Hay buenas razones para alegrarse por esta vuelta al crecimiento. Que pueda favorecer al Gobierno en sus expectativas electorales no es motivo para negar la realidad. Ahora, se trata de que sus beneficios rebosen y lleguen al conjunto de la sociedad.
¿Cómo se deberían utilizar los mayores ingresos que trae la recuperación para las arcas públicas? Hay tres opciones: 1) Acelerar la reducción del déficit público y la deuda. 2) Reducir impuestos a ciudadanos y empresas. Y, 3) Combatir la desigualdad y la pobreza instauradas por la crisis.
Las tres opciones tienen sus partidarios. La primera permitiría la reducción de los desequilibrios fiscales y financieros fortaleciendo la confianza de los inversores. La segunda aliviaría la presión fiscal sobre ciertos grupos, especialmente los de ingresos medios y altos, y podría estimular la demanda. Es la opción que más probabilidades tiene dado el tiempo electoral. Pero la más benéfica para la sociedad y para un crecimiento sano es la tercera. Veamos porque.
España vive una situación que se puede calificar de emergencia social. Una emergencia con riesgo de abocar a una fractura social prolongada, cuando no permanente. De acuerdo con los datos publicados por la OCDE en su trabajo "Society at a Glance 2014. The crisis and its aftermath"(www.oecd.org/social/societyataglance.htm) la caída de los ingresos de los hogares españoles durante la crisis es la más fuerte entre los países de la eurozona.
Siendo esta caída muy intensa, el problema se agudiza porque se ha concentrado en los hogares de menores ingresos. El 10 % más pobre ha visto disminuir sus ingresos en un 14 % anual. Es también, con gran diferencia, la mayor caída entre todos los países de la OCDE, en los que la media ha sido un 2%.
Este desplome de ingresos en la parte baja de la sociedad ha provocado dos graves efectos. Por un lado, un fuerte aumento de la desigualdad. Por otro, la aparición de pobreza de jóvenes y la pobreza infantil. La pobreza de niños surge de hogares formados por jóvenes sin ingresos o con empleos de bajos salarios.
La pobreza de las generaciones jóvenes es el riesgo más grave al que nos enfrentamos como sociedad. Un riesgo que se agudiza porque se puede cronificar, provocando una fractura social duradera.
¿Por qué ha aparecido esta pobreza en España? Por dos razones. Una evidente y previsible; la otra sorprendente e inesperada.
La mayor intensidad del paro en España y su concentración en personas de salarios bajos explica parte de la caída de ingresos de los hogares pobres, tanto de los pobres sin ingresos como de los pobres con empleos de bajos salarios. Este efecto de la recesión era algo previsible.
Lo que no era es el efecto perverso que ha tenido el sistema español de prestaciones sociales y ayudas públicas. Los datos de la OCDE muestran que del total de transferencias a los hogares, el 30 por ciento más rico recibe más que el 30 por ciento más pobre. El mundo al revés, se redistribuye hacia arriba. Los pensionistas y las personas mayores están mejor protegidos que los más jóvenes frente al riesgo de caída de ingresos.
¿Podrá la recuperación económica reducir esta pobreza y curar la herida social? No. La recuperación por si sola no sacará a los parados de larga duración de la cuneta del paro. La evidencia la tenemos en lo ocurrido en la salida a las crisis de los ochenta y noventa. Como recordarán, las recuperaciones de esos años dejaron un elevado paro estructural. Ahora puede ocurrir lo mismo, pero con el agravante de la pobreza y la pérdida de emancipación de los jóvenes.
Esta crisis social no es sólo un problema para los afectados. Lo es para la sostenibilidad de la propia recuperación económica. La investigación económica reciente, entre ella la del FMI, muestra que la desigualdad y la pobreza perjudican el crecimiento, al hacerlo más volátil y de menor calidad.
Volvamos a la pregunta inicial, ¿cómo utilizar los mayores ingresos fiscales de la recuperación económica? La prioridad absoluta debería ser ayudar a estos grupos más desfavorecidos. Es una cuestión moral para una sociedad decente; pero es también una cuestión de buena economía.
Para lograrlo la mejor opción no es la rebaja de impuestos. Los grupos de bajos ingresos se benefician poco, si lo hacen, de las rebajas de IRPF y de IVA.Hay formulas más eficaces para lograrlo. Algunas han comenzado a ser discutidas en nuestro país. Habrá ocasiones para comentarlas.
Pero, hoy por hoy, lo más urgente es tomar conciencia del problema. De momento la pobreza de niños y jóvenes es una enfermedad oculta, asintomática. No está en el debate público ni en la agenda política. Para curarla, lo primero es hacerla visible.
ANTÓN COSTAS 24 MAY 2015 - El País
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