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sábado, 12 de agosto de 2023

8 frases de disciplina positiva para educar a tus hijos

Frases disciplina positiva

Frases de disciplina positiva. ¿Qué son? ¿Para qué sirven?

Pues verás. Lo primero que debes saber es que las frases que repetimos a los niños una y otra vez durante la infancia se quedan grabadas en su cerebro como circuitos que se activan una y otra vez durante su adolescencia y su vida adulta. Por decirlo de otra manera; la forma en la que hablas a tus hijos se acaba transformando en su voz interior.

Es posible que tu tengas grabadas frases que escuchaste de pequeña y que te repites una y otra vez como por ejemplo: “Eres un desastre”, “No seas pesada”, “Hazlo bien”, “Lo puedes hacer mejor” o “No puedo más”. La verdad es que todos tenemos frases grabadas en nuestra mente. Y aunque es inevitable tenerlas lo que sí podemos hacer es aprovechar esa tendencia natural de nuestro cerebro a repetir las frases que escuchamos en nuestra infancia para dejar mensajes que en lugar de exigir, preocupar, minusvalorar o poner presión sobre nuestros hijos les den fuerza y libertad.

Por eso, precisamente desde la educación y disciplina positiva buscamos utilizar frases que tengan un impacto positivo en el desarrollo del niño.

Puede ser difícil

Utilizar frases positivas para educar a nuestros hijos puede ser difícil porque en muchos casos la educación que hemos recibido no nos ofrece soluciones positivas. De alguna manera nuestro cerebro ha sido programado de una forma “negativa” con frases parecidas a las que acabas de leer.

Y es precisamente esa forma en la que nosotros hemos sido educados la que hace que nosotros mismos tengamos dificultades como:

Baja autoestima
Poca seguridad a la hora de educar
Tendencia a sentir culpa o vergüenza
Enfado o resentimiento hacia los demás
No tener claridad sobre cómo debemos actuar con nuestros hijos

Por eso, es tan frecuente que, en muchas situaciones nuestro primer impulso a la hora de educar a nuestros hijos sea un impulso negativo. Un impulso que nos invita a “regañar”, “culpar”, “hacer sentir mal” , gritar, amenazar o castigar.

Hay otra manera de actuar

La buena noticia es que hay otra manera de educar. La disciplina positiva ofrece herramientas para transformar un estilo de educación autoritario, basado en el miedo del niño hacia los adultos, a un estilo de educación centrado en la comprensión y el respeto mutuo sin olvidar dos cosas muy importantes. La primera es que los padres tenemos la responsabilidad de educar a nuestros hijos y, en algunos momentos tenemos que decir “no”. La segunda es que los niños se merecen todo nuestro respeto y cuidado y, por ese motivo, debemos ser capaces de decir “no” de una forma positiva que no dañe su autoestima.

Por eso en este post te he querido traer 10 frases de disciplina positiva que te pueden ayudar a hacerte una idea de cómo se educa en positivo. Es importante que entiendas que estas frases reflejan los valores de la disciplina positiva pero que, en la mayoría de los casos es esencial que los padres se formen para desarrollar un estilo de educación positiva.

La formación permite a los padres entender realmente los principios de la disciplina positiva y les ayuda a aprender realmente estrategias y técnicas que les ayuden. Recuerda que la formación lleva unas pocas horas de tu tiempo y se queda contigo para siempre.

Frases para que haga sus tareas

Es frecuente que los niños pequeños olviden sus tareas. La manera más rápida de ayudar a un niño a cumplir con sus tareas es desarrollar rutinas, como explico en este otro post sobre tabla de rutinas disciplina positiva.

Sin embargo, es importante complementar este enfoque basado en rutinas con frases de disciplina positiva que le van a ayudar a darse cuenta de lo que tiene que hacer sin regañar o recriminar.

Por ejemplo:
Si no se está acordando o no le apetece hacer los deberes de la escuela…

Podemos utilizar una frase negativa como:

“¡Llevo media hora esperando a que empieces tus tareas!” o “¡Sólo te interesa jugar al fútbol!”

