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sábado, 11 de enero de 2020

Jeanine Áñez, presidenta interina por la gracia del Eterno. La mandataria de Bolivia, que llegó al cargo exhibiendo la Biblia, se vistió de Papá Noel en Nochebuena

El mundo la conoció exhibiendo un ejemplar de los cuatro Evangelios mientras se abría paso entre sus seguidores en la plaza de Murillo de La Paz. El recorrido, de apenas unos pasos, simbolizaba la convulsión por la que atravesaba Bolivia. Del Palacio Legislativo, donde Jeanine Áñez, de 52 años, era una desconocida vicepresidenta segunda del Senado, al Palacio Quemado, sede del Gobierno. Allí tomó posesión como presidenta interina el 12 de noviembre, dos días después de la renuncia de Evo Morales, el líder indígena que pilotó el país durante casi 14 años y que dimitió tras perder el respaldo de las Fuerzas Armadas. Todo lo que vino después fue una ruptura con el pasado reciente: con los resortes de poder del Movimiento al Socialismo (MAS), el antiguo partido oficialista, y también con las premisas de un Estado laico.

“Han permitido que la Biblia vuelva a Palacio. Que Dios los bendiga”, clamó. Áñez asumió el cargo gracias a un mecanismo de sucesión contemplado en la Constitución y tras la dimisión de los dirigentes parlamentarios afines a Morales. Sus primeras palabras como jefa del Gabinete provisional transmiten la idea del giro que pretendía impulsar con la ayuda de algunos colaboradores. Su cometido debía limitarse a facilitar nuevas elecciones, una vez impugnados por la Organización de los Estados Americanos (OEA) los comicios celebrados a finales de noviembre por sospechas de fraude. Lo dijo a EL PAÍS también Carlos Mesa, principal candidato de la oposición: “Para la legitimidad de este Gobierno es clave el pilar de la convocatoria de elecciones”. La fecha quedó fijada finalmente la noche del viernes al filo del límite legal, el próximo 3 de mayo. La mandataria interina, abogada y antigua presentadora de televisión, promulgó antes de Navidad una norma que regula el proceso electoral en coordinación entre el Ejecutivo, el poder legislativo y el Tribunal Supremo Electoral. Mientras tanto, ha tomado decisiones de alcance político desde el primer día.

a última fue la expulsión de la encargada de Negocios de la Embajada de España en La Paz, el cónsul y varios policías españoles a los que los sectores más radicales de su Gabinete acusaron de conspirar junto con la embajadora mexicana, que también fue declarada persona non grata, para facilitar la fuga de unos miembros del antiguo Gobierno asilados en dependencias diplomáticas de México. España respondió apartando a tres representantes bolivianos. Días después, la ministra de Exteriores trató de rebajar la tensión: “Bolivia desea superar este impasse a la mayor brevedad posible”, declaró.

Mientras se concretaba la nueva cita electoral, Áñez expulsó a varios diplomáticos españoles

Áñez, la segunda mujer que ocupa la presidencia de Bolivia —la primera fue Lidia Gueiler (1979-1980)—, era senadora del Movimiento Demócrata Social (MDS), formación conservadora que gobierna el departamento de Santa Cruz, el más poblado del país. El aspirante de ese partido, Óscar Ortiz, apenas superó el 4% en las pasadas elecciones. Pero la carambola institucional que se activó después de la salida de Morales otorgó el poder a varios de sus exponentes y a otros halcones de la derecha como Arturo Murillo, actual ministro de Gobierno con competencia en políticas de seguridad. Este se estrenó anunciando una “cacería” de rivales políticos como Juan Ramón Quintana, antiguo colaborador del expresidente y hoy refugiado en la Embajada de México.

En el origen de esta fractura política está el clima de elevada polarización en el que la sociedad acudió a las urnas en noviembre. Casi tres lustros de Gobierno del MAS y la decisión de la justicia, que habilitó a Morales como candidato pese a haber perdido un referéndum sobre reelección en 2016, contribuyeron a alimentar un bloque de adversarios que ya no estaba dispuesto a ejercer una oposición democrática tradicional. Áñez asumió el cargo en medio de acusaciones de golpe de Estado y una fuerte oleada de protestas. Uno de sus primeros decretos eximió a las Fuerzas Armadas de responsabilidad penal en la represión de los manifestantes. Lo retiró cuando las movilizaciones remitieron, después de más de 30 muertos y cientos de heridos. Declaró en su primer encuentro con la prensa internacional que no habría persecución de adversarios. Pero desde el principio dejó claro que si Morales, quien hoy se encuentra asilado en Argentina, decidía volver, se enfrentaría a la justicia. En diciembre la Fiscalía emitió una orden de arresto contra el exmandatario por terrorismo y sedición.

A eso se añade el poder que la religión y las sectas evangélicas ejercen sobre sus seguidores. El anuncio del regreso de la Biblia al Palacio de Gobierno no es una anécdota. Igual que no lo es su aparición en televisión antes de Navidad vestida de Papá Noel. La noche en que tomó posesión, en Santa Cruz miles de personas esperaban a Fernando Camacho y Marco Pumari, líderes vinculados a los comités cívicos regionalistas, para celebrar el derrocamiento de Morales. Un predicador empuñó el micrófono e improvisó un exorcismo colectivo. “Satanás, fuera de Bolivia, ¡ahora!”, espetó. Hoy Camacho y Pumari han formado una alianza para las próximas elecciones, mientras que Áñez ha descartado públicamente la posibilidad de ser candidata.

https://elpais.com/elpais/2020/01/03/ideas/1578062667_214891.html

lunes, 25 de noviembre de 2019

Bolivia: un golpe de estado civico-militar reaccionario. Dossier.

El odio al indio

Álvaro García Linera

Como una espesa niebla nocturna, el odio recorre vorazmente los barrios de las clases medias urbanas tradicionales de Bolivia. Sus ojos rebalsan de ira. No gritan, escupen; no reclaman, imponen. Sus cánticos no son de esperanza ni de hermandad, son de desprecio y discriminación contra los indios. Se montan en sus motos, se suben a sus camionetas, se agrupan en sus fraternidades carnavaleras y universidades privadas y salen a la caza de indios alzados que se atrevieron a quitarles el poder.

En el caso de Santa Cruz organizan hordas motorizadas 4x4 con garrote en mano a escarmentar a los indios, a quienes llaman "collas", que viven en los barrios marginales y en los mercados. Cantan consignas de que "hay que matar collas”, y si en el camino se les cruza alguna mujer de pollera la golpean, amenazan y conminan a irse de su territorio. En Cochabamba organizan convoyes para imponer su supremacía racial en la zona sur, donde viven las clases menesterosas, y cargan -como si fuera un destacamento de caballería- sobre miles de mujeres campesinas indefensas que marchan pidiendo paz. Llevan en la mano bates de béisbol, cadenas, granadas de gas; algunos exhiben armas de fuego. La mujer es su víctima preferida; agarran a una alcaldesa de una población campesina, la humillan, la arrastran por la calle, le pegan, la orinan cuando cae al suelo, le cortan el cabello, la amenazan con lincharla, y cuando se dan cuenta de que son filmadas deciden echarle pintura roja simbolizando lo que harán con su sangre.

En La Paz sospechan de sus empleadas y no hablan cuando ellas traen la comida a la mesa. En el fondo les temen, pero también las desprecian. Más tarde salen a las calles a gritar, insultan a Evo y, con él, a todos estos indios que osaron construir democracia intercultural con igualdad. Cuando son muchos, arrastran la Wiphala, la bandera indígena, la escupen, la pisan la cortan, la queman. Es una rabia visceral que se descarga sobre este símbolo de los indios al que quisieran extinguir de la tierra junto con todos los que se reconocen en él.

El odio racial es el lenguaje político de esta clase media tradicional. De nada sirven sus títulos académicos, viajes y fe porque, al final, todo se diluye ante el abolengo. En el fondo, la estirpe imaginada es más fuerte y parece adherida al lenguaje espontáneo de la piel que odia, de los gestos viscerales y de su moral corrompida.

Todo explotó el domingo 20, cuando Evo Morales ganó las elecciones con más de 10 puntos de distancia sobre el segundo, pero ya no con la inmensa ventaja de antes ni el 51% de los votos. Fue la señal que estaban esperando las fuerzas regresivas agazapadas: desde el timorato candidato opositor liberal, las fuerzas políticas ultraconservadoras, la OEA y la inefable clase media tradicional. Evo había ganado nuevamente pero ya no tenía el 60% del electorado; estaba más débil y había que ir sobre él. El perdedor no reconoció su derrota. La OEA habló de "elecciones limpias" pero de una victoria menguada y pidió segunda vuelta, aconsejando ir en contra de la Constitución, que establece que si un candidato tiene más del 40% de los votos y más de 10% de votos sobre el segundo es el candidato electo. Y la clase media se lanzó a la cacería de los indios. En la noche del lunes 21 se quemaron 5 de los 9 órganos electorales, incluidas papeletas de sufragio. La ciudad de Santa Cruz decretó un paro cívico que articuló a los habitantes de las zonas centrales de la ciudad, ramificándose el paro a las zonas residenciales de La Paz y Cochabamba. Y entonces se desató el terror.

Bandas paramilitares comenzaron a asediar instituciones, quemar sedes sindicales, a incendiar los domicilios de candidatos y líderes políticos del partido de gobierno. Hasta el propio domicilio privado del presidente fue saqueado; en otros lugares las familias, incluidos hijos, fueron secuestrados y amenazados de ser flagelados y quemados si su padre ministro o dirigente sindical no renunciaba a su cargo. Se había desatado una dilatada noche de cuchillos largos, y el fascismo asomaba las orejas.

Cuando las fuerzas populares movilizadas para resistir este golpe civil comenzaron a retomar el control territorial de las ciudades con la presencia de obreros, trabajadores mineros, campesinos, indígenas y pobladores urbanos -y el balance de la correlación de fuerzas se estaba inclinando hacia el lado de las fuerzas populares- vino el motín policial.

Los policías habían mostrado durante semanas una gran indolencia e ineptitud para proteger a la gente humilde cuando era golpeada y perseguida por bandas fascistoides. Pero a partir del viernes, con el desconocimiento del mando civil, muchos de ellos mostraron una extraordinaria habilidad para agredir, detener, torturar y matar a manifestantes populares. Claro, antes había que contener a los hijos de la clase media y, supuestamente, no tenían capacidad; sin embargo ahora, que se trataba de reprimir a indios revoltosos, el despliegue, la prepotencia y la saña represiva fueron monumentales. Lo mismo sucedió con las Fuerzas Armadas. Durante toda nuestra gestión de gobierno nunca permitimos que salieran a reprimir las manifestaciones civiles, ni siquiera durante el primer golpe de Estado cívico del 2008. Y ahora, en plena convulsión y sin que nosotros les preguntáramos nada, plantearon que no tenían elementos antidisturbios, que apenas tenían 8 balas por integrante y que para que se hagan presentes en la calle de manera disuasiva se requería un decreto presidencial. No obstante, no dudaron en pedir/imponer al presidente Evo su renuncia rompiendo el orden constitucional. Hicieron lo posible para intentar secuestrarlo cuando se dirigía y estaba en el Chapare; y cuando se consumó el golpe salieron a las calles a disparar miles de balas, a militarizar las ciudades, asesinar a campesinos. Y todo ello sin ningún decreto presidencial. Para proteger al indio se requería decreto. Para reprimir y matar indios sólo bastaba obedecer lo que el odio racial y clasista ordenaba. Y en sólo 5 días ya hay más de 18 muertos, 120 heridos de bala. Por supuesto, todos ellos indígenas.

La pregunta que todos debemos responder es ¿cómo es que esta clase media tradicional pudo incubar tanto odio y resentimiento hacia el pueblo, llevándola a abrazar un fascismo racializado y centrado en el indio como enemigo? ¿Cómo hizo para irradiar sus frustraciones de clase a la policía y a las FF. AA. y ser la base social de esta fascistización, de esta regresión estatal y degeneración moral?

Ha sido el rechazo a la igualdad, es decir, el rechazo a los fundamentos mismos de una democracia sustancial.

