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jueves, 24 de junio de 2021

Gratitud en acción

Lo primero que quiero hacer, por un deber del corazón y una elemental coherencia con el contenido de este artículo, es dar las gracias a quien lo ha inspirado. 

Mi querido amigo Laurentino Heras, me ha enviado como regalo su último libro de poemas (“Palabras en malva y negro”) y, por si fuera poco, ha añadido otro libro titulado “Gratitud y educación”, cuyo autor es Owen M. Griffith. El subtítulo nos da muchas pistas sobre el contenido: “Otra forma de enseñar, aprender y vivir”. Dentro de este segundo libro incluye un recorte de prensa con un artículo de Laura Ferrero titulado “Escapar del rayo”. Es un artículo sobre la gratitud. Y me invita a plantear en este espacio que él sigue con fidelidad cada sábado desde hace muchos años, algunas reflexiones sobre la gratitud. Y así lo voy a hacer, con sumo gusto. Dice Jean de la Bruyère, a quien he citado en alguna ocasión cuando he tenido que dar las gracias públicamente, que el único exceso permitido en nuestro mundo es el de mostrar auténtica gratitud.

Pronunciamos muchas veces al día la palabra gracias. Se calcula que unas 20 veces. Es probable que se haya convertido en una rutina, en una muletilla y que, en muchas ocasiones, la palabra se haya vaciado de contenido y haya perdido la verdadera emoción que podría encerrar. Por ejemplo, cuando en un restaurante nos indican en qué mesa podemos sentarnos, decimos gracias. Cuando nos entregan la carta volvemos a decir gracias. Cuando nos sirven el primer plato, repetimos la palabra gracias. Si pedimos que nos traigan otra servilleta, acompaños la petición con un nuevo gracias. Cuatro veces en unos minutos. Pero ¿realmente nos sentimos agradecidos? Dice Lura Ferrero en el citado artículo: “El gran tema no es dar las gracias sino ser capaces de expresar gratitud. El problema de las palabras es que se gastan, se les deshilachan los bordes y terminan dejando de significar”.

¿Qué se dice?, le preguntamos a nuestros niños cuando reciben un regalo, un elogio, una invitación, una caricia… ¿Qué se dice? Pues se podrían decir muchas cosas, pero lo cierto es que siempre responden con la misma palabra:

– ¡Gracias!

Luego sonreímos pensando que, de esta manera, demuestran que están bien educados, que han adquirido buenos modales.

Existe un sentimiento holístico de gratitud que se puede experimentar por el simple y maravilloso hecho de estar vivos. Hay un episodio en la vida del escritor Paul Auster que ha rememorado una y otra vez en entrevistas y conferencias porque, según cuenta, marcó toda su historia. Cuando tenía 14 años, su madre le envió a un campamento de varano en la montaña. Un día salió de excursión con sus compañeros y de repente, en medio del boque, se desató una tormenta eléctrica. Los responsables dijeron a los chicos que corrieran hasta llegar a un claro. Para ello tuvieron que arrastrarse en fila india por debajo de una cerca de alambre de púas. Justo en el momento en el que el chico que iba delante de Paul se agachaba, un rayo cayó sobre el alambre y el chico murió en el acto. El escritor no se dio cuenta de que estaba muerto y lo arrastró hacia el claro. Durante una hora, en medio de la tormenta y los relámpagos, trató de despertarlo sin atreverse a reparar en la rigidez, en que lentamente se fue poniendo azul, en el color morado de los labios. Ese fue para Paul Auster, uno de los momentos fundacionales de su vida y de su carrera. Fue consciente de la aleatoriedad de la existencia. Podía no haber escapado del rayo. Se apoderó de él un sentimiento incontrovertible: podría haberle tocado a él y no a su compañero. Dice Auster que, cada mañana, antes de levantarse de la cama da las gracias. Probablemente da las gracias a todo aquello que no controlamos: al destino, al azar, a la fortuna, a la casualidad.

En un tiempo en el que se pone el énfasis en los derechos que tenemos como seres humanos, en el que exigimos con vehemencia aquello que se nos debe, se corre el peligro de no reparar en todo aquello que la vida nos ha regalado. “Gracias a la vida, que me ha dado tanto”, cantaba Joan Baez con voz estremecida y vibrante. No todos se acuerdan de decir estas cosas. No todos viven así.

Nos producen lástima las personas ingratas. Hay que aprender a ser agradecidos. Hay que practicar la gratitud. Me han parecido sugerentes algunas propuestas que hace Owen en el citado libro “Gratitud y educación”. Un libro en el que se nos insta a educar esa actitud en las escuelas. Una de esas propuestas es el “diario de gratitud”. Consiste en un diario en el que cada día se explicitan cinco motivos por los que deberíamos sentirnos agradecidos. Al final del curso tendremos en el diario más de mil motivos de gratitud. Se trata no solo de enumerar sino de añadir el correspondiente por qué.

