sábado, 21 de enero de 2017

_-- La California de Steinbeck existe todavía

Contexto y Acción

 La miseria de la inmigración que narró el autor de “Las uvas de la ira” en los años de la Gran Depresión sigue dolorosamente presente




Florence Owens amamanta a su hija Norma en Nipomo, California. Serie Madre migrante, 1936. DOROTHEA LANGE / LIBRARY OF CONGRESS
Es sabido que la Historia tiende a repetirse, y no son pocos los factores de la Gran Recesión que traen reminiscencias de la Gran Depresión. Evocar esa época implica, necesariamente, evocar el sufrimiento de quienes la vivieron. Y pensar en la literatura estadounidense de aquellos miserables años treinta lleva, inevitablemente, a pensar en John Steinbeck (1902-1968), el autor de Las uvas de la ira, si bien su legado de aquella década va más allá de ese título.

Nacido en 1902 en Salinas, en la región de la costa central de California y una de las zonas agrícolas más productivas del país, Steinbeck conocía muy de cerca la realidad que se vivía en el campo en uno de los momentos más críticos para el país y para su Estado natal: la gran migración de agricultores del centro del territorio (Oklahoma, sobre todo, pero también Kansas y Texas) hacia la costa Oeste, principalmente California, empujados por el Dust Bowl (“cuenco de polvo”), una combinación de sequía persistente y suelo erosionado que hacía imposible conseguir que brotara vida de él.

Con una población de 150.000 personas, un lunes cualquiera de finales de octubre, Salinas parece un pueblo fantasma. La industria agrícola, en sus distintos ámbitos y fases, sigue siendo el principal motor económico del valle del mismo nombre que, no en vano, sus promotores bautizaron como “la ensaladera del mundo”, por su producción de lechugas, tomates, brócolis, alcachofas (Castroville dice ser el centro mundial de la alcachofa), apio y uvas, entre otras.

Lo cierto es que, prácticamente, las razones que te pueden llevar a Salinas se reducen a dos: alguna actividad relacionada con la agricultura o John Steinbeck, ya que ahí se encuentra el Centro Nacional consagrado a su obra y figura, así como la casa familiar, que actualmente se conserva como restaurante y tienda de recuerdos. No es menos cierto, por otra parte, que a pesar de que cuesta cruzarse con un alma en la calle principal, la actitud hacia el visitante es abierta, cordial y desenfadada, como suele ser costumbre en California.

Compromiso social
En lucha incierta, publicada en 1936, fue su primera obra socialmente comprometida. El libro explica la organización de un grupo de recolectores de manzanas en California que se organizan para protestar por los sueldos y las infames condiciones laborales en una época en la que imperaba la ley de los vigilantes (grupos de vigilancia privados organizados) y en la que la huelga podía costar la vida a los trabajadores.

Esta obra —cuya adaptación cinematográfica, dirigida y protagonizada por James Franco, se presentó en la última edición del Festival de Cine de Venecia— le valió para recibir el encargo de escribir para The San Francisco News una serie de artículos sobre los campos de migrantes y sus condiciones laborales en California. Los artículos fueron recogidos en un volumen.

Si bien en castellano fue traducido como Los vagabundos de la cosecha (Libros del Asteroide, 2014), el título original es The Harvest Gypsies (los gitanos de la cosecha). Steinbeck explica en una carta a Tom Collins, el gerente de uno de los campos del Estado —prácticamente los únicos que ofrecían unas condiciones de vida dignas y no enajenantes— que le ayudó a recorrer los diferentes enclaves, que se disculpaba si ofendía a alguien por utilizar este título, según recoge Susan Shillinglaw, catedrática de Inglés en la Universidad Estatal de San José y autora de A Journey into Steinbeck’s California. “Me pareció una ironía que se obligara a gente así a vivir la vida de los gitanos”, explica el autor.

Steinbeck describía en esta serie de seis artículos las vidas de los rostros que fotografió Dorothea Lange (1) Aunque quizás eran otras personas, la biografía y geografía del sufrimiento eran similares: enajenación del individuo, agresividad de los vigilantes, discriminación, hostilidad, hacinamiento, condiciones sanitarias y laborales pésimas, la necesidad de moverse rápidamente para poder llegar a trabajar en todas las recolecciones posibles.

En el mejor de los casos, narra el autor californiano, un trabajador podía lograr hasta 400 dólares al año, aunque la media se situaba en los 300 dólares y el mínimo más habitual rondaba los 150 dólares anuales. Los accidentes laborales podían significar la ruina definitiva de una familia, y hasta la muerte de algunos de sus componentes: el hambre hacía difícil la supervivencia, sobre todo para los más pequeños, y las enfermedades de distinta índole hacían el resto.

