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viernes, 16 de septiembre de 2022

_- "Todos los niños llevan dentro la semilla de la genialidad y tienen un enorme potencial"

     _- Diana Massis Elisa Guerra FUENTE DE LA IMAGEN,ROX DE LUNA

La educadora mexicana Elisa Guerra está metida en un ejercicio urgente: cuestionar la escuela actual, víctima de la mayor crisis de su historia, y proyectar la escuela del futuro.

Lo ha hecho como coautora del informe de la UNESCO "Reimaginar juntos nuestros futuros: Un nuevo contrato social para la educación". Pero también lo hace en su día a día como fundadora de una escuela, como autora de textos educativos y como maestra.

A sus alumnos también les ha propuesto repensar la educación durante un ejercicio en el aula, un podcast titulado "Las primeras letras", en el que están escribiendo un libro en conjunto que parte así: "Un día los niños se levantan y ya no hay escuela, pero los padres no se acuerdan de que existía. ¿Qué es eso?, dicen los padres, ¿cómo que una escuela?

El niño o la niña está asustadísima: ¿me volví loca?, ¿estoy todavía dormida? Le habla uno de sus compañeros que le dice: "Estoy histérico, mi mamá no me quiere llevar a la escuela, no sabe qué es eso".

La consigna con los chicos es que cada uno termine el cuento. ¿Cómo es esa escuela y cómo logran los niños convencer a los adultos de reinventarla?

El informe de la UNESCO proyecta "una educación que repare las injusticias, al tiempo que transforma el futuro", que debe sustentarse "en los derechos humanos y en los principios de no discriminación".

"No se trata de un manual ni de un modelo, sino de un punto de partida para una conversación fundamental" que ya ha comenzado en distintos rincones del mundo, especialmente después de la pandemia.

Elisa Guerra, nombrada Mejor Educadora de América Latina y el Caribe por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) en 2015, y dos veces finalista del Global Teacher Prize, es parte del Festival Hay Querétaro, donde compartirá sus experiencias y dialogará sobre lo que vendrá.

El punto de partida del informe es alertar sobre un futuro de incertidumbre, guerras, crisis migratorias o cambio climático. ¿Cómo le transmitimos eso a los estudiantes sin que les desalienten o les indigne?

Espero que se sienta el toque de esperanza. No quisimos que fuera alarmista, fatalista, sino que cree conciencia, pero al mismo tiempo que inspire para la acción. Decirles que tenemos problemas pero también soluciones. No es una sentencia, es una advertencia para inspirar en lugar de atemorizar. La ciudadanía global tiene que ver con tener los conocimientos, las habilidades y con hacer, ahí viene la parte activa, el activismo. Ya no es suficiente saber, tenemos que hacer algo al respecto.

¿Cómo se educa para la incertidumbre cuando la escuela todavía es un lugar lleno de reglas, con horarios, con sanciones?
Una de las premisas más importantes es la necesidad, por un lado, de proteger la escuela y por otro, de transformarla. Protegerla porque ha recibido muchos embates. La pandemia la dejó embarrada en el pavimento y hay mucha especulación de si finalmente va a ser sustituida por plataformas digitales.

Nosotros creemos que el espacio de la escuela es sagrado, porque es el único lugar donde se pueden presentar experiencias de aprendizaje que tienen el potencial para impactar el desarrollo humano.

¿Cómo se proyecta entonces el futuro de esta escuela añeja?
Hay un modelo de escuela, de organización, una arquitectura y una gramática escolar que tiene por lo menos 150 años y que ya nos quedó corta.

Cuando hablamos de transformarla, no es una metamorfosis completa, pero va más allá de una reforma.

Me gusta decirles a los docentes que imaginen que llegamos a nuestras escuelas vacías y hay que volver a inventarlas. Esto ya lo hicimos, pues el modelo viene de la Revolución Industrial, cuando más familias llegaron a las ciudades a trabajar en las fábricas y respondía a necesidades de esa sociedad.

Tendríamos que partir de cero, como si hubiéramos estado en una guerra, llegáramos a las ruinas y nos preguntáramos: ¿reconstruimos el edificio exactamente igual?, ¿tomamos los cimientos, pero aprovechamos para hacer algo más cercano a nuestra realidad?

Es muy difícil, porque si el agua tiene memoria y el río regresa a su cauce, siento que la escuela también tiene memoria y tiende a regresar donde ya estábamos.

Hasta ahora los estudiantes se sientan en una clase cuadrada, uno detrás de otro, a mirar una pizarra. ¿Cómo sería ese nuevo dibujo?

No existe un modelo perfecto y único para todos. Hoy tenemos un molde que se repite en todo el mundo, independientemente de los contextos y no quisiera cambiarlo por otro molde.

El reporte habla de construir juntos nuestros futuros, en plural, porque no hay un solo futuro, ni un solo camino.

Tendríamos que pensar en lo que necesitamos. Por ejemplo, mayor colaboración entre los docentes. Pero no se puede si estamos metidos en un cubo concreto todo el día y nos vemos apenas unos minutos en el salón de maestros entre clase y clase.

En realidad el niño no es el centro de la escuela, el centro de la escuela es el currículo, la campana, el libro de texto, el programa que se tiene que cumplir... eso marca la vida escolar.

En términos generales, creo que necesitamos que los muros de la escuela sean mucho más permeables, los externos para salir a la comunidad y para permitir que la comunidad entre, y los del interior también tienen que hacerse más flexibles.

¿Podrías dar un ejemplo de esa flexibilidad?
Tenemos una semana al año donde se mezclan niños de todos los grupos y escogen un taller, lo llamamos claustro.

Un grupo crea un restaurante desde el menú: aprenden a cocinar, a costear los platillos. Otros van a la producción de un programa de televisión. Otros escogen medicina, aprenden primeros auxilios, visitan hospitales, platican con los médicos. Los estudiantes quieren más proyectos así.

