sábado, 2 de diciembre de 2023

Muere Henry Kissinger, el controvertido Nobel de la Paz que apoyó la "guerra sucia” que dejó miles de muertos en América Latina

Henry Kissinger

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Pie de foto,Henry Kissinger fue secretario de estado de EE.UU. durante el gobierno de Richard Nixon y de Gerald Ford. 

Henry Kissinger, una figura emblemática de la diplomacia estadounidense durante la década de los años 70, murió este miércoles a los 100 años en su casa de Connecticut, según informó su agencia de consultoría, que no precisó la causa del deceso.

Como estratega de la política exterior estadounidense durante los turbulentos años 60 y 70 del siglo pasado, Kissinger detentó un enorme poder.

Su nombre ha sido relacionado con casi todos los grandes acontecimientos de aquellos tiempos, desde la guerra de Vietnam hasta el enfrentamiento de EE.UU. con la Unión Soviética.

Las paradojas de su vida fueron extraordinarias.

Pese a ser un protagonista polémico de la Guerra Fría, en 1973 fue galardonado con el premio Nobel de la Paz.

Identificado a veces con la derecha anticomunista, fue sin embargo el ideólogo del acercamiento entre EE.UU. y China, hasta entonces aislada bajo el régimen de Mao Zedong.

Y a pesar de haber nacido en Alemania y hablar inglés con un fuerte acento extranjero, se convirtió en uno de los símbolos más conocidos de Washington y su poder global.

Una figura paradójica

Cuando Henry Kissinger se reunió en junio de 1976 con el canciller del régimen militar que hacía tres meses se había instalado en el poder en Argentina, éste le preguntó si le importaba que hablara en español porque tenía dificultades con el inglés.

"Para nada", respondió Kissinger, entonces secretario de Estado de Estados Unidos y ajedrecista en el tablero mundial, antes de romper el hielo con su interlocutor argentino anunciándole que asistiría al Mundial de fútbol de 1978 en su país, "pase lo que pase".

"Argentina va a ganar", vaticinó.

El canciller, almirante César Augusto Guzzetti, le advirtió instantes después que su país tenía problemas de "terrorismo" y económicos, y le pidió apoyo de EE.UU. para el gobierno de facto.

"Hemos seguido de cerca los acontecimientos en Argentina. Le deseamos lo mejor al nuevo gobierno y haremos todo lo posible para ayudarlo a tener éxito", respondió Kissinger, según se lee en un documento desclasificado de EE.UU. sobre la conversación, que tuvo lugar en Chile bajo la dictadura de Augusto Pinochet.

Poco después, Kissinger le dio otro aviso a Guzzetti: "Si hay cosas que deben ser hechas, deberían hacerlas rápido. Pero deben volver rápidamente a los procedimientos normales", le dijo en una frase que sus críticos han interpretado como una luz verde para que el nuevo régimen argentino violara derechos humanos.

Con este tipo de mensajes y políticas, tanto en América Latina como en el resto del mundo, EE.UU. promovió sus intereses en plena Guerra Fría a través de Kissinger, uno de los diplomáticos más influyentes y controvertidos del siglo XX que murió este miércoles a los 100 años.

El pragmático

Pinochet y Kissinger

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Pinochet y Kissinger 

Kissinger se reunió en Chile con Pinochet en 1976, tres años después del golpe de Estado contra Allende.

Henry Alfred Kissinger nació en Fürth, en la Baviera alemana, el 27 de mayo de 1923, en el seno de una familia judía que huyó de la persecución nazi mudándose a Nueva York cuando él tenía 15 años.

En 1943, el mismo año en que se volvió ciudadano de Estados Unidos, fue reclutado por el ejército de ese país y pasó a ser interprete alemán de contrainteligencia durante la Segunda Guerra Mundial.

Tras el conflicto bélico, regresó a EE.UU. e ingresó becado a la exclusiva Universidad de Harvard, donde en 1950 se graduó en Ciencias Políticas con todos los honores. Obtuvo una maestría y un doctorado, y en 1954 se vinculó como profesor.

Su buena reputación académica le permitió entrar en los grandes salones de la política cuando el presidente Richard Nixon lo nombró su asesor de Seguridad Nacional en 1969 y secretario de Estado en 1973.

El veterano político republicano y el intelectual de Harvard formaron una pareja que marcó la política exterior de EE.UU. con una serie de iniciativas inesperadas y atrevidas.

Kissinger junto al diplomático norvietnamita Le Duc Tho.

Kissinger junto al diplomático norvietnamita Le Duc Tho.

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En 1973, Kissinger compartió el premio Nobel de la Paz con el diplomático norvietnamita Le Duc Tho.

Kissinger defendía la toma de decisiones por pragmatismo y conveniencia nacional antes que en base a preferencias ideológicas.

Entre otras cosas:

  • Contribuyó activamente a la normalización de relaciones de EE.UU. con China y fue arquitecto de la détente o política de distensión con la Unión Soviética.
  • En 1973 su mediación entre Israel y Egipto ayudó a terminar con la guerra de Yom Kippur. 
  • También fue clave en los acuerdos de paz de París para retirar a EE.UU. de la guerra de Vietnam, que su gobierno había prolongado, lo que le valió el Nobel junto al diplomático norvietnamita Le Duc Tho. 
  • Sin embargo, sus críticos señalan que fue responsable de atrocidades como los bombardeos aéreos secretos de EE.UU. en Camboya, nación a la que acusaba de dar refugio a los guerrilleros comunistas de la vecina Vietnam.
Pero Kissinger es una figura controversial no solo por el papel que tuvo en la política exterior de EE.UU., sino también por su personalidad.

"Tenía ese tipo de enfoque de sangre fría y calculador para la guerra y la paz", indicó David Greenberg, autor del libro "La sombra de Nixon: la historia de una imagen".

Poseía "toda esta inteligencia, pero sin la base moral o ética", agregó.

Allende y Fidel

Richard Nixon con Henry Kissinger

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Richard Nixon con Henry Kissinger

Kissinger fue una pieza fundamental en la política extranjera de Richard Nixon

América Latina, donde la Guerra Fría se volvió a menudo un conflicto caliente, fue una de las regiones que conoció de primera mano la influencia de Kissinger.

Esto ha quedado en evidencia con diversos documentos oficiales desclasificados y publicados por el Archivo de Seguridad Nacional, en la Universidad George Washington.

Esos papeles muestran por ejemplo que Kissinger le indicó a Nixon en 1970 que la elección democrática del presidente socialista chileno Salvador Allende era "uno de los desafíos más serios jamás enfrentados en este hemisferio".

Kissinger temía que el país sudamericano se volviera un ejemplo de un "gobierno marxista electo y exitoso" y le dijo al director de la CIA, Richard Helms, que Washington evitaría "que Chile se echara a perder".

Días después de que Allende fuera derrocado por Pinochet en 1973, Kissinger habló telefónicamente con Nixon sobre el golpe militar: "Nosotros no lo hicimos. Es decir, los ayudamos", le contó al presidente.

"Queremos ayudar, no debilitarlo. Usted hizo un gran servicio a Occidente al derrocar a Allende", le señaló Kissinger personalmente a Pinochet en junio de 1976, siendo ya secretario de Estado de Gerald Ford tras la renuncia de Nixon por el escándalo Watergate.

Aquella reunión tuvo lugar en Chile, cuando en todo el mundo crecía la preocupación por las graves violaciones de los derechos humanos por parte del régimen chileno.

Fue en ese mismo viaje que Kissinger se reunió con el canciller argentino Guzzetti y le transmitió su respaldo al gobierno de facto que emprendió una "guerra sucia" en la que morirían o desaparecerían hasta 30.000 personas.

Otros documentos desclasificados de EE.UU. muestran que Kissinger, furioso por la decisión del entonces presidente cubano Fidel Castro de enviar tropas a Angola, esbozó en 1976 planes para "aplastar a Cuba" con ataques aéreos, los cuales nunca llegaron a concretarse.

Sin disculpas

Henry Kissinger
Henry Kissinger

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Kissinger fue reconocido por su pragmatismo en las relaciones internacionales, a pesar de que eso generara dudas sobre la moralidad de algunas decisiones.


Tras su salida del gobierno en 1977, cuando el demócrata Jimmy Carter asumió la presidencia de EE.UU., Kissinger fundó la empresa de consultoría internacional Kissinger Associates, que hizo millones vendiendo consejos a grandes corporaciones.

También se dedicó a otra de sus pasiones, el fútbol, y como le había anunciado a Guzzetti, viajó personalmente al Mundial de 1978 en Argentina pese a la preocupación mostrada por el embajador de EE.UU. en ese país de que su respaldo a la junta militar endureciera la postura de ésta en derechos humanos, justo cuando el gobierno de Carter la presionaba para detener la represión.

Kissinger nunca escapó del todo a las controversias que despertó.

En mayo de 2001, de visita en París, un juez francés lo citó a declarar como testigo en una investigación sobre el golpe y las violaciones a los derechos humanos en Chile, pero el exsecretario de Estado se negó a responder y abandonó Francia.

También hubo intentos de involucrarlo en procesos en otros países por presuntos abusos relacionados con la política exterior estadounidense, pero esos esfuerzos nunca fructificaron.

Consultado en una entrevista con The Atlantic en 2016 sobre la utilidad de ir a otros países y hacer mea culpa por el comportamiento de EE.UU. en el pasado, Kissinger usó preguntas en su respuesta, sin ofrecer un atisbo de disculpa.

"¿Debería cada servidor público estadounidense tener que preocuparse sobre cómo sonarán sus puntos de vista 40 años después en manos de gobiernos extranjeros?", cuestionó.

Cuando recientemente un periodista de la cadena estadounidense CBS le preguntó sobre los bombardeos a Camboya, Kissinger se defendió: "Haces este programa porque voy a cumplir 100 años", dijo. "Y eliges un tema de algo que ocurrió hace 60 años. Tienes que saber que era un paso necesario".

En esa misma entrevista reciente dijo esperar que, con la participación de China, haya negociaciones a fin de este año para terminar con la guerra entre Rusia y Ucrania.

Y en diálogo con la revista británica The Economist lanzó consejos para que EE.UU. y China aprendan a convivir sin entrar en guerra, en un mundo donde la inteligencia artificial puede aumentar su rivalidad.

"Ambas partes se convencieron de que la otra representa un peligro estratégico", advirtió.

"Vamos camino a una confrontación entre grandes potencias".

viernes, 1 de diciembre de 2023

Cómo los pescadores de Dinamarca protagonizaron uno de los mayores actos de resistencia de la Segunda Guerra Mundial

marina en Dinamarca

Era otoño en la Riviera danesa, una serie de pueblos pesqueros a lo largo de la costa a una hora al norte de Copenhague. En la ciudad de Gilleleje, los manzanos colgaban cargados de frutas en los jardines de las cabañas con techo de paja y las rosas rosadas florecían en las dunas que respaldaban la larga playa de arena.

Los turistas comían pescado y patatas fritas en el muelle junto a un puerto repleto de embarcaciones de recreo, y a poco menos de 18 km de distancia, al otro lado de un mar azul en calma, la costa de Suecia flotaba en el horizonte.

Era una escena escandinava idílica, pero no siempre este lugar había sido tan pacífico.

Hace 80 años, en octubre de 1943, esta extensión de agua representó una vía de escape para los judíos daneses.

Si no lograban cruzar el agua desde la Dinamarca ocupada hasta la Suecia neutral, se enfrentarían a la deportación y posible muerte en los campos de concentración de Europa.

Gracias a la valentía del pueblo danés –y, en particular, de los pescadores y el pueblo de Gilleleje y otros a lo largo de la Riviera danesa– 7.056 judíos daneses de una población total de 7.800 fueron llevados a Suecia y a la libertad.

El hecho es aclamado como uno de los mayores actos de resistencia colectiva durante la Segunda Guerra Mundial.

Este octubre, Gilleleje inaugura un nuevo monumento para conmemorar el octogésimo aniversario. Y una nueva exposición en el Museo del Patrimonio Judío de Nueva York, titulada “Valentía para Actuar: Rescate en Dinamarca”, acercará la historia a un público más amplio.

Este acto de resistencia comenzó tres años y medio después de la ocupación alemana de Dinamarca.

"En el verano de 1943 las cosas no iban demasiado bien para Alemania en la guerra", explicó Lisa Tomlinson, una guía turística local que me mostró los lugares históricos de la ciudad a través de seis placas conmemorativas, empezando por la modesta estación de tren.

"La resistencia danesa se estaba volviendo más valiente y en agosto se produjeron huelgas y sabotajes en todo el país. Hitler decidió dar una lección a los daneses y ordenó en septiembre una redada de judíos daneses que tendría lugar a principios de octubre".

piedra conmemorativa

piedra conmemorativa

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Una nueva piedra conmemorativa en el puerto conmemora el acontecimiento histórico.

Mientras pasábamos por las cabañas de los pescadores y la iglesia de la ciudad, Tomlinson señala una tienda que alguna vez fue propiedad de un vendedor de telas que exhibía carteles antialemanes y a favor de la Real Fuerza Aérea danesa.

El gobierno danés había colaborado inicialmente con el régimen alemán, explicó, pero después de tres años y medio, ya habían tenido suficiente.

A finales de septiembre, se corrió el rumor entre políticos y rabinos de que los judíos daneses debían huir rápidamente: los nazis iban a acorralarlos en las noches del 1 y 2 de octubre.

La ruta más segura era tomar el tren hasta Gilleleje y encontrar un paso a través del estrecho de Øresund hacia Suecia.

En 1943, Gilleleje era un pueblo pesquero con una población de alrededor de 1.700 habitantes donde todos se conocían.

Los soldados alemanes estaban apostados en el hotel cercano y se les veía en las calles de la ciudad y alrededor del puerto.

Además, los lugareños estaban nerviosos por las visitas improvisadas de la Gestapo, estacionada en la costa de Helsingør.

Los pobladores sabían los riesgos que corrían, pero aun así se unieron para ayudar.

Se encontraron con los judíos que huían en las paradas de los trenes y los ocultaron hasta el anochecer, cuando podrían abordar barcos para el peligroso viaje de dos horas a través de mares tormentosos y azotados por el viento hasta Höganäs y otras ciudades a lo largo de la costa sueca.

"Había algo que Hitler había malinterpretado por completo", dice Søren Frandsen, autor de un nuevo libro, Kurs Mod Friheden (El camino a la libertad), sobre los acontecimientos de octubre de 1943.

"Y eso era que aunque estas personas eran judíos, también eran daneses, y por supuesto se ayudarían unos a otros en caso de crisis”.

La responsabilidad de ayudar a otros en peligro estaba particularmente arraigada en la comunidad pesquera religiosa de Gilleleje.

Resilientes y conocedores del peligro, sabían de forma innata el valor de trabajar juntos, crear una red social y unirse para ayudar.

estrecho de Oresund
estrecho de Oresund

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La ruta más segura para transportar a los judíos era a través del estrecho de Øresund hacia Suecia.

“La actitud general de los pescadores era ‘ayudamos a todas las personas que lo necesitan’", dice Frandsen.

Liderados por el vendedor de telas, los habitantes del pueblo se movilizaron rápidamente, encontraron casas seguras, suministraron alimentos y mantas a las personas escondidas y recaudaron dinero para ayudar a quienes no podían pagar el viaje.

Una de ellos era Tove Udsholt, que entonces tenía sólo tres años y que había llegado a Gilleleje con su madre y con sólo una pequeña bolsa llena de ropa y su osito de peluche.

Su madre gastó el dinero que le quedaba en el pasaje de tren a Gilleleje y compró un pasaje de vuelta para evitar sospechas.

"Ese era el único dinero que tenía mi madre", me dijo Udsholt, que ahora tiene 83 años, mientras me mostraba la iglesia Gilleleje. "Ella esperaba que la gente la ayudara. Así fue".

Udsholt es una de las pocas personas que quedan con vida de las que participaron en la gran huida y ofrece charlas y recorridos turísticos regulares sobre sus experiencias.

Se escondió con su madre y varias otras personas en una buhardilla en Østergade, a sólo un par de calles de la iglesia.

"Los alemanes estuvieron patrullando todo el tiempo", dijo, "y yo hablaba mucho. Era peligroso. Un pescador, Svend, vino con comida y mantas, me vio y le preguntó a mi madre si podía ir a casa con él. Ella dijo que sí, pero que tenía que traerme de vuelta".

Udsholt fue a jugar con el pescador y su esposa a su casa en una calle vecina, mientras su madre se refugiaba en la buhardilla hasta que cayera la noche y las condiciones fueran lo suficientemente buenas para navegar hacia Suecia.

Mientras se escondían, alguien alertó a la Gestapo de un grupo de entre 80 y 90 judíos escondidos en el ático de la iglesia e inmediatamente los arrestaron y los deportaron al campo de Theresienstadt en Checoslovaquia.

Tove Udsholt

Tove Udsholt

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Ahora, de 83 años, Tove Udsholt fue una de los 135 niños judíos protegidos de los soldados alemanes en Dinamarca.

Parada con Udsholt en el ático hoy en día, con sus tablas desnudas y pequeñas ventanas con vistas al puerto, era fácil imaginar el pánico y el miedo que debió sentir el grupo.

Al escuchar la noticia del arresto del grupo en la iglesia de la calle, se le dijo al grupo de Udsholt que tenían que irse inmediatamente.

"Mi madre tuvo sólo un segundo para tomar la decisión", dice Udsholt. "Había oído el rumor de que si los pescadores tenían niños que lloraban o hablaban a bordo, les podía pasar lo peor”.

“Le dijo a Svend que él y su esposa podían tenerme hasta el final de la guerra, y que entonces ella regresaría a recogerme".

Udsholt pasó el resto de la guerra en Gilleleje siendo una de los 135 niños judíos escondidos en Dinamarca y protegidos de los soldados alemanes por la población local, quienes corrieron una gran riesgo ellos mismos.

Recuerda mirar por encima del agua las luces de Suecia, donde estaba su madre, pero después de la guerra la reconciliación fue difícil. Terminó quedándose con su familia adoptiva en el pequeño pueblo costero.

"Gilleleje me cuidó", cuenta.
 
La iglesia de Gilleleje

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La iglesia de Gilleleje donde se escondieron los judíos.

Otros actos de valentía similares tuvieron lugar a lo largo de la costa durante todo octubre de 1943.

En la ciudad de Nivå, alrededor de 600 judíos daneses se escondieron en el gran horno de una fábrica de ladrillos antes de escapar a través de los pantanos durante la noche hacia los barcos que esperaban.

Jørgen Bertelsen es guía voluntario en el horno y realiza regularmente visitas escolares guiadas en sus alrededores. "Hoy en día hay muchos lugares donde la gente tiene necesidad de huir", afirmó.

"Es importante contárselo a nuestros hijos para que sean más comprensivos con las personas que tienen que escapar. No está sucediendo sólo en [lugares como] África: también sucedió aquí. Y también debemos recordar a los voluntarios que arriesgaron sus vidas para ayudar."

Para Udsholt no se trata sólo de una historia sobre tiempos de guerra, sino de celebrar una actitud hacia las personas necesitadas.

"Creo que Gilleleje debería estar muy orgulloso de que una ciudad tan pequeña haya logrado tanto", afirma.

"No es que se deba agradecer a la gente por comportarse con humanidad, pero debemos estar orgullosos de este espíritu. Por eso es importante abrir las puertas a los ucranianos y a las personas que huyen de la guerra".

Vi morir una democracia. No quiero verlo otra vez

Por Ariel Dorfman

Dorfman, antiguo asesor cultural del gobierno del presidente Salvador Allende, es autor de la novela Allende y el museo del suicidio.
A painting of Salvador Allende being carried up a set of stairs on a dolly.
Un retrato de Salvador Allende en Santiago, ChileCredit...Esteban Felix/Associated Press
A painting of Salvador Allende being carried up a set of stairs on a dolly.

Puedo precisar el momento en el que fui consciente de que nuestra revolución pacífica había fracasado. Fue a primera hora de la mañana del golpe, en la capital de la nación, cuando oí el anuncio de que una junta presidida por el general Augusto Pinochet estaba ahora al mando de Chile. Aquella misma noche, refugiado en una casa segura, perseguido ya por los nuevos gobernantes de Chile, escuché en la radio la noticia de que Allende había muerto en La Moneda, el palacio presidencial, después de que las fuerzas armadas lo bombardearan y asaltaran con tanques y soldados.

Mi primera reacción fue de miedo. Miedo por lo que podía sucederme a mí, a mi familia y a mis amigos, y pavor por lo que estaba a punto de sucederle a mi país. Y entonces me invadió una pena que desde entonces me pesa en el corazón. Se nos había brindado una oportunidad, única y luminosa, de cambiar la historia: un gobierno de izquierda elegido democráticamente en América Latina que iba a ser una inspiración para el mundo. Y no supimos cumplir esa promesa.

El general Pinochet no solo acabó con nuestros sueños; con su dominio empezó una era de salvajes violaciones de los derechos humanos. Durante su régimen militar, de 1973 a 1990, más de 40.000 personas fueron sometidas a torturas físicas y psicológicas. Cientos de miles de chilenos —opositores políticos, críticos independientes o civiles inocentes sospechosos de tener vínculos con ellos— fueron encarcelados, asesinados, perseguidos o exiliados. Más de un millar de hombres y mujeres siguen aún entre los desaparecidos, sin funerales ni tumbas que sus familiares puedan visitar.

El modo en el que el país recuerde, 50 años después, el trauma histórico de nuestro pasado común no podría ser más importante que ahora, cuando la tentación de un régimen autoritario aumenta entre los chilenos, como pasa, por supuesto, en todo el mundo. Muchos conservadores chilenos sostienen hoy que el golpe de Estado fue un correctivo necesario. Tras sus justificaciones acecha una peligrosa nostalgia por un hombre fuerte que supuestamente resuelva los problemas de nuestra era imponiendo el orden, aplastando a la disidencia y restaurando una especie de identidad nacional mítica.

Hoy, cuando el 70 por ciento de la población no había nacido al producirse la asonada militar, es vital que tanto en Chile como en el resto del mundo se recuerden las aciagas consecuencias de recurrir a la violencia para zanjar nuestros dilemas, cayendo en divisiones entre hermanos, en vez de hacer un esfuerzo por la solidaridad, el diálogo y la compasión.

Hace cincuenta años, en cuanto oí el nombre Augusto Pinochet, supe que estábamos condenados. Allende había confiado en el general Pinochet, el jefe del ejército chileno, como el principal oficial con el que podíamos contar para apoyar la Constitución y detener cualquier golpe. De hecho, había hablado brevemente con él solo una semana antes. Yo trabajaba en La Moneda como asesor de prensa y cultura del ministro secretario general en el gabinete de Allende. A menudo atendía las llamadas, y se dio la casualidad de que descolgué el teléfono cuando llamó el general Pinochet y dijo, con esa voz ronca y nasal que pronto emitiría las órdenes de destruir la democracia que había jurado defender.

Chile me fascinaba desde que llegué al país a los 12 años, nacido en Argentina y criado en Estados Unidos. A medida que fui creciendo, lo que pasó a ser central en mi amor por la nación fue la emoción de vivir en un país cuya democracia tenía una larga trayectoria animada por un movimiento de liberación nacional nacido de las luchas de varias generaciones de trabajadores e intelectuales, con la carismática figura de Allende al frente del camino hacia un futuro donde unos pocos ya no explotarían a las grandes mayorías. No fue solo un sueño. Cuando nuestro líder ganó las elecciones nacionales en 1970, su coalición de partidos de izquierda implementó una serie de medidas que empezaron a liberar a Chile de su dependencia de las corporaciones extranjeras y la oligarquía del país. Es difícil describir la alegría, tanto personal como colectiva, que acompañó a esa certeza de que la gente común era la protagonista de la historia, de que no teníamos por qué aceptar el mundo tal como lo habíamos encontrado.

Sin embargo, lo que para nosotros era una radiante oportunidad, algunos de nuestros compatriotas lo sintieron como una amenaza, y veían nuestra revolución como un arrogante ataque a sus identidades y tradiciones más profundas. Fue sobre todo el caso de quienes consideraban sus propiedades y privilegios parte de un orden natural y eterno. Estos viejos propietarios de la riqueza de Chile conspiraron, con el apoyo de la Casa Blanca del presidente Richard Nixon y la CIA, para sabotear el gobierno de Allende.

No hubo luto entre los ricos y los poderosos aquella noche del 11 septiembre. Celebraron que Chile se hubiera salvado de lo que temían que fuese otra Cuba, un Estado totalitario que los borraría de un país que reclamaban como su feudo. El abismo que se abrió aquel día entre las víctimas y los beneficiarios del golpe persiste, muchos años después del restablecimiento de la democracia en 1990.

Desde entonces ha habido algunos avances en la creación de un consenso nacional en torno a la idea de que las atrocidades de la dictadura no deben volver a tolerarse nunca más. Pero ahora la derecha radical de Chile y más de un tercio de los chilenos han expresado su aprobación del régimen de Pinochet.

Por tanto, no se ha alcanzado ningún consenso sobre el golpe en sí, a pesar de los esfuerzos del actual presidente de Chile, Gabriel Boric. Boric, quien solo tiene 37 años y admira a Allende, intentó que todas las fuerzas políticas firmaran una declaración conjunta en la que se afirmaba que jamás, en ninguna circunstancia, puede justificarse un golpe militar. Hace solo unos días, los partidos de derecha se negaron a firmar la declaración.

El dirigente derechista José Antonio Kast, una especie de Trump de los Andes y favorito de cara a las elecciones presidenciales de 2025, es un declarado defensor del legado del dictador. Se niega, al igual que un alarmante número de sus seguidores, a condenar lo sucedido el 11 de septiembre de 1973. Insisten en la tesis de que, por lamentables que hayan sido los abusos resultantes, las fuerzas armadas no tenían otra opción que sublevarse para salvar a Chile del socialismo.

Tal vez muchos jóvenes chilenos se encojan de hombros y piensen que es otra disputa política más que en poco afecta a la larga lista de problemas a los que hoy se enfrentan: la delincuencia y la inmigración; una crisis económica y climática; asistencia sanitaria, educación y pensiones muy insuficientes; el conflicto entre el gobierno y los pueblos indígenas al sur del país. Es, no obstante, imprescindible encontrar un modo de forjar un concepto común de nuestro pasado, de modo que podamos empezar a crear una visión común de Chile para los muchos mañanas que nos esperan.

En este momento de confusión y polarización, ¿qué tipo de orientación puedo darles yo, un chileno que ha vivido esta historia, a las generaciones más jóvenes que se preguntan cómo debe recordarse este día? ¿Cómo podemos alentarlos a seguir trabajando por un futuro en el que sea posible que todos los chilenos —o casi todos— digan con fervor: “Nunca más”?

Les propongo una palabra: seguimos.

Seguimos. No flaqueamos. No vamos a retroceder.

Es una de las palabras favoritas de Boric. Es también una actitud que Allende inmortalizó en su último discurso desde La Moneda, cuando se preparaba para morir. Le dijo al pueblo de Chile que pronto “el metal tranquilo de mi voz no llegará a ustedes. No importa. Lo seguirán oyendo. Siempre estaré junto a ustedes”.

Seguimos, para que Chile, a pesar de todo lo que ha sufrido, y quizá a raíz de lo que ha sufrido, pueda perseverar en el camino hacia la justicia y la dignidad para todos. Y seguimos, para que los jóvenes chilenos de hoy no pasen de luto el resto de su vida, lamentándose de lo que pudo haber sido.

Ariel Dorfman, distinguido profesor emérito de Literatura en la Universidad Duke, es autor de la obra teatral La muerte y la doncella y de la novela Allende y el museo del suicidio.

jueves, 30 de noviembre de 2023

"Del Holocausto, más que los nazis, lo que me interesa es destacar lo fácil que la gente normal pierde de vista su humanidad y se deja devorar por el mal"

John Boyne

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John Boyne vuelve a la historia de "El niño con el pijama de rayas" a través de Gretel, la hermana de Bruno.


En el marco del Hay Festival de Querétaro, en BBC Mundo hablamos con Boyne de su original forma de contar el nazismo, de la culpa, de la expiación de los pecados y de los ecos que aún deja "El niño con el pijama de rayas".

Portada de "Todas las piezas rotas"

¿Cómo vivir con la culpa del nazismo? ¿Hay redención posible? ¿Qué responsabilidad tiene una niña de 12 años hija del comandante que dirigió la matanza sistemática de Auschwitz?

Más de quince años después de su bestseller "El niño con el pijama de rayas", el escritor irlandés John Boyne, de 52 años, da continuidad a la impactante historia que fue traducida a más de 30 idiomas, llevada al cine y utilizada aún hoy en las escuelas para ilustrar el Holocausto.

Pero con "Todas las Piezas Rotas" (Penguin, 2023), Boyne deja atrás la fábula y la mirada ingenua del nazismo de un niño de 9 años y se adentra en un relato mucho más adulto y reflexivo a través de Gretel, la hermana mayor de Bruno, el hijo de un comandante nazi que trabó su amistad con Shmuel, su espejo al otro lado de la alambrada del campo de concentración de Auschwitz.

Ha pasado el tiempo y Boyne sitúa a Gretel, una anciana de 90 años, en el Londres actual. Antes la vemos escapar de Alemania con su madre y pasar por Australia llevando consigo el peso de la culpa por lo que le pasó a su hermano, por lo que hizo su padre, por los crímenes del país en el que creció, por su silencio cómplice.

El de Gretel es un camino de redención a través de los personajes que aparecen al final de su vida, que le ofrecerán la posibilidad de encontrar la paz de su conciencia que lleva buscando por años.

En el marco del Hay Festival de Querétaro, en BBC Mundo hablamos con Boyne de su original forma de contar el nazismo, de la culpa, de la expiación de los pecados y de los ecos que aún deja "El niño con el pijama de rayas".

“El niño con el pijama de rayas” fue un éxito de ventas, fue llevado al cine y aún hoy se lee en las escuelas para aprender del Holocausto. ¿Por qué 15 años después sentiste la necesidad de dar continuidad a la historia?

Fue algo que tenía en la cabeza, en realidad, desde que escribí “El niño con el pijama de rayas”, así que no fue una decisión apresurada. Por ello había ido tomando apuntes en mi computadora con la idea de escribir sobre Gretel, la hermana mayor de Bruno. Pero quería escribir de ella cuando ya estuviera en el final de su vida para tener esas dos perspectivas de los niños. Uno, inocente, al comienzo de su vida, y la otra ya anciana.

Es algo que pensaba escribir cuando yo fuera mucho más mayor, hacia el final de mi vida. Pero llegó la pandemia y pareció el mejor momento, así que me senté y empecé a escribir.

¿Ya cuando escribías “El Niño…” sabías que ibas a continuar con la historia de Gretel?

Realmente fue cuando terminé los primeros bocetos del primer libro cuando pensé que volvería a esta historia, y me di cuenta de que tenía algo bastante potente para volver a escribir. Y como a “El Niño…” le fue tan bien y hablaba tan a menudo de él, se cimentó la idea en mi cabeza de que debía volver ahí en algún momento.

“Todas las piezas rotas” es un libro muy diferente a “El niño…” ¿Qué ha cambiado en estos 15 años a la hora de abordar la historia, que es continuación de la anterior?

Cuando escribí “El niño…” estaba al inicio de mi carrera y ahora estoy a mitad de camino. Soy mayor y creo que soy mejor escritor. Creo que en el primer libro hay una forma de ingenuidad que funciona. Ahora estoy en mis 50 y espero que haya más sofisticación en las novelas que escribo.

Pero las cosas han cambiado. En el mundo editorial se ha vuelto más complicado escribir un libro como este porque siempre hay críticas por abordar asuntos que no son propios de mi historia, de mi vida, algo con lo que yo estoy en desacuerdo.

Ciertamente esta es una historia más sofisticada en cómo aborda la culpa y la complicidad, que son temas que aparecen en muchos de mis libros.

Con el primer libro hubo ciertas críticas de por qué contar el Holocausto desde el punto de vista de Bruno, un niño hijo de un comandante nazi, y no desde el de Shmuel, su contraparte judía al otro lado de la alambrada en Auschwitz. Y ahora de nuevo la historia es a partir de Gretel.

Del primer libro lo que me interesaba es que el lector estaba siempre un paso por delante de Bruno. El lector sabía lo que pasaba al otro lado de la verja, mientras que Bruno la veía con tanta inocencia e ingenuidad que hacía las preguntas básicas.

Yo creo que si hubiera puesto la voz narrativa del otro lado de la valla, con un personaje judío, habría sido ir demasiado lejos para mí y habría recibido más críticas. Prefería la idea de alguien recorriendo la verja y haciendo las preguntas más sencillas y a la vez más complejas.

Y siguiendo con esa narrativa, era natural darle continuidad con Gretel, su hermana mayor.

Han pasado 15 años, tiempo suficiente para que hayas reflexionado sobre el éxito de “El Niño…”. ¿Por qué triunfó así? ¿Lo esperabas?

Sabía que iba a ser más exitoso que mis libros anteriores, pero no que después de tantos años seguiría hablando de él. Tampoco esperaba que se convirtiera en un libro controversial, como ha pasado sobre todo en años recientes. Tampoco que fuera usado en escuelas. Me sorprende que de alguna manera se haya convertido en uno de esos libros de los que al menos muchos han escuchado hablar.

Como decías, “El Niño…” se usa en las escuelas para enseñar el Holocausto. ¿Cómo te sientes con eso, que es una gran responsabilidad?

Es un poco complicado porque yo no escribí un libro de texto ni lo hice para educar a la gente. Es una fábula y sé que muchas de las críticas recientes son que no se debería usar para enseñar el Holocausto, pero es que yo nunca tuve esa intención.

Pero por otro lado, si los jóvenes lo leen y a partir de ahí se interesan más por el tema y leen obras de no ficción y ven documentales, pues creo que es una gran cosa, algo de lo que me siento orgulloso.

Auschwitz
Auschwitz

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Los niños de Auschwitz con el uniforme que en la fábula de John Boyne se considera un "pijama a rayas".

Tras esta historia repartida en dos libros has debido pensar mucho en la responsabilidad de los alemanes de a pie en la época nazi, sobre cuánto sabían de lo que ocurría en Auschwitz y en otros campos de concentración. ¿Cuál es tu conclusión y qué quieres contar sobre ello a través de Gretel?

El de Gretel es un caso inusual porque como niña está ya muy involucrada en el Holocausto, aunque sin ser ella responsable. Su falla es que tras la guerra podría haber dado información que hubiera ayudado a las familias de las víctimas. Elige no hacerlo porque no quiere que lo que pasó le siga generando más cicatrices.

Pero en los libros en los que me aproximo al Holocausto, lo que quiero es destacar lo fácil que la gente pierde de vista su humanidad y se deja devorar por el mal. En el primer libro, Gretel es también sólo una niña que pone en las paredes mapas de los ejércitos porque está enamorada del teniente Kotler. Basta simplemente eso para que uno pierda su humanidad.

¿Cuán culpable puede ser una niña de 12 años, que son los que tiene Gretel cuando sucede todo?

No es responsable de nada de lo que pasó, pero sí de que después eligiera su propia seguridad antes que admitir las cosas de las que había sido testigo. Y así pasa su vida, siendo consciente de eso y esperando una oportunidad para redimirse, para hacer lo correcto. Y lo encuentra cuando puede salvar a un niño, lo que le da la sensación de hacer lo correcto en su vida.

John Boyne
John Boyne

Y “Todas las piezas rotas” vuelve a poner de manifiesto que la maldad no sólo era cuestión de una persona, sino que de alguna manera había un país cómplice. Eso es algo que también has reflejado en tus libros sobre los abusos sexuales en la Iglesia católica irlandesa. Parece que te interesa no tanto el que hace el mal como la gente que es cómplice con su silencio.

Realmente es un asunto que está en muchos de mis libros y es algo a lo que siempre termino volviendo y yo creo que es porque nací en Irlanda en esos años en los que esas cosas terribles estaban sucediendo.

Y la gente de mi generación sabía que una minoría cometía esos actos criminales, pero que había una mayoría que sabía lo que pasaba. ¿Cómo pudieron dejar que pasara?

Esa es la gente que me interesa más a la hora de escribir.

Cuando leo el libro me imagino que yo sería heroico y alzaría la voz y haría lo correcto, pero no puedo evitar pensar que al final yo podría ser Gretel.

Es algo muy honesto admitirlo, porque yo se lo digo a los niños cuando voy a las escuelas a hablar del primer libro. Es fácil para nosotros ahora decir que no lo habríamos hecho. Pero si yo hubiera estado en Alemania a finales de los años 30, hubiera sido un adolescente, habría habido muchas posibilidades de acabar en las Juventudes Hitlerianas.

Habría hecho lo que todos hacían. Es imposible imaginar eso, es mejor pensar que habríamos sido héroes y habríamos hecho lo correcto. Es fácil de decir, pero no lo es.

¿Quizás sólo el mero hecho de tener esa duda nos hace estar más alerta para alzar la voz ante hechos terribles ahora, aunque sean mucho menos graves que el nazismo y el Holocausto?

Lo vemos ahora con la cultura de la cancelación. La gente tiene miedo de expresar lo que cree por la intolerancia ante la opinión que difiere de la tuya, especialmente en el mundo online, donde se puede destruir la vida de una persona.

La gente tiene miedo genuino de alzar la voz por si un grupo de intolerantes los convierte en su objetivo.

En “Todas las piezas rotas” hay un conflicto del lector hacia Gretel, a la que consideramos culpable, pero por la no se puede evitar sentir simpatía, compasión.

Es lo que buscaba. Quería que fuera un personaje ambiguo con momentos en los que se sintiera simpatía por ella y en otros enfado. En una novela el personaje principal debe ser real, veraz. Y la mayoría de las personas reales no somos santos ni villanos, estamos en el medio.

Hacemos cosas de las que nos sentimos orgullosos y otras que nos avergüenzan el resto de nuestra vida. Busco esa ambigüedad en los personajes de mis novelas para que los lectores hablen de ellos.

A veces es raro sentir compasión por Gretel porque al final era la hija del comandante nazi, no son ellos las víctimas. ¿Qué piensas sobre esto?

No, por supuesto que no es la víctima. Sabemos quiénes son las víctimas de verdad y espero no haber dejado en la novela la idea de que ella es una víctima. Es parte de las circunstancias de la Historia.

Pero yo sí creo que es un poco víctima también, ella no puede llevar la responsabilidad de lo que hizo su padre.

Ella no es culpable de eso, y algo de víctima por eso hay en ella, pero no es la víctima de la historia. Las víctimas están al otro lado de la valla.

Gretel busca redención y la encuentra al final del libro y de su vida. ¿Por qué decidió darle ese final?

Ha tenido una vida trágica y quería que al final encontrara la paz de alguna manera. Ha vivido 90 años y 80 de ellos no han sido en paz, así que al final encuentra un pequeño momento de paz que creo que merece.

Ha tenido una vida traumatizada. Trató de tener una buena vida, pero su vida nunca fue feliz por sus propias acciones, por las de su padre y por las del país en el que nació.

El final violento hace pensar también si a veces puede estar justificada la violencia y parece de alguna manera vengarse de su propio padre. ¿De alguna manera mata a su propio padre?

En algún sentido sí. Le está haciendo pagar por los crímenes que cometió contra tanta gente, incluida ella misma.

En el primer libro es Bruno el que muere y ahora ella no quiere que eso se repita. Esa familia y ese padre que viven en el apartamento de abajo hacen que regresen todos los pensamientos que había tratado de evitar.

¿Por qué decidiste contar una historia del nazismo y del Holocausto no sólo desde la perspectiva alemana, sino desde la de unos niños antes y una anciana ahora, en lugar de a través de los grandes protagonistas?

En el caso de Bruno es por su inocencia para contar el acontecimiento más importante de todos los tiempos, para contarlo desde el punto de vista de alguien que no sabe nada.

Era una manera nueva de afrontar un tema del que se ha escrito mucho. Pensé que era original y eso me servía para crear algo parecido a una fábula que quería oponer con las cualidades realistas.

Como decías, eres un outsider ante la historia del Holocausto porque no lo sufriste directamente en tu familia ni en tu país, Irlanda. ¿Es por eso que puedes ofrecer una perspectiva diferente?

Creo que ayuda porque no tengo el peso histórico en mis hombros que tendría si fuera alemán o judío. De alguna manera es más fácil aproximarse al tema desde la distancia que tengo.

Otro de los temas que resuenan en el libro, sobre todo en “El niño…”, es el de ver a un comandante nazi capaz de las peores atrocidades a un lado de la alambrada y luego ser un padre de familia muy querido en el otro.

Lo vemos desde la perspectiva del niño, de su hijo, lo cual lo hace un poco más escalofriante porque nosotros como lectores sabemos de lo que es capaz y lo que está haciendo.

Pero subrayas que la gente que dirigía los campos de concentración amaba a sus hijos, a sus perros, y esa es una de las cosas más desconcertantes.

De alguna manera esa gente monstruosa era normal en su vida privada y estos dos conceptos diferentes son muy difíciles de entender para nosotros. Eso es lo que lo hace interesante escribir de ello.

Los soldados, los oficiales, volvían a casa por la noche y jugaban con sus hijos sin tener ningún reparo en matar a otros niños. Es casi imposible reconciliar esas dos cosas, y eso es lo interesante.

https://www.bbc.com/mundo/articles/c4n871rnn79o

"Doble excepcionalidad", la paradoja de tener una alta capacidad intelectual y al mismo tiempo una inusual dificultad

Noah sonriendo cuando era pequeña

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“Con cuatro años, se sentaba a conversar de política, arte e incluso de religión”, recuerda la madre de Noah.



Cuando Noah tenía nueve años, le detectaron altas capacidades intelectuales.

El diagnóstico no fue una sorpresa para su familia, la niña leía y escribía de corrido desde los cuatro y hablaba de política y de religión con los adultos.

Pero no todo terminaba de encajar en ese perfil.

Por ejemplo, ella cuenta que cuando era pequeña aleteaba todo el rato, tanto que decidió reprimir este instinto porque le daba vergüenza.

Pero un día se dijo: “¿Y qué pasa si me permito volver a hacerlo?”.

“Lo hice y fue maravilloso”, dice con una sonrisa. “Reprimir el aleteo fue como contener algo que hasta dolía un poco”.

En su búsqueda por entender a qué se debían estos comportamientos inusuales, la joven chilena llegó a sospechar que podía tener autismo.

Tiempo después, una evaluación especializada le daría la razón: a los 15 años fue identificada con el trastorno del espectro autista.

Noah, quien tiene 18 años, presenta lo que se conoce como doble excepcionalidad o 2e.

A personas como ella, se les llama “doblemente excepcionales” porque tienen, al mismo tiempo, una capacidad y una dificultad fuera de lo común. Es como pertenecer a dos grupos.

Pero no siempre es fácil determinarlo, ya que una de las dos condiciones puede opacar a la otra.

Un concepto reciente
Las altas capacidades como campo de estudio tiene más de cien años, pero fue en la década de los años 80 que un grupo de investigadores se dio cuenta de algo que parecía ser contradictorio:

Había algunos alumnos que, teniendo habilidades intelectuales sorprendentes, también presentaban algún problema de aprendizaje o una discapacidad.

Siluetas de varias personas y se destaca una
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Para investigadores como Conejeros, la 2e hace referencia a “una condición dual y paradójica, que implica presentar rasgos contradictorios”.

Sin embargo, no a todos en la comunidad científica les convencía el paradójico planteamiento.

“No se entendía que alguien con altas capacidades pudiera también presentar una dificultad asociada”, le dice a BBC Mundo la doctora María Leonor Conejeros, profesora de la Escuela de Pedagogía en la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso.

Los estudiantes doblemente excepcionales son aquellos que “demuestran un potencial de alto rendimiento o productividad creativa en uno o más dominios tales como las matemáticas, la ciencia, la tecnología, las artes, lo visual, espacial, o las artes escénicas o en otras áreas de la productividad humana, y que manifiestan una o más discapacidades”.

Esa definición, que cita Conejeros y otros autores en una publicación sobre la doble excepcionalidad, está incluida en la obra de las investigadoras estadounidenses Sally Reis, Susan Baum y Edith Burke.

“Estas discapacidades incluyen dificultades específicas de aprendizaje; trastornos del habla y del lenguaje; trastornos emocionales/conductuales; discapacidades físicas; trastornos del espectro autista; u otros problemas de salud, tales como el déficit de atención/hiperactividad”.

Un espacio
Un grupo de especialistas del Programa de Estudios y Desarrollo de Talentos de la Pontificia Universidad Católica de Chile, PENTA, le hizo a Noah la detección formal de su alto rendimiento cognitivo.

La definición más aceptada en el ámbito internacional de las altas capacidades es la que ofrece la National Association for Gifted Children, una organización sin fines de lucro estadounidense:

Niña escribiendo en un cuadernoFUENTE DE LA IMAGEN,GETTY IMAGES Pie de foto,

Las altas capacidades, dicen muchos expertos, van más allá de las áreas que los test de inteligencia tradicionales miden. Foto genérica.

“Las altas capacidades se entienden como ‘aquellas que demuestran un nivel de aptitud sobresaliente (definido como una capacidad excepcional para razonar y aprender) o competencia (desempeño documentado o rendimiento que los sitúe en el 10% superior, o por encima, respecto al grupo normativo) en uno o más dominios”.

Los dominios pueden ser tan variados como, por ejemplo, las matemáticas, la lengua, así como también “destrezas sensorio-motrices” como la pintura o el deporte.

En ese contexto, el concepto de la doble excepcionalidad poco a poco se ha abierto un espacio.

Para 2015, ya había investigación de referencia y “un modelo compartido a nivel internacional”, le dice a BBC Mundo Roberto Ranz, director académico del Máster de Formación Permanente en Altas Capacidades y Desarrollo del Talento de La Universidad Internacional de La Rioja.

La complejidad para detectarlos
Los expertos coinciden en que estos niños pueden pasar muy desapercibidos.

Es complejo identificarlos porque sus altas capacidades pueden obstaculizar la detección de la dificultad.

Niños corriendo por una escuelaFUENTE DE LA IMAGEN,GETTY IMAGES Pie de foto,

Dado que el concepto es reciente y que, en muchos casos, cuesta detectarla, niños con 2e pueden pasar desapercibidos, advierten los especialistas.

Con esa idea coincide Luciana Sutovsky, la madre de Noah.

“En casos como este, en los que ciertas características se manifiestan como una notable diferencia, como una ‘ventaja’ frente a otros, pues te dicen: ‘aprende más rápido’, ‘le va mejor en el colegio’, no se sospecha que, a la par, pueden haber necesidades de apoyo muy importantes”.

“Y es que unos rasgos se solapan con otros, se vuelven difíciles de identificar, unos van enmascarando a otros”.

Las altas capacidades y otras condiciones pueden llegar a tener características muy similares, lo que hace que la frontera entre ellas sea muy difusa.

“El foco en Noah estaba tan fuertemente puesto en su parte cognitiva y emocional, que no podíamos ver algunos otros rasgos que nos indicaban que había otra condición, que en su caso fue el autismo”.

“Yo podía sobrecompensar mis necesidades de apoyo con mis altas capacidades”, recuerda Noah.

Pero aclara que no era una cuestión de inteligencia, sino de su “tendencia a sobreanalizar todo. Observaba las interacciones a mi alrededor y las copiaba”.

Una niña armando un rompecabezasFUENTE DE LA IMAGEN,GETTY IMAGES Pie de foto,

La 2e se presenta con fortalezas y desafíos (foto genérica).

“El acento con el que hablo no es mi acento natural, cuando era pequeña modulaba cada palabra, hablaba como un doblaje de Discovery Kids y cuando me di cuenta de que la gente me hacía constantemente comentarios acerca de mi acento y que eso no era normal, empecé a copiar como hablaban los demás”.

“Yo ahora mismo no me estoy esforzando a mirarte a la cara” -me dice en nuestra videollamada-“para mí es muy agotador y me distraería de lo que estoy diciendo”.

“Pero si me tengo que concentrar en mirarte en un esfuerzo por parecer normal, o porque me obligan que es algo que hacen muchos colegios, cuesta mucho desaprenderlo”.

“Es muy dañino porque aprendes que tu estado de existencia normal está mal”.

Ranz advierte que también se puede dar el fenómeno opuesto: “Que el diagnóstico, por ejemplo, de autismo o del Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad sombree la presencia de las altas capacidades, pues estos alumnos no siempre destacan en todas las materias”.

En algunos casos, dice el psicólogo, ni las altas capacidades ni la dificultad específica llegan a ser identificadas.

Y se corre el riesgo de que nunca reciban el apoyo para su dificultad ni la estimulación adecuada para su capacidad.

Latente
El reconocimiento en Noah del trastorno del espectro autista no sorprendió a su madre.

NoahFUENTE DE LA IMAGEN,CORTESÍA: LUCIANA SUTOVSKY Pie de foto,

“Yo no cambiaría quien soy", señala Noah. "Encuentro una fortaleza que viene de quien soy".

“Cuando entró al prekínder, a los cuatro años, leía y escribía de corrido, sabía palabras en inglés, pero su profesora evaluó su comportamiento como ‘rarito’ y nos recomendó hacer un diagnóstico ‘para descartar algún tipo de problema como el Asperger’”, recuerda Sutovsky.

“La llevamos a una psiquiatra y lo descartó. Lo que sí nos dijo es que era notoria su altísima inteligencia y que no sintiéramos que tenía dificultades al relacionarse, sino que era una niña que tenía intereses que correspondían a personas mayores”.

Una vez, dentro el programa PENTA, sus padres enfocaron todo su acompañamiento desde las altas capacidades.

Entre preguntas
Noah recuerda que “con la detección de las altas capacidades muchas cosas hicieron sentido”.

El perfil de un rostro con papelitos con signos de exclamación e interrogaciónFUENTE DE LA IMAGEN,GETTY IMAGES Pie de foto,

Muchos niños con altas capacidades se embarcan en un proceso, a veces complejo, por explicarse a sí mismos.

“Pero con el tiempo, otras no terminaban de explicarse y que a mí me generaban mucho malestar, como tener sobrecargas sensoriales, dificultades sociales o ser una persona extremadamente literal, y veía que mis pares con altas capacidades no necesariamente pasaban por eso”.

“Me preguntaba: ¿por qué soy tan sensible? ¿por qué no puedo dejar de pensar? ¿por qué me enrosco en pensamientos tan complejos y el resto de mis pares no se preocupan de esas cosas, cómo puedo dejar de ser así?”.

Quedarse “pegada” en algunos temas, le afectaba mucho.

“Un autismo muy enmascarado”
Ubicarse en “el contexto” del espectro autista fue un proceso “muy sanador y reparador” para Noah, relata su madre.

“Esa sensación persistente de que había algo malo con ella, fue muy dañina”.

Niño preocupado sentado en el sueloFUENTE DE LA IMAGEN,GETTY IMAGES Pie de foto,

“A veces digo que los bullies son mejores para hacer diagnósticos de un autismo muy enmascarado que un propio profesional”, dice Noah. Foto genérica.

“Noah inconscientemente estaba todo el tiempo sintiendo la ‘rareza’ que su profesora (de la infancia) percibió acerca de ella”.

“No solo la profesora”, interviene Noah, “sino mis compañeros”.

“Yo sentía una desconexión contante con ellos”.

“Los niños se dan cuenta. A veces digo que los bullies son mejores para hacer diagnósticos de un autismo muy enmascarado que el propio profesional”.

“La exclusión social, más que nada, fue la forma que tomó el bullying para mí”.

“Sintonizados”
De acuerdo con Ranz, el desarrollo del talento en los niños con doble excepcionalidad requiere una intervención y un apoyo muy especializado, en el que tanto la familia como las escuelas y los profesionales que los atienden, trabajen en colaboración.

Eso ha sido clave para muchas familias, como la de Carlos Passi, en Chile. Su hija, de 13 años, tiene Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad y fue identificada con doble excepcionalidad.

Niños con audífonos coloreando FUENTE DE LA IMAGEN,GETTY IMAGES Pie de foto,

“Es necesario personalizar las intervenciones y enfocarse en las necesidades de cada alumno”, indica Mònica Cortés, psicóloga especializada en altas capacidades.

“Cuando nos dieron el diagnóstico, nos entregaron bibliografía sobre el tema, nos explicaron algunas características y en realidad sí, se cumplen bastante. Mi esposa sintió un gran alivio saber de qué se trataba”, le cuenta a BBC Mundo.

“Ya con el diagnóstico se pueden tomar medidas más concretas, hay una mejor coordinación entre la psicóloga que la atiende y el colegio. A los profesores se les ha explicado y tienen una mayor flexibilidad, a veces -si está muy inquieta- le permiten salir al patio a dar una vuelta y volver cuando se siente más tranquila”.

“Es como que estemos sintonizados en comprender que hay características que la hacen más compleja”.

De hecho, una de las principales lecciones sobre la doble excepcionalidad que la psicóloga Mònica Cortés, coordinadora del Grupo de Trabajo de Altas Capacidades del Colegio Oficial de Psicología de Cataluña, ha aprendido -tras años de experiencia en escuelas- es que “no sirve un modelo de atención educativa igual para todos”.

“Siempre es necesario personalizar las intervenciones y enfocarse en las necesidades y la realidad de cada alumno”, le señala a BBC Mundo.

De ahí que sea clave un buen diagnóstico diferencial para que tanto la alta capacidad como la dificultad sean atendidas.

“Y eso es lo que más cuesta porque las manifestaciones de las personas con doble excepcionalidad no son iguales a una persona con solo altas capacidades, ni son iguales a una persona que tiene, por ejemplo, solo dislexia”.

Entre tonalidades
La complejidad del diagnóstico diferencial hace que no siempre haya un consenso sobre la doble excepcionalidad.

Tonos de color verde, amarillo y azulFUENTE DE LA IMAGEN,GETTY IMAGES Pie de foto,

"La metáfora del verde" para acercarse al concepto de la doble excepcionalidad.

Hay quienes dentro de la comunidad científica “siguen insistiendo, en el 2023, que la doble excepcionalidad no existe”, advierte la doctora Katia Sandoval, profesora de la Escuela de Pedagogía de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso.

“Creo que nos hace falta mucha investigación, profundizar más para tener más evidencia. Muchos de los estudios que llevamos son de corte cualitativo porque como no hay estadísticas, una prevalencia clara, nos encontramos haciendo muchos estudios de casos”, le indica a BBC Mundo.

Para ella es clave comprender que dentro de la condición, las personas no son homogéneas, no hay un patrón, y cita "la metáfora del verde" de Susan Baum, autora y docente especializada en doble excepcionalidad:

“El verde es la combinación de un amarillo con un azul. El amarillo es la persona con AC (alta capacidad) que, a la vez, presenta el azul, que es -dependiendo de la nomenclatura que se use- un trastorno, una necesidad de apoyo...

De la combinación de las dos condiciones aparece un verde, pero es un verde dentro de una infinidad de tonalidades porque no hay uno solo y habrá días que el contexto determine que tú, siendo verde, te veas más amarillo y no tan azul”.

Mitos
Para investigadores como Ranz, el reconocimiento de la doble excepcionalidad reflejó un cambio de paradigma, en el que "la visión reduccionista de las altas capacidades como un alto coeficiente intelectual (CI), de 130 o superior", se cuestionó.

“Fue como derribar un mito”.

Cerebro con lucesFUENTE DE LA IMAGEN,GETTY IMAGES Pie de foto,

Los investigadores aseguran que la doble excepcionalidad son dos condiciones concomitantes.

“Si evaluamos a alumnos con doble excepcionalidad desde la perspectiva psicométrica del coeficiente intelectual, encontramos que, en su mayoría, no superan el 130”.

“Eso sucede porque las pruebas que implementamos para medir solamente el CI arrojan una puntuación de síntesis, que incorpora diferentes calificaciones de las capacidades de esos estudiantes”.

“Dos de ellas son la velocidad de procesamiento o la memoria de trabajo y en esos alumnos, por su discapacidad, se ven muy alteradas o bajas y eso hace que, aunque puedan destacar en factores específicos de inteligencia, como el razonamiento lógico, la capacidad numérica, la comprensión verbal, su CI no es de 130 o superior”, señala el psicólogo.

“No cambiaría quien soy”
Patricia, quien se encuentra en España, le cuenta a BBC Mundo que su hija se convirtió en su principal motivación para cursar la maestría sobre Altas Capacidades de la Universidad Internacional de La Rioja.

Su trabajo final lo tituló: “Dos veces excepcional”.

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La doble excepcionalidad se da en “personas que tienen una configuración neurológica diferente de la mayoría de las personas, que condiciona su manera de entender y sentir el mundo”, dice Sutovsky.

“La conclusión que saqué con ese trabajo, y mi experiencia personal la corrobora, es que hay que focalizarse en las fortalezas, intereses y talentos de los niños, teniendo en cuenta sus debilidades y necesidades”.

“Hay que enfocarse en lo que realmente les motiva porque ahí es donde se van a desarrollar bien tanto social como emocionalmente, pues el principal problema que vemos es la ansiedad”.

“Si están bien a nivel social y emocional, sale todo su talento, lo desarrollan con entusiasmo, con ilusión”.

Sutovsky y un grupo de padres crearon la Fundación Altas Capacidades Chile, desde donde apoyan a otras familias.

“Vivir con personas doblemente excepcionales es una maravilla, es un descubrir constante, te abren a otra experiencia de vida. Es un desafío, son curiosos, sensibles, agudos, hay mucha inocencia, mucha honestidad”, dice Sutovsky.

Noah confiesa que no cambiaría quién es porque encuentra una fortaleza en su forma de ser, aunque esto no siempre fue así:

“He logrado volver a enamorarme de ciertas cosas mías que antes me avergonzaban mucho”.