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martes, 13 de mayo de 2025

_- 5 maneras de distinguir una obra maestra original de una falsa

Asistentes de una galería sostienen una obra del artista español Pablo Picasso titulada 'Femme au beret et a la robe quadrillee' (Marie-Therese Walter) con un precio estimado en torno a los US$50 millones.

Fuente de la imagen,Getty Images

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Asistentes de una galería sostienen una obra original del artista español Pablo Picasso.

Cuando se trata de falsificación y plagio parece no haber nada nuevo bajo el sol.

Recientes revelaciones, que van desde el descubrimiento de un taller de falsificación de arte en Roma hasta la acusación de que una obra maestra barroca en la Galería Nacional de Londres no es más que una burda imitación, no hacen otra cosa que recordarnos que la duplicidad en el mundo del arte tiene una larga historia.

La noticia de la confiscación de más de 70 obras de arte fraudulentas en un laboratorio clandestino en Roma fue seguida del lanzamiento del libro NG6461: The Fake Rubens (NG6461: El falso Rubens), de la autora Euphrosyne Doxiadis, que asegura que la Galería Nacional de Londres tiene un cuadro que no es en absoluto lo que parece.

La conclusión de Doxiadis reafirma aquella alcanzada en 2021 por la compañía suiza Art Recognition, que determinó mediante el uso de la inteligencia artificial que había una probabilidad del 91% de que la obra "Sansón y Dalila", un óleo sobre madera atribuido al maestro Peter Paul Rubens, fuera creada por alguien que no era Rubens.

El óleo "Sansón y Dalila", atribuido al pintor flamenco Peter Paul Rubens, en la Galería Nacional de Londres.

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El óleo "Sansón y Dalila", atribuido al pintor flamenco Peter Paul Rubens, en la Galería Nacional de Londres.

La afirmación de la experta de que la pincelada que vemos en el cuadro de Rubens es burda y totalmente incompatible con la fluidez de su mano es fuertemente cuestionada por la Galería Nacional, que se mantiene firme en su atribución. La divergencia de opiniones entre los expertos del museo y aquellos que dudan de la autenticidad de la obra abre un espacio interesante para reflexionar sobre el valor y mérito artístico. ¿Existe legitimidad en la falsificación? ¿Pueden las falsificaciones ser obras maestras?

A medida que se aplican herramientas de análisis más sofisticadas a pinturas y dibujos cuya legitimidad ha estado en duda, así como a aquellas cuya validez nunca han sido cuestionadas, es probable que los debates sobre la integridad de los iconos culturales se aceleren.

Lo que sigue son 5 reglas simples para detectar una obra maestra falsa.

1. Los pigmentos

Los pigmentos anacrónicos te delatarán en todo momento.

Estos han sido la perdición del falsificador de arte alemán Wolfgang Beltracchi y su esposa Helene, que consiguieron vender obras maestras modernistas improvisadas por millones de dólares antes de que el descuido de usar pintura prefabricada en sus audaces paletas sellara su destino.

"Barcazas en el Támesis", de André Derain, de 1906.

"Barcazas en el Támesis", de André Derain, de 1906.

Fuente de la imagen,Getty Images


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André Derain, el autor de obras reconocidas como "Barcazas en el Támesis", fue plagiado por el falsificador de arte alemán Wolfgang Beltracchi.

Beltracchi, cuyo modus operandi era crear "nuevas" obras de numerosos artistas -desde Max Ernst hasta André Derain- en lugar de recrear las perdidas, siempre tuvo cuidado de mezclar sus propias pinturas para asegurarse de que solo contuvieran ingredientes disponibles para el artista por el que estuviera tratando de hacerse pasar.

Solo resbaló una vez. Y eso fue suficiente.

Al fabricar un disparatado paisaje rojo de caballos en rompecabezas, que atribuyó al expresionista alemán Heinrich Campendonk, Beltracchi echó mano de un tubo de pintura ya preparado que contenía una pizca de blanco de titanio, un pigmento relativamente nuevo, al que Campendonk no habría tenido acceso.

Era todo lo que necesitaban los investigadores para demostrar que la obra vendida por unos US$3 millones era falsa.

Los artistas pueden ser visionarios, pero no son viajeros en el tiempo.

2. El pasado de la obra

Es edificante creer que el valor de una persona no está ligado a su pasado. No ocurre lo mismo con el arte.