Otra sugerencia se refiere a la “gratitud en acción”. Si realmente estamos agradecidos deberíamos demostrarlo ayudando a los demás. Dice el autor: “Los estudiantes demostraron que la gratitud es más que un sentimiento agradable para ellos, y que puede llegar a convertirse en una forma de vivir conscientemente y un modo de tomar medidas para mejorar nuestro mundo”.

Una tercera sugerencia es “la visita de gratitud” que consiste en la tarea de escribir una carta de gratitud a una persona a la que no se haya agradecido adecuadamente lo que ha hecho y acudir a su encuentro para entregarla y leérsela al destinatario o destinataria.

Al final del libro el profesor Griffith, propone una última iniciativa: “En nuestras aulas y en nuestras vidas, podemos hacer depósitos en las cuentas de gratitud de otros al encontrar algo por lo que estar agradecidos por alguien y luego expresarlo. El reto está en encontrar una nueva persona y hacer un depósito en su cuenta bancaria de gratitud”.

Cuenta el autor que, en cierta ocasión, asistió al Congreso “Transformar nuestras aulas mediante la gratitud” en el Greated Good Center for Science de la Universidad de California, en Bekeley. Veinticinco expertos en aprendizaje socioemocional, junto con veinticinco maestros exploraron el último plan de estudios que se estaba probando en todo el país a través del Proyecto de Gratitud Juvenil.

El prologuista de la obra, Jeffrey J. Froh, profesor asociado en Hofstra University, habla de tres principios que su investigación y la de otros colegas han podido identificar y que pueden utilizar los adultos para promover la gratitud en niños y adolescentes. Principios que han incorporado a su “curriculum para la gratitud”:

– Darse cuenta de la intenciones: se trata de invitar a niños y jóvenes a adivinar la intención que hay tras los regalos, beneficios y ayudas que reciben.

– Apreciar los costos: cuando alguien ofrece ayuda, sacrifica tiempo, realiza esfuerzos o invierte dinero para poder realizarla. Es conveniente pensar en todo ello.

– Reconocer el valor de los beneficios: cuando alguien brinda ayuda, genera un beneficio para quien la recibe. ¿Por qué no explicitarlo? Puede hacerse completando esta frase: Mi día (o mi vida) es mejor porque…

Estamos tan habituados a disfrutar de muchos bienes que no reparamos en todo lo que hay detrás de ellos (personas, medios, tiempos, costos…) para que lleguen hasta nosotros. Y pocas veces pensamos en que hay muchos miles de personas en el mundo que carecen de muchas de las comodidades de las que disfrutamos de forma casi inconsciente.

Uno de esos beneficios de los que disfrutamos es el aprendizaje que nos brinda la escuela. Hay estudiantes que no solo no lo valoran sino que lo desprecian y rechazan.

Nuestra hija Carla asistió durante un año a un Colegio público de la ciudad de Galway (Irlanda). En ese colegio tenían una hermosa costumbre que consistía en que los niños y las niñas daban las gracias cada día a sus profesores y profesoras por lo que les habían enseñado. Se convirtió en un hábito tan cotidiano como decir buenos días o buenas tardes.

Pido prestadas unas palabras a Owen Griffith que sirvan de punto final: “La reciente investigación científica ha confirmado que practicar la gratitud puede llegar a remodelar nuestros cerebros de manera positiva, lo que nos permite ver todo lo bueno que sucede en nuestra vida y en el mundo, mejorando la vida de las personas de manera poderosa y estimulante”. Así sea. Así es.

Fuente: blog de Miguel Ángel Santos Guerra.

lunes, 3 de octubre de 2016

La importancia de dejar un mensaje para tus seres queridos antes de morir

En mis últimos 15 años como geriatra y médico de cuidados paliativos, he tenido conversaciones muy sinceras con innumerables pacientes que se acercan al final de sus vidas. La emoción que expresan más comúnmente es arrepentimiento: se arrepienten de nunca haberse tomado el tiempo para reparar relaciones y amistades rotas, se arrepienten de nunca haber dicho a su familia y amigos cuánto les importaban, se arrepienten de que sus hijos los van a recordar como madres extremadamente exigentes o padres severos y autoritarios.

Es por eso que se me ocurrió crear un proyecto para animar a las personas a escribir una última carta a sus seres queridos. Puede hacerse cuando uno está enfermo, pero en realidad vale la pena hacerla cuando uno está todavía sano, antes de que sea demasiado tarde.

Se trata de una lección que aprendí hace años de un paciente moribundo a quien recuerdo mucho. Era un veterano de los marines que había vivido siguiendo su filosofía de Semper fidelis y había practicado el silencio durante toda su vida. Orgulloso y estoico, ingresó al hospital por un dolor intratable debido a un cáncer muy extendido. Su esposa lo visitaba todos los días y pasaba muchas horas al lado de su cama, observándolo mientras él veía televisión. Él me explicó que a lo largo de su matrimonio de más de cincuenta años nunca había sido muy conversador.

Sin embargo, conmigo era más abierto, en especial cuando quedó claro que sus días estaban contados. Me habló de su profundo arrepentimiento por no haber pasado suficiente tiempo con su esposa, a quien amaba mucho, y de lo orgulloso que se sentía de su hijo, que se había unido al cuerpo de marines siguiendo el ejemplo de su padre.

Una tarde, cuando le mencioné esto a su esposa e hijo, se miraron el uno al otro con incredulidad y luego me miraron a mí sin creerme. Agradecieron mi amabilidad, pero dijeron que mi paciente era incapaz de expresar esos sentimientos.

Yo quería resarcir mi credibilidad y asegurarme de que la esposa pudiera realmente escuchar a su esposo declarando su amor. Sabía que no era probable que él pudiera hablarles directamente. Así que la mañana siguiente llevé mi pesada cámara familiar a mi ronda y, con el consentimiento de mi paciente, grabé una carta abierta de él a su familia. Cuando les di la carta grabada como recuerdo, tanto el hijo como la esposa se conmovieron hasta las lágrimas.

Esta experiencia inspiró la idea que se ha convertido en el Proyecto Cartas a familia y amigos de Stanford. Orientados por pacientes con enfermedades graves así como familias de distintos grupos raciales y étnicos, desarrollamos un formato de carta gratis que puede ayudar a las personas a completar siete tareas de repaso de vida: reconocer a las personas importantes en nuestra vida, recordar momentos atesorados, disculparnos con aquellos que podríamos haber lastimado, perdonar a quienes nos dañaron, y decir “gracias”, “te quiero” y “adiós”.

Aunque parecería algo de sentido común, muchas personas no siguen estos pasos antes de morir, con lo que dejan a sus familiares con preguntas sin respuesta y una sensación de arrepentimiento.

(Aquí puede verse un video que muestra a personas que participan en el proyecto).

El formato de la carta, disponible en ocho idiomas, permite a quien lo llene expresar gratitud, perdón y arrepentimiento. En una carta, un participante escribió a su esposa, Lily: “Desearía haberte amado más”.

Muchos utilizan el formato para expresar orgullo por sus hijos de una manera en que quizá no podrían haberlo hecho en persona. Uno le escribió a su hijo Michael: “Eres muy valiente al cambiar de carrera y hacer lo necesario para poder alcanzar tus sueños”. Otra escribió: “La vida nunca fue fácil para nosotros pero tú venciste los obstáculos”.

Algunos se disculpan. Un hombre llamado Tyrone Scott escribió a su hija: “Lamento no haber estado presente cuando creciste. Si pudiera regresar al pasado, no permitiría que tu madre te alejara de mí”.

Las cartas pueden ser una oportunidad de soltar rencores. Shirley Jones escribió: “A Harold: se te ha olvidado pagar algunos de los préstamos personales que te hicimos. Vaciaremos tu cuenta”.

Así que los invitamos a usar el formato “Querida familia y amigos” y escribir su carta ahora, mientras todavía pueden hacerlo.

Quienes tengan una enfermedad crónica o grave pueden usar el formato de carta para enfermos; también hay un formato de carta para quienes tienen buena salud. Trabajando con personas de distintos bagajes culturales descubrí que algunas se mostraban reacias a cumplir con la tarea de decir “adiós”, pues temían que se convirtiera en una profecía. Recomiendo que la gente llene solo las partes con las que se sienta a gusto.

Una vez que la carta esté escrita, es posible elegir si queremos compartirla con nuestros seres queridos de una buena vez, o también se puede guardar en un lugar seguro o dársela a alguien de confianza para que la entregue a la familia en el futuro. Algunas personas prefieren usar la carta como un documento de herencia en vida y la actualizan cada tanto.

Escribir una carta de repaso de vida puede requerir mucha valentía. Para algunos, evoca emociones profundas y perturbadoras. Sin embargo, puede ser la carta más importante que escribamos jamás.

Por 
http://www.nytimes.com/es/2016/09/19/la-importancia-de-dejar-un-ultimo-mensaje-para-tus-seres-queridos-antes-de-morir/?smid=fb-espanol&smtyp=cur