José Manuel Barreal San Martín
Rebelión
En algún momento, cuando los efluvios partidistas y parciales se acomoden a la realidad, se dirá que una vez en un país llamado España, hubo un tiempo en el que se estuvo en puertas de que un gobierno de izquierdas, más o menos, pudo haberse formado y así estar en disposición de llevar a cabo políticas progresistas en beneficio de la mayoría. Un joven presidente llamado Pedro se pasó, por aquel entonces, varios días cuidando el rebaño de las ideas que tenía y que éstas no se saliesen del las vallas del redil político. Esas ideas que se llamaban de progreso quiso compartirlas con un joven llamado Pablo y su organización política. Mientras ambos hablaban y hablaban, Pedro, como pastor mayor, vigilaba muy atento para que ninguna idea se extraviara.
Un día Pedro, que se cansaba de hablar y hablar y se aburría, se le ocurrió una idea para divertirse un poco y así gastar una broma a quienes eran sus vecinos de partido y también a Pablo y los suyos, comenzó a gritar: ¡Socorro! ¡Que viene el lobo! ¡Que viene el lobo, ayuda por favor!
Los habitantes de los pueblos de alrededor se sobresaltaron al oír esos gritos tan estremecedores y salieron corriendo en ayuda de Pedro. Cuando llegaron junto a él, encontraron al presidente riéndose a carcajadas. ¡Ja ja ja! ¡Os he engañado a todos! ¡No hay ningún lobo!
La gente, enfadada, se dio media vuelta y regresó a sus casas. La prensa habló de ese supuesto lobo que asustó a Pedro. Un sector, pidió expertos cazadores para escarmentar al osado lobo. Otro, más ecuánime y escéptico le dio la importancia que tenía el tema y subrayó que tanto el pastor, como el lobo, deberían de llevarse mejor ya que a ambos les iba a convenir par el futuro del rebaño social del país.
¡Qué largos se le hacían los días, a Pedro!… Así, decidió que sería divertido y estaría genial repetir la broma... Otra vez comenzó a gritar: ¡Socorro! ¡Socorro! ¡Necesito ayuda! ¡He visto un enorme lobo atemorizando a los pueblos de alrededor!
Pedro gritaba tanto que su voz se oía por todos los sitios, acrecentada por el eco; la gente asustada corría y gritaba. Un numeroso grupo de personas se reunió en las plazas de los pueblos y se organizó rápidamente para acudir en ayuda del joven presidente y escarmentar al lobo. Todos juntos se pusieron en marcha; pero el lobo no estaba por ninguna parte. Por segunda vez sorprendieron al presidente riéndose a mandíbula batiente. ¡Os he vuelto a engañar, pardillos! ¡Ja ja ja!
La gente, muy enfadada y sin entender nada, regresó a los pueblos y a sus respectivas casas. No compartían esa broma tan pesada. El tiempo transcurría y llegaba a su fin y ambos seguían, día tras día, con su respectivas ideas. Para uno el redil era suficiente y no había que cambiarlo, para el otro había que aumentarlo y dar más cobijo. Los días pasaban lentos, el aburrimiento se evidenciaba, nada salía que convenciese a ambos. A Pablo, porque sospechaba de Pedro y a éste porque sospechaba del otro. Las gentes de los pueblos, no daban crédito, no entendían nada. Estaban temiendo que efectivamente, el depredador apareciese realmente y fuese tarde para combatirlo. Mandaron mensajeros a ambos. El "Sí pero", tanto de uno como de otro, no vislumbraba buen pastoreo social. Esperaban...
Pedro, que por tercera vez chillaba ¡Ayudadme! ¡El lobo, está aquí!, no consiguió que se le hiciese caso y las gentes del lugar, creyendo que se trataba de otra exageración, siguieron con sus trabajos y sus faenas cotidianas. Nadie acudió en su ayuda. Pero el lobo llegó, ahora era real. Sus ojos refulgían y su diabólica sonrisa no auguraba nada bueno.
