Cándido Marquesán Millán
Nueva Tribuna
La implicación de los maestros en el proyecto político de la II República fue clave. Por ello, la dictadura les dirigió los ataques más furibundos.
Juan Manuel Fernández-Soria en La desmemoria de la educación republicana en el franquismo y en Conseqüencies de la Guerra Civil: la depuració i l`exili interior del magisteri, refleja las razones y los efectos de la depuración hacia los maestros.
De la charla Traidores radiada por una emisora de Tetuán, el 9 de agosto de 1936 de Galo Ponte y Escartín son las siguientes palabras, demoledoras y explícitas: «(…) irrumpieron en el Magisterio esos batallones de maestros (…) sin una cultura sólida (…) arrancaron de las escuelas la sagrada imagen del Redentor (…) organizaron milicias infantiles (…) haciendo de los niños unos perfectos marxistas, sin temor de Dios, cuya existencia negaban; sin cariño a la Patria, sin afecto a sus padres, sin pudor, sin vergüenza. Ved el fruto del ultramontano método de enseñanza de los maestros laicos, marcelinistas e ignorantes. Y estos sí que han infligido daño a España; estos sí que son los traidores a la Patria, estos sí que deben sufrir el castigo inexorable de los caballeros del honor, quienes los barrerán de los escalafones, primero, y de nuestra Nación, donde manchan su suelo al hollarlo, después»:
"La represión del magisterio fue brutal. No conocemos datos fiables sobre los maestros fusilados. Solo en Galicia 87 y 9 en Valencia".
De acuerdo con estos planteamientos la represión del magisterio fue brutal. No conocemos datos fiables sobre los maestros fusilados. Solo en Galicia 87 y 9 en Valencia. De uno fusilado de Híjar, provincia de Teruel, hablaré más adelante. Pero la represión no solo fue física, sino también ideológica y económica. Y no temporal, sino permanente.
Otros se exiliaron a otros países donde pudieron continuar su proyecto educativo innovador y modernizador de la II República, como en México. En un artículo de noviembre de 2011 en El Espectador de Bogotá, Digresiones sobre un poeta muerto, el escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez señala: “Mis alumnos norteamericanos suelen tener serios problemas para entender la Guerra Civil Española. La clase que les doy trata del boom de la literatura latinoamericana y están confusos cuando les hablo de la República legítimamente establecida en España, de sus leyes progresistas y su espíritu liberal, y luego de la sublevación armada de Franco, de su victoria en 1939, de la persecución y el exilio de los republicanos vencidos. Llenos de perplejidad uno levanta la mano y pregunta: “¿Pero qué tiene que ver esto con el boom?”. Les contesto: “Bueno, ya saben ustedes: la Guerra Civil Española la ganaron los mexicanos”. Y les cuento que el boom no es concebible sin el exilio republicano: sin las editoriales, las revistas, los libros escritos en Latinoamérica por republicanos expulsados de España tras la victoria del fascismo.
Pero existe otro exilio, el interior, dentro del territorio español, menos conocido, cuya memoria ha estado prácticamente sepultada. Estos maestros del “exilio interior” fueron sometidos a unos procesos de depuración con castigos diversos, además de la cárcel, desde destierro a otras provincias a la imposibilidad de ejercer provisionalmente su actividad e incluso de por vida. De un maestro de Híjar sometido a este exilio interior hablaré más adelante.
El exilio, como comenta Fernández-Soria, significa una separación y desvinculación de la memoria colectiva, del aislamiento de los lugares y personas que la forman, de olvido de los ideales y causas por los que se luchó. Un maestro depurado, Enric Soler, lo expresa muy bien: «Lamentando la separación de mi tierra, pensé que tenía que superar este exilio; olvidé la política y, contento con mi carácter introvertido, me convertí en un solitario que iba a lo suyo». Y este castigo tuvo además el dramático efecto de que cuando el exiliado, cumplida la pena, retorna a su lugar de origen, se siente desarraigado, porque su memoria del pasado no se corresponde con la memoria oficial del presente. Este exilio interior sirvió para olvidar la memoria republicana.
Por otra parte, como en una sociedad vigilante e institucionalizada la denuncia anónima, la depuración nunca está acabada, el silencio se normalizó. Muchos maestros tras la depuración, interiorizaron la derrota e incluso cierto sentimiento de culpa. Se convirtieron en carceleros de sus recuerdos, crearon una prisión para su memoria. El silencio se convirtió en un mecanismo de autodefensa para sobrevivir. Tuvieron que arrastrar siempre su condición de derrotados y señalados, y a lo único que aspiraron fue al anonimato. La represión consiguió plenamente su objetivo: la interiorización de la derrota como instrumento de disuasión para recomponer el tejido ciudadano, que fructificó en tiempo de la II República.
Realmente fue un tiempo de silencio cercado de «muros de soledad», así se titula un poema del maestro depurado Juan Lacomba.
Muros de soledad cierran el tiempo
Muros de soledad son dura cárcel
Donde el silencio enciende sombras
Donde está preso y sin destino el aíre
Muros que se hacen más gruesos cuando se produce un exilio profesional. Los depurados, separados de su profesión temporal o permanentemente, a veces con suspensión de empleo y sueldo, se ven obligados al desempeño de trabajos muy diferentes a su profesión: vendedores, albañiles, administrativos… Otros, sin abandonar la enseñanza, dieron clases particulares o en centros privados, donde su tarea docente siempre controlada era muy diferente a la anterior. Esto provocó a menudo el desaliento pedagógico al darse cuenta de ser un trabajo inútil para el cambio social, como también dudar de su valía profesional. De hecho, maestros que durante la República eran parte de la vanguardia pedagógica, en su paso por la enseñanza privada, se hacen irreconocibles: “Tuve que abrirme camino sin ayuda de nadie en Madrid -señala el maestro Vicente Calpe Clemente- pasé hambre y apuros hasta que me coloqué de maestro en una escuela de un Patronato religioso (La Perseverancia de la Fe) donde fue la antítesis de mi actuación de Otros. Allí en lugar de maestro me convertí en un ogro”. Otro maestro, Armando Fernández Mazas, cofundador de la Asociación de Trabajadores de la Enseñanza de Orense, reincorporado al escalafón en 1963 tras ser apartado de la escuela durante 27 años, confesó que su tarea en la escuela fue “rutinaria, temerosa y sin interés pedagógico-científico alguno. Me imitaba a cumplir la legislación vigente”.
Cuando se reintegran a su plaza, la desconfianza de sus compañeros, el hostigamiento institucional, dañaron profundamente los sentimientos de muchos. María Sánchez Arbós señaló en su diario la extraordinaria frialdad que notaba en el colegio en el que trabajaba: “En dos cursos consecutivos no ha habido ni una sola reunión de profesores a la que me hayan invitado, aunque solo fuera para cambiar impresiones y darnos cuenta de la labor que todos llevamos entre manos. Me hallo aquí completamente aislada y en absoluta desolación”.
La memoria de ese exilio interior tiene que ser rescatada para conocer nuestro pasado, aunque muchos historiadores cuestionan su validez. Historia y memoria son distintas. Esta pertenece al ámbito de las emociones y los sentimientos, aquella es ciencia del pasado construida a través de vestigios, que permite la comprensión de lo ocurrido. Mas la historia no muestra toda la realidad, solo una parte. La memoria puede hacer visible lo invisible, la ausencia, lo derrotado, lo que la historia al servicio de los vencedores arrojó al olvido. Atender a la memoria, aceptar su capacidad de cuestionar y de rectificar lo que la historia ha dado por ya estudiado es una exigencia ética con un pasado omitido que servirá para el hoy y el mañana.
Me parece muy oportuna una cita de Günter Schawaiger: « ¿Qué pasa con algunos historiadores españoles para que tengan tanto miedo a la memoria de la gente? ¿Hemos llegado a tal arrogancia académica que las víctimas tengan que pedir permiso a los historiadores para saber si su sufrimiento fue verdad o un simple espejismo?».
Como he señalado antes quiero hacer un pequeño homenaje a dos maestros hijaranos depurados, el primero Antonio Meseguer Barceló, fusilado, y el otro Francisco Gómez Gálvez, exiliado interior, encarcelado varios años e imposibilitado para ejercer su profesión de maestro.
Antonio Meseguer Barceló nacido en Híjar en 1915. De familia humilde, ya que su padre era zapatero. Hizo sus estudios para Maestro de 1ª Enseñanza en la Escuela Normal del Magisterio Primario de Zaragoza. Aprobó el ingreso el 1º de junio de 1929. Y en cuatro cursos alcanzó el título, con un expediente muy brillante. Su muerte podemos conocerla a través de las Memorias escritas por el capuchino Gumersindo de Estella, generadas por su asistencia espiritual a numerosos condenados a muerte en la cárcel de Torrero de Zaragoza entre los años 1937-1942. Su título es Fusilados en Zaragoza, 1936-1939, Tres años de asistencia espiritual a los reos.
Fray Gumersindo de Estella nos refleja los momentos previos a su muerte, que producen auténtico escalofrío. Es así:
"Uno de los reos del día 21 de noviembre de 1938 era natural de Híjar (Teruel), llamado Antonio Meseguer. Era alto de estatura. No tendría más que unos 25 años de edad. De bella presencia; muy bien formado. Era maestro. En su infancia y adolescencia había sido alumno de una escuela de padres capuchinos de Híjar, siendo su profesor el P. Miguel de Pamplona. Más tarde, según me informaron, se afilió al partido socialista. Al comenzar la sublevación de Franco y Mola, y llegando los catalanes a Híjar, fue elegido para miembro del Comité. Luego fue hecho comisario político. Cuando las tropas de Franco avanzaron hacia Castellón, Antonio Meseguer se dispuso a continuar su retirada de aquella ciudad. Allí se encontró con un telegrafista de Híjar que era de derechas. Éste le invitó a comer con él. Antonio aceptó y rezó la bendición de la mesa con su amigo. Así me refirió una hija del telegrafista. Antonio, aunque se le rogó quedase en Castellón, se ausentó y continuó la retirada a una con las fuerzas republicanas. Fue cogido prisionero en la misma provincia. Y juzgado sumarísimamente, fue condenado a la última pena. Se confesó sollozando. Asistió a la Santa Misa y comulgó con fervor."
El segundo, Francisco Gómez Gálvez, estudió en Híjar las primeras letras. Antes del comienzo de la Guerra Civil trabajó con un ebanista y como dependiente en una farmacia y colaborando en las faenas agrícolas familiares. Tuvo que compaginar el trabajo con los estudios. Un cacique de Híjar le insinuó a su padre socialista que si dejaba la política le pagaría la carrera de Magisterio a su hijo Paco. No la abandonó. El ingreso en la Escuela Normal de Magisterio Primario de Zaragoza lo aprobó el 27 de octubre de 1931. El título de maestro de 1ª enseñanza lo obtuvo en 1935. Contaba en aquellos momentos 22 años. Tenía auténtica vocación docente. Pero faltaban unos pocos meses para que llegase la Guerra Civil. Hizo las prácticas en Mas de las Matas. Nunca pudo ejercer como maestro, no lo hizo obviamente durante la guerra y después tampoco al ser inhabilitado para el ejercicio de la docencia por represalias políticas. Pudo ejercer como maestro auxiliar desde el 28 de agosto de 1941 al 30 de junio de 1942, estando preso en la cárcel de Alcañiz; algo que le serviría para redimir 307 días de pena. Una de sus grandes frustraciones fue la imposibilidad de enseñar.
En los primeros días de la Guerra Civil en Híjar, cuando llegaron las columnas anarquistas, tuvo un protagonismo importante. Formó parte de aquellos que por su formación tenían una gran participación y activismo político. Él junto a otros maestros de Híjar, como Antonio Meseguer Barceló, tuvieron una gran participación en la confección o elección de los consejeros de los distintos Consejos Municipales. A principios de 1937 llegó a desempeñar el cargo de secretario accidental del Ayuntamiento, siendo Alcalde su padre. Según la Causa General, fue secretario particular del anarquista Antonio Ortiz, que llegó a Híjar al frente de una columna.
Poco después, se enroló en el ejército republicano, luchando en el frente, aunque nunca empuñó armas, desempeñando cargos políticos. Estuvo en Teruel y en Balaguer. En los momentos finales de la guerra pasó a Francia, con una misión de carácter político, aunque volvió a entrar a España para ver y tratar de llevarse a su padre, que estaba prácticamente inválido y ciego. Fue capturado el 12 de febrero de 1939 y a partir de este momento comenzó para él un auténtico calvario. Estuvo preso en la plaza de toros de Vitoria en unas condiciones infrahumanas, ya que no había ni letrinas. Después en Bilbao, en la universidad de Deusto, que se utilizó como cárcel de presos políticos. Pasó a San Sebastián, lugar de triste recuerdo ya que aquí llegaron 3 personas de Híjar, las cuales junto con el carcelero le sometieron a todo tipo de torturas para que inculpase a su padre. Fue llevado a la cárcel de Híjar, conducido por 4 Guardias Civiles, donde estuvo 100 días incomunicado y maltratado sin ver la luz. Pasó a la cárcel de Alcañiz, donde conocería a su futura mujer, Dolores (de familia de falangistas), hermana del carcelero; aquí con los hijos del funcionario de la prisión pudo ejercer su labor docente. Su odisea no termina aquí, ya que pasó a la cárcel de Torrero de Zaragoza en fecha de 23 de octubre de 1942, siendo juzgado en el antiguo cuartel de Pontoneros en mayo de 1944. La pena impuesta fue de 20 años de reclusión, aunque sólo estuvo 5 años, 5 meses y 25 días. Salió de la cárcel en libertad condicional. Los malos tratos a los que fue sometido hicieron que a lo largo de toda su vida le resultase difícil conciliar el sueño, ya que sufría frecuentes pesadillas.
A través de algunas notas manuscritas suyas, proporcionadas por su hija Alicia, podemos entrever las grandes penalidades que padeció en estos años, bien por las atrocidades de la guerra, como por los años de cautividad. Sirvan como muestra algunos párrafos, durísimos y espeluznantes como éstos:
-"¿Qué cuántos años tengo? Si se ha vivido con una intensidad inusitada, trabajando de los 13 a los 21 años con largas jornadas y estudiando de noche; y, a continuación tienes una guerra que te lleva al frente de Teruel, para ver cómo muchos milicianos se quedan sin un pie, porque hay que cortarlo, al haberse quedado helado; a la batalla del Ebro, donde entre otras escenas espeluznantes, ves que un hombre corre despavorido y un cañonazo le arranca la cabeza, y luego, descabezado sigue caminando quince o veinte metros; al frente de Balaguer, de donde te traen los heridos con las tripas colgando, como si todos hubiesen intervenido en una desgraciada capea de un pueblo...
Una vez salió de la cárcel marchó a Barcelona a trabajar con un tío en una gestoría administrativa. Después volvió a Zaragoza, trabajando de administrativo con el doctor Abril, que tenía la clínica, y en una perfumería. Volvió a Barcelona a trabajar como administrativo en una fábrica de botones italiana. También trabajó en Zaragoza en una fábrica de muebles, de nombre Andreu. Llegó a tener una tienda de muebles que tuvo que cerrar al no irle bien el negocio. Se jubiló en el año 1981.
En los años 1956 y 1957 en Barcelona participó en una institución de carácter social e inspiración cristiana, llamada el Taller de Nazaret, donde impartió clases gratuitas a todos aquellos jóvenes que llegaban allí para tratar de insertarlos en la sociedad.
En los años finales de la dictadura franquista en la fábrica de muebles en la que trabajaba fue el organizador de un movimiento sindical. También a la llegada de la transición democrática participó en la vida política, ya que formó parte de las listas electorales por el PSOE, rama histórica, para las Cortes Constituyentes del año 1977. La manera en que fue absorbido este grupo político por el PSOE le produjo un gran malestar y desencanto. Finalmente dejó de existir en Zaragoza el 26 de diciembre de 1998 a la edad de 85 años.
Fuente:
https://www.nuevatribuna.es/opinion/candido-marquesan-millan/exilio-interior-magisterio-dictadura-franquista/20190815165657165353.html?fbclid=IwAR1kwWTAp58QypJnmk-feRUeo8U29vNkos0Jz3zIHDyLjKdjWezOTAJ55-c
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martes, 20 de agosto de 2019
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