Simplificando mucho, podemos decir que ha padecido una muy mala gestión continuada. Dictaduras militares con palabras patrioteras pero con grades desfalcos, robo de riquezas naturales y corrupción rampante...
Ahora, una vez más, se ve venir una gestión que castigará a los mas pobres y necesitados, los menos culpables del estado actual y ofreciendo una nueva ocasión para que los más ricos y poderosos de hagan aún mas ricos y poderosos aprovechando el desastre de la crisis e inflación para apoderarse de más riquezas y propiedades...
El pueblo caerá en más miseria y pobreza,... las grandes fortunas y multinacionales se harán más poderosos y ricos,...
Milei en primer lugar ha viajado a EE.UU. a rendir pleitesía al gigante del Norte y asegurarle la protección de sus intereses ,... es la crónica de un desastre anunciado... y con los votos de un pueblo manipulado y engañado por los medios de comunicación en mano de los poderosos.
Paul Krugman, el premio Nobel de economía americano nos adelanta parte de lo que ocurre y ocurrirá en el inmediato futuro.
Hace tres semanas, Argentina eligió a Javier Milei como su nuevo presidente. Milei contendió en una plataforma libertaria radical, cuya propuesta más notable era la eliminación de la moneda argentina, el peso, para remplazarla con el dólar estadounidense.
En este momento, no se sabe bien si en realidad Milei cumplirá esa promesa o qué tan radical será en verdad su rompimiento con políticas anteriores en general; yo no pretendo entender lo que está ocurriendo realmente en la política argentina. Pero el hecho de que tantas personas creyeran, al parecer, que la dolarización resolvería los problemas de Argentina solo fue el ejemplo más reciente del poder persistente del pensamiento mágico en materia monetaria.
A decir verdad, a veces el dinero —y la política monetaria— pueden parecer magia. Incluso antes del surgimiento de la tecnología de la información, era bastante asombroso que la gente pudiera convencer a otras personas de darles bienes y servicios a cambio de unos pedazos de papel verde sin ningún valor intrínseco. Ahora podemos hacer transacciones desde celulares y con tarjetas de débito sin contacto que no representan otra cosa más que representaciones digitales del papel verde sin ningún valor.
Pero el dinero existe y funciona; de hecho, tiende a aparecer en alguna forma, aunque no tenga ningún tipo de respaldo oficial. Por un tiempo, Sam Bankman-Fried convenció a inversionistas de que las matemáticas complicadas podían hacer aparecer de la nada una alternativa al dólar; ahora él está en la cárcel y, según se dice, esa cárcel se ha convertido en una economía interna rudimentaria que se basa en el intercambio de paquetes de macarela. (Piensen en todas las bromas que se han hecho acerca de que ahí hay algo sos-pez-choso).
Entonces, de cierta manera no nos sorprende que a menudo la gente se imagine que introducir una nueva moneda y decir las palabras mágicas correctas pueda resolver los problemas económicos de un país. Es un poco más sorprendente que los argentinos crean en este tipo de pensamiento. Después de todo, ya lo han vivido.
Es verdad que Argentina nunca ha estado dolarizada por completo, pero en 1991 intentó controlar la inflación con una ley que supuestamente establecería una tasa de cambio permanente de un peso por dólar, un compromiso respaldado por una “junta monetaria” que fue promocionada por conservar un dólar en reserva por cada peso en circulación. La verdad era que los pesos nunca estuvieron respaldados al 100 por ciento con dólares, pero este respaldo incompleto no fue la razón por la que el sistema se derrumbó. Más bien, el problema fue que al haber eliminado la posibilidad de usar una política monetaria para impulsar la economía cuando era necesario, Argentina se vio atrapada en una recesión prolongada y extenuante. Además, la junta monetaria no resolvió el problema persistente de los déficits presupuestarios que tenía el país.
También había otro problema: ¿por qué vincular el peso al dólar? Argentina está muy lejos de Estados Unidos y en realidad tiene más comercio con China y la Unión Europea que con Estados Unidos. Sin embargo, cuando el dólar subió y bajó, por razones que no tenían nada que ver con Argentina, la moneda argentina siguió estas fluctuaciones. A fines de la década de 1990, hubo un gran aumento en el valor del dólar, tal vez como reflejo del optimismo por el auge tecnológico de esa época.
Entonces, Argentina, al haber vinculado el peso al dólar, vio que su moneda aumentaba de valor en los mercados mundiales, lo cual hizo que sus exportaciones fueran cada vez menos competitivas y profundizó la recesión. Y por supuesto que abandonar por completo el peso por los dólares tendría el mismo problema: en la práctica, Argentina amarraría su política económica a la de un país que tiene problemas muy diferentes y que ni siquiera es su principal socio comercial.
Por cierto, si El Salvador —que ha estado intentando promover el uso de bitcoin— consiguiera, ay, bitcoinizar su economía, tendría el mismo tipo de problema pero a una escala mucho mayor, al vincular de manera efectiva su política económica a un activo con un valor salvajemente fluctuante. Por fortuna, incluso con la promoción gubernamental, el bitcoin no parece tener mucha atracción como dinero real.