Lo que no se dice en esta adaptación libre de "Pedro y el lobo" es si ambos sufrieron en su tiempo político la falta de tacto y de interés por los pueblos y sus gentes. Su falta de entendimiento cuando uno, Pedro, consideraba que la presencia de Podemos en el ejecutivo resultaba como la del lobo en el cuento y así ejercer sobre él una vigilancia permanente. O, cuando el otro, Pablo, pretendía formar parte de un rebaño, léase gobierno, dentro del mismo, manejando parte de ese gobierno, como un "redil" paralelo y autónomo. Efectivamente, ni uno es "el lobo", ni el otro "pastorea" bien el "rebaño" de la política. Hartazgo y desilusión, generaron en las buenas gentes de los lugares del cuento.
Sin embargo, una pregunta quedó en el aire y es si, muchos y muchas, se negarán a ser, otra vez, rebaño de borregos y encima "esquilaos".
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viernes, 23 de agosto de 2019
miércoles, 8 de mayo de 2013
El miembro del Seminario de Economía Crítica Taifa, Josep Manel Busqueta, imparte una conferencia en la Academia de Socialismo 21
Alternativas a un capitalismo en crisis
Enric Llopis
No hay alternativa, dijo la celebrada Margaret Thatcher. El pensamiento único económico, de corte neoliberal, niega cualquier planteo que impugne la realidad existente. Pero la posibilidad o no de alternativas depende de la correlación de fuerzas políticas. Algunas las ha descrito el miembro del seminario de Economía Crítica Taifa, Josep Manel Busqueta, en la Academia de Pensamiento Crítico de Socialismo 21.
¿Qué implica plantear alternativas? Aclara Busqueta que no se trata de presentar un nuevo “producto transformador y revolucionario, como si toda nuestra experiencia anterior no sirviera”. Por otra parte, “no existen las recetas mágicas para la transformación social; de lo que se trata es de aportar elementos de reflexión”.
Otra premisa. Las alternativas no han de presentarse a las políticas de ajuste y recortes; ni a las estrategias neoliberales, ni siquiera a la globalización económica. Porque, según el Seminario de Economía Crítica Taifa, son formas concretas de la dinámica evolutiva del capitalismo. Se trata de impugnar el sistema capitalista (en su conjunto) “por las relaciones sociales que éste implica, y que guardan mucha relación con la apropiación privada del excedente producido colectivamente”, explica Josep Manel Busqueta. En otras palabras, “el capitalismo no puede refundarse ni reformarse, porque ha colapsado y, además, porque ello es indeseable”.
A la hora de proponer alternativas, la izquierda ha de afrontar una carrera de obstáculos. “Utópicos”, los “anti-todo” son algunos epítetos de los que se echa mano. También se piden alternativas, pero dentro del marco vigente. En otros casos, se exige a los movimientos sociales una suerte de “mapa de carreteras” en el que se explique al detalle cómo será la sociedad futura. Pero “no podemos caer en estos falsos debates”, aconseja Busqueta. “Transformar significa cambiar o sustituir unos intereses minoritarios en la sociedad por los de la mayoría de la población”. Además, el grupo Taifa recuerda que ningún modelo de sociedad se ha definido previamente ni de antemano. El capitalismo no es la aplicación de un modelo diseñado por un teórico del Renacimiento. Ni el reformismo keynesiano de posguerra emerge de la lectura que Roosevelt pudiera hacer de la “Teoría General” de Keynes. Al contrario, este clásico se publica en 1936, después que muchos gobiernos aplicaran políticas de cariz keynesiano. Parafraseando a Antonio Machado, “caminante no hay modelo, se hace modelo al andar…”, ironiza el economista.
