El triunfo de Syriza es, por lo pronto, una gran victoria de la libertad, de la democracia republicana, del sentido común económico y de la dignidad nacional del pueblo griego. Un triunfo frente al miedo esgrimido como único argumento por las amalgamadas fuerzas de la sinrazón económica, el despotismo político corrupto, la prepotencia neocolonial, la xenofobia recrecida y el extremismo antisocial más descarado.
Y es, enseguida, una gran esperanza para todos los pueblos de Europa, muy particularmente de la Europa mediterránea. El cumplimiento mínimo del programa electoral de Syriza exige una renegociación con las autoridades de la UE –y con el BCE— de los términos de su "rescate". Lo que –todo el mundo se percata— no puede sino poner en causa el núcleo mismo de la locura austeritaria procíclica desplegada hasta ahora por esas mismas autoridades y que ha puesto al conjunto de la Unión Europea al borde de la desintegración. La emocionante alocución de Tsipras en la noche de la victoria electoral ha sido un gran discurso de afirmación de la dignidad nacional del pueblo griego, pero también de enfática afirmación de la fraternidad internacionalista. Desde el simbólico Propileo –el lugar de las grandes movilizaciones populares—, ante un masivo público preso de una justificada euforia y rebosante de banderas tricolores republicanas españolas, Bella Ciaos y otros grandes símbolos de la izquierda antifascista internacional, y muy consciente él mismo de las esperanzas que su gran victoria abre a todos los pueblos de Europa, el ya primer ministro griego habló también en calidad de jefe de toda la izquierda democrática continental. Hoy, en efecto, se abre la posibilidad de una época económica y política nueva en el continente.
La victoria de Syriza viene a certificar también –o eso puede empezar a aventurarse ya— una nueva época "ideológica". Para bien y para mal, una nueva época de inclemente dictadura de los hechos objetivos, brutos y desnudos, consiguiente al pinchazo de la enorme burbuja de fantasías ideológicas, eufemismos y "significantes vacíos" de fieros domadores académico-mediáticos de caracoles. En una especie de fuga hacia adelante idealmente negadora de realidades tan palmarias como desagradables, el ilusorio burbujeo de las "modernidades líquidas", las "economías del conocimiento", las "globalizaciones", los "populismos", los "neoliberalismos", las "sociedades de la información", las "biopolíticas", los "postmaterialismos", las "terceras vías", las metafísicas "potencias constituyentes" o las "grandes moderaciones" fue hinchándose en las dos o tres últimas décadas en paralelo al muy real burbujeo financiero del realísimo capitalismo remundializado, contrarreformado, cleptocrático y neorrentista de nuestro tiempo. Los apologéticos soñadores, a derecha e izquierda, de la pesadilla de una nueva Belle Epoque decimonónica "posmoderna" van despertando sobresaltados en medio de la terrible realidad de unos nuevos años 30 del siglo XX: enormes bolsas de pobreza, enorme desigualdad social, creciente polarización social, ominosa destrucción salarial, crecimiento del racismo, la xenofobia, los fundamentalismos religiosos y los pseudonacionalismos étnicos, imperio de la geopolítica descarnada, y –pésimo augurio— patética desorientación de las parlanchinas "elites" políticas e intelectuales tradicionales (a las que les falta ahora hasta la vergüenza torera de Ortega para admitir galanamente que "lo que pasa es que no sabemos lo que pasa".)
Pinchadas, una tras otra, todas las burbujas, lo que se adivina ahora en Europa es esto: con la creciente polarización social inducida por el hundimiento de la economía política que lo hizo posible y vividero, asistimos al colosal hundimiento del sistema de partidos políticos que expresaba políticamente las realidades sociales del capitalismo reformado de posguerra. En el Sur como en el Norte europeos, está seriamente amenazado aquel duopolio de dos grandes partidos de masas (Volksparteien) que competían electoralmente por el "centro". Queda por ver en qué parará ese terremoto del hasta hace poco considerado inamovible duopolio de la representación política. Símbolo donde los haya de su crisis irreversible: Grecia; ayer: nada menos que el actual presidente de la Internacional Socialista, el hasta hace cuatro años todopoderoso señor Papandreu, es ahora el inane capitoste de un grupúsculo extraparlamentario.
Syriza llega al gobierno en una coyuntura relativamente favorable. Cuando resulta evidente para casi todo el mundo –tertulianos y gacetilleros obnubilados aparte— el fracaso de las políticas económicas europeas de consolidación fiscal. Muy pocos días después de que el presidente del BCE, el señor Draghi, haya tenido que salir a la desesperada, a destiempo y con la ridícula "pistolita de agua" de la flexibilización cuantitativa, como ha dicho el gran economista Varoufakis –muy probablemente la principal autoridad intelectual del próximo gobierno de Tsipras—, a tratar de sofocar en solitario, y censurado por las autoridades monetarias alemanas, el pavoroso incendio de la deflación europea.
También resulta ese triunfo muy oportuno en un país, cuyo combativo movimiento obrero y popular, después de 30 huelgas generales –¡que se dice pronto!— y de innumerables marchas y manifestaciones callejeras, comenzaba a dar síntomas evidentes de cansancio y desmoralización. Hay que esperar que el triunfo electoral de Syriza, un partido dotado de gran capilaridad social y notable fuerza sindical organizada, constituido –y madurado— él mismo por la compleja unión de más de una decena de heteróclitos grupos, formaciones y partidos de izquierda, centroizquierda y extrema izquierda, contribuirá también a revigorizar y a dar un nuevo soplo de moral a los movimientos sociales griegos, tanto en su acreditada vertiente de protesta y contestación, cuanto –¡rasgo interesantísimo de la actual experiencia griega!— en su vertiente de cotidiana defensa y afirmación autoorganizada del bienestar y la economía política populares.
