Fuentes: El Tiempo Argentino
En un referéndum, más del 61% de la población se negó a concederles derechos básicos a los pueblos originarios, el 3,8% de la población. La acción de las redes sociales. El gobierno en alerta.
Los australianos no necesitan de los nazis para manifestar su extremo odio racial. Como súbditos de la corona británica sólo les basta con seguir los pasos de la casa matriz y, a falta de africanos y musulmanes, discriminar a sus propios hermanos aborígenes. No los necesitan, a los nazis, pero allí están y fueron una de las claves para asegurar el vergonzante triunfo de la xenofobia en el referéndum en el que, hace tres semanas, más del 61% de los casi 26 millones de personas que habitan las islas desde hace 235 años les negaron todos los derechos humanos al 3,8% de la población que allí vive desde hace al menos 65.000 años. Con el argumento de que el reconocimiento de cualquier derecho pondría la unidad nacional al borde del colapso, les negaron hasta su carácter de pueblo preexistente.
Lo que estuvo en juego el 13 de octubre fue la incorporación a la Constitución de un órgano indígena, The Voice to Parliament, a los efectos abreviado como “La Voz”. De haber sido aprobado, el nuevo instituto debía actuar como cuerpo asesor del Congreso y del Poder Ejecutivo en temas sociales, económicos y espirituales de los aborígenes e isleños del estrecho de Torres, en el extremo nordoriental de la isla mayor del archipiélago.
Para el primer ministro Anthony Albanese, impulsor del Sí a las aspiraciones de los pueblos originarios, “compartir el continente con la cultura continua más antigua debería ser causa de orgullo para los australianos”. La idea había surgido del encuentro de un centenar de altas personalidades indígenas reunidas en 2018 “para enriquecer nuestras voces”.
El rechazo llegó tras una campaña sucia en la que reaparecieron, en las sombras, los grupos nazis que, como aquí, han hecho un uso envidiable de las redes sociales.
Los partidarios del Sí dijeron que incluir a los indígenas en la Constitución fortalecería la unidad nacional. Los críticos señalaron que la idea dividía y, como aquí, crearía una casta. Quienes negaron los derechos a los aborígenes –siempre se dijo que los primeros pueblos se habían establecido hacía 6500 años, pero un equipo de expertos internacionales reveló que las pinturas rupestres halladas en un abrigo rocoso de la región occidental de Kimberley databan de al menos 17.000 años– objetaron, como aquí, el uso igualitario del sistema de salud pública. Querían que los hospitales fueran para quienes los financian, querían perpetuar el modelo en el que la esperanza de vida de un aborigen es siete años menor que la de un blanco.
El avance del nazismo
Los australianos no necesitan de los nazis para manifestar su extremo odio racial. Como súbditos de la corona británica sólo les basta con seguir los pasos de la casa matriz y, a falta de africanos y musulmanes, discriminar a sus propios hermanos aborígenes. No los necesitan, a los nazis, pero allí están y fueron una de las claves para asegurar el vergonzante triunfo de la xenofobia en el referéndum en el que, hace tres semanas, más del 61% de los casi 26 millones de personas que habitan las islas desde hace 235 años les negaron todos los derechos humanos al 3,8% de la población que allí vive desde hace al menos 65.000 años. Con el argumento de que el reconocimiento de cualquier derecho pondría la unidad nacional al borde del colapso, les negaron hasta su carácter de pueblo preexistente.
Lo que estuvo en juego el 13 de octubre fue la incorporación a la Constitución de un órgano indígena, The Voice to Parliament, a los efectos abreviado como “La Voz”. De haber sido aprobado, el nuevo instituto debía actuar como cuerpo asesor del Congreso y del Poder Ejecutivo en temas sociales, económicos y espirituales de los aborígenes e isleños del estrecho de Torres, en el extremo nordoriental de la isla mayor del archipiélago.
Para el primer ministro Anthony Albanese, impulsor del Sí a las aspiraciones de los pueblos originarios, “compartir el continente con la cultura continua más antigua debería ser causa de orgullo para los australianos”. La idea había surgido del encuentro de un centenar de altas personalidades indígenas reunidas en 2018 “para enriquecer nuestras voces”.