O elegir frases de disciplina positiva como:

– “¿Cómo crees que te vas a sentir cuando mañana en clase tu profesora te pida tus tareas y no las tienes hechas?”

– “Pues creo que me sentiría mal, mamá”

– “¿Y qué crees que puedes hacer ahora para no sentirte mal mañana?”

Ahora imagina que una tarde Diego no se está acordando de recoger sus juguetes antes de ir a la bañera.

Puedes decirle una frase que le haga sentir vergüenza como por ejemplo:

“Siempre te olvidas de recoger tus juguetes”

O utilizar una frase de disciplina positiva que le ayude a prestar atención:

– “Diego ¿Te has fijado que tus dinosaurios están todos por el suelo?”

– “¡Ay, no! Voy a recogerlos, mamá!!”

Frases para mejorar su autoestima

La autoestima debería ser la primera preocupación de todos los que somos padres. ¿Sabías que la educación en positivo ayuda a los niños a crecer con una mejor autoestima?

De hecho, esa es una de las razones por las que cada día miles de padres se interesan por la educación en positivo. Veamos otro ejemplo.

Imagina que tu hija pequeña está saltando bien a la comba.

Puedes darle un comentario positivo que puede ayudarle a sentirse bien, pero también le hará buscar la aprobación de los demás como:

“¡Qué bien saltas!”

O elegir una frase de disciplina positiva que le ayuda a darse valor por si misma como:

“¿Cómo crees que lo estás haciendo?”

Por ejemplo si tu hijo ha decidido meterse en la bañera sin que le tengas que perseguir por toda la casa..

Puedes elegir un comentario clásico (aunque algo recriminatorio) como:

“Muy bien. Así me gusta…no como los otros días”

O una frase de disciplina positiva que le ayudará a entender el valor de cuidar a otras personas:

“Me he sentido muy bien de que hayas venido tan pronto. ¡Hoy el baño contigo ha sido muy fácil y divertido!”

Frases para mejorar su confianza

La confianza es la capacidad del niño para sentirse seguro con sus decisiones y su forma de actuar y, al igual que ocurre con la autoestima es algo en lo que los padres podemos influir mucho.

Imagina que tu hija Lucía ha recogido su plato después de cenar sin que nadie le dijera nada:

Puedes decirle una frase sin contenido como:

“Muy bien Lucía”

O utilizar una frase de disciplina positiva dirigida simplemente a describir lo que el niño ha hecho para que se dé crédito por sus acciones:

– “¡He visto que has recogido tu plato, Lucía!”

– “Sí. Es que ya soy mayor!”

Ahora imagina que tu hijo Mateo acaba de pedir perdón a un niño al que le había dado un empujón sin querer:

Puedes decirle una fase de aprobación como:

“Muy bien. Has pedido perdón al otro niño. Así me gusta”

O elegir una frase de disciplina positiva que de valor a su acción:

– “Mateo. Creo que eso que acabas de hacer es muy difícil. No todos los niños saben pedir perdón”

– ¡Ah! Sí. ¡A mi no me cuesta nada!”

Frases para corregirlo sin dañarlo

Todos los padres, todos, hasta los más hippies o despreocupados tenemos que corregir a nuestros hijos varias veces al día. Es simplemente parte del trabajo como padres o madres. Por ese motivo, porque es parte inherente de nuestro trabajo, me gusta decir a los padres que conviene que aprendan a hacerlo de una forma positiva lo antes posible.

Imagina que tu hijo está pegando a su hermano:

Podemos utilizar el estilo clásico que habrían utilizado nuestros padres y decir:

“Pedro. ¡Muy mal! ¡Siempre estás pegando a tu hermano! ¡Me tienes harto”, aunque de esta manera lo que estaréis consiguiendo es que Pedro se sienta culpable y que su mayor temor (sentirse rechazado por sus padres a consecuencia de su hermano pequeño) se confirme.

