Hace muchos años me contaron un chiste que encierra una interesante lección. La superiora de un convento de monjas acude al cuartel de la guardia civil para denunciar un hecho escandaloso. Desde las habitaciones de las religiosas se ve a hombres y mujeres desnudos en una piscina particular. Hay que poner fin a esa indecencia inadmisible. El capitán de la guardia civil acude al convento y le pide a la superiora que le muestre una habitación desde donde se ve a los bañistas desnudos. La religiosa abre la ventana y el capitán se muestra sorprendido.
· Reverenda hermana, aquí no se ve absolutamente nada de lo que me dice.
· ¿Que no se ve nada?, dice la superiora. Súbase, súbase al armario.
Hay que subirse al armario de la malicia para ver ciertas cosas. Y ahora no me voy referir a cuestiones relacionadas con la moral puritana sino con la decencia política.
Para el PP está muy claro que Pedro Sánchez quiere permanecer en la Moncloa. ¡Qué indecencia! Los líderes de la derecha no se dan cuenta de que es lo mismo que quiere hacer el señor Feijóo, pero para entrar. Desde la parte superior de ese armario se ve también que el señor Sánchez está dispuesto a todo para conseguir ese objetivo. Incluso a pactar con independentistas fugados de la justicia. Pero el señor Feijóo lo está intentando todo también hasta con malas artes, como explicaré luego. Incluso, dice Bendodo, está dispuesto a negociar con Junts. Y además, desde ese estratégico se ve que el señor Sánchez quiere seguir en la Moncloa no para trabajar por España sino para destruirla. Y por pura ambición. Por el contrario, el señor Feijóo solo quiere la salvación y la unidad de la Patria. Lo que está haciendo por presentarse a la investidura no es fruto de una ambición desmedida sino de la más sacrificada responsabilidad. Sencillamente, cumple la voluntad de los españoles que le votaron.
¿Cuántas veces tenemos que escuchar al PP decir que su lista fue la más votada en las elecciones del 23 de julio? Nadie lo discute. Parece que los promotores del pucherazo no fueron suficientemente hábiles, que la artimaña de Sánchez de convocar elecciones en verano no le salió bien porque hubo una buena participación, que los trabajadores de correos no fueron tan incompetentes como decía Feijóo. Menos mal que la suya fue la lista más votada. No sé lo que hubiera pasado si hubiera sido ganadora la lista del adversario
En el debate cara a cara entre Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo, el líder del PP le propuso de forma reiterada al Presidente del Gobierno que se comprometiese a apoyar la lista más votada. Llegó a firmar un documento que le entregó a Sánchez para que estampase en él su firma y garantizar el apoyo. Eché de menos una pregunta del Presidente del Gobierno:
Señor Feijóo, ¿y cuál cree usted que va a ser la lista más votada?
Las encuestas daban como ganador al PP y la resaca del 28 de mayo le auguraba un éxito arrollador. La respuesta no encerraba duda. De modo que lo que estaba proponiendo el señor Feijóo, era lo siguiente:
¿Sería usted tan amable (o tan imbécil) de darme la presidencia que usted ostenta? ¿Podría renunciar a su responsabilidad para que yo la asuma, dado que el sanchismo es detestable?
Sánchez podría haber explicado que en el sistema electoral español no son los ciudadanos quienes eligen directamente al Presidente sino el Parlamento de la nación, legítimamente constituido. Por consiguiente quien pueda formar gobierno será el ganador de las elecciones. Eso explica el alborozo en la sede de Ferraz la noche del 23 de julio y la sensación de fracaso que trataba de ocultar la algarabía en la sede de Génova. Los votantes habían dicho que no a la persistente petición de Feijóo: quiero una mayoría suficiente (amplia) para gobernar en solitario. “Quiero que pase en las generales, decía, lo que pasó en las autonómicas andaluzas”. Es decir, “quiero mayoría absoluta para gobernar en solitario”. Le dijeron que de eso nada.
También hubiera sido estupendo para el PP, aunque menos, llegar a la mayoría absoluta sumando los escaños del PP con los de Vox. Y no habría habido el menor escrúpulo porque así lo han hecho en Castilla-La Mancha, y en Valencia y en Extremadura y en Baleares y en muchos Ayuntamientos. Y los votantes le dijeron que eso tampoco.
Y entonces, con cara de feldespato, dice el señor Feijóo que, por sentido de responsabilidad y puesto que es el ganador de las elecciones, nos va a hacer perder el tiempo para ir a una investidura fallida. Y va a poner al rey en una enojosa tesitura: “yo me postulo para ser investido, aunque no tengo los apoyos necesarios”. El rey debería explicarle al señor Feijóo que no hay que perder el tiempo y el dinero. Y aun es más grave. Porque dice el señor Feijóo que hablará con los varones del PSOE para que convenzan a Sánchez de algo que él no ha conseguido: que apoye la lista más votada. Ya le ha dicho el señor Page que por quién les ha tomado. Y aun hay más en ese intento desesperado de llegar a la Moncloa: quiere tentar a unos cuantos “socialistas buenos” que apoyen su investidura. Cara de feldespato. Es decir a esa minoría de ”socialistas buenos” (la mayoría son muy malos) que en lugar de apoyar al presidente de su partido le apoyen a él. A él, que se ha pasado la campaña soltando lindezas del sanchismo (es la maldad, es la mentira, es la contradicción). Creí que eso precisamente era el antisanchismo.
También tiene cara de feldespato la señora Ayuso. Porque dice que no puede gobernar un perdedor. Pero qué tozudez, Dios mío. Qué cara más dura. No es un perdedor, porque puede conseguir los apoyos necesarios para gobernar. Lo dice ella que en 2019 accedió al poder dejando fuera a la lista más votada (la de Ángel Gabilondo) para sumar los votos del PP con los de Ciudadanos y los de Vox. Es que el feldespato es todavía muy blandito para definir la cara de esta mujer.
· Reverenda hermana, aquí no se ve absolutamente nada de lo que me dice.
· ¿Que no se ve nada?, dice la superiora. Súbase, súbase al armario.
Hay que subirse al armario de la malicia para ver ciertas cosas. Y ahora no me voy referir a cuestiones relacionadas con la moral puritana sino con la decencia política.
Para el PP está muy claro que Pedro Sánchez quiere permanecer en la Moncloa. ¡Qué indecencia! Los líderes de la derecha no se dan cuenta de que es lo mismo que quiere hacer el señor Feijóo, pero para entrar. Desde la parte superior de ese armario se ve también que el señor Sánchez está dispuesto a todo para conseguir ese objetivo. Incluso a pactar con independentistas fugados de la justicia. Pero el señor Feijóo lo está intentando todo también hasta con malas artes, como explicaré luego. Incluso, dice Bendodo, está dispuesto a negociar con Junts. Y además, desde ese estratégico se ve que el señor Sánchez quiere seguir en la Moncloa no para trabajar por España sino para destruirla. Y por pura ambición. Por el contrario, el señor Feijóo solo quiere la salvación y la unidad de la Patria. Lo que está haciendo por presentarse a la investidura no es fruto de una ambición desmedida sino de la más sacrificada responsabilidad. Sencillamente, cumple la voluntad de los españoles que le votaron.
¿Cuántas veces tenemos que escuchar al PP decir que su lista fue la más votada en las elecciones del 23 de julio? Nadie lo discute. Parece que los promotores del pucherazo no fueron suficientemente hábiles, que la artimaña de Sánchez de convocar elecciones en verano no le salió bien porque hubo una buena participación, que los trabajadores de correos no fueron tan incompetentes como decía Feijóo. Menos mal que la suya fue la lista más votada. No sé lo que hubiera pasado si hubiera sido ganadora la lista del adversario
En el debate cara a cara entre Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo, el líder del PP le propuso de forma reiterada al Presidente del Gobierno que se comprometiese a apoyar la lista más votada. Llegó a firmar un documento que le entregó a Sánchez para que estampase en él su firma y garantizar el apoyo. Eché de menos una pregunta del Presidente del Gobierno:
Señor Feijóo, ¿y cuál cree usted que va a ser la lista más votada?
Las encuestas daban como ganador al PP y la resaca del 28 de mayo le auguraba un éxito arrollador. La respuesta no encerraba duda. De modo que lo que estaba proponiendo el señor Feijóo, era lo siguiente:
¿Sería usted tan amable (o tan imbécil) de darme la presidencia que usted ostenta? ¿Podría renunciar a su responsabilidad para que yo la asuma, dado que el sanchismo es detestable?
Sánchez podría haber explicado que en el sistema electoral español no son los ciudadanos quienes eligen directamente al Presidente sino el Parlamento de la nación, legítimamente constituido. Por consiguiente quien pueda formar gobierno será el ganador de las elecciones. Eso explica el alborozo en la sede de Ferraz la noche del 23 de julio y la sensación de fracaso que trataba de ocultar la algarabía en la sede de Génova. Los votantes habían dicho que no a la persistente petición de Feijóo: quiero una mayoría suficiente (amplia) para gobernar en solitario. “Quiero que pase en las generales, decía, lo que pasó en las autonómicas andaluzas”. Es decir, “quiero mayoría absoluta para gobernar en solitario”. Le dijeron que de eso nada.
También hubiera sido estupendo para el PP, aunque menos, llegar a la mayoría absoluta sumando los escaños del PP con los de Vox. Y no habría habido el menor escrúpulo porque así lo han hecho en Castilla-La Mancha, y en Valencia y en Extremadura y en Baleares y en muchos Ayuntamientos. Y los votantes le dijeron que eso tampoco.
Y entonces, con cara de feldespato, dice el señor Feijóo que, por sentido de responsabilidad y puesto que es el ganador de las elecciones, nos va a hacer perder el tiempo para ir a una investidura fallida. Y va a poner al rey en una enojosa tesitura: “yo me postulo para ser investido, aunque no tengo los apoyos necesarios”. El rey debería explicarle al señor Feijóo que no hay que perder el tiempo y el dinero. Y aun es más grave. Porque dice el señor Feijóo que hablará con los varones del PSOE para que convenzan a Sánchez de algo que él no ha conseguido: que apoye la lista más votada. Ya le ha dicho el señor Page que por quién les ha tomado. Y aun hay más en ese intento desesperado de llegar a la Moncloa: quiere tentar a unos cuantos “socialistas buenos” que apoyen su investidura. Cara de feldespato. Es decir a esa minoría de ”socialistas buenos” (la mayoría son muy malos) que en lugar de apoyar al presidente de su partido le apoyen a él. A él, que se ha pasado la campaña soltando lindezas del sanchismo (es la maldad, es la mentira, es la contradicción). Creí que eso precisamente era el antisanchismo.
También tiene cara de feldespato la señora Ayuso. Porque dice que no puede gobernar un perdedor. Pero qué tozudez, Dios mío. Qué cara más dura. No es un perdedor, porque puede conseguir los apoyos necesarios para gobernar. Lo dice ella que en 2019 accedió al poder dejando fuera a la lista más votada (la de Ángel Gabilondo) para sumar los votos del PP con los de Ciudadanos y los de Vox. Es que el feldespato es todavía muy blandito para definir la cara de esta mujer.
Y allá se anda con la de Feijóo, porque este señor que está mendigando unos apoyos, ha dejado fuera la lista más votada en Extremadura y le ha hecho tragarse sus palabras a la señora Guardiola que había jurado y perjurado que los principios le impedían gobernar con Vox. Pues está gobernando por imperativo del señor Feijóo. ¿Dónde está el señor Fernández Vara, cuya lista fue la más votada? Pues en su casa. Ese estupendo lugar al que el señor Feijóo no quiere ir.
El caso de Extremadura fue especialmente grave porque, días después de que el señor Feijóo dijera con mucho énfasis que la política consiste en respetar la palabra, desautorizó a la señora Guardiola haciéndola renunciar a la palabra solemnemente dada. ¿Cómo puede sostener la contradicción ante su comunidad? Pues con una salida de pata de banco: “los extremeños son más importantes que mis palabras”. Mire usted, señora Guardiola: los extremeños quieren una presidenta que tenga palabra.
De todo eso de vamos a derogar el sanchismo (he dicho varias veces que no se puede derogar una persona o una corriente sino una ley), ha dicho la ciudadanía que, de momento, no. Que sería un retroceso histórico que la derecha y la ultraderecha gobernasen el país. La feroz crítica a Pedro Sánchez por su deseo de mantenerse en la Moncloa a toda costa se ve desmontada por la pertinaz resistencia del señor Feijóo a renunciar a su candidatura a la investidura cuando no cuenta con los apoyos necesarios.
El día 6 de agosto Vox movió ficha en favor del PP y en contra del partido socialista. Renuncia a su exigencia de gobernar para que PNV y CC no se opongan de forma tajante a apoyar la candidatura de Feijóo. Este anuncio es el fruto de un acuerdo que estaba tomado desde hacía tiempo en las reuniones celebradas entre Abascal y Vox.
Ese movimiento de Vox ha creado una situación nueva. El PP contará con el apoyo de Vox y evitará, no incorporándolo al gobierno, el rechazo de otros posibles socios que le he habían dicho que no por su alianza con Vox. Aunque, claro, la alianza con Vox ya la tiene bien cerrada en Valencia, Extremadura, Aragón, Baleares y cientos de Ayuntamientos. ¿Qué farsa es esta? Los votantes de Vox le han entregado el voto para que entrase en el gobierno de la nación. Ahora, estratégicamente, han cambiado. ¿Mintieron? ¿Cambiaron de opinión?
Feijóo ha dicho mil veces que no quería a Vox en el gobierno. No en el de la nación pero sí en comunidades y ayuntamientos. ¿Quién lo entiende? ¿Qué diferencia hay entre lo uno y lo otro? Ninguna. La única diferencia está en los intereses del PP. Pero como les gusta tanto subirse al armario, solo ven indecencia política en los demás. Hay que reeditar el gobierno de coalición progresista. Para seguir avanzando.