Existen dos maneras de ser engañados. Una es creer lo que no es verdad. La otra es negarse a aceptar lo que sí es verdad.
Lo peor de la peste no es que mata a los cuerpos, sino que desnuda las almas y este espectáculo suele ser horroroso.
Desde la bóveda interdisciplinaria de La Fábrica de Sueños, del Cine-Club Al Filo del Tiempo, el primer ciclo, de dos, en tributo a Akira Kurosawa, continúa con Ikiru (1952) o Vivir, retitulado Condenado a vivir pues el protagonista se halla en una encrucijada entre la vida y la muerte. Filme que hace una honda crítica desde el Humanismo y el Existencialismo, sin caer en la trampa del ‘Humanismo misántropo de Alexander Payne’ (Nebraska,2013) (1). Igual, una reflexión sobre el tiempo, la burocracia, la morbilidad en general y el cáncer en particular, la lucha por las herencias, los límites entre vida y muerte. En fin, Vivir, suerte de opción ética, o Condenado a vivir, suerte de imperativo existencial, es la historia de un hombre en peligro, que es en lo que consiste el cine para Hitchcock, y uno de esos no tan frecuentes filmes que muestran un tejido tan sólido entre ética y estética, no el simple vivir sino el para qué vivir y cómo se siguen desbordando por doquier los caños de la burocracia…
Dicho esto, por la corrupción en las ciudades: en una de ellas, Tokio, vive un burócrata, igual que el juez que es referente literario, o el veterano funcionario en el Londres de los 50 del remake Living (2022), con guion de K. Ishiguro y A. K. y dirigido por Oliver Hermanus. Ese burócrata, Watanabe Kanji (W. K.), enfrenta el mismo lío que sus homólogos: se consume entre lo mecánico, la rutina y el vacío existencial. Además, siente que lleva 30 años en su trabajo y de pronto se queda sin piso: en tres palabras, no tiene vida. En el caso de Iván Ilich, personaje de la novela base del filme, se trata de un juez que va a morir, y muere a los 45, y de cara a esa experiencia final choca con la luz de la conciencia y, aunque tarde, descubre que todo lo sufrido no es nada al lado del simple hecho de vivir. En el caso de Williams, se habla del funcionario inglés que vive enterrado entre papeles mientras Londres se reconstruye al cabo de la II GM y gracias a una colega decide emular su vitalidad y cambiar a su entorno.
En la posguerra, W. K. oficia como jefe de la Sección de Ciudadanos del Ayuntamiento de Tokio, un cargo más propio de la ineptitud que, igual, de la burocracia, y cada día no hace otra cosa que naturalizar la desidia, validar el no hacer, legitimar lo innombrable, como si fuera el hecho más normal. Con cualquier disculpa, y entre más nimia mejor, despacha a los ciudadanos que pasan por su oficina. Oficina que, dicho sea de entrada, se halla inundada de papeles, una metáfora visual de algo muy concreto: los males de la burocracia. Lo que desde la etimología es el conjunto de los servidores públicos: que no son; o el ente cuyas normas fijan un orden racional para distribuir y gestionar los asuntos inherentes a su misión, y que tampoco se cumple porque por el camino, como se ve al final, se pervierten sus fines. Junto al cáncer, lo primero que asoma como problema es la lucha del hijo, Mitsuo, y su esposa, por quedarse con los bienes del padre y suegro: ellos no lo quieren, apenas lo instrumentalizan…
Y, cosa curiosa, la enfermedad y el desprecio, se convierten en los primeros detonantes del filme que incidirán en la vuelta de tuerca que, con respecto a su vida, desde la cercanía de la muerte, dará W. K. Así que, con todos los deberes implícitos, a él ya no le incumbe educar hijos o acumular dinero; mucho menos, escribir un libro o inventar algo científico. Ahora, sólo queda una cosa: vivir la vida, porque es muy corta y ya mañana será tarde para rehacerla. Eso implica la ardua tarea de hacer de la vida una obra de arte: íntegra, racional, buena, como pedía Tólstoi, inspirador de Ikiru, segundo filme de A. K. con repercusión internacional pues Rashomon (1950)fue el pionero. Ello trae consigo el asunto del tiempo: saber aprovecharlo. Lo que en griego es el Carpe Diem, factor común a otros y tantos escritores cuya influencia en A. K. es innegable: Dostoievski, Balzac, Gógol, Shakespeare, Tólstoi. Éste, en la época de El poder de las tinieblas (1886), escribió algo clave respecto a La muerte de Iván Ilich (2).