Un cuadro, una escultura o un dibujo sin una historia no es, por desgracia, más inspirador. Más bien, es sospechoso. O, mejor dicho, debería serlo. Y con demasiada frecuencia, la codicia puede interferir en la claridad de la evaluación de la autenticidad de un cuadro o una escultura.

Las cosas tienen las historias que queremos que tengan. Ese fue ciertamente el caso de una serie de Vermeers falsos que salieron del taller del retratista holandés Han van Meegeren, uno de los falsificadores más prolíficos y exitosos del siglo XX.

Una visitante contempla las obras de Han van Meegeren (1889-1947), el 11 de mayo de 2010, en el Museo Boijmans Van Beuningen de Róterdam.

Una visitante contempla las obras de Han van Meegeren (1889-1947), el 11 de mayo de 2010, en el Museo Boijmans Van Beuningen de Róterdam.

Fuente de la imagen,Getty Images


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Tras engañar al mundo del arte, el falsificador de las obras de Johannes Vermeer consiguió su propia exposición titulada "Los Vermeers falsos de Van Meegeren".

Desesperados por creer que los lienzos de Vermeer que aparecieron milagrosamente, incluyendo una representación de "Cristo y los hombres de Emaús", pudieran ser obras maestras perdidas de la misma mano que creó "La joven de la perla" y "La lechera", los coleccionistas ignoraron la flagrante ausencia de cualquier rastro de la procedencia de las pinturas: su propietario anterior, historial de exposiciones y comprobante de venta.

Todos fueron engañados.

Pero, en un giro notable, después de ser acusado por las autoridades holandesas del delito de vender un Vermeer -por lo tanto, un tesoro nacional- al funcionario nazi Hermann Göring, Van Meegeren decidió exponerse como un estafador poco después del final de la Segunda Guerra Mundial.

Para demostrar su inocencia -si se le podría llamar inocencia- y demostrar que simplemente había vendido una falsificación sin valor de su propia serie, Van Meegeren realizó la extraordinaria hazaña de crear una obra maestra fresca de la nada ante los ojos asombrados de los expertos.

Voilà, un Vermeer.

3. La presión del trazo

Los gestos de los artistas -sus pinceladas y sus trazos-, estudiados e instintivos al mismo tiempo, son las huellas dactilares escritas sobre lienzos.

La ligereza de los trazos de un artista y la rigidez de los de otro son extremadamente difíciles de falsificar, especialmente si eres consciente de que cada contracción del pincel será examinada por ojos sospechosos y equipos de vanguardia.

Trabajar la presión del trazo bajo presión es algo difícil de hacer. El falsificador británico Eric Hebborn -quien murió en circunstancias sospechosas en Roma en 1996 después de una carrera falsificando más de 1.000 obras- superó este obstáculo con el alcohol.

Una asistente de galería examina la obra "Figuras adorando a un ídolo pagano", que se cree fue creada originalmente por el falsificador británico Eric Hebborn, pero que recientemente se ha comprobado que esto es incorrecto.

Una asistente de galería examina la obra "Figuras adorando a un ídolo pagano", que se cree fue creada originalmente por el falsificador británico Eric Hebborn, pero que recientemente se ha comprobado que esto es incorrecto.

Fuente de la imagen,Getty Images


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La fluidez del trazo en las obras falsificadas por Hebborn sigue confundiendo hasta a los expertos. 

Según todos los relatos, el brandy era la herramienta de Hebborn para calmar sus nervios. Ello le permitió habitar sin inhibiciones la mente y el músculo de cualquier viejo maestro que estuviera interpretando.

Mientras que las falsificaciones en manos de los falsificadores Beltracchi y Van Meegeren están plagadas de gestos incoherentes, la fluidez de los dibujos falsificados por Hebborn sigue confundiendo a los expertos.

Hasta el día de hoy, las instituciones que poseen obras que pasaron por sus manos se niegan a aceptar que todas son falsas.

4. La biografía del autor

Cuando el análisis de los pigmentos, la procedencia y la presión del pincel todavía te dejan perplejo, puede ser necesario profundizar un poco más.

Durante 20 años, desde la década de 1990, la autenticidad de una obra de una naturaleza muerta supuestamente de Vincent van Gogh ha sido confirmada y refutada una y otra vez por los expertos.

Para algunos, los rojos abrasadores y azules submarinos que resonaban inquietantemente en el ramo de rosas, margaritas y flores silvestres no tenían el timbre de la verdad y parecían casar con la paleta del pintor.

La ausencia registros de propiedad de la pintura no ayudó.

