El psicólogo Rafael Santandreu comienza a recibir por estas fechas a pacientes que tienen pánico a las vacaciones. Pasar un mes sin hacer nada es aterrador: muchos incluso han de tomar ansiolíticos. No es tan raro como parece. Peter Toohey recoge en Boredom: A Lively History (Aburrimiento: una historia animada), una postal que recibió un mes de agosto: “He pasado unas vacaciones maravillosas. Llovió todo el tiempo. No tuve que llevar a los niños a la playa ni una sola vez. Pude acabar un montón de trabajo”.
“En nuestra sociedad hay fobia al aburrimiento”, explica a Verne Santandreu, autor de Las gafas de la felicidad. No exagera: el tiempo vacío asusta tanto que el 25% de las mujeres y el 66% de los hombres encerrados en una habitación durante 15 minutos prefiere darse una leve descarga eléctrica antes de no hacer nada, según recoge Scientific American. Cualquier cosa vale con tal de matar el tiempo.
Como recoge Toohey en su libro, de entrada hay motivos para temer al aburrimiento. El tedio crónico está asociado con un mayor riesgo de “desarrollar ansiedad, depresión, adicción al alcohol o a las drogas, ataques de ira, comportamiento agresivo y carencia de habilidades interpersonales, además de unos resultados pobres en el trabajo y en la escuela”.
Encontramos un ejemplo de casi todo a la vez en Jack Torrance, el protagonista de El resplandor. Encerrado en un hotel todo el invierno con su familia, es incapaz de superar su alcoholismo y escribir su novela, y cae víctima de un aburrimiento que le lleva a las alucinaciones, a la ira y a abrir puertas con un hacha.
“No existe el exceso de aburrimiento -afirma Santandreu-. Existe una mala vivencia del aburrimiento”. El psicólogo lo compara a una superstición: si tienes miedo a que se te cruce un gato negro, lo pasarás mal cuando ocurra tal cosa, pero eso no significa que un gato negro de verdad provoque mala suerte.
El aburrimiento, igual que el pobre gato, no tiene nada de malo, según Santandreu: “Es muy importante recuperar el gozo de no hacer nada”. El tedio forma parte de “nuestra naturaleza, nos pone en un estado mental de calma y de felicidad y es un gran activador de grandes tareas”. Santandreu recuerda una cita de Blaise Pascal que les hubiera venido bien a Torrance y a los participantes en el estudio de las descargas eléctricas: “Todos los males de los hombres vienen de una sola cosa: de no saber quedarse tranquilos en una habitación”.
Tenemos que aprender a disfrutar de estos ratos en los que no hacemos nada o no hay nada que podamos hacer. Desde la infancia: “Los niños están sobreestimulados -explica Santandreu-. No saben aburrirse y esto puede provocar un aumento o un empeoramiento del trastorno por déficit de atención”. Santandreu incluso sugiere que en las escuelas los niños deberían dedicar tiempo a “no hacer nada, a mirar la pared durante una hora” para perder este miedo al hastío. De hecho, el propio psicólogo explica que el cuarto de hora que tiene libre entre paciente y paciente lo dedica “a mirar por la ventana”.
No hacer nada sirve de mucho. Toohey cita una encuesta en la que se afirma que el aburrimiento “puede contener un potencial de reflexión importante y puede ser un estímulo a la creatividad”. El aburrimiento nos permite soñar despiertos e imaginar soluciones y alternativas. Es “una oportunidad para el pensamiento y la reflexión o la relajación”. Lars Svendsen añade en Filosofía del tedio que el aburrimiento "presupone un momento de reflexión sobre uno mismo, de contemplación de la propia situación en el mundo”.
Santandreu va más allá: todo esto suena muy bien, pero si nos aburrimos sin obtener ninguna ventaja positiva a cambio, “¿cuál sería el problema? El objetivo de la vida no es producir constantemente mercancías tangibles o intangibles”. El psicólogo recomienda “recortar y ralentizar”. Es decir, “prescindir de tareas, de medios” y “hacer las cosas más despacio y prestando más atención”.
Santandreu relaciona la mala prensa que tiene el aburrimiento con la sociedad de consumo y del ocio, que quiere que siempre estemos “ocupados o haciendo cosas emocionantes”. En este sentido, Toohey recuerda que “el tiempo libre, para Adorno, está conducido por la misma comercialización que el tiempo de trabajo: el trabajo genera beneficios y el tiempo libre debe hacer lo mismo”.
Según Santandreu, internet es uno de los principales responsables de la ociofobia, por usar el término acuñado por el propio psicólogo: “Es un suministrador de información arrollador”. En muchos casos se trata de contenidos pensados para “durar poco tiempo, de un uso muy limitado”.
Internet no está solo: "La obsesión de nuestra cultura con fuentes externas de entretenimiento -la televisión, internet, los videojuegos- podría jugar un papel en el incremento del aburrimiento", escribía Anna Gosline en Scienfic American. Eso sí, internet tiene la ventaja de la ubicuidad. Sacamos el móvil nada más llegar a la parada de autobús o buscamos algo que hacer con nuestra tablet mientras pasan las horas del domingo. Lo hacemos tan a menudo que Google incluso completa la búsqueda con referencias al aburrimiento cuando empezamos a preguntarle por cosas que podemos hacer.
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