein de que no puedes decir que has entendido algo a menos que seas capaz de contárselo a tu abuela. Este método, sostiene Feynman, impide que acabemos aprendiéndonos “recetas místicas para responder a las preguntas”. Oxenham lo describe como “un procedimiento valioso para poner a prueba si realmente hemos aprendido algo o si sólo creemos que hemos aprendido algo”.

Este procedimiento resulta igualmente útil para poner a prueba las afirmaciones de los demás. Si alguien es incapaz de explicar algo en su lenguaje corriente, entonces debemos preguntarnos si realmente comprende lo que afirma. En palabras de Feynman: “es posible presentarlo en la forma debida y llamarlo ciencia, pero es pseudociencia”.

¿La prueba del lenguaje corriente de Feynman resuelve el problema de la demarcación? No, pero si la utilizamos como guía cuando nos enfrentamos a afirmaciones que están formuladas en una jerga científica, y por eso nos parecen verosímiles, sin duda puede ayudarnos a ser más claros y a advertir cuándo algo carece de sentido. Y si alguien quiere saber cómo los científicos pueden explicar ideas complicadas de un modo llano y accesible, no tiene más que leer o escuchar al propio Feynman.

Josh Jones doctor en filología inglesa, escritor, editor y músico. Cofundador de la revista virtual Guernica y editor y colaborador habitual en Open Culture.

Fuente: Open Culture, abril de 2016 Traducción: Jordi Mundó

http://www.sinpermiso.info/textos/richard-feynman-propuso-un-metodo-sencillo-para-distinguir-entre-ciencia-y-pseudociencia

miércoles, 16 de marzo de 2016

La Universidad de Barcelona fulmina su máster de homeopatía. La mejor universidad de España, según varias clasificaciones internacionales, cancela su curso de posgrado por "falta de base científica".

La Universidad de Barcelona ha decretado el fin de su polémico máster de homeopatía por “falta de base científica”, según informan fuentes de la institución. El curso de posgrado se impartía desde 2004 a un precio de 6.940 euros, pese a que el propio Ministerio de Sanidad español asegura que “la homeopatía no ha probado definitivamente su eficacia en ninguna indicación o situación clínica concreta”. La Universidad de Barcelona, la mejor de España según varias clasificaciones internacionales, tomó la decisión hace un mes tras recibir "un informe oral" crítico de su propia Facultad de Medicina, explican las mismas fuentes.

La homeopatía es una pseudociencia inventada por el médico alemán Samuel Hahnemann en 1796. Se basa en aplicar dosis extremadamente pequeñas, a veces indetectables en el agua diluyente, de sustancias que producen los mismos síntomas que la enfermedad que se pretende curar. En más de dos siglos de historia, la homeopatía no ha demostrado ser más eficaz que una dosis de agua con azúcar. Si da la sensación de curar es porque muchas dolencias desaparecen por sí solas o por el efecto placebo: cualquier sustancia puede producir un efecto favorable en un enfermo si la toma convencido de que así ocurrirá. Pese a su nulidad, la facturación en España de la industria homeopática, encabezada por la multinacional francesa Boiron, alcanzó los 60 millones de euros en 2011, según datos de la cátedra de la propia empresa en la Universidad de Zaragoza.

La decisión de la Universidad de Barcelona (UB) de fulminar su máster de homeopatía puede ser un varapalo definitivo a la infiltración de esta pseudociencia en las instituciones académicas españolas. Centros como la Universidad de Valencia y la Universidad Nacional de Educación a Distancia todavía ofrecen cursos de posgrado sobre la homeopatía. La Universidad de Córdoba canceló sus cursos en 2013 y la de Sevilla suspendió su máster en 2009. La Universidad de Zaragoza se desmarcó de la Cátedra Boiron de Homeopatía en 2014, tras un lustro de cooperación.

Un alumno de la Facultad de Química de la UB, Adrián Gómez, lanzó hace cinco meses una petición en la web Change.org solicitando al rector Dídac Ramírez i Sarrió “la eliminación de la homeopatía en la Universidad de Barcelona”. Logró 1.290 firmantes para su manifiesto contra un máster “que no está apoyado por la evidencia, carente de metodología científica, criticado y catalogado como una estafa por toda la comunidad científica”. Pese a la supresión del curso, la edición actual, iniciada con 20 alumnos en noviembre de 2014, continuará hasta su finalización en octubre de este año. Serán los últimos discípulos de esta pseudociencia en la Universidad de Barcelona.

Fe de errores (22:57): En una primera versión de esta noticia se afirmaba que la Universidad de Sevilla ofrece un máster de homeopatía. El curso ya no se oferta, según informa la propia universidad.
http://elpais.com/elpais/2016/03/01/ciencia/1456856774_534268.html
DOGMATISMO CIENTÍFICO Y UNIVERSIDAD
Ramon J. Moles
Ex secretario general de Universidades de la Generalitat de Catalunya

lunes, 28 de diciembre de 2015

El hombre que derribó con ciencia las terapias alternativas

Edzar Ernst pasó dos décadas estudiando pseudomedicinas como la homeopatía hasta que Carlos de Inglaterra logró apartarle de su puesto

“Nunca supuse que hacer preguntas básicas y necesarias como científico podría provocar polémicas tan feroces y que mis investigaciones me involucraran en disputas ideológicas e intrigas políticas surgidas del más alto nivel”. Quien así habla es Edzard Ernst, seguramente el científico más detestado por los defensores de la pseudomedicina de todo el mundo. La razón es sencilla: el fruto de su trabajo les deja sin argumentos. Ernst (Wiesbaden, Alemania, 1948) fue el primero en someter a las llamadas terapias alternativas al rigor de la ciencia de forma sistemática, para llegar a una conclusión: remedios como la homeopatía no son más que placebo y los que la recetan violan la ética médica.

En su viaje científico contra la pseudociencia, Ernst ha tenido que enfrentarse al recuerdo de su madre y al Príncipe de Gales, los dos fervorosos homeópatas. El investigador alemán ha dedicado 20 años al estudio crítico de estas terapias —"dos décadas de conflicto interminable”—, desde la acupuntura hasta la imposición de manos, y su equipo ha publicado más de 350 trabajos sobre esta materia. Sus memorias, Un científico en el país de las maravillas (A scientist in Wonderland, Imprint Academic), publicadas este año, proporcionan el mejor relato sobre las dificultades a las que se enfrentará alguien que pretenda desentrañar críticamente las terapias alternativas: amenazas, falta de respaldo institucional, presiones de las altas esferas, soledad… e innumerables dificultades científicas.

Los ensayos que se realizan a diario en todos los hospitales del mundo suelen manejar unos protocolos muy claros para probar si el medicamento sirve o no: a un grupo le das el fármaco y al otro, un placebo. Pero ¿cómo estudiar si realmente funciona la imposición de manos para curar o aliviar el sufrimiento de un enfermo? Esa fue la primera pregunta que se hizo Ernst al aterrizar en 1993 en la cátedra de Medicina Complementaria de la Universidad de Exeter, la primera de su clase. Por aquel entonces, cuenta, había en el Reino Unido tantos sanadores (unos 14.000) como médicos de cabecera. El placebo que diseñaron junto a los propios sanadores serían unos actores que fingirían estar imponiendo sus manos. A medida que los sanadores veían que el escrutinio les iba a desenmascarar comenzaron con las pegas, las críticas y el rechazo a los métodos: finalmente, resultó que los actores también tenían capacidades sanadoras y por eso el placebo funcionó mejor que los profesionales.