Este cuadro de Van Gogh ocultaba otro en su interior.

Fuente de la imagen,Getty Images


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Este cuadro de Van Gogh ocultaba otro en su interior. 

Pero una radiografía realizada en 2012 descartó las dudas cuando reveló que el artista reutilizó un lienzo con el que había creado otra obra, algo a lo que hizo referencia explícita en una carta de enero de 1886.

"Esta semana", le comentó Van Gogh a su hermano Theo, "pinté una obra enorme con dos torsos desnudos, dos luchadores... y me gusta mucho hacerlo".

La lucha estática de los dos atletas atrapados en la pintura durante más de un siglo no sólo rescató la obra de las acusaciones injustas de ilegitimidad, sino que creó una especie de cuadro compuesto fresco, una impresión vívida y desesperada por sobrevivir.

5. La escritura

La última garantía para autentificar una obra de arte es el corrector ortográfico.

Eso le habría ahorrado al coleccionista Pierre Lagrange US$17 millones, el precio que pagó en 2007 por una falsificación de una pequeña pintura de 30x46 cm atribuida falsamente al expresionista estadounidense Jackson Pollock.

Famoso por su estilo goteante, Pollock tiene una firma sorprendentemente legible, una inconfundible "c" antes de la "k" final. Una consonante omitida haría más que exponer la falsificación: destrozaría la reputación de toda una galería.

Un visitante frente a la obra de Jackson Pollock en el Instituto de Arte de Chicago, Chicago, Illinois, Estados Unidos, el 17 de octubre de 2022.

Un visitante frente a la obra de Jackson Pollock en el Instituto de Arte de Chicago, Chicago, Illinois, Estados Unidos, el 17 de octubre de 2022.

Fuente de la imagen,Getty Images


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Un error en la firma de una falsificación del expresionista Jackson Pollock destrozó la reputación de una prestigiosas galería de arte.

La firma descuidada fue solo una de las muchas 'banderas rojas' halladas en obras atribuidas falsamente a Rothko, De Kooning, Motherwell y otros que la galería Knoedler&Co, una de las instituciones de arte más antiguas y estimadas de Nueva York, logró vender por US$80 millones.

Las obras fraudulentas habían sido suministradas por un traficante dudoso que afirmaba que venían de un enigmático coleccionista, "Mr X". Justo antes de que el escándalo estallara en la prensa, la galería cerró sus puertas después de 165 años.

El presunto autor de las falsificaciones, un septuagenario chino autodidacta llamado Pei-Shen Qian, que había operado desde un taller de falsificación en Queens, Nueva York desapareció. Más tarde apareció en China.

martes, 18 de septiembre de 2018

“Ahora los ricos ya no necesitan al pueblo”. Entrevista a Éric Vuillard, escritor, Premio Goncourt 2017.

El escritor Éric Vuillard (1968, Lyon) logró el año pasado el Goncourt, el mayor premio de las letras francesas. Lo hizo gracias a un relato histórico de solo 150 páginas, L’ordre du jour (El orden del día), editado en España por Tusquets-Edicions 62. En esta obra, tan irónica como enigmática, Vuillard explica el ascenso del nazismo a partir del Anschluss, la anexión de Austria por la Alemania nazi, en marzo de 1938. A través de descripciones incisivas y detalladas y recuperando hechos históricos que podrían resultar secundarios, pero que en este libro resultan luminosos, el escritor francés hace un retrato descarnado de las élites alemanas, austríacas y británicas de la Europa de entreguerras.

“Su ceguera y el menosprecio social (de las élites británicas) terminó desembocando en la impotencia de las democracias europeas ante el nazismo”, asegura Vuillard durante una entrevista en una cafetería cercana a la estación de trenes de Rennes, la capital de la Bretaña, donde reside desde hace varios años. Vuillard, que ya había recibido el reconocimiento de la crítica por su novela anterior, 14 juillet, sobre el inicio de la Revolución Francesa, desgrana los aspectos principales de sus últimas obras. En ellas, relata hechos históricos, pero estos interrogan constantemente al lector sobre problemáticas presentes, como la irresponsabilidad de las élites, el incremento de las desigualdades y el auge de la extrema derecha.

Su novela El orden del día trata sobre el Anschluss, la anexión de Austria por la Alemania nazi. ¿Por qué escogió este tema?
La lectura de las Memorias de Winston Churchill me llevaron a interesarme por el Anschluss. Ya las había leído cuando tenía 18 años, pero volví a leerlas y me di cuenta de algunos elementos interesantes que entonces me parecieron insignificantes. Uno de ellos fue la comida en Downing Street, que se produjo el mismo día del Anschluss (el 12 de marzo de 1938), entre el entonces primer ministro británico, Neville Chamberlain, y el ministro de Exteriores de la Alemania nazi, Joachim von Ribbentrop. En esta escena vemos la complacencia excesiva de Chamberlain hacia Ribbentrop, un comportamiento típico de la alta aristocracia británica. Me pareció un ejemplo claro de la hipocresía de la gentry británica y de las élites europeas de ese momento. Estas trataron a los nazis con el menosprecio de una aristocracia y alta burguesía que los veía como arribistas. Pero esta ceguera y menosprecio social terminó desembocando en la impotencia de las democracias europeas ante el nazismo.

El comportamiento y la subjetividad de las élites es en el fondo el tema principal de su novela.
Sí, lo que me pareció más interesante describiendo el Anschluss fue hacer el retrato de una élite. Formar parte de una élite no significa solo ocupar, por ejemplo, un puesto en el gobierno, sino compartir una subjetividad producida por un espacio. Uno de los grandes problemas que tenemos en la actualidad es la constitución de las élites y la relación del pueblo con ellas.

¿Considera que en la actualidad podríamos hablar de una radicalización de las élites como lo hace el sociólogo Emmanuel Todd?
En el libro El orden del día vemos cómo se produce una radicalización del menosprecio, sobre todo de la aristocracia británica. Me parece asombroso que el conde de Halifax titulara Plenitud de días su libro de memorias, en el que sobre todo hablaba de la Segunda Guerra Mundial. Esto nos muestra un menosprecio del dolor, los muertos y del sufrimiento de otros. En la actualidad, seguimos viendo este menosprecio y cómo las élites se comportan sin escrúpulos y de forma poco responsable. Esto se debe al hecho de que no hay prácticamente ningún poder que les haga frente.

Estas élites parecen cada vez más alejadas e inaccesibles para el pueblo…
En el siglo XIX ya existía una gran división entre el pueblo y las élites. Pero entonces las élites eran mucho más reducidas y más visibles, el pueblo las veía constantemente. Ahora los más ricos ya no necesitan al pueblo. Solo se codean con las clases medias, viven en barrios apartados, pueden pedir que les entreguen la compra a domicilio… Esto también afecta al trabajo del escritor. ¿Cómo podemos escribir sobre unas clases pudientes que ya no frecuentamos ni vemos? Ante esta ceguera, el pasado es un recurso.

Podemos documentarnos sobre hechos históricos a través de archivos, fotografías, películas… Me resultó muy sorprendente el hecho de que el exministro de Economía griego, Yani Varoufakis no tuviera derecho a tomar apuntes durante las reuniones del Eurogrupo, en las que se debatía sobre el rescate de Grecia. Nadie podía hacerlo. Lo que nos muestra que estas reuniones no dejan archivos. Constantemente hay reuniones entre dirigentes políticos y grandes empresarios y no sabemos lo que se decide en ellas. En cambio, sobre el pasado tenemos incluso conocimiento de una reunión secreta entre altos dirigentes nazis y los grandes empresarios alemanes en febrero de 1933, poco antes de la llegada al poder del nazismo. Sabemos lo que se pasó durante este encuentro porque nadie prohibió al industrial Gustav Krupp que tomara notas. Así que ahora podemos saber cómo se forjó esta alianza entre los grandes empresarios alemanes y el nazismo.

A pesar de que el tema principal de su obra es la anexión de Austria por el nazismo, empieza hablando sobre esta reunión entre altos dirigentes nazis y los pesos pesados de la industria alemana, Krupp, Albert Vögler o Wilhelm von Opel. ¿Por qué?
Lo más chocante de esta reunión entre dirigentes nazis y el patronato industrial es que muchos de estos empresarios, como Krupp, no se reunieron solo con los nazis, sino también con otros dictadores y dirigentes. Tratan a los nazis como a jefes de Estado ordinarios. No son ni más ni menos competentes para aplicar una política de estabilidad que priorice la economía. Para los empresarios, se trata de una reunión ordinaria. Lo que resulta terrible.

Lo que demuestra las profundas contradicciones entre el capitalismo, el progreso moral y la democracia…
Tanto en las escuelas de negocios como en las facultades de Economía, se concibe la economía política como una ciencia desprovista de moral. Se explica que la gestión de los negocios requiere una ausencia de moralidad para ser eficaz. Este pensamiento es el que rige la reunión entre los dirigentes nazis y los empresarios alemanes. Por el bien de sus negocios, aceptaron pactar con los nazis y participar en un complot que tenía como objetivo la destrucción de la República de Weimar.

Además de favorecer la llegada al poder del nazismo, grandes empresarios, como el mismo Krupp, se beneficiaron del trabajo forzoso en los campos de concentración. ¿También se repitieron este tipo de situaciones en Francia?
Sí, sin duda. Por ejemplo, Renault fue nacionalizada después de la guerra por su colaboración con el Ejército alemán. El grupo Berliet también se benefició del trabajo en los campos de concentración. El interés económico no tiene fronteras. Quizás la única gran diferencia eran las costumbres más rígidas y autoritarias de las empresas alemanas. Un estilo que todavía podemos ver en la actualidad.

Otro de los episodios más chocantes de su última novela es la escena en la que los tanques, pocos kilómetros después de haber cruzado la frontera con Austria, sufren averías y se quedan varados. ¿Cómo descubrió esta escena? ¿Por qué la incluyó?
Lo más interesante de esta escena es que nos muestra el carácter improvisado de la anexión de Austria en 1938. Entonces, los tanques estaban preparados para circular 5 o 10 kilómetros, pero no los más de 100 que separaban Viena de la frontera con Alemania. Esto explica la mayoría de averías que sufrieron los tanques y que tuvieran que ser transportados en tren hasta la capital austríaca. Además, en ese momento los blindados alemanes no estaban preparados para combatir contra los tanques franceses. En definitiva, esto nos muestra que la “Blitzkrieg”, la guerra relámpago de la Alemania nazi consistió, sobre todo, en crear la idea de una capacidad militar imparable a través de una estrategia miserable.

Es decir, ¿el “blitzkrieg” (guerra relámpago) fue sobre todo una construcción de la propaganda alemana?
El “blitzkrieg” como teoría militar consistente no se construyó hasta después de la campaña en Francia, en 1940. Antes de todo fue un mito, después se construyó la teoría militar. De hecho, la mayoría de las imágenes del Anschluss de las que disponen ahora los documentalistas son imágenes difundidas por el mismo Ministerio de la Propaganda nazi, dirigido por Josep Goebels. Estas nos muestran un ejército muy disciplinado, motorizado y eficaz. Algo que no se correspondía con la realidad, como lo demuestra el episodio de las averías en los tanques nazis nada más cruzar la frontera con Austria. El “blitzkrieg” fue, sobre todo, un mito que fracasó durante buena parte de la Segunda Guerra Mundial, especialmente durante la campaña en Rusia.

La mayoría de sus novelas tratan sobre hechos y personajes históricos.
Me intereso por la historia porque me resulta muy complicado hablar sobre el presente. El mundo en el que vivimos me parece ambiguo y disperso; la situación actual resulta muy confusa. Ninguno de nosotros podrá decir qué sucederá en el futuro. Es un futuro inquietante aunque, aparentemente, nada cambia.

En su trabajo sobre el pasado y la historia, vemos una cierta similitud con lo que reivindicaba el escritor alemán Walter Benjamin de “pasarle a la historia el cepillo a contrapelo”. ¿Le parece una comparación pertinente?
Benjamin murió demasiado joven, la mayoría de sus obras están incompletas, solo contienen fragmentos. Esto favorece que siempre haya ambigüedades. Pero uno de los aspectos que me parece más interesante en Benjamin es la manera en la que establece una relación entre el pasado y el presente. De forma poética, nos transmite que en el pasado siempre hay fragmentos que están a la espera de nuestra interpretación. Miramos cada momento histórico en función de nuestra época. El pasado no está muerto, se reconfigura constantemente. En Benjamin hay una forma de marxismo histórico, pero más flexible, líquido.

Pero a diferencia de lo que solía hacer la historiografía social, usted prefiere hablar sobre las élites políticas y económicas. ¿Por qué?
Creo que ha habido dos etapas tanto en la literatura como en la historia a lo largo del siglo XX y a principios del XXI. La primera de ellas empieza con la Primera Guerra Mundial, en la que los pueblos europeos, sobre todo los franceses y alemanes, fueron abandonados en las trincheras europeas durante cuatro años. El segundo gran hecho histórico fue la revolución bolchevique, que generó una gran inquietud entre las élites. Estas experiencias tuvieron una gran influencia en la literatura europea: Erich Maria Remarque, en Alemania o con Louis-Ferdinand Céline o Jean Giono, en Francia.