Una escuela abierta a la innovación, porque los docentes nos topamos con una pared: no lo puedes hacer, no está en el programa, no tiene suficiente investigación, no está respaldado por la ciencia. Y si nunca se ha hecho, ¿cómo va a estar respaldado por la ciencia?

Cuando se desarrollaron las primeras vacunas en la pandemia, se dio autorización de emergencia para utilizarlas sin que la investigación estuviera completa. Estamos en una crisis mundial de pobreza de aprendizaje según el Banco Mundial, la UNESCO y UNICEF. Si esto no es una emergencia educativa, no sé qué puede ser.

En ningún momento de la historia de la escuela, ésta ha estado tan amenazada, ha sufrido tanto y ha tenido tantos reveses, una crisis encima de otra. Si tenemos ideas y queremos aplicarlas, ¿no se podrá dar algo así como una autorización de emergencia? Durante la pandemia la sala se transformó en google classroom, Zoom o Teams, y el reporte alerta sobre que la educación se sustente en empresas lucrativas, que utilizan nuestros datos, y plantea un sistema público digital para la enseñanza, ¿cuál es tu opinión?

No estoy en desacuerdo con el uso de las plataformas, que en nuestro caso nos ayudó muchísimo. Tenemos que dejar de verlas con determinismo: si nos gusta qué bueno, y si no, no lo usemos, no es una bestia que estamos intentando domar.

Podemos pensar maneras en que sea incluyente y no atente contra nuestros derechos.

También se critica el solucionismo tecnológico, la idea de que lo digital va a eliminar todos los problemas. La tecnología tiene que estar al servicio de la pedagogía y no al revés. No por usarla voy a convertir una mala pedagogía en buena pedagogía.

La tecnología es un micrófono: si tienes bonita voz va a ampliarla, pero si no cantas bien, no te acerques, porque no va a hacer que tu voz suene melodiosa. Hemos tenido mucha confusión al pensar que modernizar la educación es subir las lecciones que no funcionaban en el aula a la plataforma. Si no funcionan en el aula, no van a funcionar.

¿Cómo dirías que es el cerebro de los niños de hoy? ¿Cómo se los cautiva?
Hemos subestimado la capacidad y el potencial cerebral de nuestros niños, aunque hemos avanzado en las neurociencias cognitivas aplicando cada vez más sus hallazgos al aula.

Los niños tienen un potencial lingüístico tremendo que no se ha traducido a la lectura. Les enseñamos a leer a los seis años, porque nos queda mejor como sistema: pueden sentarse en un salón, quedarse quietos por más tiempo, separarse de los padres sin llorar y prestar atención en grupos grandes al cuidado de un solo docente.

Los niños pueden aprender a leer antes, no de la manera en que les enseñamos a los seis años, pero estamos tan habituados y nos da tanto miedo salirnos de esa cajita que seguimos haciéndolo, aunque ya no sea lo óptimo. Como ese ejemplo, hay muchísimos más. Yo creo que al niño le hemos dado un rol de súbdito en la educación y no se vale.

El súbdito se tiene que sentar, escuchar, no puede hablar, no se puede mover.Sin embargo, el reporte propone incluir la emoción, permitir los errores, desarrollar el pensamiento crítico. ¿Cómo se lleva eso a la práctica?

Muchas veces les digo a los docentes: hagamos las cosas sin pedir permiso, lo que tú puedas dentro de tu aula.

Una de las razones por las que no damos a nuestros niños la atención que quisiéramos es el número extraordinariamente grande de chicos en un grupo y eso difícilmente lo podemos cambiar.

Me gusta hacer alianzas, con los padres, los maestros y con los mismos niños, decirles: cuando tengas una situación particular, aquí estoy, háblame, generar esa confianza. También dar espacios de mindfulness en el aula, o movernos rápido con una música elevada para reactivar la circulación, la respiración, oxigenar el cerebro, despertarnos.

Buscar otros lugares para enseñar, hacer a un lado el currículo para atender cosas más importantes, no tener miedo a brincarte un tema. Suena como anatema, ¡excomulgados los docentes que se brincan un tema!, pero a veces vas a sacrificarlo para avanzar después en los demás.

Leí el libro de un maestro que dedica el primer mes a conocer a los estudiantes. Si tenemos esas conexiones, los papás con los hijos, los maestros con los hijos, los estudiantes entre ellos, creo que hay mejores oportunidades de transformar la escuela.

Muchos padres se frustran porque no pueden escoger la mejor escuela para sus hijos o ven que sus hijos sufren por bullying, ¿qué les dirías?

No podemos quedarnos cruzados de brazos esperando que las autoridades resuelvan todo. Ya vimos con la pandemia que no pueden.

Quisiera que el mensaje sea que desde tu trinchera puedes hacer algo. A lo mejor no vas a mover al elefante, pero puedes dar pequeños pasos.

Si no puedes elegir la escuela y no puedes cambiarla, con la pandemia ya nos convertimos también en docentes de nuestros propios hijos. No dejar que con la vuelta a la presencialidad eso se pierda. Los padres pueden ser co-educadores con pandemia y sin pandemia. Y, de hecho, lo que pase en la casa es más poderoso que lo que pasa en la escuela en el desarrollo de cada niño.

Las tareas (los deberes) es un tema controversial. Una queja es que después de 7 horas en el colegio -el equivalente a una jornada laboral- tengan que seguir en casa. ¿Cuál es tu visión?
Si el objetivo es crear un hábito de estudio por las tardes, no debería de ser más de una hora.

Muchas veces no se utilizan para afianzar el conocimiento, sino para cubrir lo que no se alcanzó en el aula, pero no es culpa del estudiante, tampoco del docente. Puede ser la organización escolar, la sobrecarga curricular.

¿Y las sanciones?
En primer lugar, cambiar el nombre, quizás a consecuencias, y enfocarse en resarcir el daño.

En el caso de algún chico que haya agredido a otro, lo primero es concientizar en cómo vas a resarcirlo. En toda comunidad tiene que haber reglas de convivencia, pero también cierta flexibilidad para considerar las situaciones únicas de cada estudiante. Y un punto aquí, no a que las consecuencias sean hacer más tareas, leer 20 minutos o no tener recreo, eso es contraproducente, porque estudiar o leer se convierten en un castigo, algo espantoso que no haces más que cuando te lo exigen.

