_- Por Yorgos Mitralias |
21/02/2020 | EE.UU.
Fuentes: Rebelión
Ahora que incluso los más escépticos e incrédulos parecen comenzar a ser -por fin- conscientes de que Bernie Sanders es un candidato muy serio a la presidencia de los Estados Unidos es tiempo de interesarse un poco en lo que hace que el contenido de su candidatura sea inédito, histórico y revolucionario, en el propio sentido del término. En suma, en lo que hace que sus adversarios de todo pelaje, de Trump al establishment democrático y a los grandes capitalistas que gobiernan el mundo tengan tanto miedo de este Bernie que sube como una flecha y hagan todo lo posible por “neutralizarle”…
Entonces, ¿toda esta buena gente de qué tiene miedo? La respuesta no es demasiado difícil: ¡Tienen miedo sobre todo no al programa de Bernie Sanders, sino al enorme movimiento popular que este mismo Bernie ha lanzado en noviembre de 2018 y que está aún construyéndose! ¡Un movimiento popular que no tiene precedentes en la historia de EEUU ni por sus dimensiones ni por su radicalidad y la determinación de sus jóvenes militantes de enfrentarse a este sistema y sus representantes políticos! Como bien ha dicho recientemente Noam Chomsky: “Aún más amenazante que las proposiciones de Sanders de llevar a buen puerto políticas del tipo New Deal, yo creo que es que él inspira un movimiento popular comprometido decididamente en la acción política y el activismo directo para cambiar el orden social -un movimiento del pueblo, sobre todo de los jóvenes, que no han interiorizado aún las normas de la democracia liberal: Que son “extranjeros ignorantes y molestos” que deben ser “espectadores, no participantes activos”, autorizados a pulsar una palanca cada cuatro años pero que deben volver justo después ante su pantalla de televisión y sus videojuegos mientras que la “gente responsable” se ocupa de las cosas serias”. (1)
Está claro que la razón profunda del miedo o incluso el terror que inspiran a los de arriba esos millones de jóvenes activistas es que ¡ellos y ellas transforman en fuerza bien material las ideas consideradas “peligrosas” y actuando así, imponen una nueva correlación de fuerzas a nivel tanto social como político! Lo que tiene muchas consecuencias, como la de asegurar la continuidad del movimiento popular de masas y hacer menos eficaces, si no inoperantes, las políticas de represión y propaganda del poder. ¿Por qué? Pues porque es suficiente una bala para eliminar a una persona -como por ejemplo Bernie Sanders- cuando se vuelve demasiado peligrosa, pero hace falta mucho más para combatir y eliminar un movimiento popular radical y de masas que quiere “cambiar la vida y el mundo”…
Evidentemente, lejos de nosotros la idea de subestimar la importancia (capital) del programa de Bernie Sanders, porque es ese programa -así como su ejemplo personal- lo que ha inspirado y movilizado a esos millones de jóvenes y de menos jóvenes. En efecto, las propuestas, los posicionamientos y las reivindicaciones que contiene su programa cubren todos los dominios de la actividad humana, proponen respuestas y soluciones a los graves problemas existenciales que afronta tanto la sociedad norteamericana como la humanidad, todo ello tendiendo un puente entre la satisfacción de las necesidades inmediatas de la gran mayoría de la población y la visión de un mundo radicalmente diferente.
Entonces, ¿se trata de un programa “revolucionario” o de un conjunto de reivindicaciones y de medidas “burguesas” que darán de Bernie Sanders un político prácticamente “como los demás”? A primera vista, ninguna de las medidas y políticas estrella del programa de Bernie Sanders, como por ejemplo “seguro médico para todos”, “educación gratuita para todos” o incluso la abolición de las cárceles privadas y la anulación total de la deuda estudiantil puede ser calificada como “revolucionaria”. De hecho, muchas de ellas son -con razón- presentadas por el propio Bernie como inspiradas en el precedente histórico del New Deal rooseveltiano del que se reivindica abiertamente. Pero ¿qué había de “revolucionario” en la voz de “Pan, Paz y Tierra” de los bolcheviques que inflamó a la población rusa y permitió que estuviera tan motivada como para hacer una revolución como la de octubre en 1917?. En suma, lo que hace que una reivindicación se convierta en revolucionaria no es tanto sus cualidades intrínsecas sino más bien la dinámica social y política que libera y desarrolla en un contexto y un momento histórico determinados. Y está claro que el programa de reivindicaciones transitorias de Bernie Sanders está desarrollando actualmente tal dinámica subversiva (2).
¿La prueba? Pues viene dada por las reacciones de unos y otros. Es decir, de los de abajo y de los de arriba que lo interpretan, cada uno a su manera y según sus intereses, como una clara incitación a la revuelta contra el sistema y sus principales fuerzas económicas y políticas. Para los de abajo (asalariados, minoritarios, mujeres, indígenas, migrantes y víctimas de toda opresión) este programa ya se ha convertido en una suerte de inspiración, un arma de combate y también una bandera que ondea alto y fuerte. Y como tal ya ha dado muestras de un éxito sin precedentes. Pero para los otros, es decir, los de arriba (Trump, el establishment demócrata, los grandes medios y sobre todo los grandes intereses capitalistas) es simple y llanamente la peor de las amenazas existenciales, o más bien “la peor pesadilla”, como le gusta repetir públicamente al propio Bernie.