O elegir una frase positiva que le ayude a buscar alternativas como:

– “Pedro. Quiero hablar contigo. Sé que a veces te enfadas con tu hermano pequeño pero yo no puedo dejar que le pegues porque te tengo que cuidar. Y cuidarte quiere decir que no puedo dejar hacer daño a otros niños. ¿Qué crees tu que puedes hacer la próxima vez que tu hermano te moleste?”

– ¿Puedo avisarte a ti?

– “Sí. Claro. Eso está mucho mejor. Avisar a un adulto siempre es una buena idea cuando tu no sepas resolver un problema por tí mismo”

Ahora imagina que Alejandra ha tirado el vaso de leche por toda la alfombra.

Podemos utilizar una frase clásica y culpabilizadora

“Siempre tiras todo. ¡A ver si te fijas por donde vas!”

O elegir una frase más positiva que le ayude a reflexionar antes de actuar como:

– “Alejandra, se te ha caído la leche en la alfombra. Vamos a coger la bayeta y limpiarla la alfombra pero antes de eso quiero que me respondas una cosa:
¿Qué podríamos haber hecho distinto para que esto no ocurriera?”

– “Podría haberme tomado la leche en la cocina”

– “Si. Porque además es la norma que tenemos en casa para no manchar con comida en otros sitios”

Todos los padres pueden aprender

Como decíamos al principio de este post educar es una tarea dura, pero puede ser mucho más ligera para ti y para tus hijos si educas en positivo. Como puedes ver las herramientas de la disciplina y sobre todo su enfoque centrado en el niño y las necesidades tanto de los padres como de los niños son muy eficaces y positivas para su autoestima y confianza. La realidad es que todos los padres pueden aprender a educar de forma positiva si deciden invertir un poco de su tiempo y dinero en formarse.

De la misma forma que invertimos en ropa, comida de calidad o medicinas para nuestros hijos, afortunadamente cada vez hay más padres y madres que deciden invertir un poco de su tiempo y dinero en aprender una nueva forma de educar. Una forma de educar que hace las cosas fáciles a los padres y ayuda a los niños a aprender de una forma positiva para su confianza y autoestima. Recuerda que la formación de educación y disciplina positiva lleva unas pocas horas de tu tiempo y se queda contigo para siempre.

 ÁLVARO BILBAO 
Soy Álvaro Bilbao, doctor en psicología y neuropsicólogo, pero, sobre todo, padre de 3 niños. Me he formado en el Hospital Johns Hopkins y el Kennedy Krieger Institute. He colaborado con entidades como la OMS y el Chidren Center de Nueva York. Soy también autor del bestseller "El cerebro del niño explicado a los padres" (traducido a 14 idiomas) y del curso online "Educar en positivo".


3 conceptos clave para educar en positivo

miércoles, 12 de mayo de 2021

Peter Brown: “Peor que olvidar la historia es retorcerla para avivar el resentimiento”


Con 36 años demostró en ‘El mundo de la Antigüedad tardía’ que la tesis de la decadencia de Roma era falsa. Para muchos es el mayor historiador vivo en lengua inglesa. Hablamos con él en su casa de Princeton sobre su trayectoria, el abandono de las humanidades y la tendencia política a manipular el pasado para infundir miedo.

La afición a la astronomía que Peter Brown (Dublín, 85 años) desarrolló de niño fue un presagio de la tarea que iba a consagrarle como historiador: el afán de escudriñar en la oscuridad los puntos de luz que definen la Antigüedad tardía (200-700 después de Cristo), ese periodo durante el que se produjo el colapso de Roma, cobraron forma las religiones del libro y el cristianismo fue arraigando en Europa. Un periodo que adquirió carta de naturaleza académica gracias precisamente a sus investigaciones.

La reedición en español de El mundo de la Antigüedad tardía (Taurus), una de sus obras magnas, es una oportunidad para redescubrir no solo esa época erróneamente considerada sombría y sus tentadoras concomitancias con la actualidad, sino para repasar la carrera del profesor emérito de Princeton que antes enseñó en Oxford, su alma mater, hasta 1975, del titán capaz de rebelarse frente a Edward Gibbon: la tesis de la ruptura de este –la exitosa pero poco justificada idea de decadencia y caída del Imperio Romano— tuvo una relectura radical en el concepto de transformación de Brown.

