El presidente de la Generalitat tiene la costumbre de presentar continuamente a España como si fuera una de las partes de un enfrentamiento entre dos principios absolutos opuestos entre sí
El presidente de la Generalitat, Artur Mas, tiene la molesta costumbre de presentar continuamente a España como si fuera una de las partes de un enfrentamiento entre dos principios absolutos opuestos entre sí. Pero esa imagen maniquea es falsa porque España no es unánime ni uniforme, como tampoco lo es Cataluña.
Resulta casi insultante esa voluntad de identificar a España con la posición política más extremista, como si no existieran voces que defienden cosas distintas, como si no existieran españoles federalistas igual que existen españoles centralistas, o como si Cataluña y España fueras asuntos de única naturaleza. Como si Andalucía fuera parte de la Castilla de Felipe II y la Comunidad Valenciana una excrecencia de Madrid.
Es Artur Mas quien se empeña en ver una España unánime, igual que ve una Cataluña unánime, donde existen sociedades complejas y múltiples.
La manifestación celebrada en Barcelona es un síntoma importantísimo del estado de ánimo de una parte decisiva de la sociedad catalana. Pero es un síntoma y no sustituye ni se traduce automáticamente en procesos políticos institucionales. Quien da el paso en esa dirección es Mas poniendo a la Generalitat al frente de una estrategia muy complicada que arrastra a su partido y que, si no lo remedia pronto, puede arrollarle.
El presidente necesita urgentemente encontrar estaciones intermedias si no quiere ser responsable de una dinámica insensata, que deje en manos de los más radicales la legitimidad, sin la posibilidad de acordar una paz intermedia que no sea la independencia. Afirmar que si no consigue el pacto fiscal (de imposible encaje en la actual Constitución) “se abre el camino a la libertad de Cataluña” es una metáfora desafortunada, primero porque implica que los catalanes no son libres (lo que puede ser una noticia inesperada para la mayoría de ellos) y segundo porque vincula “libertad” con financiación.
Cuanto más huyan los políticos de las metáforas durante esos días, mejor para todos. De lo que algunos estamos fatigados no es de la relación entre Cataluña y España, por muy tensa que sea, sino de la afición a enmascarar un problema político en un lenguaje metafórico de afectos, en los que es imposible acordar nada porque tan legítimo sería el sentimiento del catalán independentista que quiere un Estado propio como el del español centralista que “siente” que España incluye a Cataluña. Tan legítima sería la falta de afecto de los catalanes por España como la inclinación de los españoles por Cataluña. Con eso no vamos a ningún lado... Soledad Gallego-Díaz. Leer más en El País.
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