miércoles, 22 de enero de 2025

Donald Trump: entre mayoría electoral y minoría social

El presidente de los Estados Unidos es elegido por alrededor del 30% de los ciudadanos, dado el considerable volumen de la abstención

— Trump inaugura su presidencia indultando a los asaltantes del Capitolio y con medidas contra la migración y el colectivo LGTBI

En prácticamente todos los estados democráticamente constituidos la mayoría electoral es casi siempre simultáneamente minoría social. Siempre son más los miembros del cuerpo electoral que no han votado al partido que forma gobierno que los que lo han votado.

En la historia electoral de la democracia española únicamente en 1982 la mayoría electoral se aproximó a la condición de mayoría social. El PSOE liderado por Felipe González obtuvo el 48% de los votos válidamente emitidos. En ninguna de las elecciones posteriores ha llegado algún partido a aproximarse al resultado del 82.

Si a los votos válidamente emitidos le añadimos los votos de la abstención, la distancia entre la mayoría electoral y la mayoría social aumenta de manera notable.

Lo que ocurre en España no es una excepción. En el Reino Unido el partido laborista con un 33% del voto válidamente emitido tiene una enorme mayoría parlamentaria absoluta. En Francia desde 1965 no ha habido ningún candidato que haya conseguido la presidencia en la primera vuelta. Y lo mismo ocurre con la mayor parte de los candidatos a la Asamblea Nacional. Y en los países con un sistema electora proporcional son rarísimos los Gobierno de un solo partido, sino que los gobiernos de coalición son la norma.

En Estados Unidos parece ser distinto, pero no lo es. El presidente de los Estados Unidos es elegido por alrededor del 30% de los ciudadanos, dado el considerable volumen de la abstención.

La distancia entre la mayoría electoral y la mayoría social es la razón principal que explica la supervivencia de una democracia auténtica. Dado el enorme poder que concentra el Estado, una coincidencia entre mayoría electoral y social tendería de manera inevitable hacia un autoritarismo no democrático. Las democracias sobreviven porque siempre son más los que está fuera que los que están dentro de la mayoría de Gobierno.

De ahí que los resultados electorales tengan que ser analizados detenidamente, para saber qué es lo que ha querido el cuerpo electoral, qué tipo de mandato es el que ha recibido el presidente del Gobierno o de los Estados Unidos.

Todo lo que acabo de decir viene a cuento de las recientes elecciones estadounidenses en las que Donald Trump ha sido elegido por segunda vez presidente. Ezra Klein lo expresó muy certeramente en su artículo del 19 de enero en The New York Times: “Trump apenas ganó las elecciones, pero no se ha percibido de esta manera”. La ventaja de Donald Trump de 1,5 puntos sobre Kamala Harris es inferior a la de Biden en 2020 (4,5 puntos), a la de Clinton en 2016 (2,1) a las dos de Obama 2008 y 2012 (7,2 y 3,9) y a las de Bush Jr. en 2004. Habría que remontarse al año 2000 para que un candidato fuera proclamado presidente con el porcentaje de votos de Donald Trump en este 2024. Sin embargo, la sensación es la de que ha conseguido una victoria aplastante.

No cabe duda que las sensaciones tienen una gran importancia en la política, especialmente si se consigue que sean muy ampliamente compartidas, como está ocurriendo hasta este momento con la victoria de Donald Trump.

Pero los hechos son testarudos y dicen lo que dicen. Es no solamente posible, sino bastante probable que las sensaciones prevalezcan sobre la evidencia empírica en la fase inicial de este segundo mandato de Donald Trump. Pero la fase inicial es eso: una fase inicial. A medida que pase el tiempo, las sensaciones se difuminan y la evidencia empírica va recobrando protagonismo.

Está claro que Donald Trump ha explotado al máximo las sensaciones de su victoria arrolladora en el discurso inaugural de su mandato, que fue un alegato acerca de la unificación del pueblo americano en torno a su figura durante el proceso electoral, lo que, según él, le permitirá pasar a la historia como un presidente “de paz y unificador”.

Donald Trump cree que no ha ganado unas elecciones sin más, sino que ha ganado las elecciones más importantes en la historia de los Estados Unidos. Y que lo ha hecho de manera apabullante. De ahí que considere que ha recibido “un mandato” para reconfigurar política, social y económicamente a la sociedad americana y para redefinir las relaciones con los demás países, hayan sido hasta ahora aliados o enemigos.

Los primeros pasos que dio el mismo día 20 de enero van en esa dirección. En esto se ve la diferencia entre el Donald Trump que llegó a la presidencia en 2016 el que lo acaba de hacer en 2024. Hay ideas, hay equipos y hay proyectos donde antes no los había. Pero también hay bastante prisa. Entre otras cosas porque sabe que hay elecciones en 2026 y que tiene que intentar que estas sensaciones que se han impuesto en este momento inicial a los datos electorales, se mantengan hasta esa fecha. Si es así, podrá extender esta política inicial hasta el final del mandato. Si no lo consigue, Donald Trump puede acabar siendo el “pato más cojo” o uno de los dos o tres más cojos de la historia constitucional de los Estados Unidos.

Trump inaugura su presidencia indultando a los asaltantes del Capitolio y con medidas contra la migración y el colectivo LGTBI La interpretación de los resultados electorales como un “mandato” de enorme alcance me parece un error de cálculo, que le va a empezar a pasar factura desde muy pronto. Donald Trump no ha recibido un mandato como el que recibió Franklin Delano Roosevelt o Ronald Reagan. Cuanto más tiempo tarde en entenderlo, más veces tropezará con riesgo de caída, que, como sin duda alguna le habrán dicho sus médicos, es el peor peligro para las personas de su edad. En todas las esferas de la vida.

martes, 21 de enero de 2025

El fascismo tan cuqui y tan moderno.

La ‘influencer’ alemana Naomi Seibt, identificada en plataformas de nacionalismo xenófobo como una joven promesa, mantiene activa la red fascista global en su país.

¿Quiere activar el piloto automático? Es un servicio nocturno de Uber y el vehículo es un Tesla. Sí, quiere. La calle está colapsada, se ve la enorme pantalla táctil que se divide en tres, el volante gira hacia la izquierda sin que nadie dé una sola orden. Ciencia ficción. Luego esta influencer alemana, popular desde hace unos cinco años, se filma describiendo la experiencia. “Surrealista en el mejor sentido” y “profundamente futurista”. Tan moderno y tan maquinal. Al final, añade un fragmento de 10 segundos de la escena grabada desde la parte de atrás del coche. Lo colgará en sus redes hablando de la revolución en el modelo de negocio del transporte. Etiqueta a Elon Musk. Y el hombre más rico del mundo (243.700 millones de dólares, según Forbes) reacciona con un escueto “Yup”. Ella le responde con una confesión: “Me alegro de que nunca te rindieras. Me inspiraste a perseverar incluso en tiempos difíciles en vez de tomar el camino seguro”. El tuit es del pasado 24 de septiembre, pero en el tono de Naomi Seibt (Münster, Alemania, 2000) se escucha la retórica del poema Manchmal Schweige Ich (”A veces estoy en silencio”) con el que se dio a conocer en 2019.

Fue entonces cuando Alternativa para Alemania (AfD) organizó el congreso Las chicas valientes hacen la política (de las mujeres) del futuro. La llamada iba a la contra del consenso moral que parecía ortodoxo: “No todas las mujeres jóvenes se unen a Greta, ni quieren más información sobre el aborto, ni sueñan con Parlamentos paritarios ni están contentas con las regulaciones de cuotas y los baños para el llamado tercer género”. Se había organizado un premio de poesía. Los versos de Seibt eran angustia posadolescente, pero la causa de su malestar no era el aprendizaje de la decepción, sino el relato sobre la identidad y el modelo de comunidad impuesto por el Estado. “¡Edúcame, Gran Gobierno!”, proclamaba rebelándose porque su verdad debía callarla negándose a sí misma. “Si yo no salgo de la espiral del silencio / nadie lo hará”. Aunque el texto fue identificado como un paradigma de la radicalización en el extremismo de derechas, el vídeo de ella recitándolo se hizo viral. Seibt ya había sido identificada en plataformas de nacionalismo xenófobo como una joven promesa. El think tank libertario Heartland Institute, que niega el cambio climático y los efectos negativos del tabaco, la promocionó y los medios compraron el producto: era la Anti-Greta.

