El presidente del Gobierno español ha escrito una carta a la ciudadanía que, a mi juicio, no puede ser más sincera. Una carta en la que dice que la cacería que la derecha y algunos medios han emprendido contra él hace tiempo y ahora contra su mujer, está siendo tan brutal que ha sobrepasado el límite que un ser humano puede soportar. Dice que necesita unos días para pensar con su esposa si merece la pena seguir adelante o si es preferible dimitir. Alguien ha dicho que podía haber hecho la reflexión en privado y, una vez concluida, haber comunicado a la ciudadanía la decisión final. Me gusta que lo haya hecho así. Ha sido valiente y claro y ha preferido compartir con la ciudadanía esa tremenda incertidumbre. Nos ha puesto a pensar.
Pues bien, he leído con atención esa carta. Y la voy a contestar. Por cortesía. Y por deber ciudadano. El presidente se pregunta si merece la pena tanto esfuerzo, tanto sufrimiento. ¿Merece la pena? Tan decisiva es la pregunta que de su respuesta depende la continuidad en el cargo o el abandono del mismo. Voy a intentar transmitirle las reflexiones de un ciudadano de a pie, aunque dudo que pueda leerme.
Merece la pena seguir adelante por quienes votaron el 23 de julio y dijeron sin ambages que querían un gobierno de coalición progresista, presidido por Pedro Sánchez. La derecha no aceptó el resultado y sería una pena que se llevara el gato al agua no por razonamientos y propuestas sino por haber proferido todo tipo de insultos y descalificaciones.
Merece la pena para toda la población que se sigan promulgando leyes progresistas. Si no hubiéramos tenido gobiernos de izquierda, no tendríamos ley del divorcio, ni del aborto, ni del matrimonio homosexual, ni de la eutanasia, ni de memoria histórica, ni contra la violencia de género…
Merece la pena, sobre todo para los más pobres, que haya un gobierno progresista. Sin gobiernos de izquierda no se hubieran subido las pensiones en la cuantía que se ha hecho, ni se hubiera incrementado el salario mínimo interprofesional como se ha subido… Sin un gobierno de izquierdas no se hubiera creado un impuesto a la banca y a las grandes empresas, no hubiera subido el empleo como ha subido y no habríamos tenido una economía pujante como la que tenemos.
Merece la pena para la escuela pública y para la sanidad pública que haya un gobierno de izquierdas que defienda los intereses de todos y de todas y no los intereses privados y los de aquellos que tienen dinero para pagar todo tipo de servicios.
Merece la pena mantener en la oposición a quienes defienden la xenofobia, la homofobia, la negación de la violencia de género y del cambio climático. Porque donde gobiernan en coalición el PP y Vox se puede comprobar que existe una pérdida de derechos y una privatización descarada de bienes y servicios.
Merece la pena que siga adelante Pedro Sánchez porque su continuidad fortalecerá la democracia. El 40% de los votantes del PP considera que Sánchez es un presidente ilegítimo. El que se vaya vendría a dar satisfacción a quienes lo consideran (y así lo dicen) un okupa de La Moncloa.
Merece la pena seguir adelante porque no se puede dar a esta miserable oposición el triunfo que ha buscado con una política rastrera de acoso y derribo. No serían las iniciativas y las propuestas de la oposición lo que provoca el abandono de la presidencia sino el dolor que han provocado las mentiras y el odio.
Merece la pena seguir adelante porque quienes han presentado una denuncia cargada de bulos y falsedades contra Begoña Gómez, esposa del presidente, tendrían el triunfo que buscaban. Lo mismo tengo que decir del juez que de forma torticera e incomprensible ha admitido a trámite la denuncia.
Merece la pena seguir trabajando por la convivencia en Cataluña, por la recuperación del diálogo entre catalanes y entre los gobiernos nacional y autonómico, por la integración de toda la ciudadanía. Es necesario continuar con el plan emprendido: los indultos dieron su fruto, ahora lo tiene que dar la ley de amnistía.
Merece la pena no dar una victoria a quienes han calificado su carta a la ciudadanía de «infame» (señorita Ayuso dixit), de irresponsable (señor Feijóo dixit), de trampa enmascarada (señor Moreno Bonilla dixit). Merece la pena seguir oponiendo a una estrategia de insulto, de descalificación y de agresividad, una postura de serenidad, de fortaleza y de respeto.