El grupo Taifa considera que las alternativas surgen de la interacción de tres factores: “sujetos de cambio”; “instrumentos de transformación” y “procesos de transformación”. Esto significa que no basta con el desarrollo de uno de los vectores (por ejemplo el tercero, con la constitución de cooperativas) si no se da el resto (por ejemplo el primero, una masa crítica que aspire al cambio social). Además, para valorar las posibilidades de construir una alternativa, han de considerarse –como Lenin hizo en su día, recuerda Busqueta”, otros tres elementos: “poder político”, “capacidad económica” y “conciencia social”.
Taifa apunta cinco características que debería cumplir una sociedad alternativa al capitalismo: que el sistema de propiedad sea colectivo (no privado) y funcione mediante cooperativas o fórmulas de propiedad comunal; un régimen de producción comunitario que no derroche recursos; un sistema de distribución equitativo, es decir, “que todo el mundo pueda satisfacer sus necesidades básicas”, apunta el economista. “La renta básica no es algo nuevo; son ideas que ya planteaban Epicuro, Tomás Moro o William Morris en Noticias de ninguna parte”, agrega. También propone el seminario Taifa la gestión del poder horizontal, no jerárquica ni despótica; y que el nuevo sistema de valores y afectos potencie el bien común. Porque, recuerda Josep Manel Busqueta, “el individuo como categoría social al margen de la sociedad es una patraña ideológica que sirve para el desarrollo del capitalismo; sólo desde la mejora colectiva podremos proyectarnos individualmente en la sociedad”.
La sociedad alternativa se divisa muy a lo lejos. ¿Qué hacer mientras? Josep Manel Busqueta aconseja atender las palabras de Marx sobre los “partos” en la historia, cuando subraya que el ser nuevo se encuentra ya –de manera potencial- en el vientre de la sociedad presente. Y cita algunas experiencias de nuevas formas de relación social, que avanzan cómo articular una sociedad diferente: proyectos de municipalismo alternativo; iniciativas de economía social; finanzas éticas; agroecología; sindicalismo y medios de comunicación alternativos. “Pero nos hace falta una narrativa compartida entre todos estos procesos”, agrega. Y actuar de un modo similar a los movimientos de sístole y diástole: las manifestaciones masivas contribuyen a visibilizar los problemas, pero después, según el miembro de Taifa, hay que desarrollar proyectos concretos en los barrios.
Puede que uno de los grandes retos sea la democratización de la economía, idea sobre la que se han escrito toneladas de libros y discursos, y de la que campos ideológicos muy diversos (incluida la socialdemocracia) pretenden apropiarse. En su trabajo “Más allá del capitalismo”, el filósofo y matemático David Schweickart apunta cuatro criterios que debería incluir la democracia económica: control social de los medios de producción; control público del sector financiero; planificación económica con participación social; y control social de los bienes producidos. La economista Miren Etxezarreta prefiere referirse a estrategias de desarrollo “autocentrado”, participativas, y que consideren tanto la potencialidad del territorio y el trabajo asalariado digno, como la autonomía respecto a los mercados mundiales.
En lo más concreto, apunta Josep Manel Busqueta, es imprescindible adoptar modelos diferentes de consumo, “más austeros, menos obsesionados por el consumo individual y más predispuestos al reencuentro a través de la colectividad”. Aunque antropológicamente “seamos ricos en necesidades, no es lo mismo el consumo local y sostenible que el McDonalds; ni el vehículo privado que el transporte colectivo”. Para implementar estos cambios, hace falta también un cambio en las actitudes personales. Un cambio de valores. Busqueta recuerda las palabras del “Che” Guevara: “A mí, el socialismo como forma de redistribución de bienes materiales no me interesa”.
Los politólogos reflexionan en esta coyuntura crítica sobre cuáles podrían ser los agregadores, los relatos compartidos o la “narrativa de la común” que permita acumular fuerzas en la construcción de alternativas. Josep Manel Busqueta lo tiene claro: “Hay que basarse en lo obvio”. ¿Por qué no sirven los discursos académicos ni excesivamente elaborados? “Porque lo vimos en el asalto al Palacio de Invierno. La gente pedía paz, pan y tierra. No se preocupaba por las relaciones geopolíticas de la futura URSS ni por el choque entre los sistemas capitalista y socialista”. Este discurso obvio, “de lo común”, inteligible para la generalidad de los ciudadanos, la versión actualizada del paz, pan y tierra, son los derechos sociales. Que estén universalmente garantizados.