Ernst comenzó a interesarse por el estudio crítico de las terapias alternativas después de trabajar en un hospital homeopático en Múnich, en su país natal, donde esta pseudoterapia tiene un gran arraigo y la practican médicos titulados. A partir de su experiencia allí, traza en sus memorias un relato demoledor de los facultativos que recetan estos falsos fármacos que nunca han demostrado su utilidad médica: lo hacen “porque no pueden hacer frente a las a menudo muy altas exigencias de la medicina convencional”. “Es casi comprensible que, si un médico tiene problemas para comprender las causas multifactoriales y los mecanismos de una enfermedad o no domina el complejo proceso de llegar a un diagnóstico y la búsqueda de un tratamiento eficaz, esté tentado de emplear en su lugar conceptos como la homeopatía o la acupuntura, cuya base teórica es muchísimo más fácil de entender”, escribe el científico, que sigue muy combativo en su blog.

Gracias a su espíritu crítico, la cátedra de Exeter se convirtió en la vanguardia de la investigación seria sobre la llamada medicina complementaria, y de ahí salieron algunos de los estudios que nos han demostrado su ineficacia y también sus peligros, como el de osteópatas y quiroprácticos que manipulan la columna vertebral provocando serios problemas a sus pacientes. Por no mencionar, el riesgo más simple y peligroso de todos: el de abandonar tratamientos duros pero efectivos, como la quimioterapia, por terapias supuestamente inocuas pero que dejarán morir al paciente.

Ese puesto se había creado para seguir haciendo la ciencia acrítica que buscan los defensores de las terapias alternativas, como Carlos de Inglaterra, en la que sencillamente se les pregunta a los pacientes si se sienten mejor que antes de tal o cual tratamiento. Sobre ellos, escribe que parecen tener “poca o ninguna comprensión del papel de la ciencia en todo esto. Los terapeutas alternativos y sus partidarios parecen un poco como niños jugando a médicos y pacientes”. Cuando sus resultados comenzaron a desmontar estos remedios, los partidarios de la medicina complementaria comenzaron a atacarle en todos los niveles, desde el personal hasta el público.

De ahí surge el mayor escollo de su carrera y el que tuvo notable repercusión en Reino Unido: su enfrentamiento con el príncipe Carlos, que durante años ha presionado a los ministros para incluyan la homeopatía en el sistema de salud británico. Finalmente, después de que Ernst le acusara públicamente de no ser más que un vendedor de crecepelos, el heredero al trono consiguió que se quedara sin su puesto en Exeter, tras un doloroso proceso en la Universidad del que saldría absuelto a pesar de las presiones.

Al final, después de muchas broncas, victorias y sinsabores, Ernst concluye que su trabajo sirve para demostrar la ineficacia de las terapias, pero no para convencer a sus defensores: “Lento pero seguro, me resigné al hecho de que, para algunos fanáticos de la medicina alternativa, ninguna explicación será suficiente. Para ellos, la medicina alternativa parecía haberse transformado en una religión, una secta cuyo credo central debe ser defendida a toda costa contra el infiel”. Eso sí, la experiencia le sirvió para reconocer y desmontar todas las trampas dialécticas usadas por este colectivo, que quedan destripadas en sus memorias. Falacias como que la medicina convencional mata más, que la ciencia no es capaz de comprender estos remedios o que son buenos por ser naturales y milenarios quedan convenientemente desmontadas.

Finalmente, Ernst, que antes estuvo estudiando el terrible pasado de la ciencia nazi en la Universidad de Viena, establece un paralelismo entre ambos fenómenos: “Cuando se abusa de la ciencia, secuestrada o distorsionada con el fin de servir a sistemas de creencias políticos o ideológicos, las normas éticas patinan. La pseudociencia resultante es un engaño perpetrado contra los débiles y los vulnerables. Nos lo debemos a nosotros mismos, y a los que vengan después de nosotros, permanecer en lucha por la verdad sin importar la cantidad de problemas que esto pueda causarnos”.

MÁS INFORMACIÓN

Más : 

Contra las pseudociencias y las artes mágicas

Los autores de esta carta, medio centenar de investigadores, aseguran que la "proliferación de estas mal llamadas terapias está poniendo en riesgo médico a un grupo de población especialmente vulnerable"


http://elpais.com/elpais/2015/12/26/ciencia/1451149669_854409.html

jueves, 24 de diciembre de 2015

Cómo utilizar la técnica de Feynman para identificar pseudociencia

por SIMON OXENHAM

La semana pasada un nuevo estudio fue noticia en todo el mundo, demostrando sin rodeos la capacidad humana para ser engañados por "mierda pseudo profunda" de la talla infame de Deepak Chopra, para parecer profunda que suena aún declaraciones totalmente sin sentido, al abusar de lenguaje científico.

Todo esto está muy bien, pero ¿cómo se supone que debemos saber que estamos siendo engañados cuando leemos una cita sobre la teoría cuántica de alguien como Chopra, si no sabemos nada acerca de la mecánica cuántica?

En una conferencia impartida por Richard Feynman en 1966, el influyente físico teórico contó una historia acerca de la diferencia entre conocer el nombre de algo y realmente entenderlo:

"Un chico me dijo:" "¿Ves ese pájaro de pie allí en el muñón? ¿Cuál es su nombre?" Le dije: "No tengo la menor idea." Me dijo: "Es un zorzal de garganta parda. Tu padre no te enseña mucho sobre ciencia."

Sonreí para mí, porque mi padre ya me había enseñado que [el nombre] no me dice nada sobre el pájaro. Él me enseñó, Mira ese pájaro? Es un zorzal de garganta parda, pero en Alemania se llama un halsenflugel, y en chino lo llaman un chung ling e incluso si usted sabe todos esos nombres de él, aún no sabe nada sobre el pájaro - sólo sabe algo acerca de la gente; como ellos llaman al pájaro. Ahora que el tordo canta, y enseña a sus crías a volar, y vuela tantas millas de distancia durante el verano en todo el país, y nadie sabe cómo encuentra su camino, "y así sucesivamente. Hay una diferencia entre el nombre de la cosa y lo que sucede".

El resultado de esto es que no puedo recordar el nombre de alguien, y cuando la gente habla de la física conmigo a menudo están exasperados cuando dicen, 'el efecto Fitz-Cronin,' y me preguntan, "¿Cuál es el efecto? y no puedo recordar el nombre".

Feynman continuó: "Hay un libro de ciencia de primer grado que, en la primera lección, comienza de una manera lamentable para enseñar la ciencia, ya que comienza con la idea equivocada de lo que es la ciencia. Hay una foto de un perro - un perro de juguete enrollable - y una mano trata de bobinarlo, y luego el perro es capaz de moverse. En la última imagen, dice, "¿Qué hace que se mueva? Más tarde, hay una foto de un perro real y pregunta: "¿Qué hace que se mueva? Entonces hay una foto de una moto y pregunta: "¿Qué hace que se mueva? y así.