Merece la pena mantener el liderazgo en el partido socialista y no dejarlo descabezado de forma súbita con la presión que genera una búsqueda apresurada de líder. Lo mismo ha de decirse sobre el liderazgo del gobierno.
Merece la pena escribir otro capítulo del Manual de Resistencia. Sería un buen ejemplo para quienes necesitamos modelos de resiliencia. Es preciso demostrar a quienes escriben con una terrible agresividad que hay otras lecturas más aleccionadoras. Conozco el libro de Rosa Díaz «¿Cómo hemos llegado a esto?», otro de Jiménez Losantos titulado «El camino hacia la dictadura de Sánchez» y uno de mi exadmirado Fernando Savater titulado «Carne gobernada» en el que critica con dureza al presidente. ¡Cuánto odio!
Merece la pena luchar contra la mentira, contra el todo vale, contra quien se opone a todo lo que decida el Gobierno, aunque lo que decida vaya en beneficio de la ciudadanía. Luchar contra este enfangamiento de la política que la llena de infamias y atribución de malas intenciones. Luchar contra insultos tan crueles (psicópata), contra lemas tan indecentes (que te vote Txapote), contra bromas tan miserables (me gusta la fruta). Hay que seguir luchando por otro tipo de política, inspirada por la sensibilidad hacia los más débiles, por la garantía y ampliación de los derechos de todos los ciudadanos y ciudadanas, por el respeto al adversario y por la búsqueda de la justicia y de la verdad.
Merece la pena seguir manteniendo el prestigio internacional del presidente del Gobierno, tan evidente como bien ganado (hoy se habla de la posibilidad de que presida la Unión Europea) mientras los orgullosos patriotas de la oposición lo despellejan sin contemplaciones.
Merece la pena seguir luchando por un país más democrático, más solidario, más feminista, más abierto, más laico, más plural, más respetuoso, más próspero, más justo, más sostenible, más habitable, más acogedor. Y eso es lo que busca este Gobierno, encabezado por su presidente.
Sí, merece la pena. La cacería que ha emprendido esta derecha ultramontana está siendo de tal virulencia que, incluso en este momento de desolación de su adversario, no ha habido ni una pizca de comprensión, de compasión o de piedad. No han respetado su derecho a la debilidad. Han seguido con su brutalidad habitual: se trata de una maniobra, de una irresponsabilidad, de una reacción de adolescente, de una estrategia para provocar la adhesión y para amedrentar a los jueces, a los medios y a los empresarios…
Hay quien ha criticado que haya manifestado públicamente que es una persona profundamente enamorada de su esposa. Ayuso dice que la carta está «entre el sentimentalismo y el chavismo». Dice también que es una carta «alegal» (creo que esta mujer, en muchas ocasiones, no conoce el significado de las palabras). Por una vez, un político dice algo hermoso y emotivo. Un político que manifiesta sus sentimientos con sinceridad y dice que está destrozado porque están agrediendo a su esposa. Y esa gota de agua que colma el vaso confirma que le ha hecho saltar no el sinnúmero de agresiones feroces recibidas sobre su persona sino el ataque a la mujer que ama.
Dicen, incluso, que está ofreciendo una imagen mala del país ante el exterior. Feijóo habla de «bochorno internacional». No. La mala imagen no la ofrece quien se encuentra afectado por una persecución injusta y cruel. La mala imagen la ofrecen quienes están practicando una política de oposición torpe, brutal, egoísta y malintencionada.
Ni media disculpa por haber hecho una denuncia rastrera, mentirosa, amasada con bulos y mentiras. Solo han dicho que la culpa la tienen quienes publicaron esas noticias. Se llaman Manos Limpias. Sí, limpias de dignidad, de respeto, de racionalidad, de justicia y de verdad.
Es probable que si, al fin, decide el presidente presentar su dimisión, la derecha seguirá diciendo que tiene apego al sillón de La Moncloa, tanto apego que le acusarán de habérselo llevado a su casa. El señor Feijóo, que solo se rige por la responsabilidad y no por el ansia de poder, decidirá volverse a Galicia a meditar sobre la caducidad de la vida. A él no le importa nada el sillón de La Moncloa. ¿A que no?
Miguel Ángel Santos Guerra, El Adarve.