El rechazo llegó tras una campaña sucia en la que reaparecieron, en las sombras, los grupos nazis que, como aquí, han hecho un uso envidiable de las redes sociales.
Los partidarios del Sí dijeron que incluir a los indígenas en la Constitución fortalecería la unidad nacional. Los críticos señalaron que la idea dividía y, como aquí, crearía una casta. Quienes negaron los derechos a los aborígenes –siempre se dijo que los primeros pueblos se habían establecido hacía 6500 años, pero un equipo de expertos internacionales reveló que las pinturas rupestres halladas en un abrigo rocoso de la región occidental de Kimberley databan de al menos 17.000 años– objetaron, como aquí, el uso igualitario del sistema de salud pública. Querían que los hospitales fueran para quienes los financian, querían perpetuar el modelo en el que la esperanza de vida de un aborigen es siete años menor que la de un blanco.
El avance del nazismo
Dos de los seis estados del país aprobaron recientemente iniciativas que limitan el accionar de los grupos nazis, pero el aparato institucional en sí avanza a ritmo de tortuga en la toma de medidas que apunten en esa dirección. Desde junio, cuatro meses antes del referéndum que volvió a enterrar las aspiraciones de los aborígenes a ser considerados como iguales, el gobierno amenaza con darle curso a un proyecto por el cual se prohibirían las alabanzas discriminatorias y la exhibición pública de símbolos nazis. Aunque la iniciativa es militada activamente por el lobby del Consejo de Asuntos Judíos e Israelíes de Australia, nada impidió que organizaciones nacionalistas, con sus esvásticas y haciendo el saludo hitlerista, se sumaran a las marchas callejeras por el No, en Melbourne y otras ciudades.
En su momento, la radio difusión pública Special Broadcasting Service reprodujo una investigación conjunta de diarios del Grupo Nine –el mayor conglomerado mediático– que incluyó videos y audios del nazi National Socialist Network (NSN), en los que llamaba a “provocar una guerra racial para salvar la esencia australiana”. La ex ministra del Interior y diputada Karen Andrews opinó que las actividades crecientes de la NSN “son preocupantes, en especial porque la amenaza que suponen estos grupos ultranacionalistas va en aumento y no las paran nuestras voces y advertencias lanzadas desde el Congreso”.
Para el director general de la Australian Security Intelligence Organisation, Mike Burgess la proscripción “es una herramienta, pero los nazis están preparados para enfrentarla”.
Tal como se ha visto en los países sudamericanos donde hubo elecciones recientemente, Burgess observa que los partidos y grupos ultranacionalistas crecen al amparo de discursos propios del terraplanismo, la admiración por Donald Trump y la negación de fenómenos de alto impacto social, como lo fue la pandemia de coronavirus. Para el experto antiterrorista “la táctica de los supremacistas blancos es usar fenómenos como la pandemia y el apoyo a Trump para reclutar y sembrar más opiniones extremistas, lo que es cada vez más evidente en las redes sociales”.
El referéndum australiano permitió que reaparecieran grupos que crecen gracias a las redes sociales. Entre ellos, Burgess citó a Reclaim Austeralia, Rise Up Australia, The Australian Defence League, True Blue Crew, United Patriots Front y Antipodean Resistance.
Días antes del referéndum se divulgó a través de las llamadas redes sociales un video en el que grupos nazis quemaban la bandera indígena y amenazaban de muerte a legisladores de lejana estirpe aborigen, con mayor saña a la senadora oficialista Lidia Thorpe que, sin embargo, se enfrentó a los suyos y convocó a votar por el No. Según medios que han investigado a los grupos supremacistas, operan bajo un régimen de células cerradas y en la más estricta clandestinidad. Hacen periódicos entrenamientos en zonas rurales alejadas de los centros urbanos. Uno de los más activos sería Antipodean Resistence, que promueve el odio y la violencia antisemita y homofóbica. Uno de sus afiches invitaba a “legalizar la ejecución de judíos, homosexuales y aborígenes”.
Con inocencia enervante los pueblos originarios respondieron a la xenofobia nazi declarando “una semana de silencio y duelo”.
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