Así que pasa lo que tenía que pasar: Los de arriba declaran una guerra sin tregua a Bernie y al movimiento popular que le apoya. Es lógico y no podía ser de otra manera desde el momento en que Bernie y sus amigos, jóvenes diputados y senadores Alexandria Ocaso-Cortez, Ilhan Omar, Rachida Tlaib y Pramila Jayapal a la cabeza, osan designar públicamente con sus nombres a los enemigos (capitalistas) de los que prometen su próximo fin. Esta guerra es -ya- despiadada: Todos los golpes son permitidos día tras día (3), hasta que Bernie sea definitivamente “neutralizado” y su movimiento golpeado. Todos los golpes, incluso los más extremos y los más repugnantes y bárbaros, porque lo que está en juego de esta lucha de clases a muerte es de una talla más que enorme y de dimensiones históricas…
Notas:
1. Entrevista a C.J. Polychroniou: https://truthout.org/articles/noam-chomsky-sanders-threatens-the-establishment-by-inspiring-popular-movements/
Esta entrevista de Noam Chomsky, así como miles de textos, vídeos e imágenes de primera mano procedentes de EEUU sobre todo lo que pasa en la cima pero sobre todo en la base de la sociedad norteamericana, son colgados minuto a minuto en el Facebook «Europeans for Bernie’s Mass Movement» que hemos lanzado hace tres años y medio y que aconsejamos vivamente a los lectores de izquierdas: https://www.facebook.com/EuropeansForBerniesMassMovement/
2. Es como poco lamentable que las izquierdas europeas no lleguen a comprender que lo que pasa en EEUU desde hace cuatro años es de una importancia histórica para la izquierda y el movimiento obrero del mundo entero, y por tanto para ellas mismas también. Sin embargo, tendrían mucho que ganar tejiendo lazos y desarrollando movimientos de solidaridad activa con el movimiento radical de masas norteamericano, ahora que está en el epicentro de un gigantesco enfrentamiento de clases y al final bastante incierto. Y todo esto independientemente de su deber internacionalista, tan descuidado para los tiempos que corren…
3. Una de las últimas manifestaciones de esta guerra cotidiana contra Bernie ha sido ¡la publicación de los resultados de las primarias emblemáticas de Iowa con un retraso de 10 días! Lo que ha permitido al joven pupilo del establishment y del gran capital Pete Buttigieg considerarse como triunfador y a Joe Biden evitar pagar el precio de su resultado humillante mientras que a Bernie le ha impedido aprovechar la ventaja de su victoria, habiendo cosechado muy claramente el voto popular. El hecho de que la sociedad Shadow responsable de este escándalo haya trabajado en 2016 para Hillary Clinton y que actualmente esté empleada y pagada por las campañas de J. Biden y de P. Buttigieg es evidentemente una pura coincidencia…
Traduccion: Fátima Martín
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domingo, 23 de febrero de 2020
_- Cuando Bernie Sanders y su movimiento de masas se convierten en la «peor pesadilla» de quienes gobiernan el mundo
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viernes, 10 de noviembre de 2017
La izquierda y el derecho de autodeterminación. Hoy, en ausencia de colonialismo y dentro de un país de la Unión Europea, el derecho a la autodeterminación es una reivindicación reaccionaria, incluso involucionista, impropia de partidos o sindicatos progresistas
“El nacionalismo de los de arriba sirve a los de arriba. El nacionalismo de los de abajo sirve también a los de arriba. El nacionalismo cuando los pobres lo llevan dentro, no mejora, es un absurdo total”. Bertold Brecht
Desde el principio se sabía que el famoso “derecho a decidir” era un hábil eufemismo con el fin de enmascarar el inexistente, en condiciones de países democráticos, derecho de autodeterminación de “los pueblos”. Este derecho tiene una larga historia que merece algunas reflexiones.
Es conocido que la socialdemocracia internacional reconoció este derecho ya en 1896, en un Congreso celebrado en Londres, en el sentido de que se trataba de un derecho político a la independencia o secesión de la nación o imperio opresores. Este criterio lo adoptaron casi todos los partidos pertenecientes a la 2ª Internacional, incluyendo el Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia, del que emanaría el partido bolchevique de Lenin.
Con el triunfo de la revolución de 1917 —de la que se conmemoran los 100 años—, la libre autodeterminación y la posibilidad de formar un Estado separado se recogió en la declaración de Derechos de los Pueblos de Rusia y, después, en la Constitución de 1924. No obstante, esta posición no fue nada pacífica en los debates de la época. Mientras Lenin, Trotsky, Kautsky y otros defendieron con ardor la consigna autodeterminista, otros como Rosa Luxemburgo, Bujarin y los llamados bolcheviques de izquierda se opusieron con igual empeño. Los primeros, argumentaban que el nacionalismo era una fuerza revolucionaria en la época de las colonias y de los imperios, “cárceles de pueblos”, mientras que los segundos sostenían que en la era de los imperialismos modernos era una antigualla defender las fronteras nacionales y, sobre todo, que el nacionalismo había estado en el origen de la espantosa guerra del 14, cuando incluso una parte de la izquierda había votado los créditos de guerra, costándole la vida al socialista francés Jean Jaurès al oponerse a ellos.
Prevalecieron entonces las tesis de Lenin y de otros dirigentes de la izquierda, pues era cierto que la libre determinación tenía sentido en el proceso de descolonización e, igualmente, la independencia de naciones sojuzgadas por los imperios que fueron derrotados en aquella carnicería: el austro-húngaro; el de los zares; el otomano y el del káiser Guillermo. Quedaron en pie el británico y el francés que durarían unos años. En el fondo, las teorías de Luxemburgo y Bujarin se compadecían más con las de Marx, que en su análisis del desarrollo del capitalismo veía más conveniente para la causa de los trabajadores la federación de las naciones con el fin de lograr entidades políticas más fuertes.
