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sábado, 13 de julio de 2024

_- La historia interminable de la Resistencia francesa contra los nazis

_- Cuando solo queda un compañero de la liberación vivo, el papel de los franceses durante la ocupación alemana sigue siendo objeto de un debate histórico y social

Un oficial de la resistencia francesa enseña a su compañeros cómo usar un subfusil en marzo de 1944.
Un oficial de la resistencia francesa enseña a su compañeros cómo usar un subfusil en marzo de 1944.
Cuando solo queda un miembro de la Resistencia francesa vivo, Hubert Germain, de 100 años, la lucha o la colaboración contra los nazis se mantiene todavía como uno de los asuntos más controvertidos de la Segunda Guerra Mundial: el papel que tuvieron, o no tuvieron, los franceses en su liberación sigue siendo objeto de debate y polémica. El reciente fallecimiento del penúltimo Compañero de la Liberación, Daniel Cordier la publicación de un nuevo ensayo sobre el periodo, Français, on ne vous a rien caché  (Franceses, no os han escondido nada, Gallimard), de François Azouvi, han vuelto a poner de actualidad una polémica interminable y una historia que ha ido cambiando con los años.

Al terminar la guerra, el general Charles de Gaulle, líder de la Francia Libre, que regiría los destinos de Francia en la posguerra hasta 1969 (falleció en 1970), impuso la idea de que los franceses tuvieron un papel decisivo en la liberación del nazismo  y que solo unos pocos ciudadanos se convirtieron en colaboracionistas a las órdenes del Gobierno traidor del mariscal Pétain. Las deportaciones de judíos fueron asunto de los boches, término despectivo con el que se identifica a los alemanes. Sin embargo, una película documental que tuvo problemas para estrenarse en 1969 ofrecía una imagen completamente diferente: La pena y la piedad (Le chagrin et la pitié), de Marcel Ophüls, causó un impacto enorme porque describía una situación mucho más parecida a una guerra civil entre franceses y mostraba una significativa colaboración con el invasor. El filme acabó convertido en un clásico; de hecho, Woody Allen le rinde un homenaje al final de Annie Hall.

LA RESISTENCIA
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Otra película, estrenada en 1974, terminó por abrir los ojos sobre la cruda realidad de la ocupación, durante la que los resistentes fueron una minoría, perseguidos tanto por los nazis como por la milicia de Vichy. Se trata de Lacombe Lucien, dirigida en 1974 por Louis Malle y escrita por el premio Nobel de Literatura Patrick Modiano. Aunque tuvo menos impacto que las anteriores, un filme autobiográfico de Claude Berri, El viejo y el niño, ya había abierto la veda en 1967. La película relata la historia de un niño judío escondido en el campo con una familia que no conoce su origen. El campesino que le cuida, profundamente antisemita y petainista, le trata como un nieto adoptivo, ignorando que es un judío al que, en teoría, odia. Sobre este filme expresó François Truffaut: “Durante 20 años, estuve esperando la auténtica película sobre la Francia auténtica durante la auténtica Ocupación, la película sobre la mayoría de los franceses, los que no estuvieron envueltos ni en la colaboración, ni en la Resistencia, los que no hicieron nada, ni bueno ni malo, los que sobrevivieron como los personajes de una obra de teatro de Beckett”.

Más allá del cine, el investigador estadounidense Robert Paxton publicó en 1972 un libro crucial, La Francia de Vichy (1940-1944), en el que revelaba, entre otros muchos otros detalles sobre los que se había corrido un tupido velo, la participación de las fuerzas de seguridad francesas, no de las SS o del Ejército alemán, en el arresto de cientos de miles de judíos, que fueron deportados a los campos de exterminio nazis. Hasta los años noventa, no se reconocería oficialmente este hecho en las placas que ahora se encuentran en muchas sinagogas y colegios de Francia, donde se deja claro que fueron franceses los que cometieron ese crimen contra la humanidad.

“Francia fue derrotada y ocupada por Alemania. Cuando fue liberada y unificada de nuevo, se crea una historia única que mantiene que todo el país alcanzó la libertad unido bajo el liderazgo de De Gaulle y ese relato fue propagado a través de medallas, ceremonias, títulos”, explicó en una entrevista a Robert Paxton, profesor de Historia Moderna de la Universidad de Oxford y autor de Combatientes en la sombra (Taurus), un libro que desmonta muchas falsas ideas sobre la resistencia. Su teoría es que se minimizó a los republicanos españoles que huyeron del franquismo, a los judíos de Polonia o Rumanía, a los comunistas, así como a las mujeres, cuya labor como resistentes también ha sido infravalorada.