Al principio pensé que se estaban preparando para decir lo que la ciencia dice sobre - la física, la biología, la química - pero eso no fue todo. La respuesta estaba en la edición del libro del profesor: La respuesta que yo estaba tratando de aprender era que "es la energía la que hace que se mueva ".

Ahora, la energía es un concepto muy sutil. Es muy, muy difícil hacerlo bien. Lo que quise decir es que no es fácil de entender lo suficiente la energía como para usarlo bien, así que se puede deducir algo correctamente con la idea de la energía - que está más allá del primer grado. Sería igual de bien decir que "Dios hace que se mueva ', o,' El Espíritu hace que se mueva", o, "La función de transporte hace que se mueva". (De hecho, uno igualmente podría decir bien, ' La energía hace que se detenga.')

Mírelo de esta manera: Eso es sólo la definición de la energía; debe ser revertida. Podríamos decir cuando algo puede pasar que tiene la energía en él, pero no lo que hace que se mueva es energía. Esta es una diferencia muy sutil. Es lo mismo con la proposición inercia.

Tal vez pueda marcar la diferencia un poco más claro de esta manera: Si le preguntas a un niño por lo que hace mover al perro de juguete, usted debe pensar acerca de lo que un ser humano ordinario respondería. La respuesta es que terminaste el descanso; intenta relajarse y empuja el tren de vuelta.

¡Qué buena manera de comenzar un curso de la ciencia! Desmontar el juguete; Mira como funciona. Observar con inteligencia los engranajes; ver los trinquetes. Aprenda algo sobre el juguete, la forma en que el juguete se junta, el ingenio de la gente ideando los trinquetes y otras cosas. Eso es bueno. La pregunta está bien. La respuesta es un poco desafortunada, porque lo que estaban tratando de hacer es enseñar una definición de lo que es la energía. Pero es nada lo que se aprende.

Supongamos que un estudiante pudo decir: "No creo que la energía haga que se mueva". ¿De dónde y cómo viene la discusión ahí?

Finalmente me di cuenta de una manera para probar si usted ha enseñado una idea o si sólo han enseñado una definición. Pruebe de esta manera: Usted dice, 'Sin utilizar la nueva palabra que usted acaba de aprender, trata de reformular lo que acabas de aprender con tus propias palabras. Sin utilizar la palabra "energía", dime lo que sabes ahora sobre el movimiento del perro." No puedes. Así que no has aprendido nada de ciencia. Eso puede estar bien. Puede que no quiera aprender algo acerca de la ciencia de inmediato. Tienes que aprender las definiciones. Pero para una primera lección, debe posiblemente que no sea destructivo?

Creo que para la lección número uno,  aprender una fórmula "mística" para responder a las preguntas es muy malo. El libro tiene algunos otros ejemplos: 'gravedad hace caer;' 'las suelas de los zapatos se desgastan debido a la fricción. El cuero de los zapatos lo lleva a cabo, ya que se frota contra la acera y las pequeñas muescas y protuberancias en las piezas de agarre de la acera y tirar de ellos fuera. Decir simplemente que es debido a la fricción, es triste, porque no es ciencia."

La parábola de Feynman sobre el significado de la ciencia es una valiosa manera de ponernos a prueba a nosotros mismos para ver si realmente hemos aprendido algo, o si sólo pensamos que hemos aprendido algo, pero es igualmente útil para probar las afirmaciones de los demás. Si alguien no puede explicar algo en el lenguaje llano, entonces debemos cuestionar si realmente ellos entienden lo que dicen. Si la persona en cuestión se está comunicando con el pretexto de un público no especialista en el uso de términos especializados fuera de contexto, la primera pregunta en los labios debe ser: "¿Por qué?" En palabras de Feynman, "Es posible seguir la forma y lo llaman ciencia, pero eso es pseudociencia".

https://lacienciaysusdemonios.com/2010/10/16/richard-feynman-y-la-pseudociencia/

miércoles, 8 de julio de 2015

Los antivacunas y el pasado fascista de España. Los contrarios a la vacunación suelen hacer paralelismos entre la idea de la obligatoriedad y el legado autoritario español


La semana pasada, un niño de seis años de Olot, un pueblo de Cataluña, ingresó en el hospital diagnosticado con difteria. Se trataba del primer caso de esta enfermedad que se registraba en España en 28 años. El niño, que actualmente se encuentra en estado crítico pero estable (siento mucho comunicar que las últimas noticias, leídas en la prensa sobre el niño, es que había fallecido) en un hospital de Barcelona, no había sido vacunado por las dudas sobre la seguridad de las vacunas que tenían sus padres, que ahora dicen sentirse engañados por los grupos antivacunas que en un principio azuzaron sus miedos.

La difteria, ya insólita en Europa, es una enfermedad seria, posiblemente fatal, que puede provocar insuficiencia cardíaca, neumonía y parálisis de los músculos usados para tragar. Hasta la década de 1920 era una de las causas principales de mortalidad infantil, a veces denominada “ángel estrangulador”, pues la seudomembrana que la bacteria puede crear en las vías respiratorias suele provocar la muerte por asfixia. En España estuvo muy extendida durante la primera mitad del siglo XX, en particular tras la devastación física y económica provocada por la Guerra Civil. Solo en el año 1940 se registraron más de 27.000 casos de difteria.

La mejora de la sanidad infantil era una prioridad oficial del nuevo régimen de Franco, y los casos se redujeron significativamente en la época de la posguerra. Sin embargo, el sistema público de salud español, empobrecido y fragmentado, no logró conseguir el rápido progreso hacia la erradicación que sí lograron sus vecinos de Europa occidental (a pesar de la aún más devastadora y terrible II GM), y a finales de la década de 1960 aún se registraban casi 250 casos nuevos al año. Por fin, en 1966 se implementó un exhaustivo programa de vacunación y, hasta la semana pasada, el último caso de difteria se había registrado en 1987.

"En 1940 se registraron más de 27.000 casos de difteria en España"

Como la difteria llevaba tres décadas erradicada en España, las reservas de la antitoxina necesaria para tratar la enfermedad ya no están disponibles en el país. Dicha antitoxina, incluida en el catálogo de “medicamentos esenciales” de la Organización Mundial de la Salud, está cada vez menos disponible por lo insólito de la enfermedad y porque, al ser un producto derivado de la sangre, su producción está muy regulada. En todo Estados Unidos, por ejemplo, no hay productos de antitoxina con licencia, y en el caso de la difteria, el Centro para el Control y Prevención de Enfermedades recurre, para su programa de investigación de nuevos medicamentos, a un producto brasileño sin licencia. En Europa algunos expertos en sanidad pública han solicitado la creación de una reserva central de la Unión Europea a la que todos los países puedan acceder en caso de emergencia.

