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domingo, 31 de diciembre de 2023

Gaza como problema nacional.

En el debate de este pasado viernes en el Consejo de Seguridad de la ONU el apoyo, implícito obviamente, a la posición de António Guterres y Pedro Sánchez fue abrumadora. No solo en la votación, sino sobre todo en la argumentación con base en la cual se justificó la emisión del voto a favor de la resolución.

El secretario general de la ONU, António Guterres, habla durante una reunión del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, en Nueva York (EEUU), el 8 de diciembre de 2023.https://www.eldiario.es/contracorriente/gaza-problema-nacional_132_10753382.html
El secretario general de la ONU, António Guterres, habla durante una reunión del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, en Nueva York (EEUU), el 8 de diciembre de 2023.

Estaba pendiente de seguir la reunión del Consejo de Seguridad de la ONU de este pasado viernes en la que se iba a debatir la propuesta de un alto el fuego humanitario, presentada por Emiratos Árabes Unidos en nombre de los países árabes de la organización y copatrocinada por España, entre otro centenar de miembros. La convocatoria del Consejo se produjo a instancias del secretario general, António Guterres, que recurrió al artículo 99 de la Carta fundacional para intentar forzar un alto el fuego humanitario que alivie la catastrófica situación en la Franja.

Como suelo hacer casi siempre conecté con la CNN primero y la BBC después para seguir el debate, la votación y la explicación del voto por los representantes de los distintos Estados que intervinieron directamente en el debate, pero ninguno de los dos se dignó ocuparse de la reunión del Consejo, de tal manera que tuve que seguirla en Al Jazeera, que la retransmitió sin comentario de ningún tipo.

Como el lector, sin duda, sabe, la resolución del Consejo contó con el apoyo de todos los miembros de dicho órgano con la excepción de los Estados Unidos, que la vetó, y del Reino Unido que se abstuvo.

Para los ciudadanos de Portugal y España la reunión del Consejo resultaba especialmente interesante por la dimensión nacional que ha adquirido el conflicto tras haber acusado el Gobierno de Israel a António Guterres y a Pedro Sánchez de favorecer al terrorismo de Hamas. En el caso de António Guterres por haber afirmado en un primer momento que el 7 de octubre no se había producido “en el vacío”, motivo por el que el representante de Israel en Naciones Unidas exigió su dimisión inmediata y por haber recurrido después al artículo 99 de la Carta, motivo por el que se le acusó por el Gobierno de Israel de estar boicoteando la paz y promoviendo la continuidad del conflicto bélico. En el caso de Pedro Sánchez por haber afirmado que la acumulación de víctimas palestinas resultaba “insufrible” y que Israel tenía el derecho a la defensa, pero que tenía que ejercerlo respetando el Derecho Internacional humanitario.

En el debate de este pasado viernes en el Consejo de Seguridad de la ONU el apoyo, implícito obviamente, a la posición de António Guterres y Pedro Sánchez fue abrumadora. No solo en la votación, sino sobre todo en la argumentación con base en la cual se justificó la emisión del voto a favor de la resolución.

No he seguido la reacción que se ha producido en Portugal ante la petición de dimisión de António Guterres y la acusación de que promueve el terrorismo de Hamas, pero no parece que la derecha portuguesa haya aprovechado la ocasión para alinearse con el Gobierno de Israel.

En España, por el contrario, Alberto Núñez Feijóo sí ha atacado con virulencia al presidente del Gobierno, haciéndolo responsable de la crisis diplomática con el Estado de Israel y Esteban González Pons, en el debate en el Congreso de los Diputados con motivo de la comparecencia del ministro de Asuntos Exteriores, acusó al Gobierno de haberse equivocado de bando y de no haber identificado correctamente el problema, dando con ello cobertura al terrorismo.

Vox, como siempre, dio un paso más, desplazándose Santiago Abascal a Tel Aviv para solidarizarse visiblemente, una imagen vale más que mil palabras, con Benjamín Netanyahu.