“¿Qué es más romántico / que el sol de mediados de diciembre en Texas / la primera cita con un arma?”. Versos cuquis de Seibt de hace un par de semanas. Se la ve recibiendo lecciones para usar un rifle, dispara bajo una carpa en el desierto. Repasar su timeline en X muestra su interacción creciente con Musk. A propósito del atropello en el mercado navideño de Magdeburgo, por ejemplo. El 19 de diciembre, la activista colgó otro vídeo en el que protesta porque el candidato moderado de la CDU había anunciado su rechazo a pactar con AfD y también que se negaría a aplicar las políticas de Javier Milei y Elon Musk si es nombrado canciller. El propietario de Tesla retuiteó el mensaje de Seibt con una profecía de resonancias trumpistas: “Solo AfD puede salvar Alemania”. La candidata del partido de extrema derecha no desaprovechó la oportunidad para dialogar con Musk a través de la red y colocar su mensaje: elogios a Trump, defensa de la remigración, la descripción de la ruina alemana por culpa de las políticas de Merkel y la descripción del proyecto comunitario como la Unión Europea Soviética. La red fascista global, sincronizado con el espíritu de nuestro tiempo, está activada en Alemania.


lunes, 20 de enero de 2025

Tiempo de mandarinas.

Negocios 05/05/24 Nadorcotts tangerine

Mientras te sientas joven pensarás que la muerte solo les sucede a los demás; en cambio, ser viejo consiste en creer en que solo tú vas a morir. 

 Si no hubiera calendarios nadie cumpliría años. Si no hubiera espejos solo se envejecería en el rostro destruido de los demás. El tiempo sería una fuerza invisible que te iba empujando por la espalda hacia el futuro y en lugar de años cumpliríamos amaneceres y puestas de sol. El oficio de vivir se desarrollaría en consonancia con el ciclo de las frutas de temporada; tiempo de mandarinas, tiempo de cerezas, tiempo de fresas, de melocotones, de uvas, de manzanas. La vida consistiría en atravesar la naturaleza con sus ríos, mares y montañas, con sus lluvias y vientos, nieves, tormentas, cielos azules, brisas placenteras, catástrofes, cataclismos y soles radiantes. Y al final el cuerpo caería del árbol como una fruta madura sobre un lecho de hojas amarillas. Ser joven consiste en hacerse preguntas; ser viejo consiste en creer que se tienen ya todas las respuestas. La edad no cuenta. Durante esa travesía, el joven se pregunta por qué está vivo, qué sentido tiene levantarse de la cama cada mañana, qué hay más allá de los sueños. El viejo sabe de qué se trata. Fuera de la cama está la historia con los triunfos, las derrotas, los honores y todas las infamias humanas. El futuro es todo lo que sucede mientras lo soñabas. El mundo no es más que esa bola de estiércol que arrastra el escarabajo guiándose por la Vía Láctea. Ya que el tiempo está en poder de los relojes y calendarios se sabe que va empezar el año 2025. Para un joven será un año más; para un viejo será un año menos, pero la vida es como el acordeón que puede tocar la misma bella melodía cuando el fuelle se expande y cuando se contrae. Mientras te sientas joven tendrás la sensación de que la muerte es algo que solo les sucede a los demás; en cambio, ser viejo consiste en creer en que solo tú vas a morir y que a partir de ese momento va a comenzar una gran fiesta en el planeta, de modo que después de una larga vida resulta que te vas a perder lo mejor, puesto que al cielo solo van a ir los tontos.

domingo, 19 de enero de 2025

El cuento de Virtudes Choique

En la cultura neoliberal que nos invade, hay un precepto inquebrantable: ganar a los otros, competir con los demás, ser el primero… Precepto que viene acompañado de otros dos no menos importantes. 

El segundo precepto es que lo que importa son los resultados, no el esfuerzo, no la satisfacción del trabajo bien hecho, no el cumplimiento del deber. 

El tercero es que para ganar a los otros vale todo. ¿Quieres dinero? Vale todo, ¿Quieres poder? Vale todo, ¿Quieres fama? Vale todo. ¿Quieres ganar a los otros? Vale todo.

La competición está en todos los lugares y afecta a todas las personas. Y a todas las instituciones. En todos los momentos y circunstancias. Somos víctimas de la rankingmanía. No se trata de divertirse jugando o viendo jugar al fútbol sino de ganar la competición. No se trata de participar en Eurovisión sino de conseguir el primer puesto en el concurso. No importa tener el mejor sistema educativo que se puede tener con los medios con los que se cuenta, hay que estar en los primeros puestos de la prueba PISA.

En estas fechas de Navidad tenemos un ejemplo singular. Las ciudades se llenan de luces y adornos. Y ahí tenemos a los alcaldes alardeando de que su árbol es el más alto y de que sus luces son más numerosas, más brillantes y más bonitas que las de todas las ciudades el mundo.

El problema de competir es que nunca se parte de las mismas condiciones. De esa forma, las comparaciones siempre son injustas. Y lo son aunque (o precisamente porque) los instrumentos de evaluación estén elegidos y aplicados rigurosamente.

Por eso lo que cuenta son los resultados. Cuando los alumnos van a sus casas con los informes de las evaluaciones, los padres no les preguntan si el conocimiento adquirido les ha hecho mejores personas, si han disfrutado aprendiendo, si han agradecido lo que les han enseñado, no. Le preguntan por los resultados. Lo que importa es aprobar, no aprender, no ser mejores.

Este triple precepto neoliberal se practica en la escuela. No basta sacar buenas notas, hay que sacar mejores notas que los demás. Y para obtener buenas notas basta empollar el día anterior al examen e, incluso, hacerse unas chuletas para garantizar el resultado. También en la familia: he visto competir a hermanos, espoleados por las observaciones de los padres: ¡mira qué notas saca tu hermano!

Conozco un hermoso cuento escrito por Joaquín Durán que fue publicado en el libro «Cuentos para curar el empacho», Editora Patria Grande, Buenos Aires. 1986.Dice así:

Había una vez una escuela en medio de las montañas. Los chicos llegaban hasta allí a caballo, en burro y a pie. Como suele suceder en esta clase de escuelitas, tenía una sola maestra, una solita, que hacía sonar la campana y también hacía la limpieza; encima era una maestra llena de inventos, cuentos y expediciones.

Se llamaba Virtudes Choique. Vivía en la escuela. Cantaba con la guitarra.

Los chicos no se perdían un solo día de clase. Porque la señorita Virtudes tenía tiempo para ellos, sabía hacer mimos, y de vez en cuando jugaba con ellos.

La cuestión es que un día Apolinario Sosa volvió al rancho y dijo a sus padres:

–¡Miren lo que me ha puesto la maestra en el cuaderno!

El padre y la madre miraron, y vieron unas letras coloradas. Como no sabían leer, pidieron al hijo que lo hiciera:

–Señores padres: les informo de que su hijo Apolinario es el mejor alumno.

Sus padres abrazaron al hijo, porque si la maestra había escrito aquello, ellos se sentían bendecidos por Dios.

Sin embargo, al día siguiente, Juanita González llevó a su casa algo parecido:

–Señores padres: les informo de que su hija Juanita es la mejor alumna.

Así los 56 alumnos de la escuela llevaron una nota que aseguraba: «Su hijo es el mejor alumno». Y así hubiera quedado todo, si el hijo del farmacéutico no hubiera llevado su felicitación. Porque, el farmacéutico don Pantaleón Pérez, apenas se enteró de que su hijo era el mejor alumno, escribió una carta a la profesora Virtudes:

–Mi estimadísima, distinguidísima y hermosísima maestra: El sábado que viene voy a dar un asado en honor de mi hijo. Usted es la primera invitada. Le pido que avise a los demás alumnos, para que vengan con sus padres. Muchas gracias. Pantaleón Pérez.

Ese día, cada chico se fue corriendo a su casa para avisar del convite.

Todo el mundo bajó hasta la casa del farmacéutico. Ya estaba el asador y varias fuentes con pastelitos. Mientras la señorita Virtudes cantaba, el mate iba de mano en mano, y la carne se iba dorando.

Don Pantaleón dio unas palmadas y pidió silencio. Hizo ejem, ejem, y dijo:

–Señoras, señores, vecinos, niños. Los he reunido para festejar una noticia que me llena de orgullo: Mi hijo acaba de ser nombrado por la maestra, doña Virtudes Choique, el mejor alumno. Por eso, los invito a levantar la copa y brindar por este hijo que ha honrado a su padre, a su apellido, y a su país.

