Hace tiempo que escuché la siguiente historia. que quiero compartir con mis lectores y lectoras. Un señor acude al Hospital para visitar a su madre. Cuando termina la visita, sale a la calle y se acerca a la parada del autobús para regresar a casa. Cuando llega a la parada se encuentra con un chico de unos 12 años acompañado por su padre. No tarda en llegar el autobús. Suben los tres y avanzan hacia el final donde había cuatro asientos vacíos. El padre y su hijo se sientan juntos y, detrás de ellos, se sienta el señor que había subido con ellos. El niño pega su cara al cristal, y dice con un entusiasmo desmedido:
Mira, papá, hay dos árboles delante de esa casa. Qué bonitos.
El padre mira complacido lo que le muestra su hijo. Y sonríe.
– Fíjate, papá, un perro. Y una señora que lo lleva tirando por un collar.
El chico no cabe de alegría ante todo lo que está viendo y describiendo
– Mira, papá, una nube blanca muy grande y otra pequeña.
– Sí, dice el padre, y la grande se parece a una ballena.
El señor que está situado detrás piensa que el chico está reaccionando de manera muy infantil, impropia de su edad. Y focaliza su atención en los dos.
Papá, un bloque de diez pisos, dice el niño asombrado mientras corre por el pasillo hasta la parte delantera del autobús para ver mejor. Aprovechando la situación, el señor se dirige al padre y, pidiendo disculpas por la intromisión, le dice si se ha dado cuenta de que las reacciones de su hijo son propias de un niño mucho más pequeño. Y le pregunta si se ha planteado buscar la ayuda de un buen psicólogo.
El padre le dice, con delicadeza y tranquilidad, consciente de que desconoce por completo la historia del chico.
– Venimos de ver a un médico, No a uno cualquiera sino al mejor. Mi hijo era ciego de nacimiento y le han hecho un trasplante de córnea. Hoy es el primer día que ve el mundo del que tantas veces le habíamos hablado.
No es difícil imaginar la reacción del entrometido interlocutor. Quiere ayudar a ese padre tan despistado, pero la realidad es otra muy distinta a la que él se ha imaginado. El desconocimiento de la historia y del contexto le ha llevado a emitir un juicio equivocado, le ha hecho alejarse de la verdad.
“Sé comprensivo. Cada persona que te encuentras está librando su propia batalla”, decía Platón. Pero nos falta esa comprensión. Nos sobra engreimiento y falta de rigor. Sobre todo cuando nos interesa llegar a determinada conclusión.
Se formulan juicios apresurados y poco rigurosos en todos los ámbitos de la vida. Juicios malintencionados, a veces. Se emiten con demasiada frecuencia en la política, atribuyendo intenciones de forma arbitraria y, a veces, perversa. ¿Qué importa la verdad ante el rédito que se busca? Decir que el presidente del Gobierno convoca elecciones generales en pleno mes de julio para que la ciudadanía no vaya a votar es un atrevimiento descarado. Probablemente falso porque, si así fuera, no estaría insistiendo una y otra vez en que la ciudadanía acuda a las urnas. Y decir que lo hace para castigar a los españoles dejándoles sin vacaciones es, además, una perversidad. Atribuir a la promulgación de la ley de memoria democrática la intención de dividir a los españoles es una conjetura que no tiene fundamento. Afirmar que la pretensión de la izquierda es empobrecer a los españoles es una suposición estúpida e injusta. Sostener que recibir los votos de los independentistas responde al deseo de romper España es una estupidez y una arbitrariedad. Qué poco rigor hay en muchos juicios. Qué poco amor a la verdad.
Sucede en el ámbito de la convivencia. Reaccionamos ante los comportamientos y las palabras de otras personas sin conocer cuál es la realidad, cuál es el contexto, cuál es la pretensión de nuestros conciudadanos. No sé dónde leí hace tiempo la historia de un vecino que, estando ya en la cama, empezó a escuchar los pasos del inquilino que vivía en el piso superior. No solo le habían despertado aquellos pasos enérgicos sino que no le dejaban conciliar el sueño. Irritado dio golpes con el palo de una escoba en el techo de su habitación para exigir al paseante que dejase de hacer ruido.
El inquilino del piso de arriba siguió dando pasos firmes y apresurados. El enfado del insomne llegó a tal punto, que se levantó, se vistió y subió como un energúmeno a exigir a su vecino que dejase de caminar por la casa. Llamó a la puerta y, antes de dejar hablar a su vecino, le llenó de descalificaciones e insultos. Le explicó con rabia que tenía que madrugar y acabó maldiciendo la mala suerte de vivir debajo de un desaprensivo. Cuando pudo intervenir su vecino, que tenia un bebé en los brazos y la cara desencajada, le explicó que su hijo pequeño había fallecido por muerte súbita y, en su desesperación, lo paseaba de acá para allá por la casa, esperando al forense que debía acreditar su muerte.
Las disculpas trataron de borrar aquellos insultos y aquella agresividad extrema. No tenía ni idea de lo que le estaba pasando a su vecino. Reaccionó de una forma apresurada y violenta. Le había importado un comino la verdad.
También en la enseñanza se produce este riesgo de los juicios de valor, frente a los juicios de hecho. Recuerdo un vídeo conmovedor de un alumno pequeño al que se ve llegando tarde a la escuela. El niño llama a la puerta del aula y se encuentra con el gesto adusto del profesor. Extiende la palma de la mano en espera del castigo. Y el profesor descarga un duro golpe con la regla sobre ella. El día siguiente sucede lo mismo. Se ve entrar al niño cariacontecido y, sin mediar palabra, extiende la mano en espera del golpe. Un golpe que llega de forma inexorable. Con la regla, de forma desabrida, el profesor empuja al niño para que se siente en su pupitre. En la imagen siguiente se ve al profesor en bicicleta circulando por las calles del pueblo. Ve al niño empujando una silla de ruegas en la que lleva a su madre enferma. Mira el reloj y comprende la causa del retraso. Cuando el niño llega unos minutos después a la escuela extiende su mano como de costumbre y baja la mirada en espera del castigo, El profesor deposita la regla en su mano extendida, se arrodilla y besa la mano del niño en silencio. Seguidamente abraza lo abraza con emoción. No se puede decir más con tan pocas imágenes.
Cuando interpretamos el comportamiento de los demás sin conocer las circunstancias y sin recibir las explicaciones del interesado corremos el riesgo de emitir juicios infundados, de faltar a la verdad.
Si no existe más criterio que la destrucción del adversario, la extorsión del prójimo o el sometimiento de los alumnos, está claro que de cualquier comportamiento, palabra o actitud podemos obtener una conclusión perjudicial para el prójimo.
Cuando existe buena fe, cuando se pretende actuar con rigor, tampoco es fácil acertar. Incluso cuando el interesado nos explica con sinceridad los motivos de sus decisiones o de sus palabras. En muchos casos dominan los prejuicios, las interpretaciones interesadas, las elucubraciones maliciosas, los juicios arteros, las pretensiones de hacer daño.
Además de nuestras actitudes en el análisis de la conducta o la palabra de los otros, existen las dificultades técnicas de la comunicación. Entre lo que pensamos, lo que queremos decir, lo que realmente decimos, lo que queremos oír, lo que oímos, lo que creemos entender y lo que entendemos… existen ocho posibilidades de no entenderse, de alejarnos de la verdad.
Creo que todos y todas deberíamos hacer un esfuerzo para alcanzar la comprensión, un esfuerzo nacido del respeto al prójimo y del amor a la verdad. Mejorar nuestras relaciones, en todos los ámbitos de la vida, haría este mundo menos hostil, más habitable y más hermoso.
He hablado de conocer y respetar al otro para formular un juicio certero. También abogo porque actuemos y hablemos con sinceridad. Oscar Wilde, que nos dejó tantas frases lapidarias, dijo: “Si uno dice la verdad, tarde o temprano será descubierto”. Esa es la otra cara de la moneda.
Sé que el objetivo puede ser utópico en un mundo lleno de intereses, de competitividad y de relativismo moral. Pero es lo que tiene la utopía: nunca la alcanzaremos, pero, como está en el horizonte, nos hace caminar hacia ella. Sin descanso. Decía Martin Luther King: “Tu verdad aumentará en la medida que sepas escuchar la verdad de los otros”.
Adarve. Miguel Ángel Santos Guerra
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