Después de seguir el debate en el Consejo de Seguridad de este viernes, me acordé del debate que se produjo acerca de la guerra de Irak en un momento en que España era uno de los países miembros de dicho Consejo que se alineó con los Estados Unidos y el Reino Unido. Después vino la foto de las Azores, en la que, además del presidente de los Estados Unidos, del primer ministro del Reino Unido y del presidente del Gobierno español, figuraba como anfitrión el primer ministro de la derecha portuguesa. Y me interrogué a continuación ¿qué posición habría adoptado España este pasado viernes si Alberto Núñez Feijóo fuera presidente del Gobierno y Santiago Abascal vicepresidente?

Dado que el conflicto parece que va a prolongarse, me temo que seguirá proporcionando munición a las derechas españolas para atacar al Gobierno. Espero que no se olvide. Pocos casos como este sirven para poner de manifiesto la diferencia que existe entre un Gobierno de derecha y otro de izquierda. La diferencia entre el servilismo de José María Aznar y la valentía de Pedro Sánchez.

https://www.eldiario.es/contracorriente/gaza-problema-nacional_132_10753382.html

Javier Pérez Royo, 

jueves, 28 de diciembre de 2023

La refundación de la ONU

Fuentes: Rebelión

El enfrentamiento entre el Secretario General de la ONU, Antonio Guterres y el Estado Sionista de Israel, por afirmar que las acciones de Hamas no surgen de la nada, sino que son consecuencia de “56 años de ocupación asfixiante”, así como la incapacidad de las Naciones Unidas para frenar el genocidio de un pueblo que está siendo retransmitido por los medios de comunicación como si un filme pos apocalíptico fuera, solo demuestra que el RIP de ese organismo está cerca.

Si es absolutamente inútil para pararle los pies al genocidio palestino, ¿para qué sirve? La ONU fue creada en 1945 por los vencedores de la II Guerra Mundial, los EEUU y la URSS, a la que añadieron a Gran Bretaña, Francia y adhiriéndose un total de 51 estados. La República Popular de China se sumaría en 1971, en sustitución de la República de China, que fue expulsada.

En su artículo 1 de la Carta Fundacional se dice: “Mantener la paz y la seguridad internacionales, y con tal fin: tomar medidas colectivas eficaces para prevenir y eliminar amenazas a la paz, y para suprimir actos de agresión u otros quebrantamientos de la paz; y lograr por medios pacíficos, y de conformidad con los principios de la justicia y del derecho internacional, el ajuste o arreglo de controversias o situaciones internacionales susceptibles de conducir a quebrantamientos de la paz».

Si bien desde su fundación la paz no se mantuvo en ningún momento, el reguero de guerras locales son parte de la historia reciente de la humanidad (comienzo de la guerra árabe-israelí, indo pakistaní, Corea, las dos guerras del Vietnam, etc., etc.), el peligro de la repetición de los dos grandes conflictos del siglo XX (la I y la II Guerra Mundial) se alejó por un motivo que poco tenía que ver con la legislación de la ONU, y mucho con la realidad social sobre la que se construyó.

La II Guerra Mundial había cerrado un capítulo de la historia, quién sucedería en el “trono” del mercado mundial a las potencias europeas, especialmente Gran Bretaña y Francia (las grandes derrotadas: perdieron sus imperios coloniales); y la fuerza resolvió el conflicto, los EEUU se convirtieron en el nuevo amo y señor al destruir físicamente a sus grandes competidores emergentes, Alemania y Japón.

Pero abrieron otro, la llamada “guerra fría”; que no es otra que la guerra entre el imperialismo capitalista y los estados que tras la II guerra expropian a sus burguesías y establecen estados no capitalistas, que escapan del dominio directo burgués. Tras esa guerra, 1/3 de la población mundial deja de estar bajo las leyes del capitalismo y se rigen por criterios económicos (planificación de la economía) y sociales (colectivización frente a individualismo) opuestos por el vértice a los defendidos por los EEUU.