Contra lo esperado, nadie levantó el vaso. Nadie aplaudió. Nadie dijo ni mu.

Padres y madres empezaron a mirarse unos a otros. El primero en protestar fue el papá de Apolinario:

–Yo no brindo nada. Acá el único mejor es mi chico, Apolinario.

Pero ya empezaban los gritos de los demás, porque cada cual desmentía al otro diciendo que el mejor alumno era su hijo, cuando pudo oírse la voz firme de la señorita Virtudes:

–¡Cuidado con lo que están por hacer… !

Todos miraban fiero a la maestra. Por fin, uno dijo:

–Maestra, usted ha dicho mentiras. Usted ha dicho a todos lo mismo.

Virtudes dijo:

–Yo no he mentido. He dicho una verdad que pocos ven, y por eso no creen. Voy a darles ejemplos:

Cuando digo que Melchor es el mejor, no miento. Melchorcito no sabrá las tablas de multiplicar, pero es el mejor arquero de la escuela.

Y cuando digo que Apolinario Sosa es mi mejor alumno, tampoco miento. Y Dios es testigo que aunque es desprolijo, es el más dispuesto para ayudar en lo que sea…

¿Debo seguir explicando? Soy la maestra y debo construir el mundo con estos chicos. ¿Con qué levantaré la patria? ¿Con lo mejor o con lo peor?

Todos habían ido bajando la mirada. Entendieron que cada defecto tiene una virtud que le hace contrapeso. Y que es cuestión de subrayar, estimular y premiar lo mejor.

Ese día, comieron más felices que nunca.

Hasta aquí el cuento de Virtudes Choique. La maestra argentina quiso animar, motivar y estimular a los padres y a las madres de ese grupo de alumnos y ellos se pusieron a hacer lo que más y mejor sabían hacer: competir, compararse, celebrar que tenían en su casa al mejor. Lo que realmente importaba no es que su hijo fuera bueno sino que fuera el mejor.

Lo viví en mi adolescencia. La filosofía que imperaba en el aula era la de la competitividad. La clase se dividía en dos grupos que competían todo el mes para ganar una tarde libre de jueves. Los alumnos competíamos de dos en dos y, necesariamente, uno ganaba y otro perdía. La estrategia era competir, el objetivo era ganar.

Cuando pienso en la historia de Virtudes Choique se me viene a la mente la leyenda africana que, en lugar de la competitividad, pone el énfasis en la cooperación. Dice así:

Un antropólogo propuso un juego a los niños de una tribu africana. Puso una canasta llena de frutas cerca de un árbol y le dijo a los niños que aquel que llegara primero ganaría todas las frutas.

Cuando dio la señal para que corrieran, todos los niños se tomaron de las manos y corrieron juntos, después se sentaron a disfrutar del premio. Cuando el antropólogo les preguntó por qué habían corrido así, si uno solo podía ganar todas las frutas, un niño respondió:

– UBUNTU, ¿cómo uno de nosotros podría estar feliz si todos los demás están tristes?

El antropólogo quedó impresionado por la sabia respuesta del pequeño. UBUNTU, en la cultura zulú y xhosa, significa: «yo soy porque nosotros somos”. Es una filosofía de vida, que consiste en creer que cooperando se consigue la armonía ya que se logra la felicidad de todos.

Esta es la pretensión. Avanzar hacia una cultura en la que cueste ser felices cuando hay tantas personas desgraciadas. Una cultura en la que resulte más lógico y más hermoso comerse la canasta de fruta entre todos y no en la que uno se harta de fruta mientas los demás se mueren de hambre.


sábado, 18 de enero de 2025

Los colibríes prosperan con un estilo de vida extremo. He aquí cómo lo hacen.

Animación suspendida nocturna, una dieta (casi) exclusivamente a base de azúcar, la habilidad de volar hacia atrás y largas migraciones: todo ello demuestra que estas diminutas aves son poderosas

Un colibrí en su vuelo mágico. Está presente en varios países de América del Sur.

A todo el mundo le gusta observar a los colibríes, pequeños seres de colores brillantes que revolotean alrededor de las flores y defienden a capa y espada el dominio sobre un comedero.

Pero para los científicos que los estudian, colibríes son mucho más que un espectáculo entretenido. Su pequeño tamaño y su ardiente metabolismo hacen que vivan al filo de la navaja, a veces necesitando apagar su cuerpo casi por completo solo para conservar la energía suficiente para sobrevivir la noche —o para migrar miles de kilómetros, a veces a través del océano.

Su dieta rica en néctar provoca niveles de azúcar en sangre que pondrían a una persona en coma. Y su vuelo en zigzag a veces genera fuerzas g tan altas que harían perder el conocimiento a un piloto de combate. Cuanto más miran los investigadores, más sorpresas esconden sus diminutos cuerpos, los más pequeños del mundo aviar.

“Son el único pájaro del mundo que puede volar boca abajo y al revés” dice Holly Ernest, ecologista conservacionista de la Universidad de Wyoming. “Beben azúcar puro y no mueren de diabetes”.

Ernest es una de los pocos investigadores que estudian cómo los colibríes hacen frente a las exigencias extremas de su estilo de vida. Esto es lo que los científicos han aprendido sobre las singulares adaptaciones de los colibríes.

Poner manos a la obra
Durante años, la mayoría de los investigadores habían supuesto que los colibríes pasaban solo un 30% del día dedicados a la intensa actividad energética de revolotear de flor en flor y engullir néctar, mientras descansaban la mayor parte del tiempo restante. Pero cuando la ecóloga fisiológica Anusha Shankar se fijó con más detalle, descubrió que a menudo trabajan mucho más que eso.

Shankar, que ahora trabaja en el Instituto Tata de Investigación Fundamental de Hyderabad (India), intentó averiguar cómo pasan el día los colibríes de pico ancho del sur de Arizona. Utilizando una combinación de métodos experimentales, midió la tasa metabólica de las aves durante diversas actividades y calculó su gasto energético diario total. Añadiendo datos publicados anteriormente, Shankar pudo calcular el costo energético por minuto de posarse, volar y revolotear —básicamente, las tres opciones que tiene un ave para pasar el tiempo.

Luego dedujo cuánto tiempo debían pasar las aves alimentándose y cuánto posándose a lo largo del día.

“Acabamos descubriendo que es muy variable”, afirma Shankar. Al principio del verano, cuando abundan las flores, las aves pueden satisfacer sus necesidades energéticas diarias con unas pocas horas de alimentación y pasar hasta el 70% del día posadas. Pero cuando las flores empezaron a escasear, tras la llegada de las lluvias monzónicas estivales, las aves de un lugar solo se posaban el 20% del tiempo y dedicaban el resto del día a alimentarse.

“¡Eso son 13 horas al día!”, dice Shankar. “Es imposible que yo pueda pasarme 13 horas al día corriendo. No sé cómo lo hacen”.

Bajar la temperatura

Los colibríes tienen un truco que les ayuda a agotar sus reservas de energía: cuando un ave está en peligro de quedarse sin energía, puede volverse letárgica o tórpida por la noche, bajando su temperatura corporal casi hasta la del aire circundante —a veces solo unos pocos grados por encima del punto de congelación. Mientras está en torpor, el ave parece casi comatosa, incapaz de responder rápidamente a los estímulos y respirando solo de forma intermitente. Shankar ha calculado que esta estrategia puede ahorrar hasta un 95 % de los costos metabólicos por hora durante las noches frías. Eso puede ser esencial tras días en los que un ave se ha alimentado menos de lo habitual, como después de una tormenta. También ayuda a las aves a ahorrar energía para engordar antes de la migración.

Este es el secreto de los colibríes para encontrar comida y refugio

Shankar está estudiando ahora qué partes de su fisiología priorizan los colibríes durante el letargo, observando de qué productos genéticos no pueden prescindir. “Si eres un colibrí que funciona al 10% de su metabolismo normal, ¿qué es ese 10% que te mantiene vivo?”, se pregunta.

Un conjunto de genes que las aves parecen dejar intactos son los responsables de su reloj interno. “Es importante que hagan las cosas en el momento adecuado cuando están en letargo”, afirma Shankar. Por ejemplo, para estar preparadas para afrontar el día, las aves empiezan a despertar de su letargo una hora antes del amanecer, mucho antes de las señales luminosas visibles.

