Géraldine Schwarz (Estrasburgo, 46 años), periodista e historiadora franco alemana, escribió hace tres años un libro en el que tocó una grave herida que implicaba a su abuelo paterno que, como muchos alemanes, miraron a otro lado cuando Hitler llegó y organizó la persecución de los judíos. Ese libro, Los amnésicos (Tusquets, 2019), ha tenido un intenso recorrido mundial. Trata de Europa, de lo que pasó entonces y de lo que nos siguió pasando, como continente y como civilización. El abuelo de Schwarz, un industrial de Manheim, que se enriqueció con el expolio a los judíos, le dio razón para investigar cómo su antepasado miró para otro lado durante el horror nazi y visitó a descendientes de los que pudieron escapar de Alemania. “Busqué las fuentes e intenté ser con mis abuelos alemanes lo más justa posible”. Solo una tía se enfadó. Su padre, su mayor fuente, estuvo orgulloso de contarlo…, pero se preocupó un poco “hasta que el libro tuvo éxito”. Su esencia franco alemana la ha llevado a fijarse en lo que ocurre en Europa como institución y como territorio, metido (como reconoció la canciller Angela Merkel) en algo peor que aquella guerra desatada por los nazis. De esta nueva guerra del mundo habla por Skype desde Berlín, donde está confinada.
Pregunta. ¿Cómo afronta el continente este desafío?
Respuesta. Están la Comisión y las sociedades. La Comisión no reacciona tan mal. Eran un equipo de tecnócratas decidiendo reglas y pidiendo a los países que se adaptaran. Y por primera vez en la historia adaptan sus reglas a los acontecimientos. No lo debemos subestimar porque es muy nuevo. Tienen muchas dificultades para hallar una línea común entre el Nosotros [Merkel] y el Yo [Macron]. Pero hay, aunque tardías, señales positivas: Francia y Alemania juntas entregaron más mascarillas a Italia que China. Muchos enfermos franceses fueron cuidados en Alemania y Suiza. Y pacientes italianos han sido cuidados en Francia. Esto también es nuevo, y pasa en Europa. Pero a la Comisión no se le da bien promover este tipo de solidaridad. Es verdad que a Italia la dejaron sola demasiado tiempo, y es inaceptable. Ahora están tratando de arreglar los errores, y la Comisión ha pedido perdón a Italia. Pero esta coronacrisis no es un examen solo para Europa, sino para sus valores, basados en la democracia y la libertad.
P. ¿En qué sentido es un examen?
R. Con la pandemia y las medidas excepcionales estos valores están amenazados. ¿Seremos capaces de combinar la emergencia sanitaria con la democracia? Este es el gran examen de Europa: la capacidad para demostrar que los problemas sanitarios se gestionan con más eficacia en una democracia que en una dictadura como China. Hay una guerra de propaganda sobre la gestión de estos temas. China está intentando probar que un modelo autoritario lo hace mejor. Y esto es muy peligroso. Porque la gente está escuchando.
P. Por escribir en EL PAÍS eso Mario Vargas Llosa vio sus libros prohibidos en China…
R. ¡Hay más muertes en China de las que dicen las autoridades! El gran desafío del siglo XXI será la información. Esta pandemia será el gran desafío, pero después de eso vendrá el cambio climático. Estamos ensayando para una guerra aún peor. La respuesta tiene que ser colectiva. No solo de las instituciones, sino también de las personas. Aquí es donde mi libro Los amnésicos se vincula con lo que sucede. Es una crisis que muestra que la población, en todo el mundo, tiene una responsabilidad, no puede mirar para otro lado. Lo mismo pasa con el calentamiento global: al final los individuos tienen que adquirir responsabilidad. Es el tema de mi libro. La crisis demuestra también que la responsabilidad colectiva no equivale a la igualdad entre los países europeos, porque el norte no se comporta como el sur y es notorio que ambos lados no requieren medidas de confinamiento, por ejemplo, tan estrictas….
P. Cuando teníamos las respuestas nos cambiaron las preguntas…
R. Pues eso es lo que ocurre. Pero hay respuestas, están en el pasado. La historia no se repite, pero los mecanismos de cómo la sociedad responde a los problemas son siempre los mismos. Por eso tenemos las respuestas en la historia. Porque no hemos cambiado. Las reacciones colectivas son iguales. Somos animales, no debemos olvidarlo. Frente al miedo, la incertidumbre y la falta de orientación reaccionamos siempre igual. Pero si sabemos que reaccionamos así nos controlamos. Por eso tenemos una civilización. La pregunta de hoy es cómo, en una situación así, mantenemos nuestras libertades. Desde que el Muro cayó en Alemania y llegó la libertad a Europa del Este, todo el mundo pensó que con la libertad llegaría la democracia. Y no fue así. Esto es muy importante.