En esta ocasión, las autoridades sanitarias españolas se han visto obligadas a buscar suministros en el extranjero, y ha tenido que ser el embajador ruso en Madrid quien los traiga personalmente desde Moscú. Las dificultades para localizar y suministrar las antitoxinas fundamentales ponen de manifiesto la velocidad a la que pueden desmoronarse las estructuras internacionales (1) una vez que una enfermedad se erradica en un país concreto y desaparece del radar de las autoridades. El recurso a los canales diplomáticos y el suministro ad hoc de medicamentos recuerda a una situación caótica, que es más habitual vincular a épocas de guerra y emergencia internacional.

Durante la Segunda Guerra Mundial, por ejemplo, la pequeña colonia española de África occidental, en la actual Guinea Ecuatorial, se enfrentó a un peligroso brote de fiebre amarilla. Ante el desmoronamiento de su economía y la interrupción de los suministros internacionales durante la guerra, el Gobierno español tuvo problemas para garantizar la medicación básica y distribuir las vacunas pertinentes, tanto en España como en sus colonias de ultramar. Finalmente la ayuda llegó desde el consulado británico local, que accedió a viajar hasta Lagos y llevar vacunas transportándolas en termos. Mientras que este tipo de soluciones ad hoc podrían resultar necesarias durante una época de conflicto internacional, hoy en día, con un sistema internacional aparentemente más ordenado, parecen estar del todo fuera de lugar.

Un potente movimiento antivacunas canalizó la desconfianza hacia el Estado durante el periodo de la "perestroika" en la URSS

No es casualidad que las antitoxinas estuviesen disponibles en Rusia. Los casos de difteria habían empezado a caer en la Unión Soviética tras la introducción de la inmunización infantil universal en 1958. Hacia mediados de la década de 1970 se habían desplomado a mínimos históricos, aproximadamente al mismo nivel que el de Estados Unidos. Sin embargo, los cambios en los calendarios de inmunización contribuyeron al aumento de la difteria en la década de 1980, debido, entre otras cosas, al bajo nivel de apoyo público fomentado por un potente movimiento antivacunas que canalizó la desconfianza hacia el Estado durante el periodo de la perestroika.

Con el desmoronamiento de la Unión Soviética y buena parte de sus servicios públicos de salud, sobre todo en los estados recién independizados, en 1993 estalló una grave epidemia. La escasez de vacunas, las penurias económicas y los movimientos migratorios en masa contribuyeron al brote y a los problemas que tuvieron las autoridades para controlarlo. Finalmente, la difteria en Rusia y en los antiguos estados soviéticos se controló gracias a la cooperación internacional entre gobiernos, ONG y organismos de la ONU. Desde entonces, las antiguas repúblicas soviéticas y Rusia han sido la única zona de Europa donde la difteria sigue siendo un problema de salud pública. Aunque ya no tiene proporciones epidémicas, la presencia persistente de la enfermedad ha motivado que las autoridades rusas conserven reservas de la antitoxina de la difteria.

El regreso de enfermedades olvidadas arroja luz sobre las relaciones problemáticas entre los ciudadanos y el Estado. Los recientes movimientos antivacunas en Estados Unidos revelan el conflicto de ideas entre la salud individual y la pública, mientras que el legado autoritario español ha teñido el debate sobre la vacunación en el país. Esta semana, Luis Garicano, portavoz económico de Ciudadanos, el nuevo partido de centro, afirmó que habría que apartar de los colegios a los niños no vacunados, además de multar a sus padres y despojarlos de sus ayudas. Sus comentarios han sido tachados de “neofascistas”, y los defensores antivacunas suelen hacer paralelismos entre la idea de la obligatoriedad y el pasado fascista del país. Para ellos, el derecho a rechazar las vacunas es una libertad que debería protegerse en la era de la democracia.

El regreso de enfermedades olvidadas arroja luz sobre las relaciones problemáticas entre los ciudadanos y el Estado" El regreso de la difteria a España es un reflejo del auge del sarampión, la tuberculosis y otras enfermedades infecciosas en Europa y Estados Unidos. Cuando las enfermedades desaparecen debido a la amplia cobertura de la vacunación, las infraestructuras sanitarias públicas nacionales e internacionales necesarias para tratarlas también suelen esfumarse. La desconfianza en dichas estructuras y prácticas de la sanidad pública es lo que estimula a muchos movimientos antivacunas, señalados como la causa principal del aumento de los casos de sarampión, tos ferina y, en esta ocasión, difteria.

En ese sentido, aunque el caso del pequeño que sigue hospitalizado en Barcelona es, en parte, la historia de la decisión de sus padres de no vacunarlo, también forma parte de una historia más larga sobre las intervenciones de la sanidad pública en España y sus consecuencias, sobre las relaciones problemáticas entre los Estados europeos y sus ciudadanos y, en fin, sobre el acceso global a los medicamentos y la coordinación de la salud pública.

David Bryan es doctorando en el Departamento de Historia, Estudios Clásicos y Arqueología de Birkbeck, Universidad de Londres, y participa en el proyecto de investigación Internacionalistas Reacios, financiado por la Fundación Wellcome Trust. Su investigación estudia la participación de los expertos en sanidad españoles en redes internacionales durante la era de Franco. Sus intereses investigadores incluyen la historia de la España moderna, la sanidad pública y la relación entre políticas internacionales y sanidad internacional en el siglo XX.

Dora Vargha es investigadora en el Departamento de Historia, Estudios Clásicos y Arqueología de Birkbeck, en la Universidad de Londres, y participa en el proyecto de investigación Internacionalistas Reacios, financiado por la Fundación Wellcome Trust. Su trabajo se centra en las intersecciones de la historia de la ciencia, la medicina y la tecnología, el género y la discapacidad, y estudia la zona de Europa del Este para abordar cuestiones de sanidad pública internacional. Actualmente está trabajando sobre el desarrollo y las pruebas de la vacuna de la polio durante la Guerra Fría.
http://elpais.com/elpais/2015/06/12/ciencia/1434106606_164164.html?rel=ult

(1) Hay mucha tela que cortar,... En primer lugar las antitoxinas desaparecen porque no son negocios para las empresas privadas que las fabrican. Si la salud la dejamos a la iniciativa privada, ahí tenéis como ejemplo a África, donde el Estado prácticamente no existe. ¿Por qué no aprovechan las empresas privadas ese inmenso campo para darnos ejemplos prácticos de su eficacia? Sencillamente porque no es negocio; hay millones de enfermos potenciales, nadie le impediría trabajar, pero falta lo principal, el dinero. La empresa privada se mueve por el dinero, por la ganancia, sea en sanidad, en educación, en servicios sociales, etc. Sin dinero no hay empresa privada, su objetivo es el negocio, la ganancia, no curar o educar, aunque existan personas altruistas que lo hacen gratis de forma ejemplar pero ello ayuda, no soluciona el problema de raíz.