Si fue “guerra fría” y no se transformó en “guerra caliente” se debió a la política consciente de las burocracias de esos estados obreros de “coexistencia pacífica”; su permanencia en el poder estaba ligado al mantenimiento de la paz mundial. No tenían la menor intención de llevar la revolución socialista hasta el final, sino de mantenerse en el poder a costa de lo que fuera bajo la falacia de la “superación del capitalismo”. Tras esta frase sin sentido -el mercado mundial se los terminó comiendo- ocultaban su renuncia a la revolución; y como todo lo que no avanza, retrocede, esos estados terminaron volviendo al redil del capitalismo.

Pues bien, bajo esta correlación de fuerzas, que era un “empate” técnico, se construyó la ONU; un edificio construido sobre la colaboración de clases y el pacto social, la “coexistencia pacífica”. Por ello, su método funcionó hasta que uno de los “contratantes” del pacto desapareció con la restauración del capitalismo en los Estados del llamado “del socialismo realmente existente”; se rompió el equilibrio entre los estados que culminó con la hegemonía de uno solo, los EEUU. La ONU dejó de ser un organismo de “pacto social” para ser una institución que solo servía para avalar las aventuras imperialistas de los vencedores de la Guerra Fría y, si no, pasaban de ella como en la II Guerra de Irak.

Pero la vida no se para; sino que esa misma victoria dejó al mundo en manos del capitalismo como único modo de producción en todo el planeta: tras las luchas de los años 90, todos los estados del mundo se transformaron en capitalistas, y si algo define al capitalismo es la competencia. Es innato a él, no puede sobrevivir sin ella.

En los 80 fue Japón, después la Unión Europea, los que parecían cuestionar ese poder hegemónico; pero todos ellos estaban atados al gigante norteamericano por mil hilos económicos, políticos y militares: Japón y Alemania fueron las potencias físicamente destruidas en los años 40 y en su territorio se ubican fuerzas de ocupación yanquis, como un recordatorio permanente de su derrota en 1945.

La “sorpresa” no vino de las viejas potencias europeas, en una decadencia bárbara que hace que sus intentos de unificación para situarse mejor en la competencia interimperialista choque con su historia de conformación como estados. Las burguesías europeas quieren la cuadratura del círculo, unificarse para competir sin renunciar a competir entre ellas; el resultado es ese engendro “medio estado/medio tratado internacional” que es la UE.

La “sorpresa” vino de los estados donde se había restaurado el capitalismo y que los estados obreros habían industrializado aceleradamente, Rusia y, sobre todos ellos, China, que de ser la “fábrica del mundo” se ha transformado en el “banquero del mundo”, y, por ello, en una potencia imperialista que amenaza seriamente la hegemonía yanqui. Estos, por primera vez desde 1945, ven en peligro su estatus como potencia hegemónica, con las consecuencias internas que esto supone: sería el fin del “american way of live”.

En el camino de la defensa de este estatus no renuncian a nada, y como “entre dos derechos iguales, la fuerza es la que decide” (Marx, Critica a la Filosofía del Derecho de Hegel) cuando la “guerra con palabras” (las leyes nacionales y tratados internacionales) no basta, la guerra caliente es la forma que los capitalistas, a través de sus estados, tienen de imponerse frente a sus competidores.

Para los EEUU, y sus aliados, la ONU, sus promesas de “Mantener la paz y la seguridad internacionales”, que nunca sirvieron para mucho, ahora son un estorbo en el camino de conservar el papel hegemónico; precisan de reorganizar el mundo bajo los nuevos criterios, la “lucha entre los estados imperialistas por el dominio del resto del mundo es (…) un factor básico para definir la naturaleza y el destino de las organizaciones internacionales correspondientes” (E B Pasukanis, Sobre el Derecho Internacional).