Los últimos 14 años de gobierno de los movimientos sociales han tenido como principal característica el proceso de igualación social, la reducción abrupta de la extrema pobreza (de 38 al 15%), la ampliación de derechos para todos (acceso universal a la salud, a educación y a protección social), la indianización del Estado (más del 50% de los funcionarios de la administración pública tienen una identidad indígena, nueva narrativa nacional en torno al tronco indígena), la reducción de las desigualdades económicas (caída de 130 a 45 la diferencia de ingresos entre los más ricos y los más pobres); es decir, la sistemática democratización de la riqueza, del acceso a los bienes públicos, a las oportunidades y al poder estatal. La economía ha crecido de 9.000 millones de dólares a 42.000, ampliándose el mercado y el ahorro interno, lo que ha permitido a mucha gente tener su casa propia y mejorar su actividad laboral.

Pero esto dio lugar a que en una década el porcentaje de personas de la llamada “clase media", medida en ingresos, haya pasado del 35% al 60%, la mayor parte proveniente de sectores populares, indígenas. Se trata de un proceso de democratización de los bienes sociales mediante la construcción de igualdad material pero que, inevitablemente, ha llevado a una rápida devaluación de los capitales económicos, educativos y políticos poseídos por las clases medias tradicionales. Si antes un apellido notable o el monopolio de los saberes legítimos o el conjunto de vínculos parentales propios de las clases medias tradicionales les permitía acceder a puestos en la administración pública, obtener créditos, licitaciones de obras o becas, hoy la cantidad de personas que pugnan por el mismo puesto u oportunidad no sólo se ha duplicado -reduciendo a la mitad las posibilidades de acceder a esos bienes- sino que, además, los “arribistas”, la nueva clase media de origen popular indígena, tiene un conjunto de nuevos capitales (idioma indígena, vínculos sindicales) de mayor valor y reconocimiento estatal para pugnar por los bienes públicos disponibles.

Se trata, por tanto, de un desplome de lo que era una característica de la sociedad colonial: la etnicidad como capital, es decir, del fundamento imaginado de la superioridad histórica de la clase media por sobre las clases subalternas porque aquí, en Bolivia, la clase social sólo es comprensible y se visibiliza bajo la forma de jerarquías raciales. El que los hijos de esta clase media hayan sido la fuerza de choque de la insurgencia reaccionaria es el grito violento de una nueva generación que ve cómo la herencia del apellido y la piel se desvanece ante la fuerza de la democratización de bienes. Así, aunque enarbolen banderas de la democracia entendida como voto, en realidad se han sublevado contra la democracia entendida como igualación y distribución de riquezas. Por eso el desborde de odio, el derroche de violencia; porque la supremacía racial es algo que no se racionaliza, se vive como impulso primario del cuerpo, como tatuaje de la historia colonial en la piel. De ahí que el fascismo no sólo sea la expresión de una revolución fallida sino, paradójicamente también en sociedades postcoloniales, el éxito de una democratización material alcanzada.

Por ello no sorprende que mientras los indios recogen los cuerpos de alrededor de una veintena de muertos asesinados a bala, sus victimarios materiales y morales narran que lo han hecho para salvaguardar la democracia. Pero en realidad saben que lo que han hecho es proteger el privilegio de casta y apellido.

El odio racial solo puede destruir; no es un horizonte, no es más que una primitiva venganza de una clase histórica y moralmente decadente que demuestra que, detrás de cada mediocre liberal, se agazapa un consumado golpista.
https://www.celag.org/el-odio-al-indio/?utm_source=website&utm_medium=ho...

Los actores del golpe de estado

Alfredo Serrano Mancilla

Un golpe de Estado jamás está constituido por un hecho aislado. No existe un momento puntual que pueda ser definido como el generador definitivo de una ruptura democrática. Cualquier golpe es un proceso acumulativo en el que el “marco” es fundamental para crear las condiciones necesarias y suficientes que garanticen su efectividad. La erosión de legitimidad del objetivo a derrocar se hace por múltiples vías que abonan un campo en el que luego las acciones destituyentes procuran ser presentadas como democráticas.

Por el carácter multidimensional del proceso golpista, nunca podríamos afirmar que existe un único responsable. Siempre hay muchos actores que participan en esta tarea, desde quién acaba asumiendo la Presidencia pos golpe hasta aquel que inicia una campaña de desgaste con una fake news.

En Bolivia, el golpe de Estado contra la democracia, con el objetivo de deponer a Evo Morales como presidente, también contó con muchos participes, cada cual en su justa condición; unos como colaboradores y otros como cómplices; los hubo más pasivos o más activos; algunos planificaron desde el inicio y otros se fueron sumando a medida que se fueron desarrollando los acontecimientos.

He aquí un recuento breve, pero preciso, de quiénes fueron todos los corresponsables del golpe de Estado en Bolivia, con nombres y apellidos:

1. El fascismo de los comités cívicos

Especialmente el de Santa Cruz. Este movimiento político, tan violento como racista, no es nuevo, sino que viene desde el principio de la gestión de Evo Morales, porque jamás aceptaron que un representante indígena y campesino fuera quien tuviera el mandato popular para gobernar el país. Lo intentaron muchas veces, con muchos representantes diferentes y, esta vez, el turno fue de Luis Fernando Camacho, quien no se presentó a elecciones, quien no tiene ningún voto, pero decidió que la violencia y el terror eran las armas para alcanzar el objetivo: derrocar a Evo y acabar con el Estado de Derecho y orden constitucional del país.

2. La oposición partidaria que sí se presentó a las elecciones

Fundamentalmente, Carlos Mesa, principal contrincante de Evo Morales, derrotado en las últimas elecciones, fue clave en todo este proceso golpista, desconociendo resultados por anticipado y declarando fraude mucho antes que se produjeran las elecciones. El mismo día de los comicios salió a anunciar que había segunda vuelta sin que se culminara el recuento de votos. Luego de las elecciones, mantuvo constantemente una postura silenciosa, cómplice, ante la violencia desatada por los comités cívicos, reacomodándose al nuevo eje político golpista sin exigir que se frenara.

3. La actual Secretaría General de la Organización de Estados Americanos (OEA)

Siempre presente cada vez que existe un proceso de desestabilización antidemocrático. Esta vez lo hizo de forma directa, participando en el proceso electoral. Primero, fue con el informe preliminar de la misión electoral, que sin base alguna, anunció que era “recomendable una segunda vuelta”. Segundo, con un informe preliminar de la auditoría lleno de debilidades, sesgado y parcial, sin rigor, y centrado en su mayoría en criticar al sistema provisorio de transmisión de datos (no vinculante). Y es que a la hora de analizar las actas oficiales, las reales, únicamente logró demostrar irregularidades en 78 actas de un total de 34.555, lo que supone el 0,22%. De hecho, la muestra seleccionada, en sus propias palabras escritas en el informe, no obedece a criterios estadísticos sino que eligieron los casos allá donde el partido oficialista había obtenido muchos votos. El informe está plagado de adjetivos y adverbios con tono valorativo y discrecional (“comportamiento inusual”, “presumiblemente”) demostrando su incompetencia en cuanto a rigor e imparcialidad.

4. El Gobierno de los Estados Unidos

Otro infaltable: como siempre, tras cada golpe, reaparece precipitadamente reconociendo al nuevo presidente autoproclamado. Aunque esta vez, desde inicios de este año, diferentes autoridades del Departamento de Estado -por ejemplo, Kimberly Breier- ya habían declarado que el proceso electoral boliviano estaba repleto de irregularidades, usando incluso el término de “potencial fraude”; además, plantearon más de una vez que se debía de estudiar el desconocimiento de los resultados que de la cita electoral se desprendieran.

5. La policía

Es la segunda vez que lo hace. En el año 2008 se amotinó y desconoció al presidente Evo, provocando inseguridad ciudadana y desestabilización política y social. No prosperó en ese entonces, pero ahora lo repitió en un momento de gran caos y estado de terror provocado por el movimiento fascista en las calles. Fue un actor clave en la última fase del golpe de Estado.

6. Las Fuerzas Armadas

Seguramente este es el actor más difícil de descifrar en este golpe. Actuó en forma muy particular: hasta el último momento no se pronunció ante la grave situación. En primer lugar, cuando todo comenzaba a estar al límite, emitieron un comunicado escueto pero con un párrafo último muy ambiguo. Después, en uno de los momentos de mayor tensión, se mantuvieron en silencio hasta que, al final, salieron a pedir la renuncia del presidente Evo. Es muy probable que al interior hubiera división, y todavía la haya. Las Fuerzas Armadas tuvieron varias horas de desconcierto, sin querer aprovecharse del vacío institucional de poder existente, y en ningún momento asumieron el control de las riendas del país. Sin embargo, esto no les exime de responsabilidad porque se fueron acoplando al tsunami golpista. A partir de ahora veremos qué ocurre porque la partida aún no está cerrada en cuanto a su papel en los próximos días y semanas. Hasta el momento, la autoproclamada presidenta ha cambiado al comandante de las Fuerzas Armadas, lo cual quiere decir que no se fía del anterior ni de la ascendencia de éste sobre otros mandos intermedios.

7. Ciertos medios de comunicación

Jamás pueden faltar en cada golpe. Son claves para construir el marco de referencia antes, durante y después. Uno de los principales responsables en esta tarea en Bolivia es Página Siete. Un ejemplo es suficiente para demostrar cuál fue su forma de generar el máximo nivel de zozobra: desde la noche de las elecciones hasta 48 horas después, sostuvo en su portal como entrada principal el resultado de una encuestadora privada, Viaciencia, que daba sólo 4 puntos a favor de Evo para instalar la idea del fraude a pesar que ya había sido publicado oficialmente el cómputo preliminar y definitivo. Este medio siempre fue el máximo exponente del marco del fraude, antes y después, defendiendo el desconocimiento de los resultados desde el inicio y saliendo rápidamente a avalar la transición no democrática. Además, hay otros actores involucrados. No podemos obviar el rol del “periodista” Carlos Valverde, quién en la previa del referéndum del 2016, fue responsable de la campaña sucia en base al “caso Zapata”, orientada a erosionar la imagen de Evo Morales.

8. Los actores económicos

Los grandes empresarios del país se enriquecieron mucho en el ciclo largo de bonanza económica. Es por ello que esta vez no está tan claro que este golpe de Estado tenga su raíz en su posición en contra del modelo económico boliviano. El eje explicativo central de este golpe definitivamente reside en el racismo que posee una clase boliviana que no acepta a lo indígena, esencia de un Estado Plurinacional. Sin embargo, los grandes grupos económicos del país tampoco están ajenos a esta cuota de desprecio por todo lo que tenga que ver con lo indígena. Es por ello que, seguramente, buena parte de los grandes empresarios del país hayan estado dubitativos entre aceptar la dirección indígena que le garantiza un proyecto económico estable y altamente rentable para ellos, o participar en este golpe a favor de dirigentes que sólo saben ser violentos en las calles.

9. Los oportunistas de siempre

No falta el títere de turno que siempre quiere la foto como presidente, aunque sea en condición de autoproclamado. Esta vez este papel, a lo Guaidó, lo desempeña la opositora Jeanine Áñez, que obtuvo algo menos de 50.000 votos para alcanzar su banca de senadora. De todas formas, lo que es seguro es que ella, a pesar que se auto promulgue y algunos otros lo repitan, jamás será la Presidenta del país.
https://www.celag.org/quienes-son-los-responsables-del-go…/…

Bolivia: ni Pinochet

Pedro Miguel

La autoproclamada presidenta de Bolivia, Jeanine Áñez, rostro supuestamente presentable de los golpistas que se encaramaron al poder en ese país, anunció ayer que presentará un reclamo a México para que le exija a Evo Morales que cumpla con los protocolos de asilo y no estar incitando al país con su afán prorroguista desde donde está; eso es verdaderamente vergonzoso.