En segundo lugar, hay todo un movimiento social a favor de las seudociencias y, a veces, incluso mintiendo conscientemente como el caso del investigador americano que pidió perdón sobre sus falsas afirmaciones culpando a las vacunas del aumento y origen del autismo. Y que se sepa sin consecuencias,... Cuanto daño ha provocado estas actuaciones,... en tve se le ha dado a los antivacunas el mismo tiempo y oportunidad para exponer sus ideas que a los defensores de la vacunación, que desde  Edward Jenner en 1796, han demostrado su eficacia. Después han pedido perdón,... la ignorancia y la seudociencia debe tener un límite. Los charlatanes de Feria no pueden igualarse en un medio como la tve, a un investigador científico con resultados demostrados como es el caso de las vacuna. ¿Quiénes son los responsable de estos comportamiento y por qué no responden ante la justicia? ¿por qué pervive el oscurantismo? Los responsables de esta muerte evitable están dispuestos a aceptar sus responsabilidades? O aquí nunca pasa nada,...

Libro recomendado.
Las pseudociencias ¡vaya timo! Mario Bunge

jueves, 30 de abril de 2015

Un 25% de los españoles cree que el Sol gira alrededor de la Tierra

Una encuesta oficial constata el analfabetismo científico de la población. Un 30% cree que hombre y dinosaurios convivieron

Un 30% de los españoles cree que los humanos convivieron con los dinosaurios —en línea con la serie de dibujos animados Los Picapiedra, aunque en realidad más de 60 millones de años separan ambos grupos— y un 25% piensa que es el Sol el que gira alrededor de la Tierra y no al revés. Los datos, sin embargo, son solo relativamente desoladores. En 2006, apenas la mitad de la población sabía que hombres y mujeres no coincidieron con los dinosaurios y casi el 40% desconocía que es nuestro planeta el que da vueltas en torno a su estrella.

La Encuesta de Percepción Social de la Ciencia, presentada esta mañana por la secretaria de Estado de I+D+i, Carmen Vela, recalca que la alfabetización científica de los españoles ha mejorado desde 2006, pasando de un promedio de respuestas acertadas del 58% al 70%.

Pese a todo, apenas el 46% de los ciudadanos sabe que los antibióticos no curan enfermedades causadas por virus, sino solo las originadas por bacterias. El 11,5% niega que los seres humanos procedan de especies animales anteriores, algo que podría ser un poso de la época en la que la Iglesia católica prohibió hablar de evolución en la televisión española.

El 27% piensa, además, que toda la radiactividad del planeta está generada por el ser humano. En realidad, el 80% de la radiación que recibe una persona a lo largo de su vida procede de fuentes naturales, como los rayos cósmicos y el gas radón del subsuelo. Casi el 20% restante proviene de pruebas médicas, como radiografías. Y apenas un 0,01% se debe a la actividad de las centrales nucleares, según el Comité Científico de Naciones Unidas sobre los Efectos de la Radiación Atómica.

Esta falta de conocimientos científicos básicos podría explicar por qué el 54% de los consultados rechaza de manera directa la energía nuclear. La encuesta, elaborada por la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología (Fecyt), también apunta que el 42% de los españoles repudia el cultivo de plantas modificadas genéticamente, frente al 17% que lo apoya y al 24% que opina que sus beneficios y perjuicios están equilibrados.

En cuanto al fracking —la polémica técnica para extraer gas infiltrado a más de 2.000 metros de profundidad mediante cócteles de sustancias químicas—, el 24% de los ciudadanos lo rechaza, frente al 17% que lo ve con buenos ojos. Casi el 43% de los españoles todavía no sabe qué es el fracking.

La Fecyt, dependiente del Ministerio de Economía, destaca datos positivos, como que la imagen de la ciencia entre los ciudadanos ha mejorado un 12% en los últimos dos años. Ahora, el 60% de los consultados afirma que la ciencia tiene más beneficios que perjuicios, frente al 53% de 2012. Sin embargo, parece que el concepto de lo que es la ciencia tampoco está claro entre los ciudadanos. Un 27% de los encuestados considera la homeopatía "muy o bastante científica", pese a que se trata de una pseudociencia sin eficacia demostrada. Un 14% defiende los horóscopos.

Vela ha lamentado la existencia de dos brechas en la población: una generacional y otra de género. Los jóvenes de entre 15 y 24 años son los que más se interesan por la ciencia. Un 25% de ellos menciona espontáneamente la ciencia y la tecnología cuando se les pregunta por tres temas por los que se sientan interesados. En la franja de 45 a 54 años, el porcentaje no llega al 12%.

“La brecha de género es realmente preocupante”, ha señalado Vela, que fue presidenta de la Asociación de Mujeres Investigadoras y Tecnólogas antes de ser nombrada responsable de ciencia en el Gobierno de Mariano Rajoy. El interés por la ciencia es el doble en hombres (20%) que en mujeres (10%), y este desfase se detecta en todas las franjas de edad, incluso en los más jóvenes.

“Esta brecha se puede deber a la poca visibilidad que se da a las mujeres científicas. Incluso en los premios, el porcentaje de mujeres galardonadas no llega al 5%, están prácticamente ausentes”, ha denunciado Vela.

La encuesta muestra que los ciudadanos solicitan más información científica en los medios de comunicación. En torno al 60% de los consultados sostiene que el número de noticias de ciencia es “insuficiente” en prensa en papel, radio y televisión. Solo los medios digitales cubren las demandas de información científica, según los encuestados.

Internet ya es la primera fuente de información científica para el 40% de los ciudadanos, sobre todo los jóvenes. Un 84% de los chavales de entre 15 y 24 años y un 78% de las personas de 25 a 34 años acuden a internet como primera fuente de información científica. Sus principales vías de acceso a la información científica son la Wikipedia, la prensa generalista online y las redes sociales.
Fuente: http://elpais.com/elpais/2015/04/23/ciencia/1429792444_486485.html
Cuánto sabe de Ciencias: http://elpais.com/elpais/2015/04/23/actualidad/1429806820_659696.html

martes, 7 de abril de 2015

El economista y las manos sucias. El sentimiento de crisis va pasando sin que haya intentos serios de autocrítica

La presencia de académicos y profesores universitarios al frente de las responsabilidades económicas de un país (caso de Varoufakis en Grecia) no es excepcional. Hay numerosos ejemplos. Por citar uno, el de Fuentes Quintana como vicepresidente económico del Gobierno de Adolfo Suárez. Fuentes salió escaldado de aquella experiencia. Hay momentos en los que los economistas tienen que ensuciarse las manos, en el sentido sartriano, en el mundo de la política.

Quizá por casualidad, quizá por necesidad, en los últimos días han coincidido en este periódico dos reflexiones sobre el papel del economista en la sociedad. En la primera, del catedrático Santiago Carbó (Economía de la interpretación, del 24 de marzo), se incidía en las contradicciones que se producen entre lo académico y lo mediático, entre la investigación y la divulgación de la economía, que generan en ocasiones la necesidad de rectificar lo que dicen que se ha dicho. Y ponía los ejemplos de Piketty y de los profesores Reinhard y Rogoff, al menos aparentemente malinterpretados en sus tesis. La segunda reflexión, del economista venezolano Moisés Naím (La fraudulenta superioridad de los economistas, del 28 de marzo), era una autocrítica de su propia profesión: por su arrogancia (desprecia cuanto ignora), su falta de independencia (cuanto más se acerca al mundo de los negocios más se condiciona su agenda, conclusiones y recomendaciones) y su ignorancia (su incapacidad para ofrecer soluciones revela que su instrumental teórico necesita urgentemente una inyección de nuevas ideas sobre la conducta humana).