La historia de la agricultura californiana va de la mano, inevitablemente, de la historia de la migración: primero fueron los chinos —atraídos por la fiebre del oro, se quedaron a construir el ferrocarril y a trabajar el campo—, después fueron los japoneses, los mexicanos y los filipinos. Pero en los años 30, eran otros estadounidenses, granjeros y agricultores que habían perdido las tierras que trabajaban los que se vieron forzados a vender su mano de obra a precio de saldo.

La ola migratoria y la falta de trabajo en California eran un obstáculo difícil de salvar para el poder de negociación de los trabajadores. Para más inri, en algunos casos no salía a cuenta recoger la cosecha por el precio al que se iba a vender, o no había suficiente mano de obra en un lugar y momento puntual, y se perdía la cosecha. La fruta se pudría en el árbol mientras a los migrantes se les prohibía comérsela, a pesar de sus penurias.

Steinbeck diferencia en sus artículos entre los pequeños agricultores, que entienden las protestas de los migrantes y sus reivindicaciones y se posicionan hasta cierto punto con ellos, y aquellos que formaban parte de Associated Farmers, Inc., una organización de grandes terratenientes “y sus poderosos aliados empresariales”. Según Steinbeck, esta asociación se oponía también al programa federal de campos migratorios por el temor de que estos asentamientos se convirtieran en centros de organización sindical.

Además, no era extraño que las poblaciones locales rechazaran tener asentamientos de este tipo cerca. “Se odia a los migrantes porque se les considera gente ignorante, sucia, que traen enfermedades, que aumentan la necesidad de presencia policial y la factura de la escuela en la comunidad, y que si se les permite organizarse pueden, simplemente rechazando trabajar, arruinar las cosechas de la temporada”, explica Steinbeck. Nunca se les recibía en la comunidad ni en la vida comunal.

Vagabundos de facto como eran, no se les permitía sentirse en casa en las comunidades que requerían sus servicios. En el caso de los extranjeros, esto se podía solucionar, en última instancia, con deportaciones a su país de origen. No con los oakies.

Tras la publicación de estos artículos, que fueron el germen de Las uvas de la ira, llegó De ratones y hombres. “Es un libro bastante popular en los colegios e institutos [estadounidenses], que trata la amistad, el sueño americano, habla de gente trabajadora, corriente”, explica Shillinglaw, quien también dirige el National Steinbeck Center, en el hall del museo.

“Trató de empatizar con los marginados y mostrar a la gente cómo es la pobreza, cómo se siente uno al no tener un hogar. Es algo más que estar en la carretera. Es estar en el paro, separado de tu familia”, indica esta experta. “Sus libros también tratan del lugar. Puso en el mapa el valle de Salinas, su tierra. Explicó algunos de los desafíos en el valle, como el aislamiento y el sentimiento de impotencia, y los hizo universales”. “The New York Times publicaba hace unos días imágenes del desmantelamiento del campo de refugiados de Calais [Francia]; esos campos recuerdan hasta cierto punto los campos de migrantes en California que describía Steinbeck”, señala.

Por otra parte, su compromiso social no se limitaba a su tierra natal. En un panfleto titulado Los escritores se posicionan respecto a la Guerra Civil española, en la que participaron otros autores de la época, Steinbeck se expresa así: “Tu pregunta sobre si estoy a favor de Franco es bastante insultante. ¿Has visto a alguien que no actúe por la avaricia que esté a favor de Franco? No, no estoy a favor de él ni de sus moros, italianos y alemanes. Pero algunos americanos lo están".

"Algunos americanos eran partidarios de la Inglaterra de los hesianos en contra de nuestro propio ejército revolucionario. Estaban a favor de los hesianos porque les vendían cosas. Los descendientes de algunos de aquellos americanos son todavía muy ricos y sensibles en lo que respecta a la American Way y nuestras 'antiguas libertades'. Soy lo suficientemente traidor como para no creer en la libertad de un hombre o un grupo para explotar, atormentar o sacrificar a otros hombres o grupos”.

Un Nobel muy discutido
Las uvas de la ira (1939) fue un bestseller traducido a 42 lenguas (2) con el que el autor californiano ganó muchos adeptos, un premio Pulitzer, un lugar en la Generación Perdida de Ernst Hemingway y William Faulkner. En la Unión Soviética, la edición de 1941 fue la edición de mayor tirada publicada de un autor estadounidense hasta la fecha, con una distribución de 300.000 copias, aunque Steinbeck no recibió compensación alguna porque la URSS no le reconoció los derechos de autor. John Ford la llevó a la gran pantalla en 1940 y, décadas después, en 1995, Bruce Springsteen recuperaría al protagonista de la obra en su disco The Ghost of Tom Joad.

