El ministro Gallardón denuncia una suerte de velada conspiración, de la que no teníamos noticia, según la cual se obliga a las mujeres a abortar. Se le ocurre, por tanto, que la mejor manera de asegurar las libertades de las mujeres es recortar su derecho a interrumpir su embarazo.
El eliminar derechos por el bien del confundido pueblo es un sorprendente proceder en un señor tan ilustrado como el ministro, pues es característico de gobernantes y de regímenes a los que le creíamos muy ajeno. Pareciera que, en realidad, al ministro Gallardón no le parezca mal el aborto, sino el hecho de que las mujeres no sepan manejarse en asuntos tan trascendentes. Se desprende además de sus palabras que durante estos años las mujeres han sido incapaces de denunciar tal situación de “violencia de género estructural”, un término confuso que, en cualquier caso, las ha forzado a permanecer calladas, incapaces de entender su situación o, quizá, de articular con eficacia una denuncia en un juzgado.
El ministro da a entender, por tanto, que ha tenido que ser él quien alzara el velo y nos descubriera esta conjuración. Que lo hiciera en vísperas del Día Internacional de la Mujer Trabajadora supongo que ha sido una desafortunada casualidad y no fruto de ninguna confabulación. Como padre de una mujer (de 10 meses) pediría al ministro que considerara su decisión y su discurso con respecto a las mujeres. Sería propio de él. Rectificar es de sabios.— José María de la Torre López. El País.
jueves, 8 de marzo de 2012
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