En cualquier caso, la junta monetaria de Argentina se desplomó de manera desordenada a principios de 2002. El gobierno señaló al final que muchas deudas especificadas en dólares se declararían después del hecho en realidad en pesos, lo cual era más o menos necesario para evitar una desastrosa oleada de bancarrotas. La economía argentina, ya liberada de su vinculación con el dólar, prosperó por un tiempo.
Por desgracia, el antiguo problema de los déficits presupuestarios irresolubles nunca desapareció y, a la larga, la inflación resurgió de manera estrepitosa.
Pero, esperemos. El primer intento de Argentina de controlar la inflación con prestidigitación monetaria se remonta incluso más atrás en su historia. A finales de la década de 1970, el régimen militar que, en ese momento, gobernaba el país intentó utilizar una serie de minidevaluaciones de desaceleración gradual preanunciada —la tablita— para frenar la inflación. (Es probable no quieras conocer los detalles). Como en episodios posteriores, esta estrategia monetaria no estuvo respaldada por una reforma adecuada de otras medidas y acabó en una crisis de la balanza de pagos y en el resurgimiento de la inflación. Llegados a ese punto, no quedaba más remedio que invadir las Islas Malvinas.
¿Acaso esto quiere decir que la reforma monetaria nunca funciona? No, puede tener éxito si está respaldada por otras reformas importantes. A principios de la década de 1990, Brasil, que también ha tenido sus problemas de inflación, remplazó su vieja moneda, el cruzeiro, con el real. Ahora bien, tal vez no estemos acostumbrados a pensar en Brasil como un ejemplo de economía, pero los brasileños sí lograron solucionar sus problemas subyacentes, a tal grado que el país pudo reducir la inflación de forma duradera.
Así que introducir una nueva moneda puede frenar con éxito la inflación, si esto se acompaña de otras reformas políticas, aunque en ese caso no se sabe qué tanto importó la moneda. Citemos a Voltaire, cosa que pocas veces hacemos en economía, “algunas palabras y ceremonias destruirán un rebaño de ovejas de manera eficaz, si se suministran con una cantidad suficiente de arsénico”.
A fin de cuentas, lo que importa es darse cuenta de que, si bien hay algo de magia en la economía monetaria, cambiar la moneda pocas veces tiene efectos mágicos. Además, es especialmente importante señalar, dado el entusiasmo de los tipos de criptomonedas y demás, que, aunque Estados Unidos tiene muchos problemas, nuestra moneda prácticamente no tiene nada de malo. Es cierto que hace poco tuvimos un brote de inflación, pero no fue provocado por problemas de nuestra moneda, y parece que ya hemos terminado más o menos con ese aumento de la inflación sin pagar ningún precio importante en materia de desempleo. En estos momentos, muchas cosas son problemáticas, pero el dólar va bien.
Paul Krugman ha sido columnista de Opinión desde 2000 y también es profesor distinguido en el Centro de Graduados de la Universidad de la Ciudad de Nueva York. Ganó el Premio Nobel de Ciencias Económicas en 2008 por sus trabajos sobre comercio internacional y geografía económica. @PaulKrugman
En este momento, no se sabe bien si en realidad Milei cumplirá esa promesa o qué tan radical será en verdad su rompimiento con políticas anteriores en general; yo no pretendo entender lo que está ocurriendo realmente en la política argentina. Pero el hecho de que tantas personas creyeran, al parecer, que la dolarización resolvería los problemas de Argentina solo fue el ejemplo más reciente del poder persistente del pensamiento mágico en materia monetaria.
A decir verdad, a veces el dinero —y la política monetaria— pueden parecer magia. Incluso antes del surgimiento de la tecnología de la información, era bastante asombroso que la gente pudiera convencer a otras personas de darles bienes y servicios a cambio de unos pedazos de papel verde sin ningún valor intrínseco. Ahora podemos hacer transacciones desde celulares y con tarjetas de débito sin contacto que no representan otra cosa más que representaciones digitales del papel verde sin ningún valor.
Pero el dinero existe y funciona; de hecho, tiende a aparecer en alguna forma, aunque no tenga ningún tipo de respaldo oficial. Por un tiempo, Sam Bankman-Fried convenció a inversionistas de que las matemáticas complicadas podían hacer aparecer de la nada una alternativa al dólar; ahora él está en la cárcel y, según se dice, esa cárcel se ha convertido en una economía interna rudimentaria que se basa en el intercambio de paquetes de macarela. (Piensen en todas las bromas que se han hecho acerca de que ahí hay algo sos-pez-choso).
Entonces, de cierta manera no nos sorprende que a menudo la gente se imagine que introducir una nueva moneda y decir las palabras mágicas correctas pueda resolver los problemas económicos de un país. Es un poco más sorprendente que los argentinos crean en este tipo de pensamiento. Después de todo, ya lo han vivido.