Esta nueva realidad convierte a la ONU en un zombi que solo sirve para ratificar estadísticamente las carnicerías que los estados capitalistas llevan a cabo y a través de sus organismos (Banco Mundial, FMI, Unicef, y demás) garantizar la pervivencia del orden mundial “realmente existente”, que no es otro que el dominio del eje imperialista euro norteamericano, sus semicolonias y enclaves como Israel; lo que les permite disfrutar de patente de corso para vulnerar los derechos humanos y la soberanía de los pueblos.

La ONU es un zombi al servicio de este eje imperialista que no sirve para otra cosa que para demonizar a los que se salen de ese eje; el doble rasero entre Rusia e Israel en sus guerras de ocupación es la mejor demostración de este papel que no “garantiza la paz” sino que la atiza. A Rusia, cuando ocupa parte de Ucrania, se le expulsa de todos los organismos menos de la ONU y el Consejo de Seguridad, la CPI (Corte Penal Internacional) emite una orden de detención contra Putin, las sanciones se llevan a la Asamblea General.

Israel lleva, desde su fundación en 1947, incumpliendo todas las resoluciones de la ONU, y ahora, ante la “solución final” desatada contra Gaza por el estado sionista, se limitan a declaraciones genéricas y cuando su Secretario General se sale del guion leyendo un comunicado con verdades como puños, se permiten la chulería de vetar a los funcionarios de la ONU y pedir su dimisión. El sionismo sabe que son la herramienta privilegiada de los euro norteamericanos para mantener “su” orden en Oriente Próximo y el mundo árabe.

La ONU entre la crisis total y la refundación

Si un organismo que fue construido para «mantener la paz», que era, en realidad, sostener el capitalismo tras las dos carnicerías que provocó en el siglo XX (la I y II guerra mundial), y ya en aquel momento fue ineficaz, salvo para sacar la guerra de Europa que se trasladó al llamado “tercer mundo”; ¿qué puede hacer ahora que el capitalismo es el único modo de producción existente en el mundo, cuando todos los estados se mueven por la ley de la selva del mercado? La ONU es un zombi, porque sus promesas de “mantener la paz” chocan con la realidad de un capitalismo en crisis y decadente, que solo conoce una manera de sobrevivir, la fuerza frente a sus pueblos y frente a los competidores.

Ante esta crisis absoluta del organismo que “regulaba” las relaciones entre los estados, todos los medios capitalistas son conscientes de que hay que cambiar la jerarquía entre los estados.

«Las Naciones Unidas han luchado y siguen luchando por el progreso y el bienestar de la humanidad (…) Sin embargo, teniendo en cuenta la manera fundamental en que ha cambiado el mundo en los últimos siete decenios, existe una necesidad clara de reformar las Naciones Unidas y sus principales órganos», dijo Sam Kahamba Kutesa, presidente del sexagésimo noveno período de sesiones de la Asamblea General de las Naciones Unidas del pasado año..

Por su parte, en septiembre de este año el diario digital Bloomberg escribía: “un mundo decepcionado por la ONU empieza a buscar respuestas en otros lugares”, las potencias euro norteamericanas en la OTAN, habría que añadir; y “si los países que dominan la ONU siguen resistiendo la reforma, el sur global no tendrá más remedio que buscar opciones fuera del sistema de la ONU”; concretando, los BRICS y su expresión de seguridad, el Acuerdo de Cooperación de Shanghái, por ejemplo.

Esta decepción es la que lleva a que los representantes del Sur Global, herederos del “Movimiento de los no alineados” de la guerra fría con China a la cabeza, pidan una adecuación de la ONU a las nuevas jerarquías entre los estados que se está construyendo sobre las ruinas de Siria, Libia, Yemen, Ucrania, Palestina o el Sahara.

