lunes, 4 de diciembre de 2023

La fascinante (y no tan conocida) vida de Josefina Bonaparte, la primera esposa de Napoleón

Josefina en una pintura.

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  • Author,“Francia. El ejército. Josefina”

Estas fueron, al parecer, las últimas palabras que dijo Napoléon Bonaparte antes de morir, ya en estado de delirio.

Bien podría ser la biografía ultraresumida de quien se proclamó emperador de los franceses y fue alto estratega militar ante cuyo ejército sucumbió Europa.

Y si hay un nombre ligado al suyo es el de Josefina, su primera mujer. Aunque se separaron cuando supo que ella no podría darle un heredero, su vínculo no se rompió y siguió siendo importante en su vida.

Pero la historia no fue bondadosa con esta criolla francesa nacida en el Caribe.

En general, se le ha tachado de inculta, frívola y derrochadora, además de remarcar su apetito sexual voraz. Y aunque algunas de esas características son reales, otras lo fueron solo durante una parte de su vida o engrosan su leyenda negra.

Pero la vida de Josefina fue una reinvención constante, pasando de mujer “provinciana” a emperatriz de Francia.

Joaquin Phoenix y Vanessa Kirby en la presentación de Napoleón. 

Joaquin Phoenix y Vanessa Kirby en la presentación de Napoleón.

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Joaquin Phoenix y Vanessa Kirby dan vida a Napoleón y Josefina en el último filme de Ridley Scott.

Del Caribe a Francia

Aunque el mundo la conoció como Josefina Bonaparte, nació como Marie Joséphe Rose Tascher de la Pagerie, en junio de 1763 en la isla de Martinica, territorio francés en las Antillas, en el mar Caribe.

En su casa, una hacienda de grandes terratenientes de origen aristocrático, la llamaban Rose o Yeyette. Es Napoléon quien le hace adoptar el nombre de Josefina.

“Le dice que no puede soportar que otros amantes la llamaran Rosa. Ella lo encuentra como una chanza divertida de él y se lo consiente”, cuenta a BBC Mundo la periodista Eva María Marcos, especializada en el siglo XVIII y autora de la biografía “Ni arribista ni frívola; diplomática y sagaz: Josefina Bonaparte”

Pero para cruzar su camino con el de Napoléon aún debería pasar por otro matrimonio, uno concertado con Alejandro de Beauharnais, vizconde, militar y político. Se casan en París en 1780, ella con apenas 17 años, y se convierte en vizcondesa de Beauharnais.

Alejandro fue clave para que Rose floreciera, aunque no porque él la ayudara.

Dibujo de Martinica.

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Plantación de caña en la Martinica colonial, al estilo de la que la familia de Josefina poseía.

Nos cuenta Eva María Marcos que Rose llega a Francia con una imagen de ensueño en su cabeza, producto de lo que le cuenta su padre, quien sirvió en Versalles.

Pero la realidad es que ella, una chica “de provincias” criada como tal, no encaja con lo que se espera que sea: una mujer hecha para la vida de los salones ilustrados de la Francia de finales del siglo XVIII.

“Su esposo Alejandro encuentra una mujer bella por fuera, pero es un momento donde se aprecia más la inteligencia y se ve el cerebro femenino como algo sensual y erótico, donde la erudición es muy atractiva. Y ella tiene una formación básica”, apunta Marcos.

Alejandro, muy apreciado en los salones, la aborrece.

Primero la esconde en casa y le busca tutores para que le enseñen. Y debieron ser muy aburridos o toscos, porque no aprendió nada.

Así que Alejandro cortó por lo sano: la repudia.

“Decide hacerlo cuando acaba de nacer su hija y la saca de la casa, sin dinero y con dos niños”, explica Marcos.

Es 1783 y Rose solo tiene 20 años. Aquí es cuando empieza su verdadera revolución.

“Una perla en bruto”

No es que Rose se quedara de un día para otro en la calle sin nada: viene de una familia con recursos que le ayuda en este percance.

Se refugia con sus hijos en la abadía de Pentemont, en París, en un apartamento con 6 habitaciones y cocina con el aporte económico de una tía.

Este lugar, regido por normas monásticas y al cargo de monjas, era una especie de residencia para mujeres: antiguas amantes de los reyes, duquesas díscolas que se ocultaban allí durante el embarazo de algún hijo fuera del matrimonio, hijas a las que sus padres recluían cuando se ausentaban de casa para que no estuviera en riesgo su honor o, como Rosa de Beauharnais, mujeres repudiadas.

“Estas mujeres le abren los brazos a Rosa, a la que ven como una perla en bruto, y entre todas le enseñan cómo ser una dama de alta sociedad: desde cómo pintarse los ojos con vallas de sauco hasta cómo moverse, hablar, bailar”, cuenta Marcos del que considera un momento duro pero decisivo de la vida de la futura emperatriz.

Dibujo de Josefina donde se aprecia el traje de corte imperio tan característico.

Dibujo de Josefina donde se aprecia el traje de corte imperio tan característico.

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Josefina pasó de ser una provinciana a una referente en la moda.

Dos años pasa allí y, además de formarse para salir de nuevo ante la alta sociedad francesa, este tiempo le da el empuje para hacer algo que no muchas mujeres hacen en el París de entonces: denunciar a su marido.

Para repudiarla, Alejandro compra primero el testimonio de un esclavo de las Antillas que dice que ella había tenido amantes antes de casarse. Si la disolución del matrimonio se hacía efectiva, ella perdía el apellido, el título de vizcondesa, la custodia de sus hijos y el dinero y posesiones que puso como dote.

Eva María Marcos nos lee un extracto de lo que dijo el abogado del rey al que Rosa acude a poner la denuncia, cuando éste la conoció:

“Me he encontrado con una joven fascinante, una dama de distinción y elegancia de estilo perfecto, multitud de gracias y la más bella de las voces habladas”.

Gana el caso y Rosa se queda con su título de vizcondesa, posesiones y la custodia de sus hijos.

A partir de ahí regresa a los salones franceses y empieza a ganar influencia.

Ilustración de Robespierre a punto de ser ejecutado. 

Ilustración de Robespierre a punto de ser ejecutado.

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La ejecución de Robespierre salva a Josefina.

De la Revolución al Terror

Solo cuatro años después, llega la Revolución Francesa (1789), que unos años después deriva en lo que se conoció como el Reinado del Terror, con Robespierre al frente y una política sistemática de persecución a todos aquellos sospechosos de actuar contra la República.

Las detenciones masivas de la etapa del Terror, que en su mayoría terminaban en la guillotina, tocan muy de cerca a Rose.

“Tiene círculos de influencia en la política y en los tribunales, se mueve bien entre las dos aguas, y empieza a salvar gente, amigos, aristócratas”, narra Marcos.

Hasta que en 1794 su marido Alejandro cae preso. Y ella también.

Estuvo apenas unos meses en la Prisión des Carmes, pero esta era considerada una de las peores cárceles de la Revolución, con unas condiciones muy precarias, un alto hacinamiento y un número muy elevado de ejecutados al día.

“Cada día se leía el parte de las personas que iban a subir a la carreta para ir a la guillotina. La gente encerrada ahí, con una alta angustia vital, que no sabía si iba a morir al día siguiente, vivía el momento y se entregaba al frenesí, a la sexualidad, vivían al extremo. Allá Rose tiene un amante, al igual que su esposo”, detalla Marcos.

Esa angustia hace también que Rose sufra una menopausia precoz.

Alejandro no se libra de la guillotina. Rose se salva porque es Robespierre quien pierde la cabeza y liberan a toda la gente que estaba en des Carmes.

Dibujo de Napoleón con 24 años. 
Dibujo de Napoleón con 24 años.

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 Cuando Josefina conoce a Napoleón, él es un provinciano sin modales.