Horas antes, el ex presidente y ex candidato presidencial Carlos de Mesa, uno de los dos cabecillas civiles de la asonada, expresó en rueda de prensa algo parecido y denunció ante el mundo que México le permita al señor Morales declarar políticamente, hacer acusaciones, participar en la política boliviana. Y fue más allá: Es una vergüenza que el gobierno de México permita que el señor Morales se mueva como si no hubiera pasado nada; el Presidente de México tiene que entender que la institución del asilo político tiene unas características; un asilado político no puede hacer declaraciones políticas.

A lo que puede entenderse, los que de facto controlan Bolivia en estas horas no tienen idea de la existencia de la Convención sobre Asilo Territorial, adoptada en Caracas en la décima Conferencia Interamericana (1954), y que establece el derecho de todo Estado a admitir en su territorio a las personas que juzgue conveniente sin que ningún otro Estado pueda hacer reclamo alguno y el respeto que según el derecho internacional se debe a la jurisdicción de cada Estado sobre los asilados en su territorio. El instrumento asienta también que ningún Estado está obligado a establecer en su legislación o en sus disposiciones o actos administrativos aplicables a extranjeros distinción alguna motivada por el hecho de que se trate de asilados o refugiados políticos, por lo que los exiliados en México gozan de los derechos (salvo los derechos políticos reservados a ciudadanos mexicanos) consagrados en la Constitución. La Convención reconoce explícitamente, además, que la libertad de expresión del pensamiento que el derecho interno reconoce a todos los habitantes de un Estado no puede ser motivo de reclamación por otro Estado basándose en conceptos que contra éste o su gobierno expresen públicamente los asilados o refugiados, salvo que constituyan propaganda sistemática por medio de la cual se incite al empleo de la fuerza o de la violencia contra el gobierno del Estado reclamante (https://is.gd/mdV3T2).

Aunque los reclamos de los golpistas bolivianos fueron fácilmente desbaratados en lo jurídico y en lo diplomático en una nota informativa de la Secretaría de Relaciones Exteriores (https://is.gd/vQPEA0), previsiblemente darán combustible a la gritería de las derechas locales que ante la llegada de Evo Morales al país han expuesto sus facetas descarnadamente racistas, cuartelarias y mezquinas. Pero el derrocado mandatario sudamericano es una figura muy querida por el pueblo y gobierno mexicanos, tiene un alto valor simbólico para diversos movimientos sociales nacionales y la reacción no va a alterar eso por más que propaguen fake news, como la imaginaria resurrección del Estado Mayor Presidencial para cuidar a Evo, o ladre por el costo del vuelo de la Fuerza Aérea Mexicana dispuesto para rescatarlo.

Lo más preocupante es que las protestas referidas son uno más de los signos de que en Bolivia hoy se conforma una dictadura: las fuerzas policiales propinan palizas, encarcelan y hieren a manifestantes que exigen el retorno de Evo, disparan contra opositores y anuncian –por boca de Arturo Murillo, que encabeza el Ministerio de Gobierno del régimen de facto– una cacería contra los animales que se atreven a disentir de los golpistas. En conferencia de prensa De Mesa ya juzgó y declaró culpables a diversos funcionarios del gobierno depuesto por un fraude electoral que ni siquiera ha sido demostrado (el informe de la OEA es un manojo de afirmaciones sin pruebas) y exigió (o más bien anunció) la pronta realización de elecciones con un Movimiento al Socialismo (MAS, el partido de Evo) cuidadosamente diezmado y depurado a gusto de los golpistas para asegurarse un triunfo holgado. Y, a semejanza de los regímenes militares de décadas pasadas, el actual de Bolivia ha lanzado una campaña propagandística para intentar convencer a la opinión pública internacional de que el golpe de Estado no fue tal, sino una suerte de democratización.

En cuanto a los absurdos reclamos a México, hay que recordar que ni Pinochet ni Videla ni García Meza –el sanguinario narcogorila boliviano– se atrevieron en su momento a un gesto tan desmesurado e impresentable como exigir a nuestro país que suprimiera los derechos políticos de los chilenos, argentinos y bolivianos que buscaron refugio en México.

La Jornada, 15 de noviembre 2019

domingo, 17 de noviembre de 2019

¿Quiénes son los responsables del golpe en Bolivia?

Alfredo Serrano Mancilla
Rebelión

Un golpe de Estado jamás está constituido por un hecho aislado. No existe un momento puntual que pueda ser definido como el generador definitivo de una ruptura democrática. Cualquier golpe es un proceso acumulativo en el que el “marco” es fundamental para crear las condiciones necesarias y suficientes que garanticen su efectividad. La erosión de legitimidad del objetivo a derrocar se hace por múltiples vías que abonan un campo en el que luego las acciones destituyentes procuran ser presentadas como democráticas. Por el carácter multidimensional del proceso golpista, nunca podríamos afirmar que existe un único responsable. Siempre hay muchos actores que participan en esta tarea, desde quién acaba asumiendo la Presidencia pos golpe hasta aquel que inicia una campaña de desgaste con una fake news.

En Bolivia, el golpe de Estado contra la democracia, con el objetivo de deponer a Evo Morales como presidente, también contó con muchos partícipes, cada cual en su justa condición; unos como colaboradores y otros como cómplices; los hubo más pasivos o más activos; algunos planificaron desde el inicio y otros se fueron sumando a medida que se fueron desarrollando los acontecimientos.

He aquí un recuento breve, pero preciso, de quiénes fueron todos los corresponsables del golpe de Estado en Bolivia, con nombres y apellidos:

1. El fascismo de los comités cívicos, especialmente el de Santa Cruz. Este movimiento político, tan violento como racista, no es nuevo, sino que viene desde el principio de la gestión de Evo Morales, porque jamás aceptaron que un representante indígena y campesino fuera quien tuviera el mandato popular para gobernar el país. Lo intentaron muchas veces, con muchos representantes diferentes y, esta vez, el turno fue de Luis Fernando Camacho, quien no se presentó a elecciones, quien no tiene ningún voto, pero decidió que la violencia y el terror eran las armas para alcanzar el objetivo: derrocar a Evo y acabar con el Estado de Derecho y orden constitucional del país.

2. La oposición partidaria que sí se presentó a las elecciones. Fundamentalmente, Carlos Mesa, principal contrincante de Evo Morales, derrotado en las últimas elecciones, fue clave en todo este proceso golpista, desconociendo resultados por anticipado y declarando fraude mucho antes que se produjeran las elecciones. El mismo día de los comicios salió a anunciar que había segunda vuelta sin que se culminara el recuento de votos. Luego de las elecciones, mantuvo constantemente una postura silenciosa, cómplice, ante la violencia desatada por los comités cívicos, reacomodándose al nuevo eje político golpista sin exigir que se frenara.

4. La actual Secretaría General de la Organización de Estados Americanos (OEA). Siempre presente cada vez que existe un proceso de desestabilización antidemocrático. Esta vez lo hizo de forma directa, participando en el proceso electoral. Primero, fue con el informe preliminar de la misión electoral, que sin base alguna, anunció que era “recomendable una segunda vuelta”. Segundo, con un informe preliminar de la auditoría lleno de debilidades, sesgado y parcial, sin rigor, y centrado en su mayoría en criticar al sistema provisorio de transmisión de datos (no vinculante). Y es que a la hora de analizar las actas oficiales, las reales, únicamente logró demostrar irregularidades en 78 actas de un total de 34.555, lo que supone el 0,22%. De hecho, la muestra seleccionada, en sus propias palabras escritas en el informe, no obedece a criterios estadísticos sino que eligieron los casos allá donde el partido oficialista había obtenido muchos votos. El informe está plagado de adjetivos y adverbios con tono valorativo y discrecional (“comportamiento inusual”, “presumiblemente”) demostrando su incompetencia en cuanto a rigor e imparcialidad.

5. El Gobierno de los Estados Unidos. Otro infaltable: como siempre, tras cada golpe, reaparece precipitadamente reconociendo al nuevo presidente autoproclamado. Aunque esta vez, desde inicios de este año, diferentes autoridades del Departamento de Estado -por ejemplo, Kimberly Breier- ya habían declarado que el proceso electoral boliviano estaba repleto de irregularidades, usando incluso el término de “potencial fraude”; además, plantearon más de una vez que se debía de estudiar el desconocimiento de los resultados que de la cita electoral se desprendieran.

6. La policía. Es la segunda vez que lo hace. En el año 2008 se amotinó y desconoció al presidente Evo, provocando inseguridad ciudadana y desestabilización política y social. No prosperó en ese entonces, pero ahora lo repitió en un momento de gran caos y estado de terror provocado por el movimiento fascista en las calles. Fue un actor clave en la última fase del golpe de Estado.

7. Las Fuerzas Armadas. Seguramente este es el actor más difícil de descifrar en este golpe. Actuó en forma muy particular: hasta el último momento no se pronunció ante la grave situación. En primer lugar, cuando todo comenzaba a estar al límite, emitieron un comunicado escueto pero con un párrafo último muy ambiguo. Después, en uno de los momentos de mayor tensión, se mantuvieron en silencio hasta que, al final, salieron a pedir la renuncia del presidente Evo. Es muy probable que al interior hubiera división, y todavía la haya. Las Fuerzas Armadas tuvieron varias horas de desconcierto, sin querer aprovecharse del vacío institucional de poder existente, y en ningún momento asumieron el control de las riendas del país. Sin embargo, esto no les exime de responsabilidad porque se fueron acoplando al tsunami golpista. A partir de ahora veremos qué ocurre porque la partida aún no está cerrada en cuanto a su papel en los próximos días y semanas. Hasta el momento, la autoproclamada presidenta ha cambiado al comandante de las Fuerzas Armadas, lo cual quiere decir que no se fía del anterior ni de la ascendencia de éste sobre otros mandos intermedios.

8. Ciertos medios de comunicación. Jamás pueden faltar en cada golpe. Son claves para construir el marco de referencia antes, durante y después. Uno de los principales responsables en esta tarea en Bolivia es Página Siete. Un ejemplo es suficiente para demostrar cuál fue su forma de generar el máximo nivel de zozobra: desde la noche de las elecciones hasta 48 horas después, sostuvo en su portal como entrada principal el resultado de una encuestadora privada, Viaciencia, que daba sólo 4 puntos a favor de Evo para instalar la idea del fraude a pesar que ya había sido publicado oficialmente el cómputo preliminar y definitivo. Este medio siempre fue el máximo exponente del marco del fraude, antes y después, defendiendo el desconocimiento de los resultados desde el inicio y saliendo rápidamente a avalar la transición no democrática. Además, hay otros actores involucrados. No podemos obviar el rol del “periodista” Carlos Valverde, quién en la previa del referéndum del 2016, fue responsable de la campaña sucia en base al “caso Zapata”, orientada a erosionar la imagen de Evo Morales.

9. Los actores económicos. Los grandes empresarios del país se enriquecieron mucho en el ciclo largo de bonanza económica. Es por ello que esta vez no está tan claro que este golpe de Estado tenga su raíz en su posición en contra del modelo económico boliviano. El eje explicativo central de este golpe definitivamente reside en el racismo que posee una clase boliviana que no acepta a lo indígena, esencia de un Estado Plurinacional. Sin embargo, los grandes grupos económicos del país tampoco están ajenos a esta cuota de desprecio por todo lo que tenga que ver con lo indígena. Es por ello que, seguramente, buena parte de los grandes empresarios del país hayan estado dubitativos entre aceptar la dirección indígena que le garantiza un proyecto económico estable y altamente rentable para ellos, o participar en este golpe a favor de dirigentes que sólo saben ser violentos en las calles.

10. Los oportunistas de siempre. No falta el títere de turno que siempre quiere la foto como presidente, aunque sea en condición de autoproclamado. Esta vez este papel, a lo Guaidó, lo desempeña la opositora beniana Añez, que obtuvo algo menos de 50.000 votos para obtener su banca de senadora. De todas formas, lo que es seguro es que ella, a pesar que se auto promulgue y algunos otros lo repitan, jamás será la Presidenta del país.

Alfredo Serrano Mancilla, Director CELAG

sábado, 16 de noviembre de 2019

¿Cómo derrocaron a Evo?