¿Y cómo damos la oportunidad de enfrentar la consecuencia y de resarcir el daño? Cuando alguien va a exceso de velocidad y un agente de tránsito lo detiene, le dice: "Venía usted con exceso de velocidad, ¿tiene algún problema? Ay, no me di cuenta, oficial, qué barbaridad".

El oficial extiende una multa, uno la tiene que pagar y fin de la situación. No se pone a gritarnos: ¡qué estaba usted pensando! ¡cómo es posible!, pero muchas veces hacemos eso con los niños. A los niños, los padres y los docentes, los abusamos. Si ya venía lastimado emocionalmente, en lugar de investigar qué está pasando y cómo apoyar, estamos haciendo el problema más grande.

El reporte habla de aprender, pero también de desaprender, ¿qué es lo que hay que desmontar en la educación?

Tiene que ver con la interculturalidad y la aceptación de la diversidad. Hay cosas que hemos aprendido que no hacen más que perpetuar las injusticias sociales.

Se ha dicho mucho que el niño no nace odiando o con un prejuicio hacia otros, es algo que se aprende, pero es ya estructural, los docentes y los padres lo tenemos y no nos damos cuenta.

El primer camino es concientizarnos y analizar nuestras actitudes y pensamientos, porque somos parte del problema y perpetuamos las exclusiones. Tenemos que desaprender la imagen antropocéntrica de que los seres humanos estamos al centro de la vida y que el planeta existe para y por nosotros.

Somos una parte del ecosistema, pero hay otros seres vivos que tienen derechos y no están para rendirnos pleitesía, porque incluso cuando decimos que hay que cuidar el planeta, lo hacemos como si fuera nuestra propiedad, como cuando le decimos al niño "cuida tu chamarra para que no se te pierda".

¿Cuáles son los derechos de los niños hacia 2050, en ese futuro que intentamos visualizar?
Todos, incluyendo los que tienen necesidades educativas especiales o alguna condición de aprendizaje, todos los niños llevan dentro la semilla de la genialidad y tienen un enorme potencial. Su primer derecho es tener un ambiente óptimo que les permita desarrollarlo.

Ese potencial se va a ver diferente en cada uno, pero nuestra responsabilidad como educadores, como padres, es generar ese ambiente que les nutra, y que a nosotros, como adultos, también nos permita desarrollarnos.

No podemos pensar en la educación como un periodo en la vida, que se acaba cuando se sale de la escuela con un diploma. Sigue toda la vida. Otro derecho de los niños es que tanto sus padres como sus maestros sigan aprendiendo, que sean mejores para orientar, auxiliar, apoyarlos. También el derecho de acceso a la escuela, a las tecnologías que favorecen el aprendizaje, el derecho a encontrarse tanto en su casa como en la escuela con un ambiente libre de violencia, un ambiente de acogida.



domingo, 3 de abril de 2022

PROFESORADO. educación, mejorar la educación, Cómo poner nota a los profesores.

El Gobierno rescata la idea de valorar el trabajo de los docentes, una medida que lleva en las leyes educativas un cuarto de siglo sin terminar de aplicarse.

Hay debates malditos en educación. Uno de ellos gira sin duda en torno a la idea de evaluar el trabajo de los profesores, que lleva en las leyes de educación algo más de 25 años sin que nadie termine de ponerla en marcha más o menos en serio para todo el profesorado. A grandes rasgos, los argumentos a favor parecen absolutamente razonables: la carrera de los docentes de colegios e institutos públicos españoles carece casi por completo de incentivos y, en la práctica, más allá del pundonor profesional, da un poco igual hacer mejor o peor el trabajo. Así, establecer esos estímulos laborales (en forma de sueldo, reconocimiento profesional, ayudas para proyectos, permisos especiales...) por medio de un sistema de evaluación que, además, ofrezca información útil sobre los puntos fuertes y débiles del sistema, solo podría mejorar la educación. El informe España 2050, el documento redactado por más centenar de expertos para fijar, a petición del Gobierno, una estrategia de país a largo plazo, critica la ausencia de “un sistema de evaluación del desempeño de la práctica docente que pueda guiar intervenciones para el aprendizaje y la mejora continua del profesorado”.

Sin embargo, las cosas no son tan fáciles, porque es harto peliagudo medir de manera objetiva la calidad del profesorado (para empezar, hay que ponerse de acuerdo en qué es la calidad del profesorado) y porque es muy importante encontrar la manera de que los docentes no rechacen esa evaluación, pues todos los precedentes han demostrado que, si una buena parte de ellos no se sube al carro, el proceso servirá para bastante poco. Una encuesta hecha en 2018 por el Ministerio de Educación a la comunidad educativa (sobre todo a docentes, pero también a padres, alumnos y asociaciones) concluía que dos tercios creían que la evaluación debe ser obligatoria para los profesores y que algo más de la mitad opinaba que sus resultados deben tener solo consecuencias formativas (señalar el camino de mejora y que las administraciones pongan los medios para recorrerlo), pero otro 41% reclamaba que sirvan para repartir reconocimientos o sanciones.

Y lo que planteó el ministerio hace algo más de dos meses, dentro de las 24 propuestas que presentó para empezar a debatir la reforma de la carrera docente, tenía un poco de todo, con un sistema de evaluación voluntario en general y solo obligatorio para acceder a ciertos puestos (para el de director, por ejemplo, que además lleva consigo un complemento salarial y ya está generalizado desde hace lustros). El modelo que proponen debe “partir de un informe de autoevaluación, valorar los aspectos específicos de la función docente en el marco de la autonomía del centro, contar con la participación de diversos órganos de gobierno y coordinación docente del centro y con la del servicio de inspección”.