Si se trata de construir una sociedad alternativa al capitalismo, no ha de ponerse el foco exclusivamente en la base material, aunque ésta deba considerarse. Las reflexiones del seminario Taifa incluyen otras áreas de actuación además de la económica, como son la ecológica, la artística y la cultural, entre otras. Ahora bien, teniendo en cuenta a la hora de luchar por la transformación, que el mecanismo que explica el funcionamiento de las sociedades es el conflicto, no el consenso.
Hay elementos que permiten albergar esperanzas en una sociedad alternativa. Josep Manel Busqueta recuerda en su intervención al arqueólogo Eudald Carbonell, quien a menudo explica que el ser humano ha sobrevivido como especie gracias a la cooperación. Es decir, la alternativa al capitalismo es también una necesidad. “Socialismo o barbarie”, exclamaba Rosa Luxemburgo. Tragedias como la pobreza global o el cambio climático (y, más aún, el colapso de la especie) no pueden repararse si no es avanzando hacia una sociedad comunista, es decir, hacia una redistribución colectiva de los bienes. De lo contrario, asoman ya los perfiles de formas mucho más refinadas de fascismo y sociedades en extremo autoritarias y represivas.
Los clásicos de la izquierda se han preguntado hasta la saciedad y han reflexionado sobre el sujeto del cambio social. ¿Quién ha de construir las alternativas? Según el miembro del grupo Taifa, la gente común. ¿Cómo? “Desde la alegría y el entusiasmo; sólo así podremos transformar esta sociedad absurda, triste y fracasada”. “Pese a toda la presión y las dificultades con las que nos encontramos, no entiendo el proceso de cambio desde la angustia y la tristeza”, responde. Y sin caer en dinámicas derrotistas. En su libro “Por qué Marx tenía razón”, Terry Eagleton invita en cierto modo al optimismo. Busqueta lo cita para subrayar que “somos muchos más de los que pensamos” y que hay ocasiones en que, a lo mejor de manera inconsciente, la gente se rige por los valores de una sociedad alternativa. ¿Cuánta gente se niega a vender a sus amigos por dinero? ¿O rechaza anteponer criterios mercantiles en sus relaciones personales? No hay sociedad alternativa, se construye al andar…
Enric Llopis
No hay alternativa, dijo la celebrada Margaret Thatcher. El pensamiento único económico, de corte neoliberal, niega cualquier planteo que impugne la realidad existente. Pero la posibilidad o no de alternativas depende de la correlación de fuerzas políticas. Algunas las ha descrito el miembro del seminario de Economía Crítica Taifa, Josep Manel Busqueta, en la Academia de Pensamiento Crítico de Socialismo 21.
¿Qué implica plantear alternativas? Aclara Busqueta que no se trata de presentar un nuevo “producto transformador y revolucionario, como si toda nuestra experiencia anterior no sirviera”. Por otra parte, “no existen las recetas mágicas para la transformación social; de lo que se trata es de aportar elementos de reflexión”.
Otra premisa. Las alternativas no han de presentarse a las políticas de ajuste y recortes; ni a las estrategias neoliberales, ni siquiera a la globalización económica. Porque, según el Seminario de Economía Crítica Taifa, son formas concretas de la dinámica evolutiva del capitalismo. Se trata de impugnar el sistema capitalista (en su conjunto) “por las relaciones sociales que éste implica, y que guardan mucha relación con la apropiación privada del excedente producido colectivamente”, explica Josep Manel Busqueta. En otras palabras, “el capitalismo no puede refundarse ni reformarse, porque ha colapsado y, además, porque ello es indeseable”.