Y, ahora sí: Josefina Bonaparte 

Ese espíritu de vivir al día, esa alegría extrema e incluso sexual que se vivía dentro de la cárcel de des Carmes, sale a la calle.

Rose, junto con la española Teresa Cabarrús, que conoció en la cárcel, pasea por Paris sin vergüenza, con un alto nivel de erotismo en el vestir y el actuar. Son parte de las llamadas “les merveilleuses” (las maravillosas) y escandalizan y encandilan por igual a la sociedad parisina.

Rose es poderosa, influyente, sensual y con formación.

Pintura de la coronación de Josefina por Napoleón.

Pintura de la coronación de Josefina por Napoleón.

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Napoleón nombra a Josefina emperadora.

Es ahí es cuando conoce a un Napoleón provinciano, que habla francés con un dejo de acento italiano, tosco y con pocas habilidades sociales, que no sabe moverse por los salones.

“Rose ve un patito feo, como lo fue ella cuando llegó a París”.

Ella en ese momento tiene muchos amantes pero también está con él.

“Si Napoleón está loco por ella es porque la activa y poderosa es ella. Y se obsesiona”.

En 1796, apenas dos años después de que guillotinaran al marido que la repudió y que ella saliera de la cárcel, se casaba con Napoléon.

Se convierte en Josefina Bonaparte.

El estratega y la diplomática

El 9 de noviembre de 1799 sucede el golpe de Estado del 18 de brumario en el que Napoleón queda como Cónsul de Francia. Poco a poco toma el poder.

Napoleón fue el inventor de las grandes instituciones del Estado y fundador de la Francia moderna, el impulsor del código civil y la separación Iglesia-Estado, pero también la persona que restableció la esclavitud o echó para atrás parte de los derechos adquiridos por las mujeres.

Fue emperador y conquistó parte de Europa, firmó tratados de paz y se encaró a las monarquías más antiguas. Fue un estratega y un gran militar, un belicista con más de 60 batallas a sus espaldas.

Pero no lo hizo solo.

Napoleón decía en sus memorias que él esgrimía la espada y Josefina esgrimía la bondad.

Pintura de Napoleón a caballo.

Pintura de Napoleón a caballo.

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La famosa pintura de Jacques-Louis David con Napoleón cruzando los Alpes.

Mientras él peleaba o retaba al resto de gobernantes de Europa, se juntaba con ellos y en mitad de una charla, airado, lanzaba una taza de café al suelo, Josefina hacía el trabajo diplomático para calmar los ánimos de aquellos a los que su marido afrentaba.

Así pasó, por ejemplo, con el Tratado de Campo Formio, con el que se firma la paz con Austria.

“Josefina pasa 5 meses de trabajo diplomático y político y son los propios austriacos los que reconocen que sin ella no hubiera sido posible la paz y en agradecimiento le regalan un conjunto de caballos sementales”, sostiene Marcos.

Una influencer en el vestir

A un Napoleón con ansias de poder y un ejército a sus pies, el político Joseph Fouché le sugiere que, para evitar conspiraciones, cambie el consulado vitalicio que instaura en 1802 por un imperio hereditario.

En 1804 se autoproclama emperador de los franceses. Y ahí también decide que Josefina será no consorte, sino emperatriz.

Mientras Napoléon sigue mirando hacia afuera, en Francia ella mantiene audiencias con embajadores, cónsules y empresarios, y es quien susurra al oído cuando alguien se le acerca. Como dice Marcos, ella fuerza la relación humana que de otra manera Napoléon no tendría. 
Ilustración de Josefina.

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Se dice que Josefina poseía más de 700 vestidos de corte imperio, más de 500 pares de zapatos y 400 pasminas.


Se dice de ella que fue una gran derrochadora y buena cuenta de ello dan los más de 700 vestidos y 500 pares de zapatos que llegaron a estar en su vestidor.

Aquí, las versiones sobre la frívola y derrochadora Josefina (se estima que su estipendio anual en general era de un millón de francos de la época) varían: algunos decían que gastaba, pero mucho menos que antecesoras como María Antonieta, mientras otros aseguraban que era Napoleón quien la obligaba a cambiarse de vestido al menos 3 veces al día por su manía extrema por la limpieza y su obsesión de estar a la altura de las monarquías europeas.

En ese camino, marcó tendencia con un estilo que aparentaba sencillez y era fácilmente replicable en la calle, que nos dejó sus famosos vestidos estilo imperio, que aún se ven en las pasarelas, y reavivó el tejido textil nacional al dejar de consumir muselinas de Reino Unido y decantarse por las famosas sedas de Lyon.

Grabado donde se ve a Josefina desmayada en un sofá y Napoleón de pie.
Grabado donde se ve a Josefina desmayada en un sofá y Napoleón de pie.

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El momento en que Napoléon le pide a Josefina el divorcio.

La emperatriz "vieja y seca" 

En la cima del éxito le deparaba un nuevo rechazo: el de Napoleón, que le pidió el divorcio en 1809.

Porque aunque él estaba perdido de amor por Josefina, según se desprende de las tórridas cartas que le escribe, había un interés superior: que le diera un heredero, una labor imposible con su menopausia precoz, lo que le valió el ataque de la madre de Napoleón, que la llamaba "vieja y seca".

Durante un tiempo, le estuvo vetado Paris y acercarse al hijo que Napoleón tuvo con su segunda mujer. Tiempo después se trasladó al Palacio de Malmaison, donde su gusto por la botánica la llevó a construir un invernadero y cultivar más de 200 especies nuevas en Francia.

Hasta su muerte, por una neumonía en 1814, Josefina y Napoleón mantuvieron el contacto.

“Es un referente de bravura, reinvención total, una mujer poderosa”, concluye Eva María Marcos. 

domingo, 3 de diciembre de 2023

Murió Henry Kissinger, el criminal de guerra que ganó un premio Nobel


Fuentes: CLAE
Fuentes: CLAE


La infamia de la política exterior de Richard Nixon se ubica, eternamente, al lado de la de los peores asesinos en masa de la historia. Una vergüenza más profunda pesa sobre el país que lo celebre. Henry Kissinger murió el miércoles en su casa de Connecticut. El célebre criminal de guerra tenía 100 años, señala la revista Rolling Stones.

Con una mera garantía de asesinatos confirmados, el peor asesino en masa jamás ejecutado por Estados Unidos fue el terrorista supremacista blanco Timothy McVeigh. El 19 de abril de 1995, McVeigh detonó una bomba masiva en el edificio federal de Murrah en Oklahoma City, matando a 168 personas, entre ellas 19 niños. El gobierno mató a McVeigh por inyección letal en junio de 2001.

McVeigh, que a la manera de su propia psicótica pensó que estaba salvando a Estados Unidos: nunca mató ni remotamente en la escala de Kissinger, el gran estratega estadounidense más venerado de la segunda mitad del siglo XX.

El historiador de la Universidad de Yale Greg Grandin, autor de la biografía Kissinger-s Shadow, estima que las acciones de Kissinger de 1969 a 1976, un período de ocho años breves en el que Kissinger hizo política exterior de Richard Nixon y luego Gerald Ford como asesor de seguridad nacional y secretario de Estado, significara el fin de entre tres y cuatro millones de personas.

Eso incluye crímenes de comisión, explicó, como en Camboya y Chile, y omisión, como la luz verde del derramamiento de sangre de Indonesia en Timor Oriental; el derramamiento de sangre de Pakistán en Bangladesh; y la inauguración de una tradición estadounidense de usar y luego abandonar a los kurdos.

Dicen que no hay mal que dure cien años, y Kissinger está corrigiendo ese dicho para probar que están equivocados. No hay duda de que será aclamado como un gran estratega geopolítico, a pesar de que acabó con la mayoría de las crisis, lo que llevó a una escalada. Tendrá crédito por abrir China, pero esa era la idea y la iniciativa originales de De Gaulle.