A pesar de lo que digan desde el llamado “sur global” o desde los medios del imperialismo euro norteamericano, los pueblos del mundo y, menos que menos, la clase obrera mundial, nada tienen que esperar de un organismo -democratizado o no- que fue construido para mantener el capitalismo y que ahora tiene exactamente el mismo objetivo en el marco de una nueva correlación de fuerzas entre las potencias imperialistas; ni de lejos se plantean acabar con la explotación y la opresión solo reordenar las estructuras de poder en el mundo.

De la misma manera que los EEUU, a comienzos del siglo XX, cuando presentó sus credenciales como potencia imperialista emergente, lo hizo desde la “libertad de comercio” y el supuesto respeto a la soberanía de los pueblos apoyando luchas de liberación nacional como la de Cuba frente al decadente imperio español, los actuales competidores imperialistas utilizan la misma retórica de “defensa de la soberanía de los pueblos” y la “libertad de comercio”. Tras estas consignas se ocultan su verdadero objetivo, sustituir la “vieja y decrépita” potencia colonial (sea España, Francia o Gran Bretaña en aquel momento, los EEUU hoy), por los “jóvenes y dinámicos” capitalistas chinos, rusos y sus aliados de los BRICS.

La solución no pasa por establecer nuevas instituciones que únicamente atenúen las contradicciones sociales, al servicio de que los “jóvenes” imperialistas sustituyan a los “viejos y decrépitos” en el dominio del mundo, sino acabar con las relaciones sociales de producción y sus consecuencias de concentración y centralización del capital, y, por lo tanto, del poder.

Fue Lenin el que dijo, en unas condiciones de contradicciones interimperialistas semejantes, que no había que “engordar” a las nuevas potencias frente a los “viejos y decrépitos” imperios. La tarea es la de construir una política independiente de toda burguesía, imperialista o nacionalista, para reconstruir el mundo bajo unos criterios sociales, políticos y económicos opuestos por el vértice a la jerarquía capitalista, el socialismo; primera fase hacia la sociedad comunista, donde la defensa del bien común sea el eje ordenador de la vida social.

Es obvio que esa nueva forma de organizar la sociedad excluye cualquier componenda institucional que, como la ONU, solo sirva para mantener el orden capitalista a la que hay que enfrentar como lo que es, parte del problema y no de la solución.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

lunes, 8 de marzo de 2021

_- “Amenaza transnacional”, según las Naciones Unidas. Racismo y neonazis, flagelos mundiales crecientes.


_- Grupos ideológicos de extrema derecha con concepciones neonazis y supremacistas que se refuerzan en unos y otros países.

El racismo cada vez más anclado en instituciones, grupos de poder y en el funcionamiento cotidiano en diversas sociedades. Una radiografía que preocupa particularmente a las Naciones Unidas que acaba de iniciar la última semana de febrero y hasta el 23 de marzo, en Ginebra, la sesión 46 del Consejo de Derechos Humanos.

La pandemia refuerza los “ismos”
“Aprovechando la pandemia del coronavirus hay otra epidemia que se esparce rápidamente entre países y se incrusta en nuestras sociedades: la de los movimientos racistas, supremacistas y neonazis”, subrayó António Guterres, secretario general de la ONU, al inaugurar este evento.

Explicó que los grupos que promueven estas ideologías han aprovechado la aparición de la pandemia para aumentar su propio poder mediante la “polarización social y la manipulación política y cultural”. Afirmó, además, que representan la mayor amenaza a la seguridad interna en muchos países.

En algunos países también se da el caso de autoridades que han usado “políticas de mano dura” en cuestiones de seguridad y adoptado medidas de emergencia para “aplastar la disidencia, criminalizar las libertades básicas, silenciar la información independiente y restringir las actividades de las organizaciones no gubernamentales”. Es esencial “una acción mundial coordinada para acabar con este grave y creciente peligro”, enfatizó.

