"Jueves 24 de agosto 1950. Día 40. Amaneció, salvo en cine, nunca había visto un espectáculo como el que se me presentaba. Dicen que las islas del Pacífico son bonitas, pero esta era maravillosa, eso me parecía". Félix San Mamés Loizaga veía tierra y lo escribía en su diario. Un mes después de partir de Santurtzi (Bizkaia) en un balandro fabricado a escondidas, él y otros ocho vascos atracaban en Trinidad y Tobago. Todavía quedaban 51 días para alcanzar México, tierra prometida donde habían depositado todas sus esperanzas para escapar del franquismo.
El barco de vela de casco pequeño se llamaba Montserrat y acababa de cruzar el Atlántico. Los propios tripulantes lo habían construido encubierto en el taller de embarcaciones Alsa, al lado de un cuartel de la Guardia Civil. "¿Es ese su balandro?" preguntaron dos agentes una noche. San Mamés, pálido, contestó que sí. "Allí han olvidado un saco". Avisaron y se fueron. Nadie sospechó nada hasta que meses después notaron su ausencia.
El balandro fue desguazado hace décadas. 64 años después su espíritu regresa a casa a bordo de una réplica hecha por el propio Félix y donada por sus hijas y nietas al Museo Marítimo de Bilbao. Allí, los descendientes han dedicado a la epopeya una exposición donde recopilan toda clase de objetos: el diario original (publicado en La Travesía del Montserrat), fotografías, una carta de compromiso firmada por los nueve antes de la partida y la misiva de Gobernación de México que concedía a Félix cobijo político y trabajo como técnico de marina en Veracruz son algunas de las joyas.
El grupo fue elegido con sumo cuidado por los hermanos Algorri. Como si prepararan un golpe cinematográfico. Los dueños de Alsa no buscaban amistades, sino trabajadores especializados. Los nueve del balandro eran profesionales del mar. San Mamés, con 24 años, era carpintero y remero. Manuel Barinagarrementería, modelista naval. Agustín Palacios, herrero. José Ramón Bilbatúa, mecánico y encargado del motor. Buscaban huir de la represión franquista. Trataban, en muchos casos, de evitar una cárcel segura.
Pero no todo salió como esperaban. La bobina ardió al llegar a Canarias y un mes de viaje se transformó en tres. Como Colón, hicieron su viaje sin radio, y los aparejos se les rompieron, además, tratando de pescar pesados bonitos oceánicos.
"Tenían suerte. Rodearon los siete huracanes con los que se cruzaron. Lo malo es que no me llevaron", bromea su sobrino Juan José San Mamés, que repitió décadas más tarde la travesía para huir del servicio militar español. Lleva txapela y la ikurriña en el pecho, pero su acento suena a mezcla de vasco e inglés. Se casó con su prima, hija de Félix, y con ella vive en San Francisco, donde produce vainilla ecológica. La exposición vuelve a poner en contacto a las nueve familias. Algunos visitan la tierra de sus ancestros por primera vez.
Félix regresó en 1974. Lo que más le sorprendió a su hija Carmen entonces fue que los vecinos todavía lo reconocieran al pasar. Su única pena: no haber visto a su madre, que murió en 1966, por última vez. Era vasco sin dejar de ser mexicano, y mexicano sin dejar de ser vasco, decía.
El balandro Montserrat desapareció, pero el nombre sigue vivo en su nieta, que, con su acento mexicano, vuelve a casa. Ha dominado el baile del aurresku, aprende euskera y se ha echado novio en Bilbao. Las aguas vuelven a traer a los San Mamés a su origen. Montserrat echa anclas en el puerto de salida.
http://ccaa.elpais.com/ccaa/2014/11/11/paisvasco/1415734003_625967.html
sábado, 3 de enero de 2015
Los nueve del balandro. Un grupo de vascos se fabricó su propio bote en 1950 para escapar a México y huir de la represión franquista. Sus descendientes recuperan su memoria
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