sábado, 11 de abril de 2015

Alemania, en dos tiempos. Los ojos de su nieta le explicaron todo lo que estaba viendo en los suyos, Alemania, años sesenta, el frío, la primera explotación…

Se empeñó en ir a buscarla al aeropuerto.

Su hijo y su nuera no sólo no lo entendieron, sino que hasta se enfadaron un poco con él. Se dio cuenta de que interpretaban su insistencia como una muestra de senilidad, pero se mantuvo firme. Ya sabía él que desde el pueblo hasta Barajas había más de cien kilómetros, que el coche era pequeño, que en el maletero no había suficiente espacio para el equipaje de su nieta, que tendría que hacer el viaje de vuelta con un bulto sobre las rodillas, pero no cedió. Él tenía sus motivos, y ni su hijo ni su nuera podrían entenderlos. Su nieta sí, y por eso era imprescindible que le encontrara en el vestíbulo del aeropuerto.

Al principio, cuando llamaba sólo una vez a la semana para contar problemas, él estaba tranquilo. Su hijo tampoco lo entendía. Hemos estado hablando con la niña por Skype, le contaba, como si él supiera lo que le estaba diciendo, y la hemos encontrado animada, ¿sabes?, aunque dice que todo es muy difícil, que las cosas no son como las pintan aquí, que ha encontrado una habitación que no le gusta mucho, porque las que le gustan son muy caras, en fin… Él no sabía lo que era Skype, pero sabía lo que le pasaba a la niña y todavía no estaba preocupado.

La niña se llamaba Laura, tenía 24 años, y había empezado un máster en Biología Molecular que no había podido terminar porque su madre ganaba exactamente la mitad desde que el ERE de su empresa la pasó por encima, obligándole a aceptar un contrato a tiempo parcial, y el sueldo de su padre no daba para tanto. Él se ofreció entonces a pagar la matrícula, pero su nieta no quiso aceptarlo. Yo te lo agradezco en el alma, le dijo, pero, tal y como están las cosas, es mucha responsabilidad… Después, con una madurez que enterneció al anciano, enumeró sus razones.

Tenía dos hermanos más, y el pequeño aún no había terminado el Bachiller, la empresa de su madre no iba bien, el negocio de su padre pasaba por demasiados baches. No es justo que te lo gastes en mí, concluyó. Es mejor que lo guardes y que esperemos a ver qué pasa. Yo, de momento, he decidido irme a Alemania. Tengo un par de compañeros que han encontrado trabajo allí. Intentaré ahorrar todo lo que pueda, y… No me mires así, abuelo.

Él no era consciente de estar mirándola de una manera especial, pero se equivocaba. Los ojos de su nieta le explicaron todo lo que estaba viendo en los suyos, Alemania, años sesenta, un viaje en tren que no terminaba nunca, el frío, el desconcierto, la incapacidad para comunicarse en un idioma infernal, la primera decepción, la primera explotación, una adaptación trabajosa, un progreso incierto, y luego, de golpe, una vida distinta, otro idioma, otro clima, otras costumbres, otra manera de trabajar y, al fin, mucho más dinero. Él había emigrado y le había ido bien, pero después de nueve años, cuando consiguió ahorrar lo que se había propuesto, decidió volver. Tenía compañeros que se habían quedado, pero él había vuelto y nunca se había arrepentido.

Su nieta no quiso que le diera nombres, ni direcciones, pero él se empeñó en meterle una nota en el bolsillo cuando fue al aeropuerto a despedirla. Desde entonces no había pasado ni un año y su nieta había ido mucho más deprisa que él, quizá porque en los años sesenta del siglo XX había trabajo de sobra para quien lo quisiera, y ahora no lo había.

La niña ha vuelto a llamar, empezó a contarle su hijo demasiado pronto, y eso que llamó anteayer, pero está muy contenta. Ha encontrado dos trabajos, uno por la mañana y otro por la tarde, y no le pagan mucho, pero la he encontrado más ilusionada, no sé, con más esperanza… Malo, pensó él, aunque no quiso decirlo en voz alta. Malo que llame tan seguido, malo que dé tan buenas noticias, malo… Por eso, la tercera etapa no le cogió por sorpresa. Cuando su nieta volvió a llamar poco, menos que al principio, para contar que echaba mucho de menos a la familia, que los días eran muy oscuros, que estaba muy triste aunque le iba muy bien, por fin habló con su hijo.

Si te dice que está pensando en volver, dile que vuelva, que nosotros también la echamos mucho de menos. Pero ¿qué dices?, protestó él. ¿Ahora va a volver? ¿Ahora que tiene dos trabajos, que está contenta, que ha hecho amigos? Ni hablar, yo no le digo eso. Que sí, hazme caso, replicó su padre. Lo demás, que no tenía dos trabajos, que no estaba contenta, que no había hecho amigos, se lo guardó para sí mismo.

Por eso, cuando Laura llamó por última vez para anunciar que ya se había sacado el billete, se empeñó en ir a buscarla al aeropuerto.

Por eso, cuando salió por la puerta y le vio, se lanzó a sus brazos antes de abrazar a su padre, antes de besar a su madre.
Fuente: El País.
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