Sin embargo, el reciente libro de François Azouvi desafía ese relato. Su tesis es que los franceses tuvieron a mano toda la información necesaria sobre lo que ocurrió desde los primeros momentos de la liberación. “Desmitificar la Resistencia y la Francia Libre se impuso a mi generación –la nacida después de la guerra– como un programa epistemológico y terapéutico cuya justificación parecía tan fuerte que la mayoría de las veces estaba desprovista de explicación”, escribe Azouvi, filósofo e historiador. “Contrariamente a la creencia popular, todo se puso sobre la mesa de inmediato, los franceses pudieron saber todo lo que querían aprender y ninguna censura impidió que nadie mirara atrás en los años oscuros. Y los franceses de la posguerra no se privaron de ello”, prosigue. 

La resistente Simone Ségouin combate en París en 1944.

 La resistente Simone Ségouin combate en París en 1944. TAURUS 

Sin embargo, es un hecho que la Francia oficial tardó décadas en reconocer, con actos, placas y nombres de lugares públicos, la diversidad y complejidad de la Resistencia. Hasta 2015, cuando fue inaugurado un parque dedicado a los combatientes de La Nueve junto al Ayuntamiento de París, no se homenajeó oficialmente a los republicanos españoles que participaron en la liberación de la capital. Anarquistas curtidos en mil batallas contra el fascismo que formaban La Nueve, uno de los batallones de la segunda división del general Leclerc, fueron los primeros en entrar en París el 24 de agosto de 1944 en blindados que llevaban nombres de batallas de la Guerra Civil. Primero una investigación de la historiadora Evelyn Mesquida —La Nueve, los españoles que liberaron París (Ediciones B)— y luego un tebeo de Paco Roca  que alcanzó una gran repercusión —Los surcos del azar (Astiberri)— recordaron una hazaña injustamente olvidada. “La historia ha sido durante años y años la de la Resistencia francesa y eso es mentira”, afirmó Mesquida (Alicante, 1945) en una entrevista con este diario cuando publicó su segundo libro sobre el tema, Y ahora, volved a vuestras casas.

Los republicanos españoles no solo estuvieron en primera línea en la liberación de París, sino que tuvieron un papel crucial en la toma de Toulouse, cosa que no le hizo ninguna gracia a De Gaulle. Guidea cuenta que el general visitó Toulouse muy rápidamente, porque no quería perder el control sobre los territorios liberados. Los republicanos participaron en el desfile con cascos de los soldados alemanes pintados de azul. Cuando De Gaulle lo vio, exclamó: “¿Qué hacen todos esos españoles desfilando con las Fuerzas Francesas Libres?”. 
Viñeta de 'Los surcos del azar', que recrea la entrada de La Nueve en París.
Viñeta de 'Los surcos del azar', que recrea la entrada de La Nueve en París.
 El resistente a cargo de las fuerzas que combatieron a los nazis en la región de Toulouse y que dirigió la liberación de la ciudad fue un hombre discreto y sabio, uno de los héroes morales de la Francia de la posguerra: Jean Pierre Vernant (1914-2007). Militante comunista, aunque muy crítico con la URSS, hombre libre, pensador fecundo y comprometido con muchas causas, Vernant fue uno de los mayores helenistas europeos, autor de libros fundamentales para conocer la Grecia clásica, como Los orígenes del pensamiento griego, Mito y pensamiento en la Grecia Antigua o Mito y religión en la Grecia Antigua.

Vernant nunca se jactó de su pasado como héroe de la Resistencia y habló muy poco de ello. En sus memorias, que publicó ya jubilado, hizo una breve referencia en el primer tomo, Entre mythe y politique (1996), y se extendió un poco más en el segundo, La traversée des frontières (2004). Algunos colegas contaban que descubrieron su importancia en la Resistencia cuando, en los actos oficiales, le reservaban un lugar de honor porque era uno de los Compañeros de la Liberación, la orden que creó De Gaulle para homenajear a los que lucharon contra los nazis desde el Maquis y que también fue criticada por sus numerosos olvidos.