A la hora de proponer alternativas, la izquierda ha de afrontar una carrera de obstáculos. “Utópicos”, los “anti-todo” son algunos epítetos de los que se echa mano. También se piden alternativas, pero dentro del marco vigente. En otros casos, se exige a los movimientos sociales una suerte de “mapa de carreteras” en el que se explique al detalle cómo será la sociedad futura. Pero “no podemos caer en estos falsos debates”, aconseja Busqueta. “Transformar significa cambiar o sustituir unos intereses minoritarios en la sociedad por los de la mayoría de la población”. Además, el grupo Taifa recuerda que ningún modelo de sociedad se ha definido previamente ni de antemano. El capitalismo no es la aplicación de un modelo diseñado por un teórico del Renacimiento. Ni el reformismo keynesiano de posguerra emerge de la lectura que Roosevelt pudiera hacer de la “Teoría General” de Keynes. Al contrario, este clásico se publica en 1936, después que muchos gobiernos aplicaran políticas de cariz keynesiano. Parafraseando a Antonio Machado, “caminante no hay modelo, se hace modelo al andar…”, ironiza el economista.
El grupo Taifa considera que las alternativas surgen de la interacción de tres factores: “sujetos de cambio”; “instrumentos de transformación” y “procesos de transformación”. Esto significa que no basta con el desarrollo de uno de los vectores (por ejemplo el tercero, con la constitución de cooperativas) si no se da el resto (por ejemplo el primero, una masa crítica que aspire al cambio social). Además, para valorar las posibilidades de construir una alternativa, han de considerarse –como Lenin hizo en su día, recuerda Busqueta”, otros tres elementos: “poder político”, “capacidad económica” y “conciencia social”.
Taifa apunta cinco características que debería cumplir una sociedad alternativa al capitalismo: que el sistema de propiedad sea colectivo (no privado) y funcione mediante cooperativas o fórmulas de propiedad comunal; un régimen de producción comunitario que no derroche recursos; un sistema de distribución equitativo, es decir, “que todo el mundo pueda satisfacer sus necesidades básicas”, apunta el economista. “La renta básica no es algo nuevo; son ideas que ya planteaban Epicuro, Tomás Moro o William Morris en Noticias de ninguna parte”, agrega. También propone el seminario Taifa la gestión del poder horizontal, no jerárquica ni despótica; y que el nuevo sistema de valores y afectos potencie el bien común. Porque, recuerda Josep Manel Busqueta, “el individuo como categoría social al margen de la sociedad es una patraña ideológica que sirve para el desarrollo del capitalismo; sólo desde la mejora colectiva podremos proyectarnos individualmente en la sociedad”.
La sociedad alternativa se divisa muy a lo lejos. ¿Qué hacer mientras? Josep Manel Busqueta aconseja atender las palabras de Marx sobre los “partos” en la historia, cuando subraya que el ser nuevo se encuentra ya –de manera potencial- en el vientre de la sociedad presente. Y cita algunas experiencias de nuevas formas de relación social, que avanzan cómo articular una sociedad diferente: proyectos de municipalismo alternativo; iniciativas de economía social; finanzas éticas; agroecología; sindicalismo y medios de comunicación alternativos. “Pero nos hace falta una narrativa compartida entre todos estos procesos”, agrega. Y actuar de un modo similar a los movimientos de sístole y diástole: las manifestaciones masivas contribuyen a visibilizar los problemas, pero después, según el miembro de Taifa, hay que desarrollar proyectos concretos en los barrios.
Puede que uno de los grandes retos sea la democratización de la economía, idea sobre la que se han escrito toneladas de libros y discursos, y de la que campos ideológicos muy diversos (incluida la socialdemocracia) pretenden apropiarse. En su trabajo “Más allá del capitalismo”, el filósofo y matemático David Schweickart apunta cuatro criterios que debería incluir la democracia económica: control social de los medios de producción; control público del sector financiero; planificación económica con participación social; y control social de los bienes producidos. La economista Miren Etxezarreta prefiere referirse a estrategias de desarrollo “autocentrado”, participativas, y que consideren tanto la potencialidad del territorio y el trabajo asalariado digno, como la autonomía respecto a los mercados mundiales.