Cuando concluyó la Gran Guerra llegó a París el presidente Wilson con sus no menos famosos 14 puntos, entre ellos el derecho de autodeterminación, sobre todo de las naciones que conformaban el imperio de los Habsburgo. Wilson procedía de la tradición anticolonial de EE UU, no le gustaban los imperios europeos y tampoco le interesaba dejar esa bandera en manos de un bolchevique como Lenin. A París fueron en peregrinación todos los nacionalismos irredentos con la finalidad de que el presidente americano les diera su bendición. Aun así, se cuenta que cuando se trató, también, el caso de Cataluña, el presidente francés Clemenceau se limitó a decir “pas des bêtises” (nada de tonterías) y ahí acabó la discusión. El resultado de todo ello fue que el mapa de Europa quedó cual manta escocesa, surgieron múltiples pequeñas naciones y en especial en los Balcanes, origen de múltiples conflictos.
En la actualidad, las condiciones han cambiado radicalmente y sería trágico que la izquierda no se diera cuenta de lo que eso significa. Comprendo que, a veces, no es fácil entender los vericuetos de la dialéctica de los procesos, pero este es un ejemplo de cómo un derecho progresista o liberador, en una fase histórica, se puede transformar en su contrario en otra etapa diferente. Esta es la razón por la cual Naciones Unidas —donde no sé si abundan los dialécticos— ha concretado su doctrina sobre este tema señalando que debe respetarse la libre determinación sólo en los casos de dominio colonial o en supuestos de opresión, persecución o discriminación, pero en ningún caso para quebrantar la unidad nacional en países democráticos.
En las condiciones creadas por la globalización, con mercados y multinacionales globales, inmersos en la revolución digital, cuando ya no existen situaciones coloniales generalizadas ni imperios “cárceles de pueblos”, el derecho de autodeterminación es una reivindicación reaccionaria, impropia de partidos o sindicatos de izquierda. Todavía más involucionista si cabe en el supuesto de los países pertenecientes a la Unión Europea, inmersa en un proceso de integración cada vez mayor, imprescindible para poder medirse, desde la democracia, con los grandes poderes económicos y tecnológicos. Una transformación de actuales regiones o autonomías en Estados independientes haría inviable el futuro de una unión política europea.
Es verdad que durante el periodo de los movimientos anticoloniales, véase la posición contra la guerra de África del PSOE de Iglesias, o durante la última dictadura franquista, la reivindicación de la libre autodeterminación tenía un sentido y así se recogía en los programas de los partidos y sindicatos de izquierda españoles; eso sí, siempre en aquel contexto y supeditado a la unidad de los trabajadores. Pero en condiciones de democracia, en la mundialización y la construcción europea no hay nada más contrario a los intereses de los trabajadores que romper un país. Ese acto profundamente insolidario —en especial cuando los que quieren romper son de los más ricos— divide a los sindicatos; quiebra la caja única de la Seguridad Social, garantía de las pensiones; parte la unidad de los convenios colectivos y el sistema de relaciones laborales, en un espacio de mercado único que, de quebrarse, dejaría a la intemperie a trabajadores y empresas.
En consecuencia, los partidos y sindicatos de izquierda deberían revisar esta cuestión, superar viejas inercias y concluir que en las condiciones actuales lo que antaño era progresista hogaño es retrógrado y antisocial, propio de fuerzas nacionalistas radicales y/o populistas que no tienen nada que ver con los intereses de las mayorías sociales.
Nicolás Sartorius es vicepresidente ejecutivo de la Fundación Alternativas.
https://elpais.com/elpais/2017/10/23/opinion/1508760641_669330.html
Desde el principio se sabía que el famoso “derecho a decidir” era un hábil eufemismo con el fin de enmascarar el inexistente, en condiciones de países democráticos, derecho de autodeterminación de “los pueblos”. Este derecho tiene una larga historia que merece algunas reflexiones.
Es conocido que la socialdemocracia internacional reconoció este derecho ya en 1896, en un Congreso celebrado en Londres, en el sentido de que se trataba de un derecho político a la independencia o secesión de la nación o imperio opresores. Este criterio lo adoptaron casi todos los partidos pertenecientes a la 2ª Internacional, incluyendo el Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia, del que emanaría el partido bolchevique de Lenin.
Con el triunfo de la revolución de 1917 —de la que se conmemoran los 100 años—, la libre autodeterminación y la posibilidad de formar un Estado separado se recogió en la declaración de Derechos de los Pueblos de Rusia y, después, en la Constitución de 1924. No obstante, esta posición no fue nada pacífica en los debates de la época. Mientras Lenin, Trotsky, Kautsky y otros defendieron con ardor la consigna autodeterminista, otros como Rosa Luxemburgo, Bujarin y los llamados bolcheviques de izquierda se opusieron con igual empeño. Los primeros, argumentaban que el nacionalismo era una fuerza revolucionaria en la época de las colonias y de los imperios, “cárceles de pueblos”, mientras que los segundos sostenían que en la era de los imperialismos modernos era una antigualla defender las fronteras nacionales y, sobre todo, que el nacionalismo había estado en el origen de la espantosa guerra del 14, cuando incluso una parte de la izquierda había votado los créditos de guerra, costándole la vida al socialista francés Jean Jaurès al oponerse a ellos.
Prevalecieron entonces las tesis de Lenin y de otros dirigentes de la izquierda, pues era cierto que la libre determinación tenía sentido en el proceso de descolonización e, igualmente, la independencia de naciones sojuzgadas por los imperios que fueron derrotados en aquella carnicería: el austro-húngaro; el de los zares; el otomano y el del káiser Guillermo. Quedaron en pie el británico y el francés que durarían unos años. En el fondo, las teorías de Luxemburgo y Bujarin se compadecían más con las de Marx, que en su análisis del desarrollo del capitalismo veía más conveniente para la causa de los trabajadores la federación de las naciones con el fin de lograr entidades políticas más fuertes.
Cuando concluyó la Gran Guerra llegó a París el presidente Wilson con sus no menos famosos 14 puntos, entre ellos el derecho de autodeterminación, sobre todo de las naciones que conformaban el imperio de los Habsburgo. Wilson procedía de la tradición anticolonial de EE UU, no le gustaban los imperios europeos y tampoco le interesaba dejar esa bandera en manos de un bolchevique como Lenin. A París fueron en peregrinación todos los nacionalismos irredentos con la finalidad de que el presidente americano les diera su bendición. Aun así, se cuenta que cuando se trató, también, el caso de Cataluña, el presidente francés Clemenceau se limitó a decir “pas des bêtises” (nada de tonterías) y ahí acabó la discusión. El resultado de todo ello fue que el mapa de Europa quedó cual manta escocesa, surgieron múltiples pequeñas naciones y en especial en los Balcanes, origen de múltiples conflictos.
En la actualidad, las condiciones han cambiado radicalmente y sería trágico que la izquierda no se diera cuenta de lo que eso significa. Comprendo que, a veces, no es fácil entender los vericuetos de la dialéctica de los procesos, pero este es un ejemplo de cómo un derecho progresista o liberador, en una fase histórica, se puede transformar en su contrario en otra etapa diferente. Esta es la razón por la cual Naciones Unidas —donde no sé si abundan los dialécticos— ha concretado su doctrina sobre este tema señalando que debe respetarse la libre determinación sólo en los casos de dominio colonial o en supuestos de opresión, persecución o discriminación, pero en ningún caso para quebrantar la unidad nacional en países democráticos.
En las condiciones creadas por la globalización, con mercados y multinacionales globales, inmersos en la revolución digital, cuando ya no existen situaciones coloniales generalizadas ni imperios “cárceles de pueblos”, el derecho de autodeterminación es una reivindicación reaccionaria, impropia de partidos o sindicatos de izquierda. Todavía más involucionista si cabe en el supuesto de los países pertenecientes a la Unión Europea, inmersa en un proceso de integración cada vez mayor, imprescindible para poder medirse, desde la democracia, con los grandes poderes económicos y tecnológicos. Una transformación de actuales regiones o autonomías en Estados independientes haría inviable el futuro de una unión política europea.
Es verdad que durante el periodo de los movimientos anticoloniales, véase la posición contra la guerra de África del PSOE de Iglesias, o durante la última dictadura franquista, la reivindicación de la libre autodeterminación tenía un sentido y así se recogía en los programas de los partidos y sindicatos de izquierda españoles; eso sí, siempre en aquel contexto y supeditado a la unidad de los trabajadores. Pero en condiciones de democracia, en la mundialización y la construcción europea no hay nada más contrario a los intereses de los trabajadores que romper un país. Ese acto profundamente insolidario —en especial cuando los que quieren romper son de los más ricos— divide a los sindicatos; quiebra la caja única de la Seguridad Social, garantía de las pensiones; parte la unidad de los convenios colectivos y el sistema de relaciones laborales, en un espacio de mercado único que, de quebrarse, dejaría a la intemperie a trabajadores y empresas.
En consecuencia, los partidos y sindicatos de izquierda deberían revisar esta cuestión, superar viejas inercias y concluir que en las condiciones actuales lo que antaño era progresista hogaño es retrógrado y antisocial, propio de fuerzas nacionalistas radicales y/o populistas que no tienen nada que ver con los intereses de las mayorías sociales.
Nicolás Sartorius es vicepresidente ejecutivo de la Fundación Alternativas.
https://elpais.com/elpais/2017/10/23/opinion/1508760641_669330.html
sábado, 13 de mayo de 2017
_--El malismo
_--Ser del montón no es tan difícil, basta con dejarse llevar por la nomenclatura en uso. ¡Pero mira cómo beben los peces en el río!
JUAN JOSÉ MILLÁSSi usted desea formar parte de cualquiera de las corrientes de pensamiento dominantes y pasar unas Navidades tranquilas, finja que no se ha preguntado todavía quién facilitó las bombas y los Kaláshnikov a los yihadistas de la masacre de París. Haga como que no sabe que los ministros de Defensa de este lado venden al otro las armas con las que luego nos liquidan. Aparente que ignora también de dónde le llega la financiación al terrorismo, no sea que aparezca en la conversación algún país amigo, de los que nos regalan automóviles deportivos que se mueren de risa en el garaje patrio porque consumen mucho y no hay forma de revenderlos. Olvídese de lo que ha leído en los papeles de Wikileaks o en los libros de la historia reciente, y que pone al descubierto las conexiones entre el bien y el mal. Apúntese, como el portavoz del PP, al pensamiento débil y hable de los malos, sin matices, de manera que nadie le pueda acusar de buenismo retrógrado.