Lidiar con el azúcar

Para alimentar su altísimo metabolismo, los colibríes ingieren cada día alrededor del 80% de su peso corporal en néctar. Eso equivale a que una persona de 68 kilos beba casi 100 Coca-Colas de 600 mililitros al día —y el néctar suele ser mucho más dulce que un refresco.

El intestino humano es incapaz de absorber el azúcar con tanta rapidez, razón por la cual consumir demasiados refrescos o polvorones altera el estómago, explica Ken Welch, fisiólogo comparativo de la Universidad de Toronto, en Scarborough. Los colibríes hacen frente a la embestida con intestinos permeables, de modo que los azúcares pueden entrar en el torrente sanguíneo entre las células intestinales en lugar de solo a través de ellas. De este modo, el azúcar sale del intestino rápidamente, antes de que pueda causar trastornos. Este transporte rápido, y probablemente otras adaptaciones, permite a los colibríes alcanzar niveles de azúcar en sangre hasta seis veces superiores a los de las personas, afirma Welch.

Tanta azúcar en la sangre provoca graves problemas fisiológicos en las personas. Provoca que más moléculas de azúcar se adhieran a las proteínas corporales, un proceso conocido como glicación; a largo plazo, el exceso de glicación causa muchas de las complicaciones de la diabetes, como daños en los nervios. Según Welch, aún no está claro cómo evitan los colibríes los problemas de la glicación, pero empiezan a surgir pistas. Un estudio, por ejemplo, descubrió que las proteínas de las aves contienen menos aminoácidos propensos a la glicación que las proteínas de los mamíferos, y los que quedan suelen estar escondidos en el interior de la proteína, donde están menos expuestos a los azúcares circulantes.

Otras estrategias aún desconocidas para hacer frente a los niveles elevados de azúcar en sangre podrían algún día reportar beneficios prácticos para el control de la diabetes en las personas. “Podría haber una mina de oro en el genoma del colibrí”, afirma Welch.

Cambio metabólico

Al final de su ayuno nocturno, un colibrí casi ha agotado sus reservas de azúcar —lo que plantea un desafío metabólico opuesto. “¿Cómo se despierta y vuela?”, pregunta Welch. “No hay nada más que grasa disponible para quemar”.

Según él ha descubierto, los colibríes han evolucionado para cambiar su metabolismo de la quema de azúcar a la quema de grasa. “Esto requiere un enorme cambio en las vías bioquímicas implicadas”, afirma Welch, y ocurre en cuestión de minutos, mucho más rápido de lo que pueden hacerlo otros organismos. “Si pudiéramos tener ese tipo de control sobre nuestro uso del combustible, nos encantaría”.

Ahorrar agua, ¿o no hacerlo?

El azúcar no es el único reto que plantea una dieta rica en néctar. Al fin y al cabo, el néctar es sobre todo agua —y las aves que beben tanto líquido deben deshacerse de la mayor parte, sin perder electrolitos. Por ello, los riñones de los colibríes están muy adaptados para recapturar los electrolitos antes de excretarlos. “Orinan casi agua destilada”, afirma Carlos Martínez del Río, ecofisiólogo ya jubilado de la Universidad de Wyoming.

Pero eso conlleva otro problema: si un colibrí siguiera produciendo orina diluida durante la noche, moriría de deshidratación antes de la mañana. Para evitarlo, los colibríes apagan sus riñones cada noche. “Entran en lo que, en un humano, se consideraría insuficiencia renal aguda” dice Martínez del Río. “Los colibríes tienen que hacer esto, o morirían meados”.

Volar alto (gradualmente)

Las exigencias metabólicas de un colibrí son suficientemente duras a nivel del mar. Pero muchas especies viven a gran altitud, donde el aire contiene menos oxígeno y ofrece menos resistencia al planear. Por ejemplo, el colibrí gigante, el más grande del mundo, puede vivir en la cordillera de los Andes a más de 4.000 metros de altura, más de lo que pueden volar muchos helicópteros. Para hacer frente a estas condiciones, las aves han desarrollado una sangre más rica en hemoglobina, dice Jessie Williamson, ornitóloga de la Universidad de Cornell.

Pero algunas aves se enfrentan a un reto aún mayor, como descubrió Williamson. Los colibríes gigantes son lo bastante grandes como para que los investigadores puedan colocarles etiquetas de seguimiento satelital, así como geolocalizadores más pequeños. Así que Williamson y sus colegas decidieron colocarles rastreadores. Tras miles de horas intentando capturarlos con redes, los investigadores consiguieron colocar rastreadores a 57 aves con arneses hechos a medida con cuerda elástica de joyería.

Este colibrí gigante se adapta gradualmente a la altitud, el ave ascendió en una serie de subidas cortas seguidas de pausas para adaptarse a las condiciones a mayor altitud.

El colibrí gigante ascendió en una serie de subidas cortas seguidas de pausas para adaptarse a las condiciones a mayor altitud. J.L. WILLIAMSON ET AL / PNAS 2024

Aunque solo recuperaron datos de seguimiento de ocho aves, incluso esa pequeña muestra deparó una gran sorpresa: algunas de las aves vivían en las alturas de los Andes durante todo el año, mientras que otras —que resultaron ser una especie distinta, hasta ahora no conocida— migraban anualmente a los Andes desde las zonas de cría a lo largo de la costa de Chile. Esto significa que no solo se enfrentan a los retos obvios de una larga migración —un viaje de ida y vuelta de unos 8.000 kilómetros—, sino también a la necesidad de adaptarse a un aire menos denso durante el trayecto.

¿Su secreto? Hacerlo gradualmente. “Se parece mucho a cómo los alpinistas humanos logran llegar a la cumbre del Everest, con ráfagas de escalada y pausas para aclimatarse”, dice Williamson. “El viaje dura meses”. A medida que la tecnología de seguimiento se hace más ligera y barata, investigadores como Williamson esperan poder seguir también a especies de colibríes más pequeñas. Ello, junto con otros avances en la tecnología de investigación, puede deparar muchas nuevas sorpresas sobre la biología de estos diminutos y asombrosos pájaros.

Artículo traducido por Debbie Ponchner. 

viernes, 17 de enero de 2025

_- El gobierno de los millonarios. Por vez primera, los dueños de inmensos monopolios, digitales o no, han llegado directamente al poder político para defender sus intereses

_- Uno. Hace muchos años, a mediados del siglo XIX, el multifacético pensador de Tréveris, un tal Karl Marx, llevado de su acendrado espíritu crítico, sostuvo que los gobiernos eran los consejos de administración de los intereses de la burguesía en su conjunto. Quizá cuando fue escrita esa frase respondía o reflejaba buena parte de la realidad, pero con el paso del tiempo y la evolución de las luchas sociales y políticas acabó perdiendo virtualidad. Sólo tenemos que pensar que a mediados del XIX no existía el sufragio universal —las mujeres tenían vetado el derecho al voto y para los hombres todavía funcionaba el voto censitario, esto es el de los pudientes—. Los partidos obreros no habían nacido y las formaciones conservadoras y/o liberales únicamente representaban a las clases propietarias, por lo que aquel dicho o reflexión pudo tener sentido. Luego, con la extensión del sufragio a partir de la II Guerra Mundial, y la aparición de los partidos de izquierda a finales del siglo XIX, la situación empezó a cambiar, y, con el tiempo, estos partidos alcanzaron los gobiernos y ya no se podía sostener que representasen los intereses de la burguesía.

Dos. A partir de entonces, los partidos políticos, aunque encarnasen diferentes intereses económicos en función de las clases y sectores en que está dividida la sociedad, no eran una simple nomenclatura mimética de esas clases o sectores, pues las personas no piensan y actúan sólo por apetencias económicas. Por el contrario, les motiva una mayor variedad de causas e impulsos: creencias religiosas y actitudes morales; concepciones ideológicas; sentimientos identitarios; estructuras culturales o costumbres ancestrales. De ahí que, como señala nuestra Constitución en su artículo 6, “los partidos políticos expresan el pluralismo político, concurren a la formación y manifestación de la voluntad popular y son instrumento fundamental para la participación política”. Tan fundamental que sin ellos no existe democracia ni nada que se le parezca. Por eso vengo insistiendo desde hace muchos años en que el ataque sistemático, venga o no a cuento, a los partidos, a los políticos, a la política no son más que acometidas contra la democracia. Desde luego, supone una actitud bien diferente la crítica concreta y razonada sobre decisiones políticas o comportamientos individuales a la genérica descalificación de partidos o políticos como si fuesen una “clase” o “casta” con intereses propios, versión que se ha ido extendiendo como la lepra con gran daño a la democracia.