No pensé que la gente renunciaría así a la libertad por la seguridad
P. ¿Ahora está a prueba la libertad?
R. La libertad hay que aprenderla, no es algo que siempre se sepa. No es un valor absoluto. Esto es lo que nos demuestra la pandemia de una manera brutal: que la gente es muy capaz de decir no a la libertad. Yo no pensé que, en nuestra época, la gente dijera con tanta facilidad no a la libertad en nombre de la seguridad. Eso me asusta mucho. Estas leyes de confinamiento han sido aprobadas por casi el 100% de la población y en los medios apenas oigo críticos del confinamiento. Nadie lo pone en duda. Y, como en España, las reglas son muy estrictas, a veces del todo ridículas. No puedes nadar en el mar, aunque la playa esté desierta, no puedes ir sola al monte… Es ridículo. Pero la gente obedece de un día para otro. ¿Son reglas proporcionales a la amenaza? Por eso, volviendo a mi libro, observé con mucho interés: Angela Merkel no dio ese paso; puede que lo dé, pero hasta ahora no lo ha dado. Primero, porque en la historia de Alemania se han cometido muchos abusos en nombre de la seguridad. Es algo que no se puede hacer alegremente. Merkel, además, siempre habla de los valores de la democracia, y esta es una diferencia importante con Francia. Ella piensa que sus ciudadanos tienen un sentido democrático, conscientes por tanto de que la situación no es normal y puede ser peligrosa. Aquí políticos, intelectuales, periodistas discuten sobre los riesgos democráticos del confinamiento. Y por qué debe hacerse corto, porque la gente podría acostumbrarse.
Debemos demostrar que este problema se gestiona mejor en democracia
P. ¿Eso le da miedo?
R. Lo que más miedo me da de los efectos democráticos de la pandemia es lo fácil que la gente renuncia a la libertad. El juego de la democracia es algo que la gente aún no comprende del todo, de forma que no es capaz de juzgar cuando se cometen abusos. Puede pasar cuando venga la crisis del cambio climático, que en nombre de la salud se imponga, por ejemplo, una especie de dictadura verde…
P. Y, con respecto a los efectos sanitarios, ¿le da miedo lo que sucede?
R. Tengo padres; mi padre está enfermo de cáncer, mi madre tiene 77 años. No me junto con ellos, para no contaminarlos, claro. Siento todo esto muy de cerca, nos asusta. Pero no me gustó el confinamiento total que vi en Francia, de donde vine hace poco. Aquí hay reglas, pero puedes circular por la ciudad sin que te arreste la policía, si vas de uno en uno de dos en dos… Aquí escucho a Bach en la televisión, mientras que en Francia lo único que hay es coronavirus... Hay una espiral de información que crea un pánico existencial. Es innecesario y en realidad es muy peligroso. Puedes sentirlo, puedes estar muy preocupado, por ti mismo o por tus padres, pero no hace falta este pánico existencial alimentado por los medios constantemente, o por leyes demasiado estrictas. La gente se está volviendo loca. No acabará bien. No es una forma apropiada de lidiar con esta situación la de meterle miedo a la gente. Uno de los desencadenantes para que Alemania se volviera bárbara y criminal en el Tercer Reich fue el miedo. El miedo desata lo peor de los seres humanos. Leo que hay vecinos que denuncian a sus vecinos porque puede que tengan el virus… No sé si pasa en España. El miedo saca lo peor de nosotros. Y por eso se puede repetir la historia.
https://elpais.com/cultura/2020-04-05/geraldine-schwarz-la-espiral-de-panico-es-peligrosa.html?rel=lom
“Nadie tiene derecho ( la obligación, el deber) a ejecutar una orden que implica una acción criminal.” Ese fue el argumento que enarboló Fritz Bauer, un fiscal judío que tuvo que exiliarse antes de que estallara la Segunda Guerra Mundial para escapar de los nazis y que fue uno de los protagonistas de la lucha por que Alemania se enfrentara a su pasado, condición indispensable para la construcción de una nueva democracia. Era la réplica a quienes, como Adolf Eichmann –juzgado y ahorcado en Israel gracias a la intermediación del propio Bauer: la República Federal de Alemania de Adenauer se desentendió cuando lo encontraron escondido en Argentina–, se defendieron diciendo que solo obedecían órdenes: “Mi falta es mi obediencia, mi sumisión.”
Ese mismo argumento es el que sostiene la periodista Géraldine Schwarz (Estrasburgo, 1974) en su estupendo ensayo Los amnésicos, ganador de varios premios, entre ellos al mejor Libro Europeo 2018: quienes consintieron, miraron para otro lado o se aprovecharon de las circunstancias que impuso el régimen de Adolf Hitler son también culpables, aunque no mataran a nadie con sus propias manos.
Schwarz se centra en los Mitläufer, los “que siguen la corriente”; como sus cuatro abuelos: ella es de origen francés por vía materna y alemán por vía paterna. Esa doble condición la empujó a estudiar las diferentes maneras en que se gestionó la memoria de lo sucedido a mediados del siglo XX en Europa, cómo en unos países se hizo un trabajo de memoria más temprano y envidiable (Alemania), mientras que en otros se tardó demasiado, se pusieron excusas o se maquilló la realidad (Francia, Austria, Italia). Es decir: partiendo de la historia familiar, la autora cuenta parte de la historia de Europa, de ahí la importancia del subtítulo del ensayo: Historia de una familia europea: “Tejer dos hilos juntos, dar amplitud al relato familiar sometiéndolo al juicio de la Historia, a la sabiduría de los historiadores, esos detectores de mentiras y de mitos. […] Quiero comprender lo que era para saber lo que es, devolver a Europa sus raíces, que los amnésicos intentan arrancarle”, escribe en la presentación.
