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miércoles, 24 de julio de 2024

_- Perdonar no siempre es bueno.

An illustration of a hand holding an olive branch. Green leaves are floating off the branch and turning into little birds.
_- Ben Wiseman. Terapeutas, escritores y académicos cuestionan la idea convencional sobre perdonar y alivian la presión para hacerlo. 

Uno de los recuerdos más entrañables de la infancia de Amanda Gregory es un juego al que jugaba con sus dos hermanos. Lo llamaban “la caza de la cucaracha

Consistía en ir corriendo a la cocina por la noche, encender las luces e intentar aplastar las cucarachas con los pies descalzos antes de que los bichos pudieran dispersarse.

Ni su madre ni su padre se molestaban en limpiar, recordó, y dejaban la casa sucia: los suelos estaban llenos de mugre y las alfombras apestaban a orina de gato. Y rara vez hablaban con sus hijos.

Un día ella se lesionó la rodilla y sus padres parecían más molestos que preocupados, contó. Con el tiempo, aprendió a vivir con el dolor. Décadas más tarde, Gregory descubrió que tenía astillas de hueso flotando en la articulación, un problema que requería cirugía.

Cuando era pequeña, nada de esto le parecía raro. Fue mucho más tarde, después de convertirse en terapeuta de trauma en Chicago, cuando Gregory se dio cuenta de hasta qué punto la había afectado la negligencia física y emocional de sus padres. En el curso de su propia terapia, empezó a preguntarse: “¿Necesito perdonar para avanzar más en mi recuperación?”.

Gregory es una de los muchos terapeutas, escritores y académicos que cuestionan la idea convencional de que siempre es mejor perdonar. En el proceso, estos expertos están redefiniendo el perdón, al tiempo que borran la presión para hacerlo.

¿Qué es el perdón?

Normalmente, el perdón se ha entendido como “sustituir la mala voluntad hacia el ofensor por buena voluntad”, afirmó Tyler J. Vander Weele, director del Programa de florecimiento humano del Instituto de Ciencias Sociales Cuantitativas de Harvard.

Algunos académicos, como Robert Enright, han ido un paso más allá, al afirmar que el perdón es la elección de dar bondad a quien no ha sido bueno contigo. Y aunque pueda ser inmerecido, escribió en una ocasión, el perdón puede fomentar “cualidades de compasión, generosidad e incluso amor” hacia quien te ha hecho daño.

“Imagínate decirle eso a un sobreviviente de un trauma”, dijo Gregory. “Es difícil de vender”.

Otros, como Frederic Luskin, investigador y director del Proyecto del perdón de la Universidad de Stanford, ven el perdón como un camino hacia la renuncia a la venganza, el odio o el agravio sin necesidad de sentimientos positivos: los neutros están bien. El objetivo final, dijo, es “estar en paz con tu vida”.

Pero, ¿es cierto, como dijo una vez el premio Nobel de la Paz, el sudafricano Desmond Tutu, que “sin perdón, sin reconciliación, no hay futuro”? ¿Es necesario perdonar para evitar el rencor y el resentimiento?

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¿Qué se consigue con el perdón? Se ha escrito mucho sobre por qué el perdón es beneficioso. En muchas religiones, se considera una virtud. Algunos estudios sugieren que el perdón tiene impactos positivos para la salud mental, ayudando a mejorar la depresión y la ansiedad. Otros estudios han descubierto que el perdón puede reducir el estrés mejorar la salud física favorecer un sueño reparador.
“Perdonar es casi siempre útil, pero eso es diferente a que sea necesario”, dijo VanderWeele.

Es un tema que Gregory aborda en su libro, que saldrá a la venta el año que viene: You Don’t Need to Forgive: Trauma Recovery on Your Own Terms (No necesitas perdonar: la recuperación del trauma en tus propios términos).

En él, define el perdón como un proceso emocional y no como un punto final. A través de este proceso, las personas pueden experimentar menos emociones o pensamientos negativos hacia quien les hizo daño.

Pero se apresura a subrayar que no es lo mismo que la reconciliación. Y no se requiere tener ningún sentimiento positivo hacia quien te hizo daño.

“Se puede perdonar a alguien y no tener nada que ver con esa persona”, afirmó.

Repensar lo que significa perdonar

Ya en 2002, Sharon Lamb, profesora de psicología de la Universidad de Massachusetts, campus Boston, cuestionaba la idea de que el perdón es terapéutico a largo plazo y se preguntó si en algunos casos podría ser incluso perjudicial.

“Quiero que la gente sienta y explore sus sentimientos”, afirmó. “Lleva tiempo trabajar en eso”.

Rosenna Bakari, una coach de empoderamiento que sufrió abusos sexuales en la infancia, dijo que para ella buscar el perdón no era la forma de curarse. En su lugar, añadió, fue más útil permitirse a sí misma sentir rabia y no perdonar después de permanecer callada sobre el abuso durante 40 años.

“Si te preguntas si perdonas o no, aléjate de la pregunta y pregúntate: ‘¿En qué tengo que trabajar para liberarme?’”, dijo Bakari, quien tiene un doctorado en Psicología educativa.

Gregory dijo que algunos de sus clientes nunca buscan el perdón y “progresan mucho en la recuperación”. Otros le dicen que han perdonado y que se sienten muy bien.

“No creo que tenga que ser un objetivo”, dijo.

¿Cómo saber que ha llegado el momento de perdonar?

Susan Shapiro, autora y profesora de escritura en Nueva York, dice que después de romper con su terapeuta y mentor de toda la vida, le rondaba una pregunta: ¿Cómo puede la gente seguir adelante sin obtener la disculpa y el cierre que ansía?

Para su libro de 2021, The Forgiveness Tour (La gira del perdón), entrevistó a líderes religiosos y médicos, y preguntó a otras 12 personas cómo habían conseguido seguir adelante después de haber sido agraviadas. (Entre los ejemplos figuraba una mujer cuyo pastor la presionó para que perdonara a su padre después de que este la violó cuando ella tenía 13 años).

“Hay una especie de industria del perdón general que te dice que tienes que perdonar a todo el mundo”, dijo Shapiro, en referencia a los numerosos libros de autoayuda y las TED que ensalzan el perdón. “Y, curiosamente, descubrí que a veces perdonar puede ser muy autodestructivo y peligroso”.

En el caso de Shapiro, sin embargo, decidió reconciliarse con su antiguo mentor cuando él finalmente expresó remordimiento por el conflicto que los alejó. “Fue muy liberador”, dijo.

Luskin explicó que el perdón, sea como sea que se logre, no sucede de inmediato. La gente necesita tiempo para llorar y “estar en el fango de la infelicidad y el sufrimiento”, añadió.

Después de luchar con la cuestión durante años, Gregory aún no ha perdonado a su padre. Considera a su madre un producto de su propia educación difícil y, aunque no están unidas, las dos siguen asistiendo juntas a terapia familiar.

A veces, dijo, hay que hacer un gran trabajo emocional antes de plantearse el perdón. “El tema del perdón es que es complicado”, dijo Gregory.

Christina Caron es reportera del Times y cubre salud mental. Más de Christina Caron

miércoles, 1 de mayo de 2024

Pedro Sánchez frente al desprecio

«Toda forma de desprecio, si interviene en la política, prepara o instaura el fascismo» 
(Albert Camus)


Las críticas que la derecha está dedicando a la carta que el presidente del gobierno, Pedro Sánchez, ha escrito a la ciudadanía tienen casi siempre tres variantes de un rasgo común -el desprecio- que muestran mejor que nada la naturaleza de la sociedad capitalista en la que vivimos.

La primera es basarse en juicios de intenciones. Se afirma generalizadamente, como si de un coro perfectamente orquestado se tratara, que el presidente no la ha escrito con sentimientos sinceros sino como una artimaña para volver con más fuerza a sus actividades a partir del lunes.

Es cierto, por un lado, que esa respuesta es lógica cuando viene de un adversario. Sin decirlo, trata de provocar el efecto que se desea que ocurra. En este caso, que Pedro Sánchez se vaya y no refuerce su posición política gozando de más simpatía, apoyo y movilización por parte de su electorado si finalmente no dimitiera. Lo que muestra, en realidad, esta reacción de la derecha política y mediática, pronunciándose como si supiera a ciencia cierta lo que hay en el cerebro y el corazón de Pedro Sánchez, es un miedo profundo a que finalmente no se vaya.

Sin embargo, recurrir al juicio de intenciones frente a los adversarios políticos es una práctica mucho más grave y deleznable. Es una de la más grandes muestras de desprecio a un ser humano porque con ella se consigue que nadie pueda defenderse de la infamia y la calumnia. Algo fundamental en esta época en la que vivimos, en la que la polarización, la promoción del odio y el rechazo de cualquier ser humano que no sea idéntico a nosotros se ha convertido en la lógica que gobierna las relaciones sociales. Una estrategia ahora esencial para conservar los privilegios, tal y como explico en un nuevo libro que estará en librería el próximo 15 de mayo y que ya se puede reservar.

La segunda característica de la reacción de la derecha ante la carta de Sánchez es la falta de piedad, el desprecio al dolor ajeno. Algo que tampoco es nuevo sino también una constante de la política de nuestros días.

Al margen de su sentido religioso, la piedad viene a ser el sentimiento humano que nos lleva a cuidar, ayudar, perdonar, comprender o asistir a quien padece sufrimiento o angustia. Una virtud de la que también hoy día carecen quienes dominan el mundo. Si no fuese así, se habría evitado ya hace mucho tiempo -porque hay recursos de sobra para ello- el hambre y la miseria en la que viven cientos de millones de personas. No habría terrorismo, ni los conflictos entre naciones se resolverían con matanzas de población y genocidios, ni mediante las guerras tan crueles que estamos viviendo.

Finalmente, la derecha mediática y política desprecia o incluso se ríe a tumba abierta de las alusiones al amor que Pedro Sánchez hace en su carta.

Es curioso, penosamente curioso, que las dos acciones que quizá pueden propiciar más bienestar al ser humano, la política y el amor, estén hoy día tan despreciadas. En la Grecia clásica se llamaba idiotas a quienes se despreocupaban de los asuntos públicos, de la política. En nuestros días, a base de convertirla en fango sucio, hay posiblemente más idiotas que nunca. Nos tenemos que hacer idiotas para no morirnos de asco. Y quizá sea porque los idiotas tampoco analizan ni razonan por lo que no apreciamos el amor y lo banalizamos. Porque, como escribió el filósofo y literato francés Alain Badiou en su Elogio del amor, «amar es una forma de pensar».

No es difícil deducir que el desprecio como rasgo común brota, en suma, de una poderosa raíz: la inhumanidad.

¿La reforzamos o, por el contrario, nos congraciarnos con nuestra auténtica naturaleza de seres adictos al amor que «dependemos, para la armonía biológica de nuestro vivir, de la cooperación y la sensualidad, y no de la competencia y la lucha,» como escribió el biólogo chileno Humberto Maturana? Esa, creo yo, es la cuestión.

https://juantorreslopez.com/pedro-sanchez-frente-al-desprecio-y-la-inhumanidad/

viernes, 1 de septiembre de 2017

¿Para qué sirve perdonar?

Apaciguar la ira tras el daño recibido, eliminar la sed de venganza, supone restablecer el equilibrio y ser libre para siempre respecto al hecho o persona que nos ha herido.

ESTE PASADO mes de enero tuve el privilegio de conocer personalmente a Irene Villa. Ambos estábamos invitados como conferenciantes en un evento empresarial en Sevilla. Tenía muchas ganas de escuchar su ponencia, el testimonio y el espíritu de superación de una víctima de un atentado de ETA en 1991.

Irene tenía entonces 12 años. Perdió las dos piernas. Salvó la vida gracias a la intervención de los médicos. Pero quedaría inválida para el resto de su vida. Su madre también sobrevivió. Perdió un brazo y una de sus extremidades inferiores.

Irene explicó en su conferencia que la primera vez; que se reunió con su madre, semanas después del atentado, esta entró en la habitación de su hospital, cerró la puerta y le dijo: “Irene, tenemos dos opciones. Anclarnos en lo que nos ha sucedido y amargarnos el resto de nuestra vida, o bien perdonar, mirar adelante y vivir plenamente de acuerdo a nuestras capacidades”.

Veintiséis años después, Irene Villa es una mujer con un currículo impresionante: tres carreras (psicología, humanidades y comunicación audiovisual); autora de varios libros y articulista; deportista de élite, ha practicado el esquí profesional, el submarinismo, la esgrima, entre muchos otros deportes; es creadora de una fundación que lleva su nombre y que busca ayudar a todo tipo de disminuidos físicos y psíquicos. Casada y madre de tres hijos. Sus logros no están al alcance de cualquiera, incluso en plena integridad física.

Al final de su ponencia, uno de los asistentes le preguntó si de verdad había perdonado a los terroristas. Su respuesta no ha dejado de perseguirme porque dio una aproximación y perspectiva del perdón totalmente nueva para mí, y que, con su permiso, comparto aquí.

Ella respondió que, por supuesto, el perdón era absoluto. Y explicó que perdonar significaba romper el vínculo con quien te ha hecho daño. Mientras hay rencor y dolor, estás ligado al delincuente; este ha logrado su objetivo: hacerte daño y que ese daño permanezca. Por el contrario, si perdonas, te liberas de esa persona para siempre. El vínculo desaparece y eres totalmente libre.

Es una respuesta profunda y trascendental de la que se derivan diferentes conclusiones y lecturas que pueden ayudarnos en muchos ámbitos. El primer mensaje. Perdonar no necesariamente significa reconciliarse con la persona que te ha hecho daño, hacerse su amigo o establecer una relación. No. En absoluto. Perdonar no entraña relación. Este aspecto es muy importante.

Perdonar significa apaciguar la ira interior que queda tras el daño recibido. Eliminar la sed de venganza, de dolor ajeno, supone restablecer el equilibrio y la justicia con el lado contrario de la moneda del mal. Perdonar no es olvidar los hechos, ni negar la realidad; no es humillarse ante el otro; es aceptar y reequilibrar los sentimientos a través del polo opuesto de quien te ha hecho daño. Tan fácil. Tan difícil.

Aquel que se venga de sus enemigos accede a un minuto de ira, pero a toda una vida de dolor; mientras que quien perdona se beneficia de toda una vida de paz interior. Perdonar es apagar, para siempre, la ira interior.

Es a partir de tal liberación que uno puede enfrentarse a su futuro partir de tal liberación que uno puede enfrentarse a su futuro con total independencia y libertad. Si quien ha sufrido la ofensa o el ataque se queda anclado en el odio difícilmente va a tener la paz de espíritu, la concentración y la disposición a realizar cualquier proyecto de futuro. A esa persona le estaría quemando la amargura y ansia de venganza y no conseguiría nada. Todos los logros e hitos de alguien a quien se ha infligido un gran dolor son la demostración de su perdón.

Lo mismo puede aplicarse a uno mismo. Haciendo una analogía, si no nos perdonamos a nosotros mismos, tampoco nos desembarazamos del vínculo con los hechos o errores cometidos, sean estos cuales sean. Y reincidimos en nuestros errores. Perdonarse es romper el ­vínculo con el propio pasado que deseamos desdeñar. No puede liderarse la propia vida si no nos perdonamos cualquier cosa que haga que la angustia no se esfume.

Este es un mensaje muy necesario en otros ámbitos de la vida menos traumáticos, como en el profesional. ¡Cuántos líderes y superiores gestionan a sus subordinados desde la rabia, la ira, el sometimiento y la negatividad! Son víctimas de su incapacidad para perdonar. De disculparse a sí mismos y a quienes en su entorno profesional los han engañado o hecho daño en el pasado. Los superiores que actúan con maldad, utilizando la presión sistemática, la amenaza o el estrés como modos de imponer su fuerza son personas llenas de ira; gente incapaz de perdonar ni perdonarse. Acumulan demasiado pesar, venganzas pendientes, ansia de dolor ajeno. En cambio, los grandes líderes son gente que sabe liberarse de culpas y agravios. El liderazgo solo es posible, respecto a los demás y a la propia vida, cuando uno puede mirar hacia el futuro con la experiencia pero sin la ira del pasado.

En resumen, solo se accede al proyecto vital, a la libertad y a la autorrealización desde el perdón. No es necesario sufrir un atentado terrorista, un maltrato o un grandísimo daño para poner en práctica esta actitud; todos sufrimos pequeños “atentados” cotidianos. Aprendiendo a perdonarlos contribuimos a un mundo mejor. Esa es, de hecho, la función del perdón.

http://elpaissemanal.elpais.com/confidencias/saber-perdonar/

lunes, 15 de junio de 2015

“En Alemania, nadie pidió perdón a los supervivientes de los campos”. El director Christian Petzold pone la mirada sobre las consecuencias del nazismo con 'Phoenix'

Una cantante judía superviviente de los campos de concentración nazis que sale de ese tormento con el rostro desfigurado. Al acabar la guerra, la mujer se somete a una operación para que le reconstruyan el rostro. Ya es otra persona. Un fantasma que decide plantarse frente a esa angustiosa realidad y, en lugar de huir de su pasado, se queda en Alemania para saber porqué le pasó lo que le pasó. Y sale en busca de su marido, un soldado, del que sospecha que fue quien le traicionó, pero también de su vida anterior. “Cuando estaba en el campo me agarré a imágenes y recuerdos para protegerme y ahora quiero recuperarlos, quiero regresar al paraíso de los recuerdos”, dice esta mujer.


El director alemán Christian Petzold se propuso hace diez años ordenar su vida, cinematográfica y vital, y realizar dos trilogías, una sobre la opresión y otra sobre el amor. Craso error. Phoenix, un filme, contundente y poderoso, estrenado esta semana en España y que se presentó en el último Festival de Cine de San Sebastián, donde obtuvo el premio de la crítica (Fipresci), es al mismo tiempo una historia de opresión pero también de amor. “Mi vida está desordenada otra vez”, confiesa el realizador de 54 años. “El amor no lo salva todo, el amor no sobrevive a la opresión, en contra de lo que nos quieren hacer ver todas esas películas y novelas ñoñas”, dice Petzold, un devoto del cómic, en el que se refugia para buscar la soledad.


Phoenix, interpretada por Nina Hoss, una habitual en el cine de Petzold (Bárbara fue el último filme estrenado en España), surge de la necesidad de mirar en el pasado, de abrir las puertas cerradas, de levantar el velo de silencio que cubre el pasado nazi de Alemania. “Cuando tenía 13 o 14 años, en la escuela vi la película documental de Alain Resnais Noche y niebla [realizada en 1955 a partir de material fotográfico y cinematográfico incautado a los nazis] y me impactó tremendamente. Todavía hoy me sigue provocando una angustia terrible. Siempre he querido hacer algo sobre el pasado nazi. En Alemania hay magníficos museos y libros acerca del holocausto, pero curiosamente no hay mucho cine. En Italia, por ejemplo, hay toda una cinematografía que trata de las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial o en Estados Unidos que después de Vietnam rodaron cantidad de películas sobre ello. Creo que el objetivo de mi cine, de alguna manera, es todo un intento de tapar ese agujero, pero Phoenix es la primera que va directamente al grano”.


¿Se puede olvidar y perdonar? La pregunta planteada en el filme no tiene respuesta clara por parte de su realizador. “No lo sé”, responde, “es verdad que Phoenix plantea esta pregunta pero no estoy en posición de responder. Lo que más me duele de Alemania es que nadie volvió su mirada hacia los supervivientes de los campos de concentración. Nadie les pidió perdón. Eso es lo más doloroso. ¿Cómo van a perdonar ellos si nadie les pidió perdón? El informe que se redactó sobre Auschwitz donde hay miles de declaraciones de alemanes, nadie dice ni siquiera un triste ‘lo siento’ o ‘lo sentimos”, se lamenta este realizador que compara su cine de fantasmas con el que realizó Carlos Saura durante la dictadura de Franco. “Recuerdo que muchos de esos personajes eran como fantasmas que hablaban detrás de las cortinas y las paredes”. Una metáfora de la propia Alemania, según Petzold, una tierra poblada de fantasmas.

http://cultura.elpais.com/cultura/2015/06/04/actualidad/1433430347_894478.html

lunes, 30 de septiembre de 2013

Cómo perdonar al asesino de un ser querido

Naveena Kottoor BBC

El momento en que un asesino sale de la cárcel puede ser traumático para la familia de la víctima. Sin embargo, para el estadounidense Bill Pelke la liberación de la asesina de su abuela este año fue diferente. No sólo la ha perdonado, sino que quiere ayudarla a empezar una nueva vida. ¿Cómo son las personas capaces de perdonar un crimen como ese?

Caía la tarde en mayo, 1985. Bill Pelke estaba en casa de su novia cuando recibió una llamada telefónica de su cuñado.

"Habían apuñalado a Nana hasta matarla", recuerda Pelke ante los micrófonos de la BBC.

"La casa había sido saqueada. Mi padre encontró el cuerpo".

Su abuela, Ruth Pelke, una maestra de la Biblia de 78 años de edad, había sido asesinada en su casa por cuatro adolescentes.

Al día siguiente Pelke estaba en la peluquería, preparándose para el funeral, cuando se enteró de que las arrestaron.

"Me sorprendió que cuatro niñas tan jóvenes pudieran estar involucradas", dice. "Tenía hijos de la misma edad".

Tres de las chicas recibieron largas penas de prisión, de 25 a 60 años. Una de ellas, Paula Cooper, considerada como la líder del grupo, fue condenada a muerte el 11 de julio de 1986.

Pelke asistió al juicio y la condena de Paula Cooper, y en ese momento le pareció que la pena de muerte era una sentencia adecuada.

Sin embargo, 18 meses después de la muerte de su abuela, empezó a reconsiderarlo.

"Profundo alivio" Bill Pelke

"La ejecución no es la solución", es el lema de Bill Pelke.

"Me imaginaba a Nana masacrada en el suelo del comedor, ese comedor en el que mi familia solía reunirse en Pascua, Acción de Gracias y Navidad... no soportaba pensar en eso", recuerda.

Pero Pelke comenzó a preguntarse qué impacto iba a tener en la familia de la adolescente la pena de muerte, particularmente en el abuelo de Cooper, que asistió al juicio y a quien Pelke había visto estallar en llanto cuando la sentencia fue dictada.

"Mi abuela no habría querido que este anciano presenciara la muerte de su nieta", asegura. "Todos en el noroeste de Indiana querían que Paula Cooper muriera. A mi Nana le habría horrorizado tanta ira".

Pelke estaba cada vez más convencido de que su abuela -una cristiana devota- habría sentido amor y compasión por Cooper y hubiera querido que alguien de la familia sintiera lo mismo.

"Cuando me dejé conmover por la compasión y el perdón, dejé de imaginarme a Nana muerta, la recordaba viva. Algo formidable había sucedido dentro de mí".

Pelke dice que su decisión de perdonar le hizo sentir "profundamente aliviado".

Perdón por perdonar
La familia Pelke

Sin embargo, para algunos miembros de su familia fue difícil aceptar su decisión, particularmente para el padre de Pelke, quien había encontrado el cuerpo sin vida de su madre y había testificado en la corte.

"No le gustó para nada", dice. "Tuvimos una relación tensa durante años, pero después mi padre me perdonó por perdonar a Paula Cooper".

Pelke decidió reunirse con Cooper en la cárcel, pero pasaron ocho años antes de que las autoridades se lo permitieran: el día de Acción de Gracias de 1994.

"Entré y le di un abrazo", relata Pelke. Luego miró a Cooper a los ojos y le dijo que la había perdonado.

A pesar de que se escribieron cartas semanales y de que la visitó 15 veces en la prisión, Pelke nunca le ha preguntado a Cooper sobre el crimen.

"Sé que no hay respuesta buena", declara.

"¿Cómo pudiste hacerme esto?"
Juntar a los autores de un crimen con las víctimas puede traer beneficios para ambas partes, le dice a la BBC Howard Zehr, profesor de Justicia Restaurativa de la Universidad Menonita del Este en Harrisonburg, Virginia, que ha facilitado cientos de este tipo de reuniones.

Además de que el delincuente ve el impacto en las personas que fueron afectadas, las reuniones a menudo reducen el trauma y las víctimas de la violencia severa reportan regularmente un alto nivel de satisfacción, revela.

"Las víctimas están a menudo atrapadas en su experiencia", explica Zehr. "Las reuniones les permitan obtener respuestas y dejar lo ocurrido atrás".

Uno de los encuentros más memorables para Zehr fue cuando un hombre que había cometido 14 agresiones sexuales a mujeres menores de 18 años, conoció a su última víctima.

"Ella lo confrontó con la pregunta: '¿Cómo pudiste hacerme esto? ¡Me robaste la infancia!'", recuerda Zehr.

"El pederasta dijo que por primera vez comprendió qué había hecho. La mujer no lo perdonó, pero esa experiencia dejó de ser la dominante en su vida".

No obstante, Zehr insta encarecidamente a las víctimas que quieran reunirse con el delincuente a buscar el apoyo de un facilitador, que puede actuar como un "guardián".

"El éxito depende del nivel de preparación de ambos lados, y a veces puede tardar hasta un año", advierte.

"Como facilitador, hablo con ambas partes antes de la reunión, trato de que sean conscientes de la dinámica del trauma, así como de la posibilidad de que su expectativa no se cumpla. El autor puede no ser capaz de responder a las preguntas".

"El mundo al revés"
Familia White
Cathy White estaba embarazada cuando la secuestraron, la violaron y la mataron.

Veintisiete años después de la muerte brutal de su hija, la tejana Linda White todavía tiene interrogantes sobre el día en que fue asesinada.

En noviembre de 1986, Cathy White, una madre de 26 años de edad que estaba embarazada de su segundo hijo, fue secuestrada, violada y asesinada por dos chicos adolescentes.

Como Pelke, White finalmente encontró y perdonó a uno de los asesinos de su hija, pero el proceso tomó mucho más tiempo: casi 15 años.

"Para un padre, la pérdida de un hijo se siente como la cosa más injusta. Es el mundo al revés. El mundo ya no era tan agradable y me sentía impotente", le dice a la BBC.

Se unió a grupos de apoyo a las víctimas, pero encontró escaso consuelo en ellos.

"Nadie superaba nada -explica-. Seguían enojados y yo no quería seguir llena de amargura, no quería estar de duelo por el resto de mi vida".

White, quien tenía otros dos hijos, quedó a cargo de la hija de su hija asesinada, su nieta de cinco años de edad, a quien llevaba a terapia por la muerte de su madre.

Fue esa experiencia que la llevó a estudiar psicología, y más tarde a convertirse en una terapeuta de duelo.

Lo que sucedió y cómo
Linda White
Linda White tardó 15 años en perdonar al asesino de su hija.

Al ayudar a otras personas a lidiar con la pérdida y el dolor, White empezó a recuperar algo de control en su vida. En enero de 1997, decidió empezar a enseñar en la cárcel, una experiencia valiosa que la "curó", dice.

"Creo que la gente es más que lo peor que ha hecho".

Su experiencia de trabajo con los delincuentes en la cárcel dio lugar a una decisión aún más radical: reunirse con uno de los asesinos de su hija, Gary Brown.

"Nunca había visto ni una foto de él", cuenta.

Quería ver si era capaz de sentir compasión por él.

"Quería que la persona en la que yo me había convertido se reuniera con la persona en la que él se había convertido".

White y Ami, su nieta que para entonces tenía 18 años de edad, se reunieron con Brown en la cárcel en 2001 y conversaron durante todo el día.

"Me quedé asombrada por lo joven y vulnerable que parecía. Fue muy emocional", dice.

Para White uno de los momentos más difíciles fue escuchar el relato de lo que le sucedió a su hija antes de morir.

"Gary nos dijo exactamente lo que sucedió, cómo sucedió, la progresión de lo ocurrido. Fue difícil de escuchar, pero yo estaba preparada para ello".

Brown también le contó a White y su nieta que las últimas palabras de Cathy antes de que él la matara a tiros fueron: "Te perdono, y Dios también lo hará".

"Me quedé impresionada al oírlo", dice White.

"Estoy muy feliz de que esté libre"

Paula Cooper
Pelke quiere ayudarle en su nueva vida.

White se ha mantenido en contacto con Brown, que ahora está fuera de la cárcel y en libertad condicional. Planean usar su experiencia para guiar a "niños y adolescentes que van por el camino equivocado".

Además hay cosas que todavía quiere preguntarle a Brown acerca de esa noche en la que su hija fue asesinada.

"Todavía me pregunto cómo la noche descendió en la violencia. ¿Por qué la violaron? Los chicos no tenían un historial de violencia anterior", señala. "Cuando esté preparada para hacerlo quiero preguntárselo cara a cara".

A pesar de que le queden dudas pendientes, White piensa que haber conocido a Brown la ha mantenido cuerda.

"Si uno deja que el dolor se apodere de la vida, es como si el delito ocurriera una y otra vez. Uno termina enojado y amargado. Es como si la única relación que le queda con su ser querido es a través de la amargura", dice White.

"A veces la gente siente que el paso hacia la resolución de su dolor -o la curación de cualquier manera- es una deslealtad a la persona que fue asesinada, pero no lo es".

Al igual que Linda White, Bill Pelke quiere seguir en contacto con Paula Cooper, que fue liberada en junio, después de que su sentencia de muerte fuera anulada y su condena reducida gracias a su buen comportamiento en prisión.

Mientras estaba en la cárcel, Pelke hizo campaña para que la liberaran.

"Estoy muy feliz de que esté libre", dice.

Pelke sabe que hay un montón de gente que no lo entiende. Pero para él la decisión de perdonar le cambió la vida, y nunca se ha arrepentido.

"Si te aferras a la ira y el deseo de venganza, con el tiempo se convierte en un cáncer y te destruye", opina. "Hice lo correcto". Fuente: BBC