Tres. Ahora bien, una vez superada la representación estamental, propia del Antiguo Régimen, de base material agraria, y constituidas las naciones a partir de la Revolución Francesa, los partidos políticos se fueron erigiendo en la representación esencial de las democracias como cuerpo intermedio entre la ciudadanía y el poder político. Al tiempo, se fueron creando nuevas instituciones, como las que conforman los diferentes poderes del Estado, los propios medios de comunicación y, al calor de la revolución industrial, las organizaciones sindicales y patronales. Todas ellas con la finalidad, entre otras, de evitar la excesiva concentración del poder en sus diferentes formas y de ir logrando un sano equilibrio en el funcionamiento del sistema. Un proceso que ha venido desarrollándose en las democracias, más o menos avanzadas, que hemos conocido hasta el presente. Unas democracias, por cierto, cuya base material o física, mueble o inmueble, han sido en esencia los objetos, las manufacturas propias de esa revolución industrial con su correspondiente “propiedad de los medios de producción”, adecuada al capitalismo. Sin embargo, lo anterior está empezando a cambiar de forma acelerada como consecuencia de los efectos de la revolución digital si, por ejemplo, somos conscientes de que dicha mutación —inteligencia artificial y otras— todavía está en su más tierna infancia. Y, sin embargo, ya está teniendo consecuencias notables en el funcionamiento de nuestra vida política, ya que su materia prima no son los objetos, sino nosotros mismos y la rapiña de nuestros datos.

Cuatro. Uno de estos efectos, que golpea en el corazón de la democracia, consiste en que fuerzas muy poderosas entienden, en virtud del control que tienen de esas tecnologías, que sus instituciones —partidos, sindicatos, elementos del propio Estado o medios de comunicación— son un estorbo, lo que vengo calificando de jibarización de la democracia. Un ejemplo de lo que expongo está sucediendo en EE UU, a partir del triunfo de Trump/Musk. Una primera manifestación ha consistido en el hecho de que, por vez primera de una manera tan obscena, grandes propietarios o gestores de inmensos monopolios, digitales o no, han accedido directamente al poder político y desde él han expresado, nítidamente, sus intereses particulares. Si uno observa los nombramientos de Trump podrá certificar que no pocos de ellos han recaído en millonarios que pertenecen a los mismos sectores económicos de los que se tienen que hacer cargo políticamente, empezando por Musk. En efecto, las líneas maestras que se desprenden de las intenciones de estos poderosos millonarios se podrían resumir en los siguientes epígrafes: de entrada, estamos ante una Administración de Trump/Musk y no del Partido Republicano, que ha quedado abducido por el magnate y sus amiguetes y familiares, sin necesidad de partidos ni de Consejos de Ministros, pues ellos son la fusión, ósmosis o acoplamiento de la economía y la política. Una deriva harto peligrosa cuyo antecedente europeo, a mucho menor escala, fue la Italia de Berlusconi y ya vemos cómo ha terminado. Luego, en la misma línea, ese eslogan que lanzó Musk, o míster X, el día que ganaron las elecciones, dirigiéndose al público: “Ahora vosotros sois los medios de comunicación”; es decir, yo soy la opinión, pues sobran todos los medios tradicionales —periódicos, radios o televisiones—, porque las redes sociales y algoritmos que yo y mis compinches controlamos somos el pueblo y nos sobra todo lo demás. Si cunde el ejemplo, vamos a pasar de la propiedad privada de los medios de producción a la propiedad privada de las conciencias y opiniones, a través de X, Google o TikTok. De ahí que también se pretenda reducir el Estado a su mínima expresión, labor a la que se dedicarán en el futuro Musk y otro millonario cuando declaran que sobran millones de funcionarios y todas las agencias estatales que se dedican a las pocas labores sociales que hay en EE UU. Si estuviesen en Europa se pondrían las botas. En el fondo, un alarde de anarco-liberalismo-nihilismo, que permita de paso una bajada radical de impuestos que acabe con lo que quede de Estado de bienestar, artefacto que, a juicio de sus más eximios teóricos como Milei y compañía es un robo. Para terminar la faena una pasada por el negacionismo medioambiental, pues no hay que preocuparse si nuestro planeta se va al carajo, ya que según la tesis creacionista de Mayor Oreja y otros algún Creador benefactor nos lo repondrá o incluso nos proporcionara uno nuevo. La conclusión final de todo ello no es otra que, si estas teorías y políticas triunfasen, supondría la evaporación de la democracia social que conocemos y, desde luego, no convendría tentar la suerte y creerse esos estrambotes del creacionismo, no vaya a ser que sean un camelo y sólo se salven los que puedan irse a Marte con Musk y sus conmilitones.

jueves, 16 de enero de 2025

Una luz en la oscuridad: memoria de Carl Sagan

Fuentes: El diario [Imagen: Carl Sagan Planetary Society]


Lo más importante de cuanto nos transmitió Sagan fue la convicción de que la ciencia, a pesar de sus imperfecciones y en gran medida gracias a ellas, es con mucho la más valiosa herramienta de que disponemos para sobrevivir y prosperar como especie

Muchas de las personas que ya contamos con más de 50 años atesoraremos sin duda, entre los más gratos recuerdos de nuestra infancia, adolescencia o juventud, aquella prodigiosa serie de divulgación científica que se titulaba Cosmos, y no pocos guardaremos en casa la lujosa edición en libro del programa televisivo. Lo presentaba y fue también su guionista principal el astrónomo y astrofísico Carl Sagan, quien, de vivir hoy en día, habría cumplido 90 años en este último mes de noviembre.

El nombre completo de la serie fue Cosmos: un viaje personal y, a pesar de que apenas se emitieron trece episodios, se convirtió con pleno merecimiento en uno de los documentales de divulgación más célebres de la historia, si no el que más. En la introducción al libro, el propio Carl Sagan hablaba de cerca de 140 millones de telespectadores en todo el mundo. En 2014 se emitieron otros trece episodios de una continuación que se tituló Cosmos: una odisea en el espacio-tiempo, presentada por el astrofísico Neil de Grasse Tyson y producida, entre otros, por la escritora Ann Druyan, viuda de Sagan que también había sido guionista de la serie original.

Entre los atractivos que con toda seguridad contribuyeron al éxito del primer Cosmos se han de contar su belleza visual y un magnífico fondo musical, con composiciones de Vangelis y Jean-Michel Jarre. Pero su mayor valor radica en la asombrosa capacidad de Sagan para reunir lo esencial del sinfín de conocimientos físicos, astronómicos, matemáticos o filosóficos acumulados por el ser humano a lo largo de la historia y para presentarlo ante el público general de forma a un tiempo clara, amena y rigurosa. No se limitaba a enumerar y exponer hallazgos y principios de la ciencia, sino que nos mostraba cómo se habían gestado y de qué preguntas había partido el camino hacia ellos. Y esto le sirvió para contagiar al espectador, como ningún otro divulgador científico lo ha hecho, el amor por la ciencia (“cuando uno se enamora, quiere contarlo”, escribió), la pasión por aprender, que él siempre creyó innata en todo ser humano. Son los niños, acostumbraba a decir, quienes siguen haciendo las preguntas fundamentales.

Sirviéndose de una cartulina y dos palos, nos explicó de qué modo sencillo y genial había probado el sabio Eratóstenes que la Tierra era esférica en el siglo III antes de Cristo y cómo había sido capaz de medir con admirable precisión el diámetro de su circunferencia. Y explicó a un grupo de escolares, respondiendo a la pregunta de una niña, por qué era precisamente esférica la Tierra y no de otra forma.

En Cosmos oímos hablar muchos por primera vez de los agujeros negros. Se nos enseñó, años antes de que invadiera nuestras vidas el celebérrimo buscador de internet, que “gúgol” (o google) era el nombre que había dado a un número gigantesco, diez elevado a cien, el sobrino de nueve años del matemático norteamericano Edward Kasner, a petición de este. Se nos narró la apasionante búsqueda de la armonía universal que condujo a Kepler a dar con el movimiento de los planetas, gracias a las mediciones de un tipo tan extravagante como Tycho Brahe. Descubrimos el espíritu práctico e indagador de los científicos jónicos (Tales, Anaximandro, Anaxágoras, Demócrito y otros) a los que en los manuales de historia de la filosofía se acostumbraba a menospreciar con la rúbrica conjunta de presocráticos, como si anteceder a Sócrates hubiese sido su único mérito, desconociendo su papel crucial de pioneros del método científico. Entendimos el significado del tesoro perdido con la destrucción de la Biblioteca de Alejandría y oímos hablar, la mayoría de nosotros también por primera vez, de la matemática y astrónoma Hipatia.