Memorial del Holocausto en Berlín (foto: alamy)
Schwarz quiere contribuir a romper esa “conspiración del silencio” de la que hablaba W. G. Sebald, ese bloqueo que impedía a quienes vivieron aquellos años, tanto a las víctimas como a quienes consintieron, hablar de lo sucedido. Un ejemplo de ello es el abuelo paterno de la autora, quien se afilió al NSDAP (Nationalsozialistische Deutsche Arbeiterpartei) por comodidad y no por convencimiento. Y que, como muchos, aprovechó la necesidad de los judíos de vender sus negocios para sufragar su exilio y en 1938 compró a los hermanos Löbmann su pequeña empresa de productos petrolíferos. Gran parte de la familia Löbmann murió en campos de concentración, pero uno de los hermanos llegó a Estados Unidos y quiso ser compensado cuando, acabada la guerra, en la zona de ocupación americana se aprobó la Rückerstattungsgesetz (ley sobre la restitución). El abuelo de la autora se defendió, no solo porque económicamente le suponía un enorme agravio tener que pagar: verse de repente frente a frente con la realidad le resultó intolerable. E insistió en culpar a los judíos, y no a los nazis, de haber llegado a esa situación. El padre de Géraldine nunca consiguió que el abuelo le hablara del pasado.
Los abuelos paternos de Géraldine Schwarz con sus hijos en 1942, cerca de Mannheim (foto del archivo familiar, incluida en el libro)
Por otro lado, la abuela defendía al Führer porque, como la mayoría de la población, se dejó encandilar por la “impresionante empresa de seducción” del Reich, que usaba la cultura como instrumento de distracción y le permitió hacer un inolvidable crucero. No era antisemita. Tampoco hablaba con sus hijos sobre el pasado. Pero acabó suicidándose. El abuelo materno, francés, fue gendarme bajo el régimen de Vichy. Schwarz no conoce mucho sobre su historia, aunque supone que colaboró sin convencimiento. Una familia de Mitläufer.
La autora también alude a que hubo responsables y aprovechados en el otro bando. Por ejemplo, recuerda los bombardeos sobre civiles alemanes que ordenó la Area Bombing Directive británica. Al comandante en jefe de la Royal Air Force Arthur Harris lo apodaron “Bomber Harris”, y en 1992 se inauguró una estatua en su honor en Londres. También se menciona que para los tribunales en los que se juzgaba a los verdugos del Tercer Reich suponía un problema evitar mencionar “los crímenes de guerra de los Aliados”. O que, durante el proceso de desnazificación, ingleses, estadounidenses, franceses y soviéticos sacaron provecho del conocimiento tecnológico de los alemanes, sobre todo en el sector armamentístico.
Karl Schwarz, abuelo de la autora, que en 1938 compró la empresa del judío Julius Löbmann (foto del archivo familiar, incluida en el libro)
Los amnésicos no es original en eso de contar la historia a través de las historias. Por citar un ejemplo reciente, y aunque con un tono menos novelado, este ensayo recuerda a Tal vez Esther, de Katja Petrowskaja (Adriana Hidalgo Editora, 2015). Sin embargo, Schwarz va un paso más allá. El recorrido que traza, pasando de sus abuelos a sus padres y luego a su propia biografía, conduce hasta la actualidad, y en la gestión de la memoria histórica encuentra el motivo del auge del populismo de extrema derecha en nuestro continente: la Lega de Matteo Salvini en Italia, el FPÖ de Heinz-Christian Strache en Austria o el Frente Nacional de Marine Le Pen en Francia son consecuencia de un mal trabajo de memoria. También el AFD alemán, que obtiene mejores resultados en los Länder que pertenecieron a la República Democrática de Alemania, donde tras la caída del Muro de Berlín se arguyó que la Unión Soviética frenó al nazismo.
Rico en referencias a historiadores e intelectuales como Hannah Arendt, Karl Jaspers, Theodor Adorno y Max Horkheimer, con abundantes alusiones a la literatura y la cinematografía que ha tratado los mismos temas y con un certero epílogo de José Álvarez Junco, Los amnésicos es una interesante radiografía del pasado europeo para explicar su presente, pero también para alertar sobre lo que podría suceder si se menoscaban los valores democráticos que tanto ha costado conquistar: “El camino de una Europa a la otra es el de una inversión de la moral.”
Fuente: https://www.letraslibres.com/espana-mexico/revista/geraldine-schwarz-sin-memoria-no-hay-democracia
https://elpais.com/elpais/2019/08/30/ideas/1567159752_275499.html
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