Allí, dice: “¿Y si en realidad toda mi vida, mi vida consciente, no ha sido como habría debido ser?” He ahí el punto de quiebre para el cambio de actitud, incluso radical, que asume W. K., quien al inicio se mueve como un vegetal, sin objetivos, cansado de una vida insulsa, pero en teoría ‘trabajando’ y con cáncer, aunque él aún no lo sepa. Otro hecho que marca su dolor e incertidumbre es el hecho de que Mitsuo sea operado del apéndice, no obstante que para él es ‘como quitar una muela’. Aquí ocurre uno de los primeros flashbacks del filme, cuando recuerda a su hijo jugando béisbol y el espectador de al lado le discute. La voz en off juega un papel crucial dentro del filme, también, primero con la presencia del propio W. K. y luego, ya en su ausencia, con los funcionarios del Ayuntamiento durante el velorio del hacedor del parque Kuroe-cho, un auténtico filántropo. Aquí surge el incidente con Mitsuo y la nuera; para W. K. morir no es tan fácil, aunque piensa en una muerte rápida, como le dice a Mefisto.
Sí, Mefistófeles, como el personaje del Fausto, de Goethe, o del Doktor Faustus, de Mann, obra ésta en la que se dice que: “Sin lo enfermizo la vida no sería completa” (3), a lo que podría añadirse que la inteligencia de alguien se pone a prueba cuando de lo adverso forja un derrotero. Así como Murakami, en El perro callejero (y no rabioso) o W. K. en Vivir hacen del miedo y de la presión burocrática, en su orden, un motivo de lucha, ética y dignidad por preservar los valores humanos y no los de la Bolsa ni los de su bolsillo. Prueba de ello, lo que en el epílogo se sabe que le deja a su hijo Mitsuo. Se reitera, como le dice al escritor de Pulp Fiction o novelas baratas que lo guiará cual Mefisto por el caos terrenal, para ir a beber, jugar con máquinas, ir tras las chicas: “Sólo estoy furioso conmigo mismo”. Es decir, W. K. no se oculta detrás de nadie para enfrentar su crisis, sino que al igual que Murakami y A. K. decide enfrentar a sus propios miedos, sin dañar a nadie, como no daña a la mujer auxiliar…
Es decir, Toyo Odagiri, la chica que piensa renunciar a ese trabajo monótono de la Sección Ciudadana, pero a la misma que W. K. le pide que lo haga al otro día para que en el actual lo acompañe en sus cuitas existenciales, en su angustia metafísica. A. K., entonces, atravesaba una crisis personal: su amigo y compositor musical Fumio Hayasaka murió por tuberculosis. Esto recuerda: “A veces pienso en mi muerte… y pienso cómo podré aguantar respirar hasta el último aliento. Viviendo una vida así, ¿cómo podré abandonarla? Siento que me queda mucho por hacer… ¡Siento que he vivido tan poco! Así, me quedo pensativo, pero no triste. De este sentimiento nació Vivir” (4). Por eso W. K. no logra, más que no quiera, despegarse de Toyo, quien por lo demás le ayuda con su vitalidad, juventud, humor y la gracia que tiene para apodar a sus colegas, entre ellos ‘La Momia’, como lo llama a aquél. Alias nada gratuito toda vez que él es, en realidad, un muerto viviente, pero, por contraste y fortuna, no un zombi.
Por la furia que lo habita, dice que bebe ese sake tan caro, como protesta contra la vida que ha llevado: “Es como beber veneno”. Y decide tirarse 50.000 yenes en una juerga pues ‘no sabe cómo [más] gastarlos’. Dinero que tardó años en ahorrar y con el que ahora se quieren quedar su hijo y su nuera. Al joven, Mefistófeles, como se presenta, W. K. lo ha hecho reflexionar, como luego hará el propio burócrata en su trance de la vida a la muerte. ‘La desgracia tiene su lado bueno’, dice el escritor joven, o ‘no hay mal que por bien no venga’ o ‘toda crisis implica un crecimiento’, podría inferirse. Así, el epitafio de Molière, en el que podría cambiarse su apellido por Kanji y actores por funcionarios, podría transferirse a W.K.: “Aquí yace Molière, el rey de los actores. En estos momentos hace de muerto y la verdad que lo hace bien”. La cosa (nada) graciosa es que W. K. en ese instante aún hace de vivo, así cargue con dos muertes: una, extraña y suerte de acertijo y, otra, el cáncer que le anuncian…
Mefisto, agrega: “El hombre descubre la verdad en su desgracia”, una postura filosófica de corte heideggeriano. Y cree que, en el caso de W. K., el cáncer le ha abierto los ojos a la vida. Piensa, además, que los hombres son tontos, porque sólo se dan cuenta de lo maravillosa que es la vida, cuando ya hay que enfrentarse a la muerte. Como los médicos ya no son sinceros, porque la mayoría depende de la Big Pharma (5), o le ha vendido su alma al diablo Sistema, W. K. logra descubrir, por su propia cuenta, que tiene cáncer terminal de estómago y que, máximo vivirá seis meses o un año más. Al enterarse de ello, entra en un mutismo angustiante y no revela a nadie su mal, apenas mucho más tarde lo hace con Toyo, la auxiliar que marca una serie de planos secuencia con W. K. para, de paso, ayudarlo en su goce pagano/pagando. Entonces, van a un salón de fiestas, se encierran en restaurantes sin notificarle a nadie e intentan compartir con jóvenes partidarios del placer sin freno, la alegría total y la vida plena.
