Manuel Garí
Viento Sur
El tsunami parlamentario tras el triunfo de la moción de censura y la dimisión de Rajoy ha supuesto un alivio para la mayoría del pueblo (los pueblos) del Estado español, pese a las pataletas del pitufo gruñón del PP, Rafael Hernando, rancio exponente de esa derecha que se cree con derecho sobrehumano a mandar. Los números son evidentes: tras los 180 votos favorables a la moción de censura se expresaba la voluntad de 12.118.833 votantes, frente a los 169 votos del PP y de Ciudadanos que representaban a 11.082.806 votantes; por tanto, el apoyo recibido al “márchese señor Rajoy” fue de 1.036.027 votantes más que los que pretendían que nada había pasado en este país tras la sentencia que ponía en evidencia la conducta corrupta de la sede de Génova.
Un Gobierno “de orden” y homologable
El Gobierno formado en torno a la presidencia de Pedro Sánchez tiene como objetivo recuperar el espacio perdido y situar al partido socialista en posición privilegiada ante los próximos comicios. El resultado está por ver. Por un lado, hay que tener en cuenta las limitaciones políticas autoimpuestas por el propio PSOE frente a las audaces políticas que son urgentes y necesarias tras el desastre neoliberal y autoritario El partido socialista sigue aceptando la austeridad presupuestaria, el respeto a las reglas sobre techo de gasto, la aceptación acrítica de la política comunitaria, los límites impuestos por la Constitución de 1978 -a destacar monarquía y autonomismo- y mantiene una nula voluntad de remover de inmediato la reforma laboral. Por otra parte, el PSOE tendrá que soportar la más que probable crudeza de la oposición combinada por la derecha de un PP tocado, pero no hundido, pues tiene hondas raíces sociales, eclesiales y en el aparato de estado, y de un Ciudadanos momentáneamente desorientado pero que todavía es la gran apuesta de un sector del gran capital español.
Pero, en todo caso, Pedro Sánchez ha mostrado una gran audacia, en el ámbito en el que se mueve, ofreciendo un gabinete mediáticamente poderoso, pensado para cubrir su flanco derecho y aprovechar el contento popular ante la huida de Rajoy para anestesiar las demandas de su flanco izquierdo. No es intención de este artículo entrar en detalle en el análisis de cada nombramiento ministerial, tiempo habrá, pero el mensaje que lanza Ferraz es claro con los nombres propios designados. No cabe sino saludar el número de mujeres que lo componen que, no seamos superficiales, no significa que sea un gabinete “feminista”. Esa condición dependerá de las políticas reales. Estamos ante un gabinete de competentes profesionales bien instaladas/os en los intersticios institucionales y empresariales del sistema, en su mayoría ideológicamente social liberales y con alguna figura conservadora y oportunista como la de Fernando Grande-Marlaska, de la que no es preciso esperar a ver qué hace, como dice de forma simplista el bueno de Pablo Echenique, porque su pasado reciente le avala. Es un Gobierno que tiene como principal objetivo inspirar confianza a los mercados, la CEOE, la Comisión Europea y el aparato judicial y policial. Su sentido es claro: tranquilizar a los poderes fácticos, dado que la exigencia por el flanco izquierdo, en este preciso momento, no ha comparecido en escena, mientras se recompone la figura para ganar en 2019.
El cambio en su laberinto
Las fuerzas del cambio, en particular Unidos Podemos, se encuentran ante una importante encrucijada. En los recientes momentos de crisis política del PP en el caso de Podemos ha habido un repliegue hacia lo interno. Tal es el caso del proceso de primarias -en pleno caso Cifuentes- para designar la candidatura autonómica madrileña de 2019 en el preciso momento en que Lorena Ruiz-Huerta estaba encabezando de forma brillante y eficaz la oposición política a la corrupción. Tal es el caso de convocar una consulta sobre la idoneidad y honorabilidad de dos de sus dirigentes -que nadie había puesto en cuestión- cuando se estaba cociendo el principio del fin del Gobierno Rajoy.
Últimamente sin mediar debate interno ni externo habían dado el label de “fuerza del cambio” al partido de Sánchez sin que este hubiera dado señal alguna de ruptura con el régimen del 78 ni con el poder financiero, bien al contrario. Durante unos días, en torno a la moción de censura, sus principales voceros han centrado su esfuerzo en ofrecerse como socios de Gobierno a Sánchez, con argumentos que recuerdan, salvadas las importantes diferencias de contexto y de correlación de fuerzas, los esgrimidos en su día por Santiago Carrillo con funesto resultado para su partido o por Gaspar Llamazares, en los tiempos en los que Juan Carlos Monedero fue su asesor, que logró reducir drásticamente el número de sus diputados al pasar de 15 a 2. El hilo conductor del razonamiento político actual muestra rastros del ADN del ayer fracasado.
Las fuerzas del cambio pueden optar por seguir pidiendo que se les haga caso o comenzar a disputar la hegemonía al partido socialista en el seno del pueblo de izquierdas y, con ello, prepararse para disputarla a la oligarquía en el conjunto de la sociedad. Para ello ya no bastan y quedan manidos, lemas como el Gobierno de los mejores, lo nuevo frente a lo viejo y demás ambigüedades recuperables no solo por Ciudadanos sino por el propio PSOE. Es necesario que las fuerzas del cambio desplieguen energía mediante el impulso de iniciativas políticas y programáticas en las instituciones y fuera de ellas, en la sociedad, en los centros de trabajo y estudio, en las calles y plazas, recogiendo el aliento de las demandas de las organizaciones sociales. Sólo a título de ejemplo, es posible presionar al partido socialista y hay margen y fuerzas para ello, con medidas concretas: derogación de la reforma laboral, cerrar la brecha salarial, actualización del IPC para las pensiones, revertir los negativos efectos de la aplicación del artículo 155 de la CE en Cataluña, acabar con las medidas represivas sobre personas e instituciones e iniciar una vía de diálogo sin límites previos.
La unidad popular como necesidad
Pero ello con ser condición necesaria, no es suficiente. Efectivamente, las fuerzas del cambio necesitan, además, emprender una iniciativa político-social, electoral y organizativa de gran envergadura que suponga de nuevo un horizonte de esperanza para la mayoría social y sea capaz de volver a ilusionar a amplios sectores de la población con un proyecto de unidad, democrático y con solidez programática. La iniciativa #ManifiestoPorMadrid puede suponer un gran paso en Madrid, pero a nadie se le escapa, que tiene una dimensión estatal innegable.
Quienes, como yo, hemos impulsado y suscrito ese llamamiento, lo concebimos como una herramienta útil para Podemos, Izquierda Unida, Equo y, en general para todos los colectivos políticos y sociales que aspiran a construir una alternativa para la mayoría social. Es una propuesta incluyente, no va contra nadie, sino a favor del conjunto de fuerzas y aspiraciones del cambio, y, por tanto, plural y pluralista. En mi caso la hago desde mi compromiso militante con Podemos, pieza clave en esta propuesta, que puede y debe jugar un papel decisivo y esa es hoy su gran responsabilidad.
El objetivo del Manifiesto por Madrid es ganar a la derecha en todos los comicios del inmediato ciclo electoral e impulsar gobiernos de y al servicio de la mayoría social con audacia y decisión para solventar los problemas urgentes y los de fondo. Pero ese objetivo comporta evitar que el PSOE, pilar del régimen del 78, lidere el cambio, pues de hacerlo nos encontraríamos con un mero recambio, lo que supondría una mera operación regeneracionista sin voluntad alguna de ruptura con las lacras de la Transición y las políticas neoliberales.
Nos hemos inspirado en precedentes exitosos: el llamamiento de Pablo Iglesias a Cayo Lara para realizar unas primarias abiertas a la participación popular para las elecciones europeas que estuvieron en el origen de Podemos, la experiencia de las candidaturas de unidad popular que lograron la victoria en múltiples ciudades, como es el caso de Ahora Madrid, tras la movilización plural y pluralista de las energías del cambio.
La propuesta es sencilla: por un lado, la apertura de un debate programático participativo, en el que haya espacio para el encuentro de gentes diferentes y diversas que configuran la sociedad civil y el mapa político de izquierdas; y, de forma paralela, la realización de primarias abiertas y conjuntas para asentar la unidad a partir de la pluralidad existente, mediante un método democrático que asegure el pluralismo, o sea, respetando la proporcionalidad a diferencia de métodos como el manido Desborda que de aplicarse en el parlamento español dejaría prácticamente sin representación a Unidos Podemos. Se trata de optar por la audacia frente al “reglamentismo” cuya único interés es defender los estrechos límites partidistas.
En definitiva, se propone, la gran fiesta de la gente decidiendo, frente a los acuerdos de élites, en un despacho o en un bar, con o sin botellines. O, lo que es lo mismo, apostar por la democracia capaz de mover montañas.
Manuel Garí es economista y promotor del “Manifiesto por Madrid”.
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viernes, 15 de junio de 2018
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