España en la mira
En paralelo, los últimos días de febrero, la Comisión Europea contra el Racismo y la Intolerancia (ECRI, en inglés), agencia dependiente del Consejo de Europa, criticó a España por no haber hecho nada con respecto a dos de las recomendaciones que le había presentado tres años atrás: el problema del abandono escolar entre los niños gitanos y la necesidad de crear un organismo independiente para la promoción de la igualdad ( https://rm.coe.int/fifth-report-on-spain-spanish-translation-/16808b56cb ) .

El periódico El País, de España, cuestionó recientemente la abstención ibérica relativa a dos resoluciones clave votadas en Naciones Unidas. En su análisis titulado Es el momento de actuar contra el racismo en España (https://elpais.com/planeta-futuro/2021-02-10/es-momento-de-actuar-contra-el-racismo-en-espana.html), dicho periódico se refiere primero a la resolución del 31 de diciembre pasado sobre la adopción de medidas concretas para la eliminación total de la discriminación racial, el racismo, la xenofobia y formas conexas de intolerancia.

España, junto con otros 43 países occidentales, se abstuvo. A pesar de dicha abstención y de varios votos en contra (entre otros, los de Estados Unidos, Canadá, Israel, Australia, Alemania, Francia, Reino Unido, Hungría y la República Checa) la propuesta contó con el apoyo de más de un centenar de países https://www.un.org/press/en/2020/ga12307.doc.htm).

El análisis de El País recuerda que, en 2019, España también se abstuvo al momento de votarse otra resolución significativa; en esa ocasión, contra la glorificación del nazismo y el neonazismo y otras formas políticas que contribuyen a exacerbar las formas contemporáneas de racismo. “Ambas abstenciones manifiestan una falta clara de voluntad política a la hora de abordar el racismo en nuestro país, que no podemos permitirnos”, subraya este análisis elaborado por Jesús Migallón y Sergio Barciela, ambos expertos en el tema de la migración.

“España está siendo apremiada para desarrollar un marco normativo que combata el racismo de forma decidida, en forma de una Ley Integral contra el racismo y la xenofobia”, sostienen. Y recuerdan que tanto el Consejo de Derechos Humanos como el Comité para la Eliminación de la Discriminación Racial –ambos de Naciones Unidas–, así como la Comisión Europea contra el Racismo y la Intolerancia, han incluido en varios de sus informes sobre el país ibérico la recomendación de aprobar esta ley.

Los analistas identifican una tendencia preocupante y en aumento: aunque la sociedad española se ha caracterizado por su tolerancia, su país está experimentando, en los últimos años, un auge de la xenofobia al calor de discursos de partidos populistas que agitan los fantasmas y miedos de la inseguridad ciudadana, el paro, o la pérdida de soberanía, igual que sucede en otros estados europeos.

La expresión española de estas fuerzas políticas de extrema derecha -con presencia parlamentarias en muchos de los países europeos- es VOX, fundada en 2013. Con casi el 15 % del electorado en los últimos comicios, estructurada en torno a un discurso antiinmigración y xenofóbico, resume su proyecto “en la defensa de España, de la familia y de la vida… Un movimiento de extrema necesidad que nace para poner a las instituciones al servicio de los españoles, en contraste con el actual modelo que pone a los españoles al servicio de los políticos”, declama.

Más violaciones que denuncias
El último informe del Consejo para la Eliminación de la Discriminación Racial o Étnica (CEDRE), adscrito a la secretaria española de Estado para la Igualdad y Contra la Violencia de Género, sirve como termómetro de la realidad española en cuestiones de segregación durante 2020.