El Nobel para un genocida

Será alabado por la distensión, y eso fue un éxito, pero socavó su propio legado al alinearse con los neoconservadores. Y por supuesto, se alejó de la escoria libre de Watergate, aunque su obsesión con Daniel Ellsberg realmente impulsó el crimen.

El que fuera máximo exponente de la política internacional estadounidense deja un legado criminal. A Kissinger se le recordará por su respaldo a dictaduras como las de Argentina entre 1976 y 1983 y los últimos años del régimen de Francisco Franco en España (terminado con la muerte del dictador en 1975), su papel en La Operación Cóndor para reprimir y aniquilar a opositores latinoamericanos de izquierda o su apoyo al golpe de Estado contra el presidente constitucional Salvador Allende en Chile, en 1973.

Al comparecer ante el Comité del Comité de Relaciones Internacionales del Senado el 7 de setiembre sobre su nombramiento para secretario d Estado, Kissinger prometió colaborar estrechamente con el Congreso en la conducción de la política exterior para “una paz duradera”.

Con su áspera e imponente presencia y su manipulación del poder tras bambalinas, Kissinger ejerció una inusual influencia en los asuntos mundiales durante el gobierno de los presidentes Richard Nixon y Gerald Ford, labores por las que fue repudiado y también ganó el premio Nobel de la Paz. Varias décadas más tarde, su nombre seguía siendo objeto de un apasionado debate sobre hitos diplomáticos del pasado.

El poder de Kissinger aumentó durante el escándalo de Watergate, cuando el diplomático asumió un rol similar al de copresidente al lado de un debilitado Nixon. Después de dejar el gobierno, Kissinger se vio asediado por críticos que señalaban que debió ser llamado a rendir cuentas por sus políticas en el sudeste asiático y por el apoyo a regímenes represivos en Latinoamérica.

Un estilo era trabajar fuera de la maquinaria oficial del Departamento de Estado y el servicio exterior, que, según él, había debilitado la diplomacia estadounidense de su vigor y creatividad. Los “canales traseros” con los rusos, los chinos y casi todos los demás se adaptaban al gusto de Nixon por la conspiración. Y se adaptaban a su propio anhelo de estar en el centro de la acción, tirando de las cuerdas.

Los escépticos e intelectuales dijeron que había sacrificado los principios de Estados Unidos y más de un millón de vidas. Había seguido luchando en Vietnam y llevado la guerra a Camboya y Laos en nombre de la “credibilidad” estadounidense. Había bendecido un genocidio paquistaní en lo que se convirtió en Bangladesh, porque Pakistán lo estaba ayudando con China.

Había planeado golpes de estado y asesinatos en Chile y una insurgencia en Angola, porque pensaba que los países caerían como fichas de dominó ante las conspiraciones soviéticas. Cuando ganó el Premio Nobel de la Paz en 1973, Christopher Hitchens, un periodista británico, dijo que debería haber sido juzgado por crímenes de guerra, y la acusación perduró.

Recuerdos macabros
Plan Cóndor: las dictaduras sin fronteras - ContrahegemoniaWeb

Plan Cóndor: las dictaduras sin fronteras - ContrahegemoniaWeb Plan Cóndor: las dictaduras sin fronteras y con libreto estadounidense En toda América latina se lo recordará por su respaldo a dictaduras como las del general Jorge Videla en Argentina , Augusto Pinochet en Chile y Juan María Bordaberry (y sus seguidores) en Uruguay. En especial por su destacado papel en la Operación Cóndor para reprimir a opositores latinoamericanos y por su participación en el golpe de Estado contra Salvador Allende en Chile en 1973. En España, la atención está centrada en el soporte que le dio a los últimos años al régimen de Francisco Franco.

No hay mal que dure cien años, decían los paraguayos que soportaron la dictadura del general Alfredo Stroessner por 35 años (1954-1989), que tuvo el apoyo incondicional de Kissinger, también.

La historia de Doctor K comenzó en Fürth, Baviera, Alemania, el 27 de mayo de 1923, en el seno de una familia judía. Baviera fue escenario del tubo de probeta de un proyecto mesiánico: el putsch de la cervecería, por el cual Adolf Hitler fue preso. Quince años más tarde, cuando se aprestaba a desencadenar la Segunda Guerra, la familia Kissinger huyó de Alemania hacia Estados Unidos.

Heinz, ya convertido en Henry, se sumó al Ejército estadounidense y, como soldado enemigo, regresó a Alemania, en su condición de bilingüe y como parte de la inteligencia militar en la batalla de las Ardenas.

Tras la guerra se graduó con honores en Ciencias Políticas en Harvard. A fines de los 50, Kissinger ya contaba con un padrinazgo político, el de Nelson Rockefeller, miembro de una de las familias más ricas del país, que tenía ambiciones políticas y sumó a Kissinger como asesor.

En 1959, Rockefeller se convirtió en gobernador de Nueva York. Desde esa posición buscó un año más tarde ser candidato presidencial republicano. Perdió la nominación ante el hombre que pondría a Kissinger en primerísimo plano una década más tarde: el entonces vicepresidente, Richard Nixon.

Cuatro años más tarde, Barry Goldwater, un senador de extrema derecha, postergó las ambiciones de Rockefeller quien volvió a fallar en 1968. Ese año marcó el renacimiento político de Nixon, que ganó las primarias y derrotó al demócrata Hubert Humphrey. Kissinger, el colaborador de Rockefeller fue nombrado al frente del Consejo de Seguridad Nacional.

Militarizar del sudeste asiático, a los bombazos
Con Pinochet: apoyo a la Operación Cóndor
El ascenso de la Unidad Popular de Salvador Allende había sido un mazazo para Nixon en 1970. Estados Unidos empezó a desestabilizar al primer presidente marxista elegido en elecciones libres. El propio Nixon sostenía que los chilenos se habían equivocado con Allende y que la Casa Blanca debía enmendar el error.

Kissinger sostuvo la postura de Nixon con estas palabras: “No veo por qué tenemos que esperar y permitir que un país se vuelva comunista debido a la irresponsabilidad de su propio pueblo”. Quedó al frente del Comité 40, una mesa chica integrada por la CIA, el Departamento de Estado y el de Defensa, que motorizó la acción contra Allende. El 11 de septiembre de 1973, la amenaza de la vía chilena al socialismo fue reemplazada por una dictadura brutal, la del general Augusto Pinochet.

A las dos semanas de iniciado el régimen de Pinochet, Kissinger fue ascendido al frente del Departamento de Estado, desde donde lidió con la diplomacia estadounidense, con la cuestión de Oriente Medio. Apenas asumido, Egipto atacó a Israel, en lo que marcó el inicio de la guerra de Yom Kippur.

El apoyo de Washington a Israel provocó el embargo petrolero de la OPEP, punto de arranque de la crisis del petróleo. Kissinger monitoreó las negociaciones de paz, que culminaron en mayo de 1974 y serían un precedente para los posteriores acuerdos de Camp David, que significaron una victoria diplomática final para Nixon, jaqueado ya por el escándalo Watergate.

En algunos círculos de Washington, entre los intrigados por la verdadera identidad de Garganta Profunda (la principal fuente de The Washington Post) se barajaba el nombre de Kissinger. La sospecha recién terminó en 2005, cuando Mark Felt, número 2 del FBI durante el escándalo, admitió haber sido la fuente. Caído Nixon en agosto del 74, asumió Gerald Ford, que confirmó a Kissinger como canciller y propuso el como vicepresidente al gran soporte de Kissinger en su ascenso: Nelson Rockefeller.