Es verdad que Argentina nunca ha estado dolarizada por completo, pero en 1991 intentó controlar la inflación con una ley que supuestamente establecería una tasa de cambio permanente de un peso por dólar, un compromiso respaldado por una “junta monetaria” que fue promocionada por conservar un dólar en reserva por cada peso en circulación. La verdad era que los pesos nunca estuvieron respaldados al 100 por ciento con dólares, pero este respaldo incompleto no fue la razón por la que el sistema se derrumbó. Más bien, el problema fue que al haber eliminado la posibilidad de usar una política monetaria para impulsar la economía cuando era necesario, Argentina se vio atrapada en una recesión prolongada y extenuante. Además, la junta monetaria no resolvió el problema persistente de los déficits presupuestarios que tenía el país.
También había otro problema: ¿por qué vincular el peso al dólar? Argentina está muy lejos de Estados Unidos y en realidad tiene más comercio con China y la Unión Europea que con Estados Unidos. Sin embargo, cuando el dólar subió y bajó, por razones que no tenían nada que ver con Argentina, la moneda argentina siguió estas fluctuaciones. A fines de la década de 1990, hubo un gran aumento en el valor del dólar, tal vez como reflejo del optimismo por el auge tecnológico de esa época.
Entonces, Argentina, al haber vinculado el peso al dólar, vio que su moneda aumentaba de valor en los mercados mundiales, lo cual hizo que sus exportaciones fueran cada vez menos competitivas y profundizó la recesión. Y por supuesto que abandonar por completo el peso por los dólares tendría el mismo problema: en la práctica, Argentina amarraría su política económica a la de un país que tiene problemas muy diferentes y que ni siquiera es su principal socio comercial.
Por cierto, si El Salvador —que ha estado intentando promover el uso de bitcoin— consiguiera, ay, bitcoinizar su economía, tendría el mismo tipo de problema pero a una escala mucho mayor, al vincular de manera efectiva su política económica a un activo con un valor salvajemente fluctuante. Por fortuna, incluso con la promoción gubernamental, el bitcoin no parece tener mucha atracción como dinero real.
En cualquier caso, la junta monetaria de Argentina se desplomó de manera desordenada a principios de 2002. El gobierno señaló al final que muchas deudas especificadas en dólares se declararían después del hecho en realidad en pesos, lo cual era más o menos necesario para evitar una desastrosa oleada de bancarrotas. La economía argentina, ya liberada de su vinculación con el dólar, prosperó por un tiempo.
Por desgracia, el antiguo problema de los déficits presupuestarios irresolubles nunca desapareció y, a la larga, la inflación resurgió de manera estrepitosa.
Pero, esperemos. El primer intento de Argentina de controlar la inflación con prestidigitación monetaria se remonta incluso más atrás en su historia. A finales de la década de 1970, el régimen militar que, en ese momento, gobernaba el país intentó utilizar una serie de minidevaluaciones de desaceleración gradual preanunciada —la tablita— para frenar la inflación. (Es probable no quieras conocer los detalles). Como en episodios posteriores, esta estrategia monetaria no estuvo respaldada por una reforma adecuada de otras medidas y acabó en una crisis de la balanza de pagos y en el resurgimiento de la inflación. Llegados a ese punto, no quedaba más remedio que invadir las Islas Malvinas.
¿Acaso esto quiere decir que la reforma monetaria nunca funciona? No, puede tener éxito si está respaldada por otras reformas importantes. A principios de la década de 1990, Brasil, que también ha tenido sus problemas de inflación, remplazó su vieja moneda, el cruzeiro, con el real. Ahora bien, tal vez no estemos acostumbrados a pensar en Brasil como un ejemplo de economía, pero los brasileños sí lograron solucionar sus problemas subyacentes, a tal grado que el país pudo reducir la inflación de forma duradera.
Así que introducir una nueva moneda puede frenar con éxito la inflación, si esto se acompaña de otras reformas políticas, aunque en ese caso no se sabe qué tanto importó la moneda. Citemos a Voltaire, cosa que pocas veces hacemos en economía, “algunas palabras y ceremonias destruirán un rebaño de ovejas de manera eficaz, si se suministran con una cantidad suficiente de arsénico”.
A fin de cuentas, lo que importa es darse cuenta de que, si bien hay algo de magia en la economía monetaria, cambiar la moneda pocas veces tiene efectos mágicos. Además, es especialmente importante señalar, dado el entusiasmo de los tipos de criptomonedas y demás, que, aunque Estados Unidos tiene muchos problemas, nuestra moneda prácticamente no tiene nada de malo. Es cierto que hace poco tuvimos un brote de inflación, pero no fue provocado por problemas de nuestra moneda, y parece que ya hemos terminado más o menos con ese aumento de la inflación sin pagar ningún precio importante en materia de desempleo. En estos momentos, muchas cosas son problemáticas, pero el dólar va bien.
Paul Krugman ha sido columnista de Opinión desde 2000 y también es profesor distinguido en el Centro de Graduados de la Universidad de la Ciudad de Nueva York. Ganó el Premio Nobel de Ciencias Económicas en 2008 por sus trabajos sobre comercio internacional y geografía económica. @PaulKrugman
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