Pablo Stefanoni y Fernando Molina
Revista Anfibia

El gobierno de Evo Morales fue una revolución política antielitista. La situación actual no estaba en el horizonte de nadie y habla de un movimiento contrarrevolucionario. El líder visible es Luis Fernando Camacho, un empresario de 40 años que no participó en el proceso electoral y llegó al Palacio Quemado con una biblia y una escolta policial. Mientras festejaba en La Paz el derrocamiento del presidente, en la calle quemaban Whipalas y gritaban “echamos al comunismo”.

Empecemos por el final (o por el final provisorio de esta historia): el domingo en las últimas horas de la noche, el líder cruceño Luis Fernando Camacho desfiló arriba de un carro policial por las calles de La Paz, escoltado por policías amotinados y vivado por sectores de la población opositores a Evo Morales. Se escenificaba así una contrarrevolución cívica-policial que sacó del poder al presidente boliviano. Morales se parapetó en su territorio, la región cocalera de El Chapare que lo vio nacer a la vida política y donde se refugió de los riesgos revanchistas. Es una parábola –al menos transitoria– en su vida política. De este modo, lo que comenzó como un movimiento en demanda de una segunda vuelta electoral tras la polémica y confusa elección del 20 de octubre terminó con el jefe de las Fuerzas Armadas “sugiriendo” la renuncia del presidente.

Una sublevación contra Evo Morales no estaba en el horizonte de nadie. Pero en tres semanas, la oposición se movilizó con más firmeza que las bases “evistas”, que tras casi 14 años en el poder fueron perdiendo potencia movilizadora mientras el Estado iba reemplazando a las organizaciones sociales como fuente de poder y burocratizando el apoyo al “proceso de cambio”. Y en pocas horas, lo que fue el gobierno más fuerte del siglo XX en Bolivia pareció desmoronarse (hay varios ex funcionarios refugiados en embajadas). Ministros renunciaron denunciando que sus casas eran quemadas y los opositores mostraban a los tres muertos de los enfrentamientos entre grupos civiles como prenda de indignación frente a lo que llaman la “dictadura”. Finalmente, el domingo Evo Morales y Álvaro García Linera renunciaron y denunciaron un golpe en marcha.

***

El Movimiento al Socialismo (MAS), formado en los años 90, fue siempre un partido profundamente campesino –más que indígena– y eso se trasladó en muchos sentidos al gobierno de Evo Morales. El apoyo urbano fue siempre condicionado –en 2005 una apuesta a un nuevo liderazgo “indígena” frente a la profunda crisis que vivía en país; luego porque Evo mantuvo muy buena performance económica–, pero los intentos de Morales de permanecer en la presidencia –sumado a sustratos racistas de vieja data y la sensación de exclusión del poder– alentaron a las clases medias urbanas a salir a la calle contra Morales. Objetivamente hablando, el llamado “proceso de cambio” no favoreció a la clase media tradicional ni al estamento “blancoide” –como se suele denominar a los “blancos” en Bolivia–, y, en cambio, les quitó poder. La de Morales fue revolución política antielitista. Por esto chocó contra las élites políticas anteriores y las sustituyó por otras, más plebeyas e indígenas. Este hecho desvalorizó hasta hacer desaparecer el capital simbólico y educativo con que contaba la “clase burocrática” que existía antes del MAS. Entretanto, sus victorias electorales con más del 60 por ciento le permitieron copar todo el poder el Estado.

Morales pareció sellar una victoria de la política sobre la técnica. Si el neoliberalismo creía en el derecho de los “más capaces” a imponer sus visiones al conjunto, el “proceso de cambio” creía en el derecho de la Bolivia popular de imponerse sobre los “más capaces”. Para actuar recurrió a la política (igualitarismo) y al reparto corporativo de cargos entre diversos movimientos sociales antes que a la técnica (elitismo). Por esta razón no llenó de manera meritocrática las vacantes dejadas por el repliegue de la burocracia neoliberal. Y tampoco recurrió sistemática y ampliamente a las universidades para proveerse de un capital cultural que, en cambio, consideraba prescindible. Esto agrió a la clase media, especialmente a su segmento académico-profesional, cuya expectativa máxima era lograr un claro reconocimiento social y económico de los saberes que posee.

Y finalmente, el MAS fue crecientemente estatista. El enfoque siempre estatista con que el gobierno abordaba los problemas y necesidades que iban surgiendo en el país lo llevó a ignorar y a menudo a chocar con los pequeños emprendimientos privados, esto es, con los emprendimientos de la clase media. Por esta razón había roces entre el “proceso de cambio” y los sectores emprendedores no indígenas y no corporativos (los que sí se beneficiaban de los aspectos políticos del cambio e indignaban a los “clasemedieros”). Es cierto que existía un pacto de no agresión y de apoyo táctico entre el “proceso de cambio” y la alta burguesía o clase alta, pero este se fundada en razones políticas antes que empresariales o económicas.

Por otra parte, varias medidas adoptadas por Evo Morales desestabilizaron la dotación de capitales étnicos, perjudicando a los blancos: si bien no hizo una reforma agraria, benefició a los pobres con la dotación de tierras fiscales; hubo una redistribución del capital económico –mediante infraestructuras y políticas sociales– en favor de sectores más cholos y populares; la política educativa implementada por el gobierno mejoró la dotación de capital simbólico a los indígenas y los mestizos, mediante la revaloración de su historia y su cultura pero, al mismo tiempo, el gobierno hizo muy poco para elevar el nivel de la educación pública y, por tanto, para arrebatar el actual monopolio blanco de la educación (privada) de alta calidad. Así, las élites anteriores perdieron espacios en el Estado, vieron debilitados de sus capitales simbólicos y sus vías de influencia en el poder. En síntesis: el Club de Golf perdió cualquier relevancia como espacio de reproducción de poder y estatus.

Diversas encuestas ya mostraban la desconfianza de los sectores medios respecto al presidente. No por la gestión, que aprobaban, sino por la duración del dominio de la élite que Evo dirigía. Tal era la cuestión que importaba a la clase media, una cuestión que la persistencia en la meta reeleccionista de Morales hicieron imposible de resolver, precipitando a la clase media a la sedición. Y a esto se sumó que el “proceso de cambio” no debilitó los microdespotismos presentes en toda la estructura estatal boliviana. El uso de los empleados públicos en las campañas electorales y, más en general, en la política partidaria del MAS debilitó el pluralismo ideológico entre los funcionarios incluso de menor rango.

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Bolivia es un país casi genéticamente antirreeleccionista: ni Víctor Paz Estenssoro, conductor de la Revolución Nacional de 1952, logró dos periodos consecutivos. En parte esta tendencia parece una suerte de reflejo republicano desde abajo y en parte la necesidad de una mayor rotación del personal político. Y cuando alguien no se va limita el acceso de los “aspirantes”. Todos los partidos populares que llegan al poder tienen el mismo problema: hay más militantes que cargos para repartir. El Estado es débil pero es una de las pocas vías de ascenso social.

Bolivia es también el paraíso de la lógica de las equivalencias de Laclau: apenas la situación se sale del carril y se ve débil al Estado todos se suman con sus demandas, indignaciones y frustraciones, que son siempre muchas dado que es un país pobre y con muchas carencias. Así también fue esta vez. Los motines policiales expresan enconos de viejo cuño de sectores bajos con los mandos más altos, por temas de desigualdad económica y abusos de poder entre las “clases”: sucedió en 2003, en el motín de 2012 y en el del fin de semana pasado. Potosí, enfrentado con Evo desde hace años por sentir que desde la Colonia sus riquezas –ahora el litio– se esfuman y ellos siguen siendo siempre pobres, también se sumó a la rebelión. Y lo mismo pasó con sectores disidentes de todas las organizaciones sociales (cocaleros Yungas, ponchos rojos, mineros, transportistas). Esto se suma a una cultura corporativa que hace que las demandas de región o sector pesen más que las posiciones más universalistas, lo que habilita posibles alianzas inesperadas: en esta última asonada se aliaron Potosí y Santa Cruz, impensable durante las crisis de 2008, cuando Potosí fue un bastión “evista”.

***

Luego de varios años de impotencia política y electoral de la oposición tradicional –los viejos políticos como Tuto Quiroga, Samuel Doria Medina o el propio Carlos Mesa– aparece un “liderazgo carismático” nuevo: el de Fernando Camacho. Este personaje desconocido hasta hace pocas semanas fuera de Santa Cruz se proyectó primero ocupando un vacío en la dirigencia cruceña, que desde su derrota frente a Evo en 2008 había pactado cierta pax. Aupado en una nueva fase de radicalización juvenil el “macho Camacho”, un empresario de 40 años, se erigió como líder del Comité Cívico de la región que agrupa a las fuerzas vivas con hegemonía empresaria y defiende los intereses regionalistas. Y más recientemente, frente a la debilidad de la oposición, Camacho esgrimió una mezcla de Biblia y “pelotas” para enfrentar “al dictador”. Primero escribió una carta de renuncia “para que Evo la firme”; luego fue a llevarla a La Paz y fue repelido por las movilizaciones oficialistas; pero volvió al día siguiente para finalmente entrar el domingo a un desierto Palacio Quemado –el viejo edificio del poder hoy trasladado a la Casa Grande del Pueblo– con su Biblia y su carta; allí se arrodilló en el piso para que “Dios vuelva al Palacio”.

Camacho selló pactos con “ponchos rojos” aymaras disidentes, se fotografió con cholas y cocaleros anti-Evo y juró no ser racista y diferenciarse de la imagen de una Santa Cruz blanca y separatista (“Los cruceños somos blancos y hablamos inglés”, había dicho alguna vez una Miss). Y, en una productiva estrategia, Camacho se alió con Marco Pumari, el presidente del Comité Cívico de Potosí, un hijo de minero que venía liderando la lucha en esa región contra el “ninguneo de Evo”. Así, el líder emergente e histriónico terminó siendo el artífice de la revuelta cívica-policial. Para ello desplazó al ex presidente Carlos Mesa, segundo en las elecciones del 20 de octubre, quien al ritmo de la aceleración de los acontecimientos se radicalizó sin convicción ni grandes chances de ser aceptado en el club más conservador por ser considerado un “tibio”.

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René Zavaleta decía que Bolivia era la Francia de Sudamérica: allí la política se daba en su sentido clásico, es decir, como revolución y contrarrevolución. Pero el país vivió más de una década de estabilidad, un periodo que puso en duda la vigencia del pensamiento de Zavaleta. En 2008 Evo Morales resolvió su pulso con las viejas élites neoliberales y regionalistas que se habían opuesto a su asunción al poder y comenzó su ciclo hegemónico: una década de crecimiento económico, de confianza del público en su porvenir, de aprobación mayoritaria de la gestión gubernamental; un mercado interno con grandes inversiones financiadas a partir de ingresos extraordinarios en un tiempo de altos precios de las exportaciones; y una mejora en el bienestar social.

Pero la rebelión volvió y se articuló con un movimiento conservador y contrarrevolucionario. A diferencia de Gonzalo Sánchez de Lozada en 2003, Evo Morales no sacó al ejército a la calle. Movilizó a los militantes del MAS, al tiempo que se expandió a través de las redes sociales y los medios la imagen de las “hordas masistas” –ya no se puede decir campesinas o indígenas–. El informe de la OEA sobre el resultado electoral, alertando sobre alteraciones, minó la autoconfianza del oficialismo: perdió la calle y las redes al mismo tiempo. Esta auditoría, que podría haber pacificado la situación, fue rechazada por la oposición, que consideraba a Luis Almagro un aliado de Evo Morales por haber avalado su repostulación. La organización acaba de pronunciarse para rechazar “cualquier salida inconstitucional a la situación”.

Una de las razones del insurreccionalismo es el caudillismo, esto es, la ausencia de instituciones políticas consolidadas. No existe más que una lógica inmediatista, de “suma cero”: se gana o se pierde todo, pero nunca se busca acumular victorias y derrotas parciales con la vista puesta en el futuro. Evo Morales no superó esa cultura y por eso buscó seguir en su cargo: pero la oposición hasta ahora tampoco y emerge con otro “caudillo” de derecha como Camacho. No sabemos qué futuro político le aguarda pero ya cumplió una “misión histórica”: que las ciudades acaben con la excepción histórica de un gobierno campesino en el país. No casualmente tras el derrocamiento de Evo se quemaron Whipalas, bandera indígena transformada en una segunda bandera nacional bajo el gobierno del MAS. Y adicionalmente, sacar al nacionalismo de izquierda del poder: “echamos al comunismo”, repetían los movilizados en las calles, algunos con Cristos y Biblias.

Bolivia no es solo el país de las insurrecciones, sino también de las refundaciones. Solo la idea de una “refundación” permite cohesionar las fuerzas que requieren las salidas insurreccionales y anular la influencia social y política de quienes perdieron. Por otro lado, una “refundación”, y la “destrucción creativa” de instituciones estatales y políticas que le es consustancial, permiten una movilización de promesas y prebendas con la dimensión que los nuevos ganadores requieren para “ocupar” (aprovechar) verdaderamente el poder. Pero la paradoja es que el país cambia poco en cada refundación. Sobre todo en términos de cultura política.

Ahora el péndulo quedó del lado conservador, veremos si la fragmentada oposición a Evo Morales logra estructurar un nuevo bloque de poder. Pero las heridas étnicas y sociales del derrocamiento de Evo serán perdurables.

Pablo Stefanoni, es jefe de Redacción de la revista Nueva Sociedad.
Fernando Molina es periodista.
http://revistaanfibia.com/

viernes, 3 de mayo de 2019

_- El Plan condor. El funcionamiento del Plan Cóndor revelado por un documento de la CIA

_- Sergio Kiernan Página/12

La sede central era en Cóndor 1, Argentina. Los viáticos de los asesinos eran de 3500 dólares por día. El Comando Central se tomaba dos horas para el almuerzo y cerraba a las siete y media. Cada delegado proponía un blanco y se votaba mandar un grupo de tareas. En el peor momento de las dictaduras latinoamericanas, existía un pequeño espacio donde se votaba. Los delegados de Argentina, Uruguay, Chile, Paraguay y Bolivia a la sede central del Plan Cóndor debatían y elegían por mayoría simple a sus víctimas. Cada delegado presentaba una “propuesta operativa” y la discusión sobre oportunidad, costo político y material terminaba en una votación. Si había desacuerdo, se hacía un acta con copias para cada país participante. Si se aprobaba una “operación” se ponía en marcha una maquinaria burocrática que incluía pasajes y viáticos de hasta 3500 dólares por día para los grupos de tarea de hasta cinco agentes.

Los documentos secretos desclasificados por Estados Unidos y recibidos por el ministro de Justicia Germán Garavano este viernes incluyen un Reporte de Información de Inteligencia de la CIA fechado el 16 de agosto de 1977, que describe en detalle la parte burocrática del Plan Cóndor. El informe no está clasificado como secreto, pero arranca con la advertencia de que incluye “fuentes y métodos sensibles de inteligencia”, código para avisar que no puede ser difundido para no comprometer agentes, fuentes o maneras de robar papeles.

El documento avisa a la Central que los servicios de inteligencia de cinco países y “hasta cierta medida Brasil” firmaron en septiembre de 1976 un acuerdo de cooperación para “operaciones contra blancos subversivos”. La CIA hace una distinción hasta ahora inédita en la mecánica del Plan Cóndor al afirmar que “Cóndor” es el nombre del pacto de cooperación, que en la práctica se llama “Operación Teseo”.

Los agentes de la CIA en Argentina que redactaron el Reporte afirman haber visto una copia del acta original, que arranca con un párrafo titulado “Reglamento de Teseo, Centro de Operaciones”. El primer tema es definir la misión, lo que consiste en identificar blancos “de acuerdo con los pedidos presentados por los participantes, y asignar oportunidades y prioridades”. El Centro de Operaciones tiene que instruir a los “equipos de inteligencia y de operaciones”, los primeros encargados de ubicar e identificar a los blancos y los segundos de matarlos y escapar.

A la manera militar, el Centro tiene la responsabilidad de administrar los recursos humanos y materiales de cada operación, instruir a los servicios de cada país sobre qué colaboración tiene que prestar y recordarles que según lo pactado, los servicios extranjeros deben dar prioridad a los requerimientos de la Operación Teseo.

Organigrama
Operación Teseo tiene base en Buenos Aires, designado como Cóndor 1 en la jerga interna. El Centro de Operaciones es formado por representantes permanentes de los servicios de inteligencia de los países participantes. A las órdenes de este Centro se colocan equipos de inteligencia y de operaciones, “formados por personal de los países miembros”, y equipos de reserva por si las cosas se complican. Estos equipos tienen prohibido visitar el Centro de Operaciones a menos que reciban órdenes específicas de hacerlo.

Según el documento, “el número mínimo de agentes provisto por cada servicio participante será, en lo posible, de cuatro personas, con una mujer a ser incluida eventualmente. Cada país tendrá un equipo similar en reserva, listo a cubrir cualquier eventualidad”.

Los viáticos
El Centro de Operaciones en Argentina es el encargado de administrar los fondos de la Operación Teseo, y el encargado de recibir las liquidaciones de gastos de cada grupo de tareas. Cada país participante puso una cuota de diez mil dólares para arrancar la Operación y aceptó aportar una cifra similar al final de cada operativo, “en un plazo no mayor de quince días”.

Por fuera de estos gastos operativos, el Cóndor es como un club en el que cada país paga una cuota de doscientos dólares por mes “que vence el treinta de cada mes”. Esta modesta cifra es para “cubrir gastos de funcionamiento y mantenimiento del Centro de Operaciones”.

Pero tanta modestia económica se contradice con los gastos operativos previstos en el mismo reglamento. Los grupos de tareas en el extranjero reciben un viático estimado en 3500 dólares “por día y por persona, más una cifra fija de mil dólares para ropa”. Todos estos gastos deben ser presentados a la central por los jefes de grupo, para que sean aprobados por los miembros participantes. Si no hay objeción, cada representante permanente tiene el deber de comunicarse con su gobierno para cubrir los fondos del Centro de Operaciones.

Por cuerda separada, los agentes recibían equipamiento del Centro de Operaciones o, de no ser posible, de los servicios de inteligencia locales. Esto incluía armas, municiones, explosivos, documentos, ropa, equipos electrónicos y de comunicaciones, y “miscelánea”.

Organización
Los “equipos de trabajo”, como llaman los de la CIA a los grupos de tareas, “serán formados por miembros de uno o más servicios de acuerdo a su experiencia, calificaciones personales y características del blanco”. El Centro de Operaciones determina un blanco a eliminar y el momento de hacerlo. Tomada la decisión, los equipos de inteligencia tienen la tarea de “identificar al blanco, localizarlo, seguirlo, comunicarse con el Centro de Operaciones y retirarse”. Un miembro del equipo de inteligencia y sólo uno puede hacer contacto con el equipo de operaciones. Ese agente tiene que asegurarse de que la información llegue a los operativos y mostrarles el blanco, y luego retirarse de la escena.

El equipo de operaciones tiene que “ejecutar al blanco” cumpliendo tres pasos: “A, interceptar el blanco, B, cumplir la operación y, C, escapar”. Por razones de seguridad operativa, los miembros de cada equipo no pueden conocer a los del otro. Los únicos que hablan son los jefes de cada grupo de tareas.

Las embajadas
Operación Teseo cuenta con una red propia de comunicaciones llamada Condortel, para manejar todo tráfico entre el Centro de Operaciones y los servicios de los países participantes. De ser necesario, se hablará por teléfono, con la llamada a cargo de la central en Buenos Aires.

Pero si es necesario mandar documentos, papeles de cualquier tipo, se determina que se usará “la valija diplomática” de las respectivas embajadas, o enviados especiales que conozcan las medidas de seguridad necesarias.

Una democracia
El capítulo final del documento de la CIA indica que el Centro de Operaciones de Teseo se toma dos horas para el almuerzo, ya que opera de 9.30 a 12.30 y de 14.30 a 19.30. Sólo si hay una operación marcha se estiran los horarios nombrando un “oficial de turno noche”, rotando la nacionalidad entre los miembros permanentes. Burocráticamente, se establece que el alojamiento, comidas y transporte de este oficial serán pagos por el Centro de Operaciones.

Y aquí aparece una sorpresa, justo al final: el Cóndor funcionaba como una democracia interna donde se votaba entre iguales. Al elegir los blancos, explica el documento de la CIA, “cada representante presenta su selección de un blanco en la forma de una propuesta. La selección final de un blanco será por votación y se determinará por mayoría simple. En caso de desacuerdo, se hace un acta del debate que será firmada por los respectivos representantes y enviada a los servicios correspondientes para su información”.

La expansión
Mientras la CIA conseguía los documentos fundacionales y organizativos del Cóndor, la Oficina de Inteligencia e Investigaciones del Departamento de Estado circulaba sus análisis de la coordinación en el Cono Sur. En un informe fechado el seis de octubre de 1977, que ahora se difunde sin faltantes ni tachaduras, los diplomáticos especulan sobre la posible formación de un bloque sudamericano a partir de la coordinación de inteligencia. Acertadamente, descartan la posibilidad por las “enemistades preexistentes” y porque Brasil no muestra mayor entusiasmo por la idea y prefiere invertir en esfuerzos propios de propaganda internacional.

Pero en el texto aparece un tema nuevo, el de la idea de abrir oficinas operativas del Plan Cóndor en Estados Unidos y Europa Occidental. La misión de estas oficinas será la de “encarar el asesinato de supuestos opositores subversivos de los gobiernos participantes (en el Cóndor) que viven en Europa Occidental”. Según los diplomáticos, los tres países “más entusiasmados” con la idea son Chile, Uruguay y Argentina, por la actividad de sus respectivos exiliados. Brasil, dice el análisis, no está interesado y rechazó la idea. Según el Departamento de Estado, los brasileños no quieren pagar el costo político de que se conozca semejante operación ni tener socios como la notoria DINA chilena.

Los países interesados en operar en Europa lo hicieron a través de sus embajadas, creando estructuras de inteligencia notorias, como la argentina en París.

Fuente: http://www.pagina12.com.ar/187372-el-funcionamiento-del-plan-condor-revelado-por-un-documento-

miércoles, 10 de octubre de 2018

Guevara como mito


El Viejo Topo


Nota de edición:

Ayer [9 de octubre de 2018] hace 51 años asesinaron al Che [1], un hombre nuevo en un mundo todavía viejo. Su lucha tuvo sentido ayer, hoy y para siempre. Guevara era un comunista marxista, un revolucionario laico. Fernández Buey reflexiona sobre su conversión en un mito.

I

Ni que decir tiene que Ernesto Guevara no se consideraba un mito. Tampoco le habría gustado que la gente hablara de él con esa palabra. Si se le hubiera preguntado al respecto probablemente habría contestado como Brecht acerca de las lápidas: “No necesito lápida, pero/ si vosotros necesitáis ponerme una/ desearía que en ella se leyera: /Hizo propuestas. Nosotros/ las aceptamos. /Una inscripción así/nos honraría a todos.” O tal vez habría dicho algo parecido a lo que decía hace poco Rossana Rossanda al ponerse a escribir sus recuerdos de comunista del siglo XX: “Los mitos son una proyección ajena con la que no tengo nada que ver. No estoy honrosamente clavada en una lápida, fuera del mundo y del tiempo. Sigo metida tanto en el uno como en el otro”. Bastaría con cambiar los tiempos de los verbos.

Nadie en su sano juicio pretende ser un mito o convertirse en mito. Y de la vida y la obra de Guevara se podrán decir muchas cosas, a favor o en contra, pero no se podrá decir que el hombre no estuviera en su sano juicio. Lo que él quería dar de sí o dejar a los otros en herencia lo dejó dicho en un poema que escribió a Aleida Mach desde Bolivia y que tituló “Contra viento y marea”. Dice así:

Este poema (contra viento y marea) llevará mi firma. // Te doy seis sílabas sonoras,// una mirada que siempre lleva (como un pájaro herido) ternura, // una ansiedad de agua tibia y profunda, // una oficina oscura donde la única luz es la de estos versos míos, // un dedal muy usado para tus noches aburridas, // una fotografía de nuestros hijos. // La bala más hermosa de esta pistola que siempre me acompaña, // la memoria imborrable (siempre latente y profunda) de los niños // que, un día, tú y yo concebimos, // y el pedazo de vida que me resta, // esto lo doy (convencido y feliz) a la Revolución. // Nada que pueda unirnos tendrá mayor poder.

II

La creación de mitos es, como se sabe, cosa del pensamiento religioso, prefilosófico, preilustrado. Guevara era un comunista marxista, un revolucionario laico. Y en principio el comunista marxista, el revolucionario laico, no necesita mitos. Se da a los otros, a los próximos, a los de abajo por los que lucha, con la fuerte convicción de que la revolución liberadora es inevitable y de que él mismo es parte de la revolución en marcha. No espera nada de los suspiros religiosos de la criatura oprimida. Lo espera todo de la razón apasionada de quienes quieren emanciparse y, a lo sumo, se piensa a sí mismo como parte de la chispa que producirá el incendio que cambiará el mundo. Busca la coherencia entre el decir y el hacer en el plano individual y en el plano colectivo.

Pero dicho eso, también sabemos: la revolución no es, no ha sido, no será pura racionalidad. Es pasión razonada o razón apasionada. Y en la medida en que la pasión es parte esencial de la actividad revolucionaria el comunismo marxista, como toda tradición emancipatoria, ha tenido también una dimensión que enlaza con la del pensamiento religioso, prefilosófico y preilustrado. No se puede negar eso. Por muy racional que haya sido el pensamiento de los clásicos de la tradición comunista marxista y por mucho que éstos se hayan negado de la manera más explícita a ser convertidos en mito, lo cierto es que, en unos casos más y en otros menos, lo han acabado siendo. La identificación comunitaria, por abajo, con los padres fundadores de una tradición emancipatoria lleva a eso. Hasta es posible que la tendencia a la creación de mitos, también en el mundo moderno y post-ilustrado, tenga que verse como prolongación de una de las “ilusiones naturales” de los humanos de las que no podemos prescindir. Algo así intuyó ya Sorel (y con Sorel, el joven Gramsci).

Si hubiera que hacer teoría del mito comunista esto que estoy esbozando aquí se podría formular así: independientemente de su intención racionalista e ilustrada (basta con pensar en aquello, tan repetido, del paso del socialismo utópico al socialismo científico), toda tradición que incluye praxis emancipatoria de los de abajo acaba incorporando en su desarrollo una dimensión para-religiosa que impulsa a la creación de mitos. Por eso también el revolucionario comunista marxista ha tenido (y sigue teniendo) “santos” (por laicos que éstos hayan sido) de su devoción. Y, vista la cosa con la distancia que da el tiempo transcurrido, se podría añadir, para que no haya lugar a dudas, que esto no es un hecho histórico determinado sólo, como a veces se ha dicho, por el “atraso” (económico, cultural, etc.) del lugar, país o circunstancia en que cuajan las ideas. Pues también la posmoderna crítica de todos los grandes relatos, que se presenta a sí misma con ínfulas desmitificadoreas, parece abocada a construir sus propios mitos.

III

Desde esta perspectiva nada tiene de extraño, por tanto, la mitificación de Che Guevara, el cual, por lo que había hecho durante la revolución cubana, era ya algo así como una leyenda antes de su muerte. La creación del mito Guevara tiene particularmente que ver, como se sabe, con dos fotografías: la que se tomó inmediatamente después de su muerte, ya cadáver; y la que le hizo Korda en La Habana.

De la primera se ha dicho muchas veces que recuerda tanto a la imagen del Cristo yacente de Andrea Mantegna, el pintor de Quatrocento italiano, que remite inmediatamente a lo que toda persona familiarizada con la tradición cristiana conoce: la idea de la resurrección del salvador. Y no es casual que eso mismo haya estado tan presente en tantas y tantas celebraciones conmemorativas del día de la muerte de Guevara: “Che vivo, como nunca te quisieron”, decía una pintada en Cochabamba, muchas veces repetida también. Por supuesto que, para los amigos de la revolución social, este estar vivo del guerrillero revolucionario no puede ser la resurrección real del otro, en la que creen los cristianos que tienen fe. Pero la diferencia es poco relevante en la creación del mito (que, por lo que se sabe ahora, es seguramente un mito precristiano). Lo importante es el estar vivo del personaje en el imaginario precisamente en la medida en que esto remite a la vigencia del ideal que el personaje representó.

Sobre la otra foto, la que más ha contribuido a la conversión de Guevara en mito, la foto tomada por Alberto Díaz (Korda) el 5 de marzo de 1960, cuando Guevara tenía 31 años, se ha escrito tanto que me puedo ahorrar el comentario ahora. Todo el mundo la recuerda. Es el Che vivo en su mejor momento, la mejor de las imágenes posibles del revolucionario. Ya era tan buena en el momento en que, gracias a Feltrinelli, se hizo pública por vez primera, siete años después de la muerte del Che, que ni siquiera han hecho falta las técnicas de la manipulación informática para mejorarla. Todas las demás fotos conocidas del Ché remiten a ella, e incluso las fotos que hemos conocido muchos años después, en alguna de las cuales se ve a Guevara calvo y ridículamente disfrazado o roto ya definitivamente por la enfermedad y las penalidades, nos hacen pensar, por comparación, en la apostura del personaje que retrató Korda, en aquellos ojos suyos, en la profundidad de su mirada atenta.

Algunos hemos tenido otras fotos de otros revolucionarios colgando de las paredes de nuestros cuartos y a veces compitiendo allí con la foto de Guevara. Ninguna es comparable. Y cuando uno ve las fotos de actos conmemorativos, de ayer o de hoy, presididos por el póster con aquella imagen del Che, fotos en las que se ve en primer plano a personajes que merecen nuestra admiración y nuestro respeto, en lo primero en que suele fijarse, de todas formas, es en la prestancia del personaje del fondo; hasta el punto de que, por lo general, ante fotos así tendemos a pensar enseguida si lo que habrán dijo estos otros personajes que hoy se sientan a la mesa conmemorativa estará en consonancia con lo que fue e hizo aquél.

Esto es lo que habitualmente sienten las personas que siguen apreciando sus ideales, viejos o jóvenes.

IV

Pero no hablemos sólo de los amigos de la revolución social. Luego están los otros, los jóvenes y no tan jóvenes que en todo el mundo han tenido o tienen aquella misma imagen en sus cuartos o que la lucen en sus camisetas, chapas e iconos sin haber leído nunca nada de Guevara, sin tener más que una vaga idea de quién fue o simplemente porque también esa imagen es un objeto de consumo. Como eso también existe, ha habido y hay polémica sobre la conversión del Che en mito. Y es ahí, en la identificación con el mero objeto de consumo, donde surge el problema de la apropiación.

Personalmente creo que no hay que rasgarse las vestiduras ante la apropiación de la imagen del Che por jóvenes apolíticos (suponiendo que lo sean) que combinan su chapa o su póster con la chapa o el póster del cantante o la cantante de moda. Esa combinación forma parte de una subcultura juvenil extendidísima y generalmente ajena a valoraciones políticas, aunque no necesariamente a valoraciones estéticas o relacionadas con la cuestión del gusto. Tiene escaso sentido, en mi opinión, exigir moralísticamente coherencia a quien no sabe ni sospecha con qué tienen que concordar los propios actos o actuaciones.

Más sentido tiene, en cambio, la crítica a la apropiación de la imagen del Che con una finalidad mercantil, contraria además a todo lo que él defendió, o sea, la crítica a las empresas que hacen o pretenden hacer negocio con una imagen que saben que vende entre los jóvenes consumidores. Y en este sentido me parece tan interesante como aleccionadora la batalla jurídica que Korda y el gobierno cubano emprendieron en su momento contra la apropiación de la célebre foto por una marca de vodka.

Interesante y aleccionadora, digo, porque ahí, en esa batalla jurídica, sí estaba implicada una cuestión político-cultural de importancia. Tanto más cuanto que, en los últimos tiempos, las multinacionales del consumo capitalista han hecho habitualmente un uso tan mercantil como insultante de iconos robados a las culturas y movimientos emancipatorios o de resistencia. El propio Korda dejó claro, durante aquella batalla jurídica, de qué derechos de autor se estaba hablando, a qué se oponía y a qué no: “Como defensor de los ideales por los que el Che Guevara murió, no me opongo a la reproducción de la imagen para la difusión de su memoria y de la causa de la justicia social en el mundo”.

Ese es un caso, por tanto, y hablando con propiedad, de apropiación indebida no sólo desde el punto de vista jurídico sino también desde el punto de vista moral. El que la crítica a la manipulación capitalista de palabras y símbolos de la izquierda revolucionaria sea casi tan antigua como la manipulación misma no quita justicia a la crítica ni implica que, por antigua, haya que dejar de hacerla, como postulan a veces los cínicos de hoy. Al contrario: cuando lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no acaba de nacer, repetir y repetirse suele más novedoso que ciscarse en la repetición de lo olvidado o lo ignorado.

V

Para valorar lo que representa esa batalla contra el uso indebido de la imagen o del icono, incluso en el plano político, basta con comparar. Podemos poner a un lado esta batalla que digo contra el uso indebido de la imagen del Ché por la marca de vodka y al otro el uso consentido de la imagen del artífice de la Perestroika, Gorbachov, por tal o cual anunciante fuera de vodka o de automóviles. Con todos los respetos que desde el punto de vista político nos haya merecido en su momento el intento de Gorbachov por dignificar el socialismo en la URSS, parece evidente que su consentimiento en esto no sólo contribuye a la destrucción de otro mito (en el caso de que éste haya llegado a crearse) sino a la trivialización definitiva del socialismo mismo.

Moralmente, la cosa está clara. De la comparación que estoy proponiendo sale la confirmación a posteriori de algo que escribió el poeta salvadoreño Roque Dalton no mucho después de la muerte de Guevara: “La guerrilla es lo único limpio que queda en el mundo”. Desde ahí, o sea, desde este punto de vista aún pre-político, se comprende la persistencia del mito y se comprende incluso la paradoja de que el mito revolucionario comunista haya cuajado entre jóvenes que no lo son ni quieren serlo ni sueñan en ello.

Pero políticamente, la cosa es, desde luego, más complicada. Primero por la paradoja trágica que mató al poeta que escribió la frase: asesinado por una parte de la guerrilla en la que él estaba, y asesinado además, según todos los indicios, por orden de alguien que luego iba a abominar de la guerrilla. Y segundo, porque tampoco la apropiación de la imagen del Ché por otras guerrillas que vinieron después de su muerte, algunas de las cuales han pervivido hasta hoy, es agua clara. Hubo un momento, ya bastante lejano, en que el vínculo, comprobado, entre guerrilla y narcotráfico, obligaba a considerar como mínimo dudosa la drástica afirmación del poeta Roque Dalton, tan inspirada por el recuerdo de Guevara.

Así las cosas, creo que se podría concluir en este punto que de todas las apropiaciones de Guevara como mito que se han producido en estos cuarenta años la menos mala, la menos indebida, ha sido la que viene haciendo desde entonces el gobierno de Cuba. Y esto, a pesar de las discrepancias, sobre las que tanto se ha insistido en ensayos y biografías, entre Castro y Guevara. Pues estas discrepancias (sobre el papel de la Unión Soviética en la construcción del socialismo, sobre los incentivos materiales y espirituales en la planificación económica o sobre la táctica a seguir en los procesos revolucionarios de la época), vistas con perspectiva histórica, apenas fueron nada si se las compara con lo que fue la crítica del Ché a las instituciones y corporaciones capitalistas, colonialistas e imperialistas que luego, con los años, han tratado de sacar beneficio del mito. Y son muy poca cosa también, si las compara con la crítica del Ché a las alienaciones, despolitizaciones y manipulaciones que la misma sociedad capitalista genera entre los jóvenes.