Algunos seres humanos mueren sin saber qué es la vida, le recuerda a W. K. y anota que él es un buen hombre que se rebela contra esa inercia tanática: lo impresiona su espíritu de rebeldía. También, que ha llevado un camino de esclavo y ahora quiere gobernar su propia vida. E insiste en que el deber de todo hombre es disfrutar de ella, no padecerla a causa de factores burocráticos e insanos. ¿La fórmula para remediar el asunto?: “Los hombres debemos sentir lujuria por la vida. La lujuria se considera inmoral, pero esa es una filosofía anticuada”. Será un placer hacer hoy de Mefistófeles. Un Mefistófeles virtuoso que no exige recompensa, dice el escritor de ficción pulpa. Un perro negro, como el gato de Poe, les indica el camino a seguir. De nuevo, como en El perro callejero, los espacios claustrofóbicos, donde tan pronto entran salen disparados, de paso, por el consumismo y/o capitalismo. Como se percibe, ante todo, en la secuencia en que una prostituta despoja del sombrero al viejo W. K.
Es Cristo con una cruz a sus espaldas llamada cáncer, le dice Mefisto a la copera que los atiende en el bar. Allí, W. K. va a cantar La vida es corta, quizás porque ahora es consciente de llevar la muerte encima y porque ya sabe que ‘no habrá un mañana’. Y el PPP, con W. K. que llora es prueba palpable de ello, para luego derivar en un plano secuencia que desgarra tanto al protagonista como al espectador a fuerza de dicho Close Up pues se trata de un plano subjetivo de tinte psicológico que busca desentrañar los recovecos mentales del protagonista. ‘¡Qué corta es la vida! Sí, enamórate, antes de que se apague el fuego de tu corazón, ya que este tiempo no volverá jamás’. Así, por vía de la música, arte del tiempo, esa afirmación de suprema energía, energía pura, en la claridad del éter, de que habla Mann en el citado Doktor Faustus (6), o, si se prefiere, del melodrama, A. K. penetra en la mente de W. K. para que haga conciencia de que el tiempo que pierde como burócrata supera a la queja por corrupción.
Razón por la que, antes de morir, se fija con decisión dejarle un legado a la comunidad y, para ello, asume una postura radical: se rebela contra la inercia de esa burocracia que no dice lo que hay que decir, ni hace lo que hay que hacer. Tras una faena de Quijote, en la que enfrenta a todo tipo de sujetos, incluido un clan mafioso, obtiene la aprobación del proyecto que transforma una zona inhóspita/insalubre de aguas residuales (7) en el parque Kuroe-cho, donde los niños puedan jugar, y lo hacen, sin peligros de ningún tipo. Tras la inauguración del espacio vital/lúdico, W. K. va allí, se sienta en un columpio, canta su canción de tributo a la vejez y, por último, da una lección involuntaria a quienes lo desprecian o pudieran hacerlo: entonces, queda cerca de los únicos seres humanos que lo aprecian sin hipocresía, lo quieren de verdad, y no viven del chisme ni de la calumnia: esos locos bajitos, los niños, los únicos bichos que no siempre dicen la verdad, pero sí más frecuentemente que los adultos.
Viene el encuentro con la chica que renuncia a esa oficina donde no hay nada nuevo y W. K. lleva tres décadas de burócrata, sin apenas notarlo. El Sr. Sakai aclara todo lo que pasó con W. K.: ‘El Sr. Sakai habla mucho, pero está vacío por dentro’, anota Toyo mientras lleva a casa al amigo que se fija en sus medias y decide comprarle unas en ‘una mercería de artículos’ de Occidente. Lo que, en otras palabras, habla del gusto de A. K. por el mundo occidental. Así, enseguida van a las máquinas, a patinaje, al parque mecánico, en fin, al cine. Hay que aclarar que el motivo por el que W. K. se convirtió en una momia, el apodo que le puso Toyo, fue todo por el bien de su hijo. La secuencia en la que W. K., Mitsuo y su nuera, los tres, se aburren tanto, parece decir: lo único que falta es el celular… para que se aburran más. Quizá por eso, Mitsuo comenta que ‘este es el invierno más cálido desde hace 30 años’, oxímoron que al paso parece hablar del invierno del descontento más infernal vivido por el gran W. K.