Aprendimos que el Sol es una gran bola gaseosa de hidrógeno y helio y supimos de la fascinante vida de las estrellas o los frágiles equilibrios que posibilitan la vida en la Tierra, por los cuales Carl Sagan nos hizo ver la inmensa responsabilidad que como especie adquirimos en su cuidado y conservación. “Sabemos quién habla en nombre de las naciones –escribió-. Pero ¿quién habla en nombre de la especie humana? ¿Quién habla en nombre de la Tierra?” Estremece percatarse de que aún hoy, más de cuarenta años después, seguimos sin poder responder a estas dos preguntas.

Pero lo más importante de cuanto nos transmitió Sagan fue la convicción de que la ciencia, a pesar de sus imperfecciones y en gran medida gracias a ellas, es con mucho la más valiosa herramienta de que disponemos para sobrevivir y prosperar como especie, porque lleva incorporado en su seno el mecanismo por el que se autocorrige. Tiene dos reglas, aseguró en el último capítulo de Cosmos

Primera: no existen verdades sagradas ni sirven los argumentos de autoridad. 

Segunda: hay que revisar todo lo que no cuadre con los hechos. 

De modo similar, Bertrand Russell había escrito en La perspectiva científica que nadie que tenga espíritu científico afirma que lo que en la actualidad cree la ciencia sea exacto, sino un escenario en el camino hacia la verdad. “Cuando se produce un cambio en la ciencia, como, por ejemplo, de la ley de la gravedad de Newton a la de Einstein, lo que se había hecho no es derrocado, sino que es reemplazado por algo un poco más preciso”.

Puede resultar desalentador recordar a un hombre como < en el borrascoso tiempo que nos ha tocado vivir, en el que la irracionalidad reconquista millones de mentes, medran payasadas como el terraplanismo, resurge el nacionalismo más obtuso, poderosos dirigentes políticos se jactan de su ignorancia, se alzan arrogantes teocracias de mentalidad medieval en países sumidos en la miseria y, sobre todo, miles de personas, miles de niños, sucumben en guerras bestiales.

“Lo que significa un ser vivo –escribió Hermann Hesse en el pórtico de su novela Demian-, se sabe hoy menos que nunca, y por eso se destruye a montones de seres humanos, cada uno de los cuales es una creación valiosa y única de la naturaleza”. Y Carl Sagan, en Cosmos: “En la perspectiva cósmica, cada uno de nosotros es precioso. Si alguien está en desacuerdo contigo, déjalo vivir. No encontrarás a nadie parecido en cien mil millones de galaxias”.

Él no ignoró esta sombría deriva de nuestras sociedades y, poco antes de su muerte en 1996, nos dejó un libro asombroso cuya lectura hoy sobrecoge por la lucidez con que anticipó lo que se nos avecinaba. Lo tituló El mundo y sus demonios y constituye uno de los más emotivos y mejor armados alegatos a favor de la razón que jamás se hayan escrito.

“Preveo cómo será la América de la época de mis hijos o nietos (nosotros bien podríamos sustituir aquí América por Europa): … una economía de servicio e información; casi todas las industrias manufactureras clave se habrán desplazado a otros países; los temibles poderes tecnológicos estarán en manos de unos pocos y nadie que represente el interés público se podrá acercar siquiera a los asuntos importantes; la gente habrá perdido la capacidad de establecer sus prioridades o de cuestionar con conocimiento de causa a los que ejercen la autoridad; nosotros, aferrados a nuestros cristales y consultando nerviosos nuestros horóscopos, con las facultades críticas en declive, incapaces de discernir entre lo que nos hace sentir bien y lo que es cierto, nos iremos deslizando, casi sin darnos cuenta, en la superstición y la oscuridad”.

Es también, a pesar de todo, un libro profundamente esperanzador. El ser humano ha demostrado con amarga contumacia su capacidad para cometer los más escalofriantes actos de crueldad, pero también su capacidad para crear, para tejer redes de solidaridad, para sublevarse contra la injusticia y el alcance inagotable de su curiosidad. Estas últimas facultades son las que invoca Carl Sagan.

La verdad es que, sea cual sea la proporción de optimismo y pesimismo que anide en cada uno de nosotros, si amamos nuestra propia vida y las personas que junto a nosotros la transitan, no nos queda otro remedio. O, para decirlo con el refrán que Carl Sagan coloca al principio de El mundo y sus demonios: “Es mejor encender una vela que maldecir la oscuridad”.

Fuente: 

miércoles, 15 de enero de 2025

10 maneras de cuidar tu salud mental en 2024. Está comprobado que estas sencillas acciones te pueden ayudar a manejar el estrés y encontrarle más sentido a la vida en este nuevo año.

Desde el auge de la pandemia, ha habido un cambio cultural en la forma en que hablamos de salud mental. Es como si los años de aislamiento e incertidumbre nos hubieran ayudado a comprender cuán vitales eran nuestras necesidades emocionales para el bienestar en general. Ahora que prestamos más atención a nuestra vidas interior, también es esencial tomar medidas al respecto. Afortunadamente, hay varias cosas que todos podemos hacer para nutrir nuestra salud mental y encontrar momentos de alegría. 

Estos son algunos de nuestros consejos favoritos de 2023 que nos sirven para emprender el nuevo año. 

1. Prueba una forma comprobada para dormir mejor 

Los expertos dicen que dormir lo suficiente es una de las cosas más importantes que podemos hacer por nuestra salud mental. Si tienes problemas para conciliar o mantener el sueño, los estudios han descubierto que la terapia cognitivo-conductual para el insomnio, o TCC-I, a corto plazo es tan eficaz como usar medicamentos para dormir y a largo plazo más eficaz. La TCC-I ayuda a las personas a abordar la ansiedad que sienten debido al sueño y a encontrar formas de relajarse. Para encontrar un proveedor en Estados Unidos, visita el directorio de la Sociedad de Medicina Conductual del Sueño. 

2. Aprende a distinguir si tu ansiedad es protectora o problemática 

Es normal sentir ansiedad de vez en cuando. De hecho, tener algo de ansiedad puede ser útil. Los expertos dicen que contar con un sistema de alarma interno puede mejorar nuestro rendimiento, ayudarnos a reconocer peligros e incluso animarnos a ser más conscientes. Así que preguntamos a Petros Levounis, presidente de la Asociación Estadounidense de Psiquiatría: ¿cuánta ansiedad es demasiada ansiedad? “Si comienzas a notar que la preocupación y el miedo están constantemente presentes, es una señal de que necesitas ayuda”, dijo. Otras señales a tener en cuenta son la inquietud, una sensación de miedo o fatalidad, aumento de la frecuencia cardíaca, sudoración, temblores y dificultades para concentrarse. 

3. Detén el ciclo de preocupación 

Si tiendes a rumiar pensamientos, hay algunas formas simples de controlar este hábito. La primera es distraerte: las investigaciones muestran que las distracciones pueden ayudar a apartar tu mente de lo que te estresa. Intenta resolver un juego de palabras o escuchar música, prestando mucha atención a la letra. Otras veces, es mejor no luchar contra el impulso, pero eso no significa que debas dejar que tus pensamientos se descontrolen. Establece un temporizador de 10 a 30 minutos para dedicar ese tiempo a rumiar los pensamientos que te inquietan y permítete darles vueltas. Cuando suene el temporizador, es hora de seguir adelante. 

4. Prueba el método del ‘orden de las 5 cosas’ 

Cuando estás batallando con problemas de salud mental, las tareas básicas como fregar los platos o lavar la ropa pueden parecer imposibles. Pero vivir en medio del desorden puede hacerte sentir aún peor. KC Davis, consejera profesional licenciada y autora del libro How to Keep House While Drowning, aconseja centrarse en la funcionalidad por encima de la estética: tu hogar no tiene que ser perfecto, pero sí debe ser habitable. Una forma eficiente de evitar que las cosas se salgan de control es practicar un método que ella llama “el orden de las 5 cosas”. Enfócate en las cinco categorías principales de desorden: basura, platos, ropa sucia, cosas con un lugar y cosas sin un lugar específico y resuelve una a la vez para lograr que la limpieza sea más manejable. 