Anticomunismo ante todo

Henry Kissinger durante  
Henry Kissinger durante una audiencia con Franco en 1973
1975 fue el año en el que el doctor K ramificó su influencia a otros lugares del mundo. En África, impidió que el Sahara Occidental tuviera su autodeterminación. El territorio era un protectorado español y estaba la promesa de que el pueblo saharaui tendría su gobierno. Sin embargo, Estados Unidos impulsó a Marruecos, en plena agonía de Francisco Franco.

El rey Hassan II movilizó a miles de súbditos en la Marcha Verde y España cedió. El Sahara Occidental quedó ocupado desde entonces por Marruecos. Kissinger pensaba que el autogobierno saharaui podría convertir al territorio en un enclave soviético. Esa tesis estaba apoyada por lo que pasaba en Angola, la antigua colonia portuguesa que consiguió su independencia en 1975 y donde se desató una guerra civil en la que el Movimiento Popular de Liberación de Angola contó con el apoyo de Cuba para salvaguardar su independencia.

El Sáhara, moneda de cambio para la restauración borbónica - Viento Sur Marruecos lleva más de 30 años alargando plazos y torpedeando la celebración de un referéndum de autodeterminación, mientras que EEUU toma posiciones cada vez más favorables a su causa. El Sáhara, moneda de cambio para la restauración borbónica en España.

En ese 1975 Kissinger volvió a estremecer el sudeste asiático. Otra antigua colonia portuguesa, Timor Oriental, iba camino de independizarse. Ford y Kissinger vieron con preocupación que llegara a tener un gobierno de izquierda. Entonces dieron luz verde a la invasión de Indonesia. El dictador Suharto, un aliado de la Casa Blanca, ocupó la isla y provocó una sangrienta represión.

Indonesia era un bastión anticomunista y el espejo para diseñar lo que sería la Operación Cóndor en el Cono Sur, la red de coordinación entre dictaduras latinoamericanas para reprimir a la población civil.

El sostén de Videla y Pinochet

Con Videla, en Buenos Aires

En 1976 Kissinger afrontó el que sería su último año en la cúspide, y América Latina se convirtió en el principal tema de su agenda. Estados Unidos vio con buenos ojos la llegada al poder en la Argentina de la dictadura genocida. Tras lo sucedido en Chile, aconsejó a lo militares argentinos: instó a la Junta Militar a actuar en la clandestinidad, evitando imágenes como las que el pinochetismo ofrecía en el Estadio Nacional.

El canciller de la dictadura argentina, el vicealmirante César Guzzetti, le recomendó que la metodología de los centros clandestinos fuera rápida para evitar cualquier cuestionamiento. Así se habría plantado la semilla del acuerdo de la dictadura con Burson Masteller, la agencia de publicidad contratada por el régimen de Videla para contrarrestar la «campaña antiargentina». El 21 de junio de 1978, junto con Videla, Kissinger presenció el 6 a 0 de la Argentina a Perú por la Copa del Mundo.

En esos meses del 76, el Secretario quedó en el ojo de la tormenta por el atentado que le costó la vida a Orlando Letelier, excanciller de Salvador Allende. Una bomba en su coche lo mató a él y a su secretaria estadounidense el 21 de septiembre de 1976, a pocas cuadras de la Casa Blanca. La cercanía de los republicanos con Pinochet generó críticas, en plena campaña electoral.

En el llano

Desde el 20 de enero de 1977, cuando Jimmy Carter asumió como presidente, terminó la era Kissinger. Carter rompió con la lógica del Secretario y criticó a las dictaduras latinoamericanas. El doctor K, con 53 años, pasó a la actividad privada a través del lobby. Se integró a la Corporación RAND (Research and Development, en castellano, Investigación y Desarrollo), una organización que financia el gobierno de Estados Unidos y ofrece servicios de asesoría al Pentágono. En rigor, el vínculo venía desde los años 50 y se habría mantenido mientras fue funcionario de Nixon y Ford.

A esto se suma su presencia en el Grupo Bilderberg, en donde coincidió con el hermano menor de Rockefeller, David. Es un grupo cerrado, que reúne a políticos y grandes empresarios. Es tan hermético que ha dado pie a teorías conspirativas. La presencia de Kissinger como miembro no ayudó a darle prestigio: todo lo contrario.

Libro Vintage Años de la Casa Blanca por Henry Kissinger - Etsy México En 1979 trató de blanquear su imagen con Los años en la Casa Blanca, su libro de memorias. Ya nonagenario, se lo ha visto en el Foro de Davos e incluso se reunió en la Casa Blanca con Donald Trump.

Fue a partir de 1998 cuando la posibilidad de juzgar a Kissinger comenzó a tomar forma. Ese año Pinochet fue detenido en Londres y el rol de Estados Unidos en la dictadura chilena volvió a ser discutido. La apertura de documentos clasificados contribuyó a los cuestionamientos contra el antiguo secretario. El periodista y escritor inglés Christopher Hitchens le dedicó un volumen, Juicio a Kissinger, compendio de su historial.

Hitchens, fallecido en 2011, estimó que el arresto de Pinochet abría una nueva era en la cual Kissinger podía y debía dar cuentas ante la Justicia. “Desde el principio de la administración Nixon hasta el fin de la administración Ford las huellas que dejó Kissinger son visibles y van de Vietnam hasta Camboya, pasando por Chile, Bangladesh, Grecia y Timor Oriental. Lo que pasó con él es que continuó siendo un personaje ambiguo, protegido gracias a su gran poder”… y con enorme poder de destrucción de pueblos, en el sacrosanto nombre de la democracia y el anticomunismo.

El genocidio del Jmer Rojo

El nombre de Pol Pot se relaciona con genocidio y masacres de entre 1,7 a cuatro millones de cambodianos (la mitad de la población) desde 1975 hasta principios de 1979. La era de permanente violencia había comenzado en 1970 con la intervención militar y ayuda estadounidense a regímenes corruptos, y se extendió a 1989. Con el comienzo del juicio en Phnom Penh, la capital de Cambodia, a los más connotados asesinos, el asunto volvió a la palestra 30 años después de la caída del régimen de Pol Pot.

Analistas, entre ellos el lingüista y filósofo estadounidense Noam Chomsky, consideran que no solo los dirigentes aún vivos del Jmer Rojo deben ser juzgados por el Tribunal Internacional, sino también el entonces secretario de Estado Henry Kissinger, y otros autores de los bombardeos estadounidenses a Cambodia, causantes de la muerte de más de 600 mil civiles, así como por su respaldo a los criminales, luego de que Vietnam y patriotas cambodianos lograron expulsarlos del poder en enero de 1979.

El plan de Kissinger en Cambodia significó la murte de cientos de miles El primer ministro del hoy Reino de Cambodia, Hun Sen, planteó que «Nadie debe escapar de la justicia. Los Jmer Rojos tienen que ser traídos al Tribunal… pero también aquellos que los apoyaron, deben aparecer allí», como Kissinger

El nombre de Pol Pot se relaciona con genocidio y masacres de entre 1,7 a cuatro millones de cambodianos (la mitad de la población) desde 1975 hasta principios de 1979. La era de permanente violencia había comenzado en 1970 con la intervención militar y ayuda estadounidense a regímenes corruptos, y se extendió a 1989. Con el comienzo del juicio en Phnom Penh, la capital de Cambodia, a los más connotados asesinos, el asunto volvió a la palestra 30 años después de la caída del régimen de Pol Pot.

Analistas, entre ellos el lingüista y filósofo estadounidense Noam Chomsky, consideran que no solo los dirigentes aún vivos del Jmer Rojo deben ser juzgados por el Tribunal Internacional, sino también el entonces secretario de Estado Henry Kissinger, y otros autores de los bombardeos estadounidenses a Cambodia, causantes de la muerte de más de 600 mil civiles, así como por su respaldo a los criminales, luego de que Vietnam y patriotas cambodianos lograron expulsarlos del poder en enero de 1979.