Pero también es verdad que Syriza se dispone desde hoy a tomar las riendas del país en pésimas condiciones para un gobierno de izquierdas radicales e insumisas.
Tendrá que hacer frente a un verdadero infierno social heredado de las políticas económicas de la derecha y del PASOK, y empezar a paliar sus efectos más terribles en todos los ámbitos desde el primer momento.
Y también desde el primer momento, tendrá que hacer frente a unas autoridades europeas que oscilarán entre el realismo económico más elemental, que aconseja hacer borrón y cuenta nueva del Memorándum y comenzar a renegociar la quita de la deuda griega –la amenaza de expulsar a Grecia de la Eurozona es un farol de todo punto increíble—, y el temor político a que las mínimas concesiones en esa negociación generen un efecto de entusiasta contagio en todos los países deudores de la periferia europea, y que el ejemplo de Syriza comience a generalizarse, poniendo abrupto fin al económicamente suicida federalismo fiscal autoritario de la actual Unión Europea y acelerando la crisis de los sistemas políticos duopólicos dominantes.
Mención aparte merece el que con toda probabilidad será el principal negociador de Syriza en Francfort, Bruselas y Washington, el amigo y colaborador de SP Yanis Varoufakis, un filomarxista postkeynesiano que goza de gran y merecida reputación académica internacional –también como experto en asuntos europeos— y que es probablemente una de las cabezas política y económicamente más lúcidas de la izquierda mundial. En los peores momentos de la República de Weimar, otro gran economista marxista tuvo que enfrentarse a tareas de gobierno en circunstancias que guardan sorprendentes analogías con la Grecia actual. En la era de la hiperinflación desbocada (1923), fue, en efecto, el competentísimo ministro de finanzas marxista Rudolf Hilferding quien, a diferencia del liberal Schumpeter (ministro de finanzas en Viena), logró encarar el problema y concebir con espectacular –y mal recordado— éxito la brillante idea de yugular la espiral hiperinflacionaria alemana introduciendo aquel "marco-renta" fiduciario que permitió luego la renegociación de la deuda de Weimar con París, Londres y Wall Street. Pero después del crash financiero mundial de 1929, en la siguiente crisis seria (1932), que no fue de hiperinflación, sino todo lo contrario, de deflación, Hilferding fracasó trágicamente. No llegó a comprender el terrible significado de una espiral deflacionaria en la vida económica. Guiado seguramente por prejuicios doctrinales "marxistas" tradicionales, se opuso tenazmente, desde la dirección del Partido Socialdemócrata alemán, al plan del economista jefe de los sindicatos obreros alemanes, Woitinsky, de revivir la agonizante economía alemana con un "programa de coyuntura" consistente en inversiones públicas masivas y enérgicas políticas sociales. Ese plan sindical in extremis –que contaba incluso con el apoyo de una parte del Estado Mayor alemán— fue la última oportunidad de que gozó la República de Weimar para evitar el golpe de Estado de Hitler y Hindenburg en enero de 1933. El gran Hilferding nunca más se recobró de esa aciaga responsabilidad. En lo que hace al protokeynesiano Woitinsky, terminó sus días en el exilio norteamericano como uno de los principales arquitectos del New Deal roosveltiano. Yanis Varoufakis, que no es precisamente un ideólogo doctrinario, y que acaba de presentarse como un científico que discute y delibera como científico, y no como un vulgar politicastro ergotizante, tendrá ahora ante sí una tarea que es relevante también desde el punto de vista de la historia de las ideas económicas: demostrar que un filomarxista postkeynesiano puede enfrentarse con éxito a los demonios de la deflación. Y tal vez el primer paso en esa tarea pase por recordar a las autoridades alemanas –y a toda Europa— que la República de Weimar no cayó por la hiperinflación de 1923, sino, precisamente, por la espiral deflacionaria que no supo dominar en 1932-33.
En cualquier caso, la victoria de Syriza trae consigo varias lecciones sobre la forma de construir hegemonía social, política y espiritual en los martirizados estados de la periferia deudora de la Unión Europea. Sitúa, por lo pronto, con realismo el escenario del enfrentamiento político entre las oligarquías cleptocráticas rentistas y las clases trabajadoras y populares en todo el continente: no hay atajos en el cambio de la correlación de fuerzas en la Unión Europea. Y muestra, claro está, la viabilidad de una salida por la izquierda en esta peligrosa crisis. Una salida que pasa por la reafirmación de la soberanía y de la dignidad nacional de los distintos pueblos de Europa en el marco de la fraternidad internacionalista: por construir un proyecto democrático europeo capaz no solo de resistir, sino también de negociar y de torcer el pulso a las instituciones de la Troika que exigen inútiles sacrificios económicos, sociales y humanos en el altar del "neoliberalismo". La izquierda griega necesitará desesperadamente, más que nunca, que no se la deje sola. Que nos solidaricemos con ella en todos y cada uno de los pasos de las difíciles negociaciones que aguardan en los próximos meses en Francfort, en Bruselas y en Washington. Que hagamos retroceder decisivamente a la derecha neoliberal en cada uno de los estados miembros, empezando por el Reino de España, alterando de la forma políticamente más efectiva la actual relación de fuerzas: con gobiernos de izquierdas como el de Syriza. En definitiva, la consigna y la responsabilidad de las izquierdas europeas, su obligación internacionalista, es clara: construir una, dos, tres, muchas Syrizas, capaces de abrir una nueva etapa política en Europa.
Antoni Domènech · G. Buster · Daniel Raventós.
Antoni Domènech es el Editor general de SinPermiso. Gustavo Búster y Daniel Raventós son miembros del Consejo de Redacción de SinPermiso.
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