Sí, lo confieso, soy un empleado público. Antes de relatar todas las fechorías que gentes como yo hemos cometido, y que nos han llevado a la actual situación de emergencia nacional, quiero pedir perdón. En primer lugar, a la clase política, por su honradez, valentía, dedicación y espíritu de sacrificio. Al Gobierno, por su altura de miras, su precisión en el diagnóstico y su firmeza en la gestión del bien común y los intereses generales. A sus señorías, por su justa justicia, su independencia y su recta rectitud. A la banca, por su generosidad y altruismo. Y, finalmente, a las gentes de bien, que confiaron en nosotros y a quienes tan groseramente hemos engañado y mentido.
Me acuso, y me declaro culpable, de la barrumbada de cientos de millones de euros repartidos entre los amiguetes para obras sin sentido: puertos sin barcos, aeropuertos sin pasajeros, ciudades de la cultura sin cultura, formación sin objetivos y sin contenido... Me acuso, igualmente, de crear todo tipo de chiringuitos para colocar a familiares, primos, vecinos y demás parentela. Me acuso de los cientos de asistencias técnicas que he sorteado para temas tan enjundiosos como “La salchicha castellana pasado, presente y futuro”, “¿Hay vida en Marte?”… En fin, podría seguir y seguir pero ya conocen ustedes la realidad.
No pido ni perdón, ni comprensión, ni compasión; yo, Funcionario Español, soy el causante de las crisis financiera, económica y política que nos asola, y así lo reconozco; dejo en sus manos el castigo. Muchas gracias y buen juicio.— F. Javier Santos. El País, Santiago de Compostela.
sábado, 24 de marzo de 2012
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