El primer ministro del hoy Reino de Cambodia, Hun Sen, planteó que «Nadie debe escapar de la justicia. Los Jmer Rojos tienen que ser traídos al Tribunal… pero también aquellos que los apoyaron, deben aparecer allí», como Kissinger.

Kissinger in 1969 (left) and 1963 (right) and with North Vietnam’s Le Duc Tho during peace talks on the Vietnam War in Paris on Jan. 24, 1973.

Álvaro Verzi Rangel. Sociólogo y analista internacional, Codirector del Observatorio en Comunicación y Democracia y analista senior del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)

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Apuestas contra acciones israelíes ganaron millones de dólares. Alguien ya sabía el plan de Hamás

El ataque de Hamás contra Israel tomó por sorpresa al Ejército israelí, pero al parecer, alguien lo sabía de antemano y colocó miles de millones de apuestas en acciones israelíes negociadas localmente y en Wall Street cinco días antes del ataque de Hamás, comunicó el medio ‘Haaretz’.

La venta en corto de acciones israelíes —apostando a que caerán— se disparó en los días previos al ataque del 7 de octubre, superando con creces la venta en corto durante otros periodos de crisis, afirmaron dos investigadores estadounidenses, Robert Jackson y Josué Mitts, en su estudio titulado ¿Comercio con el terror?.

Se desconoce el origen de la supuesta información que condujo a las ventas en corto, pero es probable que procediera de Hamás.

«Nuestros hallazgos sugieren que los corredores de bolsa informados de los inminentes ataques se beneficiaron de estos trágicos acontecimientos», escribieron los autores.

Los investigadores examinaron las operaciones realizadas con el EIS, un valor negociado en la Bolsa de Nueva York a través del cual los inversores pueden exponerse a acciones israelíes. Invertir en el EIS equivale a invertir en la economía de Israel.

Los expertos encontraron fuertes indicios de que, a principios de octubre, alguien en el entorno bursátil estadounidense anticipó una catástrofe en Israel, lo que provocó el colapso de las acciones. El 2 de octubre, estas personas realizaron un enorme volumen de transacciones en corto en el EIS, lo que significa que apostaron contra Israel.

«El volumen de las transacciones en corto del 2 de octubre fue tan enorme —227.000 unidades— que no parecía un juego de azar. Quienquiera que estuviera detrás de las transacciones aparentemente tenía confianza en que el desastre golpearía a Israel», enfatizaron los autores.

La venta en corto consiste en beneficiarse de valores que no se poseen. Si tiene confianza en que las acciones de una cierta empresa van a bajar, se las pide prestadas a alguien, las vende y después las compra en el mercado al precio más bajo, se las devuelve al prestamista y la diferencia queda a su favor.

La gente que puso en corto las acciones israelíes el 2 de octubre lo aprovechó. El valor del EIS cayó un 7,1% y en 20 días el EIS perdió un 17,5% de su valor. Según el volumen, los vendedores en corto parecen haber ganado millones de dólares, agregaron los investigadores.

«Las ventas en corto de aquel día superaron con creces las que se produjeron durante otros periodos de crisis, como la recesión que siguió a la crisis financiera de 2008, la guerra entre Israel y Gaza de 2014 y la pandemia del COVID-19», añadieron.

Resulta curioso que Mitts y Jackson identificaran tendencias similares en el EIS en abril de 2023, cuando circulaban rumores de que Hamás planeaba lanzar un ataque. Varios miembros del movimiento detenidos en Israel dijeron que el ataque se había planeado para el 5 de abril, pero se canceló en el último momento.

«En concreto, el volumen de ventas a corto plazo en el EIS alcanzó un máximo el 3 de abril a niveles muy similares a los observados el 2 de octubre», afirmaron.

Los investigadores también analizaron las ventas en corto en el TASE y descubrieron un repunte significativo en los días previos al 7 de octubre. De hecho, las posiciones cortas en el TASE empezaron a aumentar a partir de agosto, pero alcanzaron su punto máximo la semana anterior al ataque. No hay razón para asociar el pico de ventas en corto con la reforma judicial de Netanyahu. Otra vez surge la sospecha de que alguien tenía conocimiento previo del ataque de Hamás, señalaron los autores del estudio.

Los investigadores calculan que vender en corto en el TASE desde mediados de septiembre hasta octubre habría sido enormemente lucrativo. Únicamente en el Banco Leumi, «4,43 millones de nuevas acciones vendidas en corto durante el periodo comprendido entre el 14 de septiembre y el 5 de octubre produjeron unos beneficios de 3.200 millones de shekels (unos 900 millones de dólares), por esta venta en corto adicional».

De acuerdo con los expertos, Hamás había planeado el ataque durante meses y su líder, Yahya Sinwar, parece haber planeado no solo el aspecto táctico, sino también los aspectos logísticos y financieros.

Entretanto, Jackson y Mitts no afirman que la información hubiera procedido necesariamente de Hamás.

Hay que señalar que la venta en corto no es ilegal, y la ley de valores de Estados Unidos no prohíbe aparentemente explotar el conocimiento previo de semejantes ataques. Tampoco se trata de una violación de la información privilegiada en Israel. Pero fuentes israelíes señalaron que Hamás tiene gente con conocimientos financieros y no es inverosímil que estén detrás de estas ventas en corto.

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Adiós, Kissinger, Los desaparecidos de Chile, los muertos olvidados de todas esas naciones que el diplomático estadounidense devastó claman al menos por ese simulacro de justicia que se llama memoria

Henry Kissinger presenta sus respetos ante el féretro con los restos del senador John McCain, en el Capitolio de Washington en agosto de 2018.
Henry Kissinger presenta sus respetos ante el féretro con los restos del senador John McCain, en el Capitolio de Washington en agosto de 2018.KEVIN LAMARQUE / POOL (EFE)

Muere Henry Kissinger, el estratega que marcó la política exterior de EE UU en la segunda mitad del siglo XX El polémico premio Nobel de la Paz ha fallecido a los 100 años en su residencia de Connecticut
Muere Henry Kissinger a los 100 años de edad

Henry Kissinger, el estratega que marcó el rumbo de la diplomacia estadounidense en la segunda mitad del siglo XX, ha fallecido este miércoles, según ha anunciado su oficina. El que fuera secretario de Estado bajo dos presidentes y polémico premio Nobel de la Paz, protagonista del restablecimiento de las relaciones entre EE UU y China, responsable de bombardeos en Vietnam y defensor del golpe de Estado de Pinochet en Chile, ha muerto en su residencia de Connecticut a los 100 años.

Una de las figuras más controvertidas del siglo pasado, inconfundible con sus características gafas de pasta y un acento alemán que nunca terminó de perder, había permanecido activo hasta el último momento: este año, el de su centenario, promocionaba su libro sobre estilos de liderazgo, había testificado ante un comité del Senado sobre la amenaza nuclear de Corea del Norte y en julio pasado se había desplazado por sorpresa a Pekín para una reunión con el presidente chino, Xi Jinping.


Judío nacido en Alemania en 1923 —su nombre original era Heinz Alfred Kissinger—, llegó a Estados Unidos de adolescente, en 1938, huyendo del régimen nazi junto a su familia. Durante la Segunda Guerra Mundial, se alistó en el ejército estadounidense y estuvo destinado en Europa. Tan intelectualmente brillante como arrogante, con un agudo sentido del humor e interesado en numerosas disciplinas, estuvo a punto de inclinarse por los estudios científicos antes de decidirse por las relaciones internacionales. Tras una distinguida carrera académica de 17 años en la Universidad de Harvard, entró en la Administración estadounidense de la mano del republicano Richard Nixon, que lo nombraría primero consejero de Seguridad Nacional y después secretario de Estado durante su mandato.