Publicado a fines de enero del 2021, dicho documento (Percepción de la discriminación por origen racial o étnico por parte de sus potenciales víctimas en 2020) señala que, a la luz de «hechos documentados», el nivel de discriminación ha variado de forma sustancial con respecto al que se documentó en su informe anterior, en 2013. Los sectores donde los individuos experimentan la mayor discriminación debido a su origen étnico son el acceso a la vivienda (31%), los establecimientos o espacios abiertos al público (30%), y el ámbito laboral (26%). Las comunidades que se perciben como más discriminadas por el color de su piel u otros rasgos físicos proceden de África no mediterránea (82%) y del pueblo gitano (71%).

La discriminación por motivos religiosos, incluso indumentarias o vestimentas peculiares, ha aumentado considerablemente y se concentra especialmente en la comunidad magrebí (56%) y entre la población indo-pakistaní (45%). Según este informe, esto último podría deberse «a una creciente estigmatización de dichos grupos, asociados a conductas terroristas y a la islamofobia». Por otro lado, cabe destacar una creciente percepción de afrofobia, o racismo contra personas negras.

Uno de los datos más destacados del informe es la “infra” denuncia, ya que solamente el 18,2% de las personas que el último año han experimentado una situación discriminatoria ha presentado una queja, reclamación o denuncia. En cuanto a este porcentaje tan reducido, los motivos son varios: inutilidad de la utilidad de la misma (22%), minimización y/o justificación de la situación de discriminación (25%), desconocimiento de cómo hacerlo o por problemas de idioma (11%), o miedo a generarse problemas legales de residencia, documentación y regularización (10%).

El racismo “a la suiza”
Los electores helvéticos deberán decidir el 7 de marzo sobre una iniciativa que, de ser aceptada, impedirá llevar el rostro oculto en lugares públicos. Conocida como «la prohibición del burka», y promovida, fundamentalmente, por grupos de derecha y activistas conservadores, incluye también la prohibición del nicab, así como de otras formas no religiosas para ocultar los rasgos faciales. Paradójico en época de pandemia y del uso generalizado y obligatorio de los barbijos.

Los partidarios de la iniciativa argumentan que la prohibición de cubrir el rostro contribuye a prevenir ataques terroristas y otras formas de violencia. Al mismo tiempo, con un sesgo oportunista y para canalizar el apoyo de ciertos sectores feministas minoritarios, los promotores consideran la prohibición como una forma de promover la igualdad entre mujeres y hombres musulmanes.

Los miembros del comité que ha promovido esta iniciativa han señalado que el islam se está extendiendo en Europa y que supone una amenaza para la cultura cristiana. Una de las consignas más extendidas de la campaña se expresa en afiches murales con el eslogan “Frenar el extremismo”.

Los promotores de esta campaña anti burka, entre los cuales figuran las fuerzas más xenofóbicas del país, buscan definir la agenda política nacional con temas de sociedad de gran simbología, aunque de escaso significado cuantitativo. Diferentes estudios muestran que las mujeres que usan regularmente el burka en Suiza no llegan a medio centenar.

Los que empujan la iniciativa son el mismo sector que logró presentar en noviembre de 2009 otra iniciativa popular que logró el apoyo de la mayoría del electorado: la prohibición de construir minaretes –torres externas en las mezquitas musulmanas– en el territorio helvético. A pesar de que el sector que en Suiza se identifica con el islam apenas llega al 5% de la población, durante meses el debate público giró en torno a los riesgos que conlleva ese pensamiento, las *amenazas externas al sistema de valores occidentales y cristianos*, y la necesidad de reforzar la mano dura del Estado contra eventuales agresiones inspiradas en esa concepción.

Definiendo un debate sobre temas que no son esenciales ni prioritarios -como el del uso de burkas-, la derecha racista impacta notablemente hoy la agenda mediática nacional. Moviliza el instinto más conservador, aun de los sectores populares. Genera miedos de lo que es el contacto con lo extranjero y lo diferente. Y, sobre todo, desplaza el escenario político nacional hacia la derecha, marcando la cancha con reglas de juego cada día más retrógradas y represivas. Aguas tibias donde se bañan, cómodamente, neonazis, xenófobos y racistas.