5. Practica la gratitud 

La gratitud es una emoción positiva que puede surgir cuando reconoces las bondades de tu vida y que otras personas, o poderes superiores si crees en ellos, te han ayudado a lograr dichas bondades. Para aprovechar realmente los beneficios de la gratitud, dicen los expertos, es importante expresarla siempre que sea posible. Eso puede incluir escribir cartas de agradecimiento o enumerar las cosas positivas en tu vida en un diario. Agradecer a amigos, parejas románticas e incluso compañeros de trabajo también puede mejorar las relaciones. 

6. Mira el envejecimiento con optimismo 

Las investigaciones demuestran que tu forma de pensar realmente importa cuando se trata de salud, y puede incluso prolongar tu vida. Un estudio muy conocido encontró que las personas que eran optimistas acerca del envejecimiento vivieron siete años y medio más que aquellos que tenían percepciones negativas al respecto. Para adoptar una mirada más positiva sobre el envejecimiento, presta atención a los beneficios de envejecer, como un mayor bienestar o más inteligencia emocional. Busca personas que manejen la vejez de una manera que te gustaría imitar: personas mayores que se mantienen físicamente activas y comprometidas en sus comunidades, o aquellas con características que admiras. 

7. Participa en actividades artísticas 

La idea de que el arte puede mejorar el bienestar mental es algo que muchas personas entienden por intuición, pero no necesariamente ponen en práctica. No se necesita tener talento para intentarlo, dicen los expertos. Escribir un poema, cantar o dibujar pueden ayudar a mejorar tu estado de ánimo, sin importar cuán creativo te consideres. Una de las formas más fáciles de comenzar es colorear algo intrincado: pasar 20 minutos coloreando un mandala (un diseño geométrico complejo) es más útil para reducir la ansiedad que colorear de manera libre durante el mismo período de tiempo, según las investigaciones. 

8. Busca un poco de asombro todos los días

A veces tenemos que recordarnos a nosotros mismos conectar con el mundo físico que nos rodea. Es aquí donde entra el paseo del asombro. Elige un lugar para caminar (nuevo o familiar) e imagina que lo estás viendo por primera vez. Luego presta atención a tus sentidos. Siente el viento en tu rostro, toca los pétalos de una flor. Simplemente observa el cielo. Puede ser más restaurador de lo que imaginas. 

9. Toma un descanso tecnológico 

Si tienes problemas para concentrarte, no eres el único. Las investigaciones han encontrado que en las últimas dos décadas, la cantidad de tiempo que dedicamos a una tarea determinada se ha reducido a un promedio de solo 47 segundos, en comparación con dos minutos y medio de antes. La tecnología suele ser la culpable. Para recuperar el control de tu concentración, Larry Rosen, profesor emérito de psicología en la Universidad Estatal de California, Dominguez Hills, sugirió una estrategia llamada “descansos tecnológicos”. Coloca un temporizador por 15 minutos, luego silencia y deja a un lado tu teléfono. Cuando el tiempo se acabe, toma uno o dos minutos para revisar tus aplicaciones favoritas —ese es tu descanso tecnológico— y vuelve al trabajo durante otro ciclo de 15 minutos. El objetivo es aumentar gradualmente el tiempo entre tus descansos tecnológicos, llegando a los 45 minutos (o más) lejos de tu teléfono. 

10. Respira hondo 

Una de las formas más rápidas y fáciles de calmar tu mente y tu cuerpo es tomando respiraciones lentas y profundas. Hacerlo ayuda a activar tu sistema nervioso parasimpático, que contrarresta la respuesta al estrés de “lucha o huida”, y reduce la presión arterial y regula tu ritmo cardíaco. Un ejercicio de respiración que puede ser particularmente útil para mitigar el miedo y la ansiedad es la respiración 4-4-8, donde se inhala durante cuatro tiempos, se contiene la respiración durante cuatro tiempos y se exhala durante ocho tiempos.

martes, 14 de enero de 2025

Consejos para dormir de verdad en un avión. Estas estrategias probadas pueden ayudarte a conseguir cierto grado de descanso, incluso en un poco conveniente asiento vertical.

An illustration of a man sleeping comfortably in a middle seat on a plane, while all the other passengers around him look frazzled, stressed and tired.
Credit...Pete Gamlen
¿Qué es peor que estar hacinado en un asiento demasiado estrecho y demasiado vertical en un vuelo nocturno? Estar despierto todo el tiempo. A falta de recibir un billete dorado (es decir, una mejora de categoría y un asiento reclinable), hay algunas estrategias para hacer que un vuelo largo sea más reparador y no llegues a tu destino totalmente destrozado. Llega algo soñoliento

La mayoría de los vuelos nocturnos, llamados red eye o de ojos rojos, implican viajar de oeste a este a través de varias zonas horarias e intentar dormirte antes de lo que lo harías normalmente en casa. “Estar un poco privado de sueño cuando subes al avión puede ser beneficioso”, dijo Jamie Zeitzer, codirector del Centro de Ciencias del Sueño y Circadianas de la Universidad de Stanford. Intenta quedarte despierto hasta un poco más tarde de lo habitual la noche anterior al vuelo y levántate más temprano la mañana siguiente. Si estás cansado al embarcar, dijo, “puede pesar más que el hecho de que estés incómodo e intentes dormirte a una hora extraña” Sáltate las comidas a bordo

“Dormimos mejor si no comemos justo antes de irnos a dormir”, dijo Virginia Skiba, directora médica asociada de los Laboratorios del Sueño del Grupo Médico Henry Ford de Míchigan. “Comer una comida ligera y no grasa un par de horas antes del vuelo es tu mejor opción”.

Kristin Luna, escritora de viajes afincada en Tennessee, quien ha estado en más de 130 países, dijo que siempre come algo en casa o en el aeropuerto antes de salir, y que se lleva bocadillos (como frutos secos o barritas Kind) para comer antes de aterrizar. “Si me dan a elegir entre una hora más de sueño o despertarme para el servicio de desayuno de la cabina, siempre elijo dormir”, dijo.

Engáñate a ti mismo para dormir
Cuando abordes, cambia mentalmente a la zona horaria de tu destino. Si sales de Nueva York y te diriges a París, no son las 6 p. m. cuando despegas, sino medianoche.

A continuación, empieza tu rutina para acostarte. “Traslada al avión tantos rituales nocturnos tranquilizadores como puedas”, dijo Oren Cohen, profesor adjunto de Medicina del sueño en la Facultad de Medicina Icahn de Mount Sinai. “A tu cerebro le gustan esas asociaciones para ayudarte a adormecerte”. Eso puede incluir apagar todas tus pantallas, lavarte los dientes y quitarte los lentes de contacto.

Luna utiliza un antifaz, auriculares con cancelación de ruido y una almohada cervical Trtl, que le encanta porque se pliega en su bolsa de mano. “También llevo ropa cómoda, tipo pijama, y un suéter largo que puede servir de manta”, dijo.

Piénsatelo dos veces antes de tomar medicamentos para dormir o beber alcohol Todos los expertos consultados para este artículo desaconsejaron el uso de somníferos de venta libre o con receta (como Tylenol PM, melatonina o Ambien) durante un vuelo. Pero si estás pensando en hacerlo, habla antes con tu médico, dijo Alicia Roth, psicóloga del sueño de la Clínica Cleveland. “Nunca tomes ningún medicamento o suplemento por primera vez en un vuelo”, añadió. “Pruébalo en casa la semana anterior para saber exactamente cómo respondes a él, con qué rapidez te afecta y cómo te hace sentir al despertar”.

Ten en cuenta también la duración del vuelo. “La mayoría permanecen en tu organismo al menos ocho horas, así que si no tienes tanto tiempo para dormir, no deberías tomarlo”, dijo Cohen. “Aunque te ayudara a dormir un poco, podría dejarte demasiado atontado al aterrizar”.

Aunque la opinión general sobre beber en los aviones es que no lo hagas, Zeitzer es un poco más optimista, siempre que no combines el alcohol con la medicación para dormir. “No es buena idea tomarse varios cócteles, pero una sola copa de vino puede relajarte lo suficiente para que puedas conciliar el sueño”, dijo. “El alcohol no es bueno para el sueño, pero en este caso, un sueño imperfecto sigue siendo mejor que no dormir nada”.