Habló no para contar hazañas bélicas, rompió el silencio sobre su pasado para homenajear a dos personas que nunca supo quiénes eran, pero que le salvaron la vida porque le advirtieron anónimamente de que podía ser detenido. También quiso reivindicar el honor de Lucie Aubrac, y de su marido Raymond, acusados falsamente de haber delatado a Jean Moulin, una información envenenada que salió desde la defensa del Klaus Barbie, el carnicero de Lyon, asesino de Moulin, juzgado en Francia en 1987 y condenado a cadena perpetua por crímenes contra la humanidad.

Su objetivo fue también lanzar un humilde mensaje a la sociedad francesa. Su nieto, Julien Blanc, historiador de la Resistencia, lo recoge en un ensayo que escribió sobre una de las primeras células que se organizaron, en el Museo del Hombre de París, Au commencement de la Résistance: “En la Resistencia, las identidades solo estaban marcadas con respecto al enemigo. Estaba formada por personas muy diversas. La Resistencia fue, en el fondo, una especie de crisol en el que se elaboró una cierta concepción de Francia y del progreso social”. “Lo esencial está ahí”, acota su nieto, Julien Blanc. “Las opciones políticas no están grabadas en mármol. La Resistencia fue un periodo extraordinario de aceleración temporal y maduración política”. Vernant rompió su silencio para no olvidar esa verdad esencial de la lucha contra el totalitarismo, enterrada bajo décadas de polémicas y discusiones: que la Europa posterior al nazismo tenía una obligación moral con la libertad.

Libros sobre la Resistencia
'Au commencement de la Résistance. Du côté du musée de l’homme' (1940-1941). Julien Blanc. París, Seuil, 2010. 512 páginas, 23,50 euros.

'Combatientes en la sombra'. Robert Gidea. Madrid, Taurus, 2016. Traducción de Federico Corriente. 693 páginas. 10,44 euros (ebook).

'Entre mythe y politique / La traversée des frontières'. Jean Pierre Vernant. París, Seuil. 612 páginas, 9,95 euros primer tomo – 222 páginas, 8,30 euros (segundo tomo). (Existe una edición española en el Fondo de Cultura Económica, actualmente agotada)

'Français, on ne vous a rien caché'. François Azouvi. París, Gallimard, 2020. 608 páginas, 24 euros (impreso) / 19 euros (ebook).

'Lacombe Lucien'. Patrick Modiano. Traducción de María Teresa Gallego Urrutia. Barcelona, Anagrama, 2018. 160 páginas, 16,9 euros.

'La France de Vichy'. Robert Paxton. París, Seuil. 475 páginas, 11 euros (existe una versión española de 1974 en la editorial Noguer que se puede encontrar en librerías de segunda mano).

'La Nueve, los españoles que liberaron París'. Evelyn Mesquida. Barcelona, Ediciones B, 2019. 344 páginas, 20,90 euros (impreso) / 7,59 euros (ebook).

'Los surcos del azar'. Paco Roca. Bilbao, Astiberri, 2013. 328 páginas. 25 euros (impreso) / 7 euros (ebook).

'Y ahora, volved a vuestras casas'. Evelyn Mesquida. Barcelona, Ediciones B, 2020. 320 páginas, 20,90 euros.

domingo, 4 de diciembre de 2011

Mito y fantasía de la Francia resistente

Alan Riding desenmascara las sombras que pesan sobre algunos intelectuales y artistas, y reivindica a otros que no reclamaron recompensas ni honores.

El general De Gaulle hizo (algo) más que dirigir la Resistencia francesa: se inventó la Francia resistente. Con el transcurso del tiempo, poco importa si fue la mitomanía la que le llevó a forjar ese mito en el que él aparecía como líder providencial de los franceses, o, por el contrario, fue la necesidad de forjarlo lo que le indujo a contemplarse a sí mismo como ese líder, precipitándolo en la mitomanía. Además de perder la guerra contra Alemania, como bien sabía De Gaulle, Francia había colaborado con el ocupante y aprovechado la ocasión para emprender una revolución nacionalista que impugnara los principios ilustrados de la de 1789. Y eso también lo sabía.

Al proclamar que Francia había sido resistente, De Gaulle no ignoraba que existía otra Francia que no lo fue. Prefirió, sin embargo, erigir una unidad retrospectiva de los franceses frente al enemigo exterior antes que dividirlos internamente y crear las condiciones para que una Francia auténtica, la de la Resistencia, ajustara cuentas con una anti-Francia, la de Pétain y los attentistes. Si la depuración naufragó en medio de dudas éticas y contradicciones jurídicas, por más que inspirase la ejecución de destacados colaboracionistas como el primer ministro Laval o el escritor Robert Brasillach, fue porque, entre otras razones, resultaba contradictoria con el mito de la Francia resistente inventado por De Gaulle.

Las monografías de Robert Paxton sobre el régimen de Vichy, en cuya estela se sitúa el excelente ensayo "Y siguió la fiesta", de Alan Riding, fueron pioneras en la impugnación del mito de la Francia resistente. Ateniéndose a los hechos, Paxton demuestra que la colaboración gozó de mayor respaldo entre los núcleos dirigentes que la Resistencia, expresado de forma activa en unos casos o a través de un cauto acomodo con la nueva situación, en otros. Riding se centra en los artistas e intelectuales, y la conclusión es similar a la de Paxton. Salvo contadas e inequívocas excepciones, y más abundantes ambigüedades, el rechazo de la ocupación entre escritores, pintores, actores o músicos fue minoritario en un principio y más amplio a medida que las tornas de la guerra se volvían contra Alemania.
Al igual que las monografías de Paxton, el ensayo de Riding permite dos aproximaciones diferentes. Una es la que invita a descubrir desde la incomodidad de una actitud vagamente inquisitorial las sombras de algunas figuras que, sin embargo, se construyeron después una biografía ejemplar, como François Mitterrand o Jean-Paul Sartre. La segunda aproximación sugiere reflexiones que remiten a las funciones del mito y también a los peligros de la hagiografía. Son peligros contra los que no parece estar inmunizado el culto a la memoria y algunas de sus más relevantes manifestaciones, desde esa voluntad moralizante que se esconde en ciertas novelas de recreación histórica hasta los movimientos ciudadanos que hipotecan cualquier juicio sobre el presente a lo que sucedió en el pasado.

Desde el punto de vista de la historia, el mito de la Francia resistente no pasa de ser una clamorosa inexactitud, por no decir una mentira. Desde el punto de vista de la política, permitió que Francia se situara entre las potencias vencedoras cuando, en realidad, había sido derrotada, evitando de paso que la minoría de franceses que se comprometió con la Resistencia reclamase derechos de vencedor frente a la mayoría de franceses que colaboró o condescendió con la Ocupación. El precio del mito inventado por De Gaulle fue la absolución de quienes participaron en la ejecución de las políticas más execrables del régimen de Vichy, como el asesinato de militantes de la Resistencia o la deportación de judíos franceses.

El clima ideológico de la inmediata posguerra favorecía que De Gaulle y su Francia resistente estuvieran dispuestos a pagarlo. Como queda de manifiesto en el ensayo de Riding, y también en las monografías de Paxton, la rendición incondicional de Alemania permitió asignarle en exclusiva doctrinas de las que habían participado los vencedores, como el antisemitismo. A Léon Blum, judío, se le dedicaron insultos en Francia que no desmerecían de los que emplearía el nazismo para conducir a millones de seres humanos a las cámaras de gas. Los nazis no fueron los únicos que se dejaron arrastrar por la locura antisemita, sino los que la llevaron más lejos.

Riding, como Paxton, arroja dudas sobre el valor de la hagiografía, sobre la exaltada canonización de algunas figuras. Pero, en el caso de Y siguió la fiesta, la vía para hacerlo no es tanto desenmascarar las sombras que pesan sobre ellas como reivindicar otras que hicieron lo que era justo en el momento en el que había que hacerlo, y regresaron después a sus tareas sin reclamar recompensas ni honores. Jean Guéhenno, confinando su vocación literaria en un diario privado para no colaborar, y el americano Varian Fry, poniendo a salvo personas amenazadas, forman parte de esa escueta nómina. El mito de la Francia resistente inventado por De Gaulle no contó con ellos, pero, sin ellos, como sin otros militantes anónimos, la Francia resistente habría sido, más que un mito, una insostenible fantasía.

Leer aquí en El País.
Y siguió la fiesta. La vida cultural en el París ocupado por los nazis. Alan Riding. Galaxia Gutenberg/ Círculo de Lectores. Barcelona, 2011. 512 páginas. 25 euros.