Con este título ganó también férreos críticos. El expresidente republicano Herbert Hoover lo tachó de subversivo peligroso. Bill Camp, jefe de la Associated Farmers en el condado de Kent, utilizó a uno de sus trabajadores, Clell Pruett, para quemar un ejemplar del título en público. En algunos lugares, como el propio condado de Kent (donde acaba viviendo la familia Joad), se prohibió el libro.

En 1962, Steinbeck acabaría siendo reconocido con el premio Nobel. Años más tarde, se publicaron unas cartas en las que se indicaba que el autor californiano se impuso a otros como Lawrence Durrell o Robert Graves “por ser el menos malo” en aquella edición. Sea como fuere, en su día la Academia sueca le concedió el galardón “por sus escritos realistas e imaginativos, como lo hacen combinando humor simpático y aguda percepción social”. En la época, “en un momento muy combativo, su libro de Las uvas de la ira iba sobre los poderosos y los desamparados, y tomó partido”, explica Shillinglaw.

“Los ánimos estaban muy exaltados y las críticas vinieron fundamentalmente de los intereses de los poderosos en el Estado, pero este libro también recibió objeciones por el lenguaje, que se consideraba sucio porque utilizaba muchos tacos y captó el dialecto que utilizaban los migrantes. Los de Oklahoma pensaron que Steinbeck les hacía parecer analfabetos, mientras que los californianos se quejaban de que les hacía parecer antipáticos”, señala.

Monterey
Más allá de Salinas, donde se ambienta su otra obra maestra, Al este del Edén, otro lugar indiscutible de peregrinaje para los lectores de Steinbeck es Monterey, a 18 millas de Salinas y 120 millas al sur de San Francisco.

En esta ciudad costera --que conserva el único presidio establecido en la etapa de dominación española que sigue funcionando en la actualidad como base militar— la familia Steinbeck tenía una casa en la que se instaló John con su primera mujer, Carol Henning. Aquí están ambientadas Tortilla Flat (1935), el primer éxito editorial del autor, y Cannery Row (1945), en la que describe el estilo de vida de distintos habitantes del lugar. Junto a esta localidad se extiende la carretera de las 17 millas, en la que, por 10 dólares, se puede entrar con el coche y disfrutar de las vistas de Pebble Beach, para luego visitar Carmel-by-the-Sea (o, simplemente, Carmel), y Point Lobos, donde se prolonga la narrativa steinbeckiana.

En el caso de Cannery Row, si la realidad no supera la ficción, como mínimo trata de igualarla. El libro de Steinbeck habla de una calle en la que se concentraban las fábricas de conservas de sardinas y la vida de los personajes del entorno fuera de las horas de trabajo. De hecho, del trabajo en estas instalaciones no se habla prácticamente.

La calle en cuestión originalmente se llamaba Ocean View pero, tras el éxito del libro, decidieron cambiarlo a Cannery Row y adaptarla a la ficción de Steinbeck. Por ejemplo, el edificio Bear Flag, que en el libro es un burdel, no existía como tal en la realidad, ni ninguno que se llamara así, pero en la actualidad hay un edificio con ese nombre, aunque a diferencia del Bear Flag steinbeckiano, acoge varias tiendas de recuerdos. Como todo Cannery Row, en realidad, donde se conservan los edificios que antes albergaban las fábricas de conservas, pero hasta ahí la historia.

En 1984, el lugar de la Hovden Cannery, una de las primeras conserveras en abrir y la última en cerrar, en 1973, lo ocupó un acuario que cada año atrae a unos dos millones de visitantes. Y para ellos se dispone una Cannery Row repleta de tiendas de recuerdos, de camisetas, restaurantes y hasta algún que otro Starbucks. Algo alejada del bullicio de esta calle, la casa museo de dos pisos del French Hotel, recuerda que otro autor, Robert Louis Stevenson, también vivió ahí.

Notas de Correspondencia de Prensa
1) Dorothea Lange (1895-1965), fue una de las fotógrafas más influyentes del siglo XX. La Gran Depresión que se inició tras la crisis de 1929 en Estados Unidos llevó a cientos de miles de personas a vivir en las calles, abandonando sus casas buscaban trabajo en el lugar donde lo hubiera. Dorothea Lange estaba muy sensibilizada por la miseria popular y usó sus fotografías como un método de denuncia. Empezó a retratar mendigos en las calles, desempleados, hambrientos. Pronto fue contratada por el Estado y empezó a trabajar para la Administración para la Seguridad Agraria. Su labor consistía en documentar la pobreza reinante en las zonas rurales del país. Se hizo mundialmente conocida con su serie de fotografías titulada "Migrant Mother” (Madre Migrante). Estas imágenes fueron tomadas en California en 1936. En ellas se ve a Florencia Owens Thompson y a sus tres hijos. Este conjunto de retratos definen claramente la personalidad del trabajo de Lange. Tomaba sus fotografías de manera cercana, clara, concisa y de una forma muy tierna. En ellas se refleja la situación por la que estaban pasando las personas desposeídas que retrataba, pero sin hacerles perder un ápice de dignidad. La “fotógrafa del pueblo” murió de cáncer a los 70 años.

2) Entre otras ediciones en castellano: Las uvas de la ira, Círculo de Lectores, Bogotá, 1979.

Fuente: http://ctxt.es/es/

viernes, 20 de enero de 2017

“De ninguna manera estamos destinados a un futuro sin trabajo”. El autor responde a James Livingston y afirma que el empleo es una decisión política y no una mera función de la empresa privada ¿A la mierda el trabajo?

CTXT

A raíz de la alarmante elección de Donald Trump a la Casa Blanca, el historiador James Livingston publicó un ensayo en la revista Aeon con el provocativo título A la mierda el trabajo. La pieza condensa el argumento que explica con detalle Livingston en su último libro, No More Work: Why Full Employment is a Bad Idea (The University of North Carolina Press, 2016) [Basta de trabajo: por qué el pleno empleo es una mala idea].

Tanto en el libro como en el ensayo de Aeon, Livingston plantea abordar las diversas crisis que se solapan: una alienante y actualmente desgastada ética del trabajo nacida de la Reforma Protestante, cuarenta años de subempleo rampante, caída de salarios, incremento de la desigualdad; el repunte de la especulación financiera que los acompaña y la caída en la inversión productiva y la demanda agregada, y un clima post 2008 de resentimiento cultural y polarización política, el cual ha avivado los levantamientos populistas de derecha e izquierda.

Lo que la presente catástrofe muestra, de acuerdo con el diagnóstico de Livingston, es el fracaso final del mercado en la provisión y la distribución del trabajo de la sociedad. Lo que es peor, el futuro del trabajo parece desesperanzador. Citando los trabajos de los ciberutópicos de Silicon Valley y de economistas ortodoxos de Oxford y el MIT, Livingston insiste en que los algoritmos y la robotización reducirán la fuerza de trabajo necesaria a la mitad en 20 años y que esto es imparable, como si fuera algún proceso natural perverso. “Las tendencias medibles del último medio siglo y las proyecciones plausibles para el próximo medio siglo están tan empíricamente fundamentadas que hacer caso omiso de ello como si fueran tonterías ideológicas o filosofía deprimente”, concluye el autor, “parecen como los datos del cambio climático, puedes negarlo si quieres pero sonarás como un idiota cuando lo hagas”.

La respuesta de Livingston a este “empírico”, “mensurable” y aparentemente innegable escenario apocalíptico es abrazar el colapso de la vida del trabajo sin lamentaciones. “A la mierda el trabajo” es el eslogan de Livingstone para superar la decadencia del trabajo, transformando una condición negativa en contradicción positiva de la vida colectiva.

En términos concretos, esto significa poner en marcha impuestos progresivos para captar las ganancias de las grandes empresas, y entonces redistribuir ese dinero a través de una RBU (Renta Básica Universal) que en este libro describe como “un ingreso anual mínimo para cada ciudadano”. Semejante redistribución masiva de fondos cortaría la relación histórica entre trabajo y salarios, desde el punto de vista de Livingston, liberando a los des/sub empleados para que persiguieran diversos fines personales y comunitarios. Dicha transformación es inminentemente asumible, puesto que hay fondos de grandes empresas que se pueden captar y redirigir a aquellos que los necesitan. El problema profundo tal como lo ve Livingston es moral. Debemos rechazar el ascetismo de la ética protestante del trabajo y, en su lugar, reorganizar el alma desde una base más libre y amplia.

