Belén Gopegui analiza el género de la autoayuda como si fuera ficción narrativa y lo subvierte cambiando la escala individual y narcisista por otra política y de acción común
Las tesis doctorales tienen mala prensa en el negocio editorial. Cuando una editorial no académica acepta su publicación, suele exigir, para no ahuyentar a los lectores, una reducción de páginas, el desbastamiento del estilo y el disimulo —o supresión— de su aparato erudito. Por eso, adquiere una significación singular que la novelista Belén Gopegui no solo no haya maquillado en este ensayo su tesis Ficción narrativa, autoayuda y antagonismo. Un caso de escritura (2018), sino, muy al contrario, haya exhibido su condición originaria incluyendo, a manera de prólogo, la defensa dirigida al tribunal. El gesto inusual se añade a dos audacias que ya estaban en la tesis: de un lado, el tema y el enfoque: los libros de autoayuda, leídos como textos de ficción; y de otro, la incorporación de un texto creativo, Desesperación silenciosa de la vida diaria. Manual de uso —publicado ya en Debolsillo en 2020—, en el que se subvierten las características del género para encauzarlo hacia unos efectos que rebasan al lector individual y apelan a una comunidad intersubjetiva, esto es, que aspira a transformar la autoayuda en socioayuda. Esta yuxtaposición de ensayo analítico y pastiche crítico de la autoayuda logra una unidad de propósito meridianamente clara y beligerante: la defensa de la acción organizada de los dañados y descontentos para combatir las taras gigantescas del capitalismo de consumo en que vivimos.
Conviene advertir que en el ensayo no hay ingenuidad ni idealismo vacuo, sí la profunda convicción de que esta sociedad atomizada y crecientemente deshumanizada es la que produce, a través de causas intermedias (un mercado laboral enfermizo; unos modelos de felicidad falaces; una gestión anómala de los méritos y las recompensas…), una ingente masa de frustración y sufrimiento, y eso me parece poco discutible. Los libros de autoterapia o autoayuda suelen implicar que la razón de esa desdicha reside en el mismo sujeto, en su disfuncionalidad (afectiva, caracterial, conductual) a la hora de adaptarse al medio, y no en las circunstancias objetivas que lo rodean, por lo que le ofrecen baterías de instrucciones, consejos y exhortaciones con el fin de que él o ella cambien y todo siga como hasta ahora. La decisión metodológica de Gopegui de leer estos libros como ficciones narrativas le permite interrogarlos acerca de quién habla, a quién se dirigen y sobre todo qué cuentan o, más lúcidamente, qué cuentan con lo que cuentan y también con lo que omiten. El análisis pone de manifiesto cómo este tipo de best sellers consoladores contribuyen a perpetuar unos modelos de subjetividad dóciles y autopunitivos a la vez que un sistema socioeconómico que tritura a los más vulnerables.
Gopegui no se limita a lanzar cuestiones, sino que se muestra propositiva: su propuesta consiste en alentar la organización colectiva, la trabazón de voluntades anónimas
Desde una perspectiva marxista, a Gopegui le interesa señalar los mecanismos de producción de subjetividad (basta pensar en la fábrica de subjetividades estereotipadas en que se han convertido ciertas redes sociales), del mismo modo que alerta sobre la producción del sufrimiento, sobre qué y quiénes obtienen algún rédito con la desdicha de otros, frente a quienes reparan únicamente en la circulación o distribución del infortunio. Y en ese señalamiento hay una acusación: ¿podemos aceptar que lo que son problemas o conflictos sociales sean tratados como trastornos psíquicos?, ¿es no ya legítimo sino ético considerar que los desafíos colectivos que demandan una acción política (la vivienda, el empleo, la educación, la sanidad, la integración) sean tratados como quebrantos individuales? Estas cuestiones se clavan en el corazón de la estructura de nuestra realidad y de nuestras posibilidades de futuro. Pero Gopegui no se limita a lanzarlas, sino que se muestra propositiva: su propuesta consiste en alentar la organización colectiva, la trabazón de voluntades anónimas, lo que denomina la confabulación de quienes no se conforman y aspiran a mitigar el sufrimiento de la gente. Y, siendo ella escritora, concreta esa propuesta en una subversión del género de la autoayuda, donde la dinámica narcisista de disfunción individual y corrección es reemplazada por la dinámica política de disfunción social y acción comunitaria.
Dicha subversión ocupa la segunda parte del ensayo y es una pieza literariamente muy original que ilustra el principio de utilidad de la escritura en el que confía la autora. Gopegui idea un narrador coral y anónimo compuesto por ancianos que crea un manual para superar la desesperación silenciosa leve. En el manual se alternan los pasajes especulativos, que remiten a la primera mitad del libro, con los narrativos, a través de los que dan vida a dos personajes, Elda y Alfonso, ambos víctimas de situaciones opresivas, que poco a poco van a descubrir la fuerza de sumarse a una red de solidaridad, las posibilidades que se abren cuando llegan refuerzos, que no son solo emocionales sino personas dispuestas a adoptar un compromiso. Ni en el ensayo ni en este manual de ancianos se exagera la fe —o la esperanza— en que los abusos y atropellos de lo real encuentren solución a través de la acción social colectiva, pero se asume, en un trasfondo levemente apocalíptico, que no hay otra vía para contrarrestarlos. A pesar de que sea una vía lenta, muy lenta, por momentos conflictiva, pero en la que no deja de oírse el murmullo de quienes arrastran consigo el hábito de callar y la resignación de padecer. Como el viejo poeta, no es difícil detestar el tiempo en que nos ha tocado nacer, pero detestarlo no basta. Hay que cambiarlo.
https://elpais.com/babelia/2023-01-21/el-murmullo-sobre-los-manuales-de-socioayuda.html
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