‘Me queda poco tiempo de vida. Tengo cáncer de estómago’. Ese es el motivo por el cual a W. K. le gusta estar con Toyo, aunque no se haya atrevido antes a decírselo. Me queda menos de un año de vida, le dice a la chica. Y ella le pregunta, ‘¿en qué le ayudo yo?’ ‘Se me alegra el corazón de sólo mirarla. Este corazón de momia’, le dice, con humor fantasma, W. K. Y le dice que es muy buena con él, y no porque sea joven ni sana. No, tampoco es por eso. ‘¿Cómo tiene tanta vitalidad?’ Su vitalidad lo asombra. Lo llena de envidia. ‘Me gustaría vivir como Ud., durante un día antes de morirme’. En otras palabras, quiere hacer algo, pero no sabe qué. ‘Sólo Ud. puede enseñarme. No, quizá no sepa, pero…’ ‘Es que no sé’, responde Toyo con angustia. W. K. le pide que le ayude a vivir como ella lo hace. Pero, Toyo no sabe, de verdad. ‘Yo sólo como y trabajo, sólo eso, de veras’. Sólo hace juguetes, como el conejo que saca de la bolsa. Pero se divierte, es como si todos los niños de Japón fueran sus amigos.
Y le dice a W. K. que por qué no hace algo parecido. ‘¿Qué puedo hacer en la oficina?’ Ella asiente que allí es imposible. Toyo insiste en que deje el empleo y busque otro. Pero, W. K. observa que ya es demasiado tarde. De pronto, la vuelta de tuerca definitiva, basada en la voluntad de poder y en el poder de la voluntad: “No, no es tarde. No es imposible. Podré hacer algo allí si estoy realmente decidido a hacerlo”. Y reitera: “Podré hacer algo”. Su jubilación es cuestión de tiempo, comenta uno de los empleados a otro. W. K. regresa a su oficina, coge un cartapacio de pliegos y escoge uno de ellos. El volumen de documentos en el espacio es abrumador: una radiografía de la burocracia. O esa clase de parásitos que retarda el progreso de un país, por no identificar los males ni dar soluciones al estar presionada por los intereses de la clase política y no, como debiera ser, porque ella desista de su fin perverso. W. K. le pide al Sr. Ohno encargarse de hacer la petición para reclamar un área de drenaje…
Gestión a cargo de la Asociación Femenina de Kuroe-cho, lo cual evidencia de paso el papel de la mujer en la gestión, organización e impulso vital para producir cambios en la sociedad, que por lo general se ignora, si no se silencia por completo. Por último, aclara que esa petición se trasladará, como es usual a la Sección de Obras Públicas, así no sea lo más sensato porque es la entidad que más ralentiza las obras públicas. El narrador recuerda que han pasado cinco meses y que el protagonista de esta historia, W. K., murió. Cada burócrata sienta su opinión: ‘El mérito de hacer el parque recae sobre la Sección de Parques y el concejal de zona, junto con sus propios esfuerzos, pero ¿no fue un trabajo del Sr. W. K., en realidad?’ ‘El Sr. W. K. era el Jefe de la Sección de Ciudadanos, pero esto era competencia de la Sección de Parques’, lo cual ya entraña ninguneo de quien por su propio esfuerzo debe llevarse los méritos. Otros consideran que su muerte silenciosa fue una protesta contra el gobierno de la capital nipona.
Las conjeturas y la mala ironía, o leche, de los colegas en el Ayuntamiento no dan espera: ‘¿Quiere decir que el Sr. W. K. se suicidó en el Parque? ¿O que se dejó morir de frío?’ ‘Así es, más o menos’, responde un empleado. ‘Bueno, anoche nevaba’, señala el alcalde. ‘Esas cosas suelen ocurrir en las obras de teatro’, dice alguien y todos ríen. Olvidan, claro, que la farsa burocrática que ellos mismos encarnan, sólo provoca tristeza y por eso nadie puede reír. Por fin, un aporte sensato: ‘No obstante, la causa de su muerte ha quedado clara tras conocer el resultado de la autopsia [se decía antes: hoy es necropsia]. No se suicidó, naturalmente. Tampoco se murió de frío. Padecía cáncer de estómago’. ‘¿Un cáncer?’ ‘Sí, y una hemorragia interna le causó la muerte’. La obviedad, tampoco falta: ‘Falleció de repente, cuando menos se lo esperaba’. Un tergiversador como el alcalde, señala una verdad relativa a los medios prepagos: ‘¡Cómo tergiversan los hechos los periodistas!’ Y cree que ya es algo muy habitual.
Alguien cita la incomprensión respecto a los problemas municipales como impasse, que no se conoce la organización de secciones y pone un ejemplo: la gente cree que el Parque lo construyó el Sr. W. K., pero ‘no es así’. Y añade que puede parecer grosero decir esto ante sus hijos y familia, pero ‘me atrevo a decir que tampoco era el propósito del Sr. W. K.’. Aun así, resalta su esfuerzo y perseverancia para terminar el Parque: ‘No obstante, [siempre un pero] el trabajo era competencia del Jefe de la Sección de Ciudadanos’. En suma, decir que W. K. construyó el Parque ‘sería una tontería’ porque [y concluye] ‘se estaría extralimitando en sus funciones. Estoy seguro de que el difunto estará riéndose amargamente’. Los únicos que se permiten extralimitar en sus funciones son aquellos a los que se les da un gramo de poder y en poco tiempo se revelan como los miserables que siempre fueron: porque el que es honesto, decente e íntegro, lo es; en cambio, el impostor a los 15 min. ya ha pelado el cobre.
En ese largo plano secuencia, el mal cinismo (no el de los cínicos griegos, que era bioético y por eso los políticos de la época lo desvirtuaron hasta convertirlo en el mal ejemplo de hoy) no tiene límites; tampoco el fracaso no confeso de la burocracia: ‘Sin embargo, la idea de extralimitarse en sus funciones tampoco estaría tan mal. Fueron obras realizadas con rapidez y sin precedentes que asombraron a la sociedad, así que tal vez esos servicios los dirigiría mejor otra persona’: el jefe de la Sección de Parques o bien su superior el jefe de la Sección de Obras Públicas. Otro sujeto, pasa a besarle de paso el culo al alcalde: “Tiene razón, pero mi opinión es ésta: el Jefe de Parques y yo avanzamos el trabajo en el plano administrativo, lo cual es nuestra competencia, pero cuando pensamos en el esfuerzo que Ud. [el alcalde] realizó para controlar al Consejo en el momento más delicado, para llevar a buen fin la construcción del parque, creemos que los méritos deberían recaer en Ud.”, cierra el lambón.
El alcalde, en su falsa modestia, replica: ‘Eso no puede ser’. Las mujeres de Kuroe-cho entran a la sala de velación y en el acto se percibe el choque de posturas, la honestidad y el dolor por la partida de W. K. Ellas, compungidas, le traen incienso y lo celebran en su ausencia: ‘Era un buen hombre’, dice una de las lideresas. Noguchi, un empleado, llora y dice que fue W. K. quien hizo el parque, cosa que el 1er Tte. de alcalde lo sabe. Otro dice que fue la Sección de Parques la que planeó/ejecutó todo. En todo caso, agrega uno más, ningún funcionario del Ayuntamiento debe pensar que el jefe de la Sección de Ciudadanos puede construir un parque. ‘Ni el accidente [por caída], ni el cáncer de estómago pudieron frenar su peregrinaje por todas las secciones. Él fue el verdadero creador del parque’, reitera Noguchi, el llorón. El futuro jefe, en reemplazo de W. K., Sr. Ohno, expele su veneno: ‘Bueno, lo que también es cierto es que W. K. fue un estorbo para la gente que quiso poner allí una taberna’.
En el puente, junto a otro funcionario, W. K. dice que lleva 30 años sin admirar una puesta de sol, pero ya no le queda tiempo para eso. Otro, cree que la enfermedad lo trastornó; sabía que no le quedaba mucho tiempo de vida y eso lo explica todo. ‘Sí, ese es el caso, puedo entender su extraña conducta’. Ya con tragos en la cabeza, y dado que los borrachos y los niños (a veces, no siempre) dicen la verdad, uno del Ayuntamiento dice una verdad de a puño: ‘Comparados con el Sr. W. K. ¡somos basura humana! ¡Y ustedes, igual! ‘Sí, ¡sólo somos basura!, reitera Ohno, el ya montado en el Poder por (des)manes de la burocracia, ignorancia del pueblo sobre su labor e indigno fingir. ‘En la administración no puedes hacer nada. Si se te ocurre alguna cosa, te tildan de radical. Lo único que puedes hacer es fingir que haces algo’. ‘Es cierto, en Asuntos Generales ocurre lo mismo’. En algunos distritos, sólo para vaciar un contenedor hace falta tal cantidad de papeles, que volvería a llenarse con ellos.
Una imagen que retrotrae al inicio del filme: ‘Sí, y también muchos sellos’. La burocracia es una actividad muy parecida a la de los ‘gestores’ que dicen ‘hacer cultura’ por un país y se llevan en sus cachos a los autores, de los cuales viven de por vida. Y W. K. muere de por vida en su cargo, para todos es una carga, pero muy pocos son capaces de reconocer su valía: la del ser humano, al servi(l)cio del Estado, que de pronto despierta para ponerse al servicio de la gente. En tal sentido, escasos burócratas del planeta terminan por rendir cuentas al ciudadano, optan por la farsa, el teatro del engaño, el facilismo, y prefieren fingir. La mayoría huye al cabo, como el criminal, sin que nadie lo persiga. Como en Colombia el flamante MinHacienda, que se fue del país luego de quitarle a la gente la mesada 14, robarse los bonos de agua, dejar a 117 municipios (8) en una ilegal/ley seca. Mientras, en el Tokio de posguerra, los caños de la burocracia siguen desbordándose, en frente de todos, sin que nadie lo advierta.
Ikiru o Vivir o, peor, Condenado a vivir, por quien sin entrar en la muerte ya está en ella, pero, de pronto, da un giro radical y vive su último año de vida mucho mejor que los 30 en que mató el tiempo con la complicidad tácita del statu quo, obliga a detenerse en esa rama tan compleja como enrarecida de la burocracia y de la corrupción. Así, no debe sorprender a nadie cuando un funcionario del Ayuntamiento reconoce sin rodeos: “La gente se queja de la corrupción [qué no dice la de Colombia, al lado de la de Japón] en la ciudad [y en ambos países], pero no es nada si se compara con nuestra terrible pérdida de tiempo”. Cabe citar tres novelas criollas que dicen de esos burócratas lo que hay que decir, y hacen con la narrativa lo que hay que hacer: la primera, muy elocuente desde el título, Hombres sin presente: novela de empleados públicos (1938), de José A. Osorio L. (9); la segunda, la obra mayor de la literatura nacional, Celia se pudre (1986) (10), de Rojas Herazo y que disculpen los gabófilos.
La historia de la abuela del propio autor sobre la morbidez, la ruina, la vejez, en fin, la fuerza telúrica que encarna el aliento de la palabra frente al desamparo y al patetismo humanos, apelando de paso a la inocencia para que el hombre sea defendido por ella y así pueda postergar su inexorable destrucción. La tercera, muestra la débil voz de esa ‘máquina no pensante’, el ejército, siempre listo a hincarse mientras le laman la bota y le llenen el bolsillo. Se habla de Esteban Gamborena (1997), de Arturo Echeverri Mejía (11).Entonces, Londrano señala: “Su débil voz si acaso preguntará: ¿El gobierno es legítimo? Sí, por haber sido elegido por el pueblo (sean cuales fueren los métodos empleados en las elecciones). Él se traga todo. Le conviene por autodefensa burocrática. Luego vienen los cambios…” Que hoy hacen Petro y el PH, mientras llega la noticia de la muerte de Piedad Córdoba, La Negra, (12) a quien hoy los carroñeros/hachepés, o jotapés uribestias, persiguen como a aquél, sin lástima ni tregua.
Como se persigue, aunque sin tanta saña, a W. K. por privar a la mafia de convertir un lugar malsano en otro peor, taberna o burdel, para dejar atrás el estigma de la morbilidad y de la muerte, en ese Tokio de posguerra, y rescatarlo para la vida y por el bienestar de los niños, sobre todo. Y como la vida está llena de ironía, en un mundo donde la autoridad ha sido creada no para salvaguardar al pueblo, sino para defender al poderoso, un policía, léase bien, sale en defensa del fallecido W. K.: “A decir verdad, me lo encontré anoche en el nuevo parque mientras hacía la ronda. Serían las diez. No, casi las once [aquí me acordé de Sabina]. Se columpiaba bajo la nieve. Pensé que era un borracho. Una negligencia de mi parte. Si lo hubiese tratado según mi primera impresión, nada de esto habría pasado. ¡Cuánto lo siento! Pero, parecía tan feliz… ¿Cómo podría describirlo? Cantaba con melancolía. En un tono de voz que, extrañamente, me llegaba al fondo del corazón”. Todo, con un singular tono poético.
Como en Una lección de inocencia, de HRH., una mirada holística sobre lo elemental a partir de una silla, en el cuarto de Van Gogh en Arlés (13), para hacer una honda síntesis sobre el despojado hombre feliz, en reposo absoluto, no triste por ostentoso, carente quizás de cosas, pero preñado de emociones, alegría, goce, que puede comprender, al final de su vida, que quien no se conforma con poco, no se conforma con nada: como W. K. Allí, en tal sentido, estaba todo, RH dixit: la esperanza, en las flores que se abren; la desesperanza, en las puertas que se cierran; el dolor y la derrota, en los días de llanto; el triunfo y el éxito, en los de oro; la evolución eterna y la paz/reposo, en los ramajes y las palomas; el amor y la promesa y la promesa del amor, en el niño que mira a los amantes [o juega en el parque]; el fin inexorable, en la muerte de cada hombre que a la vez es la inefable metáfora de que junto al ritmo de muerte marcha el ritmo de vida. W. K. es eso y más así no lo sepa o se haga el tonto por listo.
Ahora, el poema
En efecto, recuerda que quien no vive para servir, no sirve para vivir. Eso también es poético, pero, por encima de todo, práctico. Lo que nos lleva a pasar, por la dialéctica, de lo práctico a lo inviable e improcedente. Como es el actuar, si no es apenas un decir que nunca pasa al hacer, de los funcionarios del Ayuntamiento. Pero, antes se recuerda a W. K. cuando canta en el parque su tonada sobre la vejez: ‘¡Qué corta es la vida! ¡Enamórate, querida doncella! Mientras tus labios sean rojos y antes de que tu pasión se enfríe. Porque no habrá un mañana’. Mitsuo sale de la relación con el sombrero, sucio, del padre y, aparte, le cuenta a la esposa: ‘Anoche encontré una bolsa con mi nombre en las escaleras, en ella estaban la libreta del banco, su sello y su cartilla de jubilación’. Y su esposa le dice: ‘Entonces, tu padre, antes de ir al parque… ‘Mi padre fue cruel. Si tenía cáncer, ¿por qué no nos lo dijo? Y el tío siembra la cizaña por vía de la confusión: ‘Oye, la amante de W. K. no ha venido. Quizás no lo era…’
En conclusión, Ikiru es una mixtura casi perfecta, entre forma y contenido, teoría y práctica, vida y muerte, por citar sólo unos tópicos. Desde la forma, está la voz en off, retomada del cine negro gringo: su inventor es John Huston (16) con El halcón maltés, antes de que surjan en Francia J. Vigo, J. Renoir, M. Carné (Realismo poético) y J. Duvivier, J. Tourneur, J.-P. Melville (Film noir); el uso reiterado del plano secuencia y la cámara estática, baja a veces, como en Y. Ozu; b/n, con PPP que destacan la psicología de los personajes; los espacios claustrofóbicos; en fin, todo tipo de cortinas, fundidos encadenados. Desde el contenido, una obra que reflexiona sobre humanismo y existencialismo, con un tratamiento impecable del ser que aún en vida parece hablar desde la muerte, peor dicho, que ya es un muerto, el mismo que recuerda, sin querer, a HRH: “Somos esto, sepamos, somos esto, / esto terrible y encendido y cierto:/ algo que tiene que vivir y vive/ por siempre sollozando, pero vivo”. (17)
Desde la teoría, Vivir es un filme habitado por angustia, incertidumbre, extravío: la vida de un hombre próximo a la muerte, que lleva atado a su empleo 30 años por lo líquido/mecánico de su oficio. Desde la práctica, W. K. es un ser que cree aún posible hacer algo para mejorar su entorno, de modo radical, aunque sepa que carga dos muertes dentro de una vida mediocre, sujeta a los demás, dependiente del Ayuntamiento y no de su voluntad ni vitalidad, la que le trasvasa Toyo. Por último, W. K. es un inmortal, responsable de sí mismo y frente a los Otros; sujeto histórico facilitador de su propio destino; artista por hombre/sujeto integrales que sintetizan una visión poética de la vida entre luz y tinieblas, noche y día, cielo e infierno; así como una mirada caótica del mundo con abismos y demonios y, por contraste, lucidez y razones existenciales que hacen posible/probable el encuentro consigo mismo y con el Otro por vía de esa suerte de cuarta dimensión y de único tribunal incorruptible que es la memoria.
Memoria de la que el ser humano no es su más virtuoso/lúcido dueño, sino su más involuntario e inconsciente esclavo. Como esclavos son, aunque a conciencia y voluntad, los otros funcionarios del Ayuntamiento. Ellos, en coro, deciden que en adelante van a trabajar duro, con el mismo espíritu que tenía W. K. No permitirán que su muerte haya sido en vano; trabajarán por el bien de los ciudadanos, sin olvidar la emoción del momento. Bueno, no se olvide que todos hablan desde el alcohol. Habrá que esperar a ver si sus nobles intenciones se transforman en hechos concretos. Alguien le dice al jefe Ohno que se han desbordado las alcantarillas de Kizaki, igual que los caños de la burocracia lo siguen haciendo. Ellos, en el fondo, están engañados: creen lo que no es verdad y se niegan a aceptar lo que sí. A la vez, saben que la peor de las pestes no es la corrupción sino el tiempo que c/u ha matado y así el espectáculo de sus almas desnudas por el alcohol no sólo es horroroso, sino francamente letal.
Lo dicho: A la Sección de Obras Públicas, responde el nuevo jefe de la Sección de Ciudadanos. Frente al dejar pasar o dejar hacer a otros, como piensa la burocracia, difícil, muy difícil, será que los funcionarios lleven a cabo todo lo que, en medio del alcohol, tanto han prometido. ‘A la sección de Obras Públicas, ventanilla 8’, manda uno de los funcionarios que tanto prometió el cambio en sus actitudes, las de c/u de los borrachos que dijeron adiós, con todo el sake posible, a W. K. El llorón, se para indignado, pero frente al volumen de expedientes y a su metafórico sentido, de a poco vuelve a sentarse y así los trámites seguirán su curso normal, o, el de siempre: el de la tardanza, la irrealización, la frustración ciudadana. Los millones de folios inundan la pantalla, en un PG que se traduce en resignación de cara a la desidia del statu quo y a sus eternas promesas de cambio. Sin embargo, y por contraste con tanta anomalía de la burocracia, los niños juegan con placer en el parque gracias al Sr. W. K.
A Santiago, quien sabe de dolores y por eso está vivo y de dolores ajenos y por eso es un ser humano.
Notas, enlaces y bibliografía:
(1) https://letraslibres.com/cine-tv/ernesto-diezmartinez-los-que-se-quedan-holdovers-alexander-payne/?fbclid=IwAR2iwlBUYlqyaknWRONicxyBfWNXJd6dd93mDSnl5sD3BJQJYVVr29LP-ps
(2) TÓLSTOI, Leon. La muerte de Iván Ilich. Bruguera, Barcelona, 1983, 187 pp.
(3) MANN, Thomas. Doktor Faustus. Obras maestras del siglo XX, Seix Barral / Oveja Negra, Edit. Bedout, 1985, dos tomos, I Tomo, 270 pp.: 245.
(4) http://www.sumandohistorias.com/a-fondo/vivir-kurosawa/?print=true
https://www.nippon.com/es/japan-topics/b07225/
(5) https://rebelion.org/tres-breves-textos-para-combatir-al-imperialismo-hegemonico/
(6) Íbidem, Nota 3, 1985, 270 pp.: 85.
(7) Lo mismo que ocurre por vía de la historia de Matsunaga en El ángel ebrio.
(8) https://www.elcolombiano.com/colombia/bonos-de-agua-del-ministro-carrasquilla-municipios-y-departamentos-KY9302738
(9) https://rebelion.org/la-sociedad-de-control-en-los-dias-del-odio/
(10) ROJAS HERAZO, Héctor. Celia se pudre. Ministerio de Cultura – 1998, Bogotá, 1002 pp.
(11) ECHEVERRI MEJÍA, Arturo. Esteban Gamborena. U. de Antioquia, Medellín, 1997, 367 pp.: 168. Obra publicada de forma póstuma e inicialmente escrita en los años 50 del siglo XX.
(12) https://www.youtube.com/watch?v=F9aI7_u9Fz0
(13) https://es.wikipedia.org/wiki/El_dormitorio_en_Arl%C3%A9s
(14) ROJAS HERAZO, Héctor. Las úlceras de Adán, Norma, Bogotá, 1995, 80 pp.: 70.
(15) https://www.elespectador.com/el-magazin-cultural/hector-rojas-herazo-centenario-de-un-autor-mayorun-creador-singular/
(16) https://elcomercio.pe/luces/cine/ocho-decadas-de-cine-negro-un-repaso-a-su-historia-y-la-vigencia-de-este-estilo-el-halcon-maltes-john-huston-noticia/
(17) Íbidem. Poema titulado Creatura encendida, en Desde la luz preguntan por nosotros (1956), de HRH.
FICHA TÉCNICA: Título original: Ikiru. En español: Vivir o Condenado a vivir. País: Japón. Año: 1952. Dir.: Akira Kurosawa. Prod.: Sojiro Motoki. Guion: A. K. / Shinobu Hashimoto / Hideo Oguni. Filme basado en La muerte de Iván Ilich (1886), de Liev Tólstoi. Gén.: Drama / Histórico. For.: 35 mm; b/n; 143 min. Mús.: Fumio Hayasaka. Fot.: Asakazu Nakai. Mon.: Kōichi Iwashita. Int.: Watanabe Kanji (Takashi Kimura); Kimura (Shinichi Himori); Sakai (Haruo Tanaka); Noguchi (Minoru Chiaki); Ohara (Bokuzen Hidari); Toyo Odagiri, empleada (Miki Odagiri); Ōno, Jefe de Subsección (Kamatari Fujiwara); Tte. de alcalde (Nobuo Nakamura); Subordinado Saito (Minosuke Yamada); Kiichi Watanabe, hermano de Kanji (Makoto Kobori); Mitsuo Watanabe, hijo de Kanji (Nobuo Kaneko). Prod.: Tōhō. Dist.: Tōhō. Estreno: 9 octubre 1952.