Hay más líneas de trabajo que han transformado el papel de los economistas. Es muy riguroso referirse a ellos como hace el profesor de la Universidad Carlos III de Madrid José Luis Ferreira: cuando habla de economistas se refiere solo a los que investigan en Economía y publican en las principales revistas académicas, o a los que sin investigar, conocen y usan los resultados de las investigaciones hechas por los demás. Las opiniones y actos de otras personas —tengan una titulación en Economía o no— que no se ajusten a lo anterior no constituyen el cuerpo de la Economía. (Economía y pseudociencia, Díaz & Pons Editores). Una concepción tan ajustada de la profesión arrojaría en el extremo a los extramuros de la misma a los que practican la política económica o la economía política. Tal torre de marfil solo existe en algunas universidades y servicios de estudios, y la economía es mucho más rica.

Ningún departamento universitario de Economía ha sido cerrado por equivocarse tanto

Por ejemplo, el mundo de la economía debería debatir hoy aspectos que son difíciles de encontrar en las revistas teóricas, tales como: 1) por qué el sentimiento de la crisis va pasando sin que haya habido ningún intento serio por rectificar los errores doctrinarios que llevaron a la economía de tantos países a la parálisis; 2) cómo fue que la complejidad del sistema superó con creces la capacidad de los participantes, expertos económicos y guardianes; incluso después de la recesión resulta endiabladamente difícil comprender lo que ha sucedido. Algunos consiguieron unir los puntos adecuados, de la forma correcta y en el momento oportuno, pero fueron una minúscula minoría dentro de la profesión; 3) ninguno de los economistas que fallaron en su pronóstico y en sus recomendaciones de política económica —esto es, fracasaron— ha sido despedido por incompetente, ni ningún departamento de Economía ha sido clausurado por sus errores ni como medida de reducción del gasto público o privado, como ha sucedido en tantos otros sectores productivos o intelectuales.

El profesor de la universidad norteamericana de Notre Dame, Philip Mirowski, señala un responsable intelectual de ese fracaso: "Sin duda, la Segunda Guerra Mundial habría tenido lugar sin Martin Heidegger, Carl Schmitt y otros intelectuales nazis, pero no está tan claro que la crisis hubiera ocurrido sin la escuela de economía neoclásica de Chicago. Chicago ha sido el principal vivero inicial de la teoría financiera moderna, que ha proporcionado inspiración intelectual directa y justificación para la mayor parte de la innovación de los derivados financieros (...) de los últimos 30 años" (Nunca dejes que una crisis te gane la partida, editorial Deusto).

¿Tienen algo que decir de todo esto las organizaciones profesionales de economistas? El Colegio de Economistas de Madrid, por ejemplo, instalado en la mediocridad y la molicie, nada de nada.
Fuente: http://economia.elpais.com/economia/2015/03/29/actualidad/1427646073_315191.html

martes, 28 de octubre de 2014

Richard Dawkins: “No eduquen a los niños en dioses ni hadas”

Cuenta que de niño ya se daba cuenta de que Papá Noel era un señor disfrazado que se llamaba Sam. Al británico Richard Dawkins (Nairobi, 1941) no le basta haber llegado a la conclusión de que no hay Dios: quiere que todo el mundo lo entienda así. Sostiene alta la bandera del escepticismo este biólogo (zoólogo) de la Universidad de Oxford, estudioso de Charles Darwin, que saltó al primer plano cuando escribió en El gen egoísta (1976) que no somos más que vehículos de los genes, máquinas programadas para que ellos sean casi inmortales. “El cuerpo del animal no es más que un repositorio temporal”.

Desde entonces Dawkins es un exitoso divulgador científico y ensayista, habitual de los platós de televisión (ha producido documentales, al estilo de su admirado Carl Sagan). Lleva tiempo animando la polémica, también en las redes sociales, donde dispara y le disparan. Considera su misión combatir dogmas religiosos, supersticiones y pseudociencias. En 2006 publicó El espejismo de Dios, un libro que aspira desde la primera página a conseguir que el lector pierda la mucha o poca fe que le quedara, un arrebatado e irónico texto que pretende desmontar uno a uno los argumentos del cristianismo y las demás creencias religiosas. En Evolución. El mayor espectáculo sobre la tierra, de 2009, Dawkins explica con lucidez a cualquier profano las pruebas abrumadoras de que ha sido la selección natural la que moldeó y sigue moldeando nuestra realidad. Da así la batalla contra el creacionismo, la idea de que el mundo se hizo en seis días y el hombre convivió con los dinosaurios, que trata de colarse en el sistema educativo de EE UU de la mano de sectores de la derecha como el Tea Party...
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lunes, 11 de noviembre de 2013

Magos contra la farsa

El Asombroso Randi fue uno de los grandes ilusionistas del siglo XX. Pero su gran hazaña consistió en desenmascarar los trucos de Uri Geller, destruyendo su aura sobrenatural
A los 84 años, lidera un movimiento de prestidigitadores contra mentalistas y curanderos

Esta escena transcurre hacia 1943, en una parroquia de Toronto (Canadá). El sacerdote pasa una cesta, y muchos feligreses depositan en ella sobres con sus nombres escritos en el exterior que contienen las súplicas que quieren dirigir a Dios. El cura extrae uno, lo sostiene en alto sin abrirlo, lee el nombre del remitente y exclama: “Esto es lo que Mary quiere saber. Y Dios me dice que su hermana, que está enferma de cáncer, se va a curar y que va a vivir mucho tiempo”. Después, el orador abre el sobre, lee su contenido y lo pasa abierto para que lo compruebe un público asombrado. De forma metódica, este religioso va averiguando el contenido de cada sobre antes de abrirlo. Nadie duda de su clarividencia. Salvo un chico de 15 años que ha cazado la trampa.

El muchacho es un aprendiz de mago llamado James Randi que años antes había contemplado algo mucho más exótico en un viejo teatro de variedades: el famoso mago Harry Blackstone había hecho levitar a una princesa sobre el escenario. Tras el espectáculo, el niño fue al encuentro de Blackstone en el camerino y el mago le enseñó unos cuantos trucos de manos. La experiencia le marcó. Y unos pocos años después tendría su primer encontronazo con el charlatán de la parroquia de Toronto.

“Randi se dio cuenta del truco”, explica el director de documentales Justin Weinstein desde su oficina en Nueva York. “Cuando el charlatán escoge el primer sobre, con el nombre de Mary, pregunta por un tal David entre el público, que en realidad es su compinche”. Por supuesto, el predicador sabe de antemano la pregunta de su colaborador. Aprovecha la ocasión para abrir el sobre de Mary haciendo creer que es el de David y memoriza su contenido. Coge otro sobre y dice: “Este lo ha escrito Mary”, cuando en realidad pertenece a la siguiente. Y sigue la cadena hasta desvelar los contenidos de todos los sobres.