VI

Nuestra época, la época que estamos viviendo ahora, se distingue precisamente por la pretensión de desmitificar. Esta pretensión ha dado muchas veces en un exceso: romper todos los espejos en los que mirarnos para ser mejores. El exceso queda de manifiesto, en este caso, cuando nos damos cuenta de que, al final, presuntamente rotos todos los espejos, aún nos queda uno: el de la “mala” del cuento de Blancanieves, el “espejito, espejito” que nos repite, porque nosotros ponemos en él las palabras, que somos los más guapos, los más hermosos. Sintomáticamente, una época que dice querer romper todos los espejos, acaba quedándose en el narcisismo y en el infantilismo.

Pues bien, una de las cosas más notables de las que están ocurriendo en esta época de desmitificaciones es precisamente que, cuarenta años después de su muerte, el mito Guevara sale reforzado, agrandado como ningún otro. De todos nuestros mitos de los años sesenta (Mao, Ho Chi Minh, Ben Bella, Fidel Castro, Giap, Cohn Bendit, Rudi Dutschke…), Guevara, es, sin ninguna duda, el que mejor se ha mantenido, el que sigue suscitando hoy más adhesiones entre jóvenes y viejos.

Creo que puede decirse incluso que los libros publicados en estos últimos años, con motivo de las conmemoraciones de la muerte del Che, están contribuyendo a enaltecer su leyenda. Estoy pensando, por ejemplo, en el libro del escritor mexicano Paco Ignacio Taibo II, en el del catedrático y corresponsal del diario “Le Monde” en Chile, Pierre Kalfon, (Una leyenda de nuestro siglo), en el del periodista norteamericano Jon Lee Anderson (Una vida revolucionaria) e incluso en el de Jorge Castañeda (La vida en rojo).

Ninguno de esos libros es una hagiografía de Guevara; ninguno de sus autores se caracteriza por la intención de escribir una vida de santos para uso de devotos, una biografía de aquellas en que se presenta al héroe biografiado, como decía Unamuno de las hagiografías cristianas, absteniéndose de mamar los primeros viernes ya en la más tierna infancia. Al contrario: estos son libros gruesos, que no se pueden leer de un tirón, escritos con espíritu analítico y crítico; que entran sin beatería en los detalles más controvertidos y oscuros de la vida de Guevara; que aportan datos nuevos, desconocidos hasta hace muy poco no sólo por el gran público sino también por los guevaristas de ayer. Libros que se basan en testimonios y entrevistas de y con personas que trataron al Che en los momentos decisivos de su vida: en Argentina, en Guatemala, en México, en Cuba, en el Congo, en Bolivia. Libros escritos por autores que no siempre comparten los ideales del Che o que tienen muchas objeciones que hacer a la revolución cubana.

Siempre que se entra en el detalle, analítico y crítico, de la vida de los hombres que han sido leyenda, ésta, la leyenda heredada, se complica. Y tampoco hay duda de que el Che que ahora conocemos es otro Che, un Guevara muy distinto del que apenas entrevimos hace cuarenta años cuando leíamos algunos de sus escritos más teóricos sobre la guerra de guerrillas, sus opiniones sobre el socialismo después del conflicto chino-soviético o las primeras ediciones del Diario de Bolivia. Esto ha sido subrayado por Paco Ignacio Taibo II. Y con razón.

Pues bien: cuando uno acaba de leer estos libros o las memorias de los que fueron compañeros del Che, más allá de las dudas sobre tales o cuales detalles y por encima de las preferencias políticas de sus autores (que son, a pesar del esfuerzo historiográfico, muy evidentes), queda la impresión de que, a pesar del afán desmitificador, perviven el mito y la leyenda que hicieron de Guevara el personaje más admirado por los universitarios norteamericanos y europeos del 68. El Che que aparece en esas páginas sigue siendo un ejemplo de revolucionario que, incluso en su estoicismo o en el fatalismo de las horas malas, o justamente por eso mismo, nos conmueve, nos sigue conmoviendo. Conmueve, quiero decir, a todos aquellos que hoy en día no quieren reconciliarse con la realidad de este mundo y desean arrimar el hombro en la lucha en favor de los que menos tienen, de los desheredados, de los excluidos, de los humillados y ofendidos por los poderosos de nuestra época.

VII

No querría acabar sin hacer referencia a la controversia que se produjo con motivo de las conmemoraciones del cuarenta aniversario de la muerte de Guevara, controversia suscitada por una nota editorial del diario El País, titulada “Caudillo Guevara”, que salió el 10 de octubre del año pasado.

Dije entonces y repito ahora que no hacía falta haber sido guevarista para considerar aquella intervención un insulto a la inteligencia y a la sensibilidad, un ejemplo más del tipo de discurso “autorizado por la policía y vedado por la lógica”, que decía Marx; que era de una ignorancia supina atribuir en exclusiva al romanticismo europeo el prejuicio de que entregar la vida por las ideas es digno de admiración y elogio; que es sectario denominar muerte al asesinato de Guevara en La Higuera y encima atribuirle el propósito de dotar al crimen de un sentido trascendente; que es una manipulación incalificable identificar lo que hizo el internacionalista Guevara con movimientos terroristas, nacionalistas o yihadistas de ahora; que es un infundio presentar la vida y la acción de Guevara y de sus seguidores como mera coartada para un autoritarismo de signo contrario; que es absurdo presentar a Guevara como puesta al día del caudillismo latino-americano; y que es falso que hoy ya sólo se conmemore la muerte de Guevara en Cuba, Venezuela o Bolivia.

Tengo que añadir ahora que aquel editorial inauguraba un cambio de fase en la consideración de Guevara. Hace once años los ideólogos del neoliberalismo y del social-liberalismo todavía preferían algo así como una aproximación historicista para acabar con el mito Guevara; preferían la desmitificación pensando que las ideas y el hacer de Guevara eran, al fin y al cabo, cosas de un pasado definitivamente superado; y preferían reírse o sonreírse de que el mito aún siguiera presente entre los jóvenes. Pero no parecía preocuparles.

Como todo el mundo sabe, en los años transcurridos desde entonces han pasado algunas cosas importantes en América Latina (y no sólo en Venezuela y en Bolivia). Y así, con las transformaciones en curso, la frase Guevara vivo toma otra dimensión, tiene otra connotación. Vuelve a hablarse allí de socialismo. Y aquí molesta y preocupa. El que se esté vinculando el nombre de Guevara al socialismo del siglo XXI es ya un peligro para el mantenimiento del privilegio de los mandamases. Aquí y allí. Por ello, para los ideólogos del gran poder, ya no se trata sólo de desmitificar al personaje, de mostrar sus contradicciones y debilidades, que las tuvo, como todo hijo de vecino, sino de tergiversar lo que hizo y de manipular sus ideas y sus actos abiertamente, para presentarle como antecedente de lo que llaman “caudillismo”, “populismo” y “terrorismo” los mismos que aún tienen en la memoria a su Caudillo, que denominan “popular” a su partido conservador y que apoyan abiertamente el terrorismo de estado allí donde éste actúa.

Ahí tenéis un motivo más para valorar en su justa medida lo que dijo e hizo Guevara y para desconfiar, de paso, de los desmitificadores que mitifican la ideología propia por el procedimiento de desmitificar las de los otros. Mientras eso siga existiendo, o cuando se reduplica, como hoy, la primera palabra del discurso del pensamiento laico, racionalista e ilustrado, que con razón se siente molesto con la conversión de Guevara en mito, tendrá que ser esta: primero leerlo y estudiarlo; luego hablamos. Y, por supuesto, comparamos.

Nota de rebelión:

El que fuera maestro, compañero y amigo de FFB, Manuel Sacristán, escribió el siguiente texto tras el asesinato de Ernesto Guevara (“En memoria de Ernesto Che Guevara”, Nous Horitzons 16, 1er trim, 1969, p. 39):


Fuente: http://www.elviejotopo.com/topoexpress/guevara-como-mito/

domingo, 23 de agosto de 2015

Visita del papa Francisco: Luis Espinal, el jesuita al que dieron 12 tiros "por decir verdades" en Bolivia

Era casi medianoche cuando lo secuestraron en La Paz. Luis Espinal Camps volvía del cine a pie y le faltaba una cuadra para llegar a su casa, pero lo montaron en un jeep.

Al sacerdote jesuita le esperaban horas de tortura entre culatazos, golpes y quemaduras con plancha antes de ser rematado con más de 12 tiros en un matadero de reses, como consta en reportes policiales y periodísticos de la época.
Quiso la accidentada historia de América Latina que Espinal y el obispo salvadoreño Óscar Arnulfo Romero fueran asesinados con un margen de dos días: el primero el 22 y el segundo el 24 de marzo de 1980.
"La muerte los hermanó", dijo a BBC Mundo Xabier Albó, sacerdote jesuita español y amigo de Espinal.
"Cuando retornábamos del cementerio, nos enteramos que a más de 4.000 kilómetros de distancia (en El Salvador) habían asesinado a Óscar Arnulfo Romero. Las causas son las mismas".
Este miércoles, otro jesuita, el papa Francisco, homenajeará en Bolivia a este religioso que llegó desde Barcelona a principios de los 70 para dedicarse al cine, al periodismo y, en el proceso, denunciar los abusos de gobiernos militares que se turnaban el poder en aquellos años.
Y mientras Romero ha sido recientemente beatificado, los seguidores de Espinal aprovecharán la parada del Papa frente a los cerros donde fue hallado su cuerpo para activar el proceso que permita que el jesuita sea reconocido como mártir de la iglesia.

Paralelos con Romero
"El salvadoreño murió por defender los derechos de los pobres en su país en medio de una masacre y a Luis Espinal lo mataron por decir verdades y tomar partido por los indefensos", aseguró Albó a BBC Mundo.

El Papa hará una oración en el lugar donde encontraron el cuerpo de Espinal a las afueras de La Paz, Allí fue construido un monumento en su honor.
Xavier Albó apunta que la muerte su colega se debió a la opción "preferencial por los pobres" que Espinal tomó en aquellos años, al igual que lo hizo Óscar Arnulfo Romero.
Hoy, colegios, avenidas, organizaciones juveniles y brigadas de trabajo comunitario bolivianos llevan el nombre del jesuita, un activista de los derechos de los ciudadanos.
El día de su primera posesión presidencial, en 2006, Evo Morales mencionó a Espinal cuando pidió un minuto de silencio por varios luchadores sociales bolivianos.
En 2007 el mandatario decretó la fecha de su secuestro como el día del cine boliviano.
Cada año, en la madrugada del 22 de marzo, niños y jóvenes de colegios católicos realizan romerías hasta el lugar en el que Espinal fue encontrado sin vida.
Albó apunta otro elemento común entre ambos: Romero pasaba cada semana su homilía por radio mientras que su amigo usaba la prensa y el cine como medio favorito para "aplicar su vivencia evangélica a favor de la gente".

Crimen impune
En 1979 Espinal fundó el semanario "Aquí", un periódico autogestionado que en 1980 alertó sobre la inminencia de un nuevo golpe de Estado en Bolivia, algo que se hizo realidad cuatro meses después del asesinato del jesuita.
El cineasta y periodista Alfonso Gumucio, quien fue su alumno y cofundador de "Aquí", recuerda que conoció a Espinal en unos cursos de cine que brindaba el sacerdote poco después de su llegada a Bolivia en 1970.

La Asamblea Legislativa Plurinacional aprobó la anterior semana la creación de la condecoración al mérito "Luis Espinal Camps". Será entregada por primera vez al Papa Francisco el miércoles.
Después se rencontró con el cura, cuando éste participó en la multitudinaria huelga de hambre de 1978 que acorraló al gobierno de facto de Hugo Banzer (1971-1978) y desembocó en una convocatoria a elecciones con amnistía irrestricta para presos y exiliados.

"El semanario "Aquí" demostró que Lucho (como se le conocía popularmente) estaba decidido a llegar hasta las últimas consecuencias en su compromiso con Bolivia. Él tenía muy claro que su vida terminaría en Bolivia y por ello decidió consagrarla a la lucha por la democracia", relató a BBC Mundo Gumucio.
"Me impresionó mucho la decisión de Luis de hacerse boliviano y quedarse aquí para siempre", dijo Gumucio, quien presentó hace poco una reedición de su libro "Luis Espinal y el cine".