En los años setenta, desempeñó un papel clave —cuya huella aún perdura, medio siglo más tarde— en la mayor parte de los acontecimientos mundiales de esa etapa de la Guerra Fría. Lo suyo era la realpolitik, el pragmatismo. Su estilo de diplomacia buscaba lograr objetivos prácticos, más que guiarse por principios o exportar ideales políticos. Para sus defensores, consiguió promover los intereses estadounidenses y ampliar la influencia de su país en el resto del mundo, dejándolo en una posición que le acabaría permitiendo vencer en la Guerra Fría y quedar como única superpotencia. Para sus —muy numerosos— detractores, fue una combinación de Maquiavelo y Mefistófeles que nunca llegó a rendir cuentas de unas acciones que dejaron enormes daños y dolor en los países perjudicados.

Encabezó conversaciones sobre el control de armamento con la Unión Soviética que abrieron una vía para modular las tensiones entre las dos superpotencias. Lideró las negociaciones para los acuerdos de paz de París con Vietnam del Norte, que abrieron la salida para Estados Unidos de una guerra impopular, costosa y que parecía interminable. Dos años después de la firma de los pactos, caía Saigón en manos del régimen comunista, mientras los últimos diplomáticos y refugiados huían en helicóptero desde el techo de la Embajada estadounidense.

Con una diplomacia de constantes viajes a los países de Oriente Próximo, amplió lazos entre Israel y sus vecinos árabes. Un maratón de 32 días de reuniones y presiones sobre el terreno consiguió separar al Estado judío y a Siria en los Altos del Golán; un intento similar en 1975, sin embargo, no logró un acuerdo entre Israel y Egipto.

Kissinger fue también uno de los grandes artífices de la aproximación a China: sus dos viajes al gigante asiático, uno de ellos en secreto para reunirse con el entonces primer ministro, Zhou Enlai, abrieron la puerta para la histórica visita de Nixon a Pekín en 1972, que trazó el camino a lo que hasta entonces había parecido impensable: la normalización de relaciones entre Estados Unidos y el país asiático de régimen comunista, tras décadas de enemistad.

Su miedo al establecimiento de regímenes de izquierdas en América Latina lo condujo a apoyar —cuando no promover— dictaduras militares en la región. En 1970, conspiró con la CIA para desestabilizar y conseguir la caída del Gobierno democráticamente elegido de Salvador Allende en Chile.

Su poder como el gran artífice de la política exterior estadounidense creció durante el escándalo Watergate y a medida que se debilitaba el de Nixon, su teórico jefe. La dimisión de este presidente en 1974 disminuyó su influencia, pero no la eliminó durante el mandato del presidente Gerald Ford (1974-1977). A lo largo del resto de su vida continuó prestando asesoría a políticos republicanos y demócratas, escribiendo libros, pronunciando discursos y gestionando una firma de consultoría global.

Si nunca le abandonó la fama, tampoco lo hizo la polémica. Sus políticas en el sureste asiático y su apoyo a las dictaduras en América Latina hicieron que le llovieran acusaciones de criminal de guerra y exigencias de que rindiera cuentas de sus decisiones. Su premio Nobel de la Paz, en 1973, concedido ex aequo junto al norvietnamita Le Duc Tho —quien lo rechazó— fue uno de los más controvertidos de la historia. Dos miembros del comité Nobel encargado de adjudicar el galardón dimitieron.

Además, arreciaron las críticas y las exigencias de investigación sobre el bombardeo secreto estadounidense de Camboya en 1970. Aquella operación tenía como objeto destruir las líneas de suministro que partían de Vietnam del Norte para sustentar a las guerrillas comunistas en el sur. Pero sus críticos consideran que precipitó que los jemeres rojos se hicieran con el control de Camboya y desataran una era de terror en ese país en la que murieron cerca de dos millones de personas.

Tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos, el entonces presidente, George W. Bush, lo eligió para encabezar un comité investigador. La oposición demócrata denunció un conflicto de interés con muchos de los clientes de la consultora de Kissinger, lo que obligó al antiguo secretario de Estado a renunciar al cargo.

Divorciado en 1964 de su primera esposa, Ann Fleischer, con quien tuvo dos hijos, durante una década se granjeó fama de mujeriego pese a no ser exactamente un Adonis —“el poder es el mejor afrodisíaco”, alegaba él—. En 1974 se casó con Nancy Maginnes, colaboradora del gobernador de Nueva York Nelson Rockefeller.

Numerosas veces se le preguntó si se arrepentía de alguna de las medidas que había tomado o apoyado. En una entrevista concedida a la cadena de televisión ABC en julio del año pasado, contestó: “Llevo pensando en esos problemas toda mi vida. Es mi afición tanto como mi trabajo. Así que las recomendaciones que di fueron las mejores de las que era capaz entonces”.

Veredicto sobre Henry Kissinger

Henry Kissinger, uno de los carniceros más prolíficos del siglo XX, murió como vivió: querido por los ricos y los poderosos, independientemente de su afiliación partidaria.

Henry Kissinger ha muerto. Los medios de comunicación ya están produciendo encendidas denuncias y cálidos recuerdos a partes iguales. Quizá ninguna otra figura de la historia estadounidense del siglo XX sea tan polarizadora, tan vehementemente vilipendiada por unos como venerada por otros.

Sin embargo, hay un punto en el que todos podemos estar de acuerdo: Kissinger no dejó un cadáver exquisito. Puede que los obituarios lo describan como afable, catedrático, incluso carismático. Pero seguramente nadie, ni siquiera aduladores de carrera como Niall Ferguson, se atreverá a elogiar al titán caído como un personaje atractivo.

Cómo han cambiado los tiempos.

En la época en que Kissinger era consejero de Seguridad Nacional, Women’s Wear Daily publicó un titubeante perfil del joven estadista describiéndole como «el símbolo sexual de la administración Nixon». En 1969, según el perfil, Kissinger asistió a una fiesta llena de miembros de la alta sociedad de Washington con un sobre con la inscripción «Top Secret» bajo el brazo. Los demás invitados a la fiesta apenas podían contener su curiosidad, así que Kissinger desvió sus preguntas con una ocurrencia: el sobre contenía su ejemplar de la última revista Playboy (al parecer, a Hugh Hefner le hizo mucha gracia y se aseguró de que el consejero de seguridad nacional recibiera una suscripción gratuita).

Lo que el sobre contenía en realidad era un borrador del discurso de Nixon sobre la «mayoría silenciosa», un discurso ahora famoso que pretendía trazar una nítida línea entre la decadencia moral de los liberales antibelicistas y la inquebrantable realpolitik de Nixon.

Durante la década de 1970 —mientras organizaba bombardeos ilegales en Laos y Camboya y permitía el genocidio en Timor Oriental y Pakistán Oriental— Kissinger era conocido entre la alta sociedad de Beltway como «el playboy del ala occidental». Le gustaba que le fotografiaran, y los fotógrafos le complacían. Era una fija en las páginas de cotilleos, sobre todo cuando sus escarceos con mujeres famosas saltaban a la luz pública, como cuando él y la actriz Jill St. John hicieron saltar inadvertidamente la alarma de su mansión de Hollywood una noche, cuando se escabulleron a su piscina («Le estaba enseñando ajedrez», explicó Kissinger más tarde).

Mientras Kissinger galanteaba con el jet set de Washington, él y el presidente —una pareja tan firmemente unida por la cadera que Isaiah Berlin los bautizó como «Nixonger»— estaban ocupados ideando una marca política basada en su supuesto desdén por la élite liberal, cuya moralidad efímera, afirmaban, solo podía conducir a la parálisis. Kissinger desdeñaba ciertamente el movimiento antibelicista, menospreciando a los manifestantes como «universitarios de clase media-alta» y advirtiendo: «Los mismos que gritan “Poder para el pueblo” no van a ser los que se hagan cargo de este país si se convierte en una prueba de fuerza». También despreció a las mujeres: «Para mí las mujeres no son más que un pasatiempo, un hobby. Nadie dedica demasiado tiempo a un pasatiempo». Pero es indiscutible que Kissinger sentía afición por el liberalismo dorado de la alta sociedad, las fiestas exclusivas y las cenas de filetes y los flashes.

