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sábado, 21 de enero de 2023

La magdalena de Proust: la razón por la que hay olores y sabores que nos traen recuerdos que teníamos olvidados


Mujer oliendo flor.

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Los recuerdos del ser humano se pueden remontar en el pasado hasta la edad de los 3 o 4 años.

¿Escuchaste alguna vez lo que es experimentar una "magdalena de Proust"?

Si la expresión te suena rara, lo que significa para la cultura popular y la neurociencia te resultará más que familiar.

El hecho de que puedas recordar momentos de tu pasado -incluso de tu niñez más temprana- después de oler o saborear algo, tiene una explicación científica.

Y el conocido novelista francés Marcel Proust (1871-1922) tiene una relación muy especial con esta explicación.

Además de la calidad literaria de sus obras y su exquisita sensibilidad, Proust es conocido por haber motivado un interés particular de la ciencia en el estudio de los "recuerdos involuntarios", aquellos que sin proponérnoslo son evocados después de experimentar estímulos al azar. La famosa "magdalena de Proust" explica la experiencia de uno de los personajes literarios del escritor que, cierto día, abrumado por la tristeza, prueba una magdalena (como se conoce en algunos lugares a un tipo de un pastelito dulce) mojada en té y es repentinamente transportado a los veranos de su infancia en Combray, un pueblito al noroeste de Francia.

El célebre fragmento pertenece específicamente a la obra "Por el camino de Swann", la primera parte de la serie "En busca del tiempo perdido", que contiene siete novelas publicadas entre 1913 y 1927.

Magdalenas.

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Recuerdo proustiano, magdalenas. FUENTE DE LA IMAGEN,GETTY IMAGES

La magdalena a la que se refiere Proust en su obra es una variante típica de una región en el noreste de Francia.

Resulta curioso que un sencillo recurso literario arroje luz sobre complicados procesos que todavía la ciencia moderna, particularmente al campo de la neurología, no ha logrado descifrar por completo.

"La forma en que precisamente ocurre esa reactivación (estímulo-memoria) sigue siendo solo parcialmente comprendida", comenta a BBC Mundo el doctor Loren M. Frank, del Instituto Kavli de Neurociencia Fundamental de la Universidad de California, en San Francisco.

Cuando se forman los recuerdos, una región del cerebro llamada hipocampo ayuda a unir las partes de la memoria (la vista, los sonidos, los sabores y los olores...) que se han procesado en regiones cerebrales especializadas dedicadas a cada sentido.

"Más tarde, cuando se experimenta el mismo olor o sabor, ya está vinculado a las otras partes de la memoria y así es posible 'reactivar' las imágenes, los sonidos, etcétera", señala el experto.

Estímulos voluntarios e involuntarios
El doctor Frank asegura que los recuerdos del ser humano se pueden remontar en el pasado hasta la edad de los 3 o 4 años.

Y que aquellas cosas que rememoramos voluntariamente funcionan a partir del mismo proceso que aquellas que rescatamos de manera involuntaria, como lo es el llamado "recuerdo proustiano".

"La única diferencia es que creamos la "señal" nosotros mismos al pensar en ello o al imaginarlo. Una vez que el patrón de actividad cerebral correspondiente a esa señal esté presente, ocurriría el mismo tipo de proceso, sin importar si la "señal" proviene de afuera o de adentro", explica.

Mujer comiendo. FUENTE DE LA IMAGEN, GETTY IMAGES

El estudio de la memoria olfativa podría ayudar a detectar enfermedades como la demencia.

El funcionamiento de la mente y el cerebro humanos todavía encierran grandes misterios para la ciencia. Y la memoria olfativa, por ejemplo, es un campo en el que los neurólogos tienen especial interés.

Una de las principales razones es porque, según estudios científicos, la capacidad de recordar olores podría definir si una persona es más o menos propensa a padecer de enfermedades como la demencia.

Por eso las pruebas de memoria olfativa podrían ser usadas en el diagnóstico y prevención de este padecimiento.

"Flujos de conciencia"
"En busca del tiempo perdido" tuvo una gran influencia en escritores de todo el mundo, puesto que introdujo la idea de escribir sobre "corrientes o flujos de conciencia".

A través del narrador omnipresente, Proust logra transmitir en gran detalle no solo lo que se percibe, sino también lo que se recuerda y los vínculos repetidos y constantes entre la percepción y la memoria.

Para muchos, sus aportes ayudaron a transformar la novela contemporánea.

Marcel Proust.

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Marcel Proust. FUENTE DE LA IMAGEN,AFP

Los aportes del escritor francés Marcel Proust ayudaron a transformar la novela contemporánea.

Y se dice que escribir "En busca del tiempo perdido" le tomó casi toda la vida, prácticamente sin salir de su habitación con las paredes forradas de corchos (Proust consideraba a sus vecinos horriblemente ruidosos y llegó a enviarles cartas por esta razón).

La magdalena que provoca el famoso "recuerdo proustiano"-este es un dato para los más curiosos- no es probablemente la que tienes en mente, sino un postre tradicional del noreste de Francia, llamado "magdalena de Commercy", y que luce más bien como una galletita ovalada con líneas paralelas en la superficie.

domingo, 5 de julio de 2020

Albert Einstein: los 2 grandes errores científicos que cometió en su carrera, François Vannucci*. The Conversation.

Einstein

La investigación científica se basa en la relación entre la realidad de la naturaleza -adquirida mediante observaciones- y una representación de esta realidad, formulada por una teoría en lenguaje matemático.

Cuando todas las consecuencias que se derivan de una teoría se verifican de forma experimental, esta queda validada.

Este enfoque, que se ha aplicado desde hace casi cuatro siglos, ha permitido construir un conjunto coherente de conocimientos.

Pero esos avances se logran gracias a la inteligencia humana que, a pesar de todo, conserva sus creencias y prejuicios, lo cual puede afectar al progreso de la ciencia incluso entre las mentes más privilegiadas.

El primer error
En su obra maestra sobre la teoría general de la relatividad, Albert Einstein escribió la ecuación que describe la evolución del Universo en función del tiempo.

La solución de esta ecuación muestra un universo inestable, en lugar de, como se creía hasta entonces, una enorme esfera de volumen constante en la que se deslizaban las estrellas.

A principios del siglo XX, todo el mundo vivía con la idea bien arraigada de un universo estático en el que el movimiento de los astros se repetía sin descanso.

Es probable que se debiera a las enseñanzas de Aristóteles, que establecía que el firmamento era inmutable, en contraposición con el carácter perecedero de la Tierra.

Esta creencia provocó una anomalía histórica: en el año 1054, los chinos advirtieron una nueva luz en el cielo que no aparece mencionada en ningún documento europeo, y eso que se pudo ver a plena luz del día durante varias semanas.

Se trataba de una supernova, es decir, una estrella moribunda, cuyos restos todavía se pueden observar en la nebulosa del Cangrejo.

El pensamiento dominante en Europa impedía aceptar un fenómeno tan contrario a la idea de un cielo inmutable. Una supernova es un acontecimiento muy raro, que solo se puede observar a simple vista una vez cada cien años (la última fue en 1987).

Así que Aristóteles tenía casi razón al afirmar que el cielo era inmutable, al menos a la escala de una vida humana.

Para no contradecir la idea de un universo estático, Einstein introdujo en sus ecuaciones una constante cosmológica que congelaba el estado del universo.

La intuición le falló: en 1929, cuando Edwin Hubble demostró que el universo se expandía, Einstein admitió haber cometido "su mayor error".

La aleatoriedad cuántica
Al mismo tiempo que la teoría de la relatividad, se desarrolló la mecánica cuántica, que describe la física de lo infinitamente pequeño.

Einstein hizo una contribución destacada en ese ámbito, en 1905, con su interpretación del efecto fotoeléctrico como una colisión entre electrones y fotones, es decir, entre partículas infinitesimales portadoras de energía.

En otras palabras, la luz, descrita tradicionalmente como una onda, se comporta como un flujo de partículas.

Fue por este avance, y no por la teoría general de la relatividad, por el que Einstein fue galardonado con el premio Nobel en 1921.

Pero, a pesar de ese vital aporte, se obstinó en rechazar la lección más importante de la mecánica cuántica, que establece que el mundo de las partículas no está sometido al determinismo estricto de la física clásica.

El mundo cuántico es probabilístico, lo que implica que solo somos capaces de predecir una probabilidad de ocurrencia entre un conjunto de sucesos posibles.

A pesar de sus aportes a la física cuántica, Einstein no estuvo dispuesto a aceptar todas sus implicancias teóricas y prácticas. La obcecación de Einstein deja entrever de nuevo la influencia de la filosofía griega.

Platón enseñaba que el pensamiento debía permanecer ideal, libre de las contingencias de la realidad, lo que es una idea noble pero alejada de los preceptos de la ciencia.

Así como el conocimiento precisa de una concordancia perfecta con todos los hechos predichos, la creencia se funda en una verosimilitud fruto de observaciones parciales.

El propio Einstein estaba convencido de que el pensamiento puro era capaz de abarcar toda la realidad, pero la aleatoriedad cuántica contradice esa hipótesis.

En la práctica, esa aleatoriedad no es plena, pues está regida por el principio de incertidumbre de Heisenberg.

Dicho principio impone un determinismo colectivo a los conjuntos de partículas: un electrón por sí mismo es libre, puesto que no se puede calcular su trayectoria al atravesar una rendija, pero un millón de electrones dibujan una figura de difracción que muestra franjas oscuras y brillantes que sí se pueden predecir.

Einstein también afirmó: "Tú crees en el Dios que juega a los dados y yo creo en la ley y la ordenación total de un mundo que es objetivo". Einstein no quería admitir ese indeterminismo elemental y lo resumió en un veredicto provocador: "Dios no juega a los dados con el universo".

El nobel Serge Haroche: Einstein se equivocó, "Dios efectivamente está jugando a los dados" en el universo cuántico Propuso la existencia de variables ocultas, de magnitudes por descubrir más allá de la masa, la carga y el espín, que los físicos utilizan para describir las partículas. Pero la experiencia no le dio la razón.

Hay que asumir la existencia de una realidad que transciende nuestra comprensión, que no podemos saber todo del mundo de lo infinitamente pequeño.

Los caprichos fortuitos de la imaginación
En el proceso del método científico existe un paso que no es totalmente objetivo y es el que lleva a la conceptualización de una teoría. Einstein da un ilustre ejemplo del mismo con sus experimentos mentales.

Así afirmó: "La imaginación es más importante que el conocimiento". En efecto, a partir de observaciones dispares, un físico debe imaginar una ley subyacente. A veces, hay que elegir entre varios modelos teóricos posibles, momento en el que la lógica retoma el control.

La inteligencia nada tiene que buscar: tiene que limpiar el terreno. Tan solo es útil para las tareas serviles Simone Weil, La gravedad y la gracia

Por tanto, el progreso de las ideas se nutre de lo que llamamos intuición. Es una especie de salto en el conocimiento que sobrepasa la pura racionalidad. La frontera entre lo objetivo y lo subjetivo deja de ser del todo fija.

Los pensamientos nacen en las neuronas bajo el efecto de impulsos electromagnéticos y, entre ellos, algunos resultan particularmente fecundos, como si provocaran un cortocircuito entre células, obra del azar.

Pero estas intuiciones, estas "flores" del espíritu humano, no son iguales para todas las personas.

Mientras el cerebro de Einstein concibió E=mc² , el de Marcel Proust creó una metáfora admirable. La intuición se manifiesta de forma aleatoria, pero ese azar está moldeado por la experiencia, la cultura y el conocimiento de cada persona.

Los beneficios del azar
No debería sorprendernos que haya una realidad que sobrepase nuestra propia inteligencia.

Sin el azar, nos guían nuestros instintos, nuestras costumbres, todo lo que nos hace predecibles. Nuestras acciones están confinadas de manera casi exclusiva en ese primer nivel de realidad, con sus preocupaciones ordinarias y sus quehaceres obligados.

Pero existe otro nivel en el que el azar manifiesto es la seña de identidad.

Jamás ningún esfuerzo administrativo ni escolar reemplazará los milagros del azar a que se deben los grandes hombres
Honoré de Balzac, El primo Pons

Einstein es un ejemplo de espíritu libre y creador que conserva, sin embargo, sus prejuicios.

Su "primer error" puede resumirse en la frase: "Me niego a creer que el Universo tuviera un principio". Pero la experiencia demostró que se equivocaba.

Su sentencia sobre Dios jugando a los dados quiere decir: "Me niego a creer en el azar". Sin embargo, la mecánica cuántica implica una aleatoriedad forzosa.

Cabría preguntarse si habría creído en Dios en un mundo sin azar, lo que reduciría mucho nuestra libertad al vernos confinados en un determinismo absoluto. Einstein se mantiene en su rechazo pues, para él, el cerebro humano debe ser capaz de comprender el Universo.

Con mucha más modestia, Heisenberg le responde que la física se limita a describir las reacciones de la naturaleza en unas circunstancias dadas.

El hombre solo escapa de las leyes de este mundo por espacio de una centella. Instantes de detenimiento, de contemplación, de intuición pura […] En instantes así es capaz de lo sobrenatural
Simone Weil, La gravedad y la gracia

La teoría cuántica demuestra que no podemos alcanzar una comprensión total de lo que nos rodea. En compensación, nos ofrece el azar con sus frustraciones y peligros, pero también con sus beneficios.

El legendario físico es el ejemplo perfecto del ser imaginativo por excelencia. Su negación del azar, por tanto, representa una paradoja, pues es lo que hace posible la intuición, germen del proceso de creación tanto para las ciencias como para las artes.

*François Vannucci es profesor emérito e investigador en física de partículas especializado en neutrinos de la Universidad de París. 

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation y está reproducido bajo la licencia Creative Commons.

BBC.

https://www.bbc.com/mundo/noticias-52905149#

"La ecuación E=mc² de Albert Einstein le dio forma a todo el siglo XX": Christophe Galfard, discípulo de Stephen Hawking

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¿Es la luz una onda o una partícula? Einstein respondió "ambas" y cambió la física para siempre

El eclipse que confirmó la teoría de la relatividad hace 100 años (y convirtió a Einstein en una celebridad)

jueves, 14 de noviembre de 2013

‘En busca del tiempo perdido’: donde un detalle contiene el universo

Los escritores dan las claves de 'En busca del tiempo perdido', obra capital de la literatura
Hablan Amos Oz, Philippe Claudel, Donna Leon, Amélie Nothomb, Nuno Judice, Milton Hatoum, Kjartan Flogstad...


La música suena. He ahí a Marcel Proust en el gran salón de baile de máscaras. He ahí a Proust convirtiendo su vida, la vida, en arte, en novela. El escritor divirtiendo a lectores con En busca del tiempo perdido y transformando a algunos en escritores desde hace un siglo, en una estela de admiración que llega hasta hoy con nombres como Amos Oz, Philippe Claudel, Milton Hatoum, Donna Leon, Amélie Nothomb, Philippe Lançon, Nuno Judice, Marie Arana…

“Es el mago de la representación de objetos y personas, de lugares y de acontecimientos. A veces puedo leer a Proust con los ojos cerrados”, reconoce el israelí Amos Oz. Un hechizo que reside en su capacidad de hacer de la novela el teatro más grande del mundo, asegura el portugués Nuno Judice, último Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana. Y con un efecto añadido: “Convertir al lector en un espectador que a menudo tiene que entrar en el juego escénico. Eso hace que sea una obra que rescata la superficie y lo cotidiano, y nos obliga a disfrutar de este Proust y su magdalena que nos ofrece para revivir los recuerdos que, con el tiempo, llegan a ser también nuestros”.

(Un Proust que creó una pintura viva de la existencia visible y emocional en un magistral ciclo narrativo que en una de sus páginas de Por el camino de Swann, primer volumen que el 14 de noviembre cumple su primer siglo, funde su vida, la del narrador, la de la novela y la del lector y el escritor de lo que habrá de ser y contar en siete volúmenes: “yo me había echado sobre mi cama con un libro en la mano, en mi habitación que, temblando, protegía su frescor transparente y frágil del sol de la tarde tras sus persianas casi cerradas donde, sin embargo, un reflejo de día había encontrado modo de filtrar sus alas amarillas y permanecía inmóvil entre la madera y el cristal, en un rincón, como una mariposa que se hubiera posado”.)

Soplo de vida de realidad-ficción decisivo para muchos escritores como Oz porque, confiesa, “fue uno de los responsables de que decidiera escribir Una historia de amor y oscuridad, mi intento más ambicioso de abordar mis tiempos perdidos”.

El acercamiento al libro tiene tantas historias como historias tiene cada lector. Philippe Lançon, escritor y crítico de Libération, recuerda que un día cogió de la biblioteca de su madre, al azar, Albertine desaparecida, en una vieja edición de Gallimard, y como tantos otros, reconoce: “nunca me recuperé de ello totalmente. A menudo, tengo la impresión de que todo lo que leo ya se ha escrito, mejor, en En busca del tiempo perdido. Es una impresión injustificada, pero no conozco otra obra que la produzca hasta ese punto. El libro aumenta y resume todas las posibilidades de la literatura en un momento en el que esta, en su instante álgido en Europa, va a iniciar dentro de poco su declive, a decir adiós en cualquier caso a su omnipotencia. Es exactamente el momento en el que el alba se convierte en crepúsculo, y viceversa, como si ni la noche ni el día existiesen”.

Camino que deja huellas eternas tras su lectura porque, según Marie Arana, escritora y responsable de la información sobre libros en The Washington Post, la primera impresión de Por el camino de Swann reside en su clara distinción entre lo antiguo y lo nuevo: “El tiempo parecía perfectamente detenido, de la misma manera que el tiempo permanecía detenido en, pongamos por caso, el libro Habla, memoria, de Vladimir Nabokov. Ambos describían el mismo pasado amado y dorado, rescatándolo para nosotros en hazañas de heroicidad verbal. Proust dejó una impresión duradera en mí porque disfrutaba sin reservas de la nostalgia, de la sensualidad, del mundo material y de unas imágenes elaboradas con precisión. Logró transmitir —quizás incluso más que Nabokov, Henry James o Murasaki Shikibu— la sensación de lo que perdemos mientras avanzamos rápido hacia el futuro”.

A ello ayudan, según Hatoum, “sus frases largas y sinuosas, muy diferentes de la prosa francesa anterior. Sus personajes que invitan al lector a descifrar una conducta moral, sin respuestas definitivas”. ¡Y el humor! Lo recuerda Lançon Libération: “El tamiz extraordinariamente preciso de su ironía, que no deja pasar nada, ni lo que somos, ni lo que pensamos, ni lo que hacemos, ni lo que fingimos ser, pensar y hacer. Este humor, de una ligereza implacable, nos anima a vivir con todas las caricaturas posibles de nosotros mismos que podemos inventar, y a vivirlas como si nunca tuviésemos que sobrevivirlas”.

En la profundidad psicológica sitúa Hatoum el centro de la aportación literaria, "en la infinita posibilidad de inventar a través de la memoria. El hecho de que pata Proust, memoria e imaginación son hermanas siamesas. Donde un detalle mínimo puede contener el universo".

Para Judice, lo fascinante es el “romántico encuentro del sujeto con un libro que transforma el momento en que alguien se despierta en una génesis moderna. En esta nueva creación, Dios se sustituye por uno que me da todo el poder sobre sus criaturas. Pero esta voz que hace la ficción de un comentario personal de eventos pertenece a un narrador que nos arrastra en la intimidad, y nos hace íntimos con una gran galería de personajes que nos lleva a un convivencia de interminables conversaciones, pensamientos, monólogos, obras de teatro, grandes o pequeñas".
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En la profundidad psicológica sitúa Hatoum el centro de la aportación literaria, “en la infinita posibilidad de inventar a través de la memoria. El hecho de que, para Proust, memoria e imaginación son hermanas siamesas. Donde un detalle mínimo puede contener el universo”.

Más de tres mil páginas en siete volúmenes que se pueden leer en diferentes etapas de la vida, como recuerda la escritora estadounidense Donna Leon. Y no se olvida del desafío de la traducción, de esa “otra persona que influye en la manera en la que se entenderá el texto. Por tanto, se convierte más en una carrera de obstáculos que en un libro”.

En busca del tiempo perdido también tiene fieles laicos. Reconocen su grandeza, pero también que no es para ellos. Es el caso del finlandés Kjartan Flogstad:“Al acabar el libro quedé contento y supe que no tiene que ver con mi idea de novelar. No solo leer a Marcel Proust, sino también expresar la voluntad de leerlo aporta gran capital cultural. Más que literatura es un emblema literario. Dentro de la narrativa modernista los nombres de Joyce y Proust indican dos caminos opuestos. Utilizando todos los recursos del idioma y del habla popular, Joyce, en mi opinión, abre camino, Proust no”.

Un siglo después el camino sigue, y espera. Allí continúa Marcel Proust viendo la vida en un baile de máscaras y señalando qué hay detrás de cada una de ellas, mientras fuera una cortina de lluvia con incesantes relámpagos de recuerdos e ilusiones no amainan.

Homenajes editoriales en España

Marcel Proust. El almuerzo en la hierba. Selección de pensamientos de En busca del tiempo perdido.
Por Jaime Fernández. Traducción de María Teresa Gallego y Amaya García. (Hermida Editores)
Marcel Proust. La memoria recobrada.
Mireille Naturel. Traducción Elisenda Julivert (Plataforma Editorial)
En busca del tiempo perdido (estuche 7 volúmenes)
Marcel Proust. Traducción de Carlos Manzano (RBA)
Proust
Samuel Beckett. (Tusquets)
A la busca del tiempo perdido (estuche en 3 volúmenes)
Marcel Proust. Edición de Mauro Armiño (Valdemar)
El abrigo de Proust
Lorenza Foschini. Traducción de Hugo Beccacece (Impedimenta)
Fuente: El País. Más, Los pilares de su universo