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martes, 16 de abril de 2024

Muere Neus Català, resistente del horror nazi.

Superviviente de campos de exterminio, dedicó su vida a luchar por las libertades y a preservar la memoria de los represaliados.

Neus Català en una imagen de archivo en 2005.
Neus Català en una imagen de archivo en 2005.JOAN SÁNCHEz
La víspera del 14 abril, día de la proclamación de la Segunda República. Neus Català, superviviente catalana de los campos de exterminio nazis, murió este sábado por la tarde a los 103 años en la residencia de su pueblo natal, Els Guiamets, en la comarca vinícola del Priorat, acompañada de su hija. Activista antifascista, republicana y feminista, fue por encima de todo una mujer tozuda, valiente, incansable, que no dejó de sonreír y comprometida tras sobrevivir a los campos nazis que dedicó su vida a preservar la memoria de aquel horror.

Ni allí dejó de luchar: cuentan quienes la conocieron que cuando en el campo de Ravensbrück (Alemania), le tocó trabajar para la industria armamentística se dedicó a inutilizar balas y a sabotear maquinaria. En el campo también forjó fuertes vínculos emocionales con mujeres de varias nacionalidades con quienes han mantenido relación durante décadas. Recuerdos que siempre contó que tenía en blanco y negro. Como la foto que quiso hacerse al ser liberada en 1945: con el uniforme a rayas de los campos, un pañuelo en la cabeza y el número 50446 cosido en la camisa.

Català fue delatada a las autoridades nazis en 1943, cuando vivía en Francia después de huir al final de la Guerra Civil española. Lo hizo acompañando a 180 niños huérfanos de los que estaba al cargo en una institución de Premià de Mar, en el Maresme. No había parado ni paró de luchar por las libertades. “Por las que no hay que parar de luchar, porque la libertad se conquista cada día”, decía. En Francia se casó y con su marido colaboraron con los maquis y con la Resistencia francesa: recibían y trasmitían mensajes, armas, documentación y alojaron refugiados políticos. Hasta que fueron delatados, y antes del campo fueron encarcelados en la ciudad de Limoges.

Tras sobrevivir a los campos --porque además de Ravensbrück conoció también el horror de un campo checo que dependía del de Flossenbürg (Alemania), liberado por partisanos checos en 1945--, logró encontrar a su marido y vivieron en París, donde ejerció de profesora (aunque había estudiado para enfermera). Pese a los estragos físicos del paso por la cárcel y los campos, ya las advertencias de los médicos, Català tuvo dos hijos. Fue al fallecer su marido cuando decidió volver, en 1976, primero a Rubí (Barcelona) y después a su pueblo. También sus hijos se trasladaron al Priorat en cuando se jubilaron para estar cerca de su madre.

Tras esas gafas oscuras de pasta, Català nunca dejó de participar en actos de asociaciones de mujeres y de represaliados, dedicó más de 60 años de su vida a defender la memoria de las 92.000 mujeres muertas en el campo de Ravensbrück. “Siempre pensaba en los demás, todo el mundo la quería y sorprendía lo alegre que era después de todo lo que pasó”, explica quien fue directora del Instituto Catalán de la Mujer y la conoció de cerca, Joaquima Alemany. El 1 de octubre de 2017 acudió a votar en el referéndum ilegal independentista.

De joven, Català se había diplomado en enfermería y formó parte de las Juventudes del Partido Socialista Unificado de Catalunya (PSUC) y del sindicato UGT. Se trasladó a Barcelona al empezar la Guerra Civil.

Las muestras de condolencia y reconocimiento a Català llegaron este sábado desde instituciones y entidades. El presidente del Parlament, Roger Torrent, llamó a "no dejar caer en el olvido el sacrificio" de Neus Català y toda la generación que sufrió el horror nazi. El presidente de la Generalitat, Quim Torra, elogió a Català por ser "una voz clara por la libertad y contra la barbarie". "Cataluña está de luto", escribió en las redes sociales, evocándola como "mujer inmensa, llena de vida y de dignidad. Un ejemplo de la lucha por los derechos humanos. Una voz clara por la libertad y la barbarie".

Los candidatos a las elecciones generales también han reaccionado al fallecimiento de Neus Català. Meritxell Batet, del PSC, destacó que Català fue “una luchadora antifascista y superviviente del campo nazi, un ejemplo de lucha y de supervivencia. El candidato de ERC, Gabriel Rufián, recordó la frase de Català: “Dijo ‘nunca me arrodillé frente a un fascista’. También lo haremos por ella. Ganaremos por ella”. El candidato de En Comú Podem, Jaume Asens, calificó a Català de “mujer valiente, referente de la lucha contra el fascismo”, y llamó a “estar a la altura del mandato procedente de los supervivientes del holocausto nazi”.

Durante su larga vida, Català recibió reconocimientos como la Creu de Sant Jordi (2005), la Medalla de Oro al Mérito Cívico del Ayuntamiento de Barcelona (2014), la Medalla de Oro y la Medalla centenaria de la Generalitat (2015) --en el marco del Any Neus Català, coincidiendo con el 70 aniversario de la liberación de los campos nazi--, el Premio Alternativa 2006 de EUiA y el Premi Dignitat de la Comissió de la Dignitat (2007), entre otros. Durante treinta años fue representante española del Comité Internacional de Ravensbrück (CIR) y presidenta de la Amical Ravensbrück desde la fundación de la entidad en 2005.