Y para que no lo olvidemos, la alta sociedad le correspondía. Gloria Steinem, compañera ocasional de cenas, llamó a Kissinger «el único hombre interesante de la administración Nixon». La columnista de chimentos Joyce Haber lo describió como «mundano, chistoso, sofisticado y un caballero con las mujeres». Hef le consideraba un amigo, y en una ocasión afirmó en prensa que una encuesta entre sus modelos reveló que Kissinger era el hombre más deseado para citas en la mansión Playboy.

Este encaprichamiento no terminó con los años setenta. Cuando Kissinger cumplió noventa años en 2013, a la celebración de su cumpleaños con alfombra roja asistió una multitud bipartidista que incluía a Michael Bloomberg, Roger Ailes, Barbara Walters e incluso al «veterano de la paz» John Kerry, junto con otras 300 personalidades. Un artículo de Women’s Wear Daily —que continuó con su cobertura de Kissinger en el nuevo milenio— informaba de que Bill Clinton y John McCain pronunciaron los brindis de cumpleaños en un salón de baile decorado en chinoiserie, para complacer al invitado de honor de la noche (McCain, que pasó más de cinco años como prisionero de guerra, describió su «maravilloso afecto» por Kissinger, «debido a la guerra de Vietnam, que fue algo que tuvo un enorme impacto en la vida de ambos»). A continuación, el propio cumpleañero subió al escenario, donde «recordó a los invitados el ritmo de la historia» y aprovechó la ocasión para predicar el evangelio de su causa favorita: el bipartidismo.

La capacidad de Kissinger para el bipartidismo era célebre (los republicanos Condoleezza Rice y Donald Rumsfeld asistieron al principio de la velada, y más tarde la demócrata Hillary Clinton entró por una entrada de carga con los brazos abiertos, preguntando: «¿Listos para el segundo asalto?»). Durante la fiesta, McCain se deshizo en elogios hacia Kissinger: «Ha sido consultor y asesor de todos los presidentes, republicanos y demócratas, desde Nixon». Probablemente, el senador McCain habló en nombre de todos los presentes en el salón de baile cuando continuó: «No conozco a nadie más respetado en el mundo que Henry Kissinger».

Sin embargo, gran parte del mundo vilipendiaba a Henry Kissinger. El exsecretario de Estado evitó incluso visitar varios países por miedo a que le detuvieran y le acusaran de crímenes de guerra. En 2002, por ejemplo, un tribunal chileno le exigió que respondiera a preguntas sobre su papel en el golpe de estado de 1973 en ese país. En 2001, un juez francés envió agentes de policía a la habitación del hotel de Kissinger en París para entregarle una solicitud formal de interrogatorio sobre el mismo golpe, durante el cual desaparecieron varios ciudadanos franceses (aparentemente imperturbable, el estadista convertido en asesor privado remitió el asunto al Departamento de Estado y embarcó en un avión con destino a Italia). Por la misma época, anuló un viaje a Brasil después de que empezaran a circular rumores de que sería detenido y obligado a responder a preguntas sobre su papel en la Operación Cóndor, la trama de los años setenta que unió a las dictaduras sudamericanas para hacer desaparecer a los opositores exiliados de las demás. Un juez argentino que investigaba la operación ya había nombrado a Kissinger como posible «acusado o sospechoso» en una futura acusación penal.

Pero en Estados Unidos, Kissinger era intocable. Allí, uno de los carniceros más prolíficos del siglo XX murió como vivió: querido por los ricos y poderosos, independientemente de su afiliación partidista. La razón del atractivo bipartidista de Kissinger es sencilla: fue un estratega de primer orden del imperio estadounidense del capital en un momento crítico del desarrollo de ese imperio.

Veredicto sobre Henry Kissinger

No es de extrañar que el establishment político considerara a Kissinger un activo y no una aberración. Encarnaba lo que los dos partidos gobernantes tienen en común: el compromiso de mantener el capitalismo y la determinación de garantizar condiciones favorables para los inversores estadounidenses en la mayor parte del mundo posible. Ajeno a la vergüenza y a la inhibición, Kissinger fue capaz de guiar al imperio estadounidense a través de un periodo traicionero de la historia mundial, en el que el ascenso de Estados Unidos hacia el dominio global parecía, de hecho, a veces al borde del colapso.

En un periodo anterior, la política de preservación capitalista había sido un asunto relativamente sencillo. Las rivalidades entre las potencias capitalistas avanzadas conducían periódicamente a guerras espectaculares que establecían jerarquías entre las naciones capitalistas, pero que hacían relativamente poco por interrumpir la marcha hacia adelante del capital en todo el mundo. Como ventaja añadida, dado que estas conflagraciones eran tan destructivas, ofrecían oportunidades periódicas para renovar la inversión, una forma de retrasar las crisis de sobreproducción endémicas del desarrollo capitalista.

Es cierto que, a medida que las metrópolis capitalistas afirmaban el control sobre los territorios que se apoderaban en todo el mundo, el imperialismo atrajo la oposición masiva de los oprimidos. Surgieron movimientos anticoloniales para desafiar los términos del desarrollo global en todos los lugares donde se estableció el colonialismo pero, con algunas excepciones notables, estos movimientos fueron incapaces de repeler a las agresivas potencias imperiales. Incluso cuando las luchas anticoloniales tuvieron éxito, soltar las cadenas de una potencia imperial a menudo significaba exponerse a la invasión de otra (en las Américas, por ejemplo, la retirada de los españoles de sus colonias de ultramar significó que Estados Unidos asumiera el papel de nuevo hegemón regional a principios del siglo XX, afirmando su dominio sobre lugares que, como Puerto Rico, los dirigentes estadounidenses consideraban «extranjeros en un sentido doméstico»). Durante todo este tiempo, el colonialismo —al igual que el capitalismo— a menudo parecía en gran medida inquebrantable.

Pero tras la Segunda Guerra Mundial, el eje de la política mundial cambió.

Cuando el humo se dispersó finalmente sobre Europa, reveló un mundo casi irreconocible para las élites. Londres estaba en ruinas. Alemania estaba hecha pedazos, dividida por dos de sus rivales. Japón fue anexionado de hecho por Estados Unidos, para rehacerlo a su imagen y semejanza. La Unión Soviética había generado una economía industrial a una velocidad inigualable, y ahora tenía un verdadero peso geopolítico. Mientras tanto, Estados Unidos, en pocas generaciones, había desplazado a Gran Bretaña como potencia militar y económica sin rival en la escena mundial.

Pero lo más importante fue que la Segunda Guerra Mundial proporcionó una señal definitiva a los pueblos de todo el mundo colonizado de que el colonialismo era insostenible. El dominio de Europa agonizaba. Un periodo histórico caracterizado por las guerras entre las potencias del Primer Mundo (o Norte Global) dio paso a un periodo de conflictos anticoloniales sostenidos en el Tercer Mundo (o Sur Global).

Estados Unidos, tras emerger de la Segunda Guerra Mundial como nuevo hegemón mundial, habría salido perdiendo de cualquier realineamiento global que restringiera la libre circulación del capital inversor estadounidense. En este contexto, el país asumió un nuevo papel geopolítico. En el periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial, la era de Kissinger, Estados Unidos se convirtió en el garante del sistema capitalista mundial.

Pero garantizar la salud del sistema en su conjunto no siempre equivalía a asegurar el dominio de las empresas estadounidenses. Más bien, el Estado estadounidense necesitaba administrar un orden mundial propicio para el desarrollo y el florecimiento de una clase capitalista internacional. Estados Unidos se convirtió en el principal arquitecto del capitalismo atlántico de posguerra, un régimen comercial que vinculaba los intereses económicos de Europa Occidental y Japón a las estrategias empresariales estadounidenses. En otras palabras, para preservar un orden capitalista mundial que defendía ante todo a las empresas estadounidenses —no a las empresas—, Estados Unidos necesitaba fomentar el desarrollo capitalista exitoso de sus rivales. Esto significaba generar nuevos centros capitalistas, como Japón, y facilitar el restablecimiento de economías europeas sanas.

Sin embargo, como sabemos, las metrópolis europeas se estaban escindiendo rápidamente de sus colonias. Los movimientos de liberación nacional amenazaban los intereses centrales que Estados Unidos se había comprometido a proteger, perturbando el mercado mundial unificado que el país quería coordinar. Por tanto, la promoción de los intereses estadounidenses adquirió una dimensión geopolítica más amplia. La élite del poder en Washington se comprometió a derrotar los desafíos a la hegemonía capitalista en cualquier parte del mundo donde surgieran. Para ello, el estado de seguridad nacional estadounidense desplegó una variedad de medios: apoyo militar a regímenes reaccionarios; sanciones económicas; intromisión electoral; coacción; manipulación comercial; comercio táctico de armas y, en algunos casos, intervención militar directa.

A lo largo de su carrera, lo que más preocupó a Kissinger fue la posibilidad latente de que los países subordinados pudieran actuar por su cuenta para crear una esfera alternativa de influencia y comercio. Estados Unidos no dudó en poner fin a tales iniciativas independientes cuando surgieron. Si un país se resistía al camino que le marcaban las condiciones del desarrollo capitalista mundial, los estadounidenses lo sometían a garrotazos. No se podía tolerar el desafío, no con tanta riqueza y poder político en juego. Durante su vida, Kissinger fue sinónimo de esta política. Comprendía sus objetivos y requisitos estratégicos mejor que nadie entre la clase dirigente estadounidense.

Por tanto, las políticas concretas que Kissinger aplicó no tenían tanto que ver con la promoción de los beneficios de las empresas estadounidenses como con la garantía de unas condiciones saludables para el capital en general. Este es un punto importante, a menudo descuidado en los estudios simplistas sobre el imperio estadounidense. Con demasiada frecuencia, los radicales asumen un vínculo directo entre los intereses de determinadas corporaciones estadounidenses en el extranjero y las acciones del Estado estadounidense. Y en algunos casos, esta suposición puede verse respaldada por la historia, como la destitución por el Ejército estadounidense en 1954 del reformador social guatemalteco Jacobo Árbenz, llevada a cabo en parte debido a las presiones de la United Fruit Company.

Pero en otros casos, sobre todo los que encontramos en los espinosos enredos de la carrera de Kissinger, esta suposición oscurece más de lo que revela. Tras el golpe de estado contra el chileno Salvador Allende, por ejemplo, la administración Nixon no presionó a sus aliados de la junta derechista para que devolvieran las minas previamente nacionalizadas a las empresas estadounidenses Kennecott y Anaconda. Devolver las propiedades confiscadas a las empresas estadounidenses era poca cosa. El objetivo principal de «Nixonger» se cumplió en el momento en que Allende fue apartado del poder: la vía democrática de Chile hacia el socialismo ya no amenazaba con generar una alternativa sistémica al capitalismo en la región.

Contrariamente a la sabiduría convencional, la comprobación del expansionismo soviético apenas fue un factor importante que diera forma a la política exterior estadounidense durante la Guerra Fría. Los planes estadounidenses de respaldar el capitalismo internacional por la fuerza se decidieron ya en 1943, cuando aún no estaba claro si los soviéticos sobrevivirían siquiera a la guerra. E incluso al principio de la Guerra Fría, la Unión Soviética carecía de la voluntad y la capacidad para expandirse más allá de sus satélites regionales. Los movimientos de Stalin para estabilizar el «socialismo en un solo país» surgieron como una estrategia defensiva, y Rusia se comprometió con la distensión como la mejor apuesta para su existencia continuada, exigiendo únicamente un anillo de estados tapón que la protegieran de las invasiones occidentales.

Por esta razón, una generación de militantes de izquierda de América Latina, Asia y Europa (basta con preguntar a los griegos) interpretan la llamada Guerra Fría como una venta en serie de Moscú a los movimientos de liberación de todo el mundo. A pesar del histrionismo público de Kissinger en apoyo de la «civilización de mercado occidental», la amenaza de la expansión soviética solo se utilizó realmente en la política exterior estadounidense como herramienta retórica.

Es comprensible, pues, que el formato de la economía mundial no cambiara tan drásticamente tras la caída de la Unión Soviética. La neoliberalización de los años 90 representó una intensificación del programa global que Estados Unidos y sus aliados habían perseguido todo el tiempo. Y hoy, el Estado estadounidense continúa en su papel de garante global del capitalismo de libre mercado, incluso cuando los gobiernos del Tercer Mundo, temerosos de las repercusiones geopolíticas, realizan contorsiones políticas para evitar enfrentarse frontalmente al capital estadounidense. Por ejemplo, a partir de 2002, Washington empezó a respaldar los esfuerzos para derrocar al presidente de Venezuela, Hugo Chávez, aunque los gigantes petroleros estadounidenses siguieran perforando en Maracaibo y el crudo venezolano siguiera llegando a Houston y Nueva Jersey.

La doctrina Kissinger persiste en la actualidad: si los países soberanos se niegan a integrarse en los planes más amplios de Estados Unidos, el Estado de seguridad nacional estadounidense actuará rápidamente para socavar su soberanía. Esto es lo de siempre para el imperio estadounidense, independientemente del partido que ocupe la Casa Blanca, y Kissinger, mientras vivió, fue uno de los principales administradores de este statu quo.

Obituario con hurras

Henry Kissinger por fin ha muerto. Decir que era un mal hombre roza el cliché, pero no deja de ser un hecho. Y ahora, por fin, se ha ido.

Aun así, nuestro alivio colectivo no debe desviarnos de una valoración más profunda. A fin de cuentas, Kissinger debe ser rechazado por algo más que por su singular aceptación de la atrocidad en nombre del poder estadounidense. Como progresistas y socialistas, debemos ir más allá de ver a Kissinger como un sórdido príncipe de las sombras imperialistas, una figura a la que solo se puede hacer frente litigiosamente, en la fría mirada de un tribunal imaginario. Su repugnante frialdad y su despreocupación por sus resultados, a menudo genocidas, no deben impedirnos verle como era: una encarnación de las políticas oficiales estadounidenses.

Al mostrar que el comportamiento de Kissinger es parte integrante del expansionismo estadounidense en general, esperamos reunir una crítica política y moral de la política exterior estadounidense, una política exterior que subvierte sistemáticamente las ambiciones populares y socava la soberanía en defensa de las élites, tanto extranjeras como nacionales.

La muerte de Kissinger ha librado al mundo de un gestor homicida del poder estadounidense, y tenemos la intención de bailar sobre su tumba. Desde Jacobin Magazine han preparado un libro para esta ocasión, un catálogo de los oscuros logros de Kissinger en el transcurso de una larga carrera de carnicería pública. En él, algunos de los mejores historiadores radicales del mundo dividen en episodios digeribles la historia más larga del ascenso estadounidense en la segunda mitad del siglo XX.

En un momento del libro, el historiador Gerald Horne cuenta una anécdota sobre la vez que Kissinger estuvo a punto de ahogarse mientras navegaba en canoa bajo la mayor catarata del mundo. Es una historia divertida, que resulta aún más estimulante al saber que el tiempo ha logrado por fin lo que las cataratas Victoria no consiguieron hace tantas décadas. Pero para que no lo celebremos demasiado pronto, debemos recordar que el Estado de seguridad nacional estadounidense que lo produjo sigue vivito y coleando. Fuente: