viernes, 24 de noviembre de 2023

"La autoconsciencia es la habilidad más subestimada, pero a la vez más importante, para triunfar en el trabajo": Juliette Han, neurocientífica de Harvard

Autoconsciencia mujer con una idea

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Para Han la autoconciencia en nuestro trabajo no es solo conocerse a uno mismo, sino también el entorno y cómo puedes hacer las cosas diferentes.

“Ahora más que nunca hay que saber dónde estás parado en tu trabajo, porque la entorno laboral ha cambiado mucho, especialmente después de la pandemia”.


Así se resume la neurocientífica y especialista en relaciones de oficina Juliette Han la importancia de la autoconciencia o self-awareness en nuestro trabajo.

Han es neurocientífica de Harvard y profesora de Negocios de la Universidad de Columbia y ha dedicado los últimos años a investigar sobre cómo funciona nuestra mente en medio de un ambiente laboral, con la idea de encontrar herramientas para mejorar nuestro desempeño.

Para ella, el conocer profundamente el lugar que se ocupa dentro de una organización es una habilidad fundamental para triunfar, pero, sobre todo, cómo ese conocimiento sirve para establecer metas y estrategias.

“Las investigaciones que hemos hecho sugieren que desarrollar la autoconciencia nos ayuda a ser más creativos, tomar decisiones más acertadas, comunicarnos mejor y construir relaciones más sólidas”, indica.

Sin embargo, añade, la autoconciencia es una habilidad que poco se conoce, y por lo tanto, poco se desarrolla.

En BBC Mundo hablamos con Han sobre este tema y otros relacionados con el desarrollo laboral dentro del lugar de trabajo.

Sería interesante que antes de hablar de autoconciencia en nuestro trabajo, pudiéramos definir en estos tiempos qué es exactamente el lugar de trabajo y cómo influye en nuestra mente.

Bueno, esa es una muy buena pregunta, porque esa respuesta era muy clara antes de la pandemia del Covid, donde había una oficina o un lugar específico para ir.

La mayoría tenía un lugar donde trabajábamos para recibir nuestro pago a final de mes. O sea, en nuestra cabeza había una idea concreta de lugar de trabajo.

Mujer con un arcoris

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Conocerse a uno mismo y conocer a los demás es una de las mejores herramientas para triunfar en el trabajo.


Pero después de la pandemia esa idea se transformó. Ahora muchos hacen trabajo híbrido, otros son nómadas digitales, muchos se convirtieron en frelancers o lo que hemos visto popularizarse han sido los lugares de trabajo compartido.

Entonces, como hay distintas formas de oficina o de lugar, también nuestra definición del trabajo ha cambiado. Ahora vemos a los creadores de contenidos como uno de los nuevos motores de la economía, autónomos, sin horarios.

Entonces la definición de lugar de trabajo ha cambiado totalmente. Antes era un lugar básicamente establecido por los dueños o por un edificio, y ahora muchas personas pueden diseñarlo de acuerdo a sus estilos de vida.

Teniendo en cuenta ese cambio, ¿cómo afecta a una persona su lugar de trabajo?

Creo que hay otro cambio que hay que tener en cuenta que es el cambio generacional. Algo que ha quedado claro, más allá de las transformaciones como el trabajo remoto, la influencia de la inteligencia artificial es que también la idea de qué significa el trabajo ha mutado bastante.

Para las generaciones de nuestros padres, o los llamados “Baby Boomers”, la idea era ir a trabajar por la retribución económica y de esa manera progresar.

Eso era lo que importaba, y no se tenía mucho en cuenta lo que opináramos de la oficina, aunque pudiera ser un espacio que nos podía afectar seriamente por distintas razones.

Ahora importa mucho cómo es nuestro lugar de trabajo y cómo eso ayuda o no a mejorar nuestro desempeño o las metas que nos hemos puesto allí. Ahora somos conscientes de lo que nos rodea.

De las personas que nos rodean. De nuevo, el covid puso en evidencia mucho de ello. Solo para dar un ejemplo: el tema de las vacunas. A muchos les afectó seriamente que hubiera compañeros que no creyeran en las vacunas. Y viceversa: muchos terminaron aislados o afectados porque sus compañeros no compartían esas creencias.

Por eso, tal vez, uno de los cambios más radicales que nos trajo la pandemia fue nuestra relación con nuestro lugar de trabajo y además, con la labor que hacemos a cambio de una retribución económica.

Mujer poniéndose metas

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Han propone ponerse metas de las cuales uno esté seguro que puede cumplir con al menos el 80%.


Es por esto que tu señalas que es tan necesaria la habilidad de la autoconciencia o self-awareness en nuestra profesión o trabajo en medio de tantos cambios, pero ¿qué es realmente la autoconciencia en este caso?

Solíamos pensar que la autoconciencia era una cualidad, y cuando hablo de esto, es que solíamos pensar que alguien era naturalmente más consciente o menos consciente de su lugar dentro de un entorno laboral.

Pero personalmente creo que eso era una forma de excusar a una persona o disculpar sus fallas o incluso, que las personas lo utilizaran como una disculpa para no rendir adecuadamente.

Ahora, creo que poner mucha atención a nuestro entorno laboral, a lo que nos rodea, es una verdadera habilidad que podemos poner en práctica, así hayamos nacido con eso o no.

Creo que la autoconciencia es algo que se puede aprender, es algo que se puede enseñar.

Y hago mucho hincapié en esto porque he visto que mucha gente cree saber qué es.

He tenido la experiencia de encontrarme con personas, que cuando hablamos de esto, me dicen que por qué la autoconciencia tiene la palabra “auto” es que se trata de uno solamente: qué tan bueno soy, que tan malo soy en esto.

Pero lo que realmente vale es no solo saber quién soy yo, si no cuál es mi relevancia en este entorno donde estoy. Eso aplica para muchos aspectos, pero nosotros estamos hablando del tema laboral.

Se trata de saber algo más que conocerse a uno mismo. Se trata de conocerse a uno mismo, conocer el ambiente y cuál es mi verdadero lugar en ese ambiente. Eso es autoconciencia.

Una tabla con numeros.

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La crítica constructiva debe ser tomada como un aporte del que se puede elegir qué aceptar o rechazar.

Y la segunda parte de esa definición tiene que ver en cómo ese conocimiento nos sirve para ejecutar acciones distintas a los demás o que tengan un efecto distintivo en los objetivos y metas que uno o que los jefes se han impuesto.

Tener claro que somos distintos al resto.

Además, esa autoconciencia es clave para saber cuál es el efecto que están teniendo nuestras acciones en el lugar de trabajo. O sea, poder tener empatía con nuestros compañeros y nuestros jefes.

¿Qué significa esto? No se trata de sentimientos personales, si no poder comprender qué quieren de nosotros y cómo podemos ejecutarlo de una forma correcta.

Entonces es importante conocer el alcance de la autoconciencia dentro del lugar de trabajo, de la organización a la que pertenecemos y sobre todo, lo repito, que no es una reflexión interna, es una reflexión personal enfocada a hacer una diferencia en nuestro entorno laboral.

Pero has dicho que esa habilidad es muy subestimada, ¿por qué lo dices?

Primero, por lo que decía: no entendemos lo importante que tener claro nuestro papel dentro de una empresa o de un trabajo. Creo que la gente no tiene medida interna de lo que es o no hace una reflexión suficiente sobre quién es. Solo piensa en lo externo.

Pensemos en ejemplos generales, que son relevantes a los estándares sociales como necesito hacer tal cantidad de dinero, necesito ser feliz, tengo que lucir de esta manera. Si lo vemos, son cosas externas, pero sin autoconciencia no hay una verdadera reflexión sobre por qué quiero esas cosas o cómo voy a lograr conseguirlas.

Y por eso hablo de que es una habilidad subestimada, porque solo hablamos de obtener esta habilidad o de aprender esto o de hacer esto otro, pero las personas, en general, no reflexionan sobre “Ok, necesito hacer esto, pero desde dónde comienzo, cuáles son mis puntos fuertes, mis puntos débiles, cuál es el entorno en el que me muevo”.

Haces hincapié en que la autoconciencia o autorrealización no solo se puede aprender, sino también mejorar...

Si, es así. Y ese es uno de sus principales valores: que permite el crecimiento personal.

Mujer lidera un grupo

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Las metas de los líderes deben estar en la misma sintonía de los objetivos de las organizaciones, de acuerdo con Han.

Pero, uno de tus consejos para desarrollar la autoconciencia tiene que ver con pedir feedback, de pedir crítica constructiva, sin embargo otros autores consideran una “falacia”...

Es complicado. Pero vamos a partir de lo que hemos oído por muchos años: que el feedback es un regalo. Y es un regalo que uno debe recibir así no le guste o no lo necesite.

Pero en este caso, no porque sea un regalo uno debe conservarlo, ¿no?

Bueno, aquí es donde entra el tema de la autoconciencia y la crítica constructiva.

Cuando lo recibes tienes una opción de elegir si te lo quedas, si lo incorporas a tu desempeño o si decides rechazarlo. El conocimiento general de lo que eres y como actúas en un entorno laboral es que lo te permitirá aprovechar o no una observación sobre tu trabajo.

Y es una decisión enteramente tomada con la base de lo que quieres lograr o conseguir en ese lugar de trabajo.

Te pongo un ejemplo claro de esto: si Steve Jobs, de quien sabemos fue un visionario, hubiera trabajado en una firma de abogados y ellos le dieran feedback sobre su trabajo en el que le criticarían que no le dedica suficiente tiempo al trabajo legal, realmente debería dedicar su tiempo a procedimientos legales cuando su verdadera vocación fue la de crear objetos que modelaron nuestro presente.

Así que nosotros somos los que debemos decidir cuál es la crítica constructiva que nos sirve y cuál es la que no debemos dejar entrar.

Y con esa premisa, creo que pedir feedback, que es lo que sugiero, es fundamental para no solo aumentar el conocimiento de nosotros mismos, sino del entorno y cómo es su mirada sobre nosotros.
 
Hombre con un reloj

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La autoconsciencia tiene que ver con el conocimiento interno de las habilidades y debilidades, pero sobre todo, cómo eso logra hacer una diferencia en el etorno.

Otro tema que tocas en tus entrevistas referente al tema de la autoconciencia es el de ponerse metas, que es casi la luz que guía todo este proceso, ¿cómo es posible hacerlo sin caer en el exceso de ambición o en la falta de este?

Para ello tengo una formula: uno debe ponerse metas que sepa claramente que puede cumplir con el 80% de ellas. Ni más, ni menos.

Quiero ser clara que estamos hablando de metas en el trabajo. No en la vida personal, donde hay otras variables.

Y para que esto funcione uno tiene que ser claro. Explícito en las metas que se imponga. No pueden ser ideas generales o vagas, porque para que funcione esta fórmula de la que no solo hablo yo sino también otros expertos, es que, para medir, para evaluar ese desempeño por uno mismo es necesario saber qué se está midiendo.

La autoconsciencia tiene que ver con el conocimiento interno de las habilidades y debilidades, pero sobre todo, cómo eso logra marcar una diferencia en el etorno.

La autoconsciencia tiene que ver con el conocimiento interno de las habilidades y debilidades, pero sobre todo, cómo eso logra hacer una diferencia en el etorno.

¿Por qué 80%? Por qué pueden pasar cosas, cambiar ciertos objetivos que en un principio tenían un valor y después no se lograron. Y además, que lograr el desempeño de un 80% es bastante notable.

En ese sentido yo he dividido el tema de las metas o de los objetivos en tres líneas: las metas operacionales. O sea básicamente cumplir con las acciones que me toca realizar todos los días, las tareas diarias, el trabajo básico.

El segundo tipo de meta sería la de crecimiento: cómo quiero crecer profesionalmente dentro de mi trabajo. Esto tiene que ver con adquirir habilidades que me hacen mejor en lo que hago diariamente.

Y el tercero es la meta aspiracional: a dónde quiero llegar. Ya sea obtener un puesto, un mejor sueldo, una cuenta muy apetecida por la empresa, etc.

Las tres funcionan en conjunto y no de manera individual.

Una última pregunta: hemos hablado mucho de empleados, pero cómo se aplica esto a jefes o a líderes dentro de una empresa...

Creo que el gran dilema de los líderes, dentro de mi experiencia, es que no entienden que ellos son los que deben llevar a cabo los objetivos de la empresa y algunas veces ocurre es que ponen sus metas personales sobre las del negocio o de la organización y allí se crea un conflicto.

Si eres un ejecutivo, o sea, tu cargo es ejecutivo, ya sea gerente, coordinadora o presidente, tus objetivos profesionales son los objetivos de la compañía, incluso si hay otros ejecutivos.

Cuando lo que vemos es que los líderes o los jefes están buscando sus metas personales, entonces los empleados se desilusionan o se desmotivan, porque lo que ven los empleados son líderes a quien seguir o a quien obedecer.

https://www.bbc.com/mundo/articles/cd1z9p8yz5qo


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Napoleón y la teoría del gran hombre de la historia

¿Puede una sola persona cambiar la historia e influir en la vida de millones de personas? El historiador británico ofrece un análisis sobre cómo una corriente de pensamiento de gran éxito durante el siglo XIX consideraba que la historia estaba determinada sobre todo por los grandes personajes.

Napoleón Bonaparte en la Batalla de Wagram (1809) pintado por Horace Vernet (Galería de las Batallas, Versalles).
Napoleón Bonaparte en la Batalla de Wagram (1809) pintado por Horace Vernet (Galería de las Batallas, Versalles).
El próximo viernes, el infatigable cineasta sir Ridley Scott estrenará su épica biografía de Napoleón. La posibilidad de estudiar el poder y la ambición ha hecho que Napoleón —el gran hombre ideal de la historia— haya fascinado a muchos directores, empezando por Abel Gance, cuya película muda de 1927 es, para muchos, la mejor obra cinematográfica de todos los tiempos. Sin embargo, hoy en día, hay una gran marea académica en contra de la teoría del gran hombre de la historia, por lo que es difícil encontrar historiadores dispuestos a defender ese tipo de relato heroico.

El meteórico ascenso de Napoleón hasta dominar la mayor parte de Europa lo convirtió en el arquetipo de la teoría del gran hombre, una corriente de pensamiento de gran éxito durante el siglo XIX, que consideraba que la historia estaba determinada sobre todo por los grandes personajes. Thomas Carlyle llegó a afirmar que “la historia del mundo no es más que la biografía de los grandes hombres”.

Después de morir Napoleón, en 1821, muchos le aclamaron como a un héroe. Le consideraban un liberal y modernizador, en una época en la que imperaba la Santa Alianza, profundamente reaccionaria entre Rusia, Prusia y Austria. En Francia, para muchos era un santo laico. Otros no estaban tan convencidos y pensaban que era un tirano y megalómano que había causado desgracias en toda Europa. León Tolstoi, que después sería su crítico más feroz, se indignó cuando, durante una visita a Los Inválidos —donde está sepultado Napoleón— vio que entre las victorias grabadas en el sarcófago figuraba Borodino como una victoria francesa, cuando, en realidad, fue la batalla que hirió de muerte a su Grande Armée. Seguramente esta experiencia inspiró a Tolstoi el memorable principio que, en Guerra y paz (escrita en 1869), denominó la “ley de la coincidencia causal”: la acumulación de factores que acabaron empujando a Napoleón a la fatídica decisión de invadir Rusia. Según Tolstoi, incluso un rey era “esclavo de la historia”. A principios del siglo XX, Sigmund Freud se atrevió a más y dio la vuelta a la idea de Carlyle con su intento de estudiar la frecuente necesidad humana de buscar la salvación en un hombre fuerte. Según Freud, la propia idea de un gran hombre era, en definitiva, la expresión de una gran añoranza por una figura paterna.

Joaquin Phoenix como Napoleón en la nueva película de Ridley Scott

 Joaquin Phoenix como Napoleón en la nueva película de Ridley Scott. Joaquin Phoenix como Napoleón en la nueva película de Ridley Scott.

A lo largo de los siglos, el debate se ha convertido con frecuencia en una argumentación circular: ¿son los grandes líderes quienes provocan los acontecimientos o los acontecimientos los que crean la oportunidad de que surja un líder? Desde luego, la confusión, la incertidumbre e incluso la apatía en medio del caos dan una enorme ventaja a una persona tenaz y decidida, ya sea Napoleón después de la Revolución Francesa o Lenin tras la Revolución Rusa de febrero de 1917. Los dos se hicieron con el poder durante un interregno, que Alexander Herzen denominó “la viuda encinta”: el periodo posterior al derrocamiento de un antiguo régimen y anterior a que nazca su sucesor.

Muchas de las grandes catástrofes de la historia se deben a medidas y decisiones individuales. Ambrose Bierce, el maravilloso escritor satírico estadounidense que desapareció misteriosamente en 1913 mientras informaba sobre la Revolución Mexicana, dijo en una ocasión que “la guerra es la forma que tiene Dios de enseñar geografía a los estadounidenses”. También podría haber dicho que la guerra es la forma que tiene Dios de enseñarnos el desastre de la historia humana. Porque, con demasiada frecuencia, los llamados grandes hombres han arrastrado sus naciones a conflictos catastróficos, en general por sus propias obsesiones y su egoísmo; Adolf Hitler es uno de los ejemplos más claros.

Edward Gibbon definió la historia como “el registro de los delitos, las locuras y las desgracias de la humanidad”. Puede que hoy, instintivamente, no nos guste la teoría del gran hombre de la historia porque menosprecia muchos otros factores y porque, además, lleva implícita la idea insultante y falsa de que las mujeres no pueden ser grandes dirigentes, a pesar de que son mucho menos susceptibles a los relatos heroicos y narcisistas que tanto gustan a los reyes y los dictadores varones. Pero eso no significa que la teoría no tenga ningún elemento real ni que haya quedado obsoleta.

Ni siquiera en este nuevo mundo globalizado puede descartarse la teoría del gran hombre. No hay más que observar la obsesión de Putin por reconstruir el imperio ruso y la del presidente Xi Jinping con Taiwán”. La pregunta crucial es muy sencilla. ¿Puede una sola persona cambiar la historia e influir en la vida de millones de personas? En palabras del historiador Diarmaid MacCulloch: “El hecho de que una persona pueda, por sí sola, provocar un cambio de rumbo radical de las circunstancias de los seres humanos parece tan obvio que no hay ni que decirlo: si no hubiera existido Genghis Khan, mucha gente de Asia central en la Edad Media habría vivido más tiempo”.

¿Cuántos ejemplos hacen falta para demostrarlo? El rey de reyes aqueménida de Persia, Ciro el Grande, Darío el Grande, Jerjes el Grande, Alejandro Magno, Aníbal, Carlomagno y hasta el propio Gengis Kan provocaron inmensos cambios históricos con sus conquistas. Es evidente que las catástrofes naturales, las sequías, las inundaciones, los terremotos y las plagas también causaron grandes transformaciones. Pero el auge y la caída de los imperios de la Antigüedad se debieron, en muchos casos, a las ambiciones y el talento o la incompetencia militar de un solo individuo.

Como es propio de nuestro estilo insular, los británicos solemos prescindir de la historia europea durante las primeras etapas de la Edad Moderna. En poco más de un siglo, Gustavo Adolfo creó el imperio sueco en la Guerra de los Treinta Años y Carlos XII lo perdió cuando invadió Rusia en la Gran Guerra del Norte y cayó derrotado en Poltava en 1709. Esta última figura entre las batallas más decisivas de la historia mundial, aunque solo sea porque de la victoria del zar Pedro I, en gran parte, nació el Imperio ruso.

El retrato ecuestre de Napoleón realizado por Jacques- Louis David entre 1800 y 1803. 

El retrato ecuestre de Napoleón realizado por Jacques- Louis David entre 1800 y 1803. 
El retrato ecuestre de Napoleón realizado por Jacques- Louis David entre 1800 y 1803.
GWENGOAT (GETTY IMAGES)
Pero la mejor forma de poner a prueba la teoría del gran hombre consiste seguramente en hacerse preguntas contrafactuales. ¿Cómo habría sido Europa sin Napoleón? No podemos saberlo. Las consecuencias, incluso las no intencionadas, son infinitas. No hay más que ver que la humillación que sufrió Prusia a manos de Napoleón contribuyó a acelerar su posterior ascenso y desembocó en la unificación alemana.

Otro ejemplo clarísimo es el de Hitler y el origen de la Segunda Guerra Mundial. Seguramente era inevitable que la reorganización de las fronteras en Versalles después de la Primera Guerra Mundial, con la división por comunidades étnicas, acabara provocando algún tipo de conflicto en Europa central. Pero el responsable de la enorme magnitud de la Segunda Guerra Mundial y de que las aniquilaciones en masa fue un solo hombre concreto. Cuando hay un líder con tendencias mesiánicas, al frente del ejército más eficaz del continente y desea inequívocamente una guerra, ¿cómo se va a evitar? En el otoño de 1938, a Hitler le enfureció el simple hecho de que Chamberlain, con su apresurado regreso de Múnich, le hubiera privado de la oportunidad de invadir Checoslovaquia con su Wehrmacht fortalecida.

Evidentemente, los individuos por sí solos no han creado la historia. Las amenazas contra el abastecimiento de comida o energía han contribuido a provocar revoluciones y guerras, igual que las diferencias religiosas y sus sucesoras en el siglo XX, las ideologías políticas. En el último medio siglo hemos visto que la tradicional versión vertical de la historia se dividía en una variedad cada vez mayor de subdisciplinas: económica, cultural, científica, jurídica, hasta una lista casi interminable.

Adolf Hitler realiza el saludo nazi junto a otros miembros del partido en las gradas del campo de regatas de Grünau. 

Adolf Hitler realiza el saludo nazi junto a otros miembros del partido en las gradas del campo de regatas de Grünau.
Adolf Hitler realiza el saludo nazi junto a otros miembros del partido en las gradas del campo de regatas de Grünau.

Además, la teoría del gran hombre probablemente tiene más sentido al hablar de hechos de siglos pasados que de épocas más recientes. En parte, porque, en un mundo globalizado, la soberanía nacional es menor, tanto en economía como en política. El antes y el después lo señaló, poco antes de acabar el siglo XX, la aparición simultánea de una serie de cambios. El final de la Guerra Fría y la caída de la Unión Soviética llegaron acompañados de un sálvese quien pueda en la banca internacional y el fin de los controles de cambio. Al mismo tiempo, el rápido desarrollo de la tecnología de las comunicaciones y la invención de internet intensificaron la competencia internacional en materia de precios. La contratación de la mano de obra más barata posible y de dirigentes empresariales con enormes salarios se extendió a todo el planeta. Me da la impresión de que los historiadores tardarán mucho tiempo en saber hasta qué punto todos esos cambios en un periodo de tiempo tan corto fueron pura coincidencia o hechos interdependientes.

Es significativo e irónico que los comentaristas actuales se pregunten con tanta frecuencia por qué no hay grandes estadistas hoy en día: ¿dónde están los Roosevelt, Churchill, De Gaulle o Adenauer? La respuesta es que los medios de comunicación tienen cada vez más influencia. Los políticos, preocupados, miran constantemente por el rabillo del ojo mientras tratan de gestionar a trompicones una crisis informativa detrás de otra.

La teoría del gran hombre también ejerce una influencia peligrosa sobre los líderes actuales. Los políticos y los medios de comunicación siguen cayendo sistemáticamente en la tentación de dramatizar la importancia de una crisis concreta y hacen comparaciones con la Segunda Guerra Mundial y sus protagonistas. Aquella fue una guerra como ninguna otra y, sin embargo, se ha convertido en nuestra definición de la propia idea de guerra. En momentos de turbulencia, la gente siente la necesidad de comprender y por eso vuelve la vista atrás en busca de un patrón, pero la historia nunca puede ser un mecanismo de predicción. Debemos estar atentos cuando los líderes políticos y los medios de comunicación coquetean con la idea de proponer unos paralelismos históricos engañosos en los que a los dictadores extranjeros, casi siempre, les corresponde el papel de Hitler.

El ex primer ministro británico Winston Churchill brinda un discurso en una fotografía sin datar.
 
El ex primer ministro británico Winston Churchill brinda un discurso en una fotografía sin datar. 

“La cometa se eleva más alto en contra del viento, no a su favor”, es una de las frases más inspiradoras de las que engrosan la larga lista que se le atribuye al influyente ex primer ministro británico.
El ex primer ministro británico Winston Churchill brinda un discurso en una fotografía sin datar. “La cometa se eleva más alto en contra del viento, no a su favor”, es una de las frases más inspiradoras de las que engrosan la larga lista que se le atribuye al influyente ex primer ministro británico.MARK KAUFFMAN (THE LIFE PICTURE COLLECTION VIA )

En 1956, durante la crisis de Suez, Anthony Eden hizo exactamente eso. Comparó a Naser con Hitler y tachó cualquier posible intento de negociación de apaciguamiento. Inmediatamente después del 11-S, George W. Bush comparó el atentado contra las Torres Gemelas con el ataque japonés a Pearl Harbor. Tony Blair y los neoconservadores de Washington también dijeron que Sadam Husein era un nuevo Hitler. Ni siquiera Ridley Scott ha podido resistirse a comparar a Napoleón con Hitler y Stalin al hablar de su película. En tiempos de agitación internacional, la tentación de los dirigentes de equipararse con Churchill o Roosevelt puede ser incontenible. Pero los paralelismos históricos conducen a confusiones estratégicas muy peligrosas. Invocar Pearl Harbor en el caso del impresionante atentado terrorista de Al Qaeda en Nueva York creó una mentalidad de guerra entre Estados, en vez de abordarlo como un desastroso problema de seguridad.

No obstante, ni siquiera en este nuevo mundo globalizado puede descartarse por completo la teoría del gran hombre. No hay más que observar las autocracias contemporáneas: la obsesión de Vladímir Putin por reconstruir el imperio ruso y la del presidente Xi Jinping con Taiwán y la reparación del orgullo chino después de las humillaciones infligidas por Occidente en el pasado.

Hoy en día, el poder del llamado gran hombre no se limita a las conquistas militares, como en el pasado. También incluye a los dirigentes que, con su personalidad desbordante, son capaces de fomentar y explotar el miedo y odio y así envenenan la política: los Trump, los Orbán, los Milosevic. (Como también dijo Diarmaid MacCulloch, ante unos individuos tan censurables y estúpidos, se puede tener la tentación de rebautizar la teoría del gran hombre como “la teoría del ‘cabrón en el momento oportuno’”). Todos los populistas autoritarios fomentan el odio, algo muy fácil de hacer hoy a través de las redes sociales, donde la honradez intelectual es la primera víctima de la indignación moral. Cuando el odio se utiliza como arma, se convierte en una forma de guerra por otros medios. Por desgracia para la humanidad, cualquiera que haya vivido las décadas más recientes debe reconocer que el gran hombre sigue vivo y coleando.

Antony Beevor es historiador militar británico. Su último libro es Rusia: Revolución y guerra civil, 1917-1921 (Crítica). 

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia 

jueves, 23 de noviembre de 2023

Qué buscaba EE.UU. con los barrios Kennedy que el icónico presidente impulsó en América Latina en los años 60

John F. Kennedy en Colombia

FUENTE DE LA IMAGEN,CECIL STOUGHTON. FOTOGRAFÍAS DE LA CASA BLANCA. BIBLIOTECA Y MUSEO PRESIDENCIAL JOHN F. KENNEDY, BOSTON

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John F. Kennedy, durante su visita a Bogotá en diciembre de 1961, en el evento en que se puso el primer ladrillo de lo que hoy es Ciudad Kennedy.

Santiago Vanegas Role,
BBC News Mundo 
22 noviembre 2023

En una calle estrecha del sur de Bogotá hay una pequeña casita azul de una sola planta.

Sería una casa como cualquier otra si no fuera por una placa que se levanta a un costado de su fachada que la identifica como “la primera casa de las veintidosmil que se construirán por el gobierno de Colombia dentro del programa de la Alianza para el Progreso con la asistencia del presidente de los Estados Unidos de América John F. Kennedy”, de cuyo asesinato se cumplen este miércoles 60 años.

Fue el mismo Kennedy en una visita de 1961 quien puso la primera piedra de esa urbanización.

62 años después, la localidad de Kennedy aloja según los datos más recientes a 1.230.000 personas, un poco más que la población entera de un país pequeño como Guyana.

A poco más de 7.000 kilómetros de allí, en el punto en el que desemboca el río de la Plata, había otro barrio llamado Kennedy, en Punta del Este, Uruguay, uno de los balnearios más exclusivos de toda América Latina.

Se trataba hasta hace poco de un asentamiento pobre e informal ubicado al lado del lujoso club de Golf Cantegril.

Además del nombre, estos dos barrios en los extremos de Suramérica tienen en común que nacieron a inicios de los años 60 con el impulso de la Alianza para el Progreso, un ambicioso programa de influencia de Estados Unidos que echó a andar el entonces presidente Kennedy en América Latina en el contexto de la Guerra Fría.

En estos lugares, la figura de Kennedy sigue tan viva que algunos habitantes del barrio Kennedy de Punta del Este alegan que esas tierras habían sido un regalo del propio Kennedy.

Y en las salas de las algunas casas bogotanas, hay fotos del expresidente estadounidense.

No son los únicos casos por el estilo. En Río de Janeiro, Villa Kennedy es un barrio en el oeste de la ciudad en el que residen unas 140.000 personas. También fue un ambicioso proyecto de infraestructura construido con el impulso de Estados Unidos e inaugurado menos de dos meses después del asesinato de John F. Kennedy.

En su origen contó con 5.000 viviendas.

“En Brasil, renovación urbana era erradicar las favelas, un proceso que implica la construcción de complejos habitacionales de gran escala”, explica Leandro Benmergui, profesor de historia latinoamericana de Purchase College.

La Alianza para el Progreso también impulsó la construcción de la Unidad Kennedy, en la colonia Jardín Balbuena de Ciudad de México, la urbanización Ciudad Alianza en la ciudad venezolana de Guacara, el barrio Kennedy en Caracas, la Población Kennedy en Puerto Montt, al sur de Chile, entre otros proyectos inmobiliarios en América Latina.

Una familia de una favela en Río de Janeiro en 1963.

Una familia de una favela en Río de Janeiro en 1963.

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Río de Janeiro, 1963.

La Alianza para el Progreso

En su discurso inaugural como presidente, John F. Kennedy dijo: “A nuestras repúblicas hermanas al sur de nuestra frontera, ofrecemos un compromiso especial: convertir nuestras buenas palabras en buenas obras, en una nueva Alianza para el Progreso, para ayudar a los hombres libres y a los gobiernos libres a deshacerse de las cadenas de la pobreza”.

En los poco menos de tres años que estuvo en el poder, Kennedy le dio un vuelco a las relaciones de Estados Unidos con los países de América Latina.

“Kennedy llega con una idea de hacer una nueva política de la vecindad. Lo que hace es aproximarse a Latinoamérica como un compañero”, explica Leandro Benmergui.

Muy cerca de donde quedaba el barrio Kennedy de Punta del Este se firmó en 1961 la famosa Carta de Punta del Este, que selló esa alianza. Se trataba de un ambicioso programa para promover el desarrollo económico de los países latinoamericanos.

En el marco de la Alianza para el Progreso, se dieron varias visitas de Kennedy a países de América Latina, junto a su icónica esposa Jacqueline, quien hablaba español.

John F. Kennedy, Alberto Lleras Camargo y Jacqueline Kennedy en Bogotá, en 1961

John F. Kennedy, Alberto Lleras Camargo y Jacqueline Kennedy en Bogotá, en 1961

FUENTE DE LA IMAGEN,CECIL STOUGHTON. FOTOGRAFÍAS DE LA CASA BLANCA. BIBLIOTECA Y MUSEO PRESIDENCIAL JOHN F. KENNEDY, BOSTON

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Alberto Lleras Camargo, entonces presidente de Colombia, junto a John F. y Jacqueline Kennedy en su visita a Bogotá. Fue la segunda vez que un presidente estadounidense visitó el país.


La construcción de viviendas, sobre todo para familias pobres en las ciudades, hacía parte del proyecto.

Los nuevos barrios obreros eran la imagen viva del progreso como se lo imaginaba Estados Unidos: industrializado y urbano.

“Estados Unidos está promoviendo una idea de lo que tiene que ser el ciudadano urbano, que es propietario, que tiene iniciativa, que dedica una parte de su salario al ahorro para pagar su hipoteca, que va a vivir en un espacio higiénico y sanitario, y al otro día va a convertirse en un trabajador productivo”, plantea Benmergui.

“Todo lo contrario a lo que era la idea del pobre en la favela: criminal, borracho, promiscuo, miserable, que todavía no tiene la cultura urbana”, agrega.

La Alianza para el Progreso también le apuntaba a expandir la educación, establecer gobiernos democráticos e incluso hacer reformas agrarias.

Pero “sabemos que Estados Unidos no hace nada en América Latina por caridad”, dice Leandro Benmergui.

Estos programas, para el gobierno estadounidense, eran una forma de contener el comunismo.

En plena Guerra Fría, tanto Estados Unidos como las élites locales veían la influencia soviética en el continente como una amenaza latente, que se había concretado además con la revolución cubana entre 1953 y 1959.

A la conferencia del Consejo Interamericano Económico y Social de 1961, en la que se redactó la Carta de Punta del Este, astistió el propio Che Guevara. Kennedy no, pero sí una delegación suya.

Fue una ocasión como pocas que reflejó la tensión ideológica en la que se movía América Latina en medio de un mundo bipolar.

Che Guevara.

Che Guevara

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Ernesto “el Che” Guevara, entonces ministro de Industria de Cuba, durante la conferencia del Consejo Interamericano Económico y Social de 1961, en Punta del Este, Uruguay.


“Alentados por la esperanza que dimana de las revoluciones ocurridas en nuestras jóvenes naciones, muchos hombres bregan ahora por la libertad en tierras de vieja tradición. Ha llegado el momento de imprimir un nuevo sentido a esta vocación revolucionaria”, dice la carta de 1961.

¿Pero qué tenía que ver la construcción de nuevos barrios con atajar el comunismo?

A Estados Unidos le preocupaban los pobres urbanos en la medida en que se creía que “un habitante que no es responsable, consumidor, propietario y que sabe convivir puede ser una persona manipulable o inmadura políticamente. Y que eso podía dar lugar al populismo o al comunismo”, según Benmergui.

El profesor Benmergui cuenta que, cuando el gobernador del estado brasilero de Guanabara, Carlos Lacerda —que es quien termina construyendo Villa Kennedy—, habla con Kennedy para pedirle fondos para el proyecto le dice muy estratégicamente: “el peligro del comunismo está en las favelas”.

Ricardo López-Pedreros, profesor de Historia de la Western Washington University, explica que la Alianza para el Progreso fue un proyecto de desarrollo que "buscaba la expansión de unas clases medias”.

“Según la teoría de la modernización, que es la inspiración de este programa, la división de la sociedad en una masa empobrecida y una oligarquía creaba las condiciones para que surgiera el comunismo”, agrega. “Y una clase media podría mermar esa posibilidad y facilitar lo que se llamaba la armonía social”.

La construcción de barrios como Ciudad Kennedy en Bogotá venía de la mano con una expectativa de que allí floreciera una sociedad más democrática. “Toda la discusión política del momento estaba mediada por el discurso de que una sociedad de clase media es más democrática que una sociedad de dos clases”, dice López-Pedreros.

También, Benmergui ha encontrado que uno de los objetivos de Estados Unidos con la Alianza para el Progreso era “ayudar a los políticos brasileños que podían llegar a ser presidentes para sacarse de encima a João Goulart —el entonces presidente—, quien para Estados Unidos era un comunista”.

João Goulart y John F. Kennedy

João Goulart y John F. Kennedy

FUENTE DE LA IMAGEN,ABBIE ROWE. FOTOGRAFÍAS DE LA CASA BLANCA. BIBLIOTECA Y MUSEO PRESIDENCIAL JOHN F. KENNEDY, BOSTON

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John F. Kennedy junto a João Goulart, presidente de Brasil, en 1962. Goulart fue depuesto por un golpe militar dos años después con el apoyo de Estados Unidos.

Un progreso autoconstruido

En el surgimiento de estos barrios, Estados Unidos defiende mucho la idea de autoconstrucción.

“La idea no es solamente que el Estado subvencione y guíe, sino que eso promueva en las poblaciones pobres un estímulo para su propia transformación, algo muy propio del imaginario de modernización y desarrollista”, dice Leandro Benmergui.

Por eso mismo, la vivienda no es algo que el Estado va a regalar. La vivienda es algo que la gente va a esforzarse para conseguir y por construir con sus propias manos. El Estado va a crear condiciones para que la pueda comprar, como instituciones de crédito que ofrezcan hipotecas a plazos largos y a intereses bajos.

“Estados Unidos nunca va a dar el 100%, va a dar una parte y va a dar ayuda técnica, sobre todo a través de USAID y el BID”, señala Benmergui.

Entonces, la población que va a poder irse de las favelas a Villa Kennedy es solo aquella que tiene las condiciones para poder pagar la casa a crédito.

En el caso de Punta del Este, la semilla que sembró el Barrio Kennedy fue la donación por parte de Estados Unidos de apenas unos cables para constuir instalaciones eléctricas y una bomba de agua.

“En Latinoamérica no existe la idea de public housing (vivienda pública). Todos los barrios Kennedy son barrios de bajo costo, lo que se conoce como low income housing o low cost housing”, dice Benmergui.

Consecuencias contradictorias
Vista de la Bahía de Guanabanara en 1960

Vista de la Bahía de Guanabanara en 1960

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Vista de la Bahía de Guanabanara en 1960. Río de Janeiro fue la capital de Brasil hasta ese año, pero estuvo lejos de tener el desarrollo industrial de Sao Paulo.

Los planes de Kennedy no se cumplieron como él lo hubiera querido.

En Río, por ejemplo, cuenta Benmergui que “en el año 1967, Estados Unidos mandó una misión para evaluar Villa Kennedy y la misión concluyó que era económicamente irracional la política de erradicación de favelas y construcción de complejos”.

El nuevo barrio se enfrentó a un sinnúmero de problemas que iban desde la falta de transporte público y de un sistema de recolección de residuos hasta la inseguridad.

“En la medida que el Estado prometió, ese mismo Estado después no pudo cumplir. Por cuestiones políticas, por negligencia, por cuestiones más estructurales, los estados se empobrecieron, hubo inflación, gobiernos autoritarios que no necesitaban responder a sus ciudadanos”, dice Benmergui.

Ricardo López-Pedreros dice, sin embargo, que “los estadounidenses no pierden la esperanza de que América Latina puede evitar el comunismo”.

Entonces, por lo que optan es por la apuesta de “pongamos a la gente a trabajar, les damos algunos materiales y que ellos lo hagan. Cambia el modelo porque ya no había tanta plata”, agrega López-Pedreros.

Los expertos coinciden en que, a pesar que los resultados del proyecto no son los que esperaban los planificadores, para las personas que participaron en los programas la Alianza para el Progreso lo que pasó en ese momento fue muy importante, tuvo un gran impacto en sus vidas.

Por ejemplo, gracias a esos programas de desarrollo, hubo mucha gente que tuvo acceso a sus casas, y hubo toda una generación que pudo ir a la universidad o crear pequeños negocios.

Un grupo de niñas juega baloncesto en Ciudad Kennedy, Bogotá, a mediados de los 60.

Un grupo de niñas juega baloncesto en Ciudad Kennedy, Bogotá, a mediados de los 60.

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Ciudad Kennedy, Bogotá, a mediados de los 60.

Incluso, cuenta López-Pedreros que en Bogotá entre quienes se beneficiaron por los programas de la Alianza para el Progreso surgieron movimientos de izquierda que se empezaron a radicalizar, una abierta contradicción con lo que pretendía Estados Unidos.

“La Alianza para el Progreso logró de manera no intencionada la politización parcial de la sociedad”, concluye López-Pedreros.

Además, las comunidades que llegaron a los nuevos barrios crearon una identidad de clase, que los diferenciaba tanto de los de arriba como de los de abajo.

A pesar de que a los ojos del resto de Río de Janeiro Villa Kennedy no sea muy diferente a las favelas, los vecinos sí reclaman una identidad diferente, una identidad propietaria, plantea Benmergui.

Por otro lado, “erradicar las favelas de la zona sur permite gentrificar la zona de la Laguna Rodrigo de Freitas, que hoy en día es una zona muy cara de la ciudad”, agrega. “Eso es la que la dictadura militar va a hacer luego con esteroides y autoritariamente”

Algo similar es lo que está pasando, 60 años después, en el barrio Kennedy de Punta del Este, en Uruguay.

Después de varios intentos y un álgido debate entre políticos y la comunidad que duró años, las autoridades uruguayas iniciaron en abril de 2022 el proceso para realojar definitivamente a las 350 familias que vivían en el barrio.

En total, el proyecto costará US$35 millones y estará listo en 2024. El realojo liberará una zona de unas 40 hectáreas altamente codiciada por agentes inmobiliarios, que las mismas autoridades locales han reconocido que se venderá por millones de dólares.

Pasó el tiempo volando


Estoy seguro de que eso es lo que pensó y sintió Ana Berenguer, sobrecargo del vuelo IB6402 de la compañía Iberia, que cubría el recorrido Ciudad de México a Madrid el pasado día 26 de octubre: pasó el tiempo volando, en un suspiro, en un abrir y cerrar de ojos. Era el último vuelo de su larga vida laboral. El vuelo del adiós.

No supimos nada los viajeros de esta circunstancia hasta que, poco antes de aterrizar en Barajas, nos comunicaron por megafonía que ese vuelo tenía un especial significado para una persona de la tripulación.

Como titular de una tarjeta oro de Iberia le había pedido a la sobrecargo (siempre me ha costado utilizar esta palabra para referirme a una mujer) el pequeño favor de que me dijese si había tres asientos consecutivos libres en alguna hilera del avión ya que, al llegar a destino en Oviedo, tenía que pronunciar una conferencia y quería dormir unas horas. Amablemente me indicó, después de consultar su tablet, que la misma fila donde yo me encontraba tenía tres asientos libres. Le di las gracias, ocupé el asiento central y, siguiendo su consejo, coloqué algún objeto en los dos asientos contiguos. Después de la cena pude dormir unas horas de manera relativamente confortable.

Una sencilla respuesta a una demanda te permite efectuar un diagnóstico fiable. Ana fue amable, rápida y eficaz. Sé que los momentos iniciales del embarque requieren una atención intensa y diversificada. Hay dos tipos de pasajeros, los inclasificables y los de difícil clasificación. Ella lo sabe mejor que yo. Cada uno expresa su demanda y lo hace a su manera. Y tiene que atenderlos a todos. Por lo que luego supimos de ella, Ana ha sido una magnífica profesional que ha hecho la vida más fácil a sus colegas y a sus pasajeros.

En las tripulaciones, como en otros lugares de atención al público, hay dos tipos de personas: simpáticas o antipáticas, amables u hostiles, generosas o egoístas, alegres o hurañas, sonrientes o adustas. Es decir, personas que si pueden ayudarte lo hacen encantadas y personas que, aunque te ayuden, parece que te están perdonando la vida. Ana pertenece al primer grupo. He dicho muchas veces que en los lugares de atención al público debería haber, de forma obligada, un libro de quejas (que lo hay) y un libro de felicitaciones (que no existe). No me gusta que me digan: escriba su felicitación en el libro de quejas. Yo habría utilizado el de felicitaciones para agradecerle a Ana su amabilidad y simpatía.

Entre las numerosas indicaciones relacionadas con el aterrizaje y el final de vuelo, hubo una intervención muy especial. Las otras estaban dirigidas a la cabeza, pero esta fue directamente corazón. No es frecuente escuchar algo que suscite una emoción. Imagino que la voz de Carol Morales fue la que nos hizo llegar este mensaje ya que, como supe después, ella es la autora del mismo. Lo reproduzco literalmente:

“Hoy es un día especial para un miembro de esta tripulación. Es el último vuelo de Ana Berenguer, nuestra sobrecargo. Se jubila después de más de 34 años surcando los cielos. Con más de 20.000 horas de vuelo y 14 millones de kilómetros, unas 350 veces dando la vuelta al mundo.

Es una líder nata y todos nosotros nos hemos nutrido de su experiencia y compañerismo. Nos ha dejado crecer como tripulantes y como personas. Ha logrado una cohesión como grupo a pesar de todas nuestras diversas peculiaridades. Hemos “respirado” en su compañía, a pesar de estar volando en un tubo de acero a miles de metros de altura.

No es fácil decirle adiós a esta compañera, que también es una amiga. Se recuerdan las anécdotas y los buenos momentos compartidos como grupo.

Ha sido una gran experiencia porque nos ha hecho fáciles las horas del día y de la noche, por saber escuchar, por su paciencia y por ser tan buena persona.

Por suerte, seguirá viajando y ofreciendo al mundo todas sus experiencias.

Nos morimos de envidia y tristeza por verla marchar.

Le deseamos toda la suerte del mundo en su nueva etapa.

Un fuerte aplauso para ella”.
 
El aplauso que pedía una desconocida para otra desconocida, estalló de forma entusiasta en el avión. Es el misterio de la solidaridad humana que se une al reconocimiento y al adiós de un miembro desconocido de una tripulación. El aplauso agradecía el trabajo bien hecho, festejaba la bondad de una persona que ponía su autoridad al servicio del equipo y deseaba felicidad para la nueva etapa que ahora comenzaba para ella.

Luego, Ana Berenguer recorrió emocionada los pasillos del avión entre una oleada de aplausos, tan bien ganados. Le pusimos rostro a la persona que se despedía de su trabajo, de sus compañeras y de los viajeros.

Las palabras de Carol no son el fruto de un momento aislado de la vida laboral de Ana. Estoy seguro de que responden a una forma de ser y de actuar, a un estilo de vida, a una forma de comunicación agradable y generosa. Hay personas que pasan por la vida y por el trabajo procurando hacer felices a los demás.

Me levanté de mi asiento y fui a pedir el texto que habíamos escuchado por megafonía. Una azafata me dijo que el texto lo había escrito Carol Morales, a quien alabó por sus cualidades literarias. Carol me envió por whatsapp el texto. Le hizo ilusión mi promesa de publicar su escrito en esta columna. Hoy cumplo aquella promesa, que es una felicitación por una iniciativa tan entrañable. Estos gestos, llenos de generosidad y de bondad, dignifican nuestra especie.

La llegada a la jubilación es un momento importante de la vida. Y muy significativo. Hay personas que celebran la liberación de una pesada y horrible carga. Otras, por contra, lamentan tener que dejar un caudal de satisfacciones. Decía Emilio Lledó que, cuando se jubiló, sintió que dejaba atrás una fuente inagotable de felicidad y de vida. Unos, como es el caso de Ana Berenguer, dejan un reguero de hermosos y ricos recuerdos. Sus colegas lamentan esa ausencia. Otros celebran con alegría la marcha de una persona insoportable.

Tengo tres primos (dos hermanos y una hermana) que han dedicado su vida a estas tareas celestiales en Iberia. Dos de ellos se han jubilado ya (María José y Vicente Santos). El tercero, Ignacio, está todavía viajando. Siempre recuerdo, cuando veo estos casos de asiduidad aérea, el accidente de un avión que, hace algunos años, salió de Málaga y se estrelló contra una montaña de Melilla. Viajaba en él una alumna mía con su pareja. Murieron en el accidente. Y también murió, como contó la prensa, un pasajero que hacía el primer y único vuelo de avión de su vida. Pienso en la mala suerte de aquella persona. Qué fatalidad, pensé entonces y vuelvo a pensar ahora. Hay personas que pasan su vida volando, haciendo y este pobre hombre no llegó a culminar su primer vuelo.

Desde estas líneas me sumo al homenaje que la tripulación de aquel vuelo quiso hacer a su jefa y compañera Ana Berenguer. Y en ella quiero manifestar la gratitud a quienes cada día se jubilan después de una larga vida profesional al servicio de los pasajeros y pasajeras. Vaya mi gratitud por tanta amabilidad y tanto desvelo en hacer un viaje más cómodo y más llevadero, sea cual sea el estado de ánimo y las circunstancias de la vida que estén atravesando.

Recuerdo aquel premio que la compañía Swiss Air le concedió el año 1998 a una azafata y al comandante de un vuelo por la forma ingeniosa y aleccionadora con la que resolvieron un problema surgido en un vuelo. Cuando una señora comprobó que el compañero de asiento era un hombre de raza negra, llamó a la azafata para decirle lo siguiente:

Señorita, nadie debe estar obligado a viajar al lado de una persona desagradable. Le pido por favor que me cambie de asiento. La azafata dijo amablemente:

Señora, la clase turista está completa. Para pasarle a business tendría que hablar con el comandante. Espere unos segundos que haga la consulta.

La azafata se ausentó unos minutos y volvió después de efectuada la consulta:

Señora, he hablado con el comandante y los dos estamos de acuerdo con usted. Le vamos a pasar a primera clase. La señora hizo el amago de levantarse para recoger sus cosas. Fue entonces cuando la azafata le aclaró la situación.

No, señora, quien va a pasar a primera clase es su compañero de asiento. Magnífica lección. El señor de raza negra no merecía viajar al lado de una persona desagradable.

Ya me imagino las innumerables anécdotas que nos podría contar Ana Berenguer. 34 años volando dan para muchas historias. Fue emocionante participar en el última: su adiós definitivo al trabajo. Enhorabuena, gracias y suerte.

https://mas.laopiniondemalaga.es/blog/eladarve/2023/11/04/7281/