La finalidad, por un lado, “debe ser primordialmente formativa y acreditativa y debe también permitir el reconocimiento de la complejidad de las tareas desempeñadas”, dice el texto. En otro punto añade que “el mejor desempeño de las competencias profesionales docentes” deberá traducirse “en propuestas y actuaciones formativas por parte de la Administración; en las mayores posibilidades de acceso a los distintos puestos de trabajo propios de la función docente; y en las retribuciones complementarias”.

Ahogados en burocracia
El problema, de nuevo, es que los docentes se siguen mostrando recelosos, a pesar de todo. Para empezar, ante la posibilidad de que se convierta en otra burocracia más dentro de un mar de papeleo, muchas veces sin sentido, que ya los ahoga. “Para que sea una evaluación objetiva, lo que tienen que hacer es quitarnos tanta burocracia. A nosotros y a la inspección, que tienen tanto papeleo que apenas tienen tiempo para pisar un aula y evaluar al docente”, dice Iris Carabal, de 30 años y maestra de educación especial en un colegio público de Vila-Real (Castellón). Y eso que ella está de acuerdo con que “hacen falta más mecanismos de evaluación, porque se ven muchas malas prácticas y también muchas buenas que no se valoran”. Ahora mismo, lo que está generalizado en la escuela pública son unas autoevaluciones que, según Carabal, son una burocracia más que normalmente sirven para muy poco.

Pero, aún peor que los problemas prácticos, algunos investigadores que llevan más de 20 años estudiando estos asuntos sostienen directamente que las evaluaciones individuales con premios individuales no mejoran el sistema. Es la opinión del profesor de Universidad de Barcelona Joan Mateo: “En ninguna parte del mundo ha funcionado bien una evaluación del profesor basada en la meritocracia y orientada a algún tipo de subida salarial, porque esta, al cabo de un tiempo, se asimila como parte de su sueldo y no constituye ningún incentivo para mejorar”. Dejando atrás el viejo modelo del palo y la zanahoria, Mateo defiende una evaluación “del equipo docente orientada a que [las administraciones] se comprometan institucionalmente con el centro, por medio de ayudas económicas para hacer investigación, innovación, transformación…”.

De una forma mucho menos estudiada y mucho más intuitiva, Francisco López Mellado, un profesor de Matemáticas de 27 años de un instituto público de Roquetas de Mar (Almería), apunta a algo parecido. “Yo lo haría dando dinero al centro en el que estés trabajando para hacer proyectos, y sin señalar a nadie, porque, al final, yo creo que con esto lo que quieren es señalar al profesorado: tú lo haces mal, tú lo haces bien… Y eso no”, explica por teléfono.

El ejemplo de Asturias
El precedente más inmediato, el programa de evaluación de la función docente del Gobierno de Asturias, se parece más a un trámite burocrático que hay superar cada año para obtener un extra salarial que a un modelo que impulse el esfuerzo continuo de los docentes, según la federación de enseñanza de CC OO en la región. Consiste en que los directores de los centros públicos valoren cada curso, a través de un formulario, a los profesores que se presten voluntariamente a ello. La plantilla contempla 19 méritos, algunos objetivos (si el profesional acumula unas horas mínimas de formación y si su absentismo laboral está por debajo del 7%, por ejemplo) y otros que dejan gran margen de interpretación, como los siguientes: “Desarrolla y evalúa de forma medible el proceso de enseñanza cumpliendo con el principio de trabajo en equipo y coordinación docente”. “Realiza con diligencia y calidad la evaluación del proceso de aprendizaje del alumnado”.

A Liliana Díaz Gómez, profesora de un instituto de Pola de Siero, no le gusta demasiado la idea de que sea el director el que tenga en su mano dar a discreción, o no, cada año una evaluación positiva que supone un aumento de 147 euros al mes en primaria y 229 en secundaria. Este es el primer tramo de evaluación, al que este año se ha añadido un segundo tramo para aquellos que llevan años sometiéndose con éxito a estos exámenes y que suponen aumentos mensuales de 294 y 459 euros al mes, respectivamente. Aunque en la práctica, las quejas son mínimas, pues la inmensa totalidad de los que se presentan aprueban: el curso pasado fue el 99%. Y se presentaron 9.000 de los algo menos de 12.000 docentes de la región, teniendo en cuenta que solo pueden acceder a la evaluación los que lleven dando clase en la pública un mínimo de cinco años y además quedan fuera los que hayan sufrido bajas largas durante el curso.

“Me parece ineficaz, para empezar, porque no evalúa de ninguna manera la excelencia académica”, opina Díaz, que además protesta porque este sistema menoscaba la negociación colectiva como vía para acordar los sueldos. “Creo que sería mucho más eficaz una supervisión bien hecha para evitar las malas prácticas”, opina. En cuanto a la nueva propuesta del ministerio, tiene dudas, pero cree que, si se hace, debe basarse en muchas fuentes (la opinión de los alumnos, la observación dentro del aula…), y no solo en la opinión del director.

La propuesta inicial del ministerio sugiere, partiendo de la autoevaluación, una multiplicidad de fuentes para la valoración. De hecho, uno de los referentes más claros podrían ser los procesos piloto que Educación puso en marcha en 1996. Bajo el nombre de Valoración de la labor profesional de los docentes, se desarrolló un sistema por el cual los inspectores educativos recogían, por medio de cuestionarios, la opinión del propio profesor evaluado, del director de su centro, del jefe de estudios y del coordinador del departamento, y luego los entrevistaba a todos ellos.