El joven Randi subió al púlpito y mostró la técnica. “Los que estaban allí se negaron a escuchar. Estaban indignados”, detalla Weinstein. “Uno de ellos fue a buscar a un policía, el cual cogió al muchacho por las orejas y lo llevó a la comisaría. Fue el primer acto en el que Randi descubría a un embaucador, pero sin éxito”. El Asombroso Randi sería el nombre artístico que catapultaría al joven aprendiz hasta convertirse en el primer escapista tras Harry Houdini. En 1956 aguantó dentro de un ataúd metálico sellado y sumergido durante 104 minutos, nueve más que el récord de Houdini. En un programa presentado por el actor Peter Lawford, desafió a los espectadores al surgir del interior de una caja fuerte de un banco llevando en su cuerpo relojes, pulseras y pendientes de un grupo de asistentes. El público había visto previamente que la caja estaba vacía, antes de que se depositara en ella los objetos en otra caja más pequeña y bajo llave. En 1976, colgado de un cable, boca abajo sobre las cataratas del Niágara, se libró de su traje de fuerza y sus cadenas en poco más de dos minutos.

Todas sus hazañas como ilusionista, sin embargo, pasaron a un segundo plano. Randi ha cumplido 84 años, pero ese encuentro cuando era un muchacho con un charlatán de parroquia le condicionó de por vida, dice Weinstein, que está finalizando An honest liar (Un mentiroso honesto), un documental sobre este hombre de baja estatura y barba blanca que parece salido de un cuento medieval. “Randi es alguien con una misión”, según Weinstein. Un mago con fama mundial por haber expuesto de forma infatigable y a la luz pública muchos de los subterfugios que usan todo un ejército de videntes, psíquicos y curanderos milagrosos. La Fundación MacArthur distinguiría a Randi en 1986 con un premio de 272.000 dólares por su trabajo educativo y su energía a la hora de exponer los fraudes.

Su leyenda empezó con un cheque de 10.000 dólares que llevaba en el bolsillo de la camisa destinado a cualquiera que demostrase, en un entorno controlado y científico, que posee genuinos poderes paranormales. La Fundación Randi ofrece hoy un millón de dólares a cualquier psíquico que lo consiga. Randi suele bromear cuando se le pregunta si teme perder semejante fortuna. “Nunca mi dinero ha estado en lugar más seguro”.

A mediados de los setenta, mostró ante las cámaras cómo doblar las cucharas a la manera de Uri Geller, la superestrella psíquica del momento. También asesoró a su amigo el presentador Johnny Carson para que preparara unos experimentos antes de que Geller pasara por su show. El mentalista israelí fracasó ante millones de telespectadores, aduciendo que en el aire había malas vibraciones. Randi escribiría a principios de los ochenta un libro demoledor, La magia de Uri Geller, en el que exponía todos sus trucos. Aunque Geller le denunció tres veces, fracasó en su intento de arruinarle.

En 1986 se haría famoso al tender una trampa al telepredicador Peter Popoff. Los espectáculos de este charlatán resultaban extravagantes: adivinaba entre la gente congregada los nombres de los enfermos. Se acercaba a ellos, descubriendo peculiaridades sobre sus vidas y dolencias, hasta que los tocaba. Invocando el poder divino, Popoff los sanaba entre gritos de ¡aleluya! Ganaba más de cuatro millones de dólares al mes, hasta que Randi mostró el truco. El evangelista usaba un dispositivo inalámbrico en su oído; su mujer le transmitía los nombres, direcciones y enfermedades de las personas a las que iba a curar. Todo quedó grabado en una película. Popoff se declararía en bancarrota poco después. Sin embargo, el predicador ha vuelto y en su web comercializa botellitas de agua milagrosa. Y posee una fortuna de decenas de millones de dólares, de acuerdo con una noticia del canal estadounidense ABC.

Esta resurrección no le sorprende a Randi, un hombre afable, siempre dispuesto a hablar con cualquiera que apueste por el escepticismo. Para alguien desesperado, asegura, el charlatán que invoca a Dios ofrece una solución. Randi ha tachado a las autoridades estadounidenses de irresponsables por no haber hecho nada ante los hechos. Popoff no es el único que ha resucitado. En Estados Unidos y muchas otras partes del mundo –incluida España–, la legión de curanderos y seudomédicos no para de crecer. “Existe un peligro financiero”, asegura Randi, atendiendo la llamada de El País Semanal desde su oficina en Florida (Estados Unidos). “Algunas personas han enviado todo su dinero a estos predicadores que prometen sanar enfermedades de forma sobrenatural”. Las donaciones suelen llegar por correo, con la esperanza de que la curación tendrá lugar también a distancia. “Mucha gente es tan ingenua que se lo cree y envía todo su dinero”. Hay muchos historiales de familias completamente arruinadas, nos dice.

Junto a los sanadores espirituales, que curan milagrosamente el cáncer, surgen aquellos que hablan con los muertos, nos dice Randi; una moda transformada de las sesiones de espiritismo del siglo XIX. Todos desean lo mismo, vaciarle la cartera a los ingenuos. “A la gente poco educada se les quita su seguridad. Se les inculca una falsa filosofía para vivir. Si la aceptan, aceptarán cualquier cosa que se les diga”. Quienes envían dinero por correo esperando un milagro lo volverán a hacer con los colegas de los charlatanes, ya avisados sobre los nuevos yacimientos de crédulos. La estafa no se detiene en el estafado. Es como una epidemia, una mancha de tinta que se extiende.

Las víctimas de videntes, farsantes y mentalistas suelen tener una educación pobre, explica Randi. Siempre hay excepciones, como la escritora de novelas románticas Jude Deveraux, con más de 50 millones de ejemplares vendidos y 37 referencias en la listas de best sellers de The New York Times. En 2011, el detective Charles Stacks encontró a la escritora en la habitación de un hotel en un estado lamentable, sin dinero; “a días de suicidarme”, describiría Deveraux a la cadena ABC News. Había caído en las garras de Rose Marks, jerarca de un clan de videntes neoyorquinos.

Durante 17 años, la escritora le transfirió 20 millones de dólares. Marks aseguraba a sus clientes que el dinero era una fuente de corrupción diabólica. Convenció a Deveraux para que vendiera sus propiedades. Logró aislarla de su familia y amigos. Su hijo había muerto en un accidente de motocicleta en 2005, con ocho años, y la vidente aseguraba que el alma del pequeño se encontraba “entre la tierra y el cielo”. Los informes policiales sugieren que la novelista recibía amenazas para que el dinero siguiera fluyendo. Las víctimas del clan de Marks eran en su mayoría mujeres inteligentes y con recursos que habían tenido un suceso desgraciado en sus vidas. Ahora se enfrentan a un juicio por estafa.

“La industria de la seudociencia es tremendamente rentable, pero no podemos saber las cifras”, dice Randi. Los charlatanes que han fundado alguna secta acogiéndose a alguna creencia religiosa son los más opacos. “Ellos no informan sobre lo que ganan. En este país no pagan impuestos si escogen algún título religioso de algún credo, se les da el privilegio de no pagar”. En España, la opción de darse de alta como astrólogo o similar está tipificada en el registro de actividades económicas de Hacienda. Pese a ello, resulta imposible obtener una cifra global de ganancias.