En 1986, en el llamado "Juicio a la dictadura" (1986) que juzgó los abusos cometidos durante el gobierno de facto instaurado del general Luís García Meza (1980-1981) se condenó a paramilitares, policías y militares por violaciones de derechos humanos.
Sin embargo, no se juzgó el caso de Espinal, porque muerte se produjo antes del golpe de Estado y por tanto no quedó entre las causas presentadas.
Hasta el momento, el crimen del padre jesuita quedó impune, algo que lamentan grupos de derechos humanos.

Una oración para Lucho
La agenda difundida en Bolivia señala que Francisco llegará al aeropuerto internacional de El Alto (La Paz) alrededor de las 16:15 del miércoles. Allí hará un saludo acompañado del presidente Morales.
A las 17:15 está prevista una parada para que el sumo pontífice realice una oración y una bendición para Luis Espinal.

Luis Espinal nació en España en 1932.
Además de ser sacerdote jesuita era cineasta.
En ese punto, durante todo el día se realizarán actividades preparadas por la comunidad jesuita junto a otras organizaciones y artistas que se sumaron al homenaje.
"Francisco dejará un símbolo de partida para reconocer a Luis como mártir formal en la Iglesia", afirma Albó.
Morales le otorgará al sumo pontífice la Orden al Mérito "Padre Luis Espinal Camps", un reconocimiento creado por el congreso boliviano en las semanas previas a la llegada del jefe de la iglesia Católica.
Será una de las pocas actividades del sumo pontífice en sus cuatro horas en La Paz, el resto de la agenda boliviana se realizará en Santa Cruz hasta el viernes.
Francisco clausurará el Encuentro Mundial de Movimientos Populares, que reúne a organizaciones sociales y comunitarias de cuatro continentes, quienes harán un último homenaje a Espinal
Fuente: http://www.bbc.com/mundo/noticias/2015/07/150702_bolivia_espinal_papa_jesuita_cch

lunes, 22 de diciembre de 2014

Jeffrey Sachs: La lección de la Primera Guerra Mundial que la economía global olvida.

Jeffrey Sachs es uno de los más destacados economistas del mundo. Entre los muchos gobiernos a los que ha asesorado durante tres décadas están Bolivia, Polonia y Rusia al final de la Guerra Fría. En esta reflexión escrita para la BBC, señala que la forma en la que se comportan los vencedores al final de un conflicto determina lo que ocurrirá en el futuro.

Este ha sido un año de grandes aniversarios geopolíticos. Hace 100 años empezó la Primera Guerra Mundial, un evento que, más que ningún otro, le dio forma a la historia durante el siglo pasado. Hace 25 años cayó el Muro de Berlín, el primer capítulo de la desaparición del Imperio soviético y el fin de la Guerra Fría. Y sin embargo, dolorosamente observamos algo que va más lejos que el mero recuerdo.

Como dijo William Faulkner, "el pasado nunca muere. Ni siquiera es pasado".

La Primera Guerra Mundial y el Muro siguen moldeando nuestras realidades más urgentes en la actualidad. Las guerras en Siria e Irak son un legado del cierre de la Gran Guerra, y los dramáticos eventos en Ucrania se desarrollan bajo la larga sombra de 1989.

1914 y 1989 son momentos bisagra, puntos decisivos en la historia que cambian el rumbo de los eventos subsecuentes. La manera en la que se comportan tanto las naciones grandes como las pequeñas en esos momentos determina el curso futuro de la guerra y la paz.

Yo participé directa y personalmente en los eventos de 1989, y vi cómo se desarrollaba esa lección: positivamente en el caso de Polonia y negativamente en el de Rusia. Les puedo decir que mientras me desempeñaba como asesor económico durante 1989-92, constantemente recordaba preocupado lo ocurrido en 1914. Y hoy en día sigo con la misma preocupación.

En 1919, al final de la Primera Guerra Mundial, el gran economista británico John Maynard Keynes nos enseñó una lección invaluable y perdurable sobre esos momentos bisagra: cómo las decisiones de los vencedores impactan las economías de los vencidos, y cómo los pasos falsos de los poderosos pueden fijar el rumbo de las guerras futuras.

Con una visión astuta, clarividencia y dotes literarias, "Las consecuencias económicas de la paz" de Keynes (1919) predijo que el cinismo y miopía de la base del Tratado de Versalles, especialmente la imposición de reparaciones de guerra punitivas para Alemania, y la falta de soluciones para las crisis financieras de los países deudores, condenaría a las economías europeas a crisis continuas que de hecho incitarían el surgimiento de otro tirano vengativo en la próxima generación.

El apasionado llamado de Keynes es uno de esos admirables estallidos geniales que retumba por generaciones. Ese libro y sus lecciones se convirtieron en una guía formativa para mí durante mi carrera como asesor y analista económico.

De la angustia de Bolivia a la de Polonia
Como un economista recientemente formado hace unos 30 años, de repente me vi a cargo de asistir a un pequeño y casi olvidado país: Bolivia, en la búsqueda de una salida a su rotundo desastre económico. Los escritos de Keynes me ayudaron a entender que la crisis financiera de Bolivia debía considerarse en términos sociales y políticos y que el acreedor de ese país, Estados Unidos, compartía la responsabilidad de resolver la angustia económica boliviana.

Mi experiencia en Bolivia en 1985-86 me llevó a Polonia, en la primavera de 1989, invitado por el último gobierno comunista y el sindicato Solidaridad, que era su fuerte opositor. Polonia, como Bolivia, estaba en la bancarrota financieramente. Y Europa en 1989, como Europa en 1919, estaba en un gran momento bisagra de la historia.

Mijaíl Gorvachov estaba en el poder en la Unión Soviética, y estaba dispuesto a ver a Europa reconciliada en paz y democracia. Ese gran hombre deseaba llevar a su propio país hacia un nuevo orden democrático. Polonia fue la primera nación de la región en tomar el camino de la democracia en ese año trascendental. Pronto me convertí en el principal asesor económico foráneo del nuevo gobierno polaco. Una vez más, basándome en Keynes, abogué por el tipo de asistencia internacional que me parecía vital para que Polonia pudiera hacer una transición pacífica y exitosa a un gobierno democrático postcomunista.

Específicamente, apelé a la Casa Blanca, 10 Downing Street, el Palacio del Elíseo y la Cancillería alemana para que proveyeran una asistencia progresista, como un elemento clave en la construcción de una Europa nueva, unida y democrática.

Fueron días embriagadores para mí como asesor económico. Había momentos en los que parecía que mis deseos eran órdenes para la Casa Blanca. Una mañana, en septiembre de 1989, recurrí al gobierno estadounidense para que le diera a Polonia US$1.000 millones para estabilizar la moneda. En la tarde del mismo día, la Casa Blanca confirmó la entrega del dinero. No es chiste: ¡ocho horas entre la solicitud y el resultado!

Convencer a la Casa Blanca de que apoyara una cancelación de las deudas polacas tomó un poco más de tiempo, con negociaciones de alto nivel que se extendieron por cerca de un año, pero al final en eso también tuve éxito.

El resto, como dicen, es historia. Polonia introdujo fuertes medidas de reforma, basadas en parte en las recomendaciones que yo había ayudado a diseñar. EE.UU. y Europa apoyaron esas medidas con ayuda generosa y oportuna. La economía polaca fue restructurada y empezó a crecer, y 15 años después, se convirtió en un miembro de pleno derecho de la Unión Europea.
Ojalá pudiera suspender aquí mi rememoración, con este final feliz.

Pero la historia del final de la Guerra Fría no comprende sólo aciertos de Occidente -como en Polonia- sino también un tremendo desacierto: Rusia.

Para Moscú, Versalles
Mientras que la generosidad estadounidense y europea prevaleció en Polonia, la actitud en el caso de la Rusia postsoviética recuerda mucho más los errores garrafales del Tratado de Versalles. Y hasta el día de hoy estamos pagando las consecuencias.

En 1990 y 1991, el gobierno de Gorvachov, habiendo visto los resultados positivos en Polonia, me solicitó que lo asesorara respecto a las reformas económicas. En esa época Rusia enfrentaba el mismo tipo de calamidad financiera que había hundido a Bolivia a mediados de los 80 y a Polonia en 1989.

En la primavera de 1991, trabajé con colegas de la Universidad de Harvard y MIT para ayudarle a Gorvachov a obtener apoyo financiero de Occidente, para poder reformar la política y transformar la economía. No obstante, nuestros esfuerzos fracasaron completamente.

Ese verano, Gorvachov regresó a Moscú de la cumbre del G7 con las manos vacías. A su retorno, una conspiración intentó derrocarlo en el notorio Golpe de Agosto, del que nunca se recuperó políticamente. Cuando Boris Yeltsin ascendió, y la disolución de la Unión Soviética estaba a puertas, su equipo económico nuevamente me pidió asistencia, tanto para lidiar con los desafíos técnicos de la estabilización como en la tarea de obtener la vital ayuda financiera de EE.UU. y Europa.

Yo le vaticiné al presidente Yeltsin y a su equipo que esa ayuda llegaría pronto. Después de todo, la asistencia de emergencia para Polonia se organizó en cuestión de horas o semanas. Estaba seguro de que lo mismo sucedería en el caso de la nueva Rusia independiente y democrática. Sin embargo, perplejo y horrorizado, me fui dando cuenta de que no sería igual.

Mientras que a Polonia le habían perdonado las deudas, a Rusia le exigieron que las siguiera pagando.

Mientras que a Polonia le habían concedido asistencia financiera generosa y rápida, Rusia recibió visitas de grupos de estudio del FMI pero nada de fondos.

Yo le supliqué a EE.UU. que hiciera más. Apelé a las lecciones de Polonia, pero todo fue en vano. Washington no cedió.

Al final, la maligna crisis financiera rusa aplastó los intentos de reformar y regularizar. El gobierno de Yegor Gaidar cayó en desgracia. Yo renuncié tras dos años duros de tratar de ayudar y lograr muy poco. Unos años más tarde, Vladimir Putin reemplazó a Yeltsin y tomó el timón de la nación rusa.

El botín de los vencedores
A lo largo de esa debacle, los expertos estadounidenses culparon a los reformadores en Rusia en vez de a la cruel negligencia de EE.UU. y Europa.

Me tomó 20 años entender bien qué pasó después de 1991. ¿Por qué EE.UU., que se había comportado con tanta sabiduría y visión en Polonia, actuó con una negligencia tan cruel en el caso de Rusia? Paso a paso, recuerdo tras recuerdo, la verdadera historia salió a la luz.

Occidente había ayudado a Polonia financiera y diplomáticamente porque Polonia se iba a convertir en el baluarte oriental de una OTAN en expansión. Polonia era Occidente, por lo tanto, era digna de ayuda. Rusia, en contraste, era vista por los líderes estadounidenses más o menos de la misma forma en la que Lloyd George y Clemenceau habían considerado a Alemania en Versalles: como un enemigo vencido que merecía ser aplastado, no auxiliado.

En su libro recientemente publicado, el general Wesley Clark, antiguo comandante de la OTAN, relata una conversación que tuvo en 1991 con Paul Wolfowitz, quien era el director de política del Pentágono.

Wolfowitz le dijo a Clark que EE.UU. sabía que podía actuar con impunidad en Medio Oriente, y ostensiblemente en otras regiones también, sin la amenaza de la interferencia rusa.

En resumen, EE.UU. podía comportarse como un vencedor y un matón, cosechando los frutos de la victoria en la Guerra Fría de ser necesario a través de guerras. Washington estaría a la cabeza y Moscú sería incapaz de impedirlo.

En un reciente discurso pronunciado en Moscú, Putin describió la conducta de EE.UU. en casi los mismos términos que Wolfowitz.

"La Guerra Fría llegó a su fin", dijo Putin, "pero no terminó con la firma de un tratado de paz con acuerdos claros y transparentes sobre el respeto de las reglas existentes o la creación de nuevas reglas y estándares. Eso creó la impresión de que los llamados 'vencedores' de la Guerra Fría decidieron presionar y moldear al mundo para que satisfaga sus propios intereses y necesidades"... sigue
Fuente: BBC,

http://www.bbc.co.uk/mundo/noticias/2014/12/141218_jeffrey_sachs_problemas_globales_finde_dv