Entonces, se enterró definitivamente el mito de la guerra y la literatura se dedicó a contar el sufrimiento de soldados anónimos. Las ciencias humanas también siguieron este camino, con la escuela de los Anales de Marc Bloch y Lucien Febvre. El objetivo no era hablar de las élites, sino explicar el sufrimiento de los campesinos, de los obreros… Pero el problema de esto es que se dejó de lado a aquellos que toman las decisiones que afectan a nuestras vidas. Así que ahora debemos interesarnos de nuevo por las élites. Para ello hace falta construir nuevos estilos literarios. Yo apuesto por una forma de relato no lineal en el que se hable de las élites, pero también de los que sufren.

En el último capítulo de El orden del día, asegura que “nunca caemos dos veces en el mismo abismo, pero siempre caemos de la misma forma con una mezcla de ridículo y horror”. ¿Le preocupa el auge de la extrema derecha en Europa?
Creo que estamos en una situación de gran ambigüedad e incertidumbre. Europa se construyó con promesas de paz y de unión, de eficacia económica y de democracia. Pero en el mundo actual la eficacia económica no necesita para nada la democracia, así lo refleja perfectamente el caso de China. Esto hace que los liberales sean menos liberales y prioricen la eficacia en lugar de la libertad. Por ejemplo, con el caso del nuevo Gobierno italiano, lo que preocupaba a la Unión Europa no era que se eligiera a un neofascista como ministro del Interior (Matteo Salvini), sino a un ministro de Finanzas (Paolo Savona) crítico con el euro. Esto nos muestra claramente que lo que importa a las élites es la relación entre las finanzas y la UE. En cambio, el auge de la extrema derecha y el autoritarismo no les preocupa demasiado.

Su novela 14 juillet, en la que describe la toma de la Bastilla en el verano de 1789, fue publicada en la primavera de 2016, al mismo tiempo que surgió el movimiento de indignación Nuit Debout en Francia. ¿Influyeron el movimiento de los indignados, las primaveras árabes y otros semejantes en la escritura de este libro?
Quería escribir sobre una insurrección popular. Pero la mayoría de las revueltas que escogía habían fracasado tras ser reprimidas. Escribir sobre ello hubiera resultado reaccionario. Aunque se trate de hechos incomparables, con los movimientos de indignados y con la Nuit Debout teníamos sentimientos parecidos a los de la Revolución Francesa. Resurgía el sentimiento colectivo, de volver a hablar entre nosotros en asambleas populares. Me pareció que el 14 de julio era la fecha más indicada, ya que no solo se trata de una insurrección victoriosa, sino que ahora se ve como una fiesta nacional. Quise recuperar el 14 de julio desde el punto de visto del pueblo. Deconstruir la toma de la Bastilla petrificada en fiesta nacional y mostrarla como una insurrección popular, en la que las clases populares tuvieron un rol fundamental.

Curiosamente, nació en Lyon en mayo de 1968. ¿Qué ha representado para usted el Mayo del 68?
Mi padre participó en él y, durante mi juventud, esta experiencia siempre estuvo presente durante las conversaciones con amigos mayores que habían participado en las movilizaciones. La visión que no respaldo de Mayo del 68 es que fue un movimiento únicamente a favor de la liberación sexual y de las costumbres. Simpatizo bastante más con el 68 político. Esa revuelta fue la última vez en que fructificó una esperanza colectiva. Este sentimiento fue compartido por una parte muy significativa de la población francesa, desde los estudiantes hasta los obreros. Esto no es un hecho menor. Hay una frase que me apasiona de la obra de Jean-Paul Sartre L’Espoir Maintenant. En ella dice: “Nunca he considerado la esperanza como una ilusión lírica”.

Fuente:
http://ctxt.es/es/20180912/Culturas/21684/nazismo-eric-vuillard-francia-segunda-guerra-elites-economicas-capitalismo-enric-bonet.htm

Éric Vuillard: “Recurrir a la ficción puede ser engañoso”  Goncourt premia una novela sobre el ascenso de  Los cocineros del Infierno, MANUEL RIVAS. Se trata de El orden del día, de Éric Vuillard “Recurrir a la ficción puede ser engañoso”.
 El escritor francés publica 'El orden del día', crónica impresionista del ascenso de Hitler al poder, con la que se llevó el Premio Goncourt.