Para que no captemos la idea mal, Livingston mantiene que el trabajo en sociedad no desaparecerá simplemente en un mundo organizado por una renta básica universal financiada con impuestos. En su lugar él ve un futuro con automatización creciente donde el tiempo libre es nuestra primera preocupación, el trabajo en sociedad se convierte enteramente en voluntario, y el consumo en curso impulsa la demanda. Renunciando a planes utópicos o fórmulas se pregunta: “¿Cómo serían nuestra sociedad y civilización si no tuviéramos que 'ganarnos' la vida, si el ocio no fuera una opción, sino un modo de vida? ¿Pasaríamos el tiempo en el Starbucks con los portátiles abiertos? ¿O enseñaríamos a niños en lugares menos desarrollados, como Mississippi, de manera voluntaria? ¿O fumaríamos hierba y veríamos realities en la tele todo el día?”.

¿Enfurecidos por la explosión del trabajo en los servicios infrapagado y precario? ¿Desengañados por unos desalmados en la administración y puestos de atención ciudadana? ¿Indignados por el trabajo esclavo en el que se basa la historia del así llamado “libre mercado”? ¿Deseas más tiempo libre? ¿No hay suficiente trabajo a mano? Bueno, pues entonces que se vaya a la mierda el trabajo, sentencia Livingston. Decid adiós al viejo objetivo liberal del pleno empleo y que se pudran la miseria, la servidumbre y la precariedad.

“A la mierda el trabajo” ha tocado la fibra sensible de una multitud diversa de lectores. Desde su lanzamiento, el ensayo ha tenido más de 350.000 clics en la web de Aeon. La publicación española CTXT ha publicado una traducción del mismo*. Y semanas después, el grito de guerra de Livingston continúa resonando por las redes sociales. “A la mierda el trabajo” ha sido retuiteado entusiásticamente por todo el mundo, desde marxistas y liberales al estilo europeo hasta anarquistas y gurús tecnológicos.

El problema es que “A la mierda el trabajo” de Livingston cae presa de una empobrecida y en cierto sentido clásica ontología social del liberalismo, la cual deifica el orden neoliberal que pretende transformar. Renegando de la confianza en la humanidad moderna en el gobierno a gran escala y de las infraestructuras públicas robustas, esta ontología liberal predica la vida social en la inmediatez y en las aparentes asociaciones “libres”, mientras que su preocupación crítica sobre la tiranía y la coerción renuncia al cometido de la interdependencia política y de los cuidados. Como tantos partidarios de la Renta Básica Universal de la izquierda contemporánea, Livingston se reafirma en esa relacionalidad encogida. Lejos de ser una forma de trascender la gobernanza neoliberal, la triunfante negación del trabajo de Livingston solo agrava la retirada de la gobernanza colectiva y la despolitización concomitante de la producción social de doble faz del neoliberalismo.

En una contribución previa en Arcade, critiqué la concepción liberal del dinero sobre la cual los marxistas como Livingston de manera acrítica confían. De acuerdo con esa concepción, el dinero es un quantum de valor privado, finito y alienable el cual debe ser arrancado de las arcas privadas antes de que pueda servir al bien común. Por el contrario, la Teoría Monetaria Moderna afirma que el dinero es un instrumento público ilimitado y fundamentalmente inalienable. Este instrumento se basa en la gobernanza pública. Y el gobierno puede siempre permitirse apoyar la producción social valiosa, sin atender a la capacidad de recaudar impuestos de los ricos. El resultado: el empleo es siempre y en todo lugar una decisión política, y no una mera función de la empresa privada, los ciclos de expansión y recesión y la automatización. No hay por lo tanto nada inevitable sobre el desempleo y la miseria que este causa. De ninguna manera estamos destinados a un “futuro sin trabajo”.

Por lo tanto, confrontando el lema de la revista Aeon para el artículo de Livingston –¿Que pasaría si el trabajo no fuera la solución sino el problema?– de manera inmediata empecé a preguntarme lo contrario.

¿Qué pasaría si rechazásemos la jerga blanca y patriarcal del pleno empleo, la cual mantiene a millones de mujeres y minorías subempleadas? ¿Y si en lugar de esta treta liberal democrática pusiéramos en marcha un Plan de Trabajo Garantizado suficientemente financiado y completamente inclusivo como la base para un imaginario renovado para la izquierda?

¿Qué pasaría si dejamos de creer que los capitalistas y la automatización son los responsables de determinar cómo y cuándo trabajamos en sociedad? ¿Qué pasaría si dejamos de imaginar que el así llamado tiempo libre se autoorganiza espontáneamente como está ampliamente desacreditado por todo el mundo respecto a los mercados laissez-faire?

¿Qué pasaría si creásemos un sistema de trabajo público que proporcionara un salario mínimo justo y que verdaderamente asegurara una vida digna para toda la economía? ¿Qué pasaría si hiciéramos imposible para WalMart explotar a los desfavorecidos, mientras que multiplicáramos el poder de negociación de todos?

¿Qué pasaría si hiciéramos uso de tal sistema para reducir la jornada laboral, exigir que todos tuvieran atención sanitaria e incrementáramos la calidad de la participación social a lo largo de los sectores público y privado? ¿Qué pasaría si la vida económica no estuviera basada solamente en el afán de lucro?

¿Qué pasaría si cuidáramos a nuestros niños, a nuestros enfermos y a nuestra crecientemente envejecida población? ¿Qué pasaría si redujéramos a la mitad los ratios de alumnos por profesor en todos los niveles educativos? ¿Qué pasaría si construyéramos casas al alcance de todos? ¿Qué pasaría si hubiera un jardín comunitario en cada manzana? ¿Qué pasaría si hiciéramos nuestras ciudades energéticamente eficientes? ¿Qué pasaría si aumentáramos las bibliotecas públicas? ¿Qué pasaría si socializáramos y pagáramos los trabajos de cuidado que históricamente no se han retribuido? ¿Qué pasaría si fuera algo normal que existieran centros de arte públicos en nuestros barrios? ¿Qué pasaría si pagáramos a la gente joven por documentar las vidas de nuestros jubilados?

¿Qué pasaría si garantizáramos que realmente “las vidas negras cuentan”? ¿Qué pasaría si además de desmantelar el sistema presidiario industrial creáramos un mundo acogedor donde todo el mundo ciudadano o no tuviera el derecho a participar y ser tenido en cuenta?

¿Qué pasaría si el rechazo por la empresa privada de trabajadores liberara a la gente para organizar el trabajo en sociedad bajo más amplias, diversas y abiertamente discutidas premisas?

¿Qué pasaría si los trabajos públicos reafirmaran la inclusión, la colaboración y la diversidad? ¿Qué pasaría si reconociéramos que los sentimientos de la vida laboral no son reducibles a la ética protestante sobre el trabajo? ¿Qué pasaría si nos preguntáramos si el significado y valor del trabajo se convirtieran en parte de la vida laboral en sí?

¿Qué pasaría si hiciéramos crítica social en términos que no estén definidos por la ideología neoliberal que deseamos sortear?

¿Qué pasaría si afirmáramos radicalmente nuestra dependencia de las instituciones públicas que nos dan apoyo? ¿Qué pasaría si forzáramos a nuestro gobierno a asumir la responsabilidad por el sistema que siempre y en todo lugar condiciona?

¿Qué pasaría si admitiéramos que no hay límites a cómo podemos cuidar unos de otros y que como comunidad política podemos siempre permitirnos?

Los argumentos de Livingston no pueden superar estas preguntas.

Luego a la llamada de atención de “A la mierda el trabajo”, la izquierda debería contestar, “Y una mierda”.
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(n.t. artículo al que sigue esta réplica traducida por Jorge Amar Benet presidente de APEEP).
La versión original de este texto está publicada en Arcade.

Scott Ferguson es profesor asistente en la Universidad del Sur de Florida. Doctor en Estudios de Retórica y Cine por Berkeley.

Fuente: http://ctxt.es/es/20161228/Firmas/10331/Trabajo-futuro-robots-empleo-ocio-estado.htm

jueves, 19 de enero de 2017

Procrastinación, “el problema más grave en la educación” (y cómo vencerlo)

Este año nuevo, como de costumbre, muchas personas se propusieron hacer cambios fundamentales en 2017 que, a estas alturas, ya pospusieron para 2018.

¿Por qué nos la pasamos aplazando lo que debemos -y a veces hasta queremos- hacer?

¿Por qué la procrastinación es un problema tan común y uno que, según expertos, afecta particularmente a los estudiantes y académicos?

No sólo común, sino muy serio, según el psicólogo Tim Pychlyl, de la Universidad de Carleton en Canadá, quien es parte de un grupo de investigación sobre la procrastinación, que asegura que "en la actualidad es el problema más grave en la educación".

El grupo de expertos ha estado enfocado en estudiar esta acción volitiva durante 20 años, con datos de todo el mundo, para "tratar de entender por qué a veces nos convertimos en nuestro peor enemigo con retrasos innecesarios y voluntarios" de nuestras tareas.

Mañana lo hago
En una charla por Youtube que recientemente superó 170.000 visitas, en la que Pychlyl imparte consejos a estudiantes sobre cómo dejar de procrastinar, señala que dejar algo para después afecta las calificaciones, la salud mental y física y aumenta el índice de abandono escolar.

Los profesores sufren del mismo mal, como atestigua la cantidad de entradas en Twitter hablando de la batalla entre calificar exámenes y ver series de televisión, y sobre lo que se conoce como la "culpa del escritor": la sensación de que eres egoísta, idealista e irresponsable por ponerte a escribir cuando podrías estar haciendo algo más rentable y práctico con tu tiempo. Y con más gente estudiando online, el problema es más grande que antes.

Ahora, con sólo un clic, puedes reemplazar el ensayo que estás escribiendo con un video de un gato estornudando o el álbum de fotos de tu exnovia y su nueva pareja en vacaciones.

Para Pychyl, procrastinación es tomar la decisión de no hacer algo a pesar de que sabes que a largo plazo será peor.

Aclara que no es lo mismo que atrasar intencionalmente algo, y que no es un asunto de manejo de tiempo, sino una incapacidad de controlar nuestras emociones e impulsos.

"Cuando procrastinamos, estamos tratando de mejorar nuestro estado de ánimo evitando hacer algo que nos parece desagradable", señala.

"Es parecido a emborracharse o comer para consolarse: es una estrategia que nos hace sentir mejor al distraernos con un placer de corto plazo y olvidándonos del problema".

¿Qué podemos hacer?
La procrastinación es más común entre la gente más impulsiva, propensa al perfeccionismo, abrumada por las expectativas que tienen los otros de ella y temerosa del fracaso.

reloj

Afecta más a los jóvenes, pues las personas solemos controlar mejor nuestras emociones a medida que el cerebro se desarrolla.
Pero hay esperanzas para los jóvenes -y los ya no tan jóvenes- que dejamos todo para mañana.

Basándose en su investigación con la psicóloga Fuschia Sirois de la Universidad de Sheffield, Pychyl asegura que todos podemos reducir la procrastinación siguiendo los pasos a continuación:

1) Practica técnicas de mindfulness y meditación para controlar tus pensamientos negativos

"Usando las técnicas de mindfulness o conciencia plena podemos reconocer que no tenemos ganas de hacer algo sin juzgar ese sentimiento, y luego nos ayuda a acordarnos por qué es importante realizar la tarea y comprometerse a empezarla", explica el psicólogo.

"Después, cuando hemos progresado en la tarea, nos sentimos mejor y eso hace que sea más fácil continuar".

Por ejemplo, sir Anthony Seldon, vicerector de la Universidad de Buckingham, Inglaterra, introdujo sesiones de mindfulness para profesores y estudiantes para combatir la procrastinación.

2) Divide la tarea en pasos claros y manejables

Una de las razones por las que aplazamos lo que debemos hacer es que las metas que nos proponemos a menudo son muy grandes y vagas, lo que las hace intimidantes y desagradables.

Así, en vez de proponerte "ponerme en forma" o "escribir una novela" prométete "ponerme el atuendo de trotar" o "decidir el nombre del personaje principal".

En la Universidad de Warwick, Paul Roberts conduce talleres de mapeo mental para estudiantes y la técnica les enseña a dividir tareas difíciles en los pasos necesarios para completar sus proyectos.

Roberts dice que les ayuda a superar la inercia y por ello dejan de procrastinar.

3) No te castigues por procrastinar

La investigación de Pychyl muestra que los estudiantes que se perdonan por procrastinar tienden a no volverlo a hacer en su próxima tarea.

Cuanta más culpa y rabia sientas por privar al mundo de tu fabulosa novela este año, menos posibilidad tienes de escribirla en 2018.

4) Apóyate en las buenas costumbres con las que ya cuentas

Pychyl dice que él logró finalmente obedecer las órdenes de su dentista de limpiarse los dientes con seda dental al combinarla con el hábito de cepillarse los dientes.

Se comprometió a poner la seda dental en frente cada vez que se cepillaba los dientes y en poco tiempo empezó a usarla sin siquiera pensarlo.

5) Conéctate con tu "yo futuro"

Cuando le mostraron a un grupo de personas sus retratos digitalmente envejecidos, y les pidieron que asignaran dinero para cuando se retiraran, muchos tendieron a dar sumas más altas que antes de que les mostraran las imágenes, pues sentían un lazo más fuerte con sus "yo futuros".

Poner un retrato tuyo digitalmente envejecido en tu escritorio quizás no sea muy conveniente, pero si tienes que entregar un trabajo a las 9 a.m., imaginarte a ti mismo a las 2 a.m. tratando desesperadamente de terminarlo, podría impulsarte a empezar más temprano.

6) Entiende por qué te importa lo que vas a hacer

Pychyl dice que la procrastinación a menudo refleja un problema existencial más profundo de falta de identidad o dirección en la vida.

Procrastinamos cuando la tarea nos parece aburridora o menos significativa, así que no olvides la razón por la que estás haciendo algo y cómo encaja con tus ambiciones.

Es tan sencillo como recordar que escribir un buen ensayo ayudará para conseguir un diploma, que es indispensable para realizar tu sueño de ser doctor.

Pensando de esa manera, el beneficio a largo plazo de hacer el trabajo puede reducir el placer a corto plazo de distraerse.

Lecciones contra la procrastinación
Si estos pasos basados en la investigación son tan efectivos, ¿no deberían enseñarse en todas las escuelas, universidades y lugares de trabajo?

Muchas universidades ya producen guías sobre la procrastinación para estudiantes.

Sin embargo, Pychyl critica que muchas siguen enfocándose en la habilidad para manejar el tiempo, más que en atacar las razones de fondo.

"Los profesores deben evaluar cómo se están sintiendo los estudiantes y ayudarlos a entender por qué están dejando las cosas para después", opina.

"Si pueden aprender a manejar sus emociones, será una gran ayuda en todas las áreas de sus vidas".

http://www.bbc.com/mundo/noticias-38597625

Un concentrado de odio contra Fidel Castro que refleja la Pluralidad de la prensa española como "El País". 140 artículos en un mes

Cubainformación

Nos aseguran que en Cuba no hay libertad de prensa (1). Allí los medios no dan espacio a opiniones diversas, nos dice, por ejemplo, la prensa española.

Ahora veamos qué espacio a las opiniones diversas ofrece esta prensa española. Repasando, por ejemplo, su cobertura sobre la muerte de Fidel Castro (2).

Tomemos como muestra el diario de mayor tirada, El País: un periódico que se presenta como “progresista” y cercano a la socialdemocracia.

En el plazo aproximado de un mes, desde el fallecimiento de Fidel Castro hasta el 1 de enero de 2017, este diario publicó la friolera de 140 materiales (3), entre artículos (4), noticias (5), crónicas (6) o fotorreportajes (7).

Salvo dos o tres textos anecdóticos y sin posicionamiento (8), el resto, en menor o mayor grado, denigraban la figura política de Fidel Castro y condenaban sin paliativos a la Revolución cubana.

Como muestra, la utilización en 106 ocasiones del término “régimen”, sinónimo periodístico de “dictadura” (9); 44 veces la palabra “dictador”, dirigida a Fidel Castro (10); y 9 la de “tirano” (11).

La beligerancia de El País contra el líder cubano destacaba en dos géneros periodísticos: en 42 artículos de opinión y en 4 entrevistas.

Salvo uno neutral (12), los restantes 41 artículos de opinión atacaban, denigraban, insultaban y satanizaban sin paliativos a Fidel Castro (13). Todo un concentrado de odio político contra un líder al que la intelectualidad del sistema -española y latinoamericana- jamás perdonó que no cambiara de bando político. No podían faltar, por ello, de las páginas de El País, los textos viscerales de connotados camaleones ideológicos, como Mario Vargas Llosa (14), Antonio Elorza (15), Joaquín Villalobos (16), Vicente Botín (17) o Jorge Edwards (18).

Las entrevistas también eran prueba de lo que El País entiende por “pluralidad” de visiones. Una era –de nuevo- a Mario Vargas Llosa (19); otra a Antonio Rodiles, “disidente” cubano que defiende el bloqueo de EEUU y es partidario de Donald Trump (20); la tercera era una entrevista coral a 7 escritores durante la Feria del Libro de Guadalajara (México) que, como una sola voz, condenaban sin fisuras a Fidel, incluyendo –otra vez más- a Mario Vargas Llosa (21); y, por último, una entrevista a dos narradores cubanos de la Isla que, sin criticar a Fidel, transmitían el mismo mensaje desesperanzado sobre el futuro de la Revolución (22).

Conclusión: el diario español de mayor tirada, que se dice progresista, publicaba en un mes 140 textos atacando a Cuba y a Fidel Castro, entre ellos 42 artículos de opinión. Ni uno solo era a favor. Ninguna entrevista era a intelectuales o artistas de la Isla que defiendan el legado de Fidel, por ejemplo, en el campo de la cultura.

No parece que esto se asemeje mucho a la “pluralidad de opiniones” que la prensa española exige, con arrogante superioridad, a Cuba, habida cuenta de que el resto de diarios (23), radios (24) y televisiones (25) reproducían la misma práctica informativa que El País.

¿No será que sufrimos, sin saberlo, una brutal dictadura mediática que lleva años pervirtiendo, hasta hacerla ya irreconocible, la libertad de prensa?

Notas: