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lunes, 22 de noviembre de 2021

_- Luchar contra la acrasía

_- La acrasía es la debilidad de la voluntad, la carencia de fortaleza, la falta de temple. No se debe confundir con acracia, concepto que hace referencia a la doctrina política consistente en la negación de cualquier tipo de autoridad.

Los griegos forjaron el concepto esclarecedor de acrasía para describir los conflictos interiores que se originan en el fondo del corazón. Etimológicamente, acratos significa no poder. De ahí la traducción de este término como debilidad de la voluntad.

En los tratados de psicología ha desaparecido la voluntad como objeto de estudio. Y ha ocupado su lugar el concepto de motivación. Es necesario recuperar la importancia de la voluntad. Decía Einstein: “Hay una fuerza motriz más poderosa que el vapor, la electricidad y la energía atómica: la voluntad”. Así es. El problema es que hoy se cultiva con poco empeño.

En gran parte de la sociedad, el concepto de voluntad está desprestigiado por su relación con la coacción o la disciplina, que la oponen a la libertad, el valor dominante en nuestra sociedad. La falta de voluntad da lugar a una serie de problemas serios: falta de responsabilidad personal, incapacidad para el esfuerzo, indolencia, frustración…

Es necesario, pues, recuperarla, porque mediante la voluntad dirigimos nuestra conducta y podemos alcanzar nuestras aspiraciones. La voluntad es la inteligencia aplicada a la acción, y sin ella estaríamos sometidos a nuestros impulsos, a nuestro destino o al azar.

José Antonio Marina escribió hace unos años un libro titulado “El misterio de la voluntad perdida”. Quizás no sea un misterio y, de hecho, el autor trata de ofrecer en el libro una explicación razonada sobre esa pérdida.

Sostiene Marina que la sociedad actual, como reacción contra los excesos vividos en el pasado, ha convertido la libertad en un valor supremo, dando lugar a una desvinculación generalizada, una equivalencia universal que acaba conduciendo a la apatía y el desinterés; asimismo, la pérdida de la voluntad ha ocasionado graves problemas en la sociedad actual. Muchos de estos problemas provienen de concepciones erróneas tanto de la voluntad como de la libertad, por eso necesitamos redefinir estos conceptos integrándolos en el modelo de la inteligencia creadora.

Tanto la libertad, como la voluntad no son facultades, ni propiedades, ni fines en sí mismas, sino los medios para alcanzar la autonomía. La voluntad se basa en una estructura mental convertida en una estructura psicológica durante el proceso educativo. Con este nuevo modelo de la inteligencia alcanzamos la libertad cuando cumplimos nuestro deber fundamental: adaptar el comportamiento a lo que nuestra inteligencia nos dice que es lo mejor. La voluntad es el medio del que se sirve la inteligencia para conseguir la autonomía y la felicidad.

Conseguir los objetivos que nos proponemos exige realizar un esfuerzo continuado. Lo que pasa es que nuestros niños y jóvenes no están habituados a realizar esos esfuerzos de manera persistente. Es más fácil recibirlo todo hecho sin ni siquiera pedirlo. He hablado alguna vez de la generación del yo-yo y del ya-ya.

Dice Rabindranat Tagore: “No es el martillo el que deja perfectos los guijarros, sino el agua con su danza y su canción constantes”. La voluntad es la gran aliada de la perseverancia.

Es así en todos los ámbitos de la vida. También en el del aprendizaje. Nos lo dice alguien que lo supo hacer en su propia historia. Son palabras de Santiago Ramón y Cajal: “Las empresas científicas exigen más que vigor intelectual, disciplina severa de la voluntad y perenne subordinación de todas las fuerzas mentales a un objeto de estudio”.

He leído con fruición un libro titulado “¡Viva la libertad!”, regalo de una amiga con la que mantengo un intercambio de regalos, exclusivizado en libros. El subtítulo es largo para lo que se usa “¿Cómo superar el miedo, los prejuicios, las adicciones o los traumas? Un monje budista, un filósofo y un psiquiatra reflexionan sobre la libertad interior”. Sus autores son Christophe André, médico, psiquiatra y psicoterapeuta, Alexandre Jollien, filósofo y escritor y Matthieu Ricard, doctor en Biología Molecular y monje budista. La estructura del libro es original ya que consiste en la transcripción de varias conversaciones grabadas entre los tres amigos.

Uno de los primeros capítulos se titula La acrasía, debilidad de la voluntad. Dicen los autores que “la acrasía puede llegar a gangrenar no pocas parcelas de nuestra existencia. El alcoholismo, las adicciones, la toxicomanía, todas las facetas, en suma, de nuestros desgarros interiores, vienen a revelarnos la dificultad de perseverar en lo mejor de nosotros mismos”.

Queremos y no podemos: no podemos dejar una relación tóxica, no podemos mantener el esfuerzo para conseguir el ideal deseado, no podemos superar un bache emocional, no podemos dejar de fumar o dejar de beber… Nos falta voluntad. Nos falta temple.

Desde un punto de vista práctico, la acrasía designa la incapacidad de cumplir con los compromisos y resoluciones personales. Querría hacer más deporte, estudiar más, comer menos, ser más benevolente, pero no lo consigo. No tengo la fuerza de voluntad necesaria. Decía Oscar Wilde: “Puedo resistirme a todo, menos a la tentación”.

En el día a día hay mil y una situaciones en las que se manifiesta la acrasía: no podemos comer una patata frita solamente, tenemos que seguir comiendo aunque “no querríamos”; no podemos interrumpir la serie que nos atrapa, aunque tendríamos que estudiar; no podemos dejar de lado el móvil, aunque nos dañe la vista; no podemos cortar la dependencia afectiva, aunque mantenerla nos haga sufrir…

Creo que es preciso fortalecer la voluntad en los procesos educativos de la escuela y de la familia. De lo contrario, cualquier adversidad, cualquier problema, cualquier dificultad, aunque sean de pequeña intensidad, será suficiente para paralizarnos, para hundirnos, para desanimarnos.

Hay que educar la voluntad, hay que entrenarla. Porque no surge por generación espontánea. Es seguro que la vida nos va a enfrentar a situaciones difíciles que solo se podrán superar con esfuerzo y tesón.

Ahorrar a los hijos y a los alumnos el menor esfuerzo, es convertirlos, tarde o temprano, en víctimas propicias de la una sociedad que se asemeja a una selva y en la que hace falta esforzarse para sobrevivir.

Desde el punto de vista educativo, darle patadas a un encadenado conminándolo a caminar, no es el mejor modo de actuar. Es preferible enseñarle cómo liberarse de las cadenas. Ni tampoco sirve de nada dar lecciones si uno no ha hecho realidad el consejo que imparte.

Había leído esta anécdota atribuida a Mahatma Gandi. Hoy la encuentro atribuida al Mulá Nasrudin, sabio travieso cuyas aventuras se cuentan en la India y el Próximo Oriente desde tiempo inmemorial. Una madre va a visitar al sabio con su hijo, desesperada porque, padeciendo diabetes, no deja de tomar golosinas. Nasrudin le dice a la madre que vuelva con el chico pasados quince días. Así lo hace. Cuando están en su presencia, el sabio aconseja al niño encarecidamente que deje de tomar golosinas ya que son veneno para su salud. La madre le pregunta al sabio por qué no le dio el consejo cuando vinieron por primera vez. Nasrudin contestó:

– Es que entonces yo comía muchas golosinas.

Me gusta repetirlo: el ruido de lo que somos, llega a los oídos de nuestros hijos y alumnos con tanta fuerza que les impide oír lo que decimos. 

miércoles, 13 de agosto de 2014

La fuerza de voluntad

Cuando aparcamos proyectos por pereza y falta de esfuerzo, nos sentimos mal
No busque más justificaciones para su actitud y dele al modo acción

¿Cuántos proyectos, sueños y oportuni­dades ha dejado pasar por falta de voluntad? Muchos. ¿Y cómo se ha sentido? Mal, rematadamente mal. ¿Y qué le ha dicho su crítico interior? “Eres un vago, todo te da pereza, es imposible conseguir algo en la vida si no te implicas y te esfuerzas”. Cuando no tenemos fuerza de voluntad nos descalificamos sin piedad. Es de las flaquezas que menos nos perdonamos, porque la lectura que sacamos de nosotros es debilidad, falta de compromiso, dejadez y holgazanería. Los errores cometidos por su valentía, tienen perdón. No alcanzar los objetivos cuando uno no se esfuerza, no.

Pero no solo es crítico usted con su desidia, también el resto de la sociedad: familiares, profesores, entrenadores, amigos, incluso su pareja. Nadie se queda inmune ante la dejadez, que es una de las debilidades más criticadas. El mundo se divide entre los voluntariosos, capaces de invertir en esfuerzo y trabajo para lograr un proyecto, y los que no lo son.

Esa fuerza es la capacidad que tenemos para decidir qué hacer, y optar por un determinado tipo de comportamiento. Y se asocia con el ahínco necesario para alcanzar objetivos que a corto plazo suponen un sacrificio, pero que benefician a largo plazo. Y aquí es donde aparece el primer problema: el sacrificio inmediato. Cuesta mucho pensar en el largo plazo.

La voluntad no es innata. Así que deje de lamentarse por no haber sido agraciado por la fortuna de la voluntad, y arremánguese para tenerla de su lado.

Deje de etiquetarse. Y de tener expectativas negativas sobre usted mismo. Que los demás le juzguen tiene un pase, que se machaque usted a sí mismo, no. Si cree que volverá a postergar y fallar en el intento, al final es lo que conseguirá: abandonar. Coja su idea con ilusión, enamórese de ella y espere cosas buenas de usted y de la relación que ahora comienza con este nuevo propósito. Se puede equivocar todas las veces que sea necesario; lo que debe rechazar es no verse capaz de cometer errores y tirar adelante. ¿De verdad que va a permitir que la falta de voluntad le frene? Deje de justificarse y dele al modo acción.

Leer más, Fuente: El País Semanal. Más psicología, aquí.

miércoles, 25 de mayo de 2011

El enigma de la bondad

En la sociedad actual la bondad está depreciada. Cualquier otro valor, o incluso contravalor, está mejor considerado; la astucia, la inteligencia, la ambición, la dureza, o incluso el egoísmo, la insolidaridad o maldad, están mejor valorados como deseables. Hemos visto que la corrupción ha sido ignorada a la hora de votar en nuestro país, si no ha sido incluso un plus de "valentía" lo que no deja de ser grave,...

No obstante la bondad tiene algo de atractivo aunque sea un enigma. La bondad depende del individuo más que ningún otro valor, de su voluntad, al contrario que por ejemplo su inteligencia que depende más de la naturaleza recibida o heredada. La bondad es un triunfo voluntario muchas veces contra el destino o la injusticia, contra el mundo, contra la naturaleza. Junto a la creatividad es la que más nos acerca a los dioses, a los dioses bondadosos, amorosos, benevolentes, el triunfo del amor contra la maldad y el odio,... el triunfo de lo humano,... El Bien, La Virtud, La Fraternidad.

"Escribir es bueno. Habría que ver cómo estaríamos algunos de la cabeza si no escribiéramos. Cuántas neurosis se desatarían, cuánta actividad mental iría destinada tan solo a manías compulsivas. Escribir es bueno... esto se me venía a la cabeza estos días, mientras leía las memorias del hispanista americano Thomas Mermall que acaba de publicar Pre-Textos. El inicio del libro es abrumador. Mermall fue el único niño judío de una amplia zona de Hungría que sobrevivió a la persecución nazi. Su madre, enferma, acabó sus días en Auschwitz, mientras su padre y él salían huyendo hacia el bosque y sobrevivían gracias a la bondad de un hombre que puso en peligro su vida y la de sus hijos para salvar a aquellos dos fugitivos...

...El otro día, en la presentación que de su libro hizo en el Cervantes de Nueva York, Thomas reflexionaba sobre esa cosa rara que es la bondad. Tantas veces intentamos analizar a los criminales, a los seres que apestan la tierra, y qué pocas dedicamos el mismo esfuerzo a comprender qué puede llevar a un campesino a arriesgar su vida por un hombre y su hijo de seis años, a los que no conoce. Qué nos lleva a ser bondadosos hasta ese extremo y qué nos lleva a superar el dolor sin remordimiento y sin ánimo de venganza. Thomas Mermall ha llamado a sus memorias Semillas de gracia: son las que su madre sembró en él en solo seis años. Un amor que Thomas ha atesorado toda su vida de huérfano y de las que aún hoy, nos confesó, brota su inquebrantable deseo de vivir." Leer todo el artículo de Elvira Lindo en "El País", aquí.