SOBRE LA FIRMA
Clara Blanchar 

sábado, 4 de mayo de 2019

Últimos testigos. A las siguientes generaciones les toca cuidar, para que no se desintegre, la memoria del exterminio realizado por los nazis


Neus Català, superviviente del campo de la muerte de Ravensbrück.

Las fotografías son el resultado de una ecuación en que se conjugan espacio, tiempo y luz. Sea cual sea el motivo que lleve a preservar un instante, todas ellas acaban por cobrar un valor documental. Quienes aparecen retratados dejarán de existir, pero las imágenes perdurarán como un recuerdo elegíaco.

Neus Català, superviviente del campo de la muerte (y no de concentración, como se empeñaba en recalcar) de Ravensbrück, fallecida el pasado sábado 13 de abril, se fotografió alguna vez —como otro gesto más de resistencia en su biografía de lucha— sosteniendo el retrato que le hicieron cuando estaba presa, con el uniforme rayado y un número cosido a la solapa. Cuando las deportadas llegaban al Puente de los cuervos perdían el nombre y pasaban a ser una cifra vacía de atributos.
Se suele creer que las fotografías no precisan explicaciones, que lo que aparece representado en ellas es, ni más ni menos, lo que se ve. En el esfuerzo por describirlas, aun así, se descubren otros detalles. En 1977, Montserrat Roig escribió en Los catalanes en los campos nazis (Península/Edicions 62) lo que ella percibía en ese retrato de Català: los brazos caídos, el gesto hierático, el rostro solitario y esos ojos... Unos ojos alucinados “que parecen detenidos en algún punto concreto que los demás no podemos alcanzar a captar”. El padre de Català, un pagès del Priorat, le había enseñado desde niña a no bajar los ojos ante persona alguna, porque nadie es más que otro. Sostener la mirada para luego contarlo: ese fue el cometido —y la carga— de los testigos de la barbarie.

¿Qué sabía Dante del infierno, se preguntaba Català, si no vio Ravensbrück, el mayor campo de mujeres de la Alemania nazi? Situado noventa kilómetros al norte de Berlín en el paisaje idílico del Brandeburgo rural, fue construido con mano de obra prisionera en 1938. Durante los seis años que estuvo en funcionamiento, 132.000 mujeres y también 20.000 hombres de más de veinte nacionalidades cruzaron su umbral. En esa instalación se pusieron en práctica todos los horrores nazis. Las mujeres fueron humilladas, prostituidas, envenenadas, ejecutadas, desnutridas y usadas como cobayas para experimentos médicos aberrantes. Acabada la guerra, este “campo de exterminación lenta”, como lo definió la etnóloga y superviviente Germaine Tillion, al quedar en territorio de la RDA, tras el Telón de Acero, se sumió en la bruma del olvido. Bajo administración soviética, se convirtió en un memorial, si bien sesgado y con un interés partidista, a la lucha antifascista.

En Ravensbruck: Life and Death in Hitler's Concentration Camp for Women (2014), uno de los pocos estudios de conjunto acerca de este campo, su autora, Sarah Helm, expresó su asombro al constatar el silencio sobre este lugar entre la bibliografía existente: “Los principales historiadores —casi todos hombres— no tenían apenas nada que decir. Incluso los libros escritos sobre los campos después de la Guerra Fría parecían describir un mundo totalmente masculino”. La condición femenina siempre ha soportado una doble pena de silencio, ya no solo en lo bueno (los logros), sino también en lo malo (la fatalidad). François Mauriac, en el prólogo al testimonio de la poeta Micheline Maurel, lo condensó así: Ravensbrück era una abominación que el mundo decidió olvidar. Aun así, contamos con valiosísimos testimonios, además del de Català, como los de Anise Postel-Vinay, Margarete Buber-Neumann, Mercedes Núñez, Geneviève de Gaulle-Anthonioz, etc., que relatan la solidaridad entre mujeres, brotada en la más cruda adversidad. Preguntada por una católica en Ravensbrück a qué se aferraba para mantener la fortaleza, Neus Catalá respondió que el Dios al que se encomendaba eran todas y cada una de sus compañeras de barracón, cuya suerte compartía.

Cuando un último testigo desaparece, los recuerdos íntimos no expresados se funden como la nieve. A las siguientes generaciones les toca cuidar, para que no se desintegre, ese concepto delicado y versátil que es la memoria histórica. En palabras de Català, recordar era un deber, una catarsis necesaria. En la reciente reposición en el Teatre Lliure de Ante la jubilación, los personajes de Thomas Bernhard —alemanes contemporáneos a la obra, que data de 1979— llevan tres décadas celebrando a escondidas el cumpleaños de Himmler, el arquitecto de los campos, y en medio de ese ritual de lealtad se animan entre sí, diciéndose que es solo cuestión de tiempo que puedan dejar de ocultar sus filias extremistas. Cada vez que un superviviente muere, ese momento se intuye más cercano.

Entretanto, el mundo aplaude la primera fotografía de un agujero negro, en el centro de la galaxia M87, a 55 millones de años luz de distancia. Lo que vemos es el anillo luminoso que delimita el horizonte de sucesos. Es la luz que cae, pero aún se resiste a ser tragada por la oscuridad. Como esas mujeres en los campos que, hasta su último aliento, pugnaron por mantener la dignidad.

Marta Rebón es traductora y escritora

https://elpais.com/elpais/2019/05/01/opinion/1556734423_112738.html

El Gobierno fija el 5 de mayo como día para honrar a las víctimas españolas del nazismo