En lo más concreto, apunta Josep Manel Busqueta, es imprescindible adoptar modelos diferentes de consumo, “más austeros, menos obsesionados por el consumo individual y más predispuestos al reencuentro a través de la colectividad”. Aunque antropológicamente “seamos ricos en necesidades, no es lo mismo el consumo local y sostenible que el McDonalds; ni el vehículo privado que el transporte colectivo”. Para implementar estos cambios, hace falta también un cambio en las actitudes personales. Un cambio de valores. Busqueta recuerda las palabras del “Che” Guevara: “A mí, el socialismo como forma de redistribución de bienes materiales no me interesa”.
Los politólogos reflexionan en esta coyuntura crítica sobre cuáles podrían ser los agregadores, los relatos compartidos o la “narrativa de la común” que permita acumular fuerzas en la construcción de alternativas. Josep Manel Busqueta lo tiene claro: “Hay que basarse en lo obvio”. ¿Por qué no sirven los discursos académicos ni excesivamente elaborados? “Porque lo vimos en el asalto al Palacio de Invierno. La gente pedía paz, pan y tierra. No se preocupaba por las relaciones geopolíticas de la futura URSS ni por el choque entre los sistemas capitalista y socialista”. Este discurso obvio, “de lo común”, inteligible para la generalidad de los ciudadanos, la versión actualizada del paz, pan y tierra, son los derechos sociales. Que estén universalmente garantizados.
Si se trata de construir una sociedad alternativa al capitalismo, no ha de ponerse el foco exclusivamente en la base material, aunque ésta deba considerarse. Las reflexiones del seminario Taifa incluyen otras áreas de actuación además de la económica, como son la ecológica, la artística y la cultural, entre otras. Ahora bien, teniendo en cuenta a la hora de luchar por la transformación, que el mecanismo que explica el funcionamiento de las sociedades es el conflicto, no el consenso.
Hay elementos que permiten albergar esperanzas en una sociedad alternativa. Josep Manel Busqueta recuerda en su intervención al arqueólogo Eudald Carbonell, quien a menudo explica que el ser humano ha sobrevivido como especie gracias a la cooperación. Es decir, la alternativa al capitalismo es también una necesidad. “Socialismo o barbarie”, exclamaba Rosa Luxemburgo. Tragedias como la pobreza global o el cambio climático (y, más aún, el colapso de la especie) no pueden repararse si no es avanzando hacia una sociedad comunista, es decir, hacia una redistribución colectiva de los bienes. De lo contrario, asoman ya los perfiles de formas mucho más refinadas de fascismo y sociedades en extremo autoritarias y represivas.
Los clásicos de la izquierda se han preguntado hasta la saciedad y han reflexionado sobre el sujeto del cambio social. ¿Quién ha de construir las alternativas? Según el miembro del grupo Taifa, la gente común. ¿Cómo? “Desde la alegría y el entusiasmo; sólo así podremos transformar esta sociedad absurda, triste y fracasada”. “Pese a toda la presión y las dificultades con las que nos encontramos, no entiendo el proceso de cambio desde la angustia y la tristeza”, responde. Y sin caer en dinámicas derrotistas. En su libro “Por qué Marx tenía razón”, Terry Eagleton invita en cierto modo al optimismo. Busqueta lo cita para subrayar que “somos muchos más de los que pensamos” y que hay ocasiones en que, a lo mejor de manera inconsciente, la gente se rige por los valores de una sociedad alternativa. ¿Cuánta gente se niega a vender a sus amigos por dinero? ¿O rechaza anteponer criterios mercantiles en sus relaciones personales? No hay sociedad alternativa, se construye al andar…
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