Ha llegado la hora del malismo progresista. Sea usted malo para pasar inadvertido en la cena de Nochebuena. Cuando salga a la conversación la guerra de Irak para señalar las diferencias entre lo de entonces y lo de ahora, no se le ocurra insinuar que los bombardeos sobre Bagdad fueron un acto de terrorismo puro y duro, cuyos responsables gozan de libertad y se forran dando conferencias magistrales sobre la paz. No nombre la palabra “crimen”, diga que aquello fue un “error”. La diferencia entre crimen y error, aunque la cantidad de muertos entre la población civil sea la misma, resulta productiva desde el punto de vista intelectual y afectivo. Ser del montón no es tan difícil, basta con dejarse llevar por la nomenclatura en uso. ¡Pero mira cómo beben los peces en el río!
http://elpais.com/elpais/2015/11/26/opinion/1448556400_048704.html
martes, 27 de octubre de 2015
Tras diez años de gobierno de derecha, ganó Justin Trudeau en Canadá. Conservadores en retirada
The Independent
El voto de castigo que favoreció al hijo del fundador del partido liberal expresó el malestar por la recesión, la participación canadiense en los bombardeos al Estado Islámico y la falta de sensibilidad ante la crisis migratoria.
El recién electo gobierno liberal en Canadá espera sacar al país de su misión de combate contra el Estado Islámico (EI) y dar la bienvenida a otros 25.000 refugiados sirios, después de casi una década de gobierno conservador. Justin Trudeau, hijo del ex premier canadiense Pierre Trudeau, condujo al Partido Liberal de su padre de vuelta al poder el lunes con una inesperada victoria. El conservador primer ministro Stephen Harper, culpado por una economía estancada y las controvertidas políticas sobre inmigración y terrorismo, fue barrido por los liberales, que se hicieron de una clara mayoría: 184 de los 338 escaños de la Cámara de los Comunes de Ottawa.
Trudeau, un fotogénico hombre de 43 años, cuyo padre fue primer ministro durante más de 15 años entre 1968 y 1984, a veces es actor y fue maestro de escuela. Saltó a la escena pública cuando pronunció el panegírico en el funeral de su padre en el 2000 y ha sido miembro del Parlamento desde 2008.
Dirigiéndose a sus partidarios en Montreal mientras los resultados aparecían el lunes por la noche, Trudeau dijo que su partido había derrotado a la “política negativa y divisoria con una visión positiva que agrupa a los canadienses”, y agregó: “Es hora de un cambio en este país, mis amigos, un cambio real”.
Los liberales han prometido poner fin a la participación de Canadá en la misión liderada por los Estados Unidos contra el EI en Siria e Irak, con Trudeau diciendo que iba a centrarse en los esfuerzos humanitarios. También se ha comprometido a invertir 193 millones de dólares para aceptar a los nuevos refugiados de la región, y a retirar a Canadá del programa de aviones de combate furtivo F-35, una iniciativa compuesta por 12 países, incluyendo a los Estados Unidos y el Reino Unido.
El estilo progresivo de la socialdemocracia de Canadá, de contraste con la política de los Estados Unidos, había dado un giro a la derecha bajo el gobierno de Harper, un neoconservador que redujo los impuestos y tomó un enfoque más agresivo en materia de política exterior que sus predecesores. Su paquete de estímulo ayudó a Canadá para emerger relativamente indemne de la crisis financiera mundial, pero recientemente la economía del país, estrechamente ligada a la caída de los precios del petróleo, se ha contraído. El manejo poco generoso de la crisis de refugiados y el pasaje este año de una polémica ley antiterrorista –que los liberales tienen la intención de modificar– resultó impopular entre muchos canadienses. Los conservadores también fueron acusados de avivar el sentimiento antimusulmán en una disputa en torno de si a las mujeres se les permitiría llevar el niqab cuando tomaran el juramento de ciudadanía.
Harper dimitió como líder después de ver a su partido reducirse de 159 a sólo 99 bancas en la elección del lunes. “Ponemos todo, dimos todo lo que teníamos que dar, y no nos arrepentimos en absoluto”, dijo durante el discurso de concesión de su circunscripción. “El pueblo de Canadá eligió un gobierno liberal, el cual aceptamos sin dudar”. Los liberales, que mantuvieron el poder durante 80 de los 110 años transcurridos entre 1896 y 2006, cuando Harper fue elegido por primera vez, se redujeron en la última elección para convertirse en la tercera mayoría del Parlamento de Ottawa, detrás del izquierdista Nuevo Partido Democrático (NPD).
Elegido como líder liberal en abril de 2013, Trudeau fue una opción popular, pero sus oponentes, los conservadores y el NDP, se referían a él como un político de poco peso que se hizo conocido a costas del nombre de su padre. Como Harper anunció el año pasado la participación de Canadá en ataques aéreos contra EI, Trudeau acusó al entonces primer ministro de “tratar de sacar de repente nuestros CF-18 y mostrarles lo grandes que son”, un comentario que fue considerado como una metedura de pata.
Los ataques de los conservadores, destacando su inexperiencia y pasado como profesor de teatro, resultaron eficaces, permitiendo que el NDP saltara por delante en las encuestas en los primeros días de la campaña electoral de once semanas, la más larga en la historia moderna de Canadá. Sin embargo, Trudeau superó las expectativas en la campaña electoral y la etapa de debate, llevando la oleada liberal desde el estable tercer lugar al primer puesto. El NDP cayó inesperadamente a un distante lugar con sólo 44 escaños.
De esta forma, Trudeau se convierte en el segundo más joven primer ministro y el primer hijo de un ex líder en seguir a su padre en el puesto. Se comprometió a aumentar los impuestos a los ricos y subir el gasto público previendo un déficit para los primeros tres años de su gobierno. El también dijo que va a establecer objetivos nacionales sobre las emisiones de carbono.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12. Traducción: Gustavo Gerrtner.
Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/elmundo/4-284326-2015-10-21.html
El voto de castigo que favoreció al hijo del fundador del partido liberal expresó el malestar por la recesión, la participación canadiense en los bombardeos al Estado Islámico y la falta de sensibilidad ante la crisis migratoria.
El recién electo gobierno liberal en Canadá espera sacar al país de su misión de combate contra el Estado Islámico (EI) y dar la bienvenida a otros 25.000 refugiados sirios, después de casi una década de gobierno conservador. Justin Trudeau, hijo del ex premier canadiense Pierre Trudeau, condujo al Partido Liberal de su padre de vuelta al poder el lunes con una inesperada victoria. El conservador primer ministro Stephen Harper, culpado por una economía estancada y las controvertidas políticas sobre inmigración y terrorismo, fue barrido por los liberales, que se hicieron de una clara mayoría: 184 de los 338 escaños de la Cámara de los Comunes de Ottawa.
Trudeau, un fotogénico hombre de 43 años, cuyo padre fue primer ministro durante más de 15 años entre 1968 y 1984, a veces es actor y fue maestro de escuela. Saltó a la escena pública cuando pronunció el panegírico en el funeral de su padre en el 2000 y ha sido miembro del Parlamento desde 2008.
Dirigiéndose a sus partidarios en Montreal mientras los resultados aparecían el lunes por la noche, Trudeau dijo que su partido había derrotado a la “política negativa y divisoria con una visión positiva que agrupa a los canadienses”, y agregó: “Es hora de un cambio en este país, mis amigos, un cambio real”.
Los liberales han prometido poner fin a la participación de Canadá en la misión liderada por los Estados Unidos contra el EI en Siria e Irak, con Trudeau diciendo que iba a centrarse en los esfuerzos humanitarios. También se ha comprometido a invertir 193 millones de dólares para aceptar a los nuevos refugiados de la región, y a retirar a Canadá del programa de aviones de combate furtivo F-35, una iniciativa compuesta por 12 países, incluyendo a los Estados Unidos y el Reino Unido.
El estilo progresivo de la socialdemocracia de Canadá, de contraste con la política de los Estados Unidos, había dado un giro a la derecha bajo el gobierno de Harper, un neoconservador que redujo los impuestos y tomó un enfoque más agresivo en materia de política exterior que sus predecesores. Su paquete de estímulo ayudó a Canadá para emerger relativamente indemne de la crisis financiera mundial, pero recientemente la economía del país, estrechamente ligada a la caída de los precios del petróleo, se ha contraído. El manejo poco generoso de la crisis de refugiados y el pasaje este año de una polémica ley antiterrorista –que los liberales tienen la intención de modificar– resultó impopular entre muchos canadienses. Los conservadores también fueron acusados de avivar el sentimiento antimusulmán en una disputa en torno de si a las mujeres se les permitiría llevar el niqab cuando tomaran el juramento de ciudadanía.
Harper dimitió como líder después de ver a su partido reducirse de 159 a sólo 99 bancas en la elección del lunes. “Ponemos todo, dimos todo lo que teníamos que dar, y no nos arrepentimos en absoluto”, dijo durante el discurso de concesión de su circunscripción. “El pueblo de Canadá eligió un gobierno liberal, el cual aceptamos sin dudar”. Los liberales, que mantuvieron el poder durante 80 de los 110 años transcurridos entre 1896 y 2006, cuando Harper fue elegido por primera vez, se redujeron en la última elección para convertirse en la tercera mayoría del Parlamento de Ottawa, detrás del izquierdista Nuevo Partido Democrático (NPD).
Elegido como líder liberal en abril de 2013, Trudeau fue una opción popular, pero sus oponentes, los conservadores y el NDP, se referían a él como un político de poco peso que se hizo conocido a costas del nombre de su padre. Como Harper anunció el año pasado la participación de Canadá en ataques aéreos contra EI, Trudeau acusó al entonces primer ministro de “tratar de sacar de repente nuestros CF-18 y mostrarles lo grandes que son”, un comentario que fue considerado como una metedura de pata.
Los ataques de los conservadores, destacando su inexperiencia y pasado como profesor de teatro, resultaron eficaces, permitiendo que el NDP saltara por delante en las encuestas en los primeros días de la campaña electoral de once semanas, la más larga en la historia moderna de Canadá. Sin embargo, Trudeau superó las expectativas en la campaña electoral y la etapa de debate, llevando la oleada liberal desde el estable tercer lugar al primer puesto. El NDP cayó inesperadamente a un distante lugar con sólo 44 escaños.
De esta forma, Trudeau se convierte en el segundo más joven primer ministro y el primer hijo de un ex líder en seguir a su padre en el puesto. Se comprometió a aumentar los impuestos a los ricos y subir el gasto público previendo un déficit para los primeros tres años de su gobierno. El también dijo que va a establecer objetivos nacionales sobre las emisiones de carbono.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12. Traducción: Gustavo Gerrtner.
Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/elmundo/4-284326-2015-10-21.html
domingo, 25 de octubre de 2015
Sanders, ¿es un progresista o un radical?
Mike Davis
Sin Permiso
Inmediatamente después del debate presidencial demócrata de anoche [13 de octubre], Van Jones adelantó dos astutas observaciones: "ganó la clase", como lo hizo también el movimiento “Las Vidas Negras Importan” (Black Lives Matter). En el primer caso, por supuesto, fue gracias a la campaña de Sanders (aunque en realidad fue el ex senador de Virginia Jim Webb quien comenzó la revolución discursiva del debate al comenzar refiriéndose a "la gente trabajadora" en lugar de la "clase media"), mientras que en el segundo caso se trata de un homenaje a los miles que han seguido tan tenazmente en las calles y han interrumpido tan groseramente el mercadeo político habitual.
La pasión airada y la insubordinación juntas pueden tener éxito como si se tratase de la ira del Antiguo Testamento en el caso de nuestro hombre de Vermont. Por primera vez desde la elección de Ronald Reagan, el desplazamiento continuo hacia la derecha de los Republicanos no se ha reflejado en un desplazamiento equivalente y paralelo de los Demócratas para ocupar el espacio vacío.
Sanders - ¿podemos de verdad tener esperanza? - ha trazado una línea en la arena sobre la desigualdad económica, que las personas menores de treinta parecen apoyar abrumadoramente, y que aún pueden restar muchos votantes negros y latinos a las huestes de Hillary.
Y nadie desde Upton Sinclair ha explicado lo que es el "socialismo democrático" de una forma tan de sentido común y convincente: recuperar lo que le "corresponde en justicia" a la clase obrera de la renta nacional. Del mismo modo, su cruzada por una educación pública superior gratuita es una "reivindicación de transición" radical con más eco entre los jóvenes y los adultos jóvenes que cualquier otra propuesta que se haya presentado.
Pero las limitaciones del Sanderismo también son evidentes. La desigualdad económica no se atenúa gracias a las subvenciones públicas a los programas de igualdad de oportunidades en materia económica, una mayor igualdad de oportunidades para los negocios de propiedad familiar, o impuestos más altos. Para los socialistas la cuestión central es siempre la propiedad privada de los grandes medios de producción y la democratización del poder económico.
Aunque Sanders quisiera acabar con los bancos más grandes, no por ello defiende que sean de propiedad pública o que operen como empresas de servicios públicos. Lo mismo sucede con las empresas farmacéuticas. Esta incapacidad para plantear la cuestión de la propiedad fue también el talón de Aquiles del movimiento Occupy, del que Sanders se ha convertido en su candidato nacional.
Si se quiere trazar la genealogía del "1% frente al 99%", hay que remontarse no solo a William Jennings Bryan y el Partido del Pueblo (People’s Party), sino especialmente a los Republicanos Progresistas que apoyaron la breve ofensiva del New Deal contra el poder de las grandes empresas, como el gran George Norris de Nebraska.
Eugene Debs - ver alguno de sus discursos - habló de la desigualdad siempre en el contexto de la propiedad y la toma de decisiones, de expropiar el poder de los plutócratas, no simplemente de subirles los impuestos. Sanders, al igual que los progresistas, quiere romper los monopolios y apoyar a las pequeñas empresas, no democratizarlos y convertirlos en propiedad pública. (Los sindicatos, por cierto, no fueron mencionados ni una sola vez en toda la noche.)
Por lo que se refiere a los asuntos internacionales, Sanders fue francamente una decepción total, como lo demostró su apoyo repetido a "intervenir en Siria sólo como parte de una coalición con los estados árabes." ¿Qué significa eso? Arabia Saudi, las monarquías del Golfo, el régimen militar asesino en Egipto. . . ¿de quién sino está hablando?
Tuvo una oportunidad de oro para apoyar a los kurdos y denunciar la masacre en Turquía, pero al parecer eso queda fuera de los límites de una campaña centrada casi exclusivamente en la justicia económica en Estados Unidos. Del mismo modo, evitó deliberadamente disentir de las provocativas declaraciones de Clinton y Webb sobre la necesidad de hacer frente a Rusia y China.
Sanders es un gran populista económico, pero no un anti-imperialista. Sin embargo, en mi opinión, por ello mismo es más imperativo participar en la campaña de Sanders y criticarla desde dentro, como simpatizantes.
Mike Davis: profesor del Departamento de Pensamiento Creativo en la Universidad de California, Riverside, es miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO. Traducidos recientemente al castellano: su libro sobre la amenaza de la gripe aviar (El monstruo llama a nuestra puerta, trad. María Julia Bertomeu, Ediciones El Viejo Topo, Barcelona, 2006), su libro sobre las Ciudades muertas (trad. Dina Khorasane, Marta Malo de Molina, Tatiana de la O y Mónica Cifuentes Zaro, Editorial Traficantes de sueños, Madrid, 2007) y su libro Los holocaustos de la era victoriana tardía (trad. Aitana Guia i Conca e Ivano Stocco, Ed. Universitat de València, Valencia, 2007). Sus libros más recientes son: In Praise of Barbarians: Essays against Empire (Haymarket Books, 2008) y Buda's Wagon: A Brief History of the Car Bomb (Verso, 2007; traducción castellana de Jordi Mundó en la editorial El Viejo Topo, Barcelona, 2009).
Traducción: G. Buster
Fuente original del artículo en inglés:
https://www.jacobinmag.com/2015/10/hillary-clinton-bernie-democratic-presidential-debate/
Fuente del artículo en castellano: http://www.sinpermiso.info/textos/ee-uu-sanders-es-un-progresista-o-un-radical
Sin Permiso
Inmediatamente después del debate presidencial demócrata de anoche [13 de octubre], Van Jones adelantó dos astutas observaciones: "ganó la clase", como lo hizo también el movimiento “Las Vidas Negras Importan” (Black Lives Matter). En el primer caso, por supuesto, fue gracias a la campaña de Sanders (aunque en realidad fue el ex senador de Virginia Jim Webb quien comenzó la revolución discursiva del debate al comenzar refiriéndose a "la gente trabajadora" en lugar de la "clase media"), mientras que en el segundo caso se trata de un homenaje a los miles que han seguido tan tenazmente en las calles y han interrumpido tan groseramente el mercadeo político habitual.
La pasión airada y la insubordinación juntas pueden tener éxito como si se tratase de la ira del Antiguo Testamento en el caso de nuestro hombre de Vermont. Por primera vez desde la elección de Ronald Reagan, el desplazamiento continuo hacia la derecha de los Republicanos no se ha reflejado en un desplazamiento equivalente y paralelo de los Demócratas para ocupar el espacio vacío.
Sanders - ¿podemos de verdad tener esperanza? - ha trazado una línea en la arena sobre la desigualdad económica, que las personas menores de treinta parecen apoyar abrumadoramente, y que aún pueden restar muchos votantes negros y latinos a las huestes de Hillary.
Y nadie desde Upton Sinclair ha explicado lo que es el "socialismo democrático" de una forma tan de sentido común y convincente: recuperar lo que le "corresponde en justicia" a la clase obrera de la renta nacional. Del mismo modo, su cruzada por una educación pública superior gratuita es una "reivindicación de transición" radical con más eco entre los jóvenes y los adultos jóvenes que cualquier otra propuesta que se haya presentado.
Pero las limitaciones del Sanderismo también son evidentes. La desigualdad económica no se atenúa gracias a las subvenciones públicas a los programas de igualdad de oportunidades en materia económica, una mayor igualdad de oportunidades para los negocios de propiedad familiar, o impuestos más altos. Para los socialistas la cuestión central es siempre la propiedad privada de los grandes medios de producción y la democratización del poder económico.
Aunque Sanders quisiera acabar con los bancos más grandes, no por ello defiende que sean de propiedad pública o que operen como empresas de servicios públicos. Lo mismo sucede con las empresas farmacéuticas. Esta incapacidad para plantear la cuestión de la propiedad fue también el talón de Aquiles del movimiento Occupy, del que Sanders se ha convertido en su candidato nacional.
Si se quiere trazar la genealogía del "1% frente al 99%", hay que remontarse no solo a William Jennings Bryan y el Partido del Pueblo (People’s Party), sino especialmente a los Republicanos Progresistas que apoyaron la breve ofensiva del New Deal contra el poder de las grandes empresas, como el gran George Norris de Nebraska.
Eugene Debs - ver alguno de sus discursos - habló de la desigualdad siempre en el contexto de la propiedad y la toma de decisiones, de expropiar el poder de los plutócratas, no simplemente de subirles los impuestos. Sanders, al igual que los progresistas, quiere romper los monopolios y apoyar a las pequeñas empresas, no democratizarlos y convertirlos en propiedad pública. (Los sindicatos, por cierto, no fueron mencionados ni una sola vez en toda la noche.)
Por lo que se refiere a los asuntos internacionales, Sanders fue francamente una decepción total, como lo demostró su apoyo repetido a "intervenir en Siria sólo como parte de una coalición con los estados árabes." ¿Qué significa eso? Arabia Saudi, las monarquías del Golfo, el régimen militar asesino en Egipto. . . ¿de quién sino está hablando?
Tuvo una oportunidad de oro para apoyar a los kurdos y denunciar la masacre en Turquía, pero al parecer eso queda fuera de los límites de una campaña centrada casi exclusivamente en la justicia económica en Estados Unidos. Del mismo modo, evitó deliberadamente disentir de las provocativas declaraciones de Clinton y Webb sobre la necesidad de hacer frente a Rusia y China.
Sanders es un gran populista económico, pero no un anti-imperialista. Sin embargo, en mi opinión, por ello mismo es más imperativo participar en la campaña de Sanders y criticarla desde dentro, como simpatizantes.
Mike Davis: profesor del Departamento de Pensamiento Creativo en la Universidad de California, Riverside, es miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO. Traducidos recientemente al castellano: su libro sobre la amenaza de la gripe aviar (El monstruo llama a nuestra puerta, trad. María Julia Bertomeu, Ediciones El Viejo Topo, Barcelona, 2006), su libro sobre las Ciudades muertas (trad. Dina Khorasane, Marta Malo de Molina, Tatiana de la O y Mónica Cifuentes Zaro, Editorial Traficantes de sueños, Madrid, 2007) y su libro Los holocaustos de la era victoriana tardía (trad. Aitana Guia i Conca e Ivano Stocco, Ed. Universitat de València, Valencia, 2007). Sus libros más recientes son: In Praise of Barbarians: Essays against Empire (Haymarket Books, 2008) y Buda's Wagon: A Brief History of the Car Bomb (Verso, 2007; traducción castellana de Jordi Mundó en la editorial El Viejo Topo, Barcelona, 2009).
Traducción: G. Buster
Fuente original del artículo en inglés:
https://www.jacobinmag.com/2015/10/hillary-clinton-bernie-democratic-presidential-debate/
Fuente del artículo en castellano: http://www.sinpermiso.info/textos/ee-uu-sanders-es-un-progresista-o-un-radical
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