Los videntes pueden registrarse y pagar impuestos. Si la astrología y la adivinación son legales, ¿hasta qué punto la ley protege a quien ha sido estafado? “Cuando el usuario de esos servicios posee un nivel de entendimiento medio-alto, se entiende que no puede haber engaño porque ha sido el propio engañado quien se ha dejado engañar”, dice Luis Javier Capote, profesor del departamento de disciplinas jurídicas de la Universidad de La Laguna (Tenerife). “Si la persona está afectada desde el punto de vista mental o tiene una cultura muy baja, sí hay casos de condenas”. La solución no pasa por la prohibición de este tipo de prácticas sin fundamento científico, comenta este experto por correo electrónico.

Desde hace décadas, James Randi intenta convencer a las grandes estrellas de la magia norteamericana para que se sumen a su causa. El gran Harry Houdini se convirtió progresivamente en un investigador de fenómenos paranormales, descubriendo las argucias de los espiritistas en la segunda década del siglo XX. “Admito que al principio me inspiré en lo que hizo”, dice Randi. “Houdini, como yo, no tuvo educación superior, ni fue a la universidad. En cierto modo era ingenuo. Pero nunca creyó a los farsantes, porque conocía sus trucos. Él me mostró el camino”.

La línea que separa al mago del psíquico a veces es muy estrecha. Geller no se dedica ya a doblar cucharas. Pero vive en una mansión a las afueras de Londres. Usa sus poderes para encontrar oro y petróleo. Y hace poco compró una pequeña isla en la costa escocesa, como él mismo afirma en su web, al intrigarle unas imágenes que mostraban un ovni sobre ella. Ha comentado en programas de televisión que el hecho de que los magos logren reproducir sus hazañas no significa que él no posea poderes sobrenaturales, como hacer germinar las semillas entre sus dedos o mover con la mente una brújula. “Geller empezó como un mago que realizaba números en salas de fiesta en Israel, y descubrió que ganaba mucho más cuando se presentaba como alguien dotado”, explica Ricardo Campo, colaborador del departamento de filosofía de la Universidad de La Laguna y autor del libro Ovnis, vaya timo (Laetoli).

Los magos coquetean con el misterio. La tentación para pasarse a ese otro lado es grande. El ilusionismo es el arte de engañar al cerebro haciéndonos creer lo imposible. Y los magos del gran espectáculo, como Criss Angel y David Copperfield, lo consiguen: levitan entre dos edificios, hacen desaparecer la estatua de la Libertad, atraviesan paredes y caminan sobre el agua. ¿Cómo reaccionan estas estrellas ante la petición de descubrir a los farsantes o magos reconvertidos en místicos con poderes mentales?

“La respuesta es mixta, mitad y mitad”, dice Randi, con cierta comprensión no exenta de crítica. En privado, y en los templos sagrados de la magia como El Castillo Mágico, un exclusivo club de magos en Hollywood, o el legendario Círculo Mágico de Londres, se observa su causa con simpatía. Pero la mayoría se sienten incómodos si tienen que dar un paso al frente. No desean convertirse en detectives de lo paranormal. Las estrellas como Angel o Copperfield no prestan mucha atención. “Piensan que no es de su incumbencia el interferir con la actuación de otros”, dice Randi. “Pero no se dan cuenta de que son criminales que se aprovechan de la gente para robarles y quitarles su seguridad por medios falsos”.

Pese a las reticencias, Randi ha cosechado la complicidad de algunas estrellas como la pareja formada por Penn y Teller –quizá el dúo de magos más famoso en la actualidad–. Penn es un tipo más bien grande, mientras que Teller es un hombre bajo que apenas habla. Forman una pareja inigualable, realizando trucos revolucionarios en los que se parte el torso de una mujer, las monedas en un recipiente con agua se transforman en peces de colores o aparecen 100.000 moscas volando en un plató. Y también se han dedicado a desentrañar los trucos de los psíquicos, denunciando a farsantes de todo tipo, desde los que dicen hablar con los muertos hasta los curanderos. “Randi fue el que nos hizo”, confiesa la pareja en la película de Justin Weinstein. “Nos miraba como si fuéramos especímenes”. Él fue quien les sugirió que debían formar equipo.

La respuesta de los magos españoles es parecida, mezcla de indiferencia e interés. Cada vez que Randi ha venido a España para impartir sus conferencias ha encontrado buena acogida. Entre los miembros de la organización Círculo Escéptico se encuentran ilusionistas como David Blanco, en cuyas actuaciones realiza efectos de mentalismo en los que adivina mensajes que el público escribe en trozos de papel… “Siempre advierto a la audiencia de que lo que van a ver no son fenómenos paranormales. No puedo mandarles a casa haciéndoles creer que tengo poderes”. Blanco admira la cruzada de Randi contra los farsantes. Incluso llamó a uno de sus números Las honestas mentiras de David Blanco. En ocasiones, la reacción del público le sugiere que la fuerza para creer en lo sobrenatural es irresistible en muchas personas, sobre todo por no ejercitar el pensamiento escéptico. Se corre el peligro de abandonarse delante de un televisor creyendo a pies juntillas todo lo que allí se dice. Incluso hay gente dentro de la magia que cree. “No estamos acostumbrados a pensar por nosotros mismos”, asegura este ilusionista.

¿Por qué es más fácil creer en lo mágico? Para D. J. Grothe, presidente de la Fundación Randi, las seudociencias tratan de calmar nuestras ansiedades simulando responder a las cuestiones que preocupan a todo el mundo, como la muerte, el dinero, las relaciones humanas y la salud. “La gente cree básicamente en los ovnis porque les hacen sentir que están menos solos en el universo, en los sanadores divinos porque les dan esperanza de curación, o en los psíquicos que hablan con los muertos porque echan profundamente de menos a sus seres queridos que han perdido”.

La ciencia, en cambio, ha logrado explicar las posesiones demoniacas como ataques epilépticos, las abducciones alienígenas como alteraciones del sueño, o la creencia en fantasmas como el deseo de vivir tras la muerte. Para el periodista Mauricio-José Schwarz, que lleva 30 años combatiendo la seudociencia, se trata de entrenar los mecanismos del pensamiento y la deducción. “Nadie compra un coche usado a ciegas. Necesitamos abrir el capó, probar el coche. Hemos de tratar las afirmaciones paranormales como coches usados”.

Aquellos que están convencidos de que hay personas con poderes tendrían que preguntarse por qué ninguno de ellos se ha presentado a las pruebas para ganar el millón de dólares ofertada por la Fundación Randi. “Cada semana nos topamos con algún candidato, pero no están suficientemente preparados para engañarnos. Rellenan el formulario para obtener el premio, pero luego no oímos nada de ellos. Tratan de ver si tenemos alguna flaqueza, pero no la tenemos”, asegura Randi. Alguno intenta llegar un paso más allá. Pero al final todos los psíquicos se esfuman y desaparecen… casi de manera sobrenatural.

Fuente: El País.