'El mayor historiador vivo en lengua inglesa'. Por Tom Holland
Venerado por generaciones de historiadores, el encuentro en su domicilio de Princeton suscita una ansiedad pertinente. Igual que intentar averiguar qué regalo desea alguien que lo tiene todo, ¿qué cabe preguntar a un erudito, a un sabio de fama internacional? Tal cúmulo de conocimiento impone respeto. Pero la cortesía del profesor, que aguarda la llegada del taxi para acompañar al interior de la vivienda —luminosa y plácida, con torres de libros, porcelanas, miniaturas y cortinas de cretona—, diluye cualquier prevención.

“Las raíces de Europa también están en Oriente Próximo y en el sur del Mediterráneo. Su riqueza es su apertura al mundo”

En el umbral, una mesita auxiliar recubierta por azulejos que reproducen los motivos florales de Iznik, la cerámica de época otomana, hace al visitante valorar su belleza mientras pronuncia el topónimo. “¡Iznik!” y, abracadabra, predispone el diálogo. La primera referencia, gracias a la cerámica, es Turquía, un país que Brown y su esposa, Betsy, conocen muy bien, como parada obligada para quien ha estudiado Bizancio en todas sus formas. Turquía volverá repetidamente a la charla. “¿Qué opina de Erdogan?, ¿Cómo ve la situación del país?”, pregunta luego el profesor en un ejercicio de mayéutica. Betsy recuerda que Peter estudió turco, “ese idioma tan hermoso, con un sonido precioso”, apunta él con delectación. De su vasto don de lenguas hablará, entre divertido y modesto, más tarde. “Ahora estoy aprendiendo etíope”, confiesa sin darle importancia. “Pero no el moderno, el antiguo”.

Para un historiador total como Brown, heredero en aliento de Fernand Braudel y discípulo de Arnaldo Momigliano, ¿qué vigencia tiene un libro escrito hace décadas? “Este libro apareció en 1971. Obviamente, mis inquietudes han cambiado. La razón para dedicarme a lo que ahora llamamos Antigüedad tardía era el deseo de estudiar una sociedad que había conservado sus raíces en el mundo antiguo, con el latín y el griego como lenguas dominantes, pero a la vez había empezado a cambiar. Era el estudio del cambio en una sociedad inusualmente resistente. Solíamos descartar ese periodo por ser un periodo de ruptura total. Todo lo que veíamos de él no nos gustaba”, recuerda de la época que él rehabilitó epistemológicamente.

“Esa fue mi principal motivación: la comprensión de la naturaleza exacta de ciertas crisis, como los cambios en el Gobierno del Imperio Romano en los siglos III y IV. Quería averiguar si habían sido desastrosos o más bien cambios de ajuste de la evolución; un equilibrio entre la continuidad y la discontinuidad, la fragilidad y la resistencia. Un ejemplo: la aparición de nuevos estilos de vida aristocrática en las provincias del Imperio Romano. Debo mucho a la arqueología española, a los grandes mosaicos de villas como Carranque, que conocí entonces. Hallazgos que nos decían: eh, las cosas no se han derrumbado, han cambiado, el foco ya no está en las urbes”, la quintaesencia del mapamundi romano junto con su red viaria desplegada como una tela de araña entre metrópolis.

“Creo que una de las principales inquietudes en el campo de la Antigüedad tardía era socavar la noción fácil de las invasiones bárbaras”, añade. La tentación de ver un trasunto de ese fenómeno en el de la inmigración irregular resulta fácil, tanto para un discurso tan romo como el de los populistas a granel como para ese otro, más alambicado, que propone la perversa teoría del reemplazo. “Si estás constantemente mirando una imagen falsa del pasado, buscando el reflejo de tu propia imagen, solo te llevará por el camino del racismo, del oscurantismo. De la xenofobia. Un buen ejemplo son las invasiones bárbaras. Todo el mundo es consciente de que hay problemas en Europa a causa de la inmigración masiva, pero es un terrible abuso histórico tratar lo uno como una repetición de lo otro”, explica Brown. Además, añade, “el islam yihadista trágicamente protagonista hoy no tiene nada que ver con el del profeta Mahoma, con el islam de hace 300 años, son totalmente diferentes”.

“Julio César mató a millones de personas. Pero ¿rechazamos a Roma por construirse sobre eso? Asumir la parte vergonzosa del pasado es un signo de madurez. Uno no siempre está orgulloso de su abuelo” Su primer libro fue, no obstante, una biografía de san Agustín, el norteafricano al que el erudito descabalgó de la santidad titulando la obra Agustín de Hipona, a secas. “Una figura muy latina, un hombre que representaba un cristianismo inmensamente opresivo. Recuerdo las críticas en español a mi ensayo; cómo los europeos, sobre todo los de origen católico, consideraban a Agustín todavía como parte de su propio mundo”.

Por intercesión intelectual del santo, Brown superó el etnocentrismo —es decir, el eurocentrismo tradicional, el que considera la civilización clásica como única fuente de Occidente— y supo mirar en derredor, otro de sus grandes logros como historiador. “Habría sido muy fácil seguir estudiando solo el cristianismo, pero me encontré con los descubrimientos de la arqueología, aprendí siriaco y hebreo y abrí un área cuya cultura llegaba entonces hasta las ciudades griegas de la costa del Egeo, como Éfeso. Seguían siendo ciudades impresionantes, pero se iban creando otras grandes obras, como Santa Sofía en Estambul”.

Por tanto, prosigue sin abandonar el uso del plural de modestia y con un levísimo tartamudeo ocasional, imperceptible, “vimos que había un mundo ahí fuera y que no se podía escribir sobre él como si debiéramos correr el telón del Imperio Romano; era una vida nueva para el Imperio Romano, incluso el profeta Mahoma y el islam surgieron de esa cultura, no vinieron del espacio exterior. Parte de las raíces de Europa no están solo en Europa. También están en Oriente Próximo y en el sur del Mediterráneo. Parte de la riqueza de la cultura europea es precisamente su apertura al mundo. En Santa Sofía, en los escritos de los Padres del Desierto…”.

Brown es generoso a la hora de resaltar la contribución de sus discípulos. Cita con especial cariño al español Javier Arce, o a Jack Tannous, su heredero en Princeton. Para el académico, toda investigación es una gran inversión: en tiempo, en conocimiento, en lecturas: “Descubrir textos, leer con fluidez lenguas como el árabe y el siriaco, es un trabajo duro, que necesita un apoyo adicional. Necesita apoyo institucional. Necesita profesores. Pero una vez que lo consigues, puede ofrecerte una visión mucho más rica y amplia que las estrechas certezas”. Así que su opinión sobre el desdén con que algunos gobiernos tratan las humanidades resulta más que obvia: “[Los políticos] están más preocupados por los costes de sus decisiones. Estamos tratando con una generación de políticos que durante mucho tiempo han carecido de una educación humanista como la que nosotros tuvimos. No hay nada más trágico que un hombre que ha perdido la memoria”.

Sobre la ordalía de la historia, sometida últimamente al filtro de la ultracorrección política —el derribo de estatuas de colonizadores o esclavistas, por ejemplo, tras episodios de violencia policial contra negros—, Brown —que pasó parte de su niñez en el Sudán colonial, donde su padre era funcionario del Imperio Británico— sostiene: “No asumir la parte vergonzosa del pasado es un rechazo a estar aquí, a ser adulto. Parte de la identificación del adulto es la pertenencia a generaciones anteriores. Y al igual que una familia, que no siempre está orgullosa de su tío o su abuelo… Cualquier persona madura debe asumir a los anteriores miembros de su familia, es un signo de madurez. Una especie de resiliencia. Julio César es un ejemplo. Mató a millones de personas. Y lo horrible es que lo sabemos porque él lo publicó. Ahora bien, ¿rechazamos totalmente el Imperio Romano porque se basó en eso? No, tenemos que aplicar, supongo, lo que ahora llamamos visión binocular para enfocar correctamente”. Ítem más episodios como la esclavitud en la antigua Roma, que permitía el acceso sexual de los hombres a las esclavas, y el parecido sistema vigente en las plantaciones sureñas de la nueva América, recuerda.

A todas las ideas que convoca Brown en la salita donde, en mecedoras enfrentadas, tiene lugar la charla, se les puede sacar punta, incluso hasta el extremo de establecer una línea directa entre la inconsciencia o la incuria de la historia y la ignorancia que subyace a eso que llamamos fake news. “Olvidar es una tragedia. Puede liberar a ciertas personas de los malos recuerdos. Pero creo que el problema son los recuerdos a medias. No es que hayamos prescindido de la memoria histórica, es que hemos disminuido nuestra capacidad de interponernos y criticar las falsas memorias históricas. No se puede decir que estos políticos, el Brexit, Trump, hayan ignorado la historia, simplemente la han tergiversado. Sabemos cómo se ha hecho eso en los países fascistas, en los países nazis, en los países comunistas, hoy en día también en los islámicos. Retorcer la historia es aún peor que olvidarla. Lo peligroso son las medias memorias que utilizan los políticos para avivar el resentimiento y los miedos”.

Viajar amplía la mente; la historia no es solo saber acerca del pasado. Eso es una visión estrecha. Se trata también de conocer un mundo más amplio

También resulta especialmente reveladora acerca de la validez hermenéutica de las humanidades —cómo ayudan a entender el mundo al explicarlo— su experiencia en el Irán prerrevolucionario. “Fui a Irán en 1974 y 1976, poco antes de la revolución islámica [1979]. El Gobierno de EE UU quería averiguar lo que estaba pasando y se puso en contacto con un montón de profesores en Berkeley, pero la mayoría eran especialistas en desarrollo, el gran concepto dominante en los sesenta y setenta, y se ocupaban, por supuesto, del presente. En el santuario de Mashhad tuve una sensación casi de pavor, de que algo muy sombrío y posiblemente terrible iba a suceder. Los otros profesores no percibieron nada tras la fachada de país en desarrollo”. Porque un historiador es un buen periodista, recuerda cómplice, al igual que un buen periodista debe conocer la historia.

El proverbial don de lenguas de Brown —aprendió farsi en Irán; tiene pendiente el armenio— respalda su insistencia en el aprendizaje de “lenguas europeas, no solo latín y griego, muy útiles para la investigación, sino las lenguas europeas, sin cuyo conocimiento la dimensión del mundo [en inglés] es roma y plana. La cultura europea es una cultura multilingüe, y la fuerza de Europa no es su uniformidad, sino su diversidad. Me preocupan los alumnos que no leen de forma natural el francés, el alemán, el italiano y el español, porque deberían hacerlo”.

A un bachiller, ¿Cómo le convencería de que estudie historia? “Con la metáfora del viaje. Si quieres ver las pirámides de Egipto, o conocer Sevilla, ¿por qué no viajas en el tiempo? Viajar amplía la mente; la historia no es solo saber acerca del pasado. Eso es una visión estrecha. Se trata también de conocer un mundo más amplio, ya sea en la actualidad o en el pasado”.

Al terminar la entrevista, y mientras Peter Brown saca el coche para llevar a la periodista a la estación, Betsy Brown muestra con respeto, en la esquina, la casa donde vivió Albert Einstein mientras enseñó en Princeton. La conversación ha terminado minutos antes con una anécdota de Oxford, cuando el profesor dio a sus estudiantes un libro en polaco. “Pero también les di un resumen en francés”, dice como quien recuerda una travesura. Los Brown regalan una visita a vuelapluma por Princeton que es otra lección de historia, del lugar de la batalla de 1777 al estilo gótico de colleges y rectoría. “Woodrow Wilson [28º presidente de EE UU], que fue rector”, cuenta Brown al volante, divertido, “dijo que era más fácil gobernar el país que la universidad”.

El mundo de la Antigüedad tardía. De Marco Aurelio a Mahoma
Peter Brown. Traducción de Antonio Piñero. Taurus

En 1971, con solo 36 años, Peter Brown publicó este libro que, con menos de 300 páginas, se convirtió en uno de los ensayos más influyentes de la segunda mitad del siglo XX. Con una mezcla de erudición y audacia, explica el proceso por el que un mundo mediterráneo homogéneo terminó dividido en tres sociedades altomedievales: la católica, la bizantina y la islámica. Brown demostró que la hollywoodiense “caída del Imperio Romano” no había existido: no hubo decadencia sino metamorfosis. Y alta cultura: en este tiempo se creó la “lengua clásica de la filosofía” a través de la cual el Renacimiento redescubriría a Platón. Tuvo además espacio para demostrar que las “invasiones bárbaras” eran otro anacronismo. No habían sido “razzias destructivas y mucho menos campañas organizadas”, sino una “fiebre del oro” que empujó a la emigración a los habitantes de las regiones más pobres de Europa, que entonces eran las del norte.

Agustín de Hipona
Peter Brown. Traducción de Santiago Tovar, María Tovar y John Oldfield. Acento

Peter Brown publicó todavía más joven, con 32 años, esta biografía de san Agustín (354-430), que sigue siendo el título de referencia sobre el hombre que, según algunos estudiosos, fundó el concepto moderno de voluntad. Como san Jerónimo y Ausonio, forma parte de la tercera edad de oro de la literatura latina en tanto que autor del “primero y uno de los más grandes autorretratos de todos los tiempos”: "Confesiones". Pagano, maniqueo, gnóstico, neoplatónico y, al final, cristiano radical, ilustra perfectamente una de las grandes tendencias de la Antigüedad tardía: el odio a los placeres del cuerpo. No es casual que Michel Foucault, autor de "Historia de la sexualidad", se supiera el libro de Brown “de carrerilla” (según cuenta Didier Eribon, biógrafo del pensador francés). Historiador y filósofo se hicieron amigos en Berkeley y en 1982 Peter Brown dictó cuatro conferencias en el Collège de France que le valieron la invitación a participar con 100 páginas magistrales en el primer volumen de la mítica "Historia de la vida privada", dirigida por Georges Duby y Philippe Ariès.

portada 'El culto a los santos', PETER BROWN. EDICIONES SÍGUEME

El culto a los santos
Peter Brown. Traducción de Francisco Javier Molina de la Torre. Sígueme

“Con la serena confianza de quienes enseñan para aprender” preparó Peter Brown seis conferencias para la Universidad de Chicago en 1978. El resultado, convertido en libro, es un relato fascinante en el que la historiografía limita al norte con la teología y al sur con la literatura fantástica. Tras desmontar el tópico de que, originalmente, las “prácticas religiosas” de las élites tenían poco que ver con las “supersticiones” de las masas, Brown demuestra que ambas compartían una adoración a los mártires a medio camino entre el Rocío y una "rave party". Eliminada la casa familiar romana como centro espiritual en beneficio de la religión pública, asistimos al nacimiento de los cementerios, de los exorcismos y, sobre todo, del “comercio frenético de reliquias”. Aprovechando la red de relaciones del Bajo Imperio, la expansión del cristianismo no fue un milagro sino, en parte, fruto de la “generosidad” de un buen número de donantes.

'Por el ojo de una aguja', Peter Brown. Traducción de Agustina Luengo. Acantilado

Para entender mejor la “construcción” hegemónica del cristianismo en Occidente, Brown siguió durante décadas la pista al dinero. En 2012 publicó 1.200 páginas sobre dos siglos (350-550) que arrancaron con la conversión de Constantino en el año 312 y el posterior “ingreso de los ricos” en las iglesias cristianas para dar pie a una "belle époque" de la Antigüedad que terminó con el saqueo de Roma por los visigodos en el 410. Contra la parábola bíblica del camello, la riqueza entró en el reino de los cielos cuando el altruismo pagano —orientado a la ciudad— se tornó en donaciones a la Iglesia en virtud del “amor a los pobres”.