Finalmente, después de observar el trabajo del docente dentro del aula, el inspector emitía su informe de evaluación. Pero esta iniciativa, como otras puestas en marcha en la primera mitad de los noventa en torno a las dos normas aprobadas entonces por ejecutivos socialistas (la Logse de 1990 y la Lopeg de 1995), cayeron en el olvido tras la llegada al Gobierno del PP. En todo caso, dada la escasa concreción de la propuesta del actual ministerio, está por ver si el nuevo intento de poner en marcha una evaluación del profesorado va por ese camino o por otro. Sea cual sea, visto lo visto, no parece que vaya a poder eludir la polémica.

https://elpais.com/educacion/2022-04-24/evaluar-a-los-profesores-premiar-la-excelencia-o-mejorar-el-sistema.html

lunes, 27 de septiembre de 2021

Así ven los profesores el nuevo sistema para pasar de curso que la mayoría de comunidades adoptará este año

La medida, que desliga la promoción del número de aprobados, divide a los docentes. Siete de ellos, que trabajan en un instituto donde ya se aplica, cuentan su preocupación y esperanzas en torno al cambio


Sentados alrededor de una mesa de madera, a la sombra de un olivo, en el patio de un gran instituto de educación secundaria de Valencia, siete profesores hablan de la revolución cultural que está sacudiendo la enseñanza. La repetición en la secundaria obligatoria (ESO) dejará de estar vinculada a un número concreto de suspensos (el límite general está fijado ahora en tres materias, aunque hay excepciones) y el equipo de profesores tomará la decisión en función de lo que considere mejor para el alumno. “Como docente me parece peligroso lanzar el mensaje de que suspender o aprobar no se tendrá en cuenta para pasar de curso”, dice Pilar Rivera, profesora de Filosofía. Tomás Ruiz, profesor de Lengua y literatura castellana, contesta: “Yo no veo que vaya a rebajar la calidad del sistema educativo ni el nivel de responsabilidad de los alumnos. En casos aislados la repetición beneficia, pero en general no”.

Repetir curso en primaria y secundaria no dependerá solo del número de suspensos
Los profesores del instituto Districte Marítim opinan con la ventaja de haber experimentado ya el cambio. La Comunidad Valenciana empezó a aplicarlo el curso pasado aprovechando la normativa extraordinaria aprobada por la pandemia. Lo mismo sucede en Baleares, La Rioja, Extremadura y Canarias, y, con matices, en Euskadi y Cataluña. Está previsto que el Gobierno apruebe el decreto que lo convertirá en norma general próximamente, aunque es probable que, ante el rechazo que la medida ha generado en las comunidades gobernadas por el PP, se incluya una cláusula que permita que aquellas autonomías que lo deseen puedan retrasar su entrada en vigor al curso siguiente por razones organizativas. La mayoría de territorios lo aplicarán, en todo caso, este año.

El principal objetivo de la reforma es reducir las repeticiones, que en España son mucho más frecuentes que en su entorno. En concreto, 4,5 veces más, en los tres primeros cursos de la ESO, que en la media de los países desarrollados, según un informe presentado a mediados de mes por la OCDE (un 8,9% frente a un promedio de 1,9% en 2019). El cambio divide a los profesores de toda España y está dando lugar a situaciones inéditas. Por ejemplo, que si no hay acuerdo sobre qué hacer con un alumno, la decisión se tome con los profesores votando en la junta de evaluación. María José Martínez, directora del Districte Marítim, comenta que en tales casos, en su centro, el resultado ha sido casi siempre que el estudiante pase de curso. Lo que sigue es un resumen de las posiciones defendidas por los siete docentes en el debate que a petición de EL PAÍS mantuvieron una mañana de septiembre.

El verdadero problema educativo
Tomás Ruiz, profesor de Lengua y literatura: “Yo no creo que confiar la decisión a la junta evaluadora sea malo o vaya a degradar el sistema. España tiene un nivel de abandono escolar temprano también muy alto. Si la solución fuera repetir con un número determinado de suspensos, la habríamos encontrado hace años. Repetir, en general, no mejora las capacidades del alumno. Y hay asignaturas que tienen una continuidad curricular, cuyos objetivos se pueden alcanzar al año siguiente. Creo que la clave no es esta ahí, sino en prestar mayor atención a cómo recuperar al alumno”.

Premios y castigos
Pilar Rivera, profesora de Filosofía: “Es cierto que con este sistema al final es el equipo docente quien decide, pero por lo menos en las troncales se debería exigir un mínimo de competencias, porque suponer que las va a adquirir el curso siguiente… Pues puede que sí y puede que no”. “[Si un alumno] ha molestado durante el curso, no ha habido manera de acercarse [a él], y no tiene la voluntad de aprender, premiarle, en ese sentido, ¿Qué está diciendo a los demás? Que da igual cómo me comporte, da igual cómo trabaje, porque al final voy a pasar”, añade.

Pensar qué es mejor para el alumno
María Jesús Sastre, profesora de Matemáticas: “Yo lo he visto más subjetivo [sin tener la referencia de un número concreto de asignaturas suspensas]. Te planteas: ‘¿Nuestra evaluación va a ser igual de objetiva que la que viene a continuación? ¿Y respecto a las que se hagan en otros centros?”. “En la última evaluación también se ha tenido más en cuenta, en vez si el alumno se lo merece, si le va a beneficiar o no. Hemos abierto más ese enfoque, que yo creo que antes estaba, pero no tan abierto”.

Una evaluación más rica
Alberto Molina, profesor de Física y Química: “Es coherente con otras medidas que se están tomando hacia un sistema más basado en competencias. En el modelo anterior, los contenidos tendían a circunscribirse a ciertas materias y en cambio ahora es mucho más transversal. En esta nueva evaluación por competencias, casi todos los profesores participamos en casi todas. Yo, que soy por ejemplo de Física y Química, también trabajo la competencia lingüística y también puedo decir algo al respecto. Creo que si la evaluación es de todo el equipo docente puede ser mucho más enriquecedora”. “Lo más importante”, agrega, “es que pase o no pase de curso, la atención educativa al alumno [con dificultades] pueda mejorar mediante refuerzos y reducción de ratios [menos alumno por clase]. Y para eso hacen falta recursos. Más profesorado y más inversión”.

Mejorar las estadísticas
Carmen Barberá, profesora de Geografía e Historia: “El problema es que llega una nueva ley y todavía no hemos digerido la anterior. La mayoría no tenemos claro todavía lo de evaluar contenidos, evaluar competencias, competencias clave, competencias específicas…”. “Que este nuevo sistema de evaluación va a mejorar las estadísticas, seguro. Que vaya a mejorar la realidad, a nivel de aula, de conocimiento y preparación de los chicos, para mí es una gran incerteza. Porque ello llevaría aparejado una gran cantidad de recursos que siempre se prometen, pero nunca llegan. Yo soy muy escéptica”.

Formación insuficiente del profesorado
Ignacio Nagore, profesor de Lengua y Literatura: “Es verdad que nos imponen una ley sin prepararnos sobre cómo tenemos que aplicarlo. Pero respecto a lo que se dice de que el nuevo sistema de competencias suponga una reducción del conocimiento, no estoy de acuerdo. El curso pasado trabajé en un ámbito sociolingüístico [la fusión de varias asignaturas, en su caso tres, en la misma clase] y tuve la oportunidad de ampliarlo aún más. Al estar implicadas tres áreas de conocimiento, me dio más juego para relacionar unos campos del saber con otros. Es un nivel interdisciplinar que creo que los alumnos necesitan, porque están muy acostumbrados a compartimentos estancos. Es una oportunidad y un reto para el profesorado y hay que cambiar el chip, pero creo que merece la pena”.

Más caminos
María José Martínez, directora y profesora de Informática. “Debemos centrarnos en que los alumnos que han pasado de curso y no han adquirido las competencias puedan recuperarlas al año siguiente, con grupos reducidos o incluso con refuerzos personales. Para conseguir que los alumnos sigan formándose hacen falta recursos y también caminos. La Formación Profesional podría ser una salida para muchos, pero no hay plazas suficientes. Quien tiene recursos se va a la privada, pero los que no tienen, que son los que más abandonan, no pueden acceder”.

sábado, 7 de noviembre de 2020

Comparecencia parlamentaria sobre educación

El día 22 del pasado septiembre viví una singular experiencia en el Parlamento de Andalucía. Fui invitado a comparecer ante el Grupo de Educación del Parlamento para dirigirme a los representantes de los partidos políticos que integran dicho grupo.

En la carta de invitación se nos decía que “el día 14 de noviembre de 2019 el Pleno del Parlamento de Andalucía acordó la creación de un Grupo de Trabajo, actualmente constituido en el seno de la Comisión de Educación y Deporte del Parlamento de Andalucía que tiene como objeto la consecución de un Pacto Social por la Educación en Andalucía”.

Se nos explicaba a los comparecientes que deberíamos dirigirnos al grupo durante 20 minutos. Luego seguiría un turno de preguntas de los miembros del Grupo que lo deseasen. A mí me gusta hablar de intervenciones más que de preguntas. Por dos motivos. En primer lugar porque si solo se trata de preguntas se da por supuesto que quienes escuchan solo tienen preguntas y el que habla solo tiene respuestas. Y no es cierto. En segundo lugar, porque quienes levantan la mano pueden hacer propuestas, poner ejemplos, ampliar lo expuesto, discrepar de lo dicho, expresar sentimientos. Como sucedió. También hubo preguntas. Pero hubo más riqueza en la parte que compartimos sobre la exposición.

Me gustaron algunas cosas de la experiencia y, otras, no tanto. Me gustó que los políticos (representantes del PP, de Adelante Andalucía, de Vox y de Ciudadanos, más el Presidente del Grupo) se preocupasen por esta relevante cuestión de la sociedad que es la educación, (para mí la más importante de todas). Les vi atentos, escuchando intensamente, tomando notas e interviniendo con aportaciones diversas en la segunda parte de la actividad. Procuré, dada lo hora y el amenazador cansancio, ya que comencé cerca de las dos de la tarde, hacer mi intervención rica y amena. El primer mandamiento de cualquier orador debería ser el siguiente: “No aburrirás ni a Dios sobre todas las cosas”. Está claro que si quienes escuchan se aburren, desconectarán por muy interesantes que sean los contenidos que se expresen.

Me gustó que invitasen, como es mi caso, a personas de distinto signo político que el del gobierno de la Autonomía. Creo que es necesario contrastar opiniones y conocer perspectivas diferentes a las que inspiran el gobierno de turno.

Me gustó que la sesión se retransmitiese en directo y se grabase para el público. De hecho, he recibido comentarios sobre la mía que me llegaron de personas que no habían asistido y que la pudieron ver posteriormente.

No me gustó que la elección del contenido dependiese únicamente del criterio de compareciente y no de un plan lógico elaborado previamente. Un plan que contemplase de forma rigurosa, secuencial y organizada el conjunto de cuestiones más relevantes para el fin que se busca. Al no ser así, como sucedió esa mañana, el colega que me precedió eligió como núcleo temático una investigación que había realizado sobre el Covid.19. Inmediatamente yo abordé una cuestión de carácter más genérico. Ignoro qué tema trabajó quien actuó a continuación. Ni los miembros del grupo lo sabían antes de empezar la intervención ya que nadie de la organización nos preguntó cuál era la cuestión elegida. Es decir, la secuencia de intervenciones no estaba marcada por la lógica sino por la iniciativa de cada uno de los comparecientes, de manera aislada.

No me gustó que faltase el representante de una fuerza política tan importante como el PSOE. Imagino que la causa de la ausencia estaría más que justificada, pero podría haber sido sustituido por un compañero de partido. Sé que podrá presenciar las intervenciones, pero su contribución resultaba indispensable en el debate.

No me gustó la presión del tiempo aunque, por suerte, de hecho, fue superado ampliamente en las dos intervenciones (la mía y la anterior) que presencié. Media hora es un tiempo excesivamente corto para abordar cualquier cuestión de envergadura en el campo de la educación.

Elegí la primera cuestión de las que se nos sugerían: ¿Cómo debe ser el alumnado al salir de nuestro sistema educativo? Centré mi intervención en dos asuntos cruciales respecto a la pregunta. Cómo debe ser el alumnado y qué hace falta, en primerísimo lugar, para alcanzarlo.

No puedo resumir aquí el contenido de mi intervención. Solo diré que la finalidad fundamental del sistema educativo es que, al terminar, hayan aprendido a pensar y a convivir. Que, al finalizar, hayan aprendido a ser ciudadanos, no súbditos respecto al poder ni clientes para el mercado. Porque si el conocimiento que se adquiere en las escuelas sirviera para dominar, explotar y engañar mejor al prójimo, más nos valdría cerrarlas. En cuando al segundo punto, defendí la idea de que la mejor forma de conseguirlo era seleccionar, formar y favorecer un buen desarrollo profesional de los docentes. Más que el presupuesto, más que la estructura, más que la legislación, más que el curriculum, la piedra angular de la calidad es el profesorado

Tuve muy en cuenta para la elección y el tratamiento del tema (ya que se me daba a elegir) la finalidad y el cometido de la constitución del Grupo. ¿Cuál es? La elaboración de un Pacto Social por la educación. Quise hacer hincapié en las cuestiones que permiten alcanzar ese Pacto Social. Es decir, hablé de las cuestiones esenciales en las que todos y todas podemos estar de acuerdo.

Considero necesario alcanzar un Pacto Social por la educación. Es decir, sentar las bases para que no dependa todo del color político del partido que gobierna. Para que no se sucedan las leyes, de manera que la última desmonte todo lo que han pretendido las anteriores.

“En la carta de invitación se nos decía: “Asimismo, resulta de interés para el Grupo de Trabajo contar con cualquier escrito o documentación que pueda servir para ampliar, completar o precisar el contenido de su intervención en loa comparecencia”. Por este motivo, hice entrega a los miembros del Grupo de un ejemplar de la 6ª edición de mi libro “La escuela que aprende”.

Los convocados como comparecientes éramos profesionales con experiencia y (que yo sepa) personas que están trabajando en primera fila de la acción. Pero eché de menos a maestros y maestras en ejercicio, alumnos y alumnas que viven de cerca la vicisitudes de la acción. Precisamente por eso terminé la intervención citando las últimas palabras del libro de Ezequiel Valen (2020) titulado “Crítica a la escuela media. Reflexiones de un recién egresado”, que debería ser de lectura obligatoria. Así termina la introducción el jovencísimo autor: “He aquí mi propósito: otorgarle al campo científico una perspectiva inédita e inaudita: la voz de un alumno. Infancia significa etimológicamente el que no habla, aquel que no tiene voz. El lenguaje otorga poder sobre las cosas; apropiárnoslo es fundamental para que la libertad sea una condición para y no un resultado de. Las reformas podrían consultar a aquellos que las padecen; la pregunta y la escucha son las vías para una virtual restitución de la voz”.

Si se trataba de reflexionar sobre cómo debería ser el alumnado al salir del sistema educativo, ¿qué mejor que escuchar las palabras de alguien que ha escrito un libro sobre su experiencia al finalizar su paso por el sistema? Por eso dejé a Ezequiel Vasen poner el punto final. Más bien unos puntos suspensivos.

Más:

Juan Miguel Ramírez Ramírez dice:
4 octubre, 2020 a las 12:45
Muchísimas gracias, querido amigo y maestro.

Me ha encantado verte ante el Grupo de trabajo del Parlamento andaluz. Ojalá se sienten las bases para un pacto educativo donde se dejen de lado los intereses políticos y se centren en las personas.

¡Muchas “felicidaddes”!

Con tu permiso, comparto el enlace (tú comienzas en el siguiente punto: 3 horas, 25 minutos y algunos segundos, tras la cual he visto también las intervenciones de los parlamentarios):


Recomiendo tu comparecencia a quienes disfrutan aprendiendo de tu sabiduría. 

Muchas gracias, una vez MÁS.

domingo, 15 de septiembre de 2019

_- Lo que hacemos mal en educación

_- La Editorial Octaedro acaba de publicar (julio, 2019) un libro titulado “¿Qué hacemos mal en la educación?”. Lo coordinan los profesores Agustín de la Herrán, Javier M. Valle y José Luis Villena. A mí me encargaron un capítulo que titulé así: “Errores a troche y moche en la evaluación educativa”.

La estructura de la obra se ocupa de diferentes parcelas de la educación sobre las que diversos autores reflexionamos de forma crítica (mejor sería decir autocrítica), explorando las dimensiones defectuosas detectadas en las prácticas, sean éstas de aula, de las instituciones o de las políticas educativas.

Son trece los capítulos que configuran el libro, que roza las 400 páginas (399, exactamente): implantación de políticas educativas supranacionales, políticas educativas sobre el profesorado, curriculo escolar, educación de la sexualidad, uso de las TIC en las escuelas, evaluación, universidad, educación bilingüe, inclusión, educación social, investigación educativa, pedagogía y educación. Podrían ser otros los núcleos elegidos, podrían ser más. Muchos de ellos se entrecruzan, como es obvio. Creo que son suficientes para alimentar la reflexión e invitar al análisis crítico y a la mejora.

Quiero compartir con los lectores y lectoras algunas ideas que reflejan, a mi juicio, el espíritu y sentido de la obra.

Hace algunos años me pidieron que participase en un Congreso de Médicos que se iba a celebrar en Marbella. Un Congreso peculiar. Porque los Congresos de medicina, como casi todos los Congresos, suelen celebrarse a la luz de los éxitos alcanzados, de los hallazgos conseguidos. Éste, tan atípico como valiente, pretendía estudiar los fracasos de la medicina, los errores de diverso tiempo que llevan a desastres a veces irreparables. Deseaba consagrar el error como una forma de aprendizaje y de mejora profesional. Me encargaron la ponencia inaugural que titulé así: “La fertilidad del error”.

Entonces pensé que nunca se había hecho algo similar en el campo de la educación. Y que sería necesario hacerse muchas preguntas críticas. Cuando recibí el encargo de participar en este libro sobre los errores que cometemos en educación, pensé que había llegado el momento de hacer algo similar a aquel Congreso, algo fructìfero (en formato libro ahora) que nos condujese a la necesaria actitud humilde con la que se debe afrontar la enseñanza y que, a la vez, nos pusiese en el camino de la mejora.

Reproduzco algunos párrafos de aquella intervención porque vienen como anillo al dedo.

“(…) En este Congreso, vamos a reflexionar sobre los fracasos como una estrategia de aprendizaje. Muchos de esos fracasos se apoyan en gravísimos errores. Algunos de ellos de consecuencias irreparables. Han muerto pacientes a causa de errores de los profesionales de la salud. Otros han empeorado. Algunos se han quedado como estaban después de realizar extremos sacrificios.

El catálogo de errores no tiene límites. Hay errores de conocimiento, de diagnóstico, de memoria, de habilidad, de voluntad, de coordinación, de estrategia, de organización, de orden… Hay errores individuales y colectivos. Hay errores reiterados y errores únicos. Ninguno intencionado, quizás, pero alguno fatal… A través de ellos, la ciencia puede avanzar, las instituciones aprender y los profesionales mejorar la práctica. Además, los médicos pueden, reconociendo los errores, hacerse más humildes y prudentes. Más sabios. Me decía José Luis Pinillos, famoso e imprescindible psicólogo español, ante una taza de café:

Desde el día en que me convencí de verdad de que no era Dios, se me solucionaron casi todos los problemas. Porque antes no podía cometer errores, no podía tener fallos, no podía aceptar desafecciones.

Aprender es arriesgarse a errar. El que nunca se equivoca es el que no hace nada. Lo decía lapidariamente Théodore de Banville: “Los que no hacen nada, nunca yerran”. No hay mayor equivocación que pretender evitar cualquier equivocación. El temor a equivocarse puede resultar paralizante.

Hace ya más de cincuenta años decía Gaston Bachelard que “se conoce en contra de un conocimiento, destruyendo conocimientos mal hechos, superando lo que en la mente hace de obstáculo”. Viene a decir que no hay verdad sin error rectificado.

Hace tiempo leí un pequeño libro de Jean Pierre Astolfi titulado “El error, un medio para enseñar”. Dice el autor que si analizamos el error podemos comprender qué obstáculos existen para el aprendizaje. Por eso, el profesor puede decir a los alumnos: “Vuestros errores me interesan”. El error es un indicador de procesos. Los errores no son fallos condenables sino ocasiones para identificar los obstáculos.

Hay que explorar en el contenido del error, en su naturaleza. No basta detectarlo. Es preciso ponerse de acuerdo en lo que vamos a considerar un error, descubrirlo y analizarlo con precisión. Y luego ver cómo y por qué se produce. Finalmente, hay que aprender del error.

Umberto Eco habla de la fertilidad del error, de las posibilidades educativas de las equivocaciones y de los fallos. Reflexionar sobre ellos es un instrumento para la enseñanza y para el aprendizaje de los profesores.

Lo pernicioso del error no es haberlo cometido sino obstinarse en él, aferrarse a él como si la rectificación fuese humillante. Lo pernicioso del error es despreciarse por haberlo cometido. Hay quien no se perdona haber incurrido en un error. Es inadmisible para su autoestima. Esa es la gran equivocación.

Me gustará comprobar qué líderes políticos reconocen algún error en público. Si rectificar es de sabios, ¿tendremos muchos políticos entre ellos? Precisamente ellos, que podrían sentirse felices con las palabras de John Kenneth Galbraith: “Aunque todo lo demás nos falle, siempre podremos asegurarnos la inmortalidad cometiendo algún error espectacular”. Además, aprenderíamos del error de forma gratuita. Es buen maestro (…)”.

No hacerse nunca preguntas o hacerlas pero responderlas de manera interesada y poco rigurosa es el origen de la instalación en las rutinas y en el error. Téngase en cuenta que la enseñanza es una de las pocas profesiones en las que es muy fácil atribuir a otros el propio fracaso. Los alumnos fracasan porque son torpes, perezosos, distraídos, revoltosos, poco esforzados… Las instituciones educativas fracasan porque los políticos promulgan leyes estúpidas y recortan de forma irresponsable los presupuestos, el sistema educativo obtiene malos resultados en PISA porque los profesores están mal formados y porque las familias tienen un nivel sociocultural desastroso…

El error reiterado, reconocido y nunca corregido constituye una calamidad profesional. Es empecinarse en la incompetencia o, lo que es peor, en la perversidad. Para que el error sea beneficioso son necesarias algunas exigencias:

Estar en una actitud abierta, humilde y atenta para reconocer cuando y dónde se ha producido una limitación, un error, un fallo. Estudiar cuál ha sido el origen del mismo. No es lo mismo un error causado por la incompetencia, que otro que tiene su origen en la falta de esfuerzo o de interés.

En tercer lugar, es preciso asumir humildemente el fallo, de manera que no sigamos achacando a los demás las deficiencias desde una posición autosuficiente.

En cuarto lugar, es necesario poner en acción aquellos medios y cambios que son necesarios para que el error no vuelva a repetirse. En quinto lugar, es conveniente evaluar la situación para comprobar que las iniciativas que se han llevado a cabo han producido el efecto deseado.

De nada sirve confeccionar un catálogo de errores si no hacemos nada para remediarlos. Resulta masoquista regodearse en los fallos y en las limitaciones como si hubiéramos sido deslumbrados por un hechizo pesimista. Lo importante de la autocrítica y de la apertura a la crítica es avivar la reflexión y espolear el compromiso.

No se hace todo mal. No. Se hacen muchas cosas bien. Se conciben bien, se hacen bien, se tratan de hacer mejor. No es muy sensato ver solo los agujeros en el queso. Pero no podemos olvidarnos de que existen. No se trata de fustigarnos inútilmente. Se trata de ver lo que estamos haciendo mal para poder mejorarlo.

Este libro puede ser una cura de humildad, tan necesaria para algunos profesionales. Una cura que nos haga poner los pies en la tierra y reflexionar con rigor y responsabilidad sobre aquello que hacemos y dejamos de hacer con el fin de mejorarlo. Bienvenido sea.

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