Sé creativo con tu asiento y tu posición para dormir
Un asiento de ventanilla suele ser la mejor opción, ya que puedes apoyarte en la pared. Algunos viajeros tienen preferencias menos obvias. Tras años viajando entre Colorado y Australia, “aprendí a reservar el asiento del pasillo en la sección central del avión”, dijo Drew Hudon, director de mercadotecnia de una empresa de dispositivos médicos. “Descubrí que los demás asientos de esa sección suelen estar ocupados por personas que viajan juntas”, dijo, “así que si una de ellas necesita levantarse, despertará a su acompañante para salir, no a mí”. Los asientos centrales de la sección intermedia también suelen ser de los últimos en llenarse, por lo que a veces puedes conseguir un asiento extra para separarte.

Cualquier asiento puede hacerse más propicio al sueño con un poco de ingenio. “Si estoy con alguien que conozco, esta es mi posición favorita para dormir en el avión”, dijo Cohen. “Reclino mi asiento unos centímetros más que el suyo y apoyo la cabeza en su asiento”. O a veces emplea la postura de la cabeza apilada: “Apoyo la cabeza en el hombro de mi compañero y él apoya la suya encima de la mía”.

Quédate despierto al llegar
No importa lo bien o lo mucho que duermas en el avión, una vez que aterrices se trata de vencer al jet lag o desfase horario. Planifica actividades ese primer día que te mantengan al aire libre y en movimiento. “La exposición a la luz a primera hora del día ayuda a regular la melatonina y a ajustar tu reloj interno a la nueva zona horaria”, dijo Roth.

Estar en movimiento cumple otro objetivo importante: te agotará. “La hora de acostarse en el nuevo lugar no te parecerá la hora de acostarse”, dijo Zeitzer. “Estar muy cansado ayuda a anular la fuerte señal de tu cuerpo de que quiere permanecer despierto”. Y después de una buena noche de sueño, por fin sentirás que estás de vacaciones.

lunes, 13 de enero de 2025

¿Y si en lugar de hacer una prueba, hablamos?: cómo la conversación puede convertirse en una nueva clase de examen

Estudiantes en un examen

Fuente de la imagen,Getty Images

Pie de foto,
Los exámenes suelen carecer de reflexión, crítica y problematización.

Llega el día del examen y los nervios acechan. ¿Por qué? Podríamos encontrar numerosos motivos.

Hay quien piensa que el examen no vale para nada, porque todo lo que ha estudiado se olvida más temprano que tarde.

O para “casi nada”, porque tampoco es posible continuar con los estudios y conseguir el ansiado título sin pasar por ellos.

Como ciudadanos adultos, todos hemos “sufrido” un sistema educativo en ocasiones asfixiante.

¿Por qué no examinamos al propio examen?

Limitar la capacidad creativa

Según Jesús Ibáñez, un sociólogo que fue considerado como "el padre" de la materia en España, el examen merma la capacidad imaginativa y crítica de los estudiantes, quienes deben limitarse a contestar de acuerdo con el catálogo de respuestas que les ha sido proporcionado de antemano.

Recordemos la escena de la película "El club de los poetas muertos" (1989, Peter Weir) en la que el profesor (interpretado por Robin Williams) anima a sus alumnos a expresar sus modos específicos de caminar contra el marcial ritmo unísono y ortodoxo al que estaban acostumbrados.

En el patio, en lugar de desfilar, de seguir un solo camino predeterminado, de acomodarse a un modo específico de ser, los alumnos comienzan a expresarse con mayor libertad, evitando tapujos, corsés y estereotipos.

Recordemos que la palabra poesía viene del griego poiesis, que significa ‘creación’.

El objetivo final del profesor (de Literatura, en el caso de El club de los poetas muertos) es luchar contra la uniformización, contra la homogeneización de la sociedad que provoca que la riqueza diferencial sea asimilada por un modelo que se impone.

Como afirma Ibáñez en la obra citada, “el examen les hace hablar convenientemente, marcando el paso, ordenada y disciplinadamente”.

¿Todos los exámenes son iguales?

Hay muchos tipos de exámenes, desde los comentarios de texto a los problemas matemáticos. Pero ¿son todos igual de “uniformadores”?

Hay modelos de exámenes que ofrecen a los alumnos la posibilidad de contestar a su manera.

De hecho, muchos docentes animan a sus alumnos y alumnas a buscar otras formas de expresar lo aprendido.

Estudiante y profesora durante una conversación.

Estudiante y profesora durante una conversación.

Fuente de la imagen,Getty Images

 

Sin embargo, el margen de creatividad es pequeño: el examen no nos permite repreguntar o reformular las preguntas o generar nuevas preguntas.

Estas disponen ya de sus soluciones, y los estudiantes simplemente han de encontrar la opción correcta siguiendo casi al pie de la letra un libro de instrucciones.

La reflexión, la crítica y la problematización brillan por su ausencia en estos modelos.

Y no debemos olvidar que, no solo en el ámbito educativo, problematizar –es decir, poner en cuestión lo que se afirma, las verdades que se nos presentan como tales– es muy importante, pues “implica una lucha contra la estupidez”.

El antagonista del examen: la conversación

Frente a la “prohibición del uso poético”, podemos recurrir a un potente antagonista del examen: la conversación.

Esta es siempre abierta, inútil a priori, como la filosofía que, como decía Castoriadis, sirve para mucho más que el hecho de servir para algo determinado (en el mismo sentido que Nuccio Ordine).

En palabras de Kant: la conversación no es un medio para… sino un fin en sí mismo.

Sin guiones ni finales previstos, en la conversación los temas varían, surgen, se transforman… Una conversación es como el baile de los estorninos, conjugando caos y cosmos.

No hay jerarquía. Al conversante no se le exige ningún requisito: simplemente ha de participar… si quiere.

Al contrario que el examen, más bien cerrado y autoritario, el carácter de la conversación es abierto y democrático.

Y mientras, desde el punto de vista de la Lógica, el examen opera con disyuntores (o): o es una solución o es otra, es decir, excluyendo opciones; la conversación lo hace con conjuntores (y), incluyendo: y esto, y lo otro, ¿y quién más?, ¿y qué más?

Profesora y alumno conversando en un pasillo.

Profesora y alumno conversando en un pasillo.

Fuente de la imagen,Getty Images

Pie de foto,
La conversación fomenta la interdisciplinariedad y recoge los intereses de los estudiantes. 

Aplicaciones prácticas en el aula a través de un pódcast

¿Conservamos o eliminamos el examen? Hay otra opción: convertir el examen en conversación.

A pesar de su carácter indefinido y abierto, ¿es posible llevar la conversación a las aulas y convertirla en un instrumento de evaluación?

Una de las principales ventajas de implementar la conversación es que aporta ciertos valores transversales a todas las asignaturas: respetar los turnos de palabra, escucha activa, usar un lenguaje comprensible por todas y todos, etc.

Otro punto a favor es que la conversación, al no partir de un tema en concreto ni tener un objetivo final, fomenta la interdisciplinariedad y recoge los intereses de los estudiantes y las estudiantes, que hablan de lo que quieren hablar.

Sin embargo, si queremos usar la conversación como instrumento de evaluación no solo en asignaturas como Oratoria o Educación en Valores Cívicos y Éticos, hemos de fijar algunos criterios, aún a riesgo de limitar en cierto modo su carácter.

Propongamos un modelo basado en el pódcast, desde donde de paso aprovechamos también para trabajar las Tecnologías de la Información y la Comunicación.

El proceso sería el siguiente:

  • El profesor ofrece un listado de temas (basado en los contenidos que se estudien en la asignatura).
  • Se forman grupos de trabajo, que eligen uno de los temas propuestos.
  • A lo largo de la conversación (que será grabada en formato pódcast) se trabajará el tema académico elegido, procurando explicarlo de un modo claro y conectándolo con otros temas que escojan libremente los estudiantes.
Los criterios de evaluación integrarán tanto los aspectos transversales (claridad en el lenguaje, participación de todo el alumnado) como los académicos (explicación del tema elegido). Los diferentes pódcast serán escuchados en el aula y serán autoevaulados (por los creadores del pódcast) y coevaluados (por los otros grupos de estudiantes), que ponderarán junto a la calificación del docente.

De este modo, como muestran algunos estudios al respecto, la conversación usada como herramienta educativa fomenta una participación mucho más activa y creativa del alumnado.

*Luis Ángel Campillos